Documento Completo - pdf-PDFA
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Año 2017
(2009-2016).
Abstract.
The present thesis aims at identifying and analyzing the different ways in which Social
Work approaches contribute to public school scenarios, both at primary and secondary
levels. Research is limited to state-managed schools located in La Plata, Gran La Plata and
southeast region of Buenos Aires province. Through recovery of personal experience in
assistance work, university teaching, and fieldwork, this research brings into focus the
relationships established between Social Workers (both professionals and practitioners) and
schooled children and teenagers. Taking into account that schools are strategic spaces to
implement public policies oriented towards protecting and promoting children and
teenagers’ rights, necessary conditions are identified for these subjects to be recognized as
able to think and make their own life choices. It is from this analytic perspective that this
research enquires into the educational dimension of Social Work, the ocurrence of gender
perspectives in Social Worker’s interventions, and into the discipline’s contributions to the
distinction between schooling and education.
A Isolina María Vecchi,
Porque tuve la suerte, otra vez, de contar con su capacidad para que una masa amorfa de
información e ideas se convierta en un trabajo de tesis. Gracias Ramiro Segura.
Por la calidad y la calidez de sus comentarios y observaciones y porque fue una gran
acompañante en este trayecto. Gracias Cristina “Titi” Bettanin.
Porque con su predisposición a que el Trabajo Social crezca, alientan a quienes practicamos
esta fascinante profesión. Gracias a Margarita Rozas Pagaza y a Elba Burone.
Porque son espacios pequeños, habitados por personas con grandes ideas. Gracias a quienes
integran el Laboratorio de Estudios en Cultura y Sociedad, el Área de Género y Diversidad
Sexual y la Cátedra Trabajo Social IV.
Porque, además de cuidarme tantísimo, con sus lecturas e ideas me ayuda a pensar este
mundo. Gracias Jime.
Porque aunque parecidos, pero nada iguales, sé que puedo contar con ellos. Gracias a mis
hermanos, Pablo y Mauro.
Porque es una mujer muy buena que me enseñó a ser un buen muchacho. Gracias Isabel
Susana Fanesi.
Porque son un motivo feliz para viajar hasta la capital. Gracias Koala y Silvana.
Porque, además de que el laburo estaba genial, me tocó como compañero un tipo
admirable. Gracias Gaby “Ritten” Cohan.
Por el corazón inmenso que tienen y por el compromiso de que nunca falte una cerveza.
Gracias Alejandro, Marina y Poly.
Por su predisposición para convertirse en brújula cuando estoy medio perdido, medio
desorientado. Gracias Paulita.
Porque ni se imagina lo mucho que me ayudó a querer el Trabajo Social y cuánto más me
sigue ayudando a encontrarme con lo que quiero. Gracias “Maro”.
Por su incondicional solidaridad para con “los raros”. Gracias Camila Edith.
Porque ojalá algún día aprenda a ser tan compañera como ella. Gracias Bonsai.
Porque son varones capaces cuestionar sus privilegios y porque disfruto las conversaciones
con ellos. Gracias Ger y Sebas.
Gracias a las niñas, niños y adolescentes que me compartieron sus historias y sus formas de
mirar el mundo.
Gracias a las profesionales de Trabajo Social por permitirme observar sus experiencias de
trabajo en las escuelas. Y, en especial, a aquellas que se acercan a niñas, niños y
adolescentes para cuidarles.
ÍNDICE
Introducción. 9
Producción de conocimiento disciplinar en relación al quehacer profesional: “lo que el Trabajo Social hace en
las escuelas”. 20
Trabajo de campo y reflexividad. 29
Estructura de la Tesis. 34
Sumario del capítulo. 36
Capítulo I. La (in)capacidad de escucha del Trabajo Social Escolar ante situaciones de máxima vulnerabilidad
de niñas y niños escolarizadas/os. 38
1.1.Caracterización del escenario de intervención. 40
1.2.Escenas de intervención: tensiones entre instituciones y dispositivos en el acompañamiento de las
infancias escolarizadas ante situaciones de maltrato infantil intra-familiar. 43
a)Escena de intervención 1. De chico mata-puto a varón emancipado. 43
b)Escena de intervención 2. Gabriel y “todos los no”. 48
c)Escena de intervención 3. Ayelén o la historia de lo que un cuerpo pequeño puede. 55
d)Escena de intervención 4. Sobre por qué las buenas prácticas en atención del maltrato infantil implican
tomar riesgos. 60
e)Escena de intervención 5. ¡Acompañamos tanto a Dina! 63
1.3.Aportes de las escenas analizadas a la comprensión de las condiciones y condicionamientos en el abordaje
de situaciones de maltrato infantil intra-familiar. 67
1.4.Caracterización del escenario de prácticas de formación profesional. 70
1.5.Representaciones conflictivas en relación a las infancias. 72
1.6.¿Qué dicen las practicantes de la práctica de la Trabajadora Social Escolar y qué dice la Trabajadora
Social Escolar de las prácticas de las practicantes? 77
1.7.El encuentro con niñas y niños a partir del Club de Lectura. 85
Sumario del capítulo. 90
CAPÍTULO II. Modalidades de intervención del Trabajo Social en escenarios escolares concretos. 93
2.1.Introducción. 93
2.2.Caracterización de los escenarios y formas de acceso al campo. 94
6
2.3.(De)generar las prácticas en relación a los géneros y las sexualidades. 99
a)Escena de intervención en la Escuela A. “Bianca o la Andrógina”. 101
b)Escena de intervención en la Escuela B. “Lucas y la criminalización de las conductas”. 104
c)Escena en la Escuela A. En una hora libre con 6° año. Turno Tarde. 107
d)Escena de intervención en la Escuela A. “Rafael y un mundo de inconsistencias”. 109
e)Escena en la Escuela A. “Roberto y sus inquietudes”. 113
f)Escena en la Escuela A. “Karen y sus observaciones sobre los varones”. 117
2.4.La capacidad de escucha profesional como condición para instituir una autoridad adulta responsable. 119
a)Escena en la Escuela A. “Leandro, el callado”. 121
b)Escena de intervención en la Escuela A. “Adrián, el silenciado”. 124
c)Escena de intervención en la Escuela B. “Irene y el acompañamiento entre pares”. 126
d)Escena de intervención en la Escuela B. “Lorenzo y sus disquisiciones sobre su ser social”. 129
e)Escena en la Escuela A. “Agustín y los acuerdos”. 133
f)Escena en la Escuela A. Clase Prácticas del Lenguaje. 1° año. Turno Mañana. 136
2.5.Pensar el Trabajo Social Escolar: prácticas incorporadas y rutinizadas. 141
2.6.Mandatos y creencias en relación al Trabajo Social Escolar. 148
Sumario del capítulo. 154
CAPÍTULO III. La implementación del Programa Nacional de Educación Sexual Integral como excusa para
que el Trabajo Social habite las aulas. 156
3.1.Introducción. 156
3.2.Modos de operar de las normas escolares en la implementación de la Educación Sexual Integral. 158
a)Escena de Taller. 1° año. Turno mañana. 166
b)Escena de capacitación. 167
3.3.Representaciones y prácticas de las/os agentes escolares y las/os adolescentes en torno a los géneros y las
sexualidades. 169
a)Escena de Taller de Capacitación. 171
b)Escena de taller. 2° año. Turno Tarde. 176
c)Escena del Taller. 1° año. Turno Tarde. 178
d)Escena de taller. 2° año. Turno Mañana. 183
e)Escena de taller. 1° año. Turno Tarde. 184
3.4.Factores que inciden en los modos de percibir y vincularse de las/os adolescentes con el agente de Trabajo
Social. 186
f)Escena final en la Escuela B. 190
Sumario del capítulo. 191
CAPÍTULO IV. Lineamientos que organizan el lugar del Trabajo Social Escolar. 194
4.1.Introducción. 194
4.2.Lo social-Lo educativo: “Yo soy la social”. 196
4.3.El espacio del gabinete-El espacio del aula: “Si voy al aula, la maestra se siente como invadida”. 203
4.4.La oferta-La demanda: “Ni un mate pudimos tomar con todas las demandas que cayeron”. 214
4.5.Propuestas. 225
7
EPÍLOGO. 229
Bibliografía. 234
8
Introducción.
“Me resulta difícil contar el resto de esta historia. Ni siquiera sé si le puedo llamar historia a esto.
¿Es posible definir como historia esta constante acumulación y disociación… de elementos…?”.
1
Mi experiencia laboral en asistencia se centró en la atención de las infancias y las adolescencias en
vinculación con espacios escolares, en tanto las políticas nacionales y provinciales vinculadas a la promoción
y protección de derechos de niñas, niños y adolescentes exceden el ámbito escolar, pero tienen a éste como un
dispositivo relevante para su operacionalización. Dado que el ámbito educativo formal es un espacio de
amplia inscripción pre-profesional y socio-ocupacional de estudiantes y egresadas/os de la licenciatura, es
relevante enfatizar el estudio de las estrategias de resolución de “problemas de niñas, niños y adolescentes”
partiendo de los roles y funciones socio-históricamente construidos en relación al Trabajo Social Escolar en
pos del análisis de los modos de asistencia y seguimiento de la población socio-económicamente vulnerada y
el lugar otorgado a las infancias y las adolescencias en dichas intervenciones.
9
cuales se observó la práctica de las agentes2 de Trabajo Social enriqueció el trabajo de
campo y la información obtenida, en tanto fue posible registrar, desde puntos de vista
distintos, modos diferentes del quehacer de la disciplina en espacios escolares en relación al
abordaje/tratamiento de situaciones tipificadas como problemáticas que tensionan las vidas
de niñas, niños y adolescentes escolarizadas/os.
2
Dado que el sujeto profesional del Trabajo Social es representado mayoritariamente por mujeres, en la
presente tesis se utiliza el femenino para designar a sus agentes.
3
Según el Registro Único de Niñez y Adolescencia fueron, un total de 514 las situaciones de maltrato infantil
abordadas por organismos educativos en el territorio de la provincia de Buenos Aires, durante el año 2015, en
edades que van de los 6 a los 11 años, siendo el 43.9% niñas y el 56.71%, varones.
10
comunicadas/denunciadas ante organismos competentes y/o servicios especializados. Esto
profundiza las situaciones de vulneración de derechos de las infancias y las adolescencias,
en tanto las/os agentes escolares adultas/os no cumplen con sus responsabilidades como
funcionarias/os públicas/os y, por lo tanto, re-victimizan a niñas, niños y adolescentes.
4
El desafío en este espacio pedagógico se basa en la deconstrucción de ciertas representaciones que
constituyen el bagaje de las/os estudiantes en relación a las instituciones escolares y a la función
“asistencialista”, “burocratizada” y “disciplinadora” del Trabajo Social en dichos contextos. Las/os
11
a la asignatura Trabajo Social IV. Las percepciones de los grupos de prácticas respecto al
quehacer del Trabajo Social en espacios escolares permitieron problematizar ciertas
significaciones que obturan la posibilidad de dimensionar otros modos de practicar la
profesión en dichos escenarios. A partir de los enunciados de quienes integraban los grupos
de prácticas se identificaron algunos presupuestos que condicionaban reconocer como
estratégica la apuesta por habitar el espacio áulico como espacio de intervención y
relacionarse con todas/os las/os estudiantes: y no sólo con quienes presentaban alguna/s
característica/s que las/os ubicaran como destinatarias/os del espacio de “gabinete”. Esta
cuestión instaló el interrogante respecto a las condiciones de posibilidad, planteada en
términos de obstáculos y facilitadores, para que niñas, niños y adolescentes conciban al
Equipo de Orientación Escolar como un dispositivo de atención dirigido al reconocimiento
de sus derechos y al acompañamiento en su ejercicio. En este sentido, se identificó como
conflictivo el hecho de que el abordaje de problemáticas de las/os estudiantes requería de
un/a adulto/a que visibilizara esta situación y la planteara como demanda en el Equipo de
Orientación Escolar. Por lo tanto, aquellas situaciones problemáticas no identificadas u
omitidas por las/os agentes escolares no adquirían “estado público” y las/os adolescentes no
se acercaban personalmente a plantear aquellos acontecimientos que, en el propio cotidiano
escolar y familiar, implicaban tensiones y padecimientos.
estudiantes conciben al aparato escolar y, por lo tanto, a la función de la profesión como dispositivos
netamente conservadores y funcionales a la estructura socio-económica dominante. La postura acrítica de
las/os estudiantes-practicantes en torno a las posibilidades de intervención del Trabajo Social en las escuelas,
me condujo a proponerles espacios de inserción, si se quiere, novedosos para la profesión. Como estrategia
pedagógica para deconstruir estas nociones de sentido común, la apuesta interventiva se basa en que las/os
practicantes coordinen Clubes de Lectura y Talleres de Educación Sexual Integral en el aula.
5
La práctica investigativa se sostuvo y sostiene a través del financiamiento obtenido en el marco del sistema
de becas de posgrado: primero, como becario de la Secretaría de Ciencia y Técnica de la Universidad
Nacional de La Plata (2011-2016) y, luego, como becario del Consejo Nacional de Investigaciones
Científicas, Educativas y Tecnológicas (2016-2021).
6
La tesis se titula “No es puro cuento: vínculos entre docentes, niñas y niños en el acceso a la lectura
literaria”. Facultad de Trabajo Social, Maestría en Trabajo Social, Universidad Nacional de La Plata.
12
proceso centrado en la investigación educativa, se arribó a la idea de que niñas y niños
escolarizadas/os no son consideradas/os como agentes sociales iguales a las/os adultas/os
en su capacidad para intervenir sobre decisiones relacionadas a sus vidas. Este presupuesto
motivó el interés por recuperar la procesualidad constituyente de la matriz de políticas
públicas en torno a la promoción y protección de sus derechos en espacios escolares, en el
marco de la elaboración de la tesis doctoral. Asimismo, se identificó que la práctica
profesional del Trabajo Social en el escenario escolar, con frecuencia, desconoce que puede
aportar a la alfabetización de niñas y niños, acompañándolas/os en las formas de
comprender el entorno social que habitan y, a la vez, trasmitirles herramientas valiosas que
colaboren en la identificación de situaciones de vulneración de derechos.
Por último, mi participación como integrante del equipo de investigación del Área
de Género y Diversidad Sexual en el marco del proyecto titulado: “La dimensión de género
en la intervención profesional: el caso de las/os trabajadoras/es sociales de la provincia de
7 Las/os agentes escolares que participaron se desempeñan como directivos, docentes e integrantes de los
Equipos de Orientación Escolar de escuelas públicas de gestión estatal y privada del nivel secundario.
8
La región educativa 9 comprende los distritos de José C. Paz, Malvinas Argentinas, Moreno y San Miguel,
de la provincia de Buenos Aires.
13
Buenos Aires (2014-2017)”9, me permitió indagar en torno a las miradas de género insertas
en las prácticas y discursos de trabajadoras/es sociales escolares, que implican aperturas y
limitaciones en la intervención profesional. Las entrevistas realizadas a Trabajadoras
Sociales posibilitaron identificar las posiciones ideológicas y teóricas de las agentes para
procesar cuestiones ligadas a los géneros y las sexualidades que no se adecuan al
dispositivo heterosexual, como así también introducir una lectura que problematice la
incidencia del adultocentrismo, como cuestión de género y, por lo tanto de poder, en los
modos de construir como problemas las identidades de los sujetos escolares, en su
condición de niñas, niños y adolescentes.
9
Proyecto T074. Aprobado por la Comisión de Pares. Secretaría de Ciencia y Técnica de la Universidad
Nacional de La Plata.
14
Esta aproximación reflexiva a la relación entre Trabajo Social, escuelas y niñas,
niños y adolescentes, permitió formular las siguientes preguntas de investigación:
15
elaboradas por agentes de Trabajo Social (informes socio-ambientales, crónicas de procesos
de prácticas, entre otras), como así también registros de supervisión de prácticas.
Otra forma de acceso a los modos de intervención del Trabajo Social en el nivel
educativo primario, se basó en la supervisión de un grupo de prácticas durante el ciclo
lectivo 2016, a partir de la implementación de un Club de Lectura con diferentes cursos en
una escuela de la localidad de Berisso. Esta experiencia no sólo permitió identificar otras
formas posibles de practicar el Trabajo Social en las escuelas sino, además, polemizar con
la Trabajadora Social del Equipo de Orientación Escolar qué es una “práctica real” de la
profesión en dicho espacio. A partir de la recuperación de las crónicas del proceso de
prácticas elaboradas por las estudiantes de la licenciatura, de las instancias de supervisión
docente y de entrevistas en profundidad realizadas a las practicantes luego de finalizado el
proceso, fue posible analizar cómo se construyen los problemas que tensan la vida cotidiana
de niñas y niños escolarizadas/os y las herramientas profesionales que habilitan o no a la
niñez a ser escuchada.
17
El acercamiento a las modalidades de intervención de los Equipos de Orientación
Escolar en el nivel secundario y, particularmente, al quehacer del Trabajo Social, se
sustentó en un trabajo de campo de corte etnográfico en dos escuelas localizadas en La
Plata y en Tolosa, durante el año 2016. Se incorporaron herramientas tales como las notas y
los diarios de campo y diferentes técnicas, como la observación participante, entrevistas a
informantes clave, entre otras. A partir de la inserción en ambas instituciones se
desarrollaron, en el marco del proceso de investigación, instancias de intervención (en
contextos áulicos), con la intención de abordar junto a las/os estudiantes, cuestiones ligadas
a los géneros y las sexualidades. En la institución localizada en la ciudad de La Plata, se
acompañó a un grupo de prácticas de Trabajo Social en la planificación y coordinación de
un taller de Educación Sexual Integral junto a grupos del 1° y 2° año. Asimismo, se
observaron las prácticas de las profesionales insertas en dichos establecimientos en el
marco de situaciones problemáticas abordadas en el dispositivo de “gabinete”.
Vale señalar, además, que las escuelas donde se inscriben las agentes de Trabajo
Social analizados en esta tesis se ubican territorialmente en La Plata, Gran La Plata y
Quilmes. Se tuvo en cuenta el clivaje geográfico (centro y periferia) y las características de
la población que asiste, incorporando establecimientos escolares que reciben a estudiantes
pertenecientes a los sectores medios, medios bajos y bajos. Salvo una institución del nivel
18
secundario, el resto de las escuelas reciben a estudianes provenientes de espacios
periféricos/marginales y estigmatizados, lo cual se corrobora en la prensa escrita que asocia
“villa” y “asentamiento” con “peligrosidad”, a la vez que se articula con las miradas
estereotipadas de los grupos sociales dominantes que tildan a sus habitantes de “negros”,
“villeros”, “chorros” (Boy: 2016).
Este recorrido permite dar cuenta de que fueron diversos los escenarios y
situaciones que sirvieron de “contexto” y de “fuente” para elaborar las preguntas, objetivos
19
e hipótesis que trazaron el trabajo de campo. Asimismo, además de apelar a la propia
experiencia profesional, también se realizó en rastreo bibliográfico orientado a identificar
las diferentes líneas de investigación y reflexión en torno a la práctica del Trabajo Social en
instituciones escolares. Por ello, a continuación, se exponen diferentes trabajos e
investigaciones en pos de caracterizar los modos instituidos del quehacer profesional en
escuelas primarias y secundarias públicas, atendiendo a demandas y problemáticas que,
históricamente, se les plantearon a los Equipos Profesionales de Apoyo en escuelas. Este
trabajo de indagación, que involucró publicaciones en formato libro, actas de ponencias
presentadas en eventos científico-académicos, artículos de revistas, tesis y tesinas para
acceder a titulaciones en el marco de la formación en Trabajo Social, permite caracterizar la
producción teórica de la disciplina en relación a su participación en escenarios escolares e
identificar un conjunto de aspectos no explorados o no explorados en profundidad hasta el
momento.
Entre las producciones escritas que permiten analizar la articulación entre Trabajo
Social y escuelas, podemos mencionar la tesis de Himm (2013), que aborda la problemática
del ausentismo y la deserción escolar como ejes centrales en el desempeño profesional de
los Orientadores Sociales y su nexo con la construcción de la identidad de la profesión en
escuelas situadas en contextos de pobreza. A su vez, pese a que los derechos de niñas, niños
y adolescentes se constituyen, al menos discursivamente, en el leiv motiv de las
20
intervenciones del Trabajo Social, son escasas las investigaciones que analizan el impacto
de las intervenciones de las/os profesionales del Trabajo Social desde la perspectiva de
las/os destinatarias/os estudiantes (Flad y Bolay: 2008). Si bien la relación
intergeneracional, articulada de modo pedagógico, constituye el elemento estructural del
Trabajo Social Escolar, los trabajos empíricos que articulan escuela y percepciones
juveniles, han sido marginales (Bolay: 2004; Bayeto: 2014). Una excepción la constituye el
trabajo de Benito Sánchez (2005), que explora el fenómeno de la expulsión escolar desde la
perspectiva de niñas, niños y adolescentes, indagando en torno a aspectos ligados a la
dinámica escolar, la calidad educativa, la relación entre pares y adultas/os. Asimismo, la
autora incluye en su investigación a integrantes de Equipos Interdisciplinarios que se
desempeñan en establecimientos escolares.
Rodríguez, Martínez Cruz y Ortiz Huertas (2008) señalan que “las acciones de los
trabajadores sociales en el sistema educativo se centran inicialmente en clientes
involuntarios ya que las situaciones de dificultad de algunos alumnos son detectadas por los
profesionales docentes y, no siempre, los padres o responsables legales de estos menores
aceptan, en un primer momento, que se les invite a buscar alternativas de solución y/o
dejarse ayudar a través de la correspondiente intervención socio familiar”. Por otra parte, si
bien se ha identificado una dimensión educativa en la práctica profesional del Trabajo
Social, que tendría que ver con la función de orientar a la población sobre las formas de uso
de los servicios que se les ofrecen a través de las políticas sociales en general y sobre la
forma de demandar aquello que no se le ofrece (Argumedo: S/D), pocas veces se indaga en
la posibilidad de que ciertas prácticas profesionales de Trabajo Social se constituyan como
prácticas educativas (Argumedo: 2001; Berri: S/D; Amibilia: 2014; Guevara: 2015).
Asimismo, pese a que la mayoría de las/os trabajadoras/es sociales insertos en Equipos de
Orientación Escolar son, además, docentes que atravesaron el tramo pedagógico, se otorga
escaso énfasis investigativo a la potencialidad de la profesión como práctica alfabetizadora
(Fernández: 2013; Marconi: 2015; Fernández y Marconi: 2015).
A su vez, se hallaron trabajos que fundan el “rol” del trabajador social como
extensión de lo normativo, del control social, construyendo nuevas categorías de
estigmatización, que en el caso de nuestro país apuntaron a los sectores populares (Bruno,
Lapides y Veloso: 2000) y otros que buscan superar las prácticas estigmatizantes que
23
caracterizaron las prácticas del Trabajo Social en escuelas, exponiendo que la conversación
profesional debe orientarse a introducir información novedosa que ayude a ampliar
opciones y posibilidades en la relación entre las personas y entre las personas y los
problemas (Sotomayor Barros: 2015). Díaz y Cañas, (citados por Fernández y Alemán:
2003), indican que el/la Trabajador/a Social es una figura que en el sector educativo se
encarga de hacer de puente entre el ámbito escolar, familiar y el social, aportando de
acuerdo con el proyecto educativo del centro, elementos de conocimiento de sus alumnos y
del entorno socio-familiar.
24
Otras investigaciones se centran en las representaciones que tienen las/os
trabajadoras/es sociales respecto de sus funciones en el espacio escolar y/o las
representaciones de otros actores (directivos, docentes, referentes familiares, entre otros)
respecto de su quehacer (Fernández Cortés y Fernández Villanueva: 2011; Hernández
Franco: 2014; Fernández Fernández: 2014). En consonancia con esta línea investigativa,
Lemos (2008) se interesa por la visión que tienen las escuelas acerca del Trabajo Social,
haciendo hincapié en cómo visualizan los actores de la comunidad educativa a nuestra
profesión y cómo ella misma, en tanto profesional, visualiza su ejercicio. Por su parte,
Cardarelli (2013), se preocupa por los encuentros y desencuentros que se producen entre la
formación profesional de trabajadoras/es sociales y los “roles” y funciones que el Trabajo
Social debe desempeñar en el marco del cargo de Orientador/a Social en escenarios
escolares. En cuanto a los niveles de actuación del Trabajo Social, López Luna y Chaparro
Maldonado (2006) refieren que, en el ámbito educativo, se evidencian dos niveles; el
primero es el nivel de la macroactuación, el cual comprende actividades de investigación,
planeación, programación y fijación de políticas; siendo fundamental en este aspecto la
participación de los integrantes de la Institución Educativa; el segundo hace referencia a la
microactuación, en este nivel el Trabajador Social presta los servicios pertinentes de
acuerdo al conocimiento directo de las necesidades específicas de los estudiantes, las
familias y la comunidad educativa en general, utilizando para ello las técnicas más
adecuadas y específicas de su intervención.
Por su parte, Rodríguez Ruiz y Marín Gómez (2000), indican que tres son los
pilares fundamentales que ofrecen la oportunidad de incursionar en la temática de la
sexualidad adolescente al/la trabajador/a social escolar: la experiencia del contacto con
las/os usuarias/os, el diseño, planificación y ejecución de programas, proyectos sociales y el
conocimiento de las políticas referentes a este tópico. Asimismo, desde las prácticas de
formación profesional, se identificaron trabajos vinculados a la Educación Sexual Integral
en el marco de los procesos de práctica (Porello: 2015; VV.AA: 2015), donde intervención
de las/os estudiantes de la carrera, implementan los lineamientos de la política pública en
dicha materia, cuestionando el paradigma biologicista que estructuró la transmisión de
información sobre aspectos ligados a la sexualidad en espacios escolares y promoviendo la
participación de adolescentes y jóvenes escolarizadas/os.
26
Social, se puede evidenciar que la producción teórica de la disciplina en relación a su
participación en escenarios escolares se caracteriza por:
27
niños y adolescentes respecto a las figuras adultas y a los significados que les asocian a
los Equipos de Orientación Escolar, no constituyen aspectos a problematizar.
10
En este sentido, “lo anormal” sólo puede definirse en función de caracteres, específicos o genéricos; pero
“lo anomal” es una posición o un conjunto de posiciones con relación a una multiplicidad. Los brujos utilizan,
pues, el viejo adjetivo “anomal” para situar las posiciones de un individuo excepcional en la manada (Deleuze
y Guattari: 1988).
30
La idea de “lo anomal” permitía una tercera posición adulta que, distanciada del
binarismo que instala lo normal/lo anormal, tuviera la capacidad para leer desde otras
coordenadas los comportamientos de niñas, niños y adolescentes respecto a un conjunto de
instituidos que señalan los modos correctos e incorrectos de ser de esos grupos etarios. Esta
posición permitía posponer el imperativo por “limitar” la conducta, ubicándola dentro de un
entramado institucional que define lo que es posible e imposible ser y hacer en los
escenarios escolares, en pos de analizar las condiciones de posibilidad para que
determinados sujetos adhieran o no a esas normas, al mismo tiempo que se podía
reflexionar sobre el(sin)sentido de esas normas y pensar otras alternativas para modular las
relaciones con las/os estudiantes. Por ello, “lo anomal” contribuyó a reflexionar sobre las
posiciones singulares de niñas, niños y adolescentes respecto a ciertas normas y reglas, en
detrimento de leer, en clave de indisciplina, la renuencia a ajustarse a ellas. En el proceso
de investigación, la adhesión al adjetivo “anomal”, favoreció el abordaje de situaciones
conflictivas como posibilidad para crear y recrear instancias de aprendizajes recíprocos
entre las/os referentes adultas/os y las niñas, niños y adolescentes. En este sentido, el
ejercicio de la autoridad adulta, no se sustentaba en una asimetría de poder respecto de las
infancias y las adolescencias, sino en la capacidad del poder adulto para alojar y contener
formas singulares de vida atravesadas por la desigualdad y la diversidad.
31
En primer lugar, ningún adolescente con el que me vinculé en el marco de la
investigación, interpeló negativamente mi masculinidad. Por el contrario, en los vínculos
mantenidos con ellos, la cuestión de clase y no la de género, fue la variable que moduló
nuestros encuentros. Por ejemplo, los adolescentes me preguntaban respecto a si me
gustaba lo que vestían ese día e indagaban respecto a mis consumos: dónde compraba la
ropa, cuánto me había costado tal o cual prenda, si había viajado dentro y fuera del país,
entre otras cuestiones.
En tercer lugar, pese a que las/os docentes consideran que la mayoría de los varones
no está interesado en su escolarización y que, por ello, no prestan atención en clase, sucedió
una vez que una docente de Prácticas de Lenguaje faltó y, en esa hora libre, les propuse a
algunos estudiantes dibujar en el pizarrón los personajes centrales de la novela que estaban
leyendo. Pese a que la docente a cargo de este grupo refería, constantemente, que no les
interesaba leer ni escucharla cuando leía, en la situación de hora libre, los estudiantes
32
dieron cuenta, a medida que íbamos recreando con tiza los personajes, que recordaban las
características de los personajes, sus formas de relacionarse y, también, sus conflictos. Esta
situación me permitió registrar que las/os adolescentes también desean formas de
aprendizaje ligadas a lo lúdico y a lo expresivo y que es, a partir de esas dimensiones, que
se animan, como en el caso de la novela, a expresar lo que entendieron, lo que sintieron y lo
que pensaron a partir de esa lectura.
En lo que respecta a mis propias formas de percibir las prácticas de las/os agentes
escolares y, particularmente, las prácticas de las profesionales del Trabajo Social insertas en
el Equipo de Orientación Escolar, tuve que realizar un esfuerzo por posponer una actitud
que juzgue sus intervenciones en pos de identificar las ideologías, los mandatos y las
rutinas que las/os movilizaban en sus interacciones con niñas, niños y adolescentes. Este
esfuerzo por evitar juzgar a las/os profesionales fue complejo dado que, en algunas
oportunidades, lo que se ponía en juego en una interacción, era una posición adulta que no
respetaba los derechos de las/os estudiantes. Esto me permitió comprender que, más allá de
que exista un conjunto de derechos enunciados y objetivados en diferentes normativas y
políticas públicas en relación a las infancias y las adolescencias, la posibilidad de su
reconocimiento y ejercicio se ponen en juego en cada situación específica. Y que también
hay un conjunto de derechos, en relación a las infancias y las adolescencias, que aún faltan
instituir para habilitar, en escenarios escolares, que niñas, niños y adolescentes sean
autorizadas/os a evaluar la calidad, no sólo de los contenidos que se imparten sino, también,
la calidad de los vínculos pedagógicos sobre los cuales se instituyen posibilidades de
aprender o no.
Estructura de la Tesis.
El capítulo 1 tiene como finalidad reflexionar sobre las formas de intervención del
Trabajo Social “sobre” y/o “con” niñas/os escolarizadas/os en condiciones de máxima
vulnerabilidad social. A partir de analizar las prácticas de Trabajadoras Sociales insertas en
Equipos de Orientación Escolar que demandan la intervención de profesionales que
desempeñan funciones en un Servicio Local de Promoción y Protección de Derechos de
Niñas, Niño y Adolescentes y de una experiencia de práctica de formación profesional, se
analizan los lugares que se le otorgan a las/os estudiantes a partir de legitimar o no su
palabra, en su condición de niñas/os.
El capítulo 4 tiene como finalidad presentar las síntesis y conclusiones del proceso
de investigación orientado a la elaboración de la Tesis. En función de organizar el
conocimiento producido y de plantear algunas propuestas que colaboren en la re-
significación del que-hacer y del cómo-hacer del Trabajo Social en escenarios escolares, se
proponen tres pares categoriales que, en términos analíticos, se considera que favorecen la
comprensión de lo que el Trabajo social “hace” en las escuelas pero, también, contribuyen a
ampliar las potencias de la profesión en las instituciones educativas. Estos pares
categoriales se asocian a dimensiones de la experiencia escolar (“lo social-lo educativo”), a
prácticas y espacios (“el gabinete-el aula”) y a las lógicas que organizan la prestación de
servicios de asistencia (“la demanda-la oferta”).
35
Sumario del capítulo.
36
Asimismo, se desplegó la estrategia metodológica que orientó el trabajo de
investigación para la elaboración de la presente tesis. Se mencionaron las formas de acceso
a cada uno de los escenarios que permitieron aproximarse a las formas de intervenir del
Trabajo Social Escolar junto a niñas, niños y adolescentes, como así también las técnicas y
herramientas que se involucraron para la obtención, presentación y análisis de la
información recolectada en el marco del trabajo de campo. Por último, se desarrollaron
cuestiones ligadas a la implicancia y la reflexividad del investigador, enfatizando en
prejuicios, presupuestos y formas cristalizadas de pensar las instituciones escolares, las
prácticas de las/os agentes escolares y las/os estudiantes. Tomar distancia de la “propia
mirada” permitió tornar objeto de problematización los esquemas que condicionaban
analizar las prácticas del Trabajo Social en las escuelas y los vínculos con las/os
estudiantes, desde una perspectiva de complejidad.
37
Capítulo I. La (in)capacidad de escucha del Trabajo Social
Escolar ante situaciones de máxima vulnerabilidad de niñas y niños
escolarizadas/os.
11
La preocupación personal que planteo respecto al “silencio pedagógico” de las/os agentes escolares no
desconoce que existen prácticas profesionales orientadas a resguardar a niñas y niños que padecen situaciones
de maltrato. Asimismo, las intervenciones que se exponen en este apartado tienen la intención de identificar y
analizar una serie de elementos que participan condicionando y fijando límites a las posibilidades de
protección de la niñez, en el marco de las interacciones entre las instituciones mencionadas.
38
marianismo12, 3) necesidades básicas insatisfechas, 4) estrés, 5) vínculo filial indeseado, 6)
disfunción conyugal, 7) marginalidad de las familias y 8) objetualización (Peña Aristizabal:
1997).13
12 El marianismo a menudo se considera como un complemento del machismo, dado que la mujer pasiva y
largamente sufriente actúa en respuesta a la irresponsabilidad del varón (Derks: 2009).
13
Moreno Manso (2006) refiere que, según los estudios al respecto, pueden ser muchas las circunstancias
favorecedoras, predisponentes y precipitantes del maltrato infantil: una historia de malos tratos en la infancia
del o los responsables del menor, escasas habilidades interpersonales en los cuidadores, expectativas
inadecuadas respecto del niño, utilización del castigo físico como método de disciplina, consumo de
sustancias tóxicas, baja autoestima, baja tolerancia a la frustración, dificultad para controlar los impulsos,
problemas de salud mental, consideración del menor como propiedad, falta de ingresos económicos, falta de
apoyo social, entorno social empobrecido, padres demasiado jóvenes (adolescentes), problemas de pareja,
situaciones estresantes para la familia, desempleo y muchas más. Asimismo, como refiere Azaola (2006), Las
definiciones de cada tipo varían dependiendo de si han sido elaboradas desde el campo jurídico, en cuyo caso
lo que intentan es identificar y castigar al agresor, o si han sido formuladas desde el campo de la salud, en el
que se busca brindar atención a las víctimas. Generalmente éstas últimas son más abarcativas que las
primeras, pues tienen también la posibilidad de diseñar medidas de prevención (Azaola: 2006).
14
Este dispositivo de trabajo tiene, como objetivo, favorecer el acceso de niñas y niños escolarizadas/os a la
lectura, en general, y a la lectura literaria, en particular. Esto requiere, por un lado, que las practicantes
construyan sentidos, a partir de los saberes específicos de nuestra disciplina, respecto del campo literario y las
posibilidades de participación del Trabajo Social allí. Además se exige que se problematicen cómo niñas y
niños acceden a la lectura literaria en el marco de las prácticas escolares de docentes de grado,
bibliotecarias/os escolares, entre otros agentes.
39
A partir de dos fuentes empíricas bien distintas se reflexiona, en un primer
momento, en torno a cómo jugó la experiencia de la práctica profesional en un Servicio
Local en la posibilidad de conocer y problematizar, indirectamente, los modos de
intervención del Trabajo Social en escuelas primarias en relación a situaciones de maltrato
infantil intra-familiar. En un segundo momento, la experiencia de formación profesional
permite situar la disputa de sentidos entre la Trabajadora Social y las practicantes, no sólo
respecto a lo que “el Trabajo Social hace en las escuelas”, sino a los modos de posicionarse
ante niñas y niños. Tanto la experiencia profesional como la experiencia de la práctica de
formación profesional habilitan un espacio reflexivo a partir del cual se evidencia que la
capacidad de escucha de las agentes de Trabajo Social no sólo contribuye a otorgarle
legitimidad a los discursos de niñas y niños sino que, además, complejiza la construcción
de los problemas que tensan la vida de las/os mismas/os, facilitando la identificación de
alternativas para resolverlos.
15
Para profundizar en la estructura organizativa-institucional del paradigma de Promoción y Protección de
Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes ver: Cirille (2009); Perl (2010); Magistris (2012) y Lucesole
(2012).
40
Cuando ingresé a trabajar al Servicio Local, el mismo funcionaba en un galpón
inmenso, localizado en una zona periférica y de difícil acceso mediante transporte público.
Las condiciones edilicias, de seguridad e higiene, eran deficitarias 16. Además de la
Directora, contábamos con dos coordinadoras, Abogada y Trabajadora Social, que
orientaban las intervenciones “complicadas” de las 6 duplas de profesionales (integradas
por trabajadoras/es sociales y psicólogas/os).
Pese a que las situaciones que nos distribuían por duplas remitían a problemáticas
diversas, la persona que recibía las órdenes de la Directora respecto a “cual dupla” “tal
situación”, consideraba lo siguiente: a la dupla formada por a Ariel 17 y Betiana les
asignaban situaciones que, en su mayoría, correspondían a adolescentes y jóvenes en
conflicto con la ley penal; a la dupla integrada por Mauro y Jimena les asignaban
situaciones que requerían densos trámites burocráticos para el acceso a planes y programas
sociales; a la dupla que constituíamos con Gabriela, mi compañera, nos convocaban a
16
El galpón lo compartíamos con otras áreas pertenecientes a Desarrollo Social, no contábamos con teléfono
propio y, mucho menos, con espacios que permitieran garantizar la intimidad de las/os usuarias/os. Tampoco
contábamos con calefacción y las instalaciones sanitarias consistían en letrinas. Nos aconsejaban no tomar
agua del grifo. La limpieza del espacio de atención la realizábamos las/os mismos trabajadoras/es cuando
teníamos un rato de tiempo libre o cuando la suciedad sobrepasaba nuestros límites de tolerancia.
17 Con el objetivo de preservar el anonimato de las personas involucradas en el presente trabajo se utilizan
nombres de fantasía.
41
intervenir en situaciones que requerían “un largo proceso de trabajo” con las personas
involucradas. Si bien las situaciones que se nos asignaban implicaban “un largo proceso de
trabajo” porque, en su mayoría, se vinculaban a situaciones de maltrato infantil, no todas
estas situaciones requerían que la/s niña/s y/o niño/s sean separados del ámbito del hogar.
Con frecuencia, ciertas formas de objetivarse el maltrato infantil, requerían trabajar con
cuestiones vinculadas a la desigualdad social y a la diversidad cultural que atraviesan las
prácticas de crianza (Gracia: 2002)18. En casos excepcionales, de máxima vulnerabilidad de
derechos, los equipos profesionales decidíamos que niñas y niños vivieran en un grupo
familiar ampliado o en hogares conveniados con la Secretaría de Niñez y Adolescencia.
18
Si bien el maltrato infantil intra-familiar es un fenómeno frecuente y recurrente, no por ello debe
considerarse que es “normal” o “natural” en determinadas familias y contextos. Al respecto, Eva Giberti
(2005), refiere:” Si nos considerásemos a nosotros mismos como fuentes y comparásemos nuestra
información actual con lo que estudiábamos cuando el tema no accedía al intercambio cultural cotidiano,
podríamos afirmar que el registro perceptual “de la gente” acerca del abuso sexual contra niños y niñas se ha
incrementado y se instituye en el orden de lo conocido, mencionado y difundido. Una vez logrado el estatuto
de lo instituido arriesgamos la doble alternativa: aquello que se reconoce como evidencia socialmente
confirmada, puede naturalizarse como inevitable; al mismo tiempo, la recolección de datos podría estimar
cuál será el porcentaje de niños y niñas que será abusado/a durante los próximos cinco años. O sea, en tanto y
cuanto posicionemos el tema en el orden de los fenómenos sociales, sin rescatar el agravio moral y físico que
se establece en la relación víctima-victimario, el dato social podría instituir el abuso sexual como una
categoría inclusiva de la niñez”.
42
1.2. Escenas de intervención: tensiones entre instituciones y
dispositivos en el acompañamiento de las infancias escolarizadas ante
situaciones de maltrato infantil intra-familiar.
Si en el mundo adulto el juego deja de ser algo central, mi consuelo quizás sea que todavía me anda
persiguiendo (…). Así es, me persigue. A veces me toma por sorpresa, a veces yo a él.
“Juego”. Pablo E. Cóccaro.
Y de día todo tiene que ser… como está ordenado, las cosas ariscas, la gente queriéndolo todo en regla…
hombre con mujer… zapato derecho y zapato izquierdo…
vivos con vivos… muertos con muertos.
Jonathan, antes de irse, me dice: -“Vos sos puto”, y dibuja una sonrisa que
interpreto como burlona y desafiante. Le respondo, tranquilo, que sí, que
soy puto, aunque no me parezca que ese sea el problema. E improviso: -“Me
parece que el problema no es si yo, tu hermano o él (le digo, mientras señalo
a un compañero psicólogo varón que se encuentra a unos metros), somos o
no somos putos. Me parece que el problema es cómo te sentís vos con eso.
¿Te da asco, te da miedo, te da odio? ¿Qué sentís Jonathan? Te conozco
nada pero me preocupo por vos. ¿Qué te pasa con lo puto?”.
Completamente inseguro de la respuesta que le di al niño, Jonathan dejó de
sonreír, dio media vuelta y se acercó al lugar donde su madre y su padre
estaban siendo atendidos. Ignorando las repercusiones de esta intervención,
me vuelvo a mi escritorio y chequeo en la agenda de entrevistas cuándo será
la próxima vez que vea a Jonathan.
Del cajón del escritorio saco el libro-álbum titulado “El libro de los Cerdos”
(Browne; 1991). Se lo entrego. Le pido que me lo lea. Jonathan mira la
portada, la abre y busca una página donde empezar a leer. -“Ahí empieza”, le
indico. Jonathan pone todo el empeño para leer, pero no puede. No por
falta de anteojos, pues también concurrió recientemente a un oftalmólogo.
Le pregunto si sabe leer. Me contesta que no. Le digo que no se preocupe.
Le pido el libro y leo:
“El señor De la Cerda vivía con sus dos hijos, Juan y Simón,
en una casa bonita con un bonito jardín
y un bonito coche en una bonita cochera.
En la casa estaba su esposa”.
45
El cuento finaliza y le digo a Jonathan que vaya con su mamá que esperaba
ser atendida en la otra oficina. -“¿Ya está?”, me dice el niño. -¿Te gustó el
cuento?”, le pregunto. Me responde que sí. Le propongo un día y horario
para vernos la semana próxima. Acepta. Le propongo, además, que participe
mi compañera “que también trabaja por los derechos de los niños”, agrego.
Jonathan acepta.
“Es todo un poco nebuloso, tristón, como si estuviera contento, bien arropado y con algo de ganas de
llorar”.
El informe, firmado por una trabajadora social y por una psicóloga, ambas
matriculadas, refiere que: “La trayectoria de la niña Ludmila es muy buena”,
pero que “el comportamiento de Gabriel les preocupa”, aludiendo que
puede tener “algún problema psiquiátrico por los berrinches que tiene y que
suele golpear a sus compañeros”. En relación a los “berrinches” aclaran: “El
niño tiene ataques de rabia, grita como si fuera un animalito y no se lo puede
controlar”.
Cuando la recepcionista del Equipo nos informa “que la abuela que vino la
otra vez” ya estaba presente junto a Gabriel y Ludmila, mi compañera se
encontraba gestionando un turno en una salita para otra situación que
estábamos acompañando. Me adelanto a la sala de espera, a varios metros de
48
distancia de nuestro escritorio, y me encuentro con Gabriel y Ludmila y con
su abuela. Me presento ante los tres, ya que con la abuela hablamos breve
mente la vez que vino a solicitar “la tenencia de los chicos”. Le pregunto a
Gabriel si le gustaría conocer a mi compañera, le comento que “trabajamos
para que los chicos estén bien” y “que nos gustaría conocerlo”. Su hermana
interroga: -“¿Conmigo no van a hablar?”. Le contesto que si ella quiere, por
supuesto que sí. Pero que primero hablaremos con su hermano, “para que
cada uno tenga un rato para hablar de lo que quiera”. Ludmila asiente con la
cabeza y con una sonrisa.
49
Previo al siguiente encuentro me contacté con la trabajadora social de la
escuela primaria donde concurrían Gabriel y Ludmila para saber si contaban
con alguna forma de contacto con la madre de los niños de referencia. Me
pasa un número de teléfono móvil, advirtiendo que “esa gente cambia de
teléfono todo el tiempo”. También me pregunta si hablé con Gabriel y si
una psicóloga pudo verlo, ya que para ella el niño “es psiquiátrico”. Le
comenté que con mi compañera, que es psicóloga, conversamos con
Gabriel. Que nos pareció un niño sano, vital y que “los chicos como Gabriel
nos dicen cosas importantes sobre sus vidas pero de un modo distinto al
que, en concreto, nos dicen”. Puse en cuestión la hipótesis psiquiátrica que
pesaba sobre el niño en boca de la trabajadora social, aludiendo que “había
cosas que interpretar en los gritos de Gabriel durante la clase y los recreos” y
que, aunque no brindábamos atención psicológica en nuestra institución,
íbamos a poder colaborar en el bienestar de Gabriel y de su hermana.
Hablando con la abuela, la misma nos cuenta que su hija le “dejó los chicos
para irse con un macho”, que Gabriel y Ludmila son hijos de una pareja
anterior de su hija y que, de un día para el otro, “la mamá se fue con otro y
me los dejó”, repite. Insiste en que hagamos un informe que pueda
presentar en el Juzgado para tener “la constancia de que está a cargo”. Para
ganar tiempo, le dijimos que necesitábamos una entrevista más con los niños
50
y que, después de ello, tomaríamos una decisión. Nos comprometimos,
hacia el fin de semana, comunicarnos con ella para otorgarle otra entrevista.
Aceptó.
La madre de los niños se contactó con nosotras. Nos propuso un día y una
hora. Había arreglado en su nuevo trabajo un permiso “por cuestiones de
salud” y se disculpó por no poder coincidir antes. Luego de esta
comunicación, nos contactamos con la abuela para que concurra a la oficina
con Gabriel y Ludmila una hora después de la entrevista pautada con la
madre de los mismos, pero sin informarle de la entrevista previa con su hija.
Cuestiones de opacidad, en el marco de una estrategia de intervención, ya
que la abuela podría actuar impidiendo el acercamiento de los niños a su
mamá.
Conversamos con la abuela y le comentamos que los niños iban a vivir con
su mamá de nuevo, que respetábamos ese deseo y que haríamos un
seguimiento de la situación para ver cómo se adaptaban al nuevo hogar. Nos
dice que los chicos iban a “vivir mal en ese lugar”. Le respondo que Gabriel
tampoco estaba bien siendo golpeado y encerrado por su abuelo. La mujer
se da media vuelta y se va. Antes, nos había manifestado que no pensaba
darle a su hija las pertenencias de los niños. Le dijimos que esas
pertenencias, justamente, eran de los niños y que, de no entregarlas, estaría
en contra de los derechos de sus nietos y que, infelizmente, iba a tener a la
policía en el hogar para exigirle la devolución de la documentación y ropa.
Este ejercicio de comprensión de las prácticas de niñas y niños suele estar vedado
en el posicionamiento de los Equipos de Orientación Escolar, centrado en ubicar los
comportamientos infantiles de acuerdo a lo esperable o no en la institución escolar pero sin
preguntarse respecto de las relaciones que se componen entre adultas/os y estudiantes, en su
condición de niñas y niños. Duschatzky y Skliar (2014), refieren que pensar en los vínculos
implica interrogarnos por la responsabilidad y la ética en las relaciones pedagógicas, sin
perder de vista que hablar de ética implica hablar de singularidades, poniendo el acento no
en lo que se debe, sino en lo que se puede. De este modo, para las autoras mencionadas, la
emergencia de la singularidad contribuye a disminuir percepciones tan habituales en estos
tiempos en las instituciones, como la indiferencia, la falta de confianza, elsentirse
(im)prescindible.
53
A través de las interacciones entre Equipos de Orientación Escolar y profesionales
del Servicio Local, mediatizadas por la producción de informes sociales, se intentó dar
cuenta de un “pensamiento de molde” (Deleuze, citado por Grupo Taller: 2008), que
produce una narrativa de sujeto asociada a su postura frente a las normas, los hábitos, las
costumbres y las expectativas de aprendizaje que rigen el cotidiano escolar instituido. El
“pensamiento de molde” se observa en la escena de intervención 1 y 2. En la primera
situación, el niño es “textualizado” desde su condición de analfabeto, desde su falta de
capacidades para aprehender técnicas que le permitirían operaciones tan básicas como la
lectura y la escritura, lo cual sustenta su “derivación a” o la “integración con” una “escuela
especial”. A partir de su inscripción en el dispositivo del Servicio Local, el niño instala
emergentes que no están asociados a la problemática que diera origen a la intervención,
pero que sí están netamente vinculadas con su salud y su vitalidad.
“El primer deber de una mujer escritora es matar al ángel del hogar”.
Virginia Woolf.
Desde la escuela nos llega un escueto informe sobre la situación de las niñas
Ayelén (7 años) y su hermana Clara (casi 6 años). Se menciona que ambas
viven junto a su madre llamada Cecilia (22 años), su pareja actual (29 años) y
55
un bebé recién nacido, en el marco de dicha unión. Ayelén y Clara son hijas
de distinto padre. Se refiere, en el informe presentado por la trabajadora
social y la psicopedagoga, que sólo Clara ve, con frecuencia, a su padre
biológico. El caso de Ayelén es distinto, según consta en el escrito
presentado por las profesionales. El padre biológico de la niña “no se hizo
cargo” y una pareja de la madre decidió darle su apellido. Pero, según nos
contaría Ayelén, -“Hace mucho que no veo a papá ni a la abuela”.
Pasó una semana del envío de solicitud de ampliación del informe y, como
no recibimos respuesta, nos comunicamos con la escuela. La trabajadora
social nos dice que tiene la información solicitada, refiriéndose a la
documentación y contacto de los referentes paternos, pero que no enviarán
otro informe. Preguntamos, por un lado, el motivo de la renuencia a ampliar
el informe y, por otro lado, deslizamos que todo silencio de las/os agentes
escolares era perjudicial para las niñas. La trabajadora social dijo: -“Hasta acá
llegó nuestra intervención”.
Dado que Ayelén no quería irse, le dijimos que se quede sentada. Que
íbamos a hablar con su mamá delante de ella y de su hermana “para que
ustedes vean que pueden confiar en nosotras y que no le contamos nada de
57
lo que hablamos con vos”, dijo mi compañera. Mi compañera y yo no
dejamos de mencionarle “lo valiente que es”.
Hablamos con las niñas y ambas aceptaron irse con sus padres. La madre
tuvo un ataque de ira y se abalanzó sobre el padre de Ayelén propinándole
cachetadas y gritándole -“Ella no es tu hija; vos me querés cagar la vida”. El
muchacho sólo atinaba a defenderse de las agresiones. Un compañero de la
oficina contigua colaboró en resguardar al padre.
58
“Había una vez una casa llena de monstruos. Y una nena que tenía mucho
miedo de los monstruos. Hasta que un día conoció a unos superhéroes con
mucha fuerza que la ayudaron”.
.
-“Ahí terminó el cuento”, nos dijo Ayelén.
59
marco de la co-responsabilidad. En este sentido, vale considerar que las estrategias de
trabajo generalmente se limitan a la atención y derivación de la emergencia, quedando en
un segundo plano la protección inmediata de niñas y niños y la realización de la denuncia.
En este contexto, niñas y niños muchas veces son sometidos a largas entrevistas en las que
se pone en juego constante la veracidad de los hechos y la posibilidad de responder o dar
cuenta de las propias acciones en esa situación de desigualdad (Introzzi, Iribarne y Vitale:
2016).
“A veces pienso que uno decide hacer algo no porque sea una cosa buena o sensata
sino simplemente porque puede hacerlo”.
61
conocer qué pasó, quién fue y cuándo, información suficiente para desencadenar un proceso
de resguardo de la niña, en su condición de víctima. También se encargó de identificar a
una referente familiar que pudiera resguardar a Agustina. En definitiva, la Trabajadora
Social se acercó al Servicio Local, no buscando “derivar” una situación, sino fortalecer su
estrategia de intervención a partir de la alianza con otros efectores que breguen por los
derechos de niñas y niños.
62
e) Escena de intervención 5. ¡Acompañamos tanto a Dina!
Dina tiene 36 años, es soltera y tiene tres hijos: Dilan de 10 años y Luca de
9, quienes no mantienen contacto con su padre, y Malena, producto de una
unión posterior, de 2 años, cuyo padre la lleva los fines de semana a la casa
que alquila luego de su separación con Dina. La situación del grupo familiar
nos llega a través del informe de una médica de un hospital de la zona. La
profesional nos cuenta que Dina se ha acercado con su hija a la guardia
contando, preocupada, que nota que la niña hace dos semanas que vuelve de
pasar unos días con su padre “como si estuviera drogada (...). Está como que
se duerme y no reacciona hasta pasado un rato”.
El día del encuentro con Dina y sus hijos decidimos conversar con Dilan y
Luca, en un primer momento, por separado. Dilan está muy enojado cuando
le contamos que nos informaron de la escuela de lo ocurrido con su
hermano. No quiere hablar del tema, por eso le decimos que vamos a
trabajar con toda la familia para que no vuelva a ocurrir. Con Luca hablamos
del cuidado y respeto del propio cuerpo y del cuerpo ajeno. Además de la
cuestión de la exploración sexual infantil, propia de la edad del niño, había
condiciones materiales de existencia que aportaban a la concreción de
situaciones sexualizadas entre los niños, ya que ambos compartían un mismo
colchón para dormir. Informadas de esto gestionamos un colchón para cada
integrante del grupo familiar, por intermedio de Desarrollo Social.
Ocurrió un día que Dina se acercó, sin entrevista previa, al Servicio Local
para contarnos que “ahora sí que estaba segura, que algo malo le hacía su ex
pareja a la hija que tenían en común”. Dina estaba alterada y le pedimos que
se sentara. Nos cuenta que el fin de semana su ex pareja irrumpió en el
hogar y que se llevó a la niña todo el fin de semana. Que ella estuvo todos
esos días asustada y que no había hecho la denuncia. También nos informa
que su hija “se lo dijo”, pero que quiere que la vea una Psicóloga para ver si
miente o dice la verdad. Y agrega: -“Es muy chiquita, por ahí lo inventó”. Mi
compañera le dice que los niños no mienten, que tiene que confiar en su hija
y que es importante hacer la denuncia. Dina se queda en silencio. Mi
compañera insiste en la importancia de la denuncia y que, de no hacerlo,
Dina estaría siendo cómplice de la situación. Dina insiste con un tratamiento
psicológico para su hija, para así comprobar la veracidad de su discurso. No
64
indagamos qué le dijo o cómo se lo dijo su hija. En esa instancia era
necesario fortalecer a la mujer para la realización de la denuncia y, dado los
tiempos del presunto abuso, realizar los estudios médicos para confirmar o
no el abuso.
Dina llora y dice que no sabe qué hacer. Mi compañera le recuerda que
comenzamos a trabajar con ella porque una Doctora también sospechó lo
mismo, que no estaba sola. Le digo a mi compañera que hablemos en
privado un momento. Le pedimos a Dina que nos espere, que no íbamos a
demorarnos. –“Todo lo que venimos trabajando con esta familia y ahora
está todo por caerse a la mierda. Si Dina no realiza la denuncia y la hacemos
nosotras, es posible que, para la Justicia, quede como cómplice o negligente.
Capaz que exagero pero Dina está segura de lo que pasó”, dice mi
compañera. Le digo que volvamos al expediente que se armó a partir de las
intervenciones de las diferentes instituciones que transitó la familia. –“¿Para
qué?, consulta mi compañera. Le digo que vuelva con Dina, que en unos
pocos minutos me sumaba. –“¿Y qué le digo si ya le dijimos todo lo que
teníamos para decirle para que haga la denuncia?”.
Vuelvo al expediente que, por cuestiones de tiempos, siempre los leemos
“del final para atrás” y “atrás”, o sea, al principio, no llegamos casi nunca.
No sé por qué, pero recordé que una vez una persona me dijo que si alguna
vez teníamos un problema, agarre una Biblia y haga correr las páginas hasta
interrumpir el movimiento con el dedo índice y que, en ese pasaje ubicado al
azar, seguro encontraría una respuesta al problema19. Más o menos eso hice.
Busqué, medio al azar, entre las páginas de los primeros informes algún
indicio que me permitiera re-posicionar a Dina en pos de asentar la
denuncia. Me encontré con el informe de una Psicóloga que había atendido
a Dina en otra unidad sanitaria. En el informe, la Psicóloga menciona que
Dina relata su infancia en Chaco, provincia en la que nació hasta que su
padre la envió a vivir con una tía a la provincia de Buenos Aires, contando
ella con 14 años de edad. El informe refiere, además, que Dina relató que
fue abusada por su padre y sus hermanos mayores, que tuvo un hijo,
producto de esos abusos y que, después de parir, fue que la enviaron a la
casa de la tía, lejos.
19
Relato este recuerdo en tanto lo asocio a cierta capacidad intuitiva, en el marco del ejercicio profesional,
que transgrede las normatividades impuestas por el campo científico, basado en el principio de racionalidad y
objetividad. Respecto a la intuición, Bourdieu (citado por Lorente Molina: 2001), refiere que no hay intuición
que no pueda recibir una función científica cuando, controlada, sugiere hipótesis y aun contribuye al control
epistemológico de las demás operaciones. Cuando la captación intuitiva, es decir, un intuito, de la unidad
inmediatamente perceptible de una situación, de un estilo de vida o de una manera de ser, conduce a indagar
en sus relaciones significantes, propiedades y relaciones que no se presentan sino sucesivamente en el trabajo
analítico, constituye una protección contra la atomización del objeto que resulta, por ejemplo, de recurrir a
indicadores impotentes de objetivar las manifestaciones de una actitud o de un ethos sin fragmentarlas.
65
ámbito familiar. Le digo que entendía que no le creyera a su hija en este
momento, porque a ella, de niña, no la cuidaron y que no queríamos
presionarla para hacer la denuncia pero que supiera que lamentábamos lo
que había vivido en su infancia y que, quizás, esta situación que ahora le
tocaba vivir a su hija podía tener otro final, un final donde se proteja y cuide
a la niña y se sancione al agresor. La mujer rompió en llanto, le acercamos
unos pañuelitos descartables y dijo: “-¿Ustedes me van a acompañar a hacer
la denuncia?”.
20
Asimismo, es necesario aclarar que uno de los mayores desafíos que enfrenta la mayoría de los/as
investigadores/ as y profesionales que abordan este tipo de problemas radica en la capacidad y en la habilidad
para entrevistar a niñas, niños y adolescentes empleando preguntas y respuestas verbales, en una manera
efectiva y confiable (Corwin citado por Intebi, 2007).
68
El miedo del agente de Trabajo Social a visibilizar y encauzar judicialmente una
situación de maltrato infantil intra-familiar también se conecta con condiciones y rutinas de
trabajo. Este temor no responde sólo a una decisión personal sino a ciertos factores
relacionados con el acompañamiento o no que reciben, ya sea de quienes ocupan un cargo
directivo en la institución y/o de las inspectoras de la modalidad que supervisan
externamente el trabajo de los Equipos de Orientación Escolar. Al respecto, agentes de
Trabajo Social suelen referir que, ante “situaciones complicadas”, la dirección de la escuela
y/o quienes se desempeñan como inspectoras de la modalidad, instan a que se converse con
las/os referentes adultas/os identificadas/os como “presuntas/os agresoras/es” postergando,
a su vez, la denuncia de “presunción de maltrato”. Esto significa, con frecuencia,
profundizar las condiciones de vulnerabilidad de niñas y niños en tanto no se establece una
interrupción necesaria con aquellos vínculos familiares que instituyen formas de violencia.
También la percepción del agente de Trabajo Social respecto a que está sobrepasado
de demandas y problemas, refuerza la derivación de aquellas situaciones de maltrato
infantil intra-familiar, imputando la responsabilidad exclusiva de su resolución a los
Servicios Locales. Esto supone desconocer que los Servicios Locales también se encuentran
colapsados en cuanto a demandas de intervención pero, lo más significativo, es que la
lógica de la derivación instala, de modo unilateral, hasta dónde un Equipo de Orientación
Escolar debe acompañar estas situaciones.
Cuando los límites de una intervención no son consensuados entre los diferentes
agentes e instituciones involucradas, las alternativas de resolución se ven coartadas porque
quienes integran el Servicio Local se encuentran imposibilitados de contar con la escuela
como una institución que permita el vínculo con niñas y niños. Y ello porque, ante
situaciones de maltrato infantil intra-familiar, la estrategia de acercamiento a niñas y niños
por parte de los Servicios Locales suele considerar a las instituciones escolares como
espacios de encuentro, con la intención de no “alertar” a quien agrede que la situación de
violencia ha adquirido estatus público y que se están realizando acciones para revertirla. Si
no se garantiza un vínculo de continuidad entre las escuelas y los Servicios Locales, las
69
posibilidades de entrevistar a niñas y niños para conocer si existen otras/os referentes
adultas/os que puedan cuidarles se reducen.
“Yo le preguntaba a mis amigos que trabajan en educación, ¿qué trabajo hace el Trabajo Social en las
escuelas? Me dicen que hacen nada o que no pueden hacer nada o que tienen que hacer magia sin magia”
70
establecieron diversas instancias de diálogo, en las cuales se discute, explícita e
implícitamente, los modos de pensar el Trabajo Social Escolar, sus mandatos y funciones,
las formas de vincularse con las demandas y/o problemas que acontecen en ese espacio,
como así también las percepciones en relación a niñas y niños escolarizadas/os.
21
Benavente, Ana Paula, Calfinao Pazos, Fernanda y Fiorucci, Micaela (2016). “Club de Lectura y Escritura
Creativa para niños y niñas”. Informe Final de Prácticas de Formación Profesional. Cátedra Trabajo Social
IV. Facultad de Trabajo Social. Universidad Nacional de La Plata.
71
la comprensión de las indicaciones médicas”. Asimismo, estas agentes refieren que
muchas/os estudiantes viven en familia ampliada, por la dificultad de madres y padres de
responsabilizarse de su crianza. Estos enunciados alertan sobre un enfoque miserabilista
que, con frecuencia, orienta la mirada del Trabajo Social y que consiste en definir a los
sectores con los cuales se trabaja desde la carencia. Por supuesto que las carencias deben
ser identificadas como condicionantes en la vida de los sujetos pero el problema de este
enfoque consiste en reducir la vida de los sujetos nada más que a carencias y necesidades
insatisfechas.
Las practicantes relatan, con angustia, las formas de trato que reciben niñas y niños
por parte de algunas docentes. Refieren situaciones donde una docente sentencia que
determinados niños “no van a avanzar” en relación a las expectativas de alfabetización, que
72
las dificultades “vienen de familia”, que “no están alfabetizados”, que son “lentos” o, bien,
que “son como bebés”22. También identificaron la prohibición y sanción en el uso de juegos
y juguetes en el espacio áulico, sobre todo en el 1° año. Las docentes suelen mencionar que
niñas y niños “se la pasan inventando cosas”, que “viven en su mundo”, que “no entienden
nada”, mientras que las practicantes aluden que niñas y niños apelan a la imaginación y la
fantasía, constantemente, y que ello favorece la participación y la expresión de deseos.
Para las practicantes fue superador pensar una intervención desde el Trabajo Social
atenta a “lo que dicen los chicos”. Asimismo, refieren que niñas y niños nunca las
reconocieron como representantes del Trabajo Social sino como “maestras”. Ocupar un
espacio de proximidad con niñas y niños escolarizadas/os, agregan, fue una experiencia que
les permitió “conocer cómo viven”, darse cuenta que son indispensables las herramientas
teórico-metodológicas para interactuar con dicha población y que les hubiera gustado
“animarse a interpelar más a las maestras en sus formas de dirigirse a los niños”, cuando
estas les tratan de forma “violenta, despectiva y burlona”. En este sentido, las practicantes
concluyen que “hay otras formas de decir las cosas a los chicos, más allá del reto”.
En el marco de una entrevista que les realicé a las practicantes, luego de finalizado
el proceso de prácticas, una de ellas refiere que “el Club de Lectura desestructura el orden
del aula y los niños pueden disponer el cuerpo de un modo que para la maestra es objeto de
22
Benavente, Ana Paula, Calfinao Pazos, Fernanda y Fiorucci, Micaela (12-10-2016). Crónica de práctica de
formación profesional.
23
Benavente, Ana Paula, Calfinao Pazos, Fernanda y Fiorucci, Micaela (12-10-2016). Crónica de práctica de
formación profesional.
73
reto”. Y otra de las practicantes agrega, respecto a su concepción de “desescolarizar la
lectura”: -“Nosotras nunca tuvimos la intención de transmitir un contenido sino que la idea
era debatir, junto a ellos, una historia”. Esta afirmación no significa que el espacio del Club
de Lectura carece de intencionalidades o que los aprendizajes no estén direccionados. Por el
contrario, las sesiones junto a niñas y niños estuvieron centradas en aportar herramientas
para que, a partir del protagonismo y la participación infantil24, emerjan sus concepciones
respecto a las instituciones, los vínculos y las posibilidades de construir un orden novedoso,
ya no basado en normas, sino en legalidades (Bleichmar: 2006). En este sentido, más que
instalar límites en busca de garantizar que un cuerpo infantil se constituya en un cuerpo
escolarizado, el espacio del Club de Lectura se sustentó en el desafío de instituir ciertas
leyes, junto a niñas y niños, que favorezcan el trabajo mancomunado, la polémica y el
disenso respecto a ciertos modos de pensar las relaciones entre las personas y la
apropiación de herramientas que sostengan la capacidad de escucha entre pares.
Desde las practicantes se apostó por una posición adulta basada, no sólo en la
autoridad, sino en la autorización. Esta perspectiva de relación junto a niñas y niños
descompone la estructura pedagógica unidireccional, a partir de la cual se interpela
constantemente a las/os estudiantes, habilitando que las/os estudiantes también interpelen a
las agentes escolares a su cargo. En este sentido, cuando uno se corre un poco de ese lugar
que fija a niñas y niños y les empieza a hablar más para escuchar lo que tienen para decir
que para pedirles puntualmente que respondan algo en particular, empiezan a surgir cosas
inesperadas, incalculables para lo que ese intercambio en principio podía esperar
(Duschatzky: 2008). La intervención que proponen las practicantes no se erige en base a la
identificación de problemas sino a las dificultades para constituir, junto a otras/os, vínculos
que, en primer lugar, valoren la dimensión afectiva y, en segundo lugar, permitan producir
enunciados que, hasta el momento, no habían sido posibles o visibilizados por las/os
adultas/os en su condición de agentes escolares. El paso como coordinadoras del Club de
24
Alfageme Anavitarte, Cantos Vicent y Martínez Muñoz (2003), prefieren trocar la idea de participación a
secas por la participación protagónica, esto es, la que identifica al propio niño como actor y no como mero
ejecutor o consentidor de algo.
74
Lectura les permitió reflexionar sobre sus concepciones respecto a la educación y a la
noción de autoridad. Al respecto, una de las practicantes enuncia:
“Me pasó que venía con Freire, la idea de emancipación, todo muy
abstracto. Eso de trabajar desde lo colectivo, la construcción la
horizontalidad. Después empezamos a pensar que tiene que haber una
autoridad responsable. Porque cuando aparece la autoridad responsable, el
otro no desaparece”.
En una ocasión, una de las maestras se quedó observando la dinámica del Club de
Lectura, en la cual las practicantes intentaban motivar a niñas y niños para que expresen
con quiénes compartían momentos felices, de diversión y juego. Dado que la mayoría de
niñas y niños participantes no mencionaban ninguna persona, la docente se acercó luego del
taller para comentarles:
25
Benavente, Ana Paula, Calfinao Pazos, Fernanda y Fiorucci, Micaela (26-10-2016). Crónica del proceso de
práctica.
75
escolarizar el encuentro con niñas y niños, visibiliza dimensiones de su existencia que antes
no eran tenidas en cuenta.
Se puede considerar que son dos los supuestos que, implícitamente, movilizaron las
prácticas educativas de las practicantes de Trabajo Social. El primer supuesto consistió en
ubicar la igualdad entre adultas y niños, no como un resultado a alcanzar, sino como
condición para aprender, puesto que quien plantea la igualdad como objetivo por alcanzar a
partir de la situación no igualitaria la aplaza de hecho al infinito (Ranciére: 2007). El
segundo supuesto exigió que las estudiantes problematizaran sus propios esquemas de
sentido común internalizados respecto a la noción de autoridad y, a partir de ello, reconocer
que la educación ha de ser conservadora, no en un sentido reaccionario, sino porque tiene
que preservar lo nuevo y revolucionario en cada niño, introducirlo como novedad en un
mundo viejo que, por muy revolucionarias que sean sus acciones, siempre es anticuado y
está cerca de la ruina desde el punto de vista de la última generación (Arendt citada por
Bárcena: 2002).
76
1.6. ¿Qué dicen las practicantes de la práctica de la Trabajadora Social
Escolar y qué dice la Trabajadora Social Escolar de las prácticas de las
practicantes?
Las practicantes refieren que no existe vínculo entre las integrantes del Equipo de
Orientación Escolar (conformado por una Trabajadora Social, una Psicóloga y una
Psicopedagoga) y el cuerpo de maestras de grado. De hecho, una docente les comenta a las
practicantes que “el perfil de la Trabajadora Social que tenemos no es acorde a esta
escuela”26, por lo cual no hay articulación entre los espacios áulicos y el espacio de
“gabinete”. En la entrevista que realicé a las practicantes, una de ellas, respecto a la
percepción en torno a la Trabajadora Social, comenta:
Los encuentros entre la Trabajadora Social del Equipo de Orientación Escolar y las
practicantes de Trabajo Social permiten identificar y reflexionar sobre el estatuto del sujeto,
niña y niño, que se materializa en las prácticas de dichas agentes. La disponibilidad de las
26
Benavente, Ana Paula, Calfinao Pazos, Fernanda y Fiorucci, Micaela (29-06-2016). Crónica del proceso de
práctica.
27
Benavente, Ana Paula, Calfinao Pazos, Fernanda y Fiorucci, Micaela (22-06-2016). Crónica del proceso de
práctica.
77
practicantes para con las niñas y niños favorece que las/os últimas/os establezcan nexos
entre las practicantes y las docentes del curso. Niñas y niños comunican la experiencia del
Club de Lectura a las docentes: relatan los cuentos que compartieron, las conversaciones
que acontecieron y cómo se sintieron. A partir de ello, algunas docentes amplían el
conocimiento que tienen de las vidas de las/os estudiantes a su cargo, a la vez que valoran
las intervenciones de las practicantes28. En contrapartida, el vínculo entre la Trabajadora
Social y las docentes carece de mediaciones que permitan un trabajo cooperativo en pos de
un compromiso con la educación y el cuidado de niñas y niños.
"No entiendo, ¿por qué ustedes hacen esto? (refiriéndose a los Clubes de
Lectura). El Trabajo Social no alfabetiza. El Trabajo Social tiene un rol y una
función. Nosotros accedemos a la información de la vida cotidiana de los
niños y su familia cuando tenemos contacto o entrevista con los padres,
siempre se conoce la historia de la familia de los chicos. Ustedes deberían
estar acá conociendo cómo es este trabajo, lo que ustedes proponen no es
real, es una práctica ideal, no existe en las escuelas, no hay tiempo para leer
un cuento a los chicos, hay otras demandas que sobrepasan a cualquier
equipo. Voy a mostrarles qué es lo que se nos indica hacer, porque hay una
guía detallada, paso por paso, para que sepas cómo dirigirte y qué paso se
llevará a cabo en las diferentes situaciones que se pueden presentar en
cualquier institución: dónde te saltas un paso, te hacen un sumario29. En esta
28
Nota que escribió una docente a las practicantes luego de finalizar el ciclo lectivo: “Bueno colegas, ante
todo agradecerles todo este tiempo compartido con los niños, enmarcado dentro de un proyecto maravilloso,
con lo que creo esencial para ellos: la lectura por placer y disfrute. Cuando me preguntaban si tenían taller,
cuando contaban lo que habían leído, o mostraban sus libritos daban cuenta que ese espacio era especial y
esperado; gracias por el amor, el tiempo y dedicación para escucharlos, mimarlos y enseñarles a conocerse y
expresarse (…)” (firma señorita Sabrina, 4° año).
29
Es relevante este comentario de la Trabajadora Social, en tanto explicita la noción de “responsabilidad
civil” que prescribe las prácticas de las agentes escolares adultas. Al respecto, Huergo y Martínez (2016),
refieren que la pasión por la responsabilidad civil es la expresión de hasta qué punto se han judicializado las
relaciones escolares; del modo en que las prácticas públicas adoptan la estética propia de la seguridad pública.
La securitización de la sociedad –anglicismo procedente de la semántica financiera- describe un tipo de lazo
social basado en el miedo al otro, un miedo colectivo generalizado. Como postula Esteban Rodríguez Alzueta,
es el pasaje del medio ambiente al miedo ambiente. En este clima de sospecha generalizada, los agentes
escolares se protegen del poder destructor de la productiva y creciente industria del juicio. Cuando los
docentes y equipos de conducción se sienten desprotegidos y amenazados habitan la institución priorizando la
78
profesión no podés hacerte el que no viste o que no se te cruce no haber
elevado denuncia, por ejemplo, en un presunto abuso sexual, no podes
trabajar en escuelas y no saber este instructivo”30.
perspectiva jurídica. Desde ese estado de cosas, se toma con frecuencia la vía rápida de la salvaguarda de la
privacidad. Un gesto con efectos de profunda despolitización de las relaciones institucionales y en el que la
escuela queda pertrechada entre sus muros, muy atenta a controlar el derrame amenazante del afuera y
deslindando posibles culpas en el adentro. Incluso, en pequeñas situaciones, se abandona el sentido común en
nombre de una judicialización posible de los acontecimientos.
30
Benavente, Ana paula, Calfinao Pazos, Fernanda y Fiorucci, Micaela (21-09-2016). Crónica del proceso de
práctica.
79
institucionalización de nuevas posibilidades de la profesión Trabajo Social en relación al
uso del tiempo y del espacio escolar, por ejemplo.
80
Mientras la Trabajadora Social se inserta en el espacio áulico a partir de un
dispositivo que produce artificialidad, porque se sustenta en la prescripción de formas de
actuar en el espacio escolar, las practicantes se inscriben en el espacio donde acontecen las
prácticas concretas de niñas y niños. Al respecto, en una instancia áulica las practicantes
socializaron su experiencia, apuntando en detalle una situación en la cual habían sido
interpeladas por una conversación entre un grupo de niñas del 4° año. En dicha situación,
una niña menciona que viene de una provincia del interior del país y cuenta que su
compañera, que se encuentra al lado, es boliviana. Una tercera niña dice: -“No digas así”.
Las practicantes, que se encontraban atentas a los intercambios, preguntan por qué “no hay
que decir así”, puesto que “si María Luz nació en Bolivia, entonces es boliviana, como una
persona que nace en Argentina es argentino, y así”. Las practicantes les comentan a las
niñas que como las personas nacemos en lugares distintos, también la música, la comida y
otras cuestiones prácticas suelen ser distintas y que eso es algo para conocer y valorar. Una
de las niñas, a partir de esta conversación, recuerda que una vez comió “anticucho” 31 en
una fiesta en el barrio y María Luz empieza a contar sobre los ingredientes y el modo de
cocción.
31
El anticucho es un tipo de brocheta de origen peruano, a base de corazón de res que se asan ensartados en
un pincho.
81
importancia de “la tolerancia” y “la no discriminación”32, que suelen encuadrar los Talleres
de Convivencia en los que se inscribe la Trabajadora Social Escolar) y, por otro lado, en
tanto enfatizan, no en la conectividad del vínculo entre culturas, sino en los efectos de
frontera de esa relación, en la productividad del vínculo.
32
Las premisas sustentadas en la “tolerancia” y el principio de “no discriminación” se corresponden con
posturas humanistas que no suelen visibilizar la trama de poder asimétrico que produce experiencias de
exclusión, marginalidad, opresión, etcétera.
33
Benavente, Ana paula, Calfinao Pazos, Fernanda y Fiorucci, Micaela (29-06-2016). Crónica del proceso de
práctica.
34
Benavente, Ana Paula, Calfinao Pazos, Fernanda y Fiorucci, Micaela (03-08-2016). Crónica del proceso de
práctica.
82
“Consideramos que las Trabajadores/as Sociales y quienes nos formamos
como tales, trabajamos o vamos a trabajar con sujetos con derechos
vulnerados; y esto nos obliga a posicionarnos ideológicamente desde un
Trabajo social comprometido, crítico y emancipador que tenga en cuenta la
complejidad. Pero también, nos obliga a desplegar diferentes estrategias para
acompañar en el acceso a esos derechos, y en este sentido, la noción de
creatividad adquiere centralidad”35
“La práctica implicó construir confianza y afecto (con niñas y niños). Los
conocimos un montón. Había una maestra que decía que los chicos eran sus
pollitos, como si fueran de su propiedad. (…) Lo que me movilizó a mí,
particularmente, fue ver cómo los hago parte de mi vida”36.
35
Benavente, Ana Paula, Calfinao Pazos, Fernanda y Fiorucci, Micaela (2016). “Club de Lectura y Escritura
Creativa para niños y niñas”. Informe Final de Prácticas de Formación Profesional. Cátedra Trabajo Social
IV. Facultad de Trabajo Social. Universidad Nacional de La Plata.
36
Benavente, Ana Paula, Calfinao Pazos, Fernanda y Fiorucci, Micaela (31-08-2016). Crónica del proceso de
práctica.
83
mando; 4. sus funciones están claramente especificadas por escrito, creando así una
especialización de tareas y una determinada esfera de competencia; y 5. el comportamiento
burocrático está sujeto a control sistemático.
Apenas entra en la vida, el niño es ya cazador. Caza los espíritus, cuya huella husmea en las cosas; entre
espíritus y cosas transcurren años en que su campo visual permanece libre de seres humanos. Le sucede
como en los sueños: nada es permanente; todo le ocurre —cree él—, acaece, le pesa.
El Club de Lectura se realizó con los grupos de 1° y 4° año, del cual participaban un
total de 18 a 20 estudiantes, cantidad que variaba los días de lluvia dado que a las/os
85
estudiantes les costaba salir de sus viviendas puesto que las calles son de tierra y dificultan
el acceso a la institución escolar. Las estudiantes, además de acercar diferentes cuentos y
géneros literarios, se centraron en propuestas de trabajo en articulación con el Programa de
Educación Sexual Integral. Esto les permitió transversalizar los contenidos del Programa
mencionado e intervenir con perspectiva de género.
86
donde no está autorizado). Asimismo, se priva a los niños de aprender a
través del juego y, por otro lado, el adulto también se priva de jugar”37.
Las practicantes también expresan que el espacio les posibilitó problematizar las
representaciones en torno a los géneros que estructuran los deseos y las posibilidades de
desplegar ese deseo. Un fragmento de la entrevista realizada a las practicantes ilustra lo
referido:
“Surgió que todos podemos jugar a todo, salvo uno o dos niños que dijeron
a las muñecas no y una niña les respondió: depende de cómo es cada uno. Y otro
niño dijo, no porque los varones no juegan con muñecas, no lloran, sino serían maricas.
37
Benavente, Ana Paula, Calfinao Pazos, Fernanda y Fiorucci, Micaela (13-07-2016). Crónica del proceso de
práctica.
87
Las niñas se reían. Les preguntamos, ¿qué es ser marica? Y el niño
respondió: -Ser como una nena, delicado, huir de una pelea”38.
“Lo que más me gustó es: las historias de vida. Lo que me gustaría es que el
año que viene, vengan de nuevo. Aunque nunca venía (a clases) pero las
38
Benavente, Ana Paula, Calfinao Pazos, Fernanda y Fiorucci, Micaela (14-09-2016). Crónica del proceso de
práctica.
88
quiero mucho señoritas, espero que el año que viene estén con nosotros”
(niña).
“Me gustó el club porque siempre llegaba a casa con una sonrisa por los
cuentos” (niño).
A partir de los diálogos entre la profesional del Trabajo Social y las practicantes es
posible enunciar que, cuando el estatuto dado por la intervención homologa objeto (léase,
“problemática”) y sujeto de intervención (léase, niña, niño), es probable que aparezcan
tipificaciones relacionadas a “niño problemático”, “niña en situación de vulnerabilidad”,
entre otras denominaciones que no necesariamente conducen a una problematización, por
parte de las agentes, de los esquemas perceptivos que moldean tanto la representación del
problema como la representación del sujeto, en su condición de niña o niño. La
indisociabilidad entre objeto y sujeto de intervención sostiene, a-críticamente, prácticas
profesionales basadas en el tutelaje y el paternalismo, como formas de expresión de la
pervivencia de la cultura de propiedad o dominación adulta hacia la infancia (Cussiánovich
Villarán: 2004). En este sentido, las prácticas de quienes representan el Trabajo Social
suelen no polemizar respecto a los límites políticos del paradigma de derechos de niñas y
niños en tanto imposibilidades de actuar, en términos de correspondencia, con los
enunciados infantiles.
90
protagónica de niñas o niños o, por el contrario, su construcción como objetos de tutela y
paternalismo.
Se observa que las intervenciones de las profesionales del Trabajo Social que
integran los Equipos de Orientación Escolar, con frecuencia, suelen invisibilizar y/o
silenciar situaciones de maltrato infantil-intrafamiliar. Si bien esto se consolida como un
rasgo tendencial en el abordaje de situaciones de maltrato infantil intra-familiar, emergen
otro tipo de intervenciones profesionales que otorgan credibilidad/legitimidad a las
narrativas de niñas, niños y adolescentes, garantizando su resguardo y protección.
Asimismo, se puso en cuestión la práctica de “gabinete” o, mejor, sus límites, en tanto
prescribe una mirada sobre niñas/os basada en la carencia, la necesidad, la falta. Esto nos
advierte sobre la potencialidad de ocupar otros espacios, como por ejemplo, el aula, en pos
de que los servicios y prestaciones de los Equipos de Orientación Escolar, como así
también los saberes y herramientas del Trabajo Social, estén a disposición de niñas y niños
para que sean acompañadas/os en el ejercicio de sus derechos.
92
Capítulo II. Modalidades de intervención del Trabajo Social en
escenarios escolares concretos.
2.1. Introducción.
Ojalá que me suelte rápido, que me suelte ahora. Me suelta y se va, me deja solo.
93
las posiciones que asumen las/os adolescentes, en tanto sujetos con capacidad de
enunciación, en el marco de dichos intercambios. En un tercer momento, se describen los
modos de quehacer profesional, atendiendo a las trayectorias formativas de las
profesionales, los vínculos que construyen con otras/os agentes (directivos, docentes,
otras/os integrantes del Equipo de Orientación Escolar), las representaciones en torno a
las/os estudiantes y sus referentes familiares y las formas de abordar las demandas y
problemas que se les presentan. Este recorrido permitirá centrarnos en los sentidos que el
agente de Trabajo Social elabora respecto a los mandatos, roles y funciones en el marco de
su desempeño como Orientadoras Sociales. A partir de la exposición y análisis de la
información obtenida en el marco del trabajo de campo, reflexionaremos sobre las
articulaciones entre Trabajo Social y Escuela, centrándonos en las prácticas internalizadas y
rutinizadas de la profesión y su incidencia en los modos de vincularse con las/os estudiantes
en el marco de situaciones mediatizadas por la resolución de conflictos que acontecen en el
cotidiano escolar.
Fueron dos las escuelas del nivel secundario a las cuales accedí para conocer los
modos de participación del Trabajo Social en los Equipos de Orientación Escolar.
94
La Escuela B se ubica en el casco urbano de la misma ciudad. A ella asisten
estudiantes provenientes del casco urbano de La Plata y también de barrios periféricos,
como San Carlos y Altos de San Lorenzo. Las/os adolescentes pertenecen a sectores
sociales medios y medios bajos, con referentes adultas/os que se desempeñan como
cuentapropistas (en la prestación de servicios) o en áreas del Estado (en calidad de
administrativas/os y docentes). A diferencia de la escuela A, en principio, se observa que
hay mejores condiciones sanitarias y de equipamiento urbano. La Escuela A limita al norte
con la autopista La Plata-Buenos Aires y al sur con la calle 119, la primera extensión
urbana del sector, lindero al Mercado de la ciudad. Forma parte de un complejo educativo,
inaugurado en 2014, junto a establecimientos del nivel inicial y primario. Hasta ese
entonces, no existía oferta de nivel inicial en la zona y la cantidad de matrícula del nivel
primario y secundario no se podía incrementar debido a limitaciones edilicias. El
establecimiento nuclea a los asentamientos El Churrasco, La Bajada, La Unión y el
Mercadito.
La Directora refiere que casi todos los que viven en el barrio son cooperativistas y
que es una zona movilizada políticamente. “Hay zonas más difíciles que otras, porque hay
zonas con muchas más carencias”, agrega. También sostiene que “la zona en la que está
anclada la escuela es una zona no querida, llena de enclaves de familias con poder que
regentean la zona. Los chicos provienen de barrios muy estigmatizados, pero no todos los
chicos son malos. Otras agentes escolares mencionaron que “los estudiantes participan de
piquetes cuando falla algún servicio” y que también “presencian allanamientos en sus
viviendas” o sufren la “persecución policial”.
95
A la escuela B asisten un total de 340 estudiantes, quienes se dividen en dos turnos
de 6 divisiones. En el año 2015, la escuela dejó de compartir el edificio con una escuela
primaria y ahora cuenta con un espacio propio y, a diferencia del anterior, con la amplitud
necesaria para su funcionamiento. El espacio físico es una cuestión relevante para la
institución puesto que, del total de estudiantes, 20 de ellas/os se encuentran transitando una
experiencia escolar de “integración”. Las “integraciones” implican el trabajo en
articulación con docentes de las escuelas denominadas “especiales”, que acompañan a
las/os estudiantes y adaptan los contenidos de las asignaturas a sus posibilidades, ya que
presentan alguna diversidad funcional (reducción visual, reducción auditiva, motrices, entre
otras). Las docentes que acompañan las “integraciones” concurren algunos días y horarios,
pero no pertenecen al cuerpo docente de la secundaria.
“Puedo vivir con la preocupación de un futuro mejor. Pero también puedo remitir este futuro a otro mundo;
a un mundo en el que sólo la muerte tiene el poder de introducirme”.
99
Asimismo, pese a que el género y las sexualidades son dimensiones estructurales y
estructurantes de los vínculos escolares en general y de los vínculos entre estudiantes y
agentes de Trabajo Social, observamos que existe una vacancia en el desarrollo de
contenidos específicos sobre estas dimensiones en la formación profesional, cuyas
consecuencias se evidencian en el sostenimiento de esquemas binarios y constreñidos a
partir de los cuales se reproducen prácticas sexistas y homofóbicas en el cotidiano escolar.
El pasaje de un enfoque de derechos a una perspectiva de derechos exige que la disciplina
Trabajo Social, inserta en contextos escolares, problematice los emergentes relacionados
con el “currículum oculto” (Giroux: 1992), lo cual orienta la mirada respecto de lo que
sucede en la ejecución de los cursos, en el aula, en los recreos y en cualquier otra situación
escolar, es decir, lo que no está previsto formalmente, respecto a las interacciones entre
docentes y estudiantes tales como: formas de comunicación, mensajes subliminales
respecto a la condición femenina o masculina, uso diferenciado de los espacios, entre otras.
También se habla de “currículum obviado” (Arcos y otras: 2007), para hacer referencia a
un conjunto de situaciones que se presentan en los procesos de enseñanza-aprendizaje pero
que configuran temas no tratados, al ignorar interrogantes respecto a temas transversales,
sentimientos, necesidades, intereses, experiencias y conocimientos.
100
Siguiendo a Rómoli (2015), el Trabajo Social interviene con otras/os, cuestionando
o consolidando las representaciones sociales que las/os constituyen; esto requiere, por un
lado, apropiarse teóricamente de las identidades genéricas y ubicar como semejantes a
las/os otras/os permitiendo la elección y el tránsito de cada quien por un camino autónomo
e interrelacionado y, por otro lado, es fundamental no ignorar y revalorizar la capacidad
transformadora de las/os actores sociales. A su vez, aportar a la institución de nuevas
formas de percibir los géneros y las sexualidades requiere de una revisión, por parte de
las/os agentes escolares y del Trabajo Social, de los esquemas internalizados respecto a
estas dimensiones. Tarea de reflexión sobre el sí misma/o adulta/o, que se constituye en un
irrenunciable si la intervención profesional está comprometida con el acompañamiento de
las/os adolescentes en pos del despliegue de proyectos de vida autónomos.
No me contagien su normalidad.
Anónimo.
A partir de lo que queda evidenciado en esta escena seleccionada entre otras similares,
advertimos que la perspectiva de género que moviliza a la profesional se encuentra
supeditada a aspectos normativos, ligados a lo biológico y a lo anatómico. Presuponiendo
un sexo biológico en Bianca39, su forma de presentarse socialmente adquiere carácter
problemático, no sólo para la Trabajadora Social, sino también para el Preceptor y en un
contexto donde algunos de sus compañeros de curso refuerzan esta idea/imagen. El
imperativo de las/os adultas/os se orienta a que Bianca practique una feminidad
hegemónica, lo cual implica negar la existencia de feminidades, en plural, múltiples y
singulares.
Bianca suele ser “hablada” por los actores de la institución pero no se le ofrece un
espacio propio, para que exprese su forma de habitar las instituciones (como la familia y la
escuela). Asimismo, participando de espacios áulicos con Bianca noté que sus amigas
referían que la adolescente “es re callada”, que “no habla nada”, que hay que “sacarle las
39
Vale mencionar que, con frecuencia, a los sujetos se los presupone con una genitalidad vinculada a lo
masculino o a lo femenino, lo cual invisibiliza la existencia de personas intersexuales.
102
palabras de prepo”. Este “aspecto” de Bianca, que también era señalado por sus
Profesoras/es, me preocupaba más y no su condición de “andrógina”.
40
La Dirección de Psicología Comunitaria y Pedagogía Social publicó, en el año 2015, la Comunicación N° 6
titulada “Guía para el abordaje de la diversidad sexual e identidad de Género en las instituciones educativas
de la Provincia de Buenos Aires”. Además de protocolizar cómo acompañar a personas travestis, transexuales
y transgéneros, sean docentes o estudiantes, la Comunicación contempla un glosario en el cual se definen
términos relevantes para interpelar las concepciones sexo-genéricas basadas en el binarismo y la
heteronormatividad. Porque el prefijo “trans” merece ser abordado como problemática cuando se asocia al
odio y a la intolerancia y no porque determinados sujetos se distancian de la norma genérica.
103
de algunos temas”. Le pregunto si realizó la capacitación y me contesta que sí. Pero aclara
que “sólo trabajo educación sexual integral cuando hay una situación de embarazo
adolescente. Me encargo de que tenga los controles y chequeos médicos realizados”. A
continuación, a partir de una escena de intervención, reflexionaremos sobre los
condicionamientos profesionales que operan en el abordaje de situaciones atravesadas por
la sexualidad adolescente:
La situación narrada permite identificar las dificultades para que los Equipos de
Orientación Escolar aborden situaciones de abuso sexual que involucran a sujetos, en su
condición de “menores de edad”. La imposibilidad de que las profesionales aborden la
problemática de abuso sexual, por fuera de los términos que reducen a los involucrados en
término de víctima y victimario, conduce a criminalizar, judicializar y patologizar al
adolescente, en tanto se lo concibe como “agresor”. Asimismo, dada la complejidad de la
situación, quizás no fuera pertinente la articulación entre el Equipo de Orientación Escolar
del nivel primario, que “representa” al “niño-víctima” y el Equipo de Orientación Escolar
del nivel secundario, que “representa” al “adolescente-agresor”.
Otra cuestión a resaltar es la exigencia del Director del establecimiento del nivel
secundario de convocar al padre de Lucas. Ello es contra-producente en la búsqueda de
105
alternativas de resolución del conflicto, puesto que el mismo ha agredido verbal y
físicamente a su hijo y a su hija Lorena. Sin embargo, el padre no ha sido denunciado ante
organismos competentes y su hija continúa conviviendo junto a su agresor. Por lo que me
relató la Trabajadora Social, durante la entrevista que sostuvo con el padre, la misma lo
amenazó “con meterle una denuncia” si seguía golpeando a su hija/o, siendo esta
“advertencia” un modo de que el agresor “perfeccione” sus mecanismos de ejercicio de la
violencia, por ejemplo, evitando dejar “marcas visibles”.
106
c) Escena en la Escuela A. En una hora libre con 6° año. Turno Tarde.
Para que los diferentes espacios y tiempos escolares sean capitalizados como
instancias para promover aprendizajes diversos ligados a la sexualidad, Britzman (2001)
refiere que es importante que las/os agentes escolares adultas/os: 1. generen
disposicionessposiciones que permitan estudiar la postura de la escuela y ver cómo esa
postura puede impedir o hacer posibles los diálogos con otras/os agentes escolares y, en
particular, con las/os estudiantes; 2. analicen cómo su contenido pedagógico afecta la
curiosidad del/la estudiante y sus relaciones con las/os estudiantes; 3. se preparen para la
incertidumbre de sus exploraciones y sus relaciones con las/os estudiantes y; 4. desarrollen
su propio coraje político, en una época en que puede no ser tan popular suscitar cuestiones
sobre el cambiante conocimiento de la sexualidad.
108
En relación al respeto y al cuidado de una/o misma/o y de los demás, la Trabajadora
Social de la Escuela B, refiere que si durante un recreo ve que dos chicos se pelean y pegan,
salvo que sean muy agresivos, “espero a que pase el recreo y después los cito al gabinete”.
La dificultad de intervenir en situaciones contingentes, quizás por desconocimiento en las
formas pertinentes de involucrarse en la situación en pos de la puesta de “límites” o de
“legalidades”, hace que la profesional tenga que construir esa situación como una situación
de intervención en el espacio de “gabinete”. En este sentido, podemos identificar ciertas
dificultades para intervenir en una situación sin tener que convertirla en una “situación de
intervención”. Otra dimensión que me interesó atender en el marco de mi trabajo de campo,
se vinculó con la construcción de las masculinidades en los espacios escolares. Cuando
las/os agentes escolares referían constantemente a las condiciones de pobreza de las/os
estudiantes, incluso muchas veces sus familias eran tildadas de “planeras” por las/os
docente, a mí me preocupaba que las condiciones de desigualdad, no sólo involucran
carencias económicas sino, también, una escasa disponibilidad de recursos para pensar la
constitución de los estudiantes, en su condición de varones, por fuera de creencias y
mandatos hegemónicos.
Qué clase de lugar es éste, donde hay gente pero es invisible, o va de un lado a otro hasta el infinito, como si
tuviera la eternidad por delante…
La disponibilidad parcial de la Trabajadora Social para con Rafael, que oscila entre
la conversación cara a cara con el adolescente y la comunicación virtual, a través del
teléfono móvil, con los compañeros de “su otro trabajo”, reproduce la indiferencia adulta
hacia las condiciones de vida del estudiante. A partir de ello, la interacción entre la
profesional y el adolescente es, también, una virtualidad, en tanto aparenta ser una situación
de intervención sin que realmente se concrete una práctica profesional atenta a las tensiones
que experimenta Rafael en el propio cotidiano de su existencia.
41
Cuando la profesional de la Escuela A, narra las “agresiones” que recibió en forma de escupitajos y de
insultos, pareciera querer ubicar a las/os adolescentes en el lugar de la transgresión y la indisciplina. Quizás,
esos acontecimientos violentos, podrían haber sido una oportunidad, no sólo para establecer acuerdos, límites
y legalidades junto a las/os estudiantes, sino también para reflexionar sobre el propio posicionamiento adulto,
sobre las expectativas que las/os adolescentes tienen respecto de las/os agentes escolares y sobre las causas y
factores de esos “actos violentos” que, con frecuencia, no tienen que ver con las condiciones de pobreza que
experimentan los sujetos sino con situaciones de injustica e impunidad que estructuran su cotidiano familiar,
barrial y escolar. Sin este ejercicio reflexivo, las situaciones de violencia son imputadas como actos que
ejercen “sujetos pobres”, perdiéndose de vista la dimensión relacional del fenómeno. O, planteado a modo de
112
golpearnos o rayarnos el auto” y que “no están interesados en la educación”. Estos
comentarios fueron realizados el primer día que asistí al establecimiento en calidad de
investigador. Admito que me preocuparon un poco, pues no me considero aquello que,
social y culturalmente, se define como un “varón hecho y derecho” y pensé que ello podría
repercutir en el vínculo, en especial, con los estudiantes varones. Sin embargo, tuve la
posibilidad de interactuar con ellos y conocer que, además de otorgarme un lugar de
reconocimiento positivo, se/me plantean preguntas e interrogantes por demás interesantes.
(Mito y utopía: el origen ha pertenecido, el porvenir pertenecerá a los sujetos en quienes existe lo femenino).
interrogante: ¿qué representaciones elaboran las/os estudiantes respecto a la agente del Trabajo Social (no
sólo en su condición de profesional sino también de mujer, adulta, de clase media, entre otras), que movilizan
a algunas/os adolescentes a comportamientos que se consideran agresivos?
113
poniéndole un límite a “Roberto”. Cuando me dice que me va a matar, le
contesto haciéndome el dramático: “¿Me vas a matar? ¿A mí? Yo ya estoy
muerto, Roberto. Y no podés matar a una misma persona dos veces. Te
repito: ya estoy muerto”. “Roberto” se ríe y me abraza. Con “Roberto”
aprendí que las cosas que te dicen, en su condición de adolescentes, hay que
“tomárselas en serio”, pero sin renunciar al humor. Después del partido que
el curso de Roberto organizó durante la hora libre quisieron tomar mate,
porque la hora siguiente también era libre. Pocas/os docentes habían
asistido a clases. Roberto invita a sus compañeras que estaban en el patio a
compartir el mate. Pregunto si lo prefieren dulce o amargo. Roberto dice
que dulce; las chicas, amargo. Roberto me dice: “Amargo, entonces”,
aceptando la petición de sus compañeras. Nombro a Roberto para que
agarre el mate que le paso y me dice que no se llama Roberto. Le digo que
ese es el nombre que él me dijo, que ahora se embrome, porque, para mí,
Roberto es su nombre. Se ríe.
114
compañeras (por el mate amargo) y se expresa corporalmente a través de la danza: prácticas
asociadas, social y culturalmente, a la “condición femenina”, al ejercicio de la feminidad.
Por último, retomo la pregunta que se formula Roberto, previo al ingreso a la clase
de Prácticas del Lenguaje: “¿existían, en esa época (la Edad Media), los putos?”. Muchas
Profesoras/es y Preceptoras/es de este establecimiento, referían que las/os estudiantes
“están vacíos”, en el sentido de que “no tienen intereses”, ni son “conscientes de la
realidad” y/o que “nunca se preguntan nada”. Sin embargo, la pregunta que formula
Roberto a sus compañeras/os, y que tuve la oportunidad de registrar, se contrapone a la
percepción que tienen las/os agentes escolares adultas/os respecto de las/os adolescentes
pobres. La pregunta de Roberto, de haber sido recepcionada por un/a adulta/o que, en su
condición de agente escolar, estuviera formada/o en base a herramientas del feminismo, las
teorías de género y la educación intercultural, podría haber sido apropiada y re-situada en el
espacio áulico.
Por ello, a continuación, expongo una última escena escolar nos permite adentrarnos
en las percepciones de las estudiantes, en su condición de mujeres, respecto a las
representaciones de la masculinidad que sostienen.
42
La “práctica heterosexual” es universal, dado que la especie humana requirió, hasta determinado momento
del desarrollo de la ciencia, de la unión entre macho y hembra. Por su parte, la “cultura heterosexual” no es
universal. Vale decir que las culturas humanas no son necesariamente heterosexuales: esto significa que las
culturas humanas no siempre confieren relevancia simbólica a la pareja hombre-mujer. Entonces, se puede
decir que si bien la reproducción heterosexual es la base biológica de las sociedades humanas, la cultura
heterosexual no es más que una construcción entre otras y, en este sentido, no puede tomársela como modelo
único y universal (Tin: 2012).
116
f) Escena en la Escuela A. “Karen y sus observaciones sobre los
varones”.
Karen me dice que con los varones no se lleva bien. Mira a Roberto que
pasa caminando cerca de ella y Karen lo sigue con la mirada, desafiante. Le
pregunto a Karen si le parece que todos los varones son iguales. Me dice que
no, que algunos son feos y otros, horribles. Se queda en silencio,
organizando sus pensamientos y me dice: -“Los varones se dividen en tres
clases: feos, horribles e hijos de puta”. Por ejemplo, ese que pasa ahí, ese es
clase 2. Horrible”, me dice señalándome al adolescente. Me pide disculpas
por usar la palabra “hijo de puta”. Y amplía contándome que los varones
siempre la están molestando a ella y a su grupo de amigas: agrediéndolas
verbal y, a veces, físicamente.
El vínculo asiduo con Karen, tanto en los recreos como en el aula, me condujo a
reflexionar sobre el cuidado y la asistencia como punto de partida de la intervención del
Trabajo Social en contextos escolares. En este sentido, cuando la intervención profesional
se instituye desde una perspectiva que problematiza los roles de género, reivindica la
diversidad y acompaña el ejercicio de los derechos sexuales y reproductivos43, es posible
propiciar en el marco de la educación secundaria: a. el desarrollo de habilidades
interpersonales y cognitivas que promueven prácticas preventivas; b. posponer la iniciación
sexual y evaluar la calidad de la relación amorosa y; c. promover el desarrollo de proyectos
personales de las jóvenes, no anclados en patrones tradicionales de casamiento y
maternidad (Geldstein y Pantelides, 2003).
Santos (2007) refiere que, como parte de los principios democráticos, nadie se
extraña de la concurrencia simultánea de varones y mujeres en los distintos niveles
escolares y en sus diversas modalidades; pero que aún no se ha logrado que la escuela
aborde, como parte de su currículo, el análisis de los distintos aspectos que se encuentran
articulados en la compleja sexualidad humana. En este sentido, además de la dimensión
curricular, planteada en términos de contenidos escolares, es importante identificar y
abordar las relaciones de poder naturalizadas que tensan, según el relato de Karen, las
experiencias de las estudiantes mujeres, quienes son objeto de maltrato verbal y físico por
parte de sus propios compañeros.
43
Desde el marco de una perspectiva de género integral, la noción de dispositivo pedagógico refiere a una
amplia gama de aspectos a considerar, tales como la organización y el uso del espacio, la disposición del
mobiliario, la racionalidad en el uso del tiempo para alumnos y docentes, la organización del horario escolar,
la distribución de los cuerpos en el espacio, la organización y secuenciación de las tareas escolares, la
vestimenta apropiada para la escuela, el uso de la palabra y las formas de comunicación, los textos escolares,
la circulación de los saberes y contenidos curriculares, el reglamento escolar y las medidas de sanción, el
control de asistencia, el sistema de calificaciones, las rutinas y rituales escolares (Armella y Danfuchio:
2015).
118
Es interesante señalar que, en el discurso de Karen, hay una interpelación al
ejercicio de la masculinidad que despliegan sus compañeros varones, pero esta
interpelación pierde potencial crítico cuando cuestiona el “modo de ser varón” de su amigo
Kevin, en tanto se distancia del modelo tradicional de masculinidad. A partir de ello, es
posible señalar que una infinidad de situaciones escolares cotidianas merecen intervención
de las/os agentes escolares en general, y del Trabajo Social en particular.
Las practicantes le proponen a un niño jugar a “El Ahorcado”. El niño dibuja cuatro
líneas, evidenciando que la palabra tiene cuatro letras. La palabra empieza con “O” y
termina con “E”. Las practicantes no aciertan; tampoco logran adivinar la palabra.
“¡OÍME!”, revela el niño.
119
con esta pregunta ya que, siguiendo a Baratta, (2007), el contexto democrático de las
políticas públicas de protección de los derechos de niñas, niños y adolescentes adquiere un
sentido y una relevancia diferente, por un lado, si estas/os son o no son consideradas/os
parte integrante en las relaciones de democracia y, por el otro, según cómo sean entendidas
las relaciones entre las/os adolescentes y las/os adultas/os. Promover que las/os estudiantes
se reconozcan como ciudadanas/os en el espacio escolar implica reconocerlos como sujetos
con capacidad de participar en los asuntos públicos del cotidiano institucional. Ello rompe
con la idea de una enseñanza unidireccional, habilitando a que las/os adolescentes informen
a las/os adultos, en su condición de profesionales, respecto a demandas, intereses,
necesidades y formas singulares de ver el mundo. Estas interacciones no sólo desencadenan
procesos democráticos porque las/os estudiantes adquieren un estatus igual al de las/os
adultas/os en su capacidad para instituir legalidades sino porque, además, los vínculos
pedagógicos y las posibilidades de aprendizaje, tanto de las/os adolescentes como de las/os
agentes escolares, se complejizan y enriquecen. En contrapartida, que las/os agentes
escolares desconozcan o rechacen el estatus de ciudadanía de las/os estudiantes, consolida
prácticas autoritarias (prescriptivas y proscriptivas), que socializan a las nuevas
generaciones en la dominación y la subordinación.
Ingreso a la escuela antes que toque el primer timbre para ingresar a las
aulas. Me encuentro con las/os estudiantes de 5° año y con el Orientador
121
Educacional. Me dicen que el Profesor de Química no viene. Que recién se
enteran porque no avisó. –“Vayan al aula igual”, les dice el Orientador
Educacional. –“Vayan con Esteban”, les responde, cuando Daiana se queja
de qué van a hacer en el aula estando solos. El Orientador Educacional se
desligó del cuidado de las/os adolescentes y, además, me comprometió a mí.
De todos modos, es una oportunidad para conocerlos. Me pregunto qué voy
a hacer con las/os chicas/os. Vamos camino al aula y Milagros, sensata, me
pregunta: -“¿Qué vamos a hacer con vos?”. Ya en el aula, reparto a 4
estudiantes una hoja en blanco. Les pido colaboración: -“Vos, escribí la
palabra Nunca. Vos, la palabra Siempre. Vos escribí Pocas veces y, vos,
señalando a Leandro, vos escribí la palabra Muchas veces. Leandro me
devuelve la hoja en blanco, me dice que no quiere escribir. Le respondo que
no hay problema y le paso la hoja a Agustín, que escribe la frase solicitada en
la hoja. La Trabajadora Social, el Orientador Educacional y el Preceptor del
turno tarde me informaron que Leandro “es un pibe muy callado”, que
“parece mudo”, que “no habla nunca”. De ser así, que Leandro me haya
dicho que no quería escribir, me parecía algo a celebrar puesto que podía
expresar lo que no quería. Les pido que peguen los carteles, con una cinta
que les cedí, uno en cada esquina del aula. Mientras, yo, corría los bancos y
las mesas a los costados. Tamara me dice que le da miedo. –“¿Qué te da
miedo? –“Todo este movimiento”, me responde. Le cuento las reglas del
juego de “Las 4 esquinas”. Quien coordina va mencionando afirmaciones y
quienes participan deben responder a cada afirmación, acercándose a las 4
opciones disponibles: “Siempre”, “Nunca”, “Pocas veces” o “Muchas
veces”. Algunas de las afirmaciones fueron: 1. Duermo toda la noche; 2. En
la escuela hablamos sobre sexualidad; 3. Puedo decir lo que pienso y siento;
4. Me sentí discriminada/o por ser varón o por ser mujer; entre otras.
Leandro, que al principio dijo que no quería participar, a lo cual le respondí
que nadie estaba obligado, al ver que sus compañeras/os están
concentradas/os en el juego y divirtiéndose con las afirmaciones, se levanta
del banco y participa. Al final del juego, les comento la intención del mismo
y hablamos de cómo se sintieron jugando. Dicen que “estuvo divertido”,
“que es raro estar jugando en la clase”, una de las chicas le dice a Agustín
que no podía creer que no quisiera formar una familia, a raíz de una de las
afirmaciones que hacía referencia a si se imaginaban formando su propia
familia y Agustín respondió acercándose a la opción “Nunca”. Agustín le
respondió a su compañera que él no piensa casarse ni tener hijos. Luego
retomamos la afirmación relacionada a si se sintieron discriminadas/os
alguna vez por ser varón o mujer. Como registré que nadie se había
posicionado en la opción “Nunca”, les pregunté si ellas/os, alguna vez,
sintieron que discriminaban a alguien. Todas/os respondieron que sí. –“A
los travestis”, me dice Milagros y Daiana dice que ella se ríe “de un puto que
vive en el barrio”. Aprovecho la oportunidad para contarles qué significa
“identidad de género” y “orientación sexual”. En medio de mis comentarios,
Leandro levanta la mano y nos cuenta: “Yo tengo dos primos gays y en mi
familia está todo bien con ellos. Los quiero”.
122
A partir de esta escena me interesa señalar la posibilidad de que una “hora libre” se
constituya en un tiempo para el aprendizaje, en el marco de estrategias de intervención que,
des-centradas de los contenidos escolares, ofrezca herramientas para favorecer el diálogo
junto a las/os adolescentes. En el establecimiento escolar de referencia, las “horas libres”
son, también, “horas libres de adultas/os”. De hecho, el Orientador Escolar se desliga de la
demanda de la adolescente cuando refiere que en el aula van a estar solos.
Según Segado Sánchez y Acebes (2012), es posible situar prácticas novedosas desde
la profesión Trabajo Social a partir de instituir, en el marco de las intervenciones, una
educación marcadamente interactiva y centrada en la relación bidireccional de respeto y
confianza, diálogo e igualdad junto a las/os adolescentes. Desde este encuadre, la educación
deja de sostenerse sobre un principio de desigualdad (entre docente y estudiantes, entre
adultas/os y adolescentes), para reivindicar alianzas entre sujetos en pos de aprendizajes
significativos que promuevan el ejercicio de derechos.
Samuel Beckett.
44
Siguiendo a Epele (2007), la lógica de la sospecha tiene propiedades particulares. En primer lugar, supone
un desdoblamiento de la realidad entre lo aparente y lo oculto. Este desdoblamiento implica un
posicionamiento por el cuál lo que se ofrece a la mirada no es lo que parece, el significado aparente de los
mensajes no expresa el sentido, la intención y el objetivo real de lo que se comunica, y las diferencias
aparentes entre personas e instituciones esconden una identidad o semejanza oculta. A su vez, esta lógica
incluye un conjunto complejo y variado de prácticas simbólicas: la desconfianza, la duda, la sospecha, el
deslizamiento y la inversión del significado en la lectura de los mensajes, y la producción de elaboraciones y
teorías sobre los orígenes de los malestares, enfermedad y muertes. Es decir, esta lógica supone
procedimientos, inferencias, asociaciones y vínculos que no están legitimados desde la lógica normativa
(sostenida desde el principio de la identidad y no contradicción), y que por esta razón, son considerados
erróneos, forzados y distorsionados, lo que promueve la desautorización de las narrativas y de los actores que
los enuncian. Por último, esta lógica integra también posiciones (rechazo, distancia, ocultamiento) y actitudes
(sometimiento, hostilidad, etcétera).
125
condiciones materiales de existencia y a factores inconscientes que configuran
determinadas prácticas.
“Tuve enfermedades que volverán a venir. Vi expresiones en las caras que me hicieron decidir. Tuve amigos
con sus padres que pegaban con el cinto. Los hubiera asesinado si siguiera mi instinto”.
126
madurativo”, motivo por el cual recibe acompañamiento de una maestra de
la escuela 500 para concretar las tareas. En la conversación con la
Trabajadora Social, Malena refiere que se cruzó con Irene en el baño y su
compañera le dijo que se acomode la remera “porque se le veía toda la
panza”. Ese comentario pareció ofender a Malena, quien le propinó una
patada a Irene cuando sonó el segundo timbre para ingresar a las aulas. La
Trabajadora Social le dice a Malena que también hablará con Irene y que,
por favor, evite resolver “las cosas pegando, porque no queda bien que una
señorita se maneje así”. Irene, una vez en el “gabinete”, le cuenta a la
Trabajadora Social que no fue su intención molestar a Malena sino
solamente “decirle que se baje la remera porque tenía la panza al aire”. La
profesional le consulta si antes había tenido algún inconveniente con
Malena, a lo que responde que no, “que no son amigas” y que tampoco se
tratan “como compañeras”. La Trabajadora Social le pide a Irene que vuelva
a clases. Pasados unos días, Irene vuelve a acercarse al Equipo de
Orientación Escolar. La recibe la Trabajadora Social, quien la recuerda. –
“¿Otra vez problemas con Malena?, pregunta la profesional. La adolescente
responde que no, que necesita hablar porque su amiga “Lorena está
faltando”. La adolescente le informa que vio golpes que el padre de Lorena
le infligió en el brazo. La Trabajadora Social le pregunta a la estudiante qué
más sabe. Irene responde: -“Cuando me mostró el brazo, le dije que no era
necesario. Me parecía que le podía dar vergüenza contar lo que le pasó. Pero
yo le pedí permiso para contarlo en la escuela y ella me dijo que sí, que lo
cuente”.
Asimismo, Irene vuelve a hablar, acude una segunda vez al “gabinete”, por su
propia cuenta, para relatar que otra compañera es víctima de maltrato intra-familiar y que se
encuentra en condiciones de vulnerabilidad. Irene no necesita el detalle morboso de los
golpes que recibe su amiga. Le alcanza con saber que su amiga está mal en la vivienda que
comparte con su padre, su madrastra y el hijo de esta última.
128
También hay ocasiones en las cuales practicamos la profesión sin poder cuestionar
las normas y mandatos, implícitos y explícitos, que condicionan nuestra posibilidad de
mirar las situaciones que se nos presentan y de escuchar a las/os adolescentes. A
continuación, se despliega una escena de intervención, también en la Escuela B, con la
intención de reflexionar respecto a los factores que inciden en nuestras capacidades adultas
de acompañar o no los interrogantes de las/os adolescentes.
Late at night he’ll come to me/And he’ll tell me I’m alone/Don’t you think I don’t already know?
“Where can I go?”. Laura Marling.
133
pasa lo mismo. –“¿Si me aburro? No, por el momento no. Hace poquito que
vengo”, le respondo. Coincidimos en otras oportunidades con Agustín fuera
de la escuela y caminamos juntos. Siempre me preguntaba cómo estaba y
qué música estaba escuchando. Me saludaba con un –“Hola Profesor”,
aunque le aclaré que no era Profesor pero que estaba bien si así le gustaba
llamarme. Pero que podía decirme Esteban. Agustín, cuando me cruza en los
recreos junto a sus amigos, se comporta distinto que cuando nos cruzamos
por fuera de la escuela. –“Hola narigón”, suele saludarme adentro del
establecimiento. Le recuerdo que me llamo Esteban y también le digo, en
tono amable, que conozco muy bien las dimensiones de mi nariz. Que no
necesita recordármelo todo el tiempo. Se ríe.
El vínculo con Agustín, a partir de las situaciones narradas, comienza con una
postura hostil por parte del adolescente hacia mi persona. Esta actitud de hostilidad no la
asumo como una “cuestión personal”. Muchas/os adolescentes dispensan esa forma de trato
a las/os agentes escolares adultas/os y, también, hacia sus compañeras/os. La hostilidad la
interpreto no necesariamente como un acto agresivo hacia un “otro”, sino como aquello que
permite delimitar y defender “el propio espacio”, en adolescentes que transitan su cotidiano
en contextos de exclusión y marginación. En este sentido, si el/la adulto/a responde
sancionando o normando la hostilidad del/la estudiante, es posible que se profundice la
conflictividad.
A lo largo de las interacciones con Agustín, prioricé las dos condiciones que, para
Di Leo (2009), permiten la constitución de relaciones de confianza entre adultas/os y
jóvenes. Por un lado, la disposición para escucharlos y, por otro lado, la importancia de que
las/os estudiantes se sientan tratadas/os como sujetos y no como meros objetos de
135
Directivos y Profesoras/es. Como consecuencia de sucesivos encuentros a partir de los
cuales busqué construir confianza con Agustín, se produce una situación donde el
adolescente se posiciona como “mediador” entre un compañero que se dirige de modo
agresivo/hostil hacia mí, interviniendo en la situación, expresando sus percepciones
respecto a mi condición de adulto.
Yo simplemente siento
con la imaginación.
No uso el corazón.
“Esto”. Fernando Pessoa.
La Profesora convierte una clase donde se lee Literatura en una instancia para
transmitir, desde sus configuraciones ideológicas, un mensaje único y unívoco que, además,
estigmatiza a sus propios estudiantes. El contenido moralizante del discurso de la Profesora
se construye sobre ciertos presupuestos en relación a la edad, la generación y la clase social
de sus estudiantes. En este sentido, la subjetividad se produce en instituciones que encierran
una población homogénea y producen el tipo de subjetividad pertinente para ese segmento
social (Corea y Lewkowicz: 2004). A partir de ello, la práctica docente perpetua el lugar de
138
las/os adolescentes pobres en la estructura social, sosteniendo imaginarios basados en el
prejuicio y la idea de que esta población es “ineducable”.
45
Esta lectura puede no ser más que un “delirio” mío o una reflexión psicoanalítica simplificada pero, por lo
menos, en ningún momento creí que la interpretación de la adolescente en torno al texto era disparatada. Sino
que, quizás, la interpretación del texto se tejía con su propia biografía. Jamás será lo mismo. De la docente de
Prácticas de Lenguaje aprendí que no es lo mismo decirle a alguien “entendiste mal” que preguntarle “por qué
piensa así”.
139
Roberto tampoco es escuchado por la Profesora, cuando éste le reprocha que
siempre “caga todo”, en tanto se adelanta a la historia y redunda en explicaciones que no
dan cabida a cómo las subjetividades adolescentes se vinculan con la historia que se lee. Al
respecto, vale decir que, cuando la literatura es “explicada”, se reduce la potencia de cada
lector/a implicada/o en la situación de lectura para hallar y/o construir diversos sentidos en
torno al texto. La autoridad docente define, en esta situación, los límites de lo pensable y de
lo imaginable en relación al texto literario A partir del registro de estas clases y, desde los
saberes específicos de la disciplina Trabajo Social, es posible argumentar sobre la
importancia de que la profesión se “inmiscuya” en los contextos áulicos, para monitorear
los vínculos que se instituyen en dichos espacios. Aportar desde las herramientas
disciplinares a la trama institucional, exige identificar y analizar las posturas docentes y no
sólo los comportamientos estudiantiles. Existen posturas docentes que denigran y violentan
a las/os estudiantes y las/os estudiantes naturalizan dichas estructuras de poder, en tanto no
cuentan con otras/os referentes que actúen como aliadas/os para señalar y denunciar dichas
asimetrías, lo cual profundiza la impunidad de las/os agentes escolares adultas/os.
46
Las directrices de la dirección se orientan a que la Trabajadora Social convoque a las/os agresoras/es para
reflexionar sobre las pautas de crianza significando esto, no sólo la exposición de la profesional, que tiene que
“enfrentarse” a personas que ejercen violencia, sino también la exposición de las/os estudiantes a contextos
familiares hostiles. Esta modalidad de abordaje de situaciones de violencia intra-familiar también suelen tener
un impacto negativo respecto a los vínculos de confianza de las/os adolescentes hacia las/os profesionales
puesto que, quienes agreden, suelen tomar represalias para con sus hijas/os por haber “hecho pública” la
problemática en cuestión.
143
establecer límites a sus pares en pos de que se respete a las/os estudiantes involucradas/os,
por ejemplo, en situaciones de “mala conducta”. Y agrega que suele suceder que un
preceptor “se la agarre con un pibe porque se portó mal en el recreo” y que, a partir de ello,
el adulto “lo tome de punto y rete al adolescente por cualquier cosa”.
Los Equipos de Orientación Escolar en el nivel secundario están integrados por un/a
Orientador/a Social que, con frecuencia, es un agente del Trabajo Social y por un/a
Orientadora Escolar que, con frecuencia, es un/a profesional de la Psicología, la
Psicopedagogía o de Ciencias de la Educación. Las Trabajadoras Sociales de la Escuela A y
B tienen como compañero a un Psicólogo varón. No logré profundizar en la incidencia del
género en la composición de los Equipos de Orientación Escolar pero las Orientadoras
Sociales de ambos establecimientos planteaban, implícita o explícitamente, ciertos
malestares respecto a los modos de actuar de sus compañeros de equipo y, ambos, son
varones.
Pese a que hay situaciones complejas que tensan la vida de las/os estudiantes,
mientras asistí a la escuela A, la práctica de “gabinete” no era una modalidad de trabajo que
imperara en el cotidiano del quehacer de la/el profesional. Fueron escasas las situaciones
donde tuve la oportunidad de presenciar una intervención de la Trabajadora Social. La
profesional tampoco participaba en situaciones áulicas, si bien refiere que su tarea a veces
implica “hacer que los chicos que están dando vueltas, ingresen al aula, a la hora de clase”.
En fin, percibí un escaso compromiso y responsabilidad con las funciones y objetivos que
la comprometían en relación a su cargo, más allá de las dificultades para consensuar con su
compañero modalidades de trabajo.
A partir de estos relatos es posible inferir que las alianzas que se tejen entre quienes
integran los Equipos de Orientación Escolar es una tarea cotidiana y que la posibilidad de
trabajo interdisciplinario depende de las posibilidades de esas alianzas. El poder contar con
alguien que acompañe, en el marco de las intervenciones, no sólo significa compartir
responsabilidades sino, además, la posibilidad de dialogar respecto a las frustraciones y
dificultades personales y profesionales. El poder dialogar con el/la compañera/o respecto a
las condiciones y condicionamientos para el trabajo contribuye a revitalizar subjetivamente
a quienes integran los Equipos de Orientación Escolar: en el sentido de conjugar
capacidades para plantearse preguntas ante las situaciones problemáticas que se les
presentan, revisar formas de posicionarse ante las/os estudiantes, sus familiares y otras/os
agentes escolares e, incluso, imaginar otras posibilidades de organizar el tiempo y los
espacios de intervención.
146
Una cuestión interesante de señalar es que, en ninguno de los relatos de las
profesionales aparece como disputa la cuestión de la interdisciplina, en el sentido de debatir
con quien se desempeña como Orientador Escolar el que existan roles y funciones
exclusivas para cada cargo. Si bien la Disposición n° 76/08 de la Dirección General de
Cultura y Educación de la provincia de Buenos Aires enuncia una serie de roles y funciones
para cada uno de los cargos que constituyen el Equipo de Orientación Escolar, no se
identificaron tensiones vinculadas a los diferentes campos disciplinares ni a las tareas que a
cada integrante le correspondía realizar en función de su cargo. Esto es interesante puesto
que permite pensar que un equipo interdisciplinario es, en primer lugar, un equipo de
trabajo y que la consolidación de sus integrantes depende más de aspectos personales que
de la división de roles y funciones en relación al cargo y de la pretensión de cada
profesional de limitar, tajantemente, cuál es su campo de saber y de intervención respecto a
otros campos.
Las demandas que las/os agentes escolares instalan a los Equipos de Orientación
Escolar se basan en expectativas respecto a la solución de problemas vinculados al
ausentismo, la mala conducta y dificultades de aprendizaje y/o de salud de las/os
estudiantes que afectan su trayectoria escolar. Generalmente, el/la adulto/a, en su condición
de agente escolar, se acerca al Equipo de Orientación Escolar, plantea la situación que le
preocupa y, posteriormente, las profesionales retiran al/la estudiante del aula para mantener
una entrevista. Esta dinámica de intervención fue registrada con énfasis en la Escuela B;
mientras que en la Escuela A no registré situaciones de docentes que se acercaran a relatar
una situación problemática. Quizás porque las condiciones de trabajo, como por ejemplo,
dictar clases en diferentes establecimientos en un mismo turno, sumado a cierto desgaste
profesional, obtura la posibilidad de vínculo entre las/os agentes.
Las profesionales de las escuelas insisten en las conversaciones respecto a que sus
intervenciones tienen un carácter “social”. Cuando a las intervenciones se les atribuye un
carácter “social”, se presupone que el Trabajo Social inserto en los Equipos de Orientación
Escolar tienen que “resolver problemas que les plantean las/os agentes escolares”. Sería
importante pensar que la intervención del Trabajo Social es, también, de carácter
147
“educativo”. Ello orientaría la práctica profesional, no sólo al abordaje de problemáticas
que las/os agentes escolares expresan en términos de demanda, sino a trabajar junto a las/os
estudiantes, en espacios alternativos al gabinete, respecto a la cuestión de los vínculos que
se instituyen entre ellas/os y entre ellas/os y las/os agentes escolares.
148
Desde lo que pude observar y registrar en relación a la presencia de la Trabajadora
Social en la escuela A, podría decirse que: 1. llega varios minutos después que suena el
timbre para que las/os estudiantes ingresen a las aulas; 2. su tarea, apenas llega, consiste en
tratar de que las/os estudiantes ingresen a las aulas; 3. luego de efectuada esa acción, que
muchas veces no funciona puesto que las/os estudiantes se resisten a ingresar al aula, la
profesional se dirige al espacio designado para el Equipo de Orientación Escolar. En ese
tiempo, se dedica a responder mensajes que le envían sus compañeras/os del otro trabajo.
Ella misma me pide disculpas cuando interrumpe nuestra conversación para atender el
celular. También utilizaba el celular cuando algún estudiante estaba en el espacio del
“gabinete”, conversando, al mismo tiempo, con el estudiante y escribiendo en el celular; y
4. dado que la Trabajadora Social pasaba mucho tiempo en el espacio de “gabinete” sin
realizar acciones vinculadas a su cargo y funciones, en varias oportunidades preferí habitar
el espacio áulico, pidiéndole permiso a las/os Profesoras/es a cargo para presenciar el
dictado de clases.
En el relato de la profesional se evidencia una dificultad para crear vínculos con
adolescentes que, aun estando escolarizadas/os, no han aprehendido hábitos y rutinas que
les permitan sostener el dictado de una clase. La Trabajadora Social se sorprende de que
haya estudiantes en la secundaria que no sepan leer, pero todo pareciera explicarse por su
condición de clase, sin otorgarle centralidad a los vínculos pedagógicos como causa del
“analfabetismo” de las/os estudiantes. Podría decirse que, en el discurso de la profesional,
opera un prejuicio hacia las clases pobres, el cual anticipa los comportamientos, actitudes,
capacidades e intereses de las/os adolescentes. Por su parte, aquellas/os adolescentes
“soñados” a los que se refiere la profesional son estudiantes que, aunque presentan
dificultades en la lecto-escritura, por ejemplo, no transgreden las normas, se adaptan a los
requerimientos de las/os agentes escolares. En fin, tal como lo expresa la profesional, “son
adolescentes que se portan bien”.
151
posicionarse en espacios áulicos, planificando situaciones de aprendizaje, bajo la modalidad
de taller.
Otro mandato que moldea la posición del Trabajo Social en las instituciones
escolares sostiene el imperativo por abordar y proponer alternativas para resolver las
condiciones materiales de existencia de las/os adolescentes. Ello se sustenta en la creencia
de que las desigualdades sociales, en general, y las desigualdades escolares/educativas, en
particular, están condicionadas por la pertenencia de clase de las/os adolescentes. Al
respecto, la posición de clase, como único indicador de desigualdad o como factor que
produce otras desigualdades, conduce a desconocer la relativa autonomía de otros clivajes,
como por ejemplo el género y la edad, en la producción de asimetrías que ubican a las/os
adolescentes en condiciones de vulnerabilidad. En este sentido, además de posicionarse
ante las condiciones materiales de existencia, planteadas en su dimensión “económica” y,
anclada en el nivel de ingreso familiar, sería interesante que la profesión incorpore un
enfoque multidimensional de la desigualdad, reconociendo que las posibilidades de las/os
adolescentes de acceder o no, en el marco de su socialización escolar, a herramientas que
promuevan un pensamiento crítico y creativo, es un indicador relevante para analizar las
injusticias que experimentan en su cotidiano.
Existe un mandato que condiciona el modo de vínculo del Trabajo Social respecto
de las/os adolescentes pero que no es exclusivo del agente profesional sino de toda la
comunidad educativa. El mandato remite a garantizar que las/os estudiantes finalicen sus
estudios secundarios, siendo la creencia que sustenta este mandato la idea del
ascenso/movilidad social y la “promesa de un futuro mejor”, asociado al esfuerzo personal
como garantía de progreso (Chaves: 2016). Al respecto, la Trabajadora Social de la Escuela
A, refiere que si “un alumno va a la Universidad, lo hacemos notar acá. Que se sepa que los
estudiantes pueden llegar a la Universidad”. Sin embargo, la mayoría de los estudiantes
varones expresa que van a ser “chorros”, “transas” o “policías” y, en el caso de las mujeres,
las mismas comentan que estudiarán, también, para “policía” o que harán “el servicio
militar”. En la Escuela B, la pertenencia socio-económica de las/os estudiantes, posibilita
que la mayoría se interese en una carrera universitaria y, además, la educación recibida en
152
el establecimiento les ha permitido aprehender hábitos y habilidades para el estudio.
Además, las/os agentes escolares, se encargan de socializar, en el último año, información
sobre las diferentes Facultades, los tiempos y requisitos para la inscripción, como así
también difundir los planes y programas que colaboran en el acceso y la permanencia al
ámbito universitario (becas para el comedor, becas de transporte, entre otras).
Si bien las/os adolescentes de sectores pobres son igual de inteligentes que el resto,
ellas/os padecen un cúmulo de desigualdades que obturan, no sólo el acceso, permanencia y
finalización de estudios terciarios o universitarios, sino también la posibilidad de imaginar
como posible insertarse en dichos niveles formativos. Lejos de naturalizar estas
desigualdades en el acceso a la educación superior, las escuelas y profesionales que
trabajan con adolescentes en condiciones de vulnerabilidad, deberían quizás enfocarse en el
presente de las/os estudiantes a su cargo, apostando a una pedagogía de la vida cotidiana,
sustentada en la transmisión de herramientas, saberes y valores que les permitan cuestionar
los lugares que socialmente se les asignan y que ellas/os asumen, a veces, como destino
infranqueable.
Asimismo, alentado por la matriz legislativa en torno a los derechos de niñas, niños
y adolescentes, se instituyó en las escuelas el mandato del derecho de esta población a ser
escuchada. Si bien el discurso normativo otorga centralidad a la palabra de las adolescentes,
la creencia que pervive se orienta, no a reconocer la igual capacidad de las/os adolescentes
respecto de las/os adultas/os de opinar sobre sus propias vidas, sino a ubicar al sujeto, en
su condición de estudiante/adolescente, como mero informante. Ello tiende a convertir la
situación de entrevista en un espacio de interrogatorio de las/os adolescentes, en detrimento
de constituir esa instancia como oportunidad para conocer las sensaciones y sentimientos
que experimentan las/os estudiantes respecto a sus experiencias familiares, escolares, entre
otras. Este mandato, si bien posiciona a las/os adolescentes como sujetos de derecho, el
agente profesional del Trabajo Social suele tener dificultades para valorar y legitimar el
discurso adolescente como un discurso igual de legítimo que el discurso de las/os
adultas/os. En este sentido, pese a que la normativa vigente en materia de derechos
reivindica el estatuto de las/os adolescentes a opinar y a ser escuchadas/os u oídas/os, resta
153
identificar y problematizar las manifestaciones de un adultocentrismo que opera
cotidianamente en las interacciones de los sujetos, sobre la base de clivajes tales como la
edad y la generación.
154
abordar cuestiones ligadas a la sexualidad, promovería la emergencia de preguntas e
inquietudes de las/os estudiantes que el agente de Trabajo Social no sabría cómo responder.
Las Trabajadoras Sociales de las escuelas etnografiadas carecen de vínculos con otras/os
agentes escolares junto a las/os cuales reflexionar sobre las dificultades personales y
profesionales que condicionan e, incluso, anulan la posibilidad de trabajo en torno a
temas/problemas ligados con los géneros y las sexualidades.
A partir de describir y analizar las prácticas profesionales del Trabajo Social, fue
posible identificar algunos mandatos y creencias que condicionan los modos de quehacer
profesional, el lugar que se les otorga a las/os adolescentes y las posibilidades profesionales
de concebir las asociaciones y disociaciones entre “lo social” y lo “escolar. Estos mandatos
y creencias operan prescribiendo los lugares a ocupar por el agente profesional y el sentido
de sus intervenciones en dichos espacio, con sus límites e imposibilidades. Estos mandatos
y creencias instituyen rutinas y prácticas que se incorporan en el quehacer cotidiano de las
Orientadoras Sociales condicionando, entre otras cuestiones, la posibilidad de dimensionar
una práctica profesional en contextos escolares por fuera del espacio de “gabinete”.
155
Capítulo III. La implementación del Programa Nacional de
Educación Sexual Integral como excusa para que el Trabajo Social
habite las aulas.
3.1. Introducción.
157
3.2. Modos de operar de las normas escolares en la implementación de
la Educación Sexual Integral.
Los seres humanos constituyen una fauna y flora extrañas. De lejos parecen insignificantes; de cerca parecen
feos y maliciosos. Más que nada necesitan estar rodeados de suficiente espacio: de espacio más que de
tiempo.
Si bien los talleres pueden ser planificados y coordinados por cualquier agente
escolar, en la Escuela B, nadie había optado por esta alternativa. La inexistencia de un
abordaje de la Educación Sexual Integral a partir de un espacio específico, condujo a
proponerles al grupo de prácticas asumir esta tarea y, al mismo tiempo, alentar una forma
de practicar el Trabajo Social en las escuelas, ya no bajo el dispositivo de “gabinete”, sino a
partir de la participación en el escenario áulico. El directivo del establecimiento y quienes
integran el Equipo de Orientación Escolar aceptaron esta propuesta.
158
las asignaturas, como a través de un espacio específico. Las posiciones de las/os agentes
escolares en relación al Programa y a los derechos allí enunciados, definen las condiciones
para que, cuestiones ligadas a los géneros y las sexualidades, sean o no incorporadas como
dimensiones a enseñar desde una perspectiva integral.
También había agentes escolares que consideraban que “la educación sexual debería
brindarse en otro ámbito”, más específicamente, en el ámbito familiar.
Por su parte, otras/os actores escolares rechazaban por completo las pautas del
Programa, tildándolo de “pornográfico”, por las imágenes y tópicos que se sugerían
trabajar con las/os estudiantes de todos los niveles educativos.
Las/os agentes escolares que rechazaban la propuesta del Programa, solían referir
que la implementación del mismo implicaba “más carga de trabajo y más
responsabilidades”. Sin embargo, la intención de dicha política pública, más que aumentar
la cantidad de trabajo y las responsabilidades de las/os trabajadoras/es, era invitar a
directivos, docentes e integrantes de los Equipos de Orientación Escolar a reflexionar sobre
lo que “ya se estaba haciendo en las escuelas”: revisar los contenidos que se enseñan en las
159
diferentes asignaturas, adaptándolos a un enfoque de género, analizar el modo de
organización de la dinámica escolar, como así también problematizar los modos de
interacción entre las/os agentes escolares y entre estas/os y las/os estudiantes.
Quienes comentaban que los tópicos e imágenes que difundía el Programa eran
“pornográficos”, me permitieron pensar que, quizás, había resistencias, reacciones y tabúes
de las/os agentes escolares para pensar el vínculo pedagógico como vínculo erótico, en
tanto las situaciones de aprendizaje en el contexto áulico, por ejemplo, están atravesadas
por sensaciones y sentimientos relacionados con el placer o el displacer de enseñar, con el
tipo de afecto que se le tiene a los grupos de estudiantes y que condiciona el encuentro
pedagógico. Las resistencias al Programa existían pero también existían agentes escolares
que explicitaban que, a partir del acercamiento a diferentes materiales, habían podido
instalar en el aula dinámicas de trabajo lúdicas, con las/os estudiantes y/o sus referentes
familiares, logrando acercarlas/os al significado de la Educación Sexual Integral. Y que,
justamente en el trabajo con las familias, las/os agentes escolares habían logrado generar
consenso sobre la importancia de incorporar la educación sexual en las escuelas desde una
perspectiva integral. Recuerdo que, en una de las capacitaciones, una directora refirió que
160
“ahora que conozco en qué consiste la Educación Sexual Integral no quiero jubilarme.
Pensaba jubilarme el año que viene, pero ahora me quiero quedar un tiempo más porque me
encanta los que se propone”47.
Por su parte, las normas y los modos de organizar el tiempo escolar y áulico,
participan estableciendo las condiciones de interacción de las/os agentes escolares y de
las/os estudiantes, en su condición de adolescentes. En este sentido, la capacidad de las/os
agentes escolares de corresponderse con el enfoque de la Educación Sexual Integral es lo
que, en gran medida, determina el lugar que se le otorga a las/os adolescentes, en tanto
destinatarias/os de sus intervenciones. Y ello porque uno de los objetivos del Programa es
que las/os agentes escolares se constituyan en referentes adultas/os, en el marco de
47
Estas posiciones y comentarios de las/os agentes escolares nos comprometían a problematizar, en un marco
de respeto, sobre sus representaciones en torno a los géneros y las sexualidades, como así también sobre los
relatos que las profesionales efectuaban respecto a sus prácticas. Como capacitador, la apuesta se orientaba a
que las/os diferentes participantes pudieran dimensionar las posibilidades que brindaba el Programa, en
términos de acceso a herramientas operativas, para procesar acontecimientos conflictivos en el escenario
escolar.
161
prácticas de cuidado, transmitan saberes y herramientas que permitan a las/os adolescentes
cuidarse y cuidar a las/os demás.
A partir del comentario realizado por el docente y que me fue informado por la
Trabajadora Social, intenté aclarar que no se trataba de que la coordinación “hable el
mismo idioma que las/os adolescentes” o que la coordinación permita que las/os estudiantes
“digan cualquier cosa”. Por el contrario, lo que se trataba en cada taller, era respetar las
palabras que utilizan las/os adolescentes para informarnos respecto de su propio cotidiano,
de sus experiencias escolares y familiares, de su forma de referirse a sí mismos y a las/os
otras/os, etcétera. Pero siempre en el marco de una escucha atenta para reconocer cuándo
48
Una vez, un estudiante de 1° año del Turno Tarde, analizando una imagen publicitaria, utilizó la expresión
“hacerse la paja”. Inmediatamente cambió la expresión por “masturbarse”, más allá de que nadie de la
coordinación objetó la primera palabra utilizada. Esto permite vislumbrar que la escuela establece un uso del
lenguaje que transita el binomio permitido/prohibido, lenguaje autorizado y lenguaje sancionado y que las/os
estudiantes son conscientes de estas pautas. Sería importante que la escuela, progresivamente, deje de
procesar los lenguajes en términos de permitidos/prohibidos, pues esta dualidad obtura que emerjan en las
escuelas los lenguajes cotidianamente utilizados por los sujetos como posibilidad de tornar esas expresiones
de lenguaje en instancias de aprendizaje, en lugar de tornarlas objeto de sanción.
163
una palabra era empleada como forma de insultar y/o agredir a alguien o cuando algún/a
estudiante evidenciaba que utilizaba una palabra para generar incomodidad y/o sentir que
transgredía una norma. Pero siempre sin apelar “al reto” sino buscando contextualizar,
junto a las/os participantes, la pertinencia o no respecto al uso de una determinada palabra.
Sabíamos que hay personas que son maltratadas en sus familias y en otros espacios
por su orientación sexual o por su identidad de género y que eso nos parecía injusto,
dado que todas/os tenemos derecho a alguien que nos comprenda y acompañe a
sentirnos cómodas/os con lo que descubrimos que somos o queremos ser.
164
entienden a las/os adolescentes y por eso es importante que las/os compañeras/os y
amigas/os “hagan el aguante”.
Esos enunciados eran nuestra forma de intervenir ante situaciones agresivas entre
compañeras/os, en este caso, respecto a la orientación sexual, de-construyendo los
significados sociales y culturales en relación a determinadas identidades de género y formas
de expresión del deseo que, con frecuencia, son estigmatizadas. Asimismo, lejos de juzgar
la palabra “puto” como “mala palabra”, desde las herramientas aprehendidas como agentes
de Trabajo Social pudimos, junto a las practicantes, aprovechar el uso de determinadas
palabras como una instancia para el aprendizaje. Así, el sentido de la palabra “puto”, nos
permitía instituir un espacio de intercambio con las/os estudiantes en pos de visibilizar su
uso peyorativo y, a la vez, desnaturalizar la homosexualidad como “desviación” o
“problema” y situar que todas las orientaciones sexuales estaban modeladas por el deseo de
las personas y no por su voluntad.
165
En el mismo curso del docente molesto por el lenguaje utilizado durante los talleres,
sucedió la siguiente escena.
166
Por nuestra parte, como agentes de Trabajo Social y, en nuestra condición de
coordinadoras, nos sentíamos contentas de preocuparnos y abordar aquellas situaciones
donde aparecía revelado, parafraseando a Barthes (1977), el fascismo de toda lengua.
Apelando al recuerdo de las instancias de capacitación, en el marco del Programa de
Educación Sexual Integral, el relato de una Trabajadora Social nos permite continuar
problematizando sobre las consecuencias en el uso de un lenguaje sexista:
b) Escena de capacitación.
Hace poco una escuela en la que trabajo recibió una invitación del
municipio, invitando “a los estudiantes” de 6° año a una charla sobre
Educación Sexual. Yo no me enteré de esta invitación porque, de lo
contrario, hubiera cuestionado que sólo llevaran a los estudiantes varones.
Lo cierto es que cuando la docente a cargo del grupo llega con los
estudiantes al salón municipal donde se iba a dictar la charla, una de las
organizadoras le pregunta a la Directora, que también había asistido, si en el
curso no había mujeres. La Directora le dice que sí y la persona del
municipio le pregunta, entonces, por qué las chicas no vinieron. La docente,
que escuchó la conversación, se acercó para decirle que sólo asistieron con
los chicos porque en la nota se mencionaba a “los estudiantes”.
167
promueven una ideología sexista que invisibiliza a las mujeres, ubicándolas en condiciones
de vulnerabilidad e imposibilitadas de ejercer los mismos derechos que los sujetos varones.
La norma escolar se juega habilitando o inhabilitando determinadas formas del lenguaje
pero, a la vez, establece las distancias y proximidades entre agentes escolares y estudiantes,
en su condición de adultas/os y de adolescentes. En este sentido, interesa reflexionar sobre
el temor de las/os agentes escolares, incluyendo al Trabajo Social, de incorporar en el
espacio áulico reglas más móviles para estructurar el espacio y favorecer la enseñanza. No
se trata, pues, de que no haya normas y acuerdos compartidos, sino de la importancia de
que las/os agentes escolares puedan construir en situación, junto a las/os estudiantes, modos
cooperativos de habitar el escenario áulico y acordar el modo de convivencia.
Da Silva (2012), sostiene que, históricamente, han sido diversos los argumentos
presentados para justificar un acentuado interés en delimitar y controlar lo que se enseña
sobre sexualidad en las escuelas. Moral, higiene, epidemias, parafilias, embarazos en la
adolescencia, derechos y diversidad, pudieran ser varias de estas justificativas. Algunas de
ellas han sido predominantes en determinados momentos históricos, sin embargo, todas, de
alguna manera, matizan las prácticas actuales de educación sexual. Hacia los últimos años
del siglo XX y los primeros del actual, se consolidó en Argentina un espacio de
169
proliferación discursiva en el que la salud sexual y reproductiva y la educación sexual se
perfilaron como objetos de discusión a partir de distintas iniciativas legislativas a nivel
nacional y local (Torres: 2009).
La escena referida permite situar el imperativo por favorecer, junto a las/os agentes
escolares, instancias en las cuales puedan reflexionar sobre sí mismas/os, sobre su propia
constitución como sujetos sexuales y sobre cómo incide ello en las prácticas escolares que
despliegan cotidianamente. Los modos de socialización genérica que aprehendieron la
mayoría de las/os agentes se re-actualizan en el escenario escolar, haciendo complejo
romper con algunos enunciados de sentido común que, en la situación narrada, sostienen
mandatos cristalizados respecto a cómo debe ser un hombre auténtico y a la difusión de la
heteronorma como única forma posible de expresar nuestra orientación sexual.
49
En este sentido, de no considerar las relaciones de poder que estructuran las relaciones sexuales, la práctica
educativa orientada a la prevención y a la asunción de actitudes responsables pierde potencia.
174
sobre la incidencia de la religión en las prácticas de las/os agentes escolares, más allá de
que no se definieran como “practicantes”. Sin embargo, habiendo participado en diferentes
escenarios escolares, identifiqué que la matriz religiosa se re-actualizaba de un modo, si se
quiere laico, en las posiciones de las/os agentes escolares.
Por ejemplo, registré enunciados docentes en los cuales se refería que “hay que
encontrar/esperar a la persona indicada para la primera vez o “que el cuerpo es sagrado”,
enfatizando en que “hay que preservarlo”. La diferencia entre “preservar el cuerpo” y
“saber cuidar el cuerpo” es abismal: la primera de las premisas, se corresponde con el orden
del mandato; la segunda, con la autonomía de los sujetos y el ejercicio de derechos. Otro
tópico donde se materializaba el pensamiento religioso se relacionaba con la
anticoncepción de emergencia o “pastilla del día después”. Muchas/os docentes se resistían
a informar sobre esta herramienta para evitar la anti-concepción, puesto que la
desinformación conducía a creer que es una pastilla “abortiva”.
177
Atendiendo a las situaciones de poder asimétricas que generan violencias, con el
equipo de prácticas nos detuvimos en la importancia de introducir dinámicas para
problematizar los estereotipos y prejuicios, a la vez que transmitir conceptos y definiciones,
elaboradas en el marco de las Ciencias Sociales, en tanto herramientas para desnaturalizar
nociones y esquemas provenientes del sentido común. En este sentido, si bien las/os
adolescentes son depositarias/os de una cultura conservadora y normalizante respecto a los
géneros y las sexualidades, también se registraron posiciones críticas respecto a las normas
y pautas sociales y culturales que prescriben y moldean los modos de “ser varón” y de “ser
mujer”.
50
Chávez, H. (1994). “El señor de las uvas”, de la serie Expresión de deseos.
178
Pese a que la mayoría de los discursos de las/os adolescentes explicitaban
rechazo al sujeto fotografiado, en contrapartida, emergieron discursos
disruptivos que explicitaban posiciones más empáticas. En este sentido,
existieron “fugas discursivas” que dan cuenta de un contexto actual que,
quizás, promueve la valoración de la diversidad. Por ejemplo, un adolescente
refirió que el sujeto, que tildó de varón, quizás “se traviste para causarle
sensualidad a la mujer y pasarla mejor en el sexo”. Al respecto, una de sus
compañeras dijo: “Alan siempre le encuentra algo distinto a lo que todos
podemos pensar”. Ello es un claro indicador de la existencia de
sensibilidades, incluso masculinas, más desestructuradas en relación al
erotismo y el placer. Otra estudiante, Milena, aludiendo al código de barras
de la fotografía, refirió que “no hay códigos para ser varón o mujer”, siendo
su comentario un punto de partida para que la coordinación comente que las
identidades de género se pueden constituir por fuera de los determinismos
biológicos. Es decir, de modo sencillo, que más allá de que nos nombren
como varones o mujeres al nacer, quienes elegimos cómo queremos ser
reconocidas/os tiene que ver con lo que cada una/os siente y no con lo que
la gente espera a partir de los genitales con los que nacemos. Sin embargo, la
misma estudiante, que se considera feminista, agrega: “Igual, aunque la
179
persona de la foto quiera ser mujer, su pene siempre le va a recordar que no
lo es y que no puede serlo”. A partir de este comentario, la Profesora que
presenciaba el desarrollo de la actividad, expresa: “Tiene razón en lo que
dice. Nunca va a ser una mujer de verdad. Aunque un varón se crea mujer,
tiene pene de todos modos. Se lo puede creer el ser mujer, pero no lo va a
ser”. Mientras una de la coordinadoras retoma la conversación, me acerco a
la docente para comentarle que, en el marco de la Educación Sexual Integral,
que es lo que estamos trabajando con las/os estudiantes, está explicitado que
nuestra identidad de género no la definen nuestros genitales y que, por tal
motivo, existen mujeres con pene y varones con vulva. Le sugiero que, si va
a participar del espacio de taller, aunque sea de interviniendo “de a ratos”, se
vincule con los materiales bibliográficos editados por el Programa. Y, en un
tono amable, le señalo que el comentario que efectuó no es un comentario
pertinente, porque promueve sentimientos de rechazo y asco hacia personas
travestis, transexuales y transgéneros. La docente me respondió esbozando
una sonrisa que jamás sabré si fue de indiferencia o de incomprensión
respecto a mi comentario.
Hablando de “tener la razón”, con frecuencia, en los diferentes cursos, los varones
buscaban imponer su punto de vista. Ello, a veces, significaba interrumpir a una compañera
que estaba expresando su opinión. En una oportunidad, Marcos, refirió que “está bien que
las mujeres se hagan cargo de la casa porque somos los varones los que las mantenemos”.
Su compañera Milena, con una lucidez espontánea, le retrucó: “¿Vos le pagás a tu mamá
por hacerte la comida, lavarte la ropa, limpiarte el cuarto? Y además, nene, decís que
ustedes nos mantienen. Una mujer se puede mantener sola, sabelo”. Y sentenció: “¿Por qué
te pensás que la mujer tiene que ser esclava de la casa, eh?”. Marcos respondió: “Por que
181
sí”. Milena, intempestiva, retrucó: “¿Por qué sí? ¿Esa es tu respuesta? Te estoy pidiendo un
argumento y lo que me decís, ¡no es un argumento!”.
Por ello, a continuación, apelamos a una escena que tiene como protagonista a
Marcos, no sólo para problematizar el modo de ejercer su condición de varón, sino también
para reflexionar sobre el peso de la escolarización en el reconocimiento o no de la
dimensión afectiva, planteada en términos de sensaciones y sentimientos, como
componentes que atraviesan las situaciones de aprendizaje.
182
d) Escena de taller. 2° año. Turno Mañana.
Despentes (2016), refiere que aunque las mujeres desconozcan, no adhieran o no les
interese el feminismo, este movimiento político incidió en sus posibilidades y formas de ser
mujer. Elizalde (2015), coincide con este planteo, reconociendo que las chicas desarrollan
otras prácticas de resistencia sin tener memoria histórica del movimiento de mujeres porque
viven un clima de época que las encuentra siendo niñas y adolescentes rodeadas de leyes de
salud sexual y reproductiva, de matrimonio igualitario, de identidad de género, contra la
184
violencia hacía las mujeres: no estuvieron en las calles bregando por esos derechos, pero
gozan de ese margen de acción y libertad que permiten esas transformaciones legislativas y
culturales.
A partir de este recorrido analítico fue posible identificar que la Educación Sexual
Integral, además de permitir enseñar contenidos que tienen que ver con los géneros y las
sexualidades, también es condición de posibilidad para reflexionar críticamente sobre cómo
las representaciones de las/os agentes y de las/estudiantes, respecto a estas dimensiones,
recortan o amplían los modos de enseñar y de aprender. También, posicionarse desde este
enfoque, habilita formas de interacción distintas que ponen en cuestión las relaciones
asimétricas que instituyen el encuentro entre adultas/os y adolescentes en el espacio escolar
y áulico. Asimismo, los aportes de la Educación Sexual Integral reposicionan
subjetivamente a las/os agentes escolares para abordar/resolver conflictos que acontecen en
la institución enfatizando en las normas y sus posibilidades de flexibilización, en
detrimento de construir a las/os estudiantes como problemáticas/os o indisciplinadas/os.
“Guarida”. Coiffeur.
186
proponían. De hecho, quienes por alguna razón faltaban a alguno de los encuentros se
lamentaban por ello y preguntaban cuándo era el próximo taller “para no faltar”. Asimismo,
las/os estudiantes que al principio referían que “no les gusta tener clase”, también
comenzaron a preguntar “cuando tenían clases con los chicos de Trabajo Social” y
enunciaban que “en la hora de taller se aprende como se aprende en una hora de Historia”.
Lo que quiero enfatizar con estos comentarios es que es espacio de taller, más que ser una
“hora libre”, era percibida por las/os estudiantes como un espacio de libertad.
Hubo estudiantes que demandaron “más espacios como el taller” o “tener una hora
más de taller por semana”, ya que consideraban que “es importante hablar sobre
sexualidad”, como así también expresaron que en la escuela “se habla poco de sexualidad”
o que “gracias al taller pudimos conocernos más entre nosotros”. También remarcaron que
“lo que aprendimos en el taller nos va a servir en algún momento”, visibilizando, quizás,
que lo dialogado y aprendido en el espacio escolar podía traducirse en herramientas para la
vida. Pese a que los grupos habían sido adjetivados como “revoltosos” por parte de
directivos, integrantes del Equipo de Orientación Escolar y algunas/os docentes, en el
marco de las actividades del taller, las/os estudiantes solicitaban a sus propias/os
compañeras/os que “hagan silencio” cuando la discusión sobre algún tópico se
desorganizaba, obstaculizando la participación y la escucha. También, en una oportunidad,
un estudiante solicitó a la coordinación “si no podían traer un silbato para frenar el lío”.
Que el Equipo de Orientación Escolar está integrado por profesionales que trabajan
o tienen el deber y la responsabilidad de trabajar para ellas/os;
Que ellas/os tienen el derecho de reclamar cuando sienten que las/os agentes
escolares adultas/os no las/os escuchan o hablan del modo en que ellas/os esperan.
188
adolescentes”51. Por ello se insistió en que es un derecho de todas/os las/os adolescentes
contar con un/a adulto/a en quien confiar y que “las/os acompañe a responder las propias
preguntas”.
51
Participé del cierre de año que se organizó en la escuela B. Las/os egresadas/os del sexto año tomaron el
micrófono para agradecer a las Profesoras/es, a las/os Preceptoras/es y al Directo por haberlas/os
“acompañado todos estos años”. No me sorprendió que no se haya mencionado a quienes integran el Equipo
de Orientación Escolar, dado que el encuadre de intervención del mismo se restringe al espacio de “gabinete”,
de consultorio, individualizado e individualizante.
189
f) Escena final en la Escuela B.
193
Capítulo IV. Lineamientos que organizan el lugar del Trabajo
Social Escolar.
4.1. Introducción.
Vale mencionar que el desafío de analizar las articulaciones entre Trabajo Social y
Escuela es complejo dado que el terreno en el cual se inscribe nuestra práctica siempre es
inestable y multidimensional: porque no controlamos plenamente una situación, porque hay
194
otros sujetos, otras instituciones. En este sentido, más allá de las competencias teórico-
metodológicas y de las voluntades y compromisos ético-políticos de quienes representan al
Trabajo Social en las escuelas, existe un conjunto de prácticas incorporadas, formas de
hacer y condiciones para ese hacer, que crean y recrean invisibilidades, cegueras y
omisiones respecto a los modos de funcionamiento escolar: condicionando, a su vez, lo que
el Trabajo Social puede o podría llegar a hacer y el lugar o no lugar que se le asigna a
niñas, niños y adolescentes en el marco de sus estrategias de intervención. Asimismo, más
allá del peso de las estructuras y lógicas escolares que fijan límites y ejercen presiones en
los modos de practicar el Trabajo Social, en el marco del trabajo de indagación también se
enfatizó en el registro y análisis de apuestas interventivas que, en situaciones específicas,
re-problematizan el lugar socialmente asignado a la profesión.
Consideramos que existe al interior del colectivo profesional una forma de percibir
a las instituciones escolares de un modo único y unívoco que conduce a que las mismas
sean “vistas como” y “cuestionadas por” instituirse como un aparato ideológico de Estado
al servicio de la dominación y la domesticación. Este modo homogeneizante de comprender
la escuela contribuye a crear y recrear una significación respecto al Trabajo Social,
asignándole “roles” y “funciones” netamente conservadoras: esta percepción conduce a que
sus agentes, tanto profesionales como en formación, rechacen inscribirse en estos espacios
puesto que parece que no es posible relativizar el peso de la estructura escolar “en” y
“sobre” la práctica de quienes representan la profesión.
195
opuestos jerarquizados por quienes practican el Trabajo Social52, interesa analizar ambos
términos desde una lógica complementariedad: en tanto se considera que el diálogo entre
ambos términos de cada par no sólo permite revisitar la mirada construida respecto a la
profesión en las escuelas sino, además, explorar otros posibles respecto a los que-haceres y
como-haceres del Trabajo Social Escolar y a los modos de interactuar con las/os
estudiantes. A continuación se exponen los pares categoriales mencionados a partir de
diferentes apartados, los cuales van acompañados por un enunciado que, de modo
elocuente, registra el énfasis que las profesionales de Trabajo Social le otorgan a un
término, en detrimento del otro.
52 Las profesionales que practican el Trabajo Social Escolar suelen referir: “Yo me encargo de lo social”,
“Yo no voy al aula porque mi rol no es enseñar”, “Yo trabajo con la demanda”. En este sentido es que la
función educativa del Trabajo Social, como así también la posibilidad de cuestionar que no sólo intervenimos
en función de demandas quedan vedadas, condicionando la proposición de otras modalidades de servicio y
asistencia.
53
Según la Disposición N° 76/08, los Equipos de Orientación Escolar están conformados por los cargos de
Orientador/a Educacional, Orientador/a Social, Maestro/a Recuperador/a u Orientador/a de Aprendizaje,
Fonoaudióloga/o u Orientador/a Fonoaudiológico/a. Vale aclarar que: 1) no todas las escuelas cuentan con
dicho dispositivo de asistencia, acentuándose su ausencia en el nivel secundario; 2) dichos equipos pueden
prestar servicios en otra institución escolar, además de la escuela en la que están asentados; 3) no todos los
equipos están integrados por los cargos que se mencionan (puede haber Orientador/a Social y Orientador/a
Escolar pero no Orientador/a del Aprendizaje; 4) si bien el cargo de Orientador/a Social generalmente es
ocupado por un/a agente de Trabajo Social, en la disposición de referencia no se especifica qué
disciplinas/profesiones pueden ejercerlo.
196
poder desigual entre adultas/os y niñas/os: situaciones que son invisibilizadas/omitidas en
los informes que presentan “ante” y en los intercambios que mantienen “con” las
profesionales insertas en el equipo especializado en atención de la niñez.
Asimismo, detrás del atuendo escolar, anidan las potencias de niñas, niños y
adolescentes que no son sólo capaces de cuestionar un orden, de resistirse, sino de
participar en su construcción. Esto se evidencia en las escenas donde niñas y niños acceden
al Servicio Local, a través de la derivación de los Equipos de Orientación Escolar. En este
tránsito institucional, de la escuela al Servicio Local, operan ciertas coordenadas que
permiten al/la estudiante devenir niña, niño y adolescente. También observamos que,
habitualmente, las prácticas de estos grupos son interpretadas desde los saberes
disciplinares y desde los estilos personales de las/os agentes profesionales. Por ello, el
riesgo de la interpretación es hacer caer los enunciados y prácticas de niñas, niños y
adolescentes en la malla de significados que portan las/os adultas/os. Ello supone un
obstáculo para que las/os agentes escolares puedan reivindicar como legítimo el punto de
vista de las/os estudiantes puesto que todo lo que no encuadre en la perspectiva de las/os
adultas/os será aprehendido como irracionalidad, fantasía (ligada a la idea de que “los
chicos suelen mentir”), transgresión, indisciplina, falta de adecuación a las normas.
Por otro lado, el horizonte de protección y cuidado que despliegan las agentes que
no son cómplices de las/os sujetos que ejercen maltrato hacia sus hijas/os, educan a la niñez
a través del ejercicio de sus derechos: en tanto les acompañan en la costosa y dolorosa tarea
de visibilizar situaciones de maltrato en el ámbito doméstico, cuestionando la violencia que
ejercen personas que son sus referencias cercanas/os y por las/os cuales, en mayor o menor
medida, sienten algún afecto. También observamos que, en los informes socio-ambientales
analizados en el marco de las intervenciones de los Equipos de Orientación Escolar del
nivel primario, la información allí explicitada no incluye la palabra de niñas y niños, sino
que las profesionales trasladan a esa herramienta de intervención las apreciaciones de las
docentes de grado en base al comportamiento en el aula y el rendimiento escolar. Esta
información es absurda e innecesaria si lo que subyace como problemática es una situación
de violencia intra-familiar o, en todo caso, una consecuencia derivada de los hechos de
violencia que tensionan sus vidas.
La indisciplina de las/os estudiantes, más que una forma de ser característica de este
grupo, es el producto de situaciones sistemáticas de injusticia e impunidad que las/os
agentes escolares instituyen en las interacciones pedagógicas. A partir de ello, las/os
estudiantes son educadas/os, es decir, socializadas/os por una micro-política institucional
interesada en que adecuen sus cuerpos y subjetividades a un orden, enseñando al mismo
tiempo que su lugar es el de la sumisión a los mandatos y prescripciones de las/os
adultas/os en todos los ámbitos. El efecto pedagógico de estas prácticas, es decir, el
aprendizaje que estudiantes internalizan, es la naturalización de las relaciones de poder
asimétricas que acontecen en su propio cotidiano escolar y que implican vulneración de sus
derechos.
199
La condición de subalternidad de las/os estudiantes, en tanto niñas, niños y
adolescentes, las/os ubica en el ejercicio de dos formas de táctica: por un lado, tácticas de
adecuación al orden escolar impuesto y, por otro lado, tácticas de resistencia basadas en la
transgresión y el cuestionamiento de ese orden instituido. Asimismo, pese a que las/os
estudiantes, por sus propias trayectorias biográficas, no puedan construir un sentido en
torno a la escolarización que les permita adecuarse a las normas necesarias que posibilitan
la transmisión de contenidos, ello no significa que sean renuentes a aprender. Recorriendo
diferentes espacios y tiempos institucionales en la Escuela A, identifiqué que las/os
adolescentes se plantean interrogantes, ejercitan formas de posicionarse ante las preguntas
que se plantean a sí mismas/os o que proponen sus compañeras/os y expresan el deseo de
continuar estudiando luego de finalizado el secundario, aunque el reconocimiento de que no
cuentan con las técnicas y hábitos de estudio necesarios las/os enfrenta a la percepción de
un fracaso inevitable. En el caso de la Escuela B, por su parte, las/os estudiantes, dada la
predisposición de algunas/os docentes, del Directivo y de la Trabajadora Social, suelen
superar la condición de subalternidad, y crear agenciamientos que les posibilitan el
ejercicio de sus derechos.
Las prácticas de formación profesional, a través del Club de Lectura y del Taller de
Educación Sexual Integral, se instalaron en las escuelas como experiencias novedosas en
tanto se intenta reivindicar que la práctica del Trabajo Social es, en primera instancia, una
práctica educativa: permitiendo deconstruir una noción de la profesión inscripta en dichos
escenarios que la concibe como una práctica subsidiaria en las trayectorias escolares de
las/os estudiantes. Quizás, la percepción de que los Equipos de Orientación permanecen
invisibles en el escenario escolar o que la tarea que realizan no sea valorada dependa menos
de la idea de que sus funciones son concebidas como “subsidiarias” de los procesos
educativos y más debido al espacio constreñido que habitan en las instituciones y la escasa
participación en instancias de trabajo ligadas a la “promoción de derechos” y no sólo al
quehacer profesional basado en el abordaje de “problemáticas”.
La idea de que “no somos docentes” implica desconocer que nuestra práctica posee
un componente educativo, que es inherente a toda intervención, porque a partir de nuestras
200
acciones, mediatizadas por el abordaje y resolución de situaciones problemáticas,
socializamos a los sujetos en determinados valores, principios, modos de ser y formas de
actuar. Además, nuestra práctica como agentes de Trabajo Social exige apropiarse de
saberes y herramientas de otros campos disciplinares, por ejemplo de la Pedagogía y las
Ciencias de la Educación, y ello no significa “ser menos Trabajadora Social”. Por el
contrario, el conocimiento producido en otras disciplinas fortalece las intervenciones de la
profesión, a la vez que permite instituir prácticas educativas y espacios de aprendizaje
desde los saberes y herramientas específicas del campo disciplinar.
Referir que la tarea del agente de Trabajo Social Escolar es “educativa” no significa
asumir el acto pedagógico como condición para formar/socializar a un sujeto en función de
producirlo como “futuro trabajador” o como “ciudadano responsable”. Ambas formas
(“trabajador/a” y “ciudadana/o), son identidades y, por lo tanto, fijan, cristalizan,
estereotipan los múltiples devenires del sujeto. Sería importante dimensionar la práctica del
Trabajo Social Escolar como práctica educativa en función de un horizonte que permita a
niñas, niños y adolescentes ejercer su capacidad crítica: pues la crítica es siempre
movimiento y movilización de cuerpos que buscan alterar los modos de percepción
instituidos. Intervenir, desde la perspectiva de la Trabajadora Social, es “venir entre” un
orden dado, no para conservarlo ni para transformarlo. Sino para que asumamos
responsablemente que ese orden es precario, frágil y que, por ello, es importante que
todas/os nos posicionemos con intención de modular lo variable, lo múltiple y la frágil
consistencia de la institución que se habita. En este sentido, los dispositivos de Club de
Lectura y de Taller de Educación Sexual Integral contribuyeron a la alfabetización de niñas,
niños y adolescentes en tanto fueron espacios donde se habilitó la posibilidad de elección
(elegir participa o no, elegir qué temas/problemas abordar en relación a la sexualidad, elegir
qué leer o cómo leer).
4.3. El espacio del gabinete - El espacio del aula: “Si voy al aula, la
maestra se siente como invadida”.
Por su parte, las/os estudiantes acceden a ese espacio en tanto niñas, niños y
adolescentes “problemáticos” o “con problemas”, dejando entrever una significación del
Trabajo Social como agente de control, disciplinamiento y normalización. Esta
significación en torno al Trabajo Social Escolar moldea las demandas que se le presentan al
agente y, por lo tanto, condiciona la modalidad de su quehacer: invisibilizando otros
espacios institucionales como espacios posibles de intervención profesional y recortando,
no sólo los márgenes de acción sino, también, las posibilidades de encuentro con las/os
estudiantes. Si bien no se puede prescindir del gabinete como lugar y práctica del trabajo
social es necesario deconstruir, por un lado, la idea de que solo acceden quienes tienen
problemas o quienes son problemáticos. Por otro lado, salir del gabinete favorece la
proximidad con un grupo, potenciando lo colectivo y lo cooperativo, como así también la
posibilidad de conocer al Trabajo Social en otro encuadre. Asimismo, la posibilidad de
habitar el aula por parte del Trabajo Social no puede reducirse a la mera voluntad de las
agentes, sino que exige una postura epistemológica en relación a la Pedagogía que se
distancie una concepción unidireccional de la educación.
204
A partir de la participación en situaciones de intervención estructuradas en el
espacio del “gabinete”, pudimos observar que las/os estudiantes se limitan a responder las
preguntas que las profesionales realizan, constituyéndose esta instancia en una especie de
interrogatorio. Hay probabilidades de que el espacio de “gabinete” devenga en una
instancia de interrogatorio de niñas, niños y adolescentes si no se analizan las jerarquías y
asimetrías de poder que se instituyen en dicho dispositivo. Esto implica cuestionar el saber
profesional y el saber adulto como parámetros y verdades absolutas, reconociendo que
todos los saberes son relativos y, por lo tanto, incompletos. Este ejercicio reflexivo
posibilitaría incorporar las percepciones de las/os estudiantes a la mirada adulta y
profesional respecto de la institución, identificando los modos en que el funcionamiento
escolar y las prácticas de sus agentes inciden en las trayectorias socio-escolares y socio-
educativas de niñas, niños y adolescentes. Instituir tiempos y espacios que promuevan que
niñas, niños y adolescentes evalúen a calidad educativa y el tipo de afectos que encuadran
las interacciones con las/os agentes escolares, no sólo es una apuesta a consolidar procesos
democráticos en los espacios escolares, sino que también implica una tarea educativa por
parte de las/os adultas/os en función de construir, junto a las/os estudiantes, herramientas
que potencien la capacidad para expresar el propio punto de vista y la escucha atenta.
A través del taller de Educación Sexual Integral, las/os adolescentes aprenden que
existen otras formas de organizar el encuentro pedagógico, pudiendo realizar
comparaciones entre una clase planteada por una docente y una instancia de aprendizaje,
organizada por el grupo de prácticas. A su vez, se respetan en el tiempo y espacio de taller
todas las formas posibles de habitar ese espacio, siempre y cuando no se materialicen
agresiones hacia quienes participan en él. El efecto de este dispositivo fue positivo en
términos de habilitar a las/os estudiantes a una instancia de aprendizaje donde, en primer
lugar, se valoren y acompañen las sensaciones y sentimientos que configuran sus
encuentros con compañeras/os, docentes, profesionales del Equipo de Orientación Social,
familiares, entre otros. También se observó que el carácter de “grupo revoltoso” remitía
más al interés y predisposición de las/os estudiantes a participar y, menos, a una intención
de transgredir un orden y obstaculizar el desarrollo de determinados contenidos
considerados valiosos.
54
Teniendo en cuenta esta cuestión, a modo de “simulacro”, se les propuso al grupo de prácticas realizar un
taller en el espacio académico, destinado a sus compañeras de cursada. Ello permitió poner al grupo en
211
Las posibilidades de “salir del gabinete” como lugar y práctica del Trabajo Social
Escolar, tal como se identificó en el proceso de investigación, está condicionado por la
capacidad de interpelar los mandatos y creencias que prescriben y proscriben las
modalidades de quehacer de la profesión inscripta en los Equipos de Orientación Escolar.
Cuestionar los mandatos y creencias, tal como se mostró a lo largo de la tesis, permite
identificar nuevas potencialidades en la articulación entre Trabajo Social y escuelas y entre
Trabajo Social y niñas, niños y adolescentes. Esta problematización de mandatos y
creencias también incide en las posibilidades de habitar las aulas como espacios de
actuación del Trabajo Social.
Identificar y analizar las percepciones que las agentes profesionales tienen de los
marcos legislativos, contribuyó a articular la dimensión educativa de la práctica profesional
con la posibilidad de habitar o no el espacio áulico. En relación a ello, se observó que las
leyes suelen ser percibidas como instrumentos/herramientas para intervenir ante situaciones
problemáticas, en tanto prescriben derechos a garantizar, instituciones a las cuales convocar
o como adición de responsabilidades que, con recelo, deben incorporarse a las múltiples
actividades que ya desarrollan cotidianamente. Queda por fuera de esas
percepciones/valoraciones de los marcos normativos su dimensión transformadora en
cuanto a la capacidad de instituir, a través de las legislaciones, modos de acción novedosos,
configurando otros tiempos y espacios para la interacción con estudiantes. Por ejemplo, a
partir de convertir leyes relacionadas con la Educación Sexual Integral, tal como la Ley de
Identidad de Género, la Ley de Matrimonio Igualitario y la Ley de Violencia de Género, en
contenidos para discutir en el aula.
situación e identificar los obstáculos y facilitadores para la concreción de los objetivos que se propusieron y
ubicar fortalezas y debilidades, no sólo de la propuesta implementada, sino en relación a las capacidades para
coordinar un grupo.
212
estructuran, pero no determinan, las subjetividades de las/os estudiantes, en su condición
adolescentes. Esto se observó a partir de las dificultades de las agentes de Trabajo Social
para des-problematizar modos disidentes de las/os estudiantes de construir y expresar su
identidad de género, como así también de vivir su orientación sexual.
En lo que respecta al análisis del espacio de “gabinete”, pudimos conocer que este
dispositivo puede representar una limitación para reconocer los derechos de las/os
estudiantes en su integralidad, dado que el encuentro con ellas/os, al inaugurarse a partir de
una problemática, recorta el reconocimiento de los derechos a aquellos que son vulnerados.
A partir de ello, un conjunto de derechos de niñas, niños y adolescentes son
invisibilizadas/os. Asimismo, el abordaje exclusivo de “problemas individuales”, pospone
la institucionalización de espacios grupales para promover intercambios que habiliten a
las/os estudiantes a expresar su punto de vista y se apropien de herramientas que
contribuyan a desarrollar una escucha atenta y respetuosa de las diferentes opiniones. Esta
posibilidad alienta, también, el reconocimiento de que el Trabajo Social puede desplegar
una práctica alfabetizadora en dichos escenarios. Sin embargo, con frecuencia, la
alfabetización se reduce a desempeño escolar, como conjunto de habilidades que se
incorporan o no para leer y escribir, en detrimento de reconocer que la alfabetización es un
proceso más amplio a partir del cual los sujetos accedemos a un lugar en una estructura de
relaciones que condiciona la posibilidad de conocer nuestros derechos y su ejercicio.
4.4. La oferta-La demanda: “Ni un mate pudimos tomar con todas las
demandas que cayeron”.
214
Pese al cuestionamiento del modelo de intervención clínico-terapéutico-individual
que caracterizó el accionar del Trabajo Social Escolar a lo largo del tiempo y, pese a que la
formación de estas/os profesionales suele ser de carácter progresista (ligada a
reconocimiento integral de los derechos de las personas), hemos dado cuenta de que el
“gabinete” se sostiene como espacio y práctica de la profesión, a partir de
demandas/problemas que se le presentan. Este hallazgo se sostiene en que, pese a una serie
de cambios (normativos, de política pública, entre otros), que habilitan que el Trabajo
Social Escolar se inscriba en otros tiempos y realice otros tipos de prácticas, persiste la idea
generalizada de que el “gabinete” es el “espacio” para el ejercicio profesional. Asimismo,
si bien el Trabajo Social es “ubicado” en dicho espacio, por las docentes, el Directivo e,
incluso, por sus mismas/os compañeras/os de equipo, el Trabajo Social “se queda ahí”. Con
esto queremos decir que, no es que el Trabajo Social padece el espacio de “gabinete” sino
que este “lugar” está negociado por diferentes actores y, además, hay cierta comodidad
profesional al respecto.
215
espacios áulicos, favoreciendo una presencia del Trabajo Social como agente aliado de
niñas, niños y adolescentes.
el primero remite al hecho de que, cuando los problemas son planteados en términos
de necesidad y de carencia, lo invocado es, finalmente, una instancia que se supone juez de
la naturaleza de esas necesidades, de su repartición, y de la medida de su satisfacción
(Deleuze: 2005): a partir de ello, las/os profesionales integrantes de los Equipos de
Orientación Escolar asumen una tarea preventiva, rehabilitadora, normalizadora donde la
diversidad, lejos de ofrecer posibilidad de creación y participación social, es percibida
como un mecanismo desintegrador (Matus: 2005).
promover el pasaje del “caso” a la “situación”: Karsz (2009) refiere que hay
intervención sobre un caso por el que el/la profesional se interesa, pero hay intervención en
una situación en la que dicho/a profesional está comprometido/a. Si la hegemonía en la
capacidad para plantear demandas a los Equipos de Orientación Escolar es, con frecuencia,
patrimonio monopolizado por las/os adultos, lo que se recrea en esa instancia de solicitud
de intervención no siempre es la problemática del sujeto que se construye en esa
interlocución (por ejemplo entre un/a docente y quienes integran el Equipo de Orientación
Escolar). La lógica de la demanda está asociada al planteamiento de un “caso”, puesto que
se le imputa a una persona formas de padecimiento objetivo y/o subjetivo que no puede
resolver por su cuenta. En este proceso y, para la cuestión que nos ocupa, niñas, niños y
adolescentes son equiparadas/os a “problemas” y se les resta poder en su capacidad para
enunciar el propio punto de vista respecto a la situación que atraviesa y su capacidad de
agencia para proponer alternativas de resolución. La lógica de la oferta procede de un modo
inverso. Primero, porque supone un ejercicio previo de promoción y difusión de sus
prestaciones y servicios, incluyendo su disponibilidad para con niñas, niños y adolescentes.
Segundo, porque es necesario, para ayudar a niñas, niños y adolescentes, involucrarlas/os
en instancias donde sus problemas sean separados de sus identidades (White citado por
Ituarte Tellaeche: 2011). Construir una “situación” de intervención en contextos escolares
está indefectiblemente asociada a la incorporación de niñas, niños y adolescentes en dichos
procesos. No para “domesticarlas/os” en base a valores y principios que, de antemano, se
219
suponen legítimos sino para concretar una operación a partir de la cual niñas, niños y
adolescentes puedan representarse a las/os adultas/os como aliadas/os.
55
La idea de “recorte” refiere a la búsqueda de la especificidad disciplinar en función del cargo que se ejerce.
Frases tales como: “Eso no lo corresponde al Trabajo Social” o “Esto lo tendría que hacer la Orientadora
Educacional”, son frases cotidianas en las instituciones escolares a partir de las cuales se objetivan disputas
entre los agentes respecto a la definición de sus competencias, roles, funciones, etcétera.
220
sentidos que connotarán tales derechos (Pupavac citada por Barna: 2013). Todos los
Equipos de Orientación Escolar integran la trama institucional pero no se puede decir que
todos ellos intervienen en la misma. Del mismo modo, no puede afirmarse que el enfoque
de derechos en torno a las infancias y las adolescencias que asume el sistema escolar se
traduce, en el cotidiano de las instituciones, en prácticas con perspectiva de derechos para
con niñas, niñas y adolescentes. La intención de analizar/verificar si una normativa se
cumple o no en la práctica, en el caso particular que nos ocupa, de los Equipos de
Orientación Escolar, no sólo impide reflexionar sobre la distancia entre la efectivización
legal y la producción de justicia (o de lo que es justo), sino que conduce a una visión
sacralizada de dicha normativa (Barna: 2012).
56
De hecho la palabra intervención proviene del término latino ‘intervenio’, que puede ser traducido como
‘venir entre’ o ‘interponerse’ (Carballeda: 2009).
221
La intervención de los Equipos de Orientación Escolar se corresponde con una
política de cuidado, no porque “soluciona” situaciones conflictivas de niñas, niños y
adolescentes, sino porque juega con los acontecimientos haciendo de ellos “ocasiones” (De
Certeau: 1999) para inventar el derecho, en lugar de reclamar su falta (Deleuze citado por
Larrauri: 2000). , Hemos dado cuenta de que los Equipo de Orientación Escolar
intervienen, con frecuencia, sobre cuestiones ligadas a la sexualidad, acompañando a una
estudiante que cursa un embarazo: las/os profesionales orientan la realización de estudios
médicos, definen junto a otros actores un “régimen especial de cursada” para la
adolescente, indagan en sus herramientas subjetivas para atravesar dicha circunstancia,
etcétera. Sin embargo, no siempre se cuestionan respecto a por qué, aspectos vinculados a
la sexualidad, son abordados sólo ante problemáticas referidas como “embarazo
adolescente” o “maternidad/paternidad precoz”. Asimismo, un/a estudiante puede ser
“extraído/a” del aula para reflexionar con las/os profesionales del Equipo de Orientación
Escolar en torno a su relación conflictiva con docentes y pares. En el primer ejemplo, la
dimensión sexual es abordada ante fenómenos particulares y no como un elemento
constituyente y dinámico en la vida de niñas, niños y adolescentes a abordarse en espacios
áulicos, coordinados por los Equipos de Orientación Escolar en el marco del Programa de
Educación Sexual Integral. En el segundo ejemplo, se interviene apartando al sujeto del
contexto donde se producen los conflictos, en lugar de que el Equipo de Orientación
Escolar se inserte en el aula para observar la dimensión relacional del mismo, en detrimento
de enfatizar el “problema de conducta” como problema individual, como identidad de un
sujeto.
Por el contrario, pudimos observar que los intentos por elucidar la lógica del sentido
de determinadas conductas y comportamientos de niñas, niños y adolescentes, fue
condición de posibilidad para acompañarlas/os, no sólo a encontrar una forma singular de
habitar la institución, sino también a visibilizar un conjunto de sensaciones y sentimientos
que nos alertan sobre posibles tensiones que estructuran las experiencias escolares y
familiares de las/os estudiantes. En los informes socio-ambientales presentados en el
Servicio Local se enfatiza en la “mala conducta” de los estudiantes y/o en el “pobre
desempeño escolar”, sin que ello sea decodificado como indicador de que determinadas
relaciones que estructuran el cotidiano familiar de niñas, niños y adolescentes implican
tensiones y padecimientos que se expresan en el espacio escolar.
También podemos pensar estas ideas desde el punto de vista infantil. En el marco
del trabajo de campo, le pregunté a algunas/os niñas/os qué significaba para ellas/os ser
niña/o. Entre las respuestas que obtuve, un niño de 6 años me dijo que no sabía qué era ser
un niño pero que estaba seguro que yo no era un niño. Una niña de 7 años, ante la misma
pregunta, me respondió que no le importa saber qué es ser una niña. Estas posiciones
infantiles permiten registrar que niñas y niños se resisten a ser definidas/os. Pero, a su vez,
las interacciones con niñas, niños y adolescentes nos advierten que la práctica del agente de
Trabajo Social, es decir, sus intervenciones, son relaciones sociales. Y, en tanto relaciones
sociales, existe un margen de indeterminación en el encuentro con las infancias y las
adolescencias que ubica a las/os agentes escolares en la intemperie: puesto que acontecen
intercambios no previstos, disruptivos, que desestabilizan los esquemas del agente de
Trabajo Social y, tal como se afirmó anteriormente, esto suele ser uno de los motivos por
los cuales las agentes profesionales son renuentes a desplegar intervenciones de carácter
áulico.
224
4.5. Propuestas.
En este último apartado, nos proponemos situar algunos aportes y propuestas que,
consideramos, pueden orientar la re-problematización respecto al que-hacer y al cómo-
hacer del Trabajo Social Escolar. Para ello, ponemos en relación tres tipos de práctica
profesional del Trabajo Social (“asistencial”, “docente”, “investigativa”), las cuales
estrcuturan los esquemas de actuación en las escuelas y que instituyen las presencias o
ausencias en el propio cotidiano de niñas, niños y adolescentes escolarizadas/os.
En tercer lugar, a lo largo del presente trabajo se insistió en que el Trabajo Social
habite las aulas, en tanto la proximidad profesional con las/os estudiantes, la presencia y la
interacción cotidiana, como así también la visibilización de la profesión en la institución, es
condición para que el Trabajo Social Escolar aprenda a vincularse con dicha población.
Paradójicamente, las agentes de Trabajo Social, con frecuencia, sostienen que les es difícil
intervenir junto a niñas, niños y adolescentes y, por ello, evitan participar de determinados
espacios. Quizás, ello se sostiene en la idea de que los aprendizajes son unidireccionales y,
225
además, sustentados en la autoridad adulta. En este sentido, es fundamental que quienes
representamos al Trabajo Social, asumamos la posición de “aprendices” y que permitamos
a niñas, niños y adolescentes a ejercer una posición de “enseñantes”.
En octavo lugar, nos interesa abonar la idea de que, en lo que respecta a la práctica
docente orientada a la formación profesional de Trabajadoras/es Sociales, en detrimento de
valorar y fortalecer los procesos de educación formal se ha enfatizado en un enfoque ligado
casi exclusivamente a la educación popular en ámbitos no formales. No es nuestra intención
desprestigiar los aportes de las corrientes latinoamericanas, sobre todo brasileras, en las
oportunidades para re-pensar los procesos de aprendizaje, el lugar del/la docente y la
227
concepción de educanda/o. Sin embargo, preocupa que estos enfoques que permean la
formación profesional conduzcan a desprestigiar la educación pública por considerarla
conservadora y retrógrada, sin considerar cómo la experiencia escolar no sólo sostiene la
desigualdad social sino que, también, permite des-naturalizarla y habilitar a niñas, niños y
adolescentes a pensarse por fuera de los determinismos de clase, de género, de edad, entre
otros.
228
Epílogo.
Entre las categorías centrales que identificamos como significativas para analizar las
funciones del Trabajo Social Escolar, la noción de “silencio pedagógico” aportó a la
problematización de los vínculos entre profesionales y estudiantes en relación a la edad,
como variable que moldea/ modula los encuentros entre agentes y sujetos, en su condición
de niñas, niños y adolescentes escolarizadas/os. A partir de ello, fue posible reivindicar la
articulación entre “saberes especializados” y “prácticas de cuidado” en pos de la
consolidación de un posicionamiento ético-político del Trabajo Social que adscriba a la
defensa de los derechos de los más vulnerables. En este sentido, la edad juega como factor
que ubica a las/os estudiantes en estructuras asimétricas de poder y, una forma concreta de
evidenciarse, es en la escasa credibilidad que las/os agentes escolares, con frecuencia, le
otorgan a los relatos y narrativas de niñas, niños y adolescentes. El “silencio pedagógico”
opera disciplinando a las infancias y las adolescencias, a partir de instituir el principio de
impunidad en relación a situaciones de maltrato y abuso que las/os estudiantes padecen en
sus ámbitos familiares y escolares.
Otra cuestión significativa que emergió del trabajo de campo realizado se asienta
sobre la comprensión de las “prácticas profesionales” del Trabajo Social como “relaciones
sociales”. En base a ello, fue posible identificar que la intervención social desplegada por
agentes de Trabajo Social, además de movilizar recursos y capacidades técnicas, políticas y
administrativas, también moviliza afectos y afecciones. Desde estas coordenadas, es
necesario atender a la dimensión afectiva de la “práctica profesional”, en tanto las
relaciones sociales están estructuradas por la afectividad y que este factor participa en la
229
construcción de proximidades y distancias, como así también de alianzas y desconexiones
entre las/os agentes escolares y las/os estudiantes.
Como cierre de la presente tesis, nos interesa reflejar qué líneas de trabajo
consideramos que se desprenden de esta tesis, con la intención de señalar qué aspectos no
fueron indagados y/o profundizados en tanto no se correspondían con los objetivos y
enfoques de esta investigación:
57
Maiztegui, Mercedes (2015). El horizonte de la visera. Malisia Editorial.
231
Escolar transitan los espacios institucionales y el lugar (o no lugar) de niñas, niños y
adolescentes en sus intervenciones.
Fragmento de “Tobogán”.
(…)
232
Lautaro pareció no darse cuenta, se rió de los chistes que hacían sus
compañeros cuando salieron los del gabinete. Fue al otro día, cuando sonó
el timbre para el recreo, que Lautaro se acercó a la profesora y le dijo que
estaba teniendo clases de apoyo y que le volviera a pasar la tarea así lo veía.
“Sabe” pensó la profesora “Sabe que lo entregué para convertirlo en
problema, sabe mejor que yo qué hacer, sabe que lo entregué, sabe.” Como
cuando en las películas identifican al asesino en una rueda de
reconocimiento. Como si ella, como testigo, no tuviera el vidrio que impide
que el sospechoso se sienta aludido. El destino del rubiecito estaba
determinado: iba a ser el rubiecito marcado por no saber. No entender ni
siquiera su estigma hasta quedarse afuera, en la punta del tobogán, para caer,
irremediablemente, solo. La puso tan triste, se sintió tan impotente, que pasó
todo el recreo en el baño de las profesoras.
233
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234
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