Más Allá Del Principio Del Placer

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Lecturas de la clínica.

Más allá del principio del placer


(Escuela de Psicoanálisis del Borda 08/2020)

Repetición → pulsión insistiendo. El inconsciente insiste, no resiste.

“El trauma” Soler → efectos traumáticos que pueden suceder por exceso de lo
real. La respuesta a ese exceso es singular. Insistencia del trauma por no dejarse
olvidar en nosotros. 

Freud ¿qué es lo que nos lleva a repetir el acontecimiento traumático en los


sueños? Las neurosis traumáticas son semejantes en su manifestaciones a la
neurosis histéricas, pero las diferencia que a las primeras las excede el terror.
En las neurosis traumáticas el  peligro es puesto en el exterior, en cambio, en la
neurosis de transferencia el peligro es interior. 

¿qué es lo que nos despierta en los sueños traumáticos? Sem 11 Lacan


Lo que nos despierta es lo Real. 
El psa está orientado al hueso de lo Real, el psa despierta, saca al sujeto del
adormecimiento neurótico, lo hace ir más allá. El psa toma los sueños traumáticos
para acercarse a lo Real, porque nos vienen a decir lo más singular del sujeto, ese
hueso de lo Real al cual apunta el análisis.
La realidad la miramos con los lentes de nuestro fantasma.
De qué modo lo Real se inscribe, o lo intenta, de acuerdo a la singularidad del
sujeto.

Freud plantea que el sueño es el guardián del dormir, soñamos para poder seguir
durmiendo. Percepción distinto a la conciencia. 
Los sueños traumáticos vendrían a plantear una contradicción a la teoría de que
el sueño es el guardián del dormir. Ahí plantea que hay algo, un más allá. 
El despertar viene a romper cierta homeostasis, la necesidad de seguir durmiendo.

Fort Da: Repetición que no es en el plano patológico. Repetición como algo


enigmático en relación a un sentido.

“Más allá del principio del placer” – Freud

III

Freud recuerda un poco la técnica psicoanalítica en épocas pasadas: al principio


se intentaba colegir y reconstruir y comunicar lo oculto al enfermo; un arte de
interpretación. Luego, se instaba a corroborar al enfermo la construcción mediante su
propio recuerdo; debían descubrirse las resistencias, mostrárselas y mover al paciente
a que las resigne. Por último, Freud dio cuenta de que el enfermo no puede recordar
todo lo reprimido de él, sino que se ve forzado a repetir lo reprimido como vivencia
presente. Esta reproducción tiene por contenido un fragmento de la vida sexual
infantil, y se juega en el terreno de la transferencia. La anterior neurosis se sustituye
por una neurosis de transferencia. 

En la lucha contra las resistencias, uno se enfrenta con la resistencia de lo


inconciente. Lo reprimido en sí no ofrece resistencia alguna a los esfuerzos de la cura,
sino que la resistencia proviene de los estratos y sistemas superiores de la vida
psíquica que en su momento llevaron a cabo la represión. La oposición que hace Freud
en este texto es: yo coherente – lo reprimido. La resistencia del analizado parte de su
yo, y advertimos que hemos de adscribir la compulsión de repetición a lo reprimido
inconciente. 

La resistencia del yo conciente y preconciente está al servicio del principio de


placer: quiere ahorrar el displacer que se excitaría por la liberación de lo reprimido. Lo
que la compulsión de repetición hace revivenciar provoca displacer al yo, porque saca
a la luz operaciones pulsionales reprimidas. Pero esta clase de displacer no contradice
al principio del placer, porque es displacer para un sistema, pero a la vez satisfacción
para otro. La compulsión de repetición devuelve vivencias pasadas que no tienen
posibilidad de placer, que tampoco en aquel momento pudieron ser satisfacciones. 

Los neuróticos repiten en la transferencia las ocasiones indeseadas y dolorosas.


Nada de uso pudo procurar placer entonces; se creería que hoy produciría un displacer
menor si emergiera como sueños o recuerdos, en vez de configurarse como una nueva
vivencia. Se trata de la acción de pulsiones que estaban destinadas a conducir a la
satisfacción; pero ya en aquel momento no la produjeron, sino que conllevaron
displacer. Se la repite a pesar de todo, una compulsión esfuerza a ello.

Menciona las neurosis de destino, en las cuales se tiene la impresión de un


destino que persiguiera a las personas. Toda relación humana lleva a idéntico
desenlace. Este eterno retorno de lo igual nos asombra poco cuando se trata de una
conducta activa de tales personas, y podemos descubrir rasgos de carácter que
permanecen igual en ellas, que se repite en idénticas vivencias.

Freud sostiene entonces que en la vida anímica existe una compulsión de


repetición que se instaura más allá del principio de placer. La compulsión de repetición
nos aparece más originaria, elemental y pulsional que el principio de placer que ella
destrona.

IV

La conciencia no puede ser el carácter más universal de los procesos anímico,


sino sólo una función particular de ellos. Sería la operación de un sistema particular:
CC; brinda percepciones de excitaciones que vienen del mundo exterior, y sensaciones
de placer-displacer que se originan en el interior del aparato psíquico. El sistema
preconciente es la frontera entre lo exterior y lo interior, está vuelvo hacia el mundo
exterior y envolver a los otros sistemas psíquicos. 

Todos los procesos excitatorios de los otros sistemas les dejan como secuela
huellas permanentes, que son la base de la memoria 🡪 restos mnémicos que nada
tienen que ver con el devenir conciente. Esas huellas, si permanecieran siempre
concientes, reducirían la aptitud de ese sistema para la recepción de nuevas
excitaciones, y si devinieran inconscientes, nos enfrentarían con la tarea de explicar la
existencia de procesos inconscientes en un sistema cuyo funcionamiento va
acompañado por el fenómeno de la conciencia. La conciencia surge en reemplazo de la
huella mnémica.

En el sistema CC, el proceso de excitación no deja detrás de sí una alteración


permanente de sus elementos, sino que se agota en el fenómeno de devenir-
conciente.

Freud asimila al organismo vivo como una vesícula indiferenciada de sustancia


estimulable. Su superficie vuelta hacia el mundo exterior está diferenciada por su
ubicación misma y sirve como órgano recepto de estímulos. Se formó una corteza al
final del proceso por la acción de los estímulos, que ofrece las condiciones más
favorables a la recepción de éstos, y ya no se puede modificar. Este es el sistema CC:
el paso de la excitación ya no puede imprimir ninguna alteración en sus elementos. En
su avance de un elemento al otro, la excitación tiene que vencer una resistencia, y
justamente la reducción de esta crea la huella permanente de la excitación; podría
pensarse entonces que el sistema CC ya no subsiste ninguna resistencia de pasaje de
esa índole entre un elemento y otro. Los elementos del sistema CC no conducirían
ninguna energía ligada, sino sólo una energía susceptible de libre descarga.

Esta partícula viva flota en medio de un mundo exterior cargado con las
energías más potentes, y sería aniquilada por la acción de estímulos si no tuviera una
protección antiestímulos. Su superficie más externa deja de tener la estructura propia
de la materia viva, se vuelve inorgánica, por así decir, y en lo sucesivo opera
apartando los estímulos, como un envoltorio o membrana. Los estratos vivos que
permanecen en el interior reciben volúmenes de estímlo filtrados. El estrato externo, al
morir, preservó a todos los otros, más profundos, de sufrir igual destino, al menos
hasta el momento en que sobrevengan estímulos tan fuertes que perforen la
protección antiestímulo.

A su vez, este estrato (sistema CC) recibe excitaciones desde adentro. Hacia
afuera hay una protección antiestímulo, y las magnitudes de excitación accionarán sólo
en escala reducida; hacia adentro, aquella es imposible, y las excitaciones de los
estratos más profundos se propagan hasta el sistema de manera directa y no reducida.
Las excitaciones provenientes del interior serán más adecuadas al modo de trabajo del
sistema que los estímulos que afluyen desde el mundo exterior. Se resaltan entonces
dos cosas: la primera, la prevalencia de las sensaciones de placer y displacer (indicio
de procesos que ocurren en el interior del aparato) sobre todos los estímulos externos;
la segunda, cierta orientación de la conducta respecto de las excitaciones internas que
produzcan una multiplicación de displacer demasiado grande. Se tenderá a tratarlas
como si no obrasen desde adentro, sino desde afuera, a fin de poder aplicarles el
medio defensivo de la protección antiestímulo. Este es el origen de la proyección.

Las excitaciones traumáticas son las que poseen fuerza suficiente para perforar
la protección antiestímulo. Un suceso como el trauma externo provocará una
perturbación en la economía energética del organismo y pondrá en acción todos los
medios de defensa. El principio de placer quedará abolido; la tarea planteada sería
entonces dominar el estímulo que penetró a fin de conducirlos a su tramitación.

De todas partes es movilizada la energía de investidura a fin de crear, en el


entorno del punto de intrusión, una investidura energética de nivel correspondiente. Se
produce una contrainvestidura a favor de la cual se empobrecen todos los otros
sistemas psíquicos, de suerte que el resultado es una extensa parálisis o rebajamiento
de cualquier otra operación psíquica. Un sistema de elevada investidura es capaz de
recibir nuevos aportes de energía fluyente y ligarlos psíquicamente. Cuanto más alta
sea su energía propia, tanto mayor será también su fuerza ligadora; y cuanto más baja
su investidura, menos capacitado estará el sistema para recibir energía afluyente y por
lo tanto serán más violentas las consecuencias de la perforación de la protección
antiestímulo.

Freud concibe a la neurosis traumática común como el resultado de una vasta


ruptura de la protección antiestímulo. El terror tiene por condición la falta del apronte
angustiado; éste último conlleva la sobreinvestidura de los sistemas que reciben
primero el estímulo. Como la investidura es baja, las consecuencias de la ruptura de la
protección antiestímulo se produce más fácilmente. El apronte angustiado constituye la
última trinchera de la protección antiestímulo. Los sueños reconducen al enfermo a la
situación en que sufrió un accidente 🡪 no están al servicio del principio de placer, sino
que buscan recuperar el dominio sobre el estímulo por medio de un desarrollo de
angustia cuya omisión causó la neurosis traumática.

“Más allá del principio del placer” – Freud

II
Freud habla del juego del fort-da. Lo observó en su nieto de un año y medio.
Disponía de algunos sonidos significativos, que los comprendían quienes lo rodeaban. No
lloraba cuando su madre lo abandonada durante horas, a pesar de que sentía gran
ternura por ella. Este niño tenía el hábito de alejar lejos de sí los objetos que tenía a su
alcance. Cuando lo hacía, profería “o-o-o” 🡪 Fort (se fue). Freud entonces cayó en la
cuenta de que se trataba de un juego, donde el niño jugaba a que los objetos se iban. El
niño tenía un carretel de madera atado por un piolín: jugaba con este objeto, lo arrojaba
fuera de la cuna y profería “o-o-o”, y lo atraía así sí con un “Da” 🡪 Acá está.
Freud interpreta este juego de la siguiente manera: implicaba su renuncia pulsional
de admitir sin protestas la partida de la madre. Se resarcía escenificando por sí mismo
ese desaparecer y regresar. Es imposible que la partida de la madre le resultara
agradable o indiferente. En las vivencias, era pasivo y afectado por ella; en el juego, se
ponía en un papel activo, repitiéndola como un juego, a pesar de que fue displacentera. El
acto de arrojar el objeto para que “se vaya” era la satisfacción de un impulso, sofocado
por el niño en su conducta, a vengarse de la madre por su partida.
Sostiene que los niños repiten en el juego todo cuanto les ha hecho una gran
impresión, y se adueñan de la situación. Aún bajo el imperio del principio de placer existen
suficientes medios y vías para convertir en objeto de recuerdo y elaboración anímica lo
que en sí mismo es displacentero.

V
La falta de una protección antiestímulo que resguarde el estrato cortical receptor
de estímulos de las excitaciones de adentro da ocasión a perturbaciones económicas
equiparables a las neurosis traumáticas. Las fuentes más proficuas de esa excitación
interna son las “pulsiones”: los representantes de todas las fuerzas eficaces que
provienen del interior del cuerpo y se trasfieren al aparato anímico.
Los procesos que se despliegan en los sistemas inconcientes son diversos de los
preconciente. La tarea de los estratos superiores del aparato anímico sería ligar la
excitación de las pulsiones que entra en operación en el proceso primario. El fracaso de
esta ligazón provocaría una perturbación análoga a la neurosis traumática; sólo tras una
ligazón lograda podría establecerse el imperio irrestricto del principio del placer. En el
caso del juego infantil, el niño repite una vivencia displacentera; mediante su actividad
consigue el dominio sobre la impresión intensa más radical que el que era posible en el
vivenciar pasivo. Esto no contradice al principio de placer 🡪 el reencuentro de la identidad
constituye por sí misma una fuente de placer.
En el analizado, su compulsión a repetir en la transferencia los episodios del
período infantil de su vida se sitúa más allá del principio de placer. Las huellas mnémicas
reprimidas de sus vivencias del tiempo primordial no subsisten en su interior en el estado
ligado, y son insusceptibles del proceso secundario. Esta compulsión de repetición es un
estorbo terapéutico cuando, al final de la cura, nos empeñamos en conseguir el
desasimiento completo del enfermo.
Una pulsión sería un esfuerzo, inherente a lo orgánico vivo, de reproducción de un
estado anterior que lo vivo debió resignar bajo el influjo de fuerzas perturbadoras
externas. Y ahora nos vemos obligados a reconocer lo contrario, la expresión de la
naturaleza conservadora del ser vivo.

VI
Los protozoos: la sustancia reconocida después como inmortal no se ha separado
todavía en modo alguno de la sustancia mortal. Las fuerzas pulsionales que quieren
trasponer la vida a la muerte podrían actuar también en ellos desde el comienzo; no
obstante, su efecto podría encontrarse tan oculto por las fuerzas de la conservación de la
vida que su demostración directa se volviera muy difícil.
Al comienzo, el análisis de la neurosis de transferencia nos compelió a establecer
la oposición entre las pulsiones sexuales y las yoicas. Freud da cuenta de la regularidad
con que la libido era quitada del objeto y dirigida al yo (introversión). El yo era el
reservorio genuino y originario de la libido, la cual sólo desde ahí se extendía al objeto. La
libido fue llamada “narcisista”, porque permanecía dentro del yo. Esta libido narcisista era
una exteriorización de fuerzas sexuales en sentido analítico. LA oposición originaria entre
pulsiones yoicas y sexuales se volvía insuficiente. Una parte de las pulsiones yoicas fue
reconocida como libidinosa.
Discernir la pulsión sexual como el Eros que todo lo conserva, y derivar la libido
narcisista del yo a partir de los aportes libidinales con que las célular del soma se
adhieren unas a otras. El problema: si también las pulsiones de autoconservación son de
naturaleza libidinosa, acaso no tengamos otras pulsiones que las libidinosas. La
concepción de Freud fue dualista 🡪 pasa del dualismo pulsiones yoicas-sexuales a
pulsiones de vida-muerte.
El propio amor de objeto enseña una segunda polaridad de esta clase: amor
(ternura) – odio (agresión). Hemos reconocido un componente sádico en la pulsión
sexual. Puede volverse autónomo y gobernar, en calidad de perversión, la aspiración
sexual íntegra de la pesona. En el estadio de organización oral de la libido, el
apoderamiento amoroso coincide todavía con la aniquilación del objeto; más tarde, la
pulsión sádica se separa y cobra, en la etapa del primado genital, la función de dominar al
objeto sexual en la medida en que lo exige la ejecución del acto genésico. Donde el
sadismo originario no ha experimentado ningún atemperamiento ni fusión queda
establecida la ambivalencia amor-odio de la vida amorosa.
El masoquismo, la vuelta de la pulsión hacia el yo propio, sería un retroceso a una
fase anterior, una regresión. Sostiene que podría haber también un masoquismo primario.

Pie de página 27
Con la tesis de la libido narcisista, la pulsión sexual se nos convirtió en Eros, que
procura esforzar las partes de la sustancia viva unas hacia otras y cohesionarlas. Eros
actúa desde el comienzo de la vida y, como “pulsión de vida”, entra en oposición con la
“pulsión de muerte”, nacida por la animación de lo inorgánico. Freud había opuesto las
pulsiones yoicas a las sexuales, cuya expresión es la libido. Más tarde, dio cuenta que en
las pulsiones yoicas son de naturaleza libidinosa y ha tomado por objeto al yo propio.
Surgió una nueva oposición entre pulsiones libidinosas (yoicas y de objeto) y otras que
han de estatuirse en el interior del yo, y quizá puedan pesquisarse en las pulsiones de
destrucción. Ahora la oposición es entre pulsiones de vida y de muerte.

“Más allá del principio del placer” – Freud

III
Freud recuerda un poco la técnica psicoanalítica en épocas pasadas: al principio
se intentaba colegir y reconstruir y comunicar lo oculto al enfermo; un arte de
interpretación. Luego, se instaba a corroborar al enfermo la construcción mediante su
propio recuerdo; debían descubrirse las resistencias, mostrárselas y mover al paciente a
que las resigne. Por último, Freud dio cuenta de que el enfermo no puede recordar todo lo
reprimido de él, sino que se ve forzado a repetir lo reprimido como vivencia presente. Esta
reproducción tiene por contenido un fragmento de la vida sexual infantil, y se juega en el
terreno de la transferencia. La anterior neurosis se sustituye por una neurosis de
transferencia. 
En la lucha contra las resistencias, uno se enfrenta con la resistencia de lo
inconciente. Lo reprimido en sí no ofrece resistencia alguna a los esfuerzos de la cura,
sino que la resistencia proviene de los estratos y sistemas superiores de la vida psíquica
que en su momento llevaron a cabo la represión. La oposición que hace Freud en este
texto es: yo coherente – lo reprimido. La resistencia del analizado parte de su yo, y
advertimos que hemos de adscribir la compulsión de repetición a lo reprimido
inconciente. 
La resistencia del yo conciente y preconciente está al servicio del principio de
placer: quiere ahorrar el displacer que se excitaría por la liberación de lo reprimido. Lo que
la compulsión de repetición hace revivenciar provoca displacer al yo, porque saca a la luz
operaciones pulsionales reprimidas. Pero esta clase de displacer no contradice al principio
del placer, porque es displacer para un sistema, pero a la vez satisfacción para otro. La
compulsión de repetición devuelve vivencias pasadas que no tienen posibilidad de placer,
que tampoco en aquel momento pudieron ser satisfacciones. 
Los neuróticos repiten en la transferencia las ocasiones indeseadas y dolorosas.
Nada de uso pudo procurar placer entonces; se creería que hoy produciría un displacer
menor si emergiera como sueños o recuerdos, en vez de configurarse como una nueva
vivencia. Se trata de la acción de pulsiones que estaban destinadas a conducir a la
satisfacción; pero ya en aquel momento no la produjeron, sino que conllevaron displacer.
Se la repite a pesar de todo, una compulsión esfuerza a ello.
Menciona las neurosis de destino, en las cuales se tiene la impresión de un
destino que persiguiera a las personas. Toda relación humana lleva a idéntico desenlace.
Este eterno retorno de lo igual nos asombra poco cuando se trata de una conducta activa
de tales personas, y podemos descubrir rasgos de carácter que permanecen igual en
ellas, que se repite en idénticas vivencias.
Freud sostiene entonces que en la vida anímica existe una compulsión de
repetición que se instaura más allá del principio de placer. La compulsión de repetición
nos aparece más originaria, elemental y pulsional que el principio de placer que ella
destrona.

IV
La conciencia no puede ser el carácter más universal de los procesos anímico,
sino sólo una función particular de ellos. Sería la operación de un sistema particular: CC;
brinda percepciones de excitaciones que vienen del mundo exterior, y sensaciones de
placer-displacer que se originan en el interior del aparato psíquico. El sistema
preconciente es la frontera entre lo exterior y lo interior, está vuelvo hacia el mundo
exterior y envolver a los otros sistemas psíquicos. 
Todos los procesos excitatorios de los otros sistemas les dejan como secuela
huellas permanentes, que son la base de la memoria 🡪 restos mnémicos que nada tienen
que ver con el devenir conciente. Esas huellas, si permanecieran siempre concientes,
reducirían la aptitud de ese sistema para la recepción de nuevas excitaciones, y si
devinieran inconscientes, nos enfrentarían con la tarea de explicar la existencia de
procesos inconscientes en un sistema cuyo funcionamiento va acompañado por el
fenómeno de la conciencia. La conciencia surge en reemplazo de la huella mnémica.
En el sistema CC, el proceso de excitación no deja detrás de sí una alteración
permanente de sus elementos, sino que se agota en el fenómeno de devenir-conciente.
Freud asimila al organismo vivo como una vesícula indiferenciada de sustancia
estimulable. Su superficie vuelta hacia el mundo exterior está diferenciada por su
ubicación misma y sirve como órgano recepto de estímulos. Se formó una corteza al final
del proceso por la acción de los estímulos, que ofrece las condiciones más favorables a la
recepción de éstos, y ya no se puede modificar. Este es el sistema CC: el paso de la
excitación ya no puede imprimir ninguna alteración en sus elementos. En su avance de un
elemento al otro, la excitación tiene que vencer una resistencia, y justamente la reducción
de esta crea la huella permanente de la excitación; podría pensarse entonces que el
sistema CC ya no subsiste ninguna resistencia de pasaje de esa índole entre un elemento
y otro. Los elementos del sistema CC no conducirían ninguna energía ligada, sino sólo
una energía susceptible de libre descarga.
Esta partícula viva flota en medio de un mundo exterior cargado con las energías
más potentes, y sería aniquilada por la acción de estímulos si no tuviera una protección
antiestímulos. Su superficie más externa deja de tener la estructura propia de la materia
viva, se vuelve inorgánica, por así decir, y en lo sucesivo opera apartando los estímulos,
como un envoltorio o membrana. Los estratos vivos que permanecen en el interior reciben
volúmenes de estímlo filtrados. El estrato externo, al morir, preservó a todos los otros,
más profundos, de sufrir igual destino, al menos hasta el momento en que sobrevengan
estímulos tan fuertes que perforen la protección antiestímulo.
A su vez, este estrato (sistema CC) recibe excitaciones desde adentro. Hacia
afuera hay una protección antiestímulo, y las magnitudes de excitación accionarán sólo en
escala reducida; hacia adentro, aquella es imposible, y las excitaciones de los estratos
más profundos se propagan hasta el sistema de manera directa y no reducida. Las
excitaciones provenientes del interior serán más adecuadas al modo de trabajo del
sistema que los estímulos que afluyen desde el mundo exterior. Se resaltan entonces dos
cosas: la primera, la prevalencia de las sensaciones de placer y displacer (indicio de
procesos que ocurren en el interior del aparato) sobre todos los estímulos externos; la
segunda, cierta orientación de la conducta respecto de las excitaciones internas que
produzcan una multiplicación de displacer demasiado grande. Se tenderá a tratarlas como
si no obrasen desde adentro, sino desde afuera, a fin de poder aplicarles el medio
defensivo de la protección antiestímulo. Este es el origen de la proyección.
Las excitaciones traumáticas son las que poseen fuerza suficiente para perforar la
protección antiestímulo. Un suceso como el trauma externo provocará una perturbación
en la economía energética del organismo y pondrá en acción todos los medios de
defensa. El principio de placer quedará abolido; la tarea planteada sería entonces dominar
el estímulo que penetró a fin de conducirlos a su tramitación.
De todas partes es movilizada la energía de investidura a fin de crear, en el
entorno del punto de intrusión, una investidura energética de nivel correspondiente. Se
produce una contrainvestidura a favor de la cual se empobrecen todos los otros sistemas
psíquicos, de suerte que el resultado es una extensa parálisis o rebajamiento de cualquier
otra operación psíquica. Un sistema de elevada investidura es capaz de recibir nuevos
aportes de energía fluyente y ligarlos psíquicamente. Cuanto más alta sea su energía
propia, tanto mayor será también su fuerza ligadora; y cuanto más baja su investidura,
menos capacitado estará el sistema para recibir energía afluyente y por lo tanto serán
más violentas las consecuencias de la perforación de la protección antiestímulo.
Freud concibe a la neurosis traumática común como el resultado de una vasta
ruptura de la protección antiestímulo. El terror tiene por condición la falta del apronte
angustiado; éste último conlleva la sobreinvestidura de los sistemas que reciben primero
el estímulo. Como la investidura es baja, las consecuencias de la ruptura de la protección
antiestímulo se produce más fácilmente. El apronte angustiado constituye la última
trinchera de la protección antiestímulo. Los sueños reconducen al enfermo a la situación
en que sufrió un accidente 🡪 no están al servicio del principio de placer, sino que buscan
recuperar el dominio sobre el estímulo por medio de un desarrollo de angustia cuya
omisión causó la neurosis traumática.

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