Las Crónicas de Indias 1
Las Crónicas de Indias 1
Las Crónicas de Indias 1
Son los que escribieron sobre materias de las Indias Occidentales, o continente
americano, a partir del descubrimiento de América. Estos escritores fueron de diversa
nacionalidad y escribieron en lenguas distintas, aunque en su mayoría lo hicieron en
español. Con el tiempo hubo también naturales de las Indias que se dedicaron a este tipo
de literatura. Se ocuparon en narrar los hechos y sucesos del descubrimiento y conquista
de las nuevas tierras, en los que intervinieron como actores, testigos o informantes de
primera fuente. Sus producciones, las crónicas de Indias, son las primeras
manifestaciones de la literatura hispanoamericana. Es decir, los cronistas de Indias
fueron los conquistadores, los soldados, los historiadores, los evangelizadores, los
naturalistas, recién llegados de Europa.
Fragmento:
Pasada la medianoche del jueves 11 de octubre, Colón vio por primera vez las tierras
americanas. En el siguiente texto, el padre Las Casas resume las primeras impresiones sobre el
paisaje y el hombre americanos, que el Almirante registró en su Diario:
“(.....) Puestos en tierra vieron árboles muy verdes y aguas muchas y frutas de diversas maneras.
El Almirante llamó a los dos capitanes y a los demás que saltaron en tierra, y a Rodrigo de
Escovedo, Escribano de toda el armada, y a Rodrigo Sánchez de Segovia, y dijo que le diesen
por fe y testimonio como él por ante todos tomaba, como de hecho tomó, posesión de la dicha
isla por el Rey o por la Reina sus señores, haciendo las protestaciones que se requerían, como
más largo se contiene en los testimonios que allí se hicieron por escripto. Luego se ayuntó allí
mucha gente de la isla. Esto que se sigue son palabras formales del Almirante, en su libro de su
primera navegación y descubrimiento de estas Indias. “Yo, (dice él), porque nos tuviesen mucha
amistad, porque conocí que era gente que mejor se libraría y convertiría a nuestra Santa Fe con
amor que no por fuerza, les di a algunos de ellos unos bonetes colorados y unas cuentas de
vidrio que se ponían al pescuezo, y otras cosas muchas de poco valor, con que hobieron mucho
placer y quedaron tanto nuestros que era maravilla. Los cuales después venían a las barcas de
los navíos adonde nos estábamos, nadando, y nos traían papagayos y hilo de algodón en ovillos
y azagayas ( 1 ) y otras cosas muchas, y nos las trocaban por otras cosas que nos les dábamos,
como cuentecillas de vidrio y cascabeles. En fin, todo tomaban y daban de aquello que tenían de
buena voluntad. Mas me pareció que era gente muy pobre de todo. Ellos andan todos desnudos
como su madre los parió, y también las mujeres, aunque no vide más de una farto ( 2 ) moza. Y
todos los que yo vi eran mancebos, que ninguno vide de edad de más de treinta años: muy bien
hechos, de muy fermosos cuerpos y muy buenas caras: los cabellos gruesos cuasi como sedas de
cola de caballos, e cortos: los cabellos traen por encima de las cejas, salvo unos pocos de tras
que traen largos, que jamás cortan. Dellos se pintan de prieto (3), y ellos son de la color de los
canarios ( 4) , ni negros ni blancos, y dellos se pintan de blanco, y dellos de colorado, y dellos
de los que fallan, y dellos se pintan las caras, y dellos todo el cuerpo, y dellos solos los ojos, y
dellos sólo el nariz. Ellos no traen armas ni las conocen, porque les amostré espadas y las
tomaban por el filo y se cortaban con ignorancia. No tienen algún fierro: sus azagayas son unas
varas sin fierro, y algunas de ellas tienen al cabo un diente de pece, y otras de otras cosas. Ellos
todos a una mano son de buena estatura de grandeza y buenos gestos, bien hechos. Yo vide
algunos que tenían señales de feridas en el cuerpo, y les hice señas qué era aquello, y ellos me
amostraron cómo allí venían gente de otras islas que estaban acerca y les querían tomar y se
defendían. Y yo creí e creo que aquí vienen de tierra firme a tomarlos por captivos. Ellos deben
ser buenos servidores y de buen ingenio, que veo que muy presto dicen todo lo que les decía, y
creo que ligeramente se harían cristianos; que me pareció que ninguna secta tenían. Yo,
placiendo a Nuestro Señor, llevaré de aquí al tiempo de mi partida seis a V.A. para que
deprendan fablar. Ninguna bestia de ninguna manera vide, salvo papagayos en esta isla.” Todas
son palabras del Almirante.
Nació en Sevilla en 1474 y murió en Madrid en 1566. Vivió varios años en América. Se
lo ha llamado el “protector de los indios” porque los defendió con pasión en sus libros,
criticando a los conquistadores y su sistema de guerra contra los nativos, y a la organización
colonial y su sistema de explotación de los indios. El fragmento siguiente pertenece a su obra
Brevísima relación de la destrucción de las Indias.
(....) “ y sé por cierta e infalible ciencia, que los indios tuvieron siempre justísima guerra contra
los cristianos, y los cristianos una ni ninguna nunca tuvieron justa contra los indios, antes fueron
todas diabólicas e injustísimas, y mucho más quede ningún tirano se puede decir del mundo, y
lo mismo afirmo de cuantas han hecho en todas las Indias.
Después de acabadas las guerras y muertos en ellas todos los hombres, quedando
comúnmente los mancebos y mujeres y niñas, repartiéronlos entre sí, dando a uno treinta, a otro
cuarenta a otro ciento y doscientos según la gracia que cada uno alcanzaba con el tirano mayor,
que decían gobernador, y así repartidos a cada cristiano, dábanselos con esta color (1) que los
enseñase en las cosas de la fe católica, siendo comúnmente todos ellos idiotas y hombres
crueles, avarísimos y viciosos, haciéndolos curas de ánimas. Y la cura o cuidado que de ellos
tuvieron fue enviar los hombres a las minas a sacar oro, que es trabajo intolerable; y las mujeres
ponían en estancias, que son granjas, a cavar las labranzas y cultivar la tierra, trabajo para
hombres muy fuertes y recios. No daban a los unos ni a las otras de comer sino hierbas y cosas
que no tenían substancia, secábaseles la leche de las tetas a las mujeres paridas, y así murieron
en breve todas las criaturas, y por estar los maridos apartados, que nunca veían a las mujeres,
cesó entre ellos la generación, murieron ellos en las minas de trabajos y hambre y ellas en las
estancias o granjas de lo mismo; y así se acabaron tantas y tales multitudes de gentes de aquella
isla, y así se pudiera haber acabado todas las del mundo. Decir las cargas que les echaban de
tres y cuatro arrobas ( 2 ) , y los llevaban ciento y doscientas leguas ( 3 ) , y los mismos
cristianos se hacían llevar en hamacas, que son como redes, a cuestas de los indios, porque
siempre usaron de ellos como de bestias para cargas. Tenían mataduras en los hombros y
espaldas de las cargas, como muy matadas bestias. Decir asimismo los azotes, palos, bofetadas,
puñadas, maldiciones y otros mil géneros de tormentos que en los trabajos les daban, en verdad,
que en mucho tiempo ni papel no se pudiese decir y que fuese para espantar los hombres.”
Ulrico Schmidel:
Voluntario alemán que marchó con la expedición de Mendoza como soldado, y escribió
la primera crónica del Río de la Plata, a la que se conoce como Viaje al Río de la Plata.
Capítulo 7: Allí levantamos una ciudad que se llamó Buenos Aires esto quiere decir buen
viento. También traíamos de España, sobre nuestros buques, setenta y dos caballos y yeguas,
que así llegaron a dicha ciudad Buenos Aires. Allí, sobre esta tierra, hemos encontrado unos
indios que se llaman Querandís, unos tres mil hombres con sus mujeres e hijos; y nos trajeron
pescado y carne para que comiéramos. También estas mujeres llevan un pequeño paño de
algodón delante de sus partes. Estos Querandís no tienen paradero propio en el país sino que
vagan por la comarca, al igual que hacen los gitanos en nuestro país. Cuando estos indios
Querandís van tierra adentro, durante el verano, sucede que muchas veces encuentran seco el
país en treinta leguas a la redonda y no encuentran agua alguna para beber, y cuando agarran o
asaetan a flechazos un venado u otro animal salvaje, juntan la sangre y se la beben. También en
algunos casos, buscan una raíz que se llama cardo, y entonces la comen por la sed. Cuando los
dichos Querandís están por morirse de sed y no encuentran agua, sólo entonces beben esa
sangre. Si acaso alguno piensa que la beben diariamente, se equivocan: esto no lo hacen y así lo
dejo dicho en forma clara.
Los susodichos Querandís nos trajeron alimento diariamente a nuestro campamento,
durante catorce días, y compartieron su escasez en pescado y carne, y solamente un día dejaron
de venir. Entonces nuestro capitán don Pedro de Mendoza envió enseguida un alcalde de
nombre Juan Pavón, y con él dos soldados, al lugar donde estaban los indios, que quedaba a
unas cuatro leguas de nuestro campamento. Cuando llegaron donde aquéllos estaban, el alcalde
y los soldados se condujeron de tal modo que los indios los molieron a palos y después los
dejaron volver a nuestro campamento. Cuando el dicho alcalde volvió al campamento, tanto dijo
y tanto hizo, que el capitán don Pedro de Mendoza, envió a su hermano carnal don Diego de
Mendoza con trescientos lansquenetes (1) y treinta jinetes bien pertrechados (2); yo estuve en
ese asunto. Dispuso y mandó nuestro capitán general don Pedro de Mendoza, juntamente con
nosotros, matara, destruyera y cautivara a los susodichos Querandís, ocupando el lugar donde
éstos estaban. Cuando allí llegamos, los indios eran unos cuatro mil, pues habían convocado a
sus amigos.
Capítulo 9: (..) se levantó un asiento y una casa fuerte para nuestro capitán general don Pedro de
Mendoza y un muro de tierra en derredor de la ciudad de una altura hasta donde uno puede
alcanzar con un florete (1). (También) este muro era de tres pies de ancho y lo que se levantaba
hoy se venía abajo mañana de nuevo al suelo; a más la gente no tenía qué comer y se moría de
hambre y padecía gran escasez. (También) se llegó al extremo de que los caballos no daban
servicio. Fue tal la pena y el desastre del hambre que no bastaron ni ratas ni ratones, víboras ni
otras sabandijas; también los zapatos y cueros, todo tuvo que ser comido.
Sucedió que tres españoles habían hurtado un caballo y se lo comieron a escondidas; y
esto se supo; así se los prendió y se les dio tormento para que confesaran tal hecho; así fue
pronunciada la sentencia que a los tres susodichos españoles se los condenara y ajusticiara y se
los colgara en una horca. Ni bien se los había ajusticiado y cada cual se fue a su casa y se hizo
noche, aconteció en la misma noche por parte de otros españoles que ellos han cortado los
muslos y unos pedazos de carne del cuerpo y los han llevado a su alojamiento y comido.
(También) ha ocurrido entonces que un español se ha comido a su propio hermano (3) que
estaba muerto. Esto ha sucedido en el año 1535 (...) en la sobredicha ciudad de Buenos Aires.
Nació en Asunción en el último tercio del siglo XVI y murió , en la misma ciudad, en
1629. No sólo era criollo, sino también mestizo, hijo de un hidalgo conquistador andaluz y nieto
de una india paraguaya. Su obra se llama La Argentina manuscrita.
Fragmento del capítulo 12: En este tiempo padecían en Buenos Aires cruel hambre, porque
faltándoles totalmente la ración, comían sapos, culebras, y las carnes podridas que hallaban en
los campos, de tal manera, que los excrementos de los unos comían los otros, viniendo a tanto
extremo de hambre como en tiempo que Tito y Vespaciano tuvieron cercada a Jerusalén:
comieron carne humana; así le sucedió a esta mísera gente, porque los vivos se sustentaban de la
carne de los que morían, y aun de los ahorcados por justicia, sin dejarle más de los huesos; y tal
vez hubo hermano que sacó la asadura y entrañas a otro que estaba muerto para sustentarse con
ella. Finalmente murió casi toda la gente, donde sucedió que una mujer española, no pudiendo
sobrellevar tan grande necesidad, fue constreñida a salirse del real e irse con los indios para
poder sustentar la vida; tomando la costa arriba, llegó cerca de la Punta Gorda en el monte
grande, y por ser ya tarde, buscó donde albergarse y topando con una cueva que hacía la
barranca de la misma costa, entró en ella; repentinamente topó con una fiera leona que estaba en
doloroso parto, que vista por la afligida mujer quedó ésta muerta y desmayada, y volviendo en
sí, se tendía a sus pies con humildad. La leona que vio la presa, acometió a hacerla pedazos;
pero usando de su real naturaleza, se apiadó de ella, y desechando la ferocidad y furia con que la
había acometido, con muestras halagueñas llegó así a la que ya hacía poco caso de su vida, y
ella, cobrando algún aliento, la ayudó en el parto en que actualmente estaba, y venido a luz
parió dos leoncillos; en cuya compañía estuvo algunos días sustentada de la leona con la carne
que traía de los animales; con que quedó bien agradecida del hospedaje, por el oficio de
comadre que usó; y acaeció que un día corriendo los indios aquella costa, toparon con ella una
mañana al tiempo que salía a la playa a satisfacer la sed en el río, donde la sorprendieron y
llevaron a su pueblo, tomándola uno de ellos por mujer, de cuyo suceso y de los demás que
pasó, haré relación adelante.
Fragmento del capítulo 13: (..) En este tiempo sucedió una cosa admirable, que por serlo lo diré,
y fue que habiendo salido a correr la tierra un capitán de aquellos pueblos comarcanos, halló en
uno de ellos y trajo a aquella mujer española de que hice mención anteriormente, que por el
hambre se fue a poder de los indios. Así fue que Francisco Ruiz Galán (1) la vio, ordenó que
fuese echada a las fieras para que la despedazasen y comiesen; y puesto en ejecución su
mandato, llevaron a la pobre mujer, la ataron muy bien a un árbol y la dejaron como una legua
fuera del pueblo, donde acudieron aquella noche a la presa gran número de fieras para
devorarla; entre ellas vino la leona a quien esta mujer había ayudado en su parto, y habiéndola
conocido, la defendió de las demás que allí estaban, y querían despedazarla.
Quedándose en su compañía la guardó aquella noche, el otro día y la noche siguiente,
hasta que el tercero fueron allá unos soldados por orden de su capitán a ver el efecto que había
surtido dejar allí aquella mujer, hallándola viva, y la leona a sus pies con sus dos leoncillos, que
sin acometerlos se apartó algún tanto dando lugar a que llegasen; quedaron admirados del
instinto y humanidad de aquella fiera. Desatada la mujer por los soldados la llevaron consigo,
quedando la leona dando muy fieros bramidos, mostrando sentimientos y soledad de su
bienhechora, y haciendo ver por otra parte su real ánimo y gratitud y la humanidad que no
tuvieron los hombres. De esta manera quedó libre la que ofrecieron a la muerte, echándola a las
fieras. Esta mujer yo conocí, y la llamaban la Maldonado, que más bien se le podía llamar
Biendonada; pues por este suceso se ve no haber merecido el castigo a que la expusieron, pues
la necesidad había sido causa de que desamparase a los suyos, y se metiese entre aquellos
bárbaros...
1- Francisco Ruiz Galán: Mendoza lo deja al frente de Bs As cuando (por razones de salud) se
traslada al fuerte de Corpus Christi.