Cuento S
Cuento S
Cuento S
Pero el vanidoso no lo escuchó. Los vanidosos nunca escuchan más que las alabanzas.
- Admirar significa reconocer que soy el hombre más hermoso, mejor vestido, más rico y
más inteligente del planeta.
- Te admiro – dijo el principito encogiéndose de hombros – pero para qué te puede eso
interesar ?
Y el principito se fue.
Quisiera ver una puesta de sol... Tenga la bondad... Ordénele al sol ocultarse...
- Si ordenara a un general volar de una flor a otra como una mariposa, o escribir una
tragedia, o convertirse en ave marina, y si el general no ejecutara la orden recibida, quién
estaría en falta, él o yo ?
- Exacto. Debe exigirse de cada uno lo que cada uno puede dar - prosiguió el rey. - La
autoridad se fundamenta en primer lugar en la razón. Si ordenas a tu pueblo que se tire al
mar, hará la revolución. Yo tengo el derecho de exigir obediencia porque mis órdenes son
razonables.
“Usted perdone”, le dijo un pez a otro,”es usted más viejo y con más experiencia que yo, y
probablemente podrá ayudarme. Dígame: ¿dónde puedo encontrar eso que llaman océano?
He estado buscándolo por todas partes, sin resultado”.
“El Océano”, respondió el viejo pez, “es dónde estás ahora mismo”.
“¿Esto?, pero si esto no es más que agua… lo que yo busco es el Océano”, replicó el
joven pez totalmente decepcionado, mientras se marchaba nadando a buscar en otra parte.
Deja de buscar pequeño pez. No hay nada que buscar. Sólo tienes que estar tranquilo, abrir
tus ojos y mirar. No puedes dejar de verlo.
– Quiero saber, ¿qué es lo más curioso de los seres humanos?
– Que piensan siempre al contrario – respondió Hejasi.
Tienen prisa por crecer, y después suspiran por la infancia perdida.
Pierden la salud para tener dinero, y luego pierden el dinero para obtener salud.
Piensan tan ansiosamente en el futuro que descuidan el presente, y así, no viven ni el
presente ni el futuro.
Viven como si no fueran a morir nunca y mueren como si no hubiesen vivido
Enseñé mi obra de arte a las personas mayores y les pregunté si mi dibujo les daba miedo.
—¿por qué habría de asustar un sombrero?— me respondieron. Mi dibujo no representaba
un sombrero. Representaba una serpiente boa que digiere un elefante. Dibujé entonces el
interior de la serpiente boa a fin de que las personas mayores pudieran comprender.
Siempre estas personas tienen necesidad de explicaciones.
- Si la gente simplemente ama a los demás solo un poco, pueden ser muy
felices (Germinal, Émile Zola)
- Ammu dijo que los seres humanos eran criaturas de hábito, y que era
increíble el tipo de cosas a las que se podían acostumbrarse (El dios de
las pequeñas cosas, Arundhati Roy)
- Hay gente que, cuanto más haces por ellos, menos hacen por sí mismos
(Emma, Jane Austen)
- Hay libros cuyas partes traseras y cubiertas son de lejos la mejor parte
(Oliver Twist, Charles Dickens)
- Es mejor mirar al cielo que vivir allí (Desayuno con diamantes, Truman
Capote)
- Caminando en línea recta no puede uno llegar muy lejos (El Principito,
Antoine de Saint-Exupèry)
- Se debe pedir a cada cual, lo que está a su alcance realizar (El Principito,
Antoine de Saint-Exupèry
Existió una vez un dinosaurio, apodado Dino, que era tan grande como un castillo. A
pesar de su tamaño Dino era un dinosaurio bueno y muy feliz, y amaba tanto a la
naturaleza que era absolutamente incapaz de hacerle daño ni a un molesto
mosquito. Se pasaba el día tan alegre que saltaba y danzaba por doquier animando
a cuantos pasaban a su alrededor.
El dinosaurio y la tortuga eran vecinos, pero no se hablaban. El dinosaurio, como
era tan grande, se creía superior a la tortuga.
El dinosaurio vivía solo, porque era el último de su especie. La tortuga, sin embargo,
siempre estaba con otras tortugas y, aunque tenía mucho miedo al dinosaurio,
siempre estaba contenta. A la tortuga nunca le faltaban amigos para pasear, charlar
o jugar.
—¿Por qué llora? —preguntaba una lagartija verde correteando cerca de él con su cola
levantada.
—Sí, ¿por qué? —decía una mariposa que revoloteaba persiguiendo un rayo de sol.
—Eso es ¿por qué? —murmuró una margarita a su vecina, con una dulce vocecilla
¿Por una rosa roja? ¡Qué ridiculez! Y la lagartija, que era algo cínica, se echó a reír con
todas sus ganas.