Tonelli - Mito Snuff
Tonelli - Mito Snuff
Tonelli - Mito Snuff
Apellido: TONELLI
Nombre: JULIÁN
DNI: 30925088
Correo electrónico:juliantonelli84@gmail.com
Resumen:
Si se tiene en cuenta que el mito urbano de las películas snuff surgió estrechamente
vinculado a la imagen icónico indicial en movimiento del dispositivo cinematográfico
originario, los abordajes que de él realizó el cine de ficción constituyen un tópico de
interés para la reflexión sobre el desarrollo de dicha leyenda en el imaginario fílmico. En
muchos casos, estos relatos vinculan el horror mítico del snuff con nuevas técnicas, nuevos
medios y nuevas modalidades de producción, circulación y consumo audiovisual. En esta
oportunidad nos proponemos dar cuenta de las indagaciones que, a partir de una serie de
conceptos derivados de la teoría psicoanalítica del cine, tuvieron lugar con respecto a
ciertas relaciones film-espectador que tales ficciones plantean.
Mito snuff y cine de ficción: Aproximaciones desde la teoría psicoanalítica del cine
Las películas snuff muestran el asesinato de un ser humano –un sacrificio humano (sin la ayuda de efectos
especiales u otros trucos)-perpetrado para su filmación, y circulan entre unos pocos con propósito de
entretenimiento.
Kerekes, David y Slater, David (1994): Killing For Culture: An ilustrated History of Death Film from Mondo
to Snuff.
La snuff movie es una película que muestra el asesinato real de un ser humano; producida, perpetrada y
distribuida únicamente con fines económicos.
Snuff: A documentary about killing on camera (documental de Paul Von Stoetzel, 2008).
En su libro El significante imaginario (1979), Christian Metz señala que las personas y
los objetos de un film constituyen representaciones de una ausencia, tan sólo el reflejo o la
sombra de aquello que significan. Su estatuto, por lo tanto, es imaginario: “Lo típico del
cine no es lo imaginario que eventualmente pueda representar, sino el que es ante todo, el
que le constituye como significante” (1979: 46). Para el autor, la pantalla es como un
espejo. Todo en ella puede proyectarse o reflejarse, excepto el cuerpo del espectador. Lo
que posibilita la ausencia del sujeto en la pantalla es que éste ya ha conocido la experiencia
del espejo (el verdadero)1, y en consecuencia es capaz de constituir un mundo de objetos
sin tener que empezar reconociéndose a sí mismo. Pero entonces, ¿con qué se identifica
durante la proyección de la película? “La identificación con la forma humana que sale en la
pantalla, incluso cuando tiene lugar, todavía no nos dice nada en lo que atañe al lugar del
Yo espectatorial en la instauración del significante. Este Yo, como acabo de decir, ya se
halla formado. Pero puesto que existe, podemos preguntarnos justamente dónde está
durante la proyección de la película” (p. 48), sostiene Metz. El espectador, ausente de la
pantalla, no participa en lo percibido, aunque es omnipercibiente. Sin él lo percibido no
tendría nadie que lo percibiera.
En el cine, el saber del sujeto cobra una forma muy concreta sin la cual no habría película
posible. De este modo, el espectador “se identifica como condición de posibilidad de lo
percibido y por consiguiente como una especie de sujeto trascendental” (p. 49). El
movimiento de la visión espectatorial, asegura Metz, es doble. Por un lado, al identificarse
a sí mismo como mirada, el espectador se identifica también con la mirada de la cámara,
cuyo representante en la sala de cine es otro aparato, el proyector (movimiento proyectivo).
Por otro lado, “ilumina” las cosas con su mirada, haciendo que éstas se proyecten en su
retina (movimiento introyectivo). Al suscitar, es el aparato de proyección; al recibir, es la
pantalla. En estas dos figuras a la vez, el espectador es también la cámara, pues esta apunta
a un objeto que simultáneamente le imprime su huella. La identificación con la propia
1
Metz se refiere a lo que se conoce por estadio del espejo. Según Jacques Lacan, se trata de una fase en la
constitución del ser humano, situada entre los seis y los dieciocho primeros meses. El niño, todavía en un
estado de impotencia e incoordinación motriz, anticipa imaginariamente la aprehensión y dominio de su
unidad corporal. Esta unificación imaginaria se efectúa por identificación con la imagen del semejante como
forma total; se ilustra y se actualiza por la experiencia concreta en que el niño percibe su propia imagen en un
espejo. La fase del espejo constituiría la matriz y el esbozo de lo que será el yo.
mirada, secundaria respecto del espejo, es la identificación cinematográfica primaria, en
tanto que la identificación con los personajes es secundaria.
La posición del Yo en el cine no depende de una milagrosa semejanza entre el cine y las características
naturales de toda percepción; al contrario, ya está prevista y marcada de antemano por la institución
(instrumental, disposición de la sala, dispositivo mental que interioriza todo eso), y también por las
características más generales del aparato psíquico (como la proyección, la estructura del espejo, etc.) (p.
52).
En esta coyuntura, las pasiones perceptivas son las únicas que posibilitan el ejercicio del
cine. Metz alude a la pulsión sexual cuya base es la carencia de objeto real, una carencia
que debe mantenerse en vilo para la supervivencia del deseo. Concretamente, la pulsión
escópica del voyeur, que fija la distancia con su objeto tal como el espectador se cuida de
no estar ni muy cerca ni muy lejos de la pantalla: “El voyeur saca a escena en el espacio la
ruptura que le separa para siempre del objeto; saca a escena incluso su propia insatisfacción
(que es precisamente lo que necesita como voyeur), y por lo tanto también saca su
“satisfacción” en tanto sea de tipo propiamente voyeurista” (p. 59). El cine provee más que
ningún otro arte un “infinitamente deseable” que se traduce en un “jamás poseíble” (p. 61).
La ausencia de objeto visto define, por lo tanto, el régimen escópico del cine. A diferencia
de lo que puede suceder en el teatro o en un número de strip-tease, aquí el voyeur está solo.
Eso que desea no está en la sala oscura con él, no ha tenido que darle una prueba de
consentimiento. Tan sólo ha dejado su huella.
La perversión escópica del teatro es, por estos motivos, más aceptada que la del cine. El
voyeurismo cinematográfico es “vergonzoso”, dado que es un voyeurismo impune, no
autorizado, transgresor:
Para una gran mayoría del público, el cine (…) representa una especie de recinto cerrado o de “reserva”
que escapa a la vida plenamente social por mucho que ésta lo prescriba y lo admita: ir al cine es un acto
lícito entre otros, un acto que ocupa un sitio en el empleo del tiempo confesable de la jornada o de la
semana, y sin embargo este sitio es un “agujero” en la textura social, una tronera que da algo un poco más
disparatado, un poco menos aprobado que lo que se suele hacer durante los ratos restantes (p. 65) .
¿Acaso no se vincula el mito del snuff con ese voyeurismo vergonzoso y privado que es
propio del cine? ¿No será este vínculo uno de los motivos por los cuales el snuff es una
leyenda urbana puramente cinematográfica en su origen?
Parte de lo expuesto por Metz se presenta también en “Los efectos ideológicos del aparato
de base”, legendario ensayo escrito por Jean Louis Baudry en 1974. Aquí ya aparecen las
ideas de sujeto trascendental y de fase especular lacaniana. Baudry señala la operatoria
ejercida por este ego trascendental:
El espectador se identifica menos con lo representado –el espectáculo mismo- que con aquello que pone
en juego o en escena el espectáculo; con aquello que no es visible pero hace ver, hace ver con el mismo
movimiento en virtud del cual él, el espectador, ve –obligándolo a ver aquello que ve, es decir por cierto la
función asegurada en el lugar cuyo relevo está a cargo de la cámara (1974: 65).
El cine, nos dice Baudry, prefigura para su espectador un puesto central ilusorio,
actualizando una tradición que se remonta a la perspectiva monocular renacentista. En el
cine el sujeto se halla alienado, reprimido, incapaz de responder por sus propios medios. Le
han impuesto un aparato psíquico sustituto. Esta imposición es, según el autor, obra de la
ideología burguesa dominante, que de este modo mantiene ocultas sus estrategias de
producción y de funcionamiento2.
Dos películas de nuestro objeto han sido abordadas a partir de los enfoques
psicoanalíticos3. Una de ellas es Tres rostros para el miedo, la otra es Días Extraños.
Podríamos agregar nosotros una tercera, Henry: Retrato de un asesino. Tres imaginerías del
snuff que nos ubican, imagen subjetiva mediante, en el lugar de la mirada y del dispositivo
óptico emparentado con esta: una cámara 16 mm en el primer caso, un extraño casco de
seudópodos en el segundo, una cámara de video portátil en el tercero.
Tres rostros para el miedo comienza con el plano detalle de un ojo que se abre. Luego,
una vista general de la calle desierta, nocturna, tenuemente iluminada. Una prostituta se
halla de pie bajo un foco de luz. El mirón irrumpe en el cuadro, caminando hacia la mujer.
Lo vemos de espaldas. De nuevo, un plano detalle, ya no del ojo del hombre sino de la lente
de su cámara 16 mm, oculta bajo el abrigo. La lente se acerca hacia nosotros hasta ocupar
2
Metz y Baudry son los autores que aquí mencionamos. Un enfoque similar al de ambos (especialmente al de
Baudry) es el que desarrolla Jean Louis Comolli en Técnica e ideología (1971), texto de referencia en el
campo de los discursos deconstructivistas sobre el cine. Comolli concibe el cine como parte fundamental del
sistema de representación que reproduce el mundo desde -y a través de- la ideología burguesa. El espacio
fílmico se ofrece al espectador como autónomo, pero en realidad deriva de una ilusión fundamental que
remite en su origen a la perspectiva monocular del Quattrocento. El dispositivo cinematográfico, entonces,
articula técnica y estética con una demanda ideológica cuya historia es la de las propias imágenes (pintura
renacentista, fotografía, cine).
3
Podríamos mencionar también el texto de Patricia Pisters “Metacinema and the Cinematographic Apparatus:
Peeping Tom and Strange days”, de su libro The Matrix of Visual Culture: Working with Deleuze in film
theory (2003), entre otros trabajos. Laura Mulvey, exponente legendaria de la teoría cinematográfica
feminista, se ha referido a Peeping Tom en un breve ensayo de 1999, escrito con motivo de su reedición en
DVD. Hemos elegido el artículo de Aaron ya que en él se explora más profundamente el estudio de Metz
sobre el rol del espectador, sin poner tanto énfasis en los mecanismos ideológicos del aparato o en las
cuestiones de género (dominación masculina, sometimiento femenino) implicadas en tales mecanismos.
todo el cuadro e inundarlo de oscuridad. Ahora vemos a la mujer a través de la lente, como
si hubiésemos sido absorbidos por la cámara y estuviésemos atrapados en su interior. Nos
acercamos a ella, sobre su figura se posa la cruz del puntero. Nos centramos en su rostro,
que devuelve la mirada en primer plano. La seguimos sin dejar de apuntarla. Sus pasos
hacen eco en el callejón. Por un breve instante, desviamos el encuadre hacia un tacho de
basura, la mano del portador de la cámara (¿nuestra mano?) arroja allí un envase vacío de
rollo Kodak. De vuelta a la mujer, entramos con ella a un edificio, subimos la escalera. Ya
en el interior de la habitación, comienza a desvestirse. A medida que nos acercamos, nos
mira directamente y su rostro empieza a deformarse hasta dibujar una mueca de espanto.
Retrocede y grita. Algo ilumina ese rostro, algo lo refleja (más tarde sabremos que esa
cámara 16 mm contiene un espejo a través del cual las víctimas pueden verse a sí mismas).
Corte y salida del enfoque subjetivo. Plano detalle de un proyector en funcionamiento.
Ahora vemos al hombre sentado, siempre de espaldas. Frente a él, la pantalla muestra en
blanco y negro el asesinato de la prostituta.
4
Debemos tener en cuenta la época en que se estrenó el film de Powell. Su impacto negativo de crítica y de
público tuvo mucho que ver con una estilística inusual para aquellos años. Actualmente Tres rostros para el
miedo es considerada una obra de culto, y su influencia en otros cineastas ha sido notable.
violenta de las situaciones” (p. 215): En Tres rostros para el miedo, Mark apuñala mujeres
con una cuchilla adherida al trípode de su cámara, y ellas pueden verse a sí mismas siendo
acribilladas en un espejo adherido a ese artefacto. En la futurista Días extraños, la
tecnología permite que eventos almacenados en video sean disfrutados como experiencia
vivida por medio de un casco especial. Aquí la víctima también es sometida a observar el
registro de su propia muerte cuando el asesino la conecta a su dispositivo de grabación.
56’, 28: Corte. Recién ahora, luego de más de dos minutos, vemos a Henry y a Otis
sentados en su living como espectadores del macabro espectáculo. Están viendo el video
casero de su crimen, un crimen que no habíamos visto antes y que se nos muestra por
primera vez en estos momentos. En video y en diferido.
Una corrección respecto de lo que anticipamos al introducir las películas: aquí la mirada
subjetiva no se fusiona con la del artefacto óptico del asesino, como sucede en Tres rostros
para el miedo y en Días extraños. Tampoco se confunde con la pantalla televisiva pues esta
nunca llega a abarcar la totalidad del cuadro. No se representa, entonces, la identificación
espectatorial con “aquello que hace ver”. A decir verdad, quizá ni siquiera haya modalidad
subjetiva, considerando que el televisor es tomado en primer plano mientras que los
personajes lo miran desde un rincón más apartado. Podríamos haber elegido otra escena del
film, en la que Henry y Otis filman una golpiza y dicho episodio se ofrece a través del visor
de la cámara portátil. Hemos optado, en cambio, por una mirada distinta: ya no la del
responsable del registro snuff (mirada en producción, intervenida en su totalidad por una
estética del dispositivo), sino la del espectador (mirada en reconocimiento).
Resultaría pertinente hablar un poco más acerca de la mirada subjetiva en cuanto recurso
fílmico. Francesco Casetti5 utiliza el término “mirada” para designar la sugerencia de un
“tú” dentro del film. Tenemos la mirada objetiva (“tu y yo lo miramos a él”), la
interpelación (“nosotros, es decir él y yo, te miramos a ti”, mirada a cámara del personaje
por ejemplo), la mirada objetiva irreal (“soy precisamente yo quien mira, y a ti te hago
mirar”) y por último, la mirada subjetiva, que implica una ligazón del personaje con el
enunciatario: “yo os hago mirar, es decir, te llevo a mirar tanto a ti como a él, como si él
fueses tú” (1996: 84). Esto es lo que hace Michael Powell, o, mejor dicho, lo que hace Tres
rostros para el miedo como discurso. También lo hace Días extraños, pero no Henry. Al
menos no del mismo modo. Podría tratarse de una mirada subjetiva “institucionalizada”, la
cual, en todo caso, no impide que durante esos dos minutos y veintiún segundos nos
preguntemos: ¿Quién está mirando? 6
5
Casetti, Francesco (1996): El film y su espectador.
6
Podríamos hablar, insistimos, de una mirada subjetiva. En su texto “Problemas actuales de teoría del cine”
(1966), Metz señala, revisando a Jean Mitry, que a menudo las imágenes subjetivas se realizan en asociación
con el procedimiento campo-contracampo (imagen 1 = rostro que mira; 2 = lo que este mira). “Aunque el
campo-contracampo en forma estricta no sea su correlato obligatorio, tales imágenes subjetivas requieren,
para su correcta comprensión, que el film presente imágenes objetivas –no demasiado alejadas- que muestren
al propio protagonista. En efecto, el espectador solo se podrá identificar provisionalmente con el punto de
vista del protagonista si le conoce”. Esto explica, según Metz, el fracaso de La dama del lago (Lady in the
lake, 1986, Robert Montgomery), filmada enteramente en cámara subjetiva: “Eso que tiene lugar en los films
Hay algo perturbador, sin duda, en la mirada de la escena descrita. Su lugar
indeterminado, a mitad de camino entre la modalidad objetiva y la subjetiva, nos inquieta.
Sabemos, porque conocemos a los personajes principales, que lo filmado no es una ficción
de terror barata sino algo que aquellos realmente hicieron. Quizá no habría motivo para
plantear estos interrogantes si el director hubiese intercalado antes la espeluznante imagen
del video con la de los asesinos en el sofá (campo-contracampo: mantengo la tranquilidad
pues quienes están mirando son ellos, no yo). En lugar de eso, decide congelar el encuadre
en el televisor, y así cargarnos con la entera responsabilidad de disfrutar el horroroso
espectáculo. Este recurso, por lo tanto, no concedería nada a la pasividad y al olvido astuto
de ese espectador supuestamente inocente, de ese sujeto voyeurista y fetichista que, según
la perspectiva psicoanalítica, no se reconoce como tal.
ordinarios y que a veces se denomina “identificación”, no es en realidad más que una asociación temporal, un
acto proyectivo a través del cual el espectador, por un momento, acompaña mentalmente al personaje (a
condición de que lo haya visto exteriormente en otros momentos) (…) la imagen subjetiva propiamente dicha
(…) sólo es posible en pequeñas dosis y en asociación con imágenes objetivas. El procedimiento no es
generalizable” (p. 54, 55). En Henry, lo que escasea es el contracampo. Si hay mirada subjetiva, esta podría
definirse como huérfana. De ahí se derivan los efectos enunciativos chocantes, desconcertantes, que produce
el extracto analizado.
decir, al cine icónico-indicial de base fotográfica (tengamos en cuenta que las
interpretaciones ficcionales del snuff lo asocian con una multiplicidad de
dispositivos).
b) Aun cuando autores como Aaron hayan indagado, desde esta corriente, imaginerías
del snuff no inspiradas en el dispositivo tradicional (Días Extraños, por ejemplo),
tal indagación siempre se focalizó en una práctica formal concreta: la cámara
subjetiva (recurso que emula la visión del asesino a través del aparato y que -posible
desventaja de escoger un abordaje psicoanalítico para la investigación- sólo aparece
aisladamente en nuestro objeto de tesis).
7
Volveremos a aludir a Metz en el momento de presentar el marco teórico, aunque no con motivo de su
período psicoanalítico.
Bibliografía
- Aaron, Michelle (2005): “Looking on: Troubling spectacles and the complicitous
spectator” en King, Geoff (ed.): The Spectacle of the Real. Bristol, Intellect Books.
- Baudry, Jean Louis (1974): “Cine: los efectos ideológicos producidos por el aparato
de base”, Buenos Aires: revista LENGUAjes, Nueva Visión.
- Casetti, Francesco (1996): El film y su espectador. Madrid, Cátedra.
- Kerekes, David y Slater, David, 1995: Killing For Culture. An Illustrated History Of The
Death Film From Mondo To Snuff . Londres, Creation Books.