Thrust - Rough
Thrust - Rough
Thrust - Rough
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Créditos
Moderadora
Kath
Traductoras
Behindbooks Karens
Brisamar58 Lvic15
Cjuli2516zc Maria_clio88
Clau M im i 3
Gerald Mona
Gracekelly Kath
JandraNda
Corrección y Revisión
Final:
Kath
Diseño:
R ox x
Índice
Uno Veintiuno
Dos Veintidós
Tres Veintitrés
Cuatro Veinticuatro
Cinco Veinticinco
Seis Veintiséis
Siete Veintisiete
Ocho Veintiocho
Nueve Veintinueve
Diez Treinta
Once Treinta y uno
Doce Treinta y dos 4
5
Uno
Jared
—Más profundo. —Mi mano aterrizó en su trasero sexy con una sonora
nalgada.
Sus tetas saltaron saliéndose de su bikini y gimió.
Mi polla se deslizó otro centímetro en su boca.
—Así, nena. —Agarré un puñado de su cabello y jalé—. Chupa más fuerte.
Su lengua se aplanó contra mi miembro y sus mejillas se ahuecaron, pero no
siguió mis instrucciones.
—¿Dónde está la diosa que prometiste? —Le golpeé el culo de nuevo—. ¿Eso
es todo lo que tienes?
Apoyándose en mis muslos, con sus rodillas en la tumbona al lado de la mía,
ella era sexy, pero no era una clienta. Ni siquiera recordaba su nombre. Se había 6
sentado a mi lado en el bar de la piscina del hotel, y dos tragos más tarde, me dijo
que chupaba pollas como una diosa.
Que iniciara el jodido juego.
La llevé a la cabaña más cercana y le dije que me lo probara. Se humedeció los
labios y se arrodilló.
Pero ahora no lo estaba logrando.
Mi teléfono vibró y su mirada fue a la mesa donde estaba. Chupó más fuerte.
Sonreí con petulancia.
—¿Ahora estás motivada? —Me incliné cerca de su oreja—. ¿Te preocupa que
tenga que ir a algún lugar? —No tenía ninguna mierda que hacer. Había manejado
hasta un hotel cerca de mi apartamento para desayunar porque estaba aburrido.
Luego, ella sentó su culo junto a mí. No le dije que las mujeres me pagaban para
que las follara o que me habían chupado la polla demasiadas veces, todo estaba un
poco borroso.
Mi teléfono volvió a vibrar y ella aceleró el ritmo.
—Maldición. —Me importaba muy poco quién estaba llamando, pero al
parecer eso la estimulaba—. ¿Te gusta un poco de competencia? —Estaba
perdiendo mi toque. Debía haberla identificado como de ese tipo al segundo en
que dijo que era una diosa.
Envolvió sus labios sobre sus dientes y aplicó presión.
—Mierda, eso funcionará. —Mi cabeza cayó hacia atrás y ya no me estaba
preguntando cuánto tiempo tardaría esto.
Mi celular volvió a vibrar y ella me enterró en su garganta profundamente.
La inspiración me golpeó. Eché un vistazo al identificador de llamadas en mi
teléfono y luego la miré mientras contestaba.
—¿Qué pasa, impostor?
—¿Estás ocupado esta noche? —preguntó Alex.
—¿Es sábado? —¿Qué mierda pensaba? Ambos éramos acompañantes. Los
sábados siempre estaban llenos.
—Cancela a tus clientes. Ganarás quince mil esta noche.
—Tonterías —gruñí y la autoproclamada diosa gimió.
—Jesucristo —resopló Alex—. ¿Estás follándote a una clienta ahora mismo?
—No. —Técnicamente no—. Ahhh, maldición. Espera. —Sostuve el teléfono
alejado y ella gimió aún más fuerte—. Eso es, nena, justo ahí. —Empujé una vez y
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le dio una arcada—. Mierda. —Mis bolas se tensaron. Estaba justo allí. Agarrando
su cabello con más fuerza, emití una orden—. Tómalo más profundo.
Ella relajó su garganta y me hundí hasta la empuñadura.
—Mierdaaa. —Disparando mi carga en su boca, casi dejé caer mi teléfono.
Tragó como una campeona y luego me sonrió.
—¿Qué tal?
—Maldición, eso estuvo bien. —Probablemente lo recordaría, al menos hasta
la próxima vez que me hicieran una mamada.
Sonrió y pasó su mano por mis abdominales.
—Te lo dije.
Al soltarle el pelo, pellizqué uno de sus pezones.
—Gracias, diosa. —Señalé mi teléfono con la barbilla—. Tengo que atender
esto.
Acomodó los trozos de tela sobre sus tetas.
—Adelante.
—Hasta luego. —Metí mi mierda en mis pantalones cortos, bajé mis piernas
de la tumbona y me aparté de ella mientras volvía a poner el teléfono en mi oreja—
. Volví. No es una clienta. —Sólo se lo dije para joderlo, porque Alex Vega no tenía
citas, nunca.
—¿Todavía estás follando gratis?
—La mejor clase de folladas. —O solía serlo. Ya casi no podía recordarlo.
—¿Qué está pasando esta noche? —Él nunca me había pedido que le quitara
sus clientas de sus manos por una noche entera—. No hago fiestas de despedida de
soltera. O cualquier otro tipo de fiesta —le recordé mientras estaba de pie. Que
jodan esa mierda.
—Nada de fiestas. Esta noche tengo tres clientas.
Miré detrás de mí, pero la diosa había captado la idea. Ya se había ido.
—¿Qué pasa? —Sonreí mientras pasaba de la piscina al estacionamiento.
—¿Perdiendo tu resistencia en tu vejez? —Vega era un año mayor que yo y
nunca dejaba que lo olvidara.
—Joder no. Tengo un conflicto con la agenda. Tú te encargas de las tres y yo
me llevo el treinta por ciento.
A la mierda. 8
15
Tres
Jared
No me ponía nervioso. Agitado, irritado, enojado, pero no nervioso. Los
nervios hacen que te maten. Los Marines me entrenaron para evaluar y reaccionar.
Estar preparado, sin excusas, sin nervios.
Cabello rojo, ojos verdes, ella se detuvo frente a mi puerta con un vestido
amarillo y sandalias.
Sus mejillas se sonrojaron.
—Hola.
Mi corazón latió con fuerza, mi aliento se aceleró y mis manos comenzaron a
sudar mientras la miraba fijamente. Vega no me dijo que era jodidamente hermosa.
—¿Jared? —Su voz era dulce, inocente.
Realmente inocente. 16
—Sí, entra. —No quería dar un paso hacia atrás para dejar que pasara. Quería
empujarla contra la pared, meter mi mano entre sus piernas y mirar esos labios
llenos abrirse mientras jadeaba. Porque jadearía. Ella no sabría qué diablos hacer
conmigo.
Mis clientas no aparecían vestidas de amarillo, luciendo como una chica
universitaria camino a la playa. Aparecían medio vestidas con tacones que
gritaban fóllame, las tetas colgando, listas para bajar y ensuciarse. Pero no esta
mujer. Ella era inocente como el infierno y eso me ponía malditamente nervioso.
Retrocedí un paso.
—Bonito vestido. —Si fuera cualquier otra clienta, no habría sido tan
educado.
—Gracias. —Caminó nerviosamente pasando por mi lado.
El aroma a lluvia fresca y miel me golpeó en el pecho, y no me molesté en
detener la maldición.
—Maldita sea.
Se giró.
—Lo lamento, esto fue una mala idea. No debería haber venido.
Quería que se fuera. Quería su dulce y jodida inocencia tan malditamente
lejos de mí, que no podía respirar.
—¿Por qué lo hiciste? —No era una pregunta, era una acusación. Ella era
impresionante. Joven y puramente hermosa, la jodería incluso en formas que
nunca se había imaginado.
Sus manos se retorcieron y miró hacia la puerta antes de dejar caer su mirada
de ojos verdes a sus pies.
—No quiero un novio. —Su voz se hizo aún más tranquila—. O un esposo.
Esa última declaración tocó un nervio, pero no debería haberlo hecho. Me dije
que no me importaba dos mierdas por qué estaba aquí, mintiendo respecto a no
querer un marido. Mientras pagara, no había nada más que debiera preocuparme,
porque eso es lo que hacía. Las mujeres me pagaban por sexo, sexo rudo. ¿Pero
esta chica? Parecía que estaba un paso más allá de perder la virginidad borracha en
una fiesta de la fraternidad.
Debería haberle dicho que diera la vuelta y corriera mientras todavía tenía
oportunidad, pero egoístamente no lo hice.
—No necesitas un marido para correrte, Roja. 17
30
S e is
Sienna
No.
No, no, no.
Nadie besaba así.
Mis dedos fueron a mis labios. Estaban en llamas. Tenían que estarlo.
Mis manos temblorosas, un dolor pulsante palpitante entre mis piernas, tenía
ganas de llorar por cada beso que había soportado antes de él. Entonces quise
rogarle que me tocara de nuevo.
Nadie besaba así.
—Vamos. —Su voz, ronca y áspera, atravesó mis nervios como la más dulce
mentira que la vida nunca hubiera dicho. Luego tomó mi mano y me ayudó a bajar
del taburete como el caballero que no era—. Vamos a darte de comer. 31
La presión de su mano mientras apartaba mis rodillas para dar un paso entre
ellas quedó grabada en mi memoria. Con mis piernas apenas sosteniéndome, me
alejé de su agarre, pero su mano sólo pasó bajo mi pelo y me cogió alrededor de mi
nuca. No sabía si era un gesto de su dominio o algo más, y a mi corazón no le
importaba. Su agarre posesivo hacía que mi cuerpo se inclinase hacia él como una
corriente en movimiento.
No estaba en problemas, me estaba ahogando.
Un beso y estaba dispuesta a olvidar por qué había contratado a un
acompañante en primer lugar. No podía dormir con él. Ni siquiera debería estar
cenando con él. Esto no era una hora de diversión sin emociones. Esto no era ni
siquiera una vergüenza pública fabricándose. Jared Brandt era una completa
destrucción emocional y sexual. Pero no podía alejarme, en su lugar mi cuerpo
traidor se acomodó en la silla en la mesa.
Todo poder y músculo, Jared se sentó en un asiento frente a mí.
Las desesperadas palabras cayeron de mi boca.
—No voy a dormir contigo.
Se detuvo sólo una fracción de segundo mientras tomaba el menú de la
anfitriona y elevaba su barbilla hacia ella.
—Gracias. —Sus ojos volvieron a mí, dejó el menú—. No voy a dormir
contigo.
Aire salió de mis pulmones por alivio, pero mi estómago se anudó por la
decepción.
—Bien. —Tuve que forzar la respuesta más allá de mis labios hormigueando.
Mirándome fijamente, se inclinó hacia adelante.
—Voy a follarte, Roja. Después, te follaré de nuevo. Cuando termine contigo,
tu único pensamiento coherente será mi nombre. —Se enderezó y se echó hacia
atrás—. ¿Qué comes?
Su teléfono sonó y me salvó de murmurar descuidadas palabras de negación.
Metiendo su mano en el bolsillo, silenció el tono.
—¿Mariscos?
Inspiración alimentada por la desesperación me golpeó.
—Deberías atender. Podría ser una clienta.
Me miró, pero no tomó su teléfono.
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Insistí.
—Tal vez sea una cita. Deberías atender porque me tengo que ir después de
la cena. —Pretendí parecer casual, pero mi voz temblaba—. No me gustaría que
toda tu noche fuera un desperdicio.
Un camarero apareció con las bebidas abandonadas de la barra.
—Buenas noches, señor Brandt, señora. ¿Tienen alguna pregunta sobre el
menú de esta noche?
Sin apartar sus ojos de mí, Jared espetó una respuesta al camarero.
—No.
—Excelente, entonces les daré un poco de tiempo para decidir. —El camarero
se alejó.
Jared bajó la voz.
—¿Te estás escapando, Roja?
Viniendo de alguien más, odiaba ese apodo, pero él lo hacía sonar sexy, como
si me deseara. Excepto que no seguía siendo la inocente hija de un predicador, y no
era tan tonta como para pensar que esto tuviera algo que ver conmigo. Éste era su
trabajo, y ese beso no significaba nada. No debía significar nada.
—Tengo un día ocupado mañana, ya sabes cómo es. Haz tu llamada. Y sí, los
mariscos me parecen bien. —Doblé mis manos en mi regazo para ocultar el
temblor que no se había detenido desde que se había acercado lo suficiente como
para que me ahogase en su olor en su apartamento. Él no olía a colonia y a
sofisticación. Jabón y almizcle y hombre puro, olía a corazón roto.
Un corazón roto que no apartaba sus ojos de mí.
Con una expresión seria, me estudió.
—Tal vez debería hacer que se nos uniera.
Un cuchillo en mi corazón no hubiera dolido tanto.
—Claro. —Tomé mi vino y me bebí la mitad.
Sacó su teléfono del bolsillo y lo colocó sobre la mesa.
El recuerdo de su lengua con el whisky se burló de mí con un regusto amargo
de uva fermentada, mientras que su teléfono estaba allí como una gigante prueba.
Me dije que él tenía que llamar a esa clienta.
—La mesa es lo suficientemente grande. Tenemos un montón de espacio. —
Necesitaba una dosis de realidad sobre quién era él y quién no era, porque Jared 33
Brandt no era un hombre del que una mujer se enamorara, no si quería mantener
su cordura.
Tomó su vaso y tomó un sorbo.
—¿Quieres saber lo que pienso?
¿Que yo era una cobarde y una mentirosa y que no podía manejar su beso?
—Tengo la sensación que me lo vas a decir igualmente.
—Mentiste.
Quería probar el whisky ahumado en sus labios.
—¿Sobre qué?
Se echó hacia atrás en su silla, tomó un sorbo de whisky y se tomó su tiempo.
—Un marido.
—No. —Agarré mi copa de vino con las dos manos—. Definitivamente no
quiero un marido. —Los hombres engañan—. Una mujer no necesita estar casada
para ser feliz.
—Tú sí.
No estaba segura qué era más absurdo, que estuviera fuera cenando con un
hombre de compañía o que estuviera teniendo una conversación con él sobre
matrimonio.
Traté de darle la vuelta a las cosas.
—No estás casado. Te ves perfectamente bien. —Pero no feliz. Feliz y Jared
Brandt no parecían ser dos palabras que jamás fueran a quedar bien en una frase
juntas. Se había reído antes, pero no había habido humor en ello.
—No soy tú. —Levantó su copa.
Me quedé mirando sus labios al tocar el vaso y contuve el aliento mientras su
garganta se movía con el trago.
—En eso, podemos estar de acuerdo. —Quería arrastrarme por la mesa sólo
para olerle de nuevo.
Su gran mano, una mano que había agarrado mi rodilla, dejó el vaso y sus
ojos se centraron intensamente en los míos.
—Tu espalda está recta, tus piernas cruzadas y tus modales son impecables.
No tenías ni un pelo fuera de lugar hasta que enrosqué mis dedos a través de él.
34
Pasé conscientemente mi mano por mi pelo.
—¿Se supone que es un insulto?
Se inclinó hacia delante.
—No quieres un marido, pero te estás muriendo por uno.
Empujé mi silla hacia atrás y me levanté.
—Siéntate.
Su orden espetada fue tan abrupta y controladora que me tomó por sorpresa.
Antes de darme cuenta de lo que estaba haciendo, estuve sentada.
—No soy un perro —le espeté.
Uno de sus brazos musculosos salió disparado. Agarró el brazo de mi silla y
jaló. Con un tirón rápido, yo y mi silla fuimos arrastradas a su lado.
Su enorme mano agarró la parte posterior de mi cuello y su voz se volvió cien
por ciento alfa.
—Quieres tanto un hombre, que estás temblando por uno. Quieres sus manos
encima, sus órdenes en tu oído, su olor en tu piel y quieres ser follada, realmente.
Los escalofríos subieron por mi cuello mientras contenía mi aliento.
—Te equivocas.
—Tengo toda la jodida razón, puedo oler tu coño dulce desde aquí. Estabas
mojada en el momento en que te diste la vuelta para mí en el ascensor. —Su mano
se posó en mi rodilla desnuda.
Salté.
—¿Qué estás haciendo?
—No quieres mi polla penetrándote. —Sus dedos pasaron por dentro de mi
muslo—. Quieres ser jodidamente reclamada. —Pasó su mano por debajo de mi
ropa interior y acarició a través de mi calor.
Mis ojos se cerraron, pero no lo negué.
Sus labios tocaron mi sien.
—Estás tan jodidamente mojada.
Forcé las palabras.
—¿Qué haces? —Oh, Dios mío. Nada, nada se había sentido tan bien.
—Hacer que te corras frente a todas estas personas.
Mis ojos se abrieron en alarma y miré al otro lado del restaurante.
35
—No soy…
Áspero, duro, empujó dos dedos dentro de mí, y todo el aire de mis
pulmones se fue.
Sus gruesos dedos estiraron mi interior mientras su mano se cerraba sobre mi
cuello, obligándome a encararle.
—Me miras, sólo a mí, cuando te corras.
Su orden gruñida me hizo gotear de deseo. Mis manos buscando agarre, mis
piernas cerrándose, mordí mi labio porque no tenía ninguna otra ancla. Mi núcleo
latiendo, quería venirme como nunca antes en mi vida quise.
—Mi nombre —espetó en voy baja.
—Jared. —Reverente, suplicante, no estaba diciendo su nombre, estaba
rogando la liberación.
—Córrete —exigió.
Su pulgar presionó sobre mi clítoris, y antes que hubiera hecho un círculo,
estaba corriéndome. Mis piernas temblaron, mis manos agarraron su antebrazo y
mis uñas se hundieron en su piel. No estaba en control de nada. Mi cabeza
encerrada en su agarre, mi sexo apretándose y latiendo alrededor de sus dedos
empujando, me vine abajo. Mi cuerpo se rompió en mil pedazos y mi mente se
apagó.
No pensé en dónde estaba. No pensé en mi corazón roto. No pensé en mi
trabajo o mi hipoteca o mi absoluta soledad. No pensé en nada, excepto esos
intensos ojos marrones en un rostro tan estoico y tan duro, pero aun así total y
devastadoramente hermoso.
Susurré la palabra que era mi nueva realidad.
—Jared.
36
Siete
Jared
No se sometió. Me entregó su orgasmo en una jodida bandeja de plata.
Aferrándose a mí con sus pequeñas manos y sus hermosos ojos verdes, soltó cada
musculo de su cuerpo. Cayó tan jodidamente fuerte, no había ni una sola cosa en
su mundo con excepción de mí.
Nunca había visto a una mujer correrse así.
—Eres jodidamente hermosa, Roja. —Que jodan mi vida, preciosa. Mi pene se
tensó contra mis pantalones por un revolcón en ese apretado coño. Quería
extenderla en la mesa y follarla hasta romper algo.
Con los labios húmedos, su apretado coño todavía temblando alrededor de
mis dedos, se sonrojó ante mi halago.
—Gracias.
37
Una última caricia, luego reacio saqué mi mano.
—Pierde tus modales conmigo. —Abrió su boca para decir algo, pero puse
mis dedos contra sus labios—. Chupa.
La neblina de lujuria dejó su expresión y sus labios se cerraron con fuerza. El
sonrojo en sus mejillas pasó de rosa a rojo brillante.
Una sonrisa inclinó un costado de mi boca. Si hablaba, sus labios se abrirían y
metería mis dedos. Ella lo sabía. Yo lo sabía.
—¿Qué vas a hacer, cariño?
Intentó apartar mi mano lejos, pero yo era más fuerte. Froté mi pulgar por la
longitud de su cuello.
—De una forma u otra, te vas a ensuciar conmigo.
Indignación, conmoción y una ráfaga de otras emociones destellaron en su
rostro y mi pene se puso más duro. Abrió su boca una fracción y empujé mis
dedos.
—Buena niña.
Pasó su lengua una vez y retrocedió.
La dejé ir.
—La próxima vez, usa tus dientes.
Agarró su servilleta y se limpió la boca.
—No habrá una próxima vez.
Casi me reí.
—No hagas promesas que no puedas cumplir.
—No voy… —Abruptamente se calló cuando el mesero se acercó.
—¿Puedo contarles de los especiales de esta noche?
Escuchamos y luego balbuceé una orden de comida y más licor. El mesero se
fue y Roja me miró como si quisiera colgarme.
Tragué lo último de mi whisky.
—¿Algún problema? —Quería follarla. Con fuerza.
—No dije que podías hacer eso.
—No dijiste que no podía. —Ni una vez dijo que no. El ascensor, el garaje, en
el viaje hasta acá, cuando había arrastrado su silla hacia la mía.
—No creí que tendría que decirte que no… en un restaurante. —Miró
alrededor y sus mejillas se sonrojaron de nuevo. 38
Sostuve la parte posterior de su cuello y me incliné a su oreja.
—¿Qué creíste que iba a pasar cuando aceptaste pagarme para follarte?
Se estremeció y susurró:
—Dijiste una cena.
Acaricié el costado de su perfecta mejilla.
—¿No te gusta cuando te hago correrte?
Tiró del dobladillo de su vestido.
—Eso fue más que una conversación.
Con cualquier otra mujer, el acto de virtuosa me habría hecho irme.
En cambio, estaba conteniendo una sonrisa y portando una furiosa erección.
—No te preocupes, no te cobraré por ese orgasmo.
Su sonrojo no tenía precio.
—Si vas a molestarme toda la noche, me voy a casa.
La adrenalina por hacerla venir menguó.
—Ya lo dijiste. —Empujé su copa de vino hacia ella—. Bebe.
Era muy educada para cruzar los brazos, pero sus manos siguieron en su
regazo.
—No, gracias.
Quería romperla. Quería su cabello salvaje, su cuerpo temblando, sus uñas
enterrándose en mi carne mientras gritaba mi nombre y empapaba mi pene.
Quería ver esos jodidos modales desaparecer mientras me rogaba que azotara su
culo.
—¿Sabes cuál es tu problema?
—Estoy segura que me lo dirás. —Miró a todas partes menos a mí.
Esperé.
Pasaron tres segundos. Se dio vuelta y me mostró esos preciosos ojos verdes.
—¿Qué?
—¿Quieres que te folle?
—No.
—¿Que te bese?
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—No.
Maldición, era una pequeña mentirosa sexy.
—¿Hacerte venir?
—No. ¿Está conversación va a alguna parte? Creo que tienes ya tu respuesta.
—¿Quieres follar a una mujer?
—No.
Me gustó demasiado su indignación.
—Tu problema es que te mientes a ti misma. La razón por la que me dijiste
que llamara otra mujer es la misma razón por la qué me mentiste sobre querer un
esposo. —Tenía un jodido montón de limitaciones, pero leer a las personas no era
una de ellas—. ¿Vas a decirme por qué estás aquí en verdad?
Inhaló como si estuviera tratando de ser paciente.
—Es un hombre muy sexual, señor Brandt, como debería serlo con su línea de
trabajo. Pero puede que lo sorprenda saber que no sólo no quiero un esposo, sino
que no estoy buscando compromisos o apegos.
Ignoré su comentario sobre mi ocupación.
—¿Te pedí que te casaras conmigo?
Agachó su cabeza y su voz se suavizó.
—No, no lo hiciste.
Alcé su barbilla.
—No respondiste mi pregunta, Roja.
Su mirada se apartó y exhaló.
—Vas a estar con otra clienta esta noche de todos modos. ¿Cuál es la
diferencia?
Ahí estaba. Sabía que cada palabra que salió de su boca había sido mentira.
Ella era bastante sincera, pero era exactamente como había supuesto. No quería ser
el juguetito de algún imbécil porque estuviera cachonda. Estaba pagando por sexo
porque el dolor era la raíz de todo esto para ella.
Y quería saber quién demonios la había lastimado.
—¿Quién fue?
—¿Perdona?
—¿Quién rompió tu corazón? —Porque quería matarlo.
—No hay…
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—Es por eso que haces esto. —Estaba jodidamente asustada.
—Lo que hago no te concierne.
Tenía razón, pero desde el segundo en que puse mis ojos sobre ella, quise
protegerla. Pero si recibía su dinero sólo para enterrarme profundamente en ella,
no era mejor que el imbécil que la había llevado a contratar un acompañante en
primer lugar. La única diferencia era, que cuando la dejara después de follarla, yo
sería cinco mil dólares más rico.
Juré ahí en ese momento, que nunca recibiría el dinero de esta chica. Se
merecía algo mejor, pero era lo único que tenía.
—Cuando estés conmigo, todo lo que hagas me concierne. —Asentí hacia su
vino—. Bebe.
Se puso de pie con la gracia que debería ser respaldada por confianza.
—Llama a tu próxima clienta. No voy a estar contigo mucho rato. Disculpa.
—Caminó hacia los baños.
El mesero regresó y el destino decidió cogerme por el culo. Mi teléfono vibró
con un mensaje mientras él dejaba el whisky doble frente a mí.
—Su bebida, señor.
—Gracias. —Leí el mensaje de otra de las clientas de Vega cuatro veces antes
de entenderlo.
¿A qué horas nos veremos esta noche, sexy?
Alcé la mirada para ver a Roja mientras desaparecía en una esquina, y los
pasados tres años se burlaron de mí.
El licor y las mujeres.
Esa era mi vida. No había un plan B, no si quería mantenerme jodidamente
cuerdo, pero maldición, estaba cansado.
Me tomé medio trago y mis pulgares se movieron a tientas por la pantalla,
porque no había tomado ni una sola decisión inteligente desde que le dije a Roja
que la vería para cenar.
Ahora. En Pietra’s. Si no quieres compartir, no vengas.
Envié el mensaje y me bebí el resto del whisky antes de hacer señas para
pedir otro.
41
O cho
Sienna
No sabía si él iba a hacerlo, casi recé porque no lo hiciera. La parte de mi
corazón que no estaba completamente rota, tontamente pensó que ni siquiera
consideraría llamar otra clienta mientras estaba conmigo. Pero eso sólo me hizo
una tonta más grande. Este era su trabajo, y yo no era nada más que un cheque
para él, y necesitaba seguir recordándome eso. Por eso le había dicho que llamara
otra clienta.
Pero mi mandíbula no estaba tensa y mis fosas nasales dilatadas porque
estuviera enojada. Estaba luchando contra las lágrimas como David luchó con
Goliat.
No era especial para él. No significó nada cuándo me besó como si me
necesitara para respirar. Eso era lo que hacía. Llevaba a mujeres a restaurantes y
les hacía cosas sucias a sus cuerpos y luego contaba con que cayeran por su 42
angustia de héroe roto y sus apuestos rasgos toscos.
Mi cuerpo traidor dolía por sus malvadas manos, y me estremecí ante el
fresco recuerdo de ellas en mi interior, pero no iba a ir por esa dirección. No de
nuevo. Nunca.
Así que acomodé mi cabello y vestido. No podía hacer nada con el color en
mis mejillas o el dolor entre mis piernas, excepto mantener mi cabeza en alto, y eso
fue lo que hice. Caminé de regreso a esa mesa con la intención de terminar lo que
había empezado, porque eso fue lo que mi papi me enseñó a hacer. No era lo qué
hacías, era cómo lo hacías.
Mi coraje resistió hasta el segundo en que me permití hacer contacto visual
con él. Luego unos profundos ojos marrones me observaron, se robaron mi aliento
y me mantuvieron cautiva.
Con mi cuerpo atraído por el suyo, mis pulmones rogando por oxígeno,
caminé a la mesa en un trance. Sabiendo que nunca vería la silla de un restaurante
igual. Me senté.
Ante mi perdida de palabras, no dije nada.
—No voy a tomarte como clienta. —Profunda y suave, su voz se filtró en mi
piel antes de registrar sus palabras.
Esa punzada fue peor que un insulto.
—Entonces la cena… —Oh Dios mío. ¿Y lo qué me hizo en la silla? La
humillación calentó mis mejillas y necesité irme.
Pero mientras recogía mi bolso, el mesero apareció y dejó unos platos frente a
nosotros con gran parsimonia.
El aroma a mariscos y hierbas asaltó mis sentidos y quise vomitar.
Unos grandes dedos se cerraron en mi muñeca.
—Deja el bolso. —Sus labios tocaron mi sien, y dijo una orden como una
tierna petición de un amante—. Quédate. Come tu comida. —Retrocedió y sus
próximas palabras fueron tan suaves, que no podía estar segura de haberlas
escuchado correctamente—. Conseguirás lo que quieres.
—Bon appétit. —El mesero dejó una servilleta en mi regazo y se retiró.
Miré mi plato y la comida se puso borrosa. ¿Qué quería? ¿O qué necesitaba?
Porque necesitaba que él no me gustara. Necesitaba no haber tenido el mejor
orgasmo de mi vida en un restaurante en South Beach. Necesitaba no odiar cada
cosa en mi vida desde el segundo en que puse mis ojos en él.
—Mírame —exigió. 43
Como una polilla atraída a la llama, lo miré.
Su despeinado cabello rubio arena en contraste directo con su mirada
cautelosa, me miró como si viera a través de mí.
—Roja. —No estaba pronunciando el color de mi cabello.
Estaba usando su apodo para mí y lo estaba pronunciando como una
advertencia.
El vino y el olor de la comida retorcieron mi estómago y no me importó lo
que él quería.
—Me tengo que ir.
Dejó su bebida y su mirada se fijó en mi cuello y regresó a mis ojos.
—Toma aire. Ahora.
Con el aire entrecortado, mi corazón latiendo, entré en pánico.
—Puedo encontrar un taxi. —Había escuchado lo que dijo. Sabía lo que quiso
decir. Iba a cumplir mi deseo y su próxima clienta venía en camino. Dios me
ayude, necesitaba salir de aquí antes que eso pasara.
—No vas a tomar un taxi. —Su tono era cien por ciento autoritario—. Toma
aire y te llevaré a casa.
—Tú cena. —Sabía lo costoso que era Pietra’s—. Quédate. —Me puse en pie.
Él estuvo de pie y a mi lado antes que estuviera levantada. Tomó mi barbilla
y me obligó a mirarlo.
—¿Qué sucede?
—Nada.
—Estás en estado de pánico.
—No lo estoy —mentí—. Sólo necesito irme. El vino me mareó. —Tomé aire y
luché por volver a ser la vieja yo, la persona que era antes de llamar a su puerta—.
Gracias por tu tiempo. Gracias por encontrarte conmigo, pero simplemente no
funcionó.
—Funcionó muy bien. Es por eso que estás huyendo.
—No, no. —Fingí una sonrisa—. No voy a huir a ninguna parte. Disfruta tu
próxima clienta. —Me ahogué con la palabra disfruta.
—Esa fue tu idea.
—Sí, por supuesto. —Mi fachada estaba rompiéndose—. Encontraré sola la
salida. Quédate. 44
Ella podía comerse mi cena. Podía sentarse en mi silla. Podía… aparté la idea
y me dije que Jared no era algo serio. Podía hacer esto. Era como Alex, sin apegos,
sin sentimientos. Pero nada de lo que estaba pasando había sucedido con Alex.
Comparada con la forma en que mi corazón estaba intentando salirse de mi pecho
cada vez que miraba a Jared, mi hora con Alex no se había sentido como más que
una curva en el camino.
Jared dejó unos billetes en la mesa y tomó mi brazo.
—Ven. —Estaba llevándome fuera del restaurante a través del bar, antes de
poder protestar.
Con mis ojos en la salida, no la vi.
—Jared —ronroneó una voz.
Mayor que yo, más delgada que yo, su maquillaje perfecto, y su cabello
peinado por lo mejor que Miami podía ofrecer, estaba usando un vestido negro.
Exudando dinero y confianza, escaneó la longitud del cuerpo de Jared y luego
apenas y me miró.
—Hola. —La voz ronca que usó conmigo, la usó con ella.
Unos espesos celos subieron por mi garganta como bilis.
Ella sonrió como una estrella de cine.
—Esto será divertido.
Mi corazón se atoró en mi garganta. ¿Él le había dicho? ¿Ella creía…? Oh Dios
mío.
—Ya me iba. Ustedes dos… diviértanse. —Oh Dios mío, sus dedos todavía…
No. esto no estaba pasando. Intenté apartarme, pero una fuerte mano se envolvió
en mi cuello.
—Nosotros ya nos íbamos —corrigió Jared.
—Oh no, está bien, quédate. —Mi estómago se derrumbó. Debía hacer esto.
Sabía que debía hacerlo. No me podía importar con quién se acostaba él. Era un
hombre de compañía.
La morena nos miró, pero luego su mirada aterrizó en mí.
—Creo que alguien necesita una bebida.
Alcé una mano y reí fingidamente para la perra.
—Oh no, ya bebí suficiente. Pero por favor, disfruten la noche ustedes. —Me
di vuelta y huí.
En mi afán, no consideré a dónde iba. Cinco pasos y estuve de nuevo en el 45
restaurante. Luego un rostro familiar aterrizó en mi línea de visión y me congelé.
Alex Vega. Mi primera y única experiencia completa con un acompañante
estaba sentada con una despampanante morena porque Dios me odiaba. Me di
vuelta para huir y el brazo de Jared se envolvió alrededor de mis hombros
mientras él y su otra clienta se paraban a mi lado.
—Hola, Sarge —la voz de Jared retumbó de su pecho.
Alex alzó la mirada y la rabia contorsionó sus rasgos.
—Jared —masculló. Con su mano posesivamente sobre la hermosa morena,
alzó su barbilla, pero no me miró, ni tampoco a la otra clienta de Jared—. ¿Qué
haces aquí?
Jared sonrió, pero fue extraña.
—Una pequeña cena. —Miró la cita de Alex—. Un poco de diversión.
Mi cerebro hizo la conexión ante el apodo de Jared para Alex y solté una
estúpida pregunta.
—¿Estuviste en el ejército? —Debí haberlo supuesto. Ambos, Jared y él, eran
dominantes, controladores, y alfas hasta el núcleo. Exudaban ejército.
El brazo de Jared se tensó y su sonrisa desapareció.
—Sargento de pelotón Alexander Vega, Segundo Batallón Armada de
Reconocimiento, del Cuerpo de la Marina de los Estados Unidos. Están viendo a
un héroe en vivo, señoritas. Salvó mi vida. —Prácticamente escupió las palabras.
La otra clienta de Jared miró lascivamente a Alex.
—Oh, es todo un héroe. —Lamió su labio—. Que mal que no esté trabajando
esta noche. —Frotó una mano en el pecho de Jared.
—Está perdiéndose toda la diversión.
Oh Dios mío.
Iba a enfermarme. ¿Cambiaban de clientes cuando querían?
La cita de Alex pareció descubrirlo a la misma vez que yo. Su rostro se puso
pálido y se apartó de Alex.
—Disculpen. —Se levantó y se fue.
Alex gruñó unas palabras a Jared y lanzó dinero en la mesa.
Con mi mente dando vueltas, y mi estómago revuelto, no registré nada.
Cambiaban de clientas. Ellos compartían. Jared no sólo estaba tomando el turno de
Alex. Había sido pasada. 46
55
Diez
Sienna
Crudo y sucio, mi nombre salió de su lengua como la tentación más dulce que
nunca quise oír.
No debería haber respondido su mensaje, y definitivamente no debería haber
levantado el teléfono o dicho lo que dije a continuación.
—Espero que tu clienta y tú hayan sobrevivido al huracán. —Estaba siendo
celosa y mezquina, pero peor aún, estaba herida. Por un acompañante.
El resoplido fue tan profundo y áspero como su voz.
—Fue todo cosa tuya, Roja.
Sus palabras eran un insulto, pero el toque siniestro en su tono llenó de
escalofríos mi piel. Ni siquiera sabía por qué estaba hablando con él, excepto que
no había pegado un ojo durante toda la noche. Odiaba lo que había hecho anoche, 56
pero odiaba aún más el hecho que estuviera celosa. Negué y usé mi voz de trabajo
porque estaba harta que los hombres se llevaran lo mejor de mí.
—Gracias por su tiempo, señor Brandt. Ya no necesitaré sus servicios. —
Comencé a colgar.
—Nunca tuviste mis servicios porque no iba a dártelos —masculló la palabra
"servicios" y terminó el resto de la frase con un tono enojado.
Debería haber colgado, pero igual que anoche, no pude conseguir ignorarlo.
Supe al segundo que había puesto los ojos en él, que era más de lo que podía
manejar.
—Mantengámoslo de esa manera. —Había tenido que practicar modales de
cortesía tan a menudo para el trabajo, que era casi instintivo.
—Te diré qué. Contesta una pregunta para mí, y si tu respuesta es no,
entonces perderé tu número.
Me mordí el labio. El labio que él había arrastrado entre sus dientes anoche,
justo después que me hubiera dado el mejor beso de mi vida.
—¿Roja?
Mis cejas se juntaron.
—No me gusta que me llamen así. —No podía evitar tener el cabello rojo, así
como la ondulación de mis caderas o mi nariz respingada.
—Sienna. —No pronunció mi nombre, lo soltó con un gruñido bajo que hizo
que mis dedos se curvaran—. ¿Algún hombre te ha besado como lo hice anoche?
Respiré profundamente. Su voz era tan áspera e incontenible, mi corazón
todavía dolía por él. Nadie me había besado así. Y nadie jamás me había dado un
orgasmo así. Pero yo no era más que una clienta para él.
—Escuché eso.
Mis dedos fueron a mis labios.
—No he dicho nada.
—No tenías que hacerlo. He escuchado la agitación de tu respiración, y
apuesto a que te estás tocando ahora mismo.
Dejé caer mi mano.
—No lo estoy haciendo.
—Claro.
57
Odiaba su exagerada confianza.
—¿Crees que todas las mujeres quieren tocarse mientras hablas con ellas? —
No podía creer que estuviera hablando con él de esta manera, y mucho menos
haciéndolo desde el trabajo.
—Primero, tú no eres como toda mujer.
—No es que ese tipo de cosas te importen —le interrumpí.
—¿Estás tratando de decir algo, princesa?
Me puse rígida ante el apodo que mi padre usaba para mí.
—No soy una princesa. —Sonaba como una niña de doce años.
—Estás actuando como una. ¿Quieres insultarme? Haz tu mejor intento. Pero
recuerda esto. Tú huiste anoche, no yo.
Perdí mi compostura.
—¡Llamaste a otra clienta!
—¡Tú me lo pediste! —gritó en respuesta—. Puede que le haya enviado un
mensaje, pero tú hiciste esa llamada. Pusiste eso en marcha.
—¿Y si no lo hubiera hecho? —¿A quién estaba engañando?—. De todas
maneras, más tarde habrías llamado a alguien más.
—No hubiera habido un más tarde, y no estaríamos teniendo esta
conversación porque todavía estarías en mi cama.
—¿Por cuánto tiempo? ¿Hasta que mi dinero se agotara? —Eso era mezquino
y perverso porque me había dicho que no iba a tomar mi dinero, pero lo dije de
todos modos.
—Me estás enojando, Roja.
—El sentimiento es mutuo.
—No habría habido otra clienta —dijo exasperado.
—No soy tan estúpida como para creer eso. —¿Verdad? Y de ser así, ¿por
cuánto tiempo? Nunca había contestado eso.
—¿Quién está llamando a quién? —desafió.
Era exasperante, y de repente todo y nada como todos los jugadores con los
que lidiaba en el trabajo. Me dije que podía manejar esto. Enderecé mis hombros y
me levanté orgullosa en mi traje rosa.
—Sólo porque pagué por los servicios en el dormitorio no te da a ti o a nadie
más el derecho de juzgarme o tratarme sin respeto. —Allí está, lo había dicho. 58
—Tienes razón.
Sorprendida, hice una pausa, pero no caí en eso. Tenía que colgar el teléfono
antes de convencerme que tenía que verlo otra vez.
—¿Por qué, exactamente, estás llamando?
—Porque tenemos asuntos pendientes.
—No, no los tenemos. —Pero cada segundo que escuchaba su voz sexy y el
avasallador dominio, caía un poco más. Quería que tuviéramos asuntos
pendientes, lo cual solo llamaba problemas, pero ayúdenme, él era todo en lo que
podía pensar. Me había enfermado anoche con pesar por decirle que llamara a esa
clienta. Cada hueso de mi cuerpo quería retirar lo dicho. Pero no podía. E incluso
si no hubiera salido corriendo del restaurante y subido en un taxi, no tenía ninguna
garantía que algo hubiera resultado de manera diferente.
—Veámonos en el patio de Allero’s en quince minutos. —No era una
petición, era una orden.
Mi equilibrio se disparó, luché por una respuesta.
—No quiero verme contigo en un restaurante.
Ni siquiera vaciló.
—Sí, lo harás.
—¿Y qué te hace pensar que haría eso? —Sonaba exactamente como me veía.
Formal y educada, y nada como una mujer que había pagado a un hombre de
compañía cinco mil dólares por un beso y un orgasmo.
—Porque, preciosa, estoy jodidamente hambriento y quiero verte. —Colgó.
Miré mi teléfono.
Entonces hice la única cosa que no debía. Recogí mi bolso.
La puerta de mi oficina se abrió.
—¿A dónde va, señorita Sienna?
Miré a Terence Joyner, también conocido como TJ. Sus músculos se abultaban
en cada prenda de vestir como si no pudiera contenerlos. Sus oscuros ojos me
miraban, pero sabía que debajo de todo ese volumen intimidante era un osito de
peluche.
—Tengo que hacer un recado.
El defensa de un metro noventa y ocho se dejó caer en una de mis sillas para
invitados.
59
—Pero dijiste que hablarías con DeMarco. Él no recibió ninguna llamada,
Roja.
Con todo lo que había sucedido en las últimas veinticuatro horas, había
olvidado la pequeña escapada de Terence hace unos días. Sentada al borde de mi
asiento, puse mis manos en mi regazo y compuse mis rasgos.
—Terence, no puedes seguir haciendo esto. Tienes que parar antes que seas
suspendido, o peor, te metas en un problema de verdad.
Alzó sus enormes manos.
—Ni siquiera estaba bebiendo.
No pude evitarlo, mi rostro crítico apareció.
—¿Sabes que las imágenes están en Internet? No puedes tener relaciones
sexuales con una de las animadoras mientras conduces con la capota abajo.
Dejó caer sus manos.
—Ella no estaba aceptando un no por respuesta, Roja. Ya sabes cómo son esas
chicas.
Mi mandíbula se tensó porque sabía exactamente cómo se ponían.
—Ella estaba desnuda, Terence, y te estacionaste en el Puente Seven Mile y
detuviste el tráfico al medio día. ¿Qué creías que iba a pasar?
Bajó su cabeza como un niño.
—No quería arruinar mi auto, Roja. Es el auto más bonito que he tenido. —
Me miró sin levantar la cabeza—. Vamos, chica, habla con el entrenador. Él te
escucha.
A pesar que el entrenador era mi tío, no me escuchaba más de lo que
escuchaba a TJ. Ni siquiera lo llamaba tío, porque no quería que nadie en el trabajo
supiera que yo era su sobrina. Nunca había compartido una comida fuera del
trabajo con él. Comía, dormía y respiraba fútbol. Lo había invitado a cenar varias
veces, pero desistí hace años cuando rechazó cada invitación. Ahora lo mantenía
estrictamente profesional entre nosotros. Yo manejaba su programación y papeleo
y lo ayudaba con los problemas cuando los jugadores se pasaban de la raya, y el
entrenador hacía lo que mejor sabía hacer, entrenar a los jugadores defensivos.
Suspiré y me levanté.
—Bien, voy a decirle algo al entrenador cuando lo vea. —Rodeé mi escritorio.
TJ saltó con la velocidad y la agilidad que conocía en el campo.
—¿A dónde vas? Puedo llevarte.
60
Mis mejillas se calentaron al pensar en Jared.
—No, no puedes.
TJ se interpuso en mi camino.
—Oh, vamos, Roja. ¿Cuándo vas a dejar que te lleve a una cita?
—¿En serio? ¿Después que tú última hazaña sexual apareció en todas las
noticias? —Mi expresión debe haberme delatado.
Extendió las manos de par en par.
—Sabes que no necesitaré a ninguna de esas chicas si te tengo. —La parte de
atrás de sus gigantes dedos rozaron mi brazo—. Eres de clase, Roja. Podrías
mantenerme a raya. —Su brillante sonrisa destellaba como lo hacía para las
cámaras.
Esta era la razón exacta por la que había contratado un acompañante. No
quería mantener a alguien a raya. Y definitivamente no necesitaba jugar a la casita
con un defensa mientras me engañaba con cada chica bonita que le sonreía.
Enderecé mis hombros.
—Conoces las reglas, Terence. Nada de fraternizar.
No es que hubiera prestado alguna atención a las reglas cuando Dan me
había invitado a salir.
Me guiñó un ojo.
—Entonces renuncia.
—¿Y quién intercederá por ti con el entrenador? Además, necesito mi trabajo,
muchas gracias.
—No necesitas dinero si estás conmigo, Roja. Yo gano todo el dinero.
Por algunos años más o hasta que se lesionara, entonces su salario de siete
cifras desaparecería tan rápido como sus fans. Apunté un dedo a su pecho y le di el
mejor consejo que alguna vez recibiría.
—Ahorra tu dinero, Terence Joyner. —No es que él me escuchara. Lo había
visto muchas veces—. Ahora, déjame pasar. Tengo que ir a un sitio, y necesitas
ponerte a hacer pesas.
Su mano se movió hacia su pecho como si lo hubiera herido, pero sonrió.
—Siempre rechazándome, señorita Sienna.
—Así es.
—Un día, me necesitarás. Esperaré —dijo con confianza mientras sostenía la
puerta de mi oficina abierta para mí. 61
Estaba negando a TJ cuando salí al pasillo. Así fue como casi me choqué con
él.
—Sie. —Dan agarró mis brazos para estabilizarme.
Maldición.
—Señor Ahlstrom —dije secamente.
Él bajó la voz a un tono siniestro.
—¿Qué estabas haciendo en un apartamento de Collins Avenue anoche?
La ira enderezó mi columna vertebral y simplemente hablé lo suficientemente
alto para que él oyera.
—¿Me seguiste?
—Fui a tu casa para hablar, pero ibas de salida. —Él ni siquiera actuaba
arrepentido, solo miró enfáticamente mi mano izquierda y frunció el ceño—.
Todavía no lo llevas puesto.
Él sabía que no iba a causar una escena delante de cualquier otro jugador, y
estaba usando eso a su favor.
Miré nerviosamente a TJ mientras él miraba curiosamente entre nosotros,
entonces miré de nuevo a Dan y murmuré siseando:
—Terminamos. Tú terminaste. No vuelvas a seguirme nunca más. —Saqué
mis brazos de su agarre y miré por encima del hombro de Dan a su amigo, el
enorme defensa, Elliot "Sunshine" Washington—. Señor Washington.
Sunshine inclinó la barbilla una vez.
Dan notó mi bolso y entrecerró los ojos.
—¿A dónde vas?
Puse una sonrisa falsa y eludí la respuesta.
—¿Tiene una cita con el entrenador? —Siguiéndome, viniendo a mi oficina
dos días seguidos, él estaba cruzando la línea—. No lo vi en su lista hoy.
—Asuntos del equipo. —Volvió a mirar mi mano izquierda y sus cejas se
tensaron aún más cuando bajó la voz—. Necesitamos hablar. Es importante.
No tenía intención de hablar con él. Nunca.
—Dejaré que el entrenador sepa que has pasado por aquí.
Dan se movió ligeramente para darle la espalda a TJ y Sunshine.
—En serio, Sie. Esto es importante.
62
Levanté mi voz lo suficiente para que TJ y Sunshine pudieran escuchar.
—El entrenador no está aquí.
Dan tomó la indirecta, en cierto modo.
—Entonces lo esperaré. —Furiosamente entró en mi oficina y Sunshine lo
siguió.
TJ se rió mientras la puerta de cristal se cerraba.
—Tú le dijiste.
A propósito no miré para ver lo que Dan estaba haciendo.
—¿Qué asuntos del equipo tiene con el entrenador?
TJ se encogió de hombros.
—No lo sé, pero escuché el rumor que el viejo Burrows está en cama.
—¿El dueño del equipo está enfermo? —No había escuchado eso.
—Eso es lo que oí. Aunque no podía decirlo al verlo la semana pasada. Él
estaba gritando a la defensa, como siempre.
No había nada de amistoso con el dueño del equipo. No me había dicho más
de dos palabras en cinco años. Él solo lucía enfadado.
—Bueno, espero que se mejore. —No me importaba de un modo u otro,
siempre y cuando no afectara mi trabajo.
TJ me miró a través de la pared de cristal hacia las oficinas del entrenador.
—Parece que Strom también lo espera.
—Nos vemos más tarde. —Forcé una media sonrisa y corrí hacia mi auto.
63
Once
Jared
Observé al nuevo Mercedes SLK convertible detenerse con el valet. Su rojo
cabello visible desde una cuadra de distancia, conducía como si se dirigiera a una
misión.
Apenas reconociendo la existencia del valet, tomó el boleto mientras revisaba
el área de descanso exterior. No podía ver sus ojos detrás de sus gafas de sol, pero
supe el segundo en que su mirada aterrizo en mí debido a que se tensó.
No sonreí. O me levanté. Me quedé mirando fijamente.
En tacones que nunca habría adivinado que podía manejar, ella y su traje rosa
se dirigieron hacia mí como un jodido huracán.
64
—Señor Brandt, tengo un trabajo. No tengo tiempo de venir corriendo hacia
un encuentro clandestino porque decidió que tenemos negocios inconclusos. Diga
lo que tenga que decir y me iré.
No me gustaba. Ni un jodido centímetro de ello. El traje, los tacones, los
hombros cuadrados y el perfectamente peinado cabello. Quería arrancarle su
chaqueta, liberar su cabello y enredar mis dedos entre los gruesos rizos.
—¿A qué te dedicas?
Su espalda se puso incluso más tensa.
—Soy asistente. Ahora si me permite…
—¿Estás casada? —Los asistentes no podía permitirse un Mercedes nuevo.
Luciendo ofendida, frunció el ceño.
—No.
—¿Divorciada?
—Si planeara divorciarme, no me casaría en primer lugar —resopló.
—Siéntate —ordené.
Me miró fijamente.
Sin estar seguro si iba a quedarse o a irse, no me moví.
Dos respiraciones después, sacó una silla y se sentó en el borde.
La estudié un momento luego miré hacia el valet en el momento en que se
llevaba su auto.
—¿Tu papi te compró ese auto?
—Gano mi propio dinero, señor Brandt.
Por ahora, estaba dejando pasar la tontería del señor. Asentí lentamente, mis
ojos nunca abandonaron su hermoso rostro.
—¿De dónde vienes?
Sostuvo su postura como un detenido en un interrogatorio.
—No es que sea de su incumbencia, pero mi padre era un predicador.
¿La hija de un predicador? Jesucristo, ni siquiera podía dimensionar ese tipo
de ironía. Cada segundo que pasaba en su presencia, estaba más intrigado por ella,
lo que sólo jodía con mi cabeza. Había venido aquí a regresarle su dinero y a dejar 65
en claro un jodido punto, no actuar como un gatito con mi cola entre mis patas,
rogando por su atención. Tomé el menú y se lo pasé.
—Elije algo.
Sus manos permanecieron en su regazo.
—No tengo hambre. Necesito regresar al trabajo.
Me pregunté qué tipo de tipo de empleo administrativo requería trabajar un
domingo, pero no pregunté.
—¿No tienes un descanso para comer?
—No uno que vaya a gastar contigo.
Percibí el doble significado detrás de la declaración respecto a “gastar”, pero
me importó un bledo.
Estaba aquí y sentí como si finalmente pudiera malditamente respirar. No era
un idiota, sabía que tenía una ardua batalla cuesta arriba, pero por lo que no sabía.
Simplemente quería borrar todo lo que había pasado anoche entre nosotros
después de haber enviado mensajes de texto a la clienta.
Deslicé un sobre hacia el otro lado de la mesa.
—Pon esto en tu bolso.
Miró fijamente hacia el dinero.
—No.
—No es negociable. —No iba a dejar que el dinero se interpusiera entre esta
mujer y yo. Era demasiado malditamente buena para eso.
—No acato ordenes tuyas.
La mesera apareció. Con demasiado entusiasmo, joven e irritable, le sonrió a
Roja.
—Tu novio es tan dulce. Ni siquiera ordenó agua hasta que aparecieras. ¿Qué
puedo traerles?
Tomé el sobre y fuertemente lo coloqué sobre su bandeja para atraer su
atención.
—Toma una propina. No hagas suposiciones. Ahora, tráenos algo que esté en
el menú 66
Su sonrisa desapareció y su boca hizo una letra O.
—Lo siento mucho, por supuesto, de inmediato. Tenemos un gran especial el
día de hoy…
La fulminé con la mirada.
—Sólo lo traeré. —Se alejó rápidamente.
Roja se veía furiosa.
—Esos eran cinco mil dólares. —Sus dientes se apretaron, me siseó como un
enfurecido gato.
Un sexy y enfurecido gato.
—Ahora ya no están.
—¿Qué estás tratando de demostrar? ¿Que eres irresponsable e impulsivo?
Era una pregunta retórica, pero la respondí de todas formas.
—El dinero no se va a interponer entre nosotros.
—No hay un nosotros. —Se inclinó hacia adelante y bajó su voz hasta un
furioso suspiro—. Eres un hombre de compañía. Ofreces servicios. Me ofreciste un
servicio. Te pagué. Fin de la historia. Terminamos.
Obligué a la mitad de mi boca a levantarse cuando todo lo que quería era
arrastrarla hasta el otro lado de la mesa y darle nalgadas hasta quitarle el enojo.
Luego quería hundir mi polla dentro de ese apretado coño y empujarme dentro de
ella hasta la sumisión hasta que no supiera ninguna otra maldita cosa más que mi
nombre.
—¿Crees que me siento insultado por eso? Inténtalo mejor, Roja.
Sus mejillas se sonrojaron.
—No me importa lo que creas. Sólo estoy estableciendo los hechos.
Me moví. Quité sus gafas de sol, tomé la parte de atrás de su cuello y traje mi
rostro a centímetros del suyo.
—¿Quieres hechos? —Bajé mi voz—. Estás aquí porque quiero que estés aquí.
67
Estás aquí porque te estás retorciendo en el borde de ese asiento recordando lo
bien que te hice sentir. Estás aquí porque sabes que anoche cometiste un error. —
Me detuve, luego hice algo que nunca hago. Admití que me había equivocado—. Y
yo también lo hice.
Su pecho se elevó y cayó.
—No quiero tu disculpa.
—La vas a tener de todas formas. —Rocé mis labios contra los de ella y le di
más que lo que tenía que dar—. Lo siento, Sienna.
Sus ojos se llenaron de lágrimas.
Cualquier duda que tuviera sobre lo que quería de esta mujer, desapareció.
—Vamos a olvidarnos de anoche. —Verla, sostenerla, me importaba un bledo
renunciar a mis clientas. Sólo la deseaba a ella.
—No hay nada que olvidar. —Intentó alejarse—. Eres… quien eres.
El pánico inundó mis venas con lo que estaba a punto de hacer, pero apreté
mi agarre e ignoré la advertencia que mi cerebro estaba gritando.
—Ahora sólo soy un tipo común que va invitarte a comer.
Se burló.
—No funciona de esa forma.
—Ahora lo hace. —Podía haberle dicho que no follé a esa clienta anoche, pero
no lo hice. La confianza iba a tener que ir en ambos sentidos. Sabía que era un
movimiento muy idiota no decírselo de inmediato, pero por una vez en la vida,
quería que una mujer me deseara por quien demonios era.
—¿Y qué? ¿Sólo renunciaste? Estabas trabajando anoche.
Lo puse sobre la mesa.
—Ya no soy acompañante.
—Claro. —Desconfianza destilaba de su tono—. Sólo así, ¿terminaste? ¿Por
cuánto tiempo? ¿Hasta que necesites dinero de nuevo?
Mantengo mi voz plana, paciente.
—No necesito dinero.
—No confío en ti. Ni siquiera te conozco y no estoy buscando un novio. 68
—Bien.
Me miraba sorprendida.
—Porque no vas a tener un novio. Ya me tienes a mí y te estoy llevando a
comer. —Besé su frente luego me retiré hacia atrás porque vi a la mesera
aproximándose por el rabillo de mi ojo—. ¿Qué quieres para beber?
—Lo siento tanto —interrumpió la mesera, nerviosamente poniendo el sobre
sobre la mesa—. Pero creo que cometió un error. No puedo tomar eso, señor. Eso
es como, es… vaya.
Miré a Roja.
Ella suspiró. Luego levantó el sobre y lo colocó sobre la bandeja de la mesera.
—No fue un error.
Sonreí.
—¿Qué vas a beber, Roja?
—Té helado, por favor —dijo educadamente.
Guiñé mi ojo luego miré hacia la mesera.
—Tomaré una corona.
La mesera rompió a llorar.
—Realmente, realmente necesito este dinero. Mi hijo, es autista. Oh, Dios mío,
probablemente no entiendan, pero, ohDiosmío. —Limpió sus lágrimas—. Sólo…
¡estoy llorando! —Se rio—. Pero quiero decir gracias, así que ¡gracias! —Se inclinó y
abrazó a Roja. ¡Muchas gracias!
Roja dejó caer una lágrima.
Cristo. Estaba negando, pero estaba sonriendo ante la maldita ironía de todo
esto.
Es por eso que no los noté acercándose.
—¿Quién demonios es él? —rugió una enojada voz.
Levanté la mirada. Sorpresa no empezaba por cubrirlo. Cincuenta malditos
escenarios pasaron por mi mente, cada uno peor que el anterior.
—¿Quién demonios eres? —Sabía exactamente quién era. Dan jodido 69
Ahlstrom. El mariscal de campo del querido equipo profesional de fútbol
americano de Miami. Y me estaba mirando como si quisiera arrancarme miembro
por miembro.
—El novio de Sienna —gruñó.
Doce
Sienna
La mesera gritó con miedo.
Esto no estaba pasando.
—Dan…
Jared me interrumpió. Con un brazo extendido a lo largo de su silla, luciendo
tan tranquilo como siempre, miró a la mesera.
—Ve por unas bebidas para nosotros, cariño.
Dan fulminó con la mirada a Jared mientras la mesera prácticamente salía
corriendo.
—Te hice una pregunta.
Rezumando control, Jared ni se estremeció.
70
—Y yo te hice una.
TK y Sunshine se pusieron detrás de Dan. Los tres hacían una pared de
trescientos kilos de intimidación de jugador de fútbol y había tenido suficiente.
—Terence —espeté—. ¿Me seguiste?
La tensión en sus hombros cayó de inmediato.
—Ah, vamos, señorita Sienna. No me pregunte eso enfrente de Strom.
La mirada ceñuda de Dan estaba sobre mí.
—Deja a TJ fuera de esto —espetó—. ¿Qué demonios estás haciendo? ¿Quién
es este? —Enterró un dedo en el hombro de Jared tan fuerte, que lo empujó hacia
atrás en su silla.
Sucedió tan rápido, que fue como una película.
Jared agarró a Dan de la muñeca, pateó su silla hacia atrás y se puso de pie.
Retorció el brazo de Dan y lo puso tras su espalda. Dan cayó de rodillas y Jared
estrelló su cabeza contra la mesa. Sujetándolo con ambas manos, su bota
clavándose en la parte de atrás de la pantorrilla de Dan, se inclinó y habló en un
tono asesino y suave.
—Le hablas así de nuevo, y te acabaré.
—Mierda —gruñó Dan—. ¡TJ, Sunshine!
Todavía sorprendidos ante la visión de lo que Jared había hecho, el defensa
de extremo y el de línea cerraron sus bocas y se movieron.
Jared fue más rápido. Todavía sujetando a Dan, pateó sus pies y los giró a
ambos para enfrentar a TJ y Sunshine. Letal y amenazador, habló:
—¿Saben lo que enseñan en los Marines?
Curioso y como un niño impresionado, los ojos de TJ se ensancharon.
—¿Fuerzas especiales?
Sunshine lo golpeó en la parte de atrás de la cabeza y entrecerró sus ojos a
Jared.
—Si rompes su brazo, el equipo te demandará.
—Si le habla a mi mujer así de nuevo, un brazo roto será la menor de sus
preocupaciones.
Mi corazón saltó de mi pecho a mi garganta y los escalofríos cubrieron mi
piel. ¿Su mujer?
TJ alzó sus manos.
71
—Muy bien, hombre, estamos bien. Vamos a irnos. Nadie quiere a la dama
molesta. —Me sonrío—. Se ve muy bien hoy, señorita Sienna.
Tanto Dan como Jared gruñeron.
TJ dio un paso atrás.
—Está bien. Estoy bien. Sólo siendo honesto, dándole a la dama un inocente
halago.
—Basta, Terence —advertí.
Sunshine se cruzó de brazos.
—Suelta a Strom.
Jared soltó a Dan sólo para patearlo en la espalda. Dan cayó hacia adelante,
atajándose sobre su brazo izquierdo antes que su rostro golpeara el suelo. Sus fosas
nasales ensanchándose con cada respiración, hizo una flexión con un solo brazo y
se levantó muy despacio.
Sunshine le ofreció una mano, pero Dan la apartó de una palmada.
TJ miró a Jared.
—¿De verdad en los Marines te enseñan cien formas de asesinar a mano
limpia?
Jared no pudo responder.
Dan se abalanzó. Con la cabeza gacha, los hombros al frente, se lanzó a
taclear.
Como si lo esperara, sin siquiera parpadear, Jared sacó su brazo, lo codeó
primero. Hizo un sólido contacto con la nariz de Dan mientras su rodilla
simultáneamente aterrizaba un golpe bajo el cinturón de Dan.
Dan dejó salir un rugido inhumano y cayó al suelo. Su nariz botó sangre, con
sus manos en su entrepierna, se curvó en posición fetal.
Sunshine se lanzó a Jared.
Jared se dio vuelta.
A mitad de su giro, su pierna se alzó y su rodilla hizo contacto con el hombro
de Sunshine una fracción de segundo antes que su bota golpear el costado de su
cabeza. El golpe de artes marciales de Jared le quitó la fuerza al ataque de
Sunshine, pero eso no detuvo al defensa. Sólo lo ralentizó unos segundos, pero
Jared iba dos pasos al frente. Con sus manos sobre las orejas de Sunshine, bajó su
cabeza y lo golpeó con su rodilla. Sunshine subió sus manos a tiempo.
Sorprendido, cayó de rodillas mientras sangre salía de su nariz y boca.
Con el pecho subiendo y bajando, salpicaduras de sangre en su camiseta y 72
jeans, su rostro como una máscara impenetrable, Jared se giró hacia mí.
—¿Estás bien?
Sin poder hablar, solo lo miré.
—Maldición. —TJ observó la masacre de Jared y negó—. Debí haberme unido
a los Marines.
No supe cuándo me había puesto en pie, pero lo estaba. Luego estuve
temblando. Y una vez empecé, no pude parar.
—Sienna. —Mi nombre no era una preocupación en los labios de Jared,
retumbó fuera de él.
Suave y extendido, era como una advertencia de un trueno a la distancia,
pero no registré nada de esto.
Temblé más fuerte. Él podría haberlos matados. Dos jugadores de fútbol que
estaban entrenados para taclear hombres de cien kilos, y Jared los derribó como si
fuera un juego de niños. Ni siquiera sudó.
Jared se estiró hacia mí.
—¡No! —Con las manos extendidas, mi respiración entrecortada, retrocedí.
—TJ —dijo Jared.
—Ya me adelanté. —El brazo de TJ se envolvió alrededor de mis hombros—.
Vamos, chica. Andando.
Tres patrullas de policía se estacionaron en la acera. Las puertas se abrieron,
botas golpearon el pavimento y sillas se corrieron. Mi mundo estaba girando sin
control, y en medio de todo estaba un hombre con cabello rubio despeinado y una
mirada marrón que no trastabilló.
—Su bolso. —Apuntó Jared.
—Entendido, jefe.
Un gigante defensa de dos metros tomó mi bolso fucsia de Coach, mientras
un letal, ex marine, hombre de compañía se adelantó y me dio un beso en la frente.
—Todo estará bien. Ve con TJ. —Puso algo rectangular en mi mano—. Llama
a Neil. Dile lo que sucedió. El código de desbloqueo está en mi dirección. —
Retrocedió e inclinó su barbilla hacia TJ—. Sal de aquí, ahora.
—¡Policía! ¡Al suelo! ¡Al suelo!
TJ me puso bajo su brazo y corrió por el patio mientras Jared se ponía de
rodillas con sus manos detrás de su cabeza. Cada cliente del restaurante tenía su
73
teléfono afuera y lo apuntaba a TJ, a Jared, Dan y Sunshine, o a mí, mientras todos
yacían en el suelo. Así que, en un intento de grabarnos a todos en el video, apenas
y se movieron del camino mientras TJ pasaba por la multitud y rodeaba el costado
del restaurante.
Para cuando rodeamos la esquina a la parte de atrás del edificio, teníamos
personas siguiéndonos y filmándonos. Como si fuera algo de todos los días, TJ
mantuvo la vista al frente y no dijo nada. Su auto estaba estacionado en un
pequeño punto del estacionamiento para los empleados, y me llevó al lado del
pasajero, abrió la puerta y luego me hizo entrar, tan normal como era posible.
Segundos después metió su gran cuerpo detrás del volante y giró la llave.
El teléfono de Jared era pesado en mis manos, TJ estaba moviéndose en el
tráfico de la Avenida Collins, me di cuenta que mi vida estaba desmoronándose; se
había prendido en llamas. Me despedirían cuándo el entrenador viera esos videos,
Jared estaba siendo arrestado, el equipo lo demandaría, y se suponía que debía
revisar su lista de contactos buscando a alguien llamado Neil.
Sintiéndome miserable, miré a TJ.
Él no solo estaba sonriendo, sino que lo hacía ampliamente.
Oh Dios.
—¿Qué?
—Maldición, chica, no sé qué es más gracioso. Strom siendo reprendido por
tu rudo novio marine o que serás tú quien vaya a enfadar al entrenador esta
semana.
Quería llorar. Sabía cómo se verían los videos.
—No tenías que rodearme con tu brazo.
TJ se rio.
—¿Crees que me perdería la oportunidad de enojar a Strom? Se lo merecía. —
Su rostro se puso serio—. ¿Entonces, tú y él?
—No. —Decidida, y absolutamente no—. No hay nada entre nosotros. —La
única cosa que había hecho bien cuándo me metí en las sábanas de Dan Ahlstrom,
fue no decirle nada a nadie.
—No es por meterme con la mujer de un hermano, pero eso no fue nada. Él
perdió el control cuándo te vio con tu hombre.
—No estoy saliendo con él, Terence. No salgo con jugadores. —Dan y yo
nunca habíamos salido, no técnicamente. Nunca habíamos ido más allá de su
dormitorio o el mío.
74
La mano de TJ fue a su pecho.
—Maldición, mujer. Justo donde más duele.
—No estás dolido por eso, y para que conste, Jared tampoco es mi novio. —
Un par de kilómetros entre él y yo era lo que necesitaba para recuperar el sentido.
Me había preocupado que un jugador de fútbol fuera una elección peligrosa de
novio, pero nunca había conocido un marine enojado. Me dije que no importaba si
solo estaba defendiéndome.
Sabía que Dan era un imbécil, pero Jared podría haberlo ignorado. Miré el
teléfono en mis manos.
—Vamos, ¿con quién estás hablando? —TJ negó con la cabeza.
—Obviamente, estoy hablando contigo porque no hay nadie más en el auto.
—¿Cuántas mujeres estarían en sus contactos? ¿Por qué me importaba siquiera?
Se rio.
—Sabes lo que quiero decir. Ese tipo estaba marcando sin duda alguna su
territorio.
Odiaba cómo la idea hacía que mi piel cosquilleara y mi estómago aleteara.
—Te aseguro que no. —No importaba lo que Jared había dicho. Habíamos
tenido otro encuentro, y yo no era Cenicienta. Él no iba a dejar su vida por mí. Ni
siquiera sabía algo de él. No basabas una relación en un beso y en un orgasmo de
un hombre de compañía. ¿Verdad?
TJ se encogió de hombros.
—No puedes culparlo. Todos sabemos lo que eres.
Oh Dios mío, iba a perder la cabeza. No debería haber estado pensando en
Jared como algo más de lo que era.
—¿Qué se supone que significa?
—No eres una perra, mujer.
—¡Terence Joyner! —El calor quemó mis mejillas ante la idea de lo que era en
verdad.
Él alzó su mano.
—Es muy buena para nosotros, señorita Sienna. Eso es lo que quiero decir.
Lo decía como un halago, pero no se sintió bien. Me volteé a la ventana.
TJ me empujó el hombro.
—¿Vas a hacer esa llamada por tu rudo marine? 75
Miré el teléfono en mi mano. No quería revisar sus contactos.
—¿Tengo que hacerlo? —No me di cuenta que hablé en voz alta hasta que TJ
se empezó a reír.
—Mierda, mujer. —Se rio más fuerte.
—No te rías de mí —espeté.
—Ah, vamos. Sabes que estoy jugando. —Se puso serio—. ¿Pero quieres un
consejo de alguien que ha pasado por lo mismo? Haz esa llamada. Nadie quiere
estar arrestado.
—Bien —resoplé, fingiendo que no me importa para cubrir mi aprehensión.
Inhalando, presioné el digito de cuatro cifras de la dirección de Jared en la
pantalla de bloqueo, pero el teléfono no se abrió. Frunciendo el ceño, saqué mi
teléfono de mi bolso para ver la dirección, preguntándome si la anoté mal. No,
pero el número de su apartamento también tenía cuatro dígitos. Ingresé ese
número en la pantalla. El teléfono se desbloqueó y una foto de su balcón al
atardecer apareció.
Impulsivamente, toqué el icono de la galería.
El atardecer y la foto de perfil que me envío como mensaje de texto, eran las
únicas dos fotos en su teléfono. Una soledad que conocía profundamente en mi
alma sangró por esas dos fotos, y me puso triste, increíblemente triste.
Rápidamente cerré la galería de imágenes y abrí sus contactos. Pretendiendo
solo mirar la N, toda su lista apareció. Jared sólo tenía seis números programados.
Alex, André, Con, Dane, Neil y Talon. Eso era todo. Ni una mujer.
Sin poder detenerme, fui al registro de llamadas. Mi número era el único en
lista. Exhalando, sin estar segura de cómo me sentía, marqué el número de Neil
Christensen.
Un pitido y la llamada fue contestada.
—¿Ja1?
el acento era marcado, pero no tan sorprendente como el profundo timbre de
la voz.
—¿Señor Christensen?
—¿Quién es?
—Mmm. —¿Debería darle mi nombre? Mierda. Supuse que los abogados 76
debían ser confidenciales, así que le dije—. Mi nombre es Sienna Montclair.
—¿Dónde está Brandt?
—Hubo un incidente, y me pidió que…
—¿Está usted a salvo?
Fue una pregunta inesperada, que me tomó con la guardia baja.
—S-sí —tartamudeé.
—Continua. —Su profunda voz tenía cero entonaciones.
Intimidada por su tranquilidad, fui al grano.
—Jared fue arrestado en Allero’s.
—Explica —exigió Neil.
—Hubo un altercado entre él y el mariscal del equipo de fútbol de Miami y
un defensa llamado Sunshine Washington.
—¿Está herida?
—No. tampoco Jared, pero creo que puede haberle roto las narices a los
hombres.
—Sí, pero…
—La policía deberá interrogarla. La llevaré. ¿Dirección?
Mi auto. Mierda.
—Puedo conseguir mi propio aventón hasta la estación. —Miré a TJ y él
asintió.
—¿Con quién?
—¿Disculpe?
—Estuvo involucrada en un incidente con dos jugadores de fútbol
importantes. Si tiene los medios para manejar la atención legal y de los medios que
recibirá, entonces no malgaste mi tiempo. De lo contrario, deme la dirección de su
ubicación.
Mi estómago cayó en picada, y balbuceé la dirección.
Me detuve. Luego dijo:
—Esas son las instalaciones de entrenamiento.
—Lo sé. Soy asistente del coordinador de la defensa.
Silencio.
—¿Hola? —Trece minutos—. Colgó.
Trece
Jared
—¿Ella se cogió al mariscal de campo de los Miami Dolphins?
Con la adrenalina todavía bombeando, me paseé por la maldita celda. Ella no
sólo se lo cogió. Vi la mirada en su rostro cuando él apareció. No sabía ni una
mierda sobre las relaciones, pero conocía a las mujeres. Y su mirada había sido cien
por ciento reveladora. Jodido hijo de puta. ¿Qué mierda estoy haciendo?
Yo no era una jodida maravilla del fútbol de Kansas u Oklahoma o de donde
mierda fuera él, ganándome siete cifras. ¿Qué demonios pensé que iba a hacer?
¿Ofrecerle mi culo en un plato? ¿Convencerla con sexo vainilla de vivir en una casa
con cerca blanca, con dos niños y una minivan? Conducía un maldito Mercedes y
se acostaba con futbolistas.
Maldita sea.
78
—¡Brandt! —El mismo policía que me había traído abrió la celda—. Vamos —
No se molestó en esposarme de nuevo. Ambos éramos veteranos.
—Gracias.
Él inclinó su barbilla.
—Strom y Sunshine probablemente presentarán cargos.
Sabía que lo harían.
—No me sorprende.
Me entregó mis llaves y billetera y me hizo firmar por ellos.
—Así que… —Sonrió—. ¿La pelirroja?
Fruncí el ceño.
—¿Está aquí? —¿Qué demonios estaba haciendo Neil?
—Oh sí. Su guardaespaldas del tamaño de un vikingo la trajo para dar una
declaración.
Maldición. No quería que estuviera involucrada. Pero debería haber pensado
en eso antes que decidiera limpiar la mesa con el rostro de su novio.
—Gracias por el aviso.
Me acompañó por la estación y mantuvo la puerta abierta hacia el vestíbulo.
—Están esperando por ti.
—Gracias. —Un paso y la vi. Mi corazón saltó y la adrenalina ya golpeaba a
través de mis venas amplificándose. Sin importarme ni una maldita cosa, excepto
su rígida postura y la mirada en su rostro, me acerqué a ella. Tomando su rostro en
mis manos, doblé mis rodillas—. ¿Estás bien?
Inhaló.
—Bien.
Pero no dijo bien. Sin actitud, sin posturas, ella lo susurró, y no me lo creí, ni
por un segundo.
—Vamos. —La haría hablar después que la sacara de aquí. Miré a su
alrededor—. ¿Dónde está Neil?
Miró por encima del hombro.
—Salió a tomar una llamada.
—Vamos. —Puse mi brazo alrededor de sus hombros y empecé a dar un
paso, pero se puso rígida—. ¿Qué pasa?
—Nada. 79
Me detuve y la miré, y ahí fue cuando lo vi. Su bolso aferrado a su pecho, sus
ojos demasiado abiertos, sus manos temblando ligeramente. Tenía miedo escrito en
ella.
—Nunca te haría daño, Sienna.
Ella respiró hondo.
—Tú... tú solo...
Dejé caer mi brazo y estudié mi apariencia.
—Sé lo que hice. —Y lo haría de nuevo. Sin dudarlo.
—Fuiste arrestado.
—Detenido —corregí.
Neil entró en la estación.
—Hay medios de comunicación esperando.
Dos metros y constituido como un maldito Vikingo, Neil era ex-fuerzas
especiales danesas. Lo conocí en Afganistán después que nuestro Humvee fue
atacado. Estaría muerto si no fuera por Vega y él.
—¿Cuántos?
—Suficiente.
Maldita sea. No quería que mi nombre, ni mi registro militar salpicaran las
malditas noticias. Algo que debería haber pensado antes de patear el culo del
mariscal.
—Tómala y llévala a casa. Llamaré a Vega para que me recoja.
Roja tomó su bolso y me entregó mi celular.
—Todo está en Internet. Ya me han visto contigo.
Metí mi teléfono en mi bolsillo y miré a Neil. Su expresión impenetrable,
esperando a que yo tomara una decisión.
—Muy bien, llévanos a mi coche y la llevaré a su casa.
Neil asintió una vez, y flanqueamos a Sienna mientras salíamos de la
estación.
Tres pasos y los medios de comunicación estaban sobre nosotros. Tomé el
brazo de Roja.
—Mantén tu cabeza abajo.
Las preguntas comenzaron al segundo en que las cámaras comenzaron a
destellar. 80
89
Quince
Jared
En una enorme muestra de control, no golpeé el rostro del imbécil de su jefe
contra su escritorio o terminé lo que empecé con el jodido marica del mariscal.
Mi teléfono había estado vibrando en mi bolsillo, pero no lo saqué hasta que
la tuve a salvo de vuelta en el Mustang. Tenía un mensaje de Neil.
Los medios de comunicación están en su casa. El Mercedes está estacionado. Las
llaves están en tu apartamento.
Le respondí torpemente.
Gracias. Te debo una.
Su respuesta fue casi inmediata.
Me debes más de una. 90
2 Original en español.
—Aún no.
—Siete minutos. —Colgó.
—¿Quién era ese?
—Un amigo de los Marines. Se dedica a la seguridad personal.
—¿Como un guardaespaldas?
—Sí. —Entre otras cosas, pero su auténtica habilidad era con un rifle de
francotirador—. Voy a enviarlo a tomar algunas cosas de tu casa por ti.
—Puedo hacerlo yo.
—Esto es más seguro. —No dijo nada, pero cuando la miré, estaba apretando
los labios—. ¿Qué?
—No quiero que algún extraño deambule por mi casa.
—Es un profesional.
Se giró en su asiento.
—¿Y cómo te sentirías si un profesional rebuscara en tu cajón de ropa interior?
Le estaba espetando a la persona equivocada si pensaba que me importaba 94
una mierda su privacidad contra una multitud de cámaras en su rostro.
—No hay mucha privacidad en el ejército.
—Entendido. —Se volvió hacia la ventana.
Conduje hacia la iglesia y no dijo otra palabra. Cuando me detuve en el
estacionamiento trasero, uno de los autos negros de Luna y Asociados ya estaba
estacionado.
Me detuve junto al lado del conductor.
Luna revisó el estacionamiento mientas salía, luego estrechó mi mano a
través de la ventana.
—Brandt. —Asintió hacia Roja—. Señora. —Todo negocios, volvió a
mirarme—. ¿Qué necesitas?
—Todo lo que ella necesitaría para una semana. —Él lo resolvería.
—¿Una semana? —chilló Roja.
Le di una mirada.
—Precaución. ¿Tienes las llaves de tu casa o están con las de tu auto?
—Las tengo por separado. —Rebuscó en su bolso, luego me las entregó y
miró a Luna—. Por favor, ¿puede regar mis plantas?
Luna me recibió las llaves.
—Sí, señora. ¿Hay una alarma? ¿Objetos que necesite específicamente?
¿Medicamentos?
Las mejillas de Roja llamearon.
—No tomo medicación, gracias. Y sí, hay una alarma. El teclado está dentro,
junto a la puerta principal, y el código es uno-dos-tres-cuatro.
Luna frunció el ceño.
—Entendido. Si puedo sugerir, señora, cuando regrese a casa, cambie su
contraseña a algo más seguro.
Roja se sonrojó, luego asintió.
—Gracias. ¿Dirección? —preguntó Luna.
Roja balbuceó su dirección.
—Copiado. —Luna golpeó la parte superior del Mustang y se enderezó—.
Sesenta minutos. ¿El código de seguridad de tu puerta sigue siendo el mismo?
—Sí. Que nadie te siga a mi casa. —No necesitaba a los medios en mi puerta.
95
Se burló.
—¿Con quién crees que estás hablando?
Un marine que podía sonreír como un ángel un segundo, luego explotar tus
putos sesos al siguiente.
—Patrol. —No había olvidado el bien ganado apodo que había recibido.
—Lo sabes. —Guiñó, luego se metió en su auto.
Roja lo miró alejarse.
—Tenía dos armas.
—Lo sé. —Una Taurus 9mm en el lado izquierdo de su cintura y una Walther
P99 AS en una pistolera en su muslo derecho. ¿La parte jodidamente aterradora?
Su precisión era igualmente mortal, con la izquierda o con la derecha.
—No pensé que los guardaespaldas llevaran armas.
—Él sí. —Luna no iba al jodido bajo sin estar armado. Salí del
estacionamiento.
Dieciséis
Sienna
Jared nos llevó a su apartamento y estacionó sin decir nada más. Abrió la
puerta del auto y puso su mano sobre mi espalda mientras me llevaba al elevador,
pero aún no habló. Entramos a su apartamento, y arrojó la camiseta ensangrentada
que estuvo usando en la encimera de la cocina.
—¿Vas a botar eso? —Noté las llaves de mi auto en la encimera y dejé mi
bolso al lado de estas.
—Las manchas de sangre no salen —declaró sin emoción.
Sus músculos eran tan fuertes y su cuerpo tan perfecto, que era difícil
imaginarlo herido en combate.
—¿Es algo que has experimentado?
—Sí. —Dejó sus llaves y billetera sobre la encimera. 96
Esperé, pero no dijo más.
—¿Cómo fuiste herido?
Fue a la nevera.
—Nuestro Humvee fue impactado por un artefacto explosivo.
Oh mi Dios.
—¿Qué pasó?
Sus manos se detuvieron mientras sacaba dos botellas de agua de la nevera.
Fue sólo una fracción de segundo, pero fue suficiente para notarlo.
—No tienes que contarme —enmendé rápidamente.
Extendió la botella de agua y me miró.
—Afganistán. El segundo despliegue. Recibí una metralla en la espalda.
—¿No tenías equipo de protección? —Pensé que el ejército le daba a sus
soldados chalecos antibalas.
—Penetró mi MTV3.
Fruncí el ceño.
—Jared, lo…
No me dejó disculparme por lo que había pasado.
—El mariscal de campo. Tu turno.
Nunca le había contado la historia a nadie. Al ser educada por un padre
soltero que era predicador, nunca tuve amigas. Las chismosas y prejuiciosas
mujeres de la iglesia eran mis modelos a seguir y mi apoyo. Aprendí joven, que si
querías conservar tu cordura, decías que no sobre cualquier cosa.
—Tengo una política que prohíbe las relaciones en el trabajo, así que nos
veíamos en su casa o la mía.
Me sentí tonta contándoselo, mucho más después que me mostró lo que había
soportado.
—Era inocente y estúpida, y creí que significaba algo. Una noche después de
un evento de caridad del equipo, lo esperé en su casa, pero nunca vino. Fui a mi
casa, y a la mañana siguiente, las fotos de él con una de las porristas afuera de un
club empezaron a salir. —Me encogí de hombros—. Eso fue todo.
—A muchas mujeres les rompen el corazón.
—¿Qué quiere decir? —Era hermoso. Cada musculo marcado con poder, y la
fortaleza que tenía para soportar lo que había soportado, me hizo sentir humilde.
Su intensa mirada nunca vaciló, me estudió como si pudiera leer cada uno de
mis pensamientos.
—Quiere decir que no contratas a un hombre de compañía para sanar.
Internamente me encogí ante su certera evaluación.
—¿Quién dijo que intentaba sanar un corazón roto?
—Querías control.
No le dije que control fue lo último que tuve con Alex.
—No, no es así.
—Querías iniciar, dictar el momento y el lugar, tener la ilusión de llevar la
ventaja porque tenías el dinero y querías ser puesta en primer lugar. —Su mirada
cortó cada una de mis defensas—. Eso es control.
Nerviosamente tomé un sorbo de agua.
Rodeó el mostrador.
—Pero eso no es lo que necesitas. —Tomando la botella de mi mano, la puso
sobre el mostrador—. ¿Sabes por qué?
99
La alarma se extendió por mis venas, e intenté decir las palabras que
pretendían mantenerlo a raya, pero mi voz salió sin aire.
—No necesito que me digas lo que quiero.
Como una pantera tras su presa, se acercó.
—Dije necesitar, no querer. —Sus dedos se deslizaron por mi cuello.
Tragué y luché contra la urgencia de caer contra su caricia.
—No te necesito.
Almizcle y hombre, olía como todo lo que siempre quise.
Sus dedos lentamente se movieron entre mis pechos y hacia mi vientre.
—Necesitas que te cuiden. —Su mano se movió sobre mi vientre—. Y quiero
cuidar de ti.
Luché por controlarme.
—Eso es sexista y muy pasado de moda y… —Sus dedos rozaron el
palpitante dolor entre mis piernas y jadeé.
—Exactamente la razón por la que funcionara. Al segundo en que te vi en mi
puerta, supe qué necesitabas. —Frotó mi sexo a través de mi falda y ropa interior.
Quise arrancarme la ropa y abrir mis piernas, pero algo faltaba.
—No necesito nada.
—Estás esperando al hombre correcto que tome el control. —Arrastró su boca
por mi cuello, pero no me besó—. Estás esperando el permiso.
Mis pezones dolían, mi centro estaba empapado, mi respiración entrecortada,
no quería darle mi permiso, quería que me dijera que abriera las piernas.
—No, no es cierto.
—Sí, lo es. —Mordió mi sensible piel y luego se inclinó a mi oído—. Levanta
tu falda y abre las piernas, Sienna.
Mis ojos se cerraron y gemí. Luego hice exactamente lo que me dijo que
hiciera. Subí mi falda más arriba de mis muslos y suspiré por la boca mientras el
frío aire de su apartamento golpeaba mi ropa interior.
—Más alto. —Sus labios tocaron mi mejilla—. Mírame.
Subí mi falda a mi cintura y abrí mis ojos.
Su intensa mirada me tragó por completo, luego su mirada bajó y se dio un
festín de mis bragas rosas.
—Quítatelas. 100
112
Dieciocho
Sienna
Puse mis rodillas en mi pecho y tiré la sábana hasta mi barbilla. Las palabras
de su amigo rebotaron en mi cabeza como campanas de advertencia. Contando
muertes.
Sin camisa y todo musculoso, Jared entró de nuevo en el dormitorio. Con su
intensa mirada de ojos marrones fija en mí, se quitó los vaqueros y se arrastró
hasta la cama desnudo.
Traté de no mirar fijamente su tamaño, pero era imposible. Su longitud, su
grosor, era enorme. Todavía no podía creer que encajara dentro de mí, mucho
menos lo que habíamos hecho. Lo que le había dejado hacer.
—Suéltalo —exigió, serpenteando un brazo bajo mis rodillas y otro detrás de
mi espalda. Se acostó y llevó mi espalda a su pecho.
113
—¿Soltar qué?
—Lo que tienes que decir. Escuchaste nuestra conversación.
No era una pregunta, así que no pretendí responderla.
—Tu amigo tiene razón. Dan te demandará. —No trabajé mucho con el
equipo de abogados, excepto para pasar la correspondencia entre ellos y el
entrenador, pero sabía cómo funcionaban las cosas. Le dirían a Dan que
demandara a Jared para evitar que demandara a Dan.
—Yo me encargaré. ¿Qué más?
—No puedes atacar la liga por tu cuenta.
—No estoy atacando la liga. ¿Qué más te molesta?
—No dije que algo me molestara.
—No tenías que hacerlo. Estabas acurrucada en una pelota con las mantas
hasta la barbilla como un niño aterrorizado. —Acarició mi sensible trasero—.
¿Estás adolorida?
El deseo se arremolinó bajo en mi vientre.
—Estoy bien —susurré, no muy segura que estuviera lista para hablar de eso
o cómo me había hecho sentir.
—No me mientas, Roja.
Exhalé.
—No quería que me gustara que me golpees, pero así fue. No debería
haberme sentido segura ni siquiera excitada, pero ahora solo tocándome... —Inhalé
hondo mientras me callaba—. Tu amigo dijo que contaba muertes.
—Fue un francotirador en la Marina —respondió Jared con toda naturalidad,
como si se tratara de una ocupación común. Luego bajó la voz—. Siempre estás a
salvo conmigo. Lo disfrutaste porque no tenías que pensar. Tomé el control y te di
un alivio que todo tu cuerpo sentiría.
—¿Qué has sacado de eso?
—Control y tu confianza.
Lo dijo con reverencia, pero no sabía cómo tomar nada de eso. Me sentí débil
por disfrutar de la forma en que me había tocado. Y sabía que nuestros militares
nos protegían y sabía que estaba viviendo una vida libre debido a los sacrificios
que tantos como Jared había hecho. Pero nunca había estado tan cerca de eso. Esto
no era un ligamento desgarrado o un rostro ensangrentada en el partido del
domingo. No se trataba de los millones de dólares que se invertían en una
industria cuyo único propósito era entretener. Esta era la vida real, la muerte real, 114
gente real sacrificando todo lo que tenían para proteger lo que daba por sentado.
—Nunca he estado cerca de alguien que sirvió antes. Esto es… nuevo para
mí.
Un tono de actitud defensiva se deslizó en su voz.
—No soy diferente a nadie.
Lo miré.
—Eres muy diferente. —Alfa, agresivo, precavido, protector, incluso el modo
en que se movía. No era sólo confianza, sino el conocimiento de la capacidad
detrás de esa confianza. Él no adoptaba una postura o se imponía para probar un
punto o para hacer que se vea bien para las cámaras el lunes por la noche.
Lo hacía porque estaba arraigado en quien era.
—Eres un héroe. —Un verdadero héroe.
—No soy un jodido héroe, Roja. —Se puso de rodillas y se pasó la mano por
el rostro—. ¿Tienes hambre? —Empezó a levantarse.
Le agarré la mano.
—¿Eso te molesta?
Los ángulos de su rostro se agudizaron y se volvió hacia mí.
—No soy un santo que quiera hacer la diferencia. Era un niño de dieciocho
años que quería un trabajo estable. No me enlisté para proteger a mi país. Me
inscribí para obtener un pago y disparar mierda. Entonces me volaron por los aires
y los marines me dejaron más rápido de lo que puedes decir herido. Así que no
glorifiques lo que crees que soy. Soy un ex marine dañado que le gusta follar duro.
—Él tiró las sábanas, agarró su bóxer y salió. Unos segundos después, escuché
ollas golpeando en la cocina.
Su ira debería haberme asustado, pero no lo hizo. Debería haber estado
corriendo, no saliendo por la puerta, pero no fue así. Estaba tirando de los cajones
de la cómoda llenos de ropa perfectamente doblada y pidiendo prestada una
camiseta que olía mejor que cualquier artículo de ropa que me había puesto en mi
vida.
Entré en la sala de estar de la planta abierta y vi mi maleta en la puerta
principal.
Sin volverse para mirarme, Jared habló.
—¿Quieres huevos?
Miré fijamente las cicatrices en su espalda mientras caminaba detrás de él. 115
Muriendo por tocarlas, encendí el fogón debajo de la sartén.
—Si no los quemas.
Batió un cuenco de huevos a punto de matarlos.
—No lo iba a hacer.
Fui a la nevera.
—¿Tienes pan?
—Sí. —Dejó los huevos en la sartén demasiado caliente.
Saqué el pan, la mantequilla y un paquete de melones troceados de la nevera.
—¿Tostadora? —No había nada en su prístino mostrador, además de una
cafetera.
—No.
Lo miré.
—¿Cómo haces tostadas?
Revolvió los huevos con fuerza, rompiéndolos en pedacitos.
—No las hago.
Tomé la espátula de él y doblé suavemente las partes cocidas.
—Así. —Estaba tan cerca, que podía oler su aroma, fuerte y masculino y
teñido de sexo. Mi corazón dolía por su toque.
Su aliento cayó al lado de mi cuello.
—Bonita camisa.
—Bonito bóxer. Puedes encender el horno y podemos hacer las tostadas de
esa manera.
No se movió.
—¿Me estás diciendo qué hacer?
Oculté una sonrisa.
—Sí.
Rápido y preciso, tocó los botones del horno y luego me agarró de los
hombros y me hizo girar. Sus labios estuvieron sobre los míos antes que pudiera
jadear, y su lengua se hundió en mi boca. Me jaló contra sus caderas y me devoró.
Su dura polla se apretó contra mi estómago y empujó a ritmo con su lengua.
No me fundí en él, me vine abajo.
116
Su dominio se apodero de mí, y el recuerdo de él dentro de mí, me tenía tan
excitada que, si me tocaba una vez entre mis piernas, me habría venido. Pero no lo
hizo.
Se apartó y me hizo girar.
—Estás quemando los huevos.
Sin aliento, miré la sartén.
—Claro. —Con su cuerpo fuerte detrás de mí, lentamente frotó su dura
longitud contra mi trasero.
Sus labios tocaron mi oreja.
—Revuelve.
Me estremecí. Entonces hice exactamente lo que me dijo que hiciera. Con la
espátula todavía en mi mano, revolví.
Su voz se suavizó.
—Buena chica. —Su mano subió por mi camiseta y sus gruesos dedos
agarraron mis pezones a través de la tela y los pellizcó.
Mi espalda se arqueó y gemí.
Apretó mis pezones más fuerte, luego abruptamente lo soltó y su palma hizo
contacto con mi culo.
La picadura seguida por el dolor en mis pezones me hizo jadear cuando su
mano se deslizó por mi estómago y dos de sus dedos se empujaron dentro de mí.
—Oh, Dios mío. —Dejé caer la espátula y ciegamente me estiré hacia adelante.
Su brazo fue alrededor de mi cintura y me hizo girar tan rápido, que mi
cabeza nadó. Sus dedos se empujaron dentro de mí, tocando un lugar tan
profundo y tan personal mientras su palma se apretaba contra mi clítoris, que dejé
de preocuparme por cualquier otra cosa.
De la noche a la mañana, me había convertido en alguien más. Alguien que
deja que un desconocido la azote. Alguien que salió de su casa, no para evitar los
medios, sino para estar con un hombre que no conocía. Alguien que quería que un
acompañante masculino fuera suyo.
—Detente —grité.
Se congeló, pero luego sus dedos giraron profundamente dentro de mí.
—Dime que no quieres venirte y lo haré.
Empecé a temblar.
—No quiero. 117
—Estás mintiendo. Dime que no me quieres dentro de ti.
Oh Dios. Lo quería. Lo quería tanto que podía saborearlo.
—¿Por qué?
—Porque quieres venirte, me quieres dentro de ti, y quieres estar exactamente
donde estás. Deja de pensar y déjate ir. —Sus caricias se ralentizaron, pero
aumentó la presión mientras presionaba contra mi pared frontal—. Toma esos
pezones duros y córrete.
El sonido que se arrastró por mi garganta y se derramó de mis labios no fue
tan impactante como la pura libertad de hacer exactamente lo que dijo. Mis propios
dedos se deslizaron bajo mi camisa prestada. Pellizcando mis tiernos pezones, mi
cuerpo dolorido por la liberación, grité cuando el orgasmo se estrelló contra mí.
Mis músculos ardían con una tensión exquisita, mi nucleó se agarró a sus dedos y
me desmoroné completamente.
Me vine tan fuerte que las lágrimas se deslizaron por mis mejillas.
Con sus dedos todavía profundamente dentro de mí, tiró de mi cabeza hacia
su pecho y me miró fijamente. Durante tres segundos, ninguna palabra pasó entre
nosotros. Solo nos quedamos de pie, conectados.
Luego se inclinó y besó mi mejilla manchada de lágrimas.
—Soy dueño de esas.
118
Diecinueve
Jared
Pasé mi pulgar por su mejilla y la mierda jodió con mi cabeza. No quería
sacar mi mano de su cuerpo, no quería dejarla ir. Esta mujer era mejor que yo en
cada forma posible. Necesitaba dejarla en paz, pero no podía hacerlo.
Con mi pene pulsando, saqué mi dedo de su coño hinchado.
—Quemaste mis huevos —dije sin expresión.
Con su pecho subiendo y bajando, apenas asintió.
—Sí.
—¿Necesitas un minuto? —Con mi brazo alrededor de su cintura, la sostuve,
pero la cocina estaba empezando a oler a quemado.
—El fogón —dijo.
Me estiré y lo apagué. Con su espalda aún contra mi cuerpo, empezó a 119
temblar.
—Oye, ¿estás bien? —Aparté su cabello de su rostro.
Una sonrisa curvó sus labios, y contuvo una risa.
—Mis piernas no funcionan.
La esquina de mi boca se movió.
Sus ojos brillaban con risas y lágrimas, y me miró.
—No estoy segura que me importe.
Sonreí.
Suave y femenina y tan jodidamente hermosa, se rio.
—¡Sí sonríes!
Mi adolescencia, el ejército, salir herido, los hospitales, las mujeres, todo en
mi vida destelló y culminó en este momento. Cabello rojo, ojos verdes y una
sonrisa jodidamente hermosa, mi corazón dolió.
Acuné su rostro.
—Sí, Roja, sonrío.
Se puso seria.
—Eres tan apuesto.
Era exigente, estaba lleno de cicatrices. Y al segundo en que se diera cuenta
que no podía llevar las cuentas más simples, mucho menos leerlas, se iría.
—Eres muy buena para mí.
Frunció el ceño.
La solté y cambié de tema.
—¿Vas a prepararme comida?
Se aclaró la garganta.
—Estoy segura que te aumentó el apetito.
Como no se imaginaba.
—Lo alimentaré después de comer. —Arrojé la sartén de los huevos
quemados en el fregadero y tomé otro, entregándoselo.
Ella lo tomó, sonriendo tímidamente.
—¿Lo harás?
Mi pene jodidamente se disparó, la miré hasta que sus mejillas se sonrojaron.
—¿Tienes que preguntarlo? 120
127
Veinte
Sienna
Su boca se estrelló sobre la mía y supe que tenía razón. Ya quería llorar.
La forma suave en que se movía dentro y fuera de mí, el duro exterior que
mostraba a pesar de las cicatrices; mi corazón estaba rompiéndose porque él estaba
rompiéndolo.
Su beso no era nada a como vino a mí en la cocina la primera vez.
Duro, feroz y sin aliento, me había tomado como un hombre poseído. ¿Pero
ahora? Su lengua lentamente acarició mi boca, siguiendo el ritmo de sus caderas
meciéndose, me besó como un hombre completamente diferente.
Su mano agarró el costado de mi rostro, pero no estaba agarrando mi cabello
o sujetándome. No estaba soltando órdenes mientras me enloquecía con lujuria.
Su beso estaba lejos de eso, me sentí deseaba, necesitada y atesorada. Me sentí 128
amada.
Y me aterró. Porque Jared Brandt, con sus suaves caricias y preguntas sobre
niños, no iba a hacerme llorar, iba a romperme el corazón.
Una lágrima se deslizó por mi rostro.
Sin romper su ritmo, su pulgar rozó mi mejilla mientras sus labios se movían
a mi oído.
—Guarda esas para cuando te haga derrumbarte. —Presionó más hondo
dentro de mí.
Un punto que no sabía que existía antes de anoche floreció a una necesidad
consumidora, quería creer todo lo que estaba ofreciendo.
—No quiero derrumbarme. —Quería creer el cuento de hadas que estaba
vendiendo.
—Sí, sí quieres. —Su boca, sus labios, succionaron mi cuello mientras su
lengua dejaba promesas en mi piel.
Sus caderas rítmicamente me llevaron más allá del punto de no retorno, no
respondí.
Aferrándome por mi vida, cerré mis ojos.
Sus dedos se deslizaron entre nosotros.
—Mírame, ahora.
Sin fuerza de voluntad para oponerme a él, mi mirada encontró la suya y
Dios mío, era hermoso. Tan hermoso, que no tenía palabras. Sólo un pensamiento
trepó por sobre mi vulnerabilidad y se asentó. Iba a ser devastada por este hombre.
Su pulgar presionó mi clítoris mientras su dura longitud acariciaba dentro de
mí.
—Córrete —ordenó.
La pared que había construido alrededor de mi corazón se rompió en un
millón de pedazos mientras empezaba a derrumbarme debajo de él. Con mi centro
zumbando, y mi cuerpo temblando, salió y presionó la cabeza de su polla contra
mi hinchado clítoris.
Semen caliente pulsó contra mí y vi fuegos artificiales.
129
Veintiuno
Jared
Empuñando mi polla, presioné duro en su clítoris, y jodidamente exploté. Su
coño todavía se contraía, su cuerpo temblaba, la miraba perder el control.
Corriéndome más duro de lo que nunca lo he hecho, cubrí su montículo con mi
liberación y extendí mi semilla por todos sus rizos rojos.
Un pensamiento singular se hundió en mi jodido cerebro.
Mía.
Ella era mía.
No tenía otras palabras. Solo tenía una jodida mierda cruzando por mi cabeza
mientras los ojos verdes llenos de emoción me miraban fijamente.
—Eso —susurró—, no fue follar.
No perdí el control. 130
Me quebré.
Veintidós
Sienna
Sin decir una palabra, me dio la espalda y se tendió detrás de mí.
Con el corazón martillando una advertencia, presioné.
—¿Me escuchaste?
—Te escuché. —Su brazo serpenteó bajo mi cabeza.
Su semen goteaba por mi muslo.
—Tus sábanas.
—Me importan una mierda las sábanas —dijo bruscamente.
—No contestaste —le dije en voz baja.
—No era una pregunta.
—Bien. —Inhalando, me di vuelta tan lejos de él como pude. 131
O bien fingiendo no notarlo o que no le importaba, deslizó su brazo sobre mi
cintura y me jaló de nuevo, luego su mano aterrizó en mi pecho. Los dedos ásperos
retorcían mi pezón y el deseo se disparó entre mis piernas a pesar que acababa de
correrme.
—Detente. —Empujé su mano lejos.
El brazo bajo mi cabeza se dobló sobre mi pecho y rodó hacia mí.
—¿No quieres que te toque? —Su tono era acusador.
—No quiero que me mientas.
Sus fosas nasales se abrieron y su pecho se arqueó, pero sus palabras salieron
llanas.
—Fue más que sexo, ¿es eso lo que quieres oír?
—Tú eres el que empezó esto. Me llamaste para encontrarnos, golpeaste a
Dan, me trajiste aquí y me hiciste promesas. No des vuelta a esto como si
estuvieras diciendo algo que quiero escuchar. —Mi dedo se clavó en su pecho—.
Esto es lo que tú empezaste. —Respiré profundamente—. Tú hiciste esto. —Listo.
Que se ocupe de sus propias verdades, el bastardo voluble.
Su tono regresó a la seducción líquida sexual.
—¿Qué hice?
Lo miré.
—¿Estás sonriendo?
—No. —Luchó contra una sonrisa y luego se puso serio de nuevo—.
Quitando tu cabello sujeto con horquillas y el traje rosado, me gusta la Roja intensa
casi tanto como me gusta la inocente Roja.
1. Espera, ¿qué?
—¿Qué tiene de malo mi cabello recogido y mi traje rosado?
—Los odio.
Me enfurecí.
—Es un traje bonito, y siempre recojo mi cabello para trabajar. Se llama ser
profesional.
—No quiero que seas profesional.
Me incliné hacia atrás.
—Eso es sexista, Jared Brandt.
—Si no querer que trabajes con tu ex y un puñado de peloteros impulsados 132
por esteroides es sexista, entonces soy un maldito sexista.
Parpadeé y un tipo de alivio tonto al saber que él no me hallaba poco
atractiva con mi cabello recogido y con un traje, me cubrió.
—Entonces, ¿no es el traje? —Mi corazón traicionero bailó alrededor de mi
pecho.
—No, Roja, no es el traje. —Él acarició mi mejilla y luego colocó mi cabello
detrás de la oreja—. Es lo que haces con el traje.
—Para que sepas, el uso de esteroides es ilegal en la liga. —Odiaba lo mucho
que me gustaba lo que había dicho.
—Sabes exactamente lo que quiero decir.
—Tengo una hipoteca. —Tenía facturas que pagar, y trabajar para el
entrenador era el mejor trabajo pagado que obtendría sin un título universitario.
Su mirada intensa ardía en mí, y luego dijo algo que nunca vi venir.
—Yo no.
Antes que pudiera abrir la boca y hundirme hasta el fondo, alguien golpeó la
puerta principal.
Jared se sacudió como si lo hubieran golpeado, luego se levantó de la cama
tan rápido, que reboté.
—Quédate aquí. —Tomó un par de pantalones limpios, se los puso y se
dirigió hacia la puerta.
—Necesito mi maleta. —Quería algo más que su camiseta o terminaríamos de
vuelta en la cama y estaba adolorida.
Con sólo un movimiento de cabeza, desapareció y regresó con mi maleta
mientras quienquiera que sea, estaba golpeando en la puerta de nuevo.
—Espera aquí. —Cerró la puerta detrás de él.
Unos segundos más tarde, escuché voces masculinas enojadas y no esperé.
Cogí unos pantalones de yoga y la camiseta que me había prestado Jared, me las
puse, luego abrí la puerta del dormitorio y salí al pasillo.
—Deberías estar al frente —gruñó Jared.
—Entendido, señor. Como dije, no estaba autorizado a entregar los papeles.
Mi única opción fue dejar que el agente judicial...
—Dejarlo subir aquí no era tu decisión —dijo Jared cortante.
Entré en la sala de estar. Un tipo de pelo oscuro con casi tantos músculos
como Jared estaba de pie frente a él. Su mirada fue a mí y asintió con una sonrisa 133
cortante.
—Señora.
Jared giró. La ira contorsionando sus rasgos, examinó mi atuendo y volvió a
mirar al tipo.
—Léelo —exigió.
—¿Señor?
—Lee. Eso —enunció Jared.
El tipo, que estaba vestido exactamente como el amigo de Jared, André, con el
mismo tipo de camisa de polo con el logotipo negro y pantalones negros, parecía
incómodo. Me miró. Me acerqué y tomé el papel de sus manos. Era una demanda.
Me sorprendió que los abogados hubiesen conseguido presentar esto tan
rápidamente, pero me escandalizó cuando leí por cuánto Dan estaba demandando
a Jared. Alcé la vista.
Jared apretó la mandíbula.
—¿Qué dice?
Mi estómago se derrumbó.
—Dan te está demandando. —Tragué—. Veinticinco millones.
Jared miró al otro chico.
—Vete.
—Sí, señor. —Asintió y se volvió hacia mí—. Soy Tyler, señora. Seré el
encargado de su protección en los próximos días. Por favor, hágame saber si
necesita algo.
—Vete —gritó Jared.
Tyler salió.
Entregué el documento a Jared.
—Tienes que llamar a ese abogado del que tu amigo André te habló.
Arrojó el documento sobre el mostrador de la cocina, cogió su teléfono y
marcó. Un segundo después le estaba diciendo a alguien que ordenara comida
para llevar.
Esperé hasta que colgó.
—Lo siento. —La culpa me estaba comiendo viva. Si no hubiera accedido a
reunirme con él en el restaurante, nada de esto habría sucedido, incluyéndonos.
—¿Por qué? ¿Vas a demandarme ahora? —Entró en el dormitorio.
134
Lo seguí.
—Eso no es justo. —No le dije a Dan que fuera un idiota y ciertamente no le
dije a Jared que lo golpeara.
Sacó una camisa de su cómoda, no dijo nada.
Me quedé allí sintiéndome indefensa.
—¿Qué vas a hacer?
—Ducharme. —Entró en el baño y cerró la puerta detrás de él.
Cogí mi bolso del mostrador de la cocina donde lo había dejado y busqué mi
celular mientras volvía al dormitorio. Cuando lo encendí, los mensajes de Dan
empezaron a llegar.
¿Dónde estás?
¿Qué demonios haces con ese imbécil?
¿Te fuiste?
¡Enciende el teléfono!
Maldita sea Sie, te amo, sabes que lo hago
No hagas esto
¡Me diste tu virginidad, eso significó algo!
Me encogí ante el último. Entonces dejé que mi indignación sacara lo mejor
de mí y le devolví los mensajes de texto.
25 millones. ¿De verdad? ¿Cuál es el problema, tu novia la animadora está
gastándose tu dinero?
Los tres pequeños puntos que decían que estaba enviando mensajes de texto
aparecieron de inmediato.
¡No PASÓ nada! ¡Te lo dije!
No lo creí entonces y no lo creía ahora. La simple verdad era que Dan
Ahlstrom era un cobarde autodenominado. Estúpidamente le respondí.
Como digas.
Su respuesta fue casi instantánea.
Ponte el anillo y el juicio desaparece
Mi estómago se derrumbó y la ira, ardiente y furiosa, floreció. Mis pulgares
volaron a través de la pantalla.
¿Chantaje? ¿Así es como consigues a las mujeres ahora? Eres patético.
135
No sabía en qué me había metido con Jared, pero sabía que él nunca me haría
lo que Dan estaba haciendo. Jared me había defendido en el restaurante.
Había ido conmigo a la oficina del entrenador. Él me dijo en silencio que
estaba allí para mí. Nunca me chantajearía.
Pero ahora Jared estaba siendo demandado, por mi culpa.
Cuando me senté en el borde de la cama, sosteniendo mi teléfono, otro
mensaje de Dan entró.
Usa el anillo
Yo sabía lo que no haría. Nunca volvería con Dan. Pero eso no era mi única
opción.
Jared salió de la ducha.
Ni siquiera alcé la mirada, porque si lo hacía, no tendría el coraje de decir lo
que tenía que decir.
—Esto es mi culpa. Nunca estarías en esta situación si no fuera por mí. Voy a
volver a mi casa. Puedes seguir con tu vida. —Con mi corazón quebrándose, mi
estómago anudado, me levanté―. Sé que las palabras son sólo letras unidas, pero
lo siento de verdad. ―Recogí mi bolso.
—¿A quién le estabas escribiendo? —preguntó, sin entonación en su voz.
Levanté la vista. Sus rasgos ásperos eran tan estoicos, que no podía notar si
estaba enojado y me dije que no importaba.
—Dan.
—¿Qué es lo que quiere?
Miré a Jared un momento. Con una sencilla camiseta gris y pantalones
vaqueros, con el cabello mojado, era el hombre más hermoso que jamás había
visto. Quería caer en sus brazos y olvidar todo excepto lo que se sentía ser el objeto
de su deseo. En su lugar, me dije que tenía que ponerme dura. Desbloqueé la
pantalla en mi teléfono y luego le mostré.
—Toma.
Tal vez si veía lo que había dado estúpidamente a Dan, no me respetaría.
Jared no hizo ningún movimiento para tomar el teléfono.
—Te estoy preguntando.
—Él quiere lo mismo que quería hace un mes. —Que patética—. Y si regreso
con él, dejará el juicio.
Jared soltó una carcajada. 136
144
Veinticuatro
Sienna
No podía creer que me hubiese quitado así la ropa, mucho menos comer toda
la comida que él me había servido en el plato. Nunca había estado cómoda
desnuda alrededor de nadie, ni siquiera yo misma. Mis caderas eran demasiado
amplias, mi estómago no era plano y mis muslos se tocaban en el medio. Pero
Jared me hacía sentir como si fuese hermosa.
Si me detenía a pensar en todas las mujeres con las que se habría acostado,
cómo probablemente las había hecho sentirse especiales a todas ellas, comenzaría a
hiperventilar.
—Suéltalo —espetó Jared.
—¿Disculpa?
—Dices eso cada vez que quieres cambiar de tema. Me escuchaste. —Recogió
145
nuestros platos y los dejó en el fregadero, pero luego no regresó y se sentó junto a
mí. Permaneció al otro las de la encimera y me miró.
Inhalé y comencé con lo obvio.
—Sé lo que dijiste antes, pero si salgo por la puerta la demanda desaparecerá.
—No va a suceder. El abogado ha sido llamado. Él lidiará con ello. He
acabado de discutir sobre esta mierda. Siguiente problema.
Me puse su camiseta, no segura si estaba impresionada por su confianza o
asustada de ella.
—No entiendo… esto. —No entendía lo que estaba sucediendo entre nosotros
o cómo sabía él que tenía más de un problema en mente. Tomé los leggins y me los
puse. Mi centro todavía zumbando por su toque, ardía por más de él, pero no
podía mirarlo. Si lo hacía, no querría decirle el resto de lo que estaba pensando.
Rodeó la encimera y entró en mi espacio personal. Bajando la voz a una
cadencia profunda, era seductor y fascinante, y aun así totalmente exigente.
—Comienza a hablar.
Respiré.
—¿Cómo lo haces?
—¿Hacer qué? —preguntó con la misma voz.
—Eso. Tu tono. Me hace querer decirte cualquier pensamiento que haya
tenido alguna vez, pero al mismo tiempo, es exigente, como si no tuviese la opción
de no decírtelo, excepto que ni siquiera estoy segura que me importe, porque estás
centrando toda tu atención en mí y me hace sentir… —Me detuve.
—¿Especial?
Suspiré.
—Sí.
—Lo eres. Ahora dime por qué estabas frunciendo el ceño mientras comías.
De repente, no estaba frente a un demandante Jared, o incluso un Jared
enfadado. Esta era una parte diferente de él, pero no podía estimarlo. No sabía qué
estaba sucediendo. Solo había conocido a este hombre desde hacía horas. Estaba
incómoda de un modo que hacía que se me tensara el estómago y respirara
entrecortadamente, aun así, estaba más relajada de lo que jamás había estado
alrededor de un hombre. Fue mi excusa para para preguntarle lo siguiente.
—¿Con cuántas mujeres has estado?
—No voy a decirte eso.
146
Oh Dios. Era porque eran muchas. Lo sabía. Me dije que lo sabía. Era un
acompañante, por amor de cristo, pero oh Dios mío, esto no se sentía bien.
—¿Más de cien?
Me estudió por un momento.
—¿La respuesta va a cambiar cómo te sientes?
Pensé en ello. ¿Lo haría? ¿Saldría por esa puerta si él se hubiese acostado con
quinientas mujeres? Lo haría. Lo sabía. Jamás dejaría pasar eso. ¿Pero cien? ¿Ciento
cincuenta? ¿Podía vivir con eso? ¿Ese era mi límite? Ni siquiera lo sabía, porque
tener esta conversación sobrepasaba por mucho mi zona de confort.
Así que le dije la verdad.
—Sí.
No dudó.
—No.
Una respiración que no sabía que estaba sosteniendo se liberó de mis
pulmones y mi pecho se alivió durante dos segundos completos antes que
comenzara a centrarme en números. ¿Cincuenta? ¿Setenta y cinco? ¿Estaba
mintiendo? ¿Podía confiar en él? ¿Alguna vez confiaría en él? ¿Qué pasaría si su
pasado salía a la luz y todos en el trabajo sabían que estaba saliendo con un
prostituto? ¿Y si el entrenador averiguaba eso de su pasado? ¿Perdería mi trabajo?
¿Cuánto podría vivir con el pequeño montón de dinero que papá me dejó? Está
bien, podría vivir un tiempo mientras fuese cautelosa, pero ese no era el tema. ¿El
pasado de Jared estaba en el pasado? Había tenido una clienta a su disposición y
una llamada a los pocos minutos anoche. Lo que quiero decir, lo entendía, él era
increíble. No conocía a ninguna mujer que no quisiera exactamente lo que yo había
tenido toda la tarde. Pero, aun así.
—Sienna.
Mi nombre salió de su lengua como si fuese el único hombre destinado a
decirlo e hizo que me doliese el pecho.
—Me gustas —dejé salir—. Pero esto es difícil, y estoy confusa y pensé que
entendería cien, pero no lo hago. No realmente. No entiendo por qué venderte por
dinero era atractivo, pero lo peor es que no te veo haciéndolo. Sé que dijiste que no
sacara a colación a Alex, pero él es diferente. Con él se trata todo de dinero. Puedes
notarlo. Pero tú no eres así. Ni siquiera te estremeciste cuando te dije que estabas
siendo demandado por veinticinco millones. Es como si ni siquiera te importara el
dinero.
147
—No lo hace.
—¿Entonces por qué ser un acompañante?
—Te lo dije.
—¿Porque la mayoría de tu espalda tiene cicatrices? ¿Eso qué quiere decir?
No lo entiendo. Y quiero entenderlo, porque no quiero simplemente salir por esa
puerta y no volver a verte. —Odiaba pensar en ello, mucho más decirlo, pero no
era estúpida. Una relación estable y saludable no comenzaba con dos extraños
teniendo sexo. ¿Verdad?
Sus fosas nasales se ensancharon, su mandíbula estaba apretada y su tono
pasó de cero a cortante en dos segundos.
—No voy a darte un número y no voy a lloriquear sobre Afganistán o ser
herido. Si quieres un maldito maricón que llore en tu regazo, entonces deberías
largarte ahora mismo.
Me enfurecí, pero entonces lo vi. No estaba viendo al marine que había
derribado a dos jugadores de fútbol que lo superaban en más de veinte kilos.
Estaba mirando al hombre que se veía tan inseguro como yo me sentía. Así que
ignoré su tono e ignoré sus palabras sobre irme, y me centré en la única cosa que
pensaba que sería mi mayor obstáculo.
—Difícilmente creo que llorar en mi regazo constituya una comunicación
efectiva.
—No uses ese maldito tono serio conmigo. Sabes exactamente a lo que me
refiero.
Me mantuve firme.
—Quiero un número.
—No llevé la maldita cuenta.
—¿Entonces cómo sabes que son menos de cien?
Suspiró.
—Por los clavos de Cristo.
No dije nada.
Se llevó las manos a las caderas.
—¿Vas a ignorarme?
—Si es lo que tengo que hacer. Pero preferiría una respuesta directa así puedo
ir a ducharme. —Lo estaba provocando, del mismo modo que él me había 148
provocado anoche en el ascensor. Quizás no tuviera mucha experiencia con los
hombres, pero sabía mis limitaciones, y no podía manejar a nadie con el que no
pudiese hablar.
Arqueó una ceja y un lado de su boca se elevó.
—¿Te sientes sucia?
El cambio de su tono, de molesto a puro sexo, me hizo querer morderme el
labio, pero permanecí completamente quieta.
—Si quieres saberlo, sí.
—Me gustas sucia. —Sonrió.
Me temblaron las rodillas.
—Estoy llegando a entenderlo.
Sonrió.
—¿Todavía queriendo ignorarme?
Su sonrisa, sin tapujos y devastadora, era increíble. ¿Pero cuando se veía
como se veía ahora mismo, como si no estuviese llevando el peso del mundo sobre
los hombros? Oh Dios mío, no tenía defensa para proteger mi corazón de él.
—Sí.
—Bien. Ve a la ducha.
Fingiendo que mi corazón no estaba latiendo salvajemente y mi estómago no
se estaba tensando, arqueé una ceja.
—¿Luego me lo contarás?
Bajó su tono.
—Luego te llevaré a la cama.
Ese tono y su intensa mirada eran mi perdición.
—No voy a dormir contigo —mentí.
—¿Quién dice que te voy a dejar dormir? —Guiñó un ojo.
Fingiendo, puse una mano en la cadera.
—Tienes suerte que no sepa tu segundo nombre.
—Jacob.
¿Había algo que no fuese sexy en este hombre? Fingí un suspiro.
—Está bien, Jared Jacob Brandt. Voy a ir a la ducha. Luego me dirás lo que
quiero saber.
La incredulidad iluminó sus ojos ambarinos. 149
151
Veinticinco
Jared
—¡Sie! —La llamó con su estúpido apodo.
Apunto de perder mi maldito control, contuve las palabras.
—Vete mientras todavía puedas caminar. —Quería matarlo.
El rostro del imbécil se contorsionó de rabia y dejó de rogar como un marica.
—Yo fui su primero. Sé quién demonios eres. ¿Crees que ella va a elegir a un
desempleado y roto veterano de guerra por encima de mí? Adelante. —Apuntó un
dedo a mi pecho—. Cuenta tus días con ella. Ya le di un anillo. Va a regresar
conmigo.
Enojado, agarré su muñeca.
La puerta a las escaleras se abrió y Tyler, Luna y algún otro imbécil en Luna y
Asociados entraron corriendo. 152
—Brandt —espetó Luna—. Las cámaras.
Mis fosas nasales se abrieron, con rabia, apreté mis dientes y mi agarre.
Luna se paró al lado del jodido mariscal.
—Aunque pensándolo bien, adelante, amigo. —Su mano descansó sobre su
arma enfundada.
—Sí, adelante —espetó el mariscal—. Veremos qué pasa cuando seas
arrestado y no estés alrededor para jugar a la casita con ella.
¿Él fue su primero? ¿Este jodido imbécil fue su primero? Enojado, no podía
hablar.
—¿O? —Se encogió Luna de hombros—. Puedes dejarlo ir. Ya se ha jodido a
sí mismo.
Lo solté.
—Quédate tranquilo. —André movió su mentón hacia las cámaras—.
Tenemos lo que necesitamos.
Presionó su intercomunicador en la oreja.
—La escalera. Detenido… cambio. —Apuntó hacia mí—. Nos encargaremos
de él. La policía está en camino.
Ella tenía su jodido anillo. No había dicho nada cuándo él había dicho que la
amaba. Nada. Tenía su jodido anillo.
Estrellé mi puño en la pared. El muro se rompió y una foto cayó al suelo. Ella
vino corriendo del cuarto
—¿Qué pasó? —Unos sorprendidos ojos verdes observaron la pared y mis
nudillos raspados—. ¿Jared? —Se acercó a mí.
—No —espeté.
Ella miró a Luna y a Tyler y su rostro se puso rosa, exactamente como su
trasero bajo mi mano.
La rabia retorció mi voz.
—¿Qué le diste?
Ella cruzó sus brazos sobre sus senos sin sujetador.
—¿Qué?
—¿Qué le diste? —grité.
—Brandt —advirtió André.
153
No. al diablo con él. Al diablo con ella. ¿Le dio a ese jodido pedazo de mierda su
virginidad y le dijo que lo amaba? Estaba perdiendo la cabeza. No me importaba una
mierda las vírgenes. Nunca quise esa responsabilidad. Follaba y lo hacía duro.
¿Pero Roja con ese jodido imbécil? ¿Usando su anillo? Esos no eran unos
adolescentes de dieciséis tonteando en la parte de atrás de un auto. Ella se había
guardado a sí misma. Se había guardado para él.
Su espalda se enderezó como si tuviera su puto traje puesto y estuviera
hablando con su maldito jefe.
—No le di nada. Estabas ahí mismo.
—¿Cuánto tiempo estuviste con él? —mascullé—. ¿Por cuánto tiempo saliste
con él?
La confusión nubló su rostro.
—Por tres meses, hace un par de meses, pero no veo cómo eso…
—¡Tienes veinticuatro! —La rabia me inundó. Se había entregado a ese
imbécil y luego contrató a Vega como si fuera un pedazo de culo muy
experimentado. No estaba furioso, estaba colérico. Enojado de no haber sido yo
quien tomara su inocencia. Enojado porque se había acostado con Vega, y
diabólicamente furioso ante la verdad que Ahlstrom me había arrojado a la cara.
Era un estafador sin un jodido empleo que no podía leer. Nunca había sido
suficiente para ella.
Inestable, apenas y miré a André.
—Sácala de mi casa.
—Entendido. —André asintió una vez.
—¡Jared!
El sonido de mi nombre saliendo como una súplica de sus labios me cortó
como un jodido cuchillo, pero no la miré. Ya estaba entrando a la cocina. Un
segundo después, la botella estaba en mi mano y estaba bebiendo.
154
Veintiséis
Sienna
Me quedé de pie en el cuarto, sin recordar cómo había caminado hasta aquí.
—Señora. —André mantuvo un contacto visual deliberado—. Voy a necesitar
que venga conmigo. —De pie con sus piernas separadas, una mano agarrando la
muñeca de su brazo opuesto, se veía igual que Jared en la oficina del entrenador.
Mi estómago se revolvió.
—¿Qué está haciendo?
—Voy a encargarme de su seguridad ahora, señora. —Inclinó su barbilla
hacia mi maleta—. Por favor tome sus cosas.
Me molesté. Golpeé mi puño en la pared, molesta.
—Al diablo con eso. —Apunté a la puerta antes de poder pensar en lo que
quedaba de mi dignidad. 155
André se paró enfrente de mí.
—No lo haría si fuera usted.
No, no iba a dejar que hiciera esto.
—Voy a hablar con él, ahora mismo. —Intenté pasar a su lado, pero se movió y
un completo pánico tomó el control—. ¡Salga de mi camino!
Él inhaló, y por un momento, su máscara militar tomó sitio y me miró de una
forma que conocía muy bien, quise vomitar.
—Lo siento, señora, él ha decidido no involucrarse con usted.
¿Involucrarse? ¿Involucrarse? ¿Como si fuera una misión o un objetivo o
cualquiera otra mierda que lo llamaran los marines?
—No soy un objeto que puede hacer a un lado. ¡Dígale que vuelva aquí y
hable conmigo! —Mi mundo estaba derrumbándose más rápido de lo que podía
sujetarlo.
—Esto ya está decidido, señora. Por favor apúrese y tome sus cosas. Me
gustaría dejarle en claro los argumentos antes que la policía llegue.
—¿La policía? —Oh Dios mío—. ¿Qué pasó entre él y Dan?
—La ropa, señora.
—¡Dígame qué pasó! —Mi corazón se aplastó cien veces peor que con Dan,
no podía respirar.
—Todo está bajo control, señora, pero es hora que se vaya.
Tomé aire. Luego otra vez. Esto era mi culpa. Me había puesto aquí.
¿Qué tan estúpida había sido para confiar en él? ¿Para pensar por un minuto
que cambiaría lo que Jared era? ¿Después de haberlo conocido durante horas? ¿Qué
creí que sucedería? ¿Que cogeríamos como conejos hasta que el sol saliera hacia
una perfecta vida feliz?
No estaba loca, estaba clínicamente demente. Peor, era exactamente lo que
nunca quise ser. Patética.
Luchando con las lágrimas, saqué ropa de la maleta y mi bolsa con
implementos de aseo que usaba para viajar, la cual André debió tomar de mi baño.
Corrí al baño, sintiendo que cada rincón de mi vida había sido ultrajada. Mi
corazón, mi orgullo, mi privacidad, mi trabajo, todo. Nada quedaba intacto, y no
tenía a nadie para culpar excepto a mí misma.
Cepillé mi cabello. Cubrí mis pecas con maquillaje. Hice lo siempre había
hecho cuando mi vida se derrumbaba a mí alrededor. Puse una fachada. La misma 156
que había puesto en el funeral de papá. La misma que usé en el trabajo el día
después que Dan rompió mi corazón. Pero esas veces, mi labio no estaba
temblando. Esas veces tuve dónde estar los días de la semana. Esas veces, no sabía
lo que sentía tener unos ojos marrones mirándome como si fuera especial.
Me había jurado que nunca sería así con nadie más. Perder a papá me
rompió. El dolor fue por los abrazos perdidos, las cenas los domingos y las
sonrisas arrugadas. Fue saber que estaba sola en este mundo.
Pero ponerme unos jeans que alguien había doblado cuidadosamente y
puesto en una maleta para mí, esto no era ese dolor. Esto estaba aplastando mi
pecho. Esta era la clase de pánico que me hacía querer correr a unos brazos
conocidos fuera de aquí. Brazos que estaban ahí afuera, pero no querían
abrazarme. Esto no era dolor. Esto era desesperación.
Y lo odiaba.
Un golpe sonó en la puerta.
—¿Señora? ¿Está lista?
Mis manos temblorosas abotonaron una blusa de seda que me solía gustar.
—Sí. —Abrí la puerta y mi bolsa de implementos de aseo se cayó de mis
manos. El espejo de mi polvo compacto se destrozó en el mármol y mis horquillas
para el pelo se esparcieron.
—No te muevas. —Un hombre que había conocido en un estacionamiento
hace unas horas, me cargó, me sacó del baño y me puso en la alfombra como si se
preocupara por lo que me sucediera—. Colócate unos zapatos. —Agarró la
camiseta que había dejado en la encimera y luego se agachó para limpiar el
desastre.
Miré la puerta.
Sabía que él estaba ahí afuera. Podía sentirlo, como podía sentir el recuerdo
de sus manos sobre mi cuerpo.
—Chica —dijo André suavemente.
Estaba mirando al hombre con cabello marrón cortado prolijamente y ojos
cafés, quien era tan apuesto como Jared, pero mi corazón no reaccionó.
André miró a la puerta e inhaló.
—Él está protegiéndote.
—¿De qué?
—De él mismo. —Puso mi bolsa en mi maleta, cerró la cremallera y tomó el
asa—. Vamos, salgamos de aquí. 157
No quería ir. Quería entender por qué me estaba dejando por fuera. Quería
sabía qué había sucedido y quería dejar de alejarme antes que Dan se fuera. Quería
muchas cosas, pero no me quedaban opciones.
Con una mano en mi espalda, André me llevó por el pasillo y hacia la puerta
principal, pero cuando lo vi me congelé.
En el balcón, él miraba el océano. La luna proyectaba un millón de brillos de
luz a lo largo de la superficie ondulante del agua, pero proyectaba sombras sobre
su espalda cicatrizada. Mi garganta ardía, mis ojos se inundaron y no quise darle la
satisfacción de verme alterada, pero estaba moviéndome al balcón, antes que mi
sentido común me dijera que parara.
La puerta corrediza estaba abierta y la sal del aire sopló perezosamente como
si no supiera que mi vida era un caos. No salí al balcón. Mi mano se empuñó y
chocó con el vidrio. Luego espeté lo único que sabía que podría herirlo.
—Eres un cobarde, Jared Jacob Brandt.
Las palabras rompieron mi corazón y el impacto picó en mi mano, pero Jared
nunca me miró.
Dándome la espalda, con un tatuaje cubriendo su bíceps derecho, ni siquiera
se estremeció.
No me quedaba dignidad, pero cuadré mis hombros igual. Mordiéndome la
lengua para evitar seguir llorando, pasé al lado de un sorprendido André y Tyler y
salí.
Golpeé el botón del elevador sin tener ni idea qué estaba haciendo.
La mano de André se cerró sobre mi hombro, apretó una vez, luego me soltó.
Sentí que estaba cayendo.
No recordé bajar hasta el garaje. Ignoré las patrullas de policía estacionando y
los medios de comunicación en la puerta gritando mi nombre. No sabía cómo Dan
los había pasado, y no me importó. Lo odiaba. Le había dicho algo a Jared, estaba
segura, pero me dijo que no importaba. Me dije que un hombre que era tan
fácilmente persuadido no era un hombre digno de mí.
André me llevó a una camioneta negra con vidrios tintados y me puso en el
asiento del copiloto antes de sentarse tras el volante.
—Voy a llevarte a Luna y Asociados.
—Quiero ir a casa.
—Tengo apartamentos seguros para los clientes. Estarás a salvo de los medios
158
ahí.
—No soy tu clienta. —No le había pagado cinco mil dólares para que se
acostara conmigo.
Me miró.
—Brandt es mi hermano.
Miré por la ventana a los medios tomando fotos mientras pasábamos.
—No sabía que tenía hermanos.
—No biológicamente. Los Marines, señora. —Estacionó en la calle y apagó el
motor.
—¿Qué le pasó?
—Es algo que tendrá que preguntarle usted.
—Lo hice. Dijo que fue un explosivo.
André asintió.
—Así fue.
—¿Estuvo ahí?
—No en el Humvee, no.
Dejé el tema porque no sabía qué estaba preguntando o por qué importaba.
—¿Qué pasó con Dan?
—Ahlstrom está siendo detenido. Lo que suceda ahora depende de la policía.
Fruncí el ceño.
—Lo dejaran ir.
—Posiblemente. —Condujo rápido, pero controló el enorme vehículo.
—Si me llevas a tu oficina, ¿entonces qué?
—Duermes —dijo concisamente, como si fuera la respuesta a todo.
—Eso no arreglará nada. —Quería la comodidad de mi propia cama, pero
tampoco quería lidiar con los medios.
—No estoy seguro que se pueda arreglar, señora. Los medios encontraran
otro escándalo que seguir en un día o dos.
Ahora yo era un escándalo.
—¿Y hasta entonces?
Mostró una sonrisa, amplia, carismática y de dientes blancos.
—Hasta entonces, eres la mujer que despreció al mariscal de campo favorito 159
de Miami.
Veintisiete
Jared
Con mi cabeza martillando como el infierno, miré fijamente mi teléfono. El
arrepentimiento me consumía como una herida abierta.
—Señor Brandt, ¿se involucró en algún momento con el Sr. Ahlstrom cuando
se presentó aquí anoche?
El abogado, Mathew Barrett, lucía jodidamente joven, y era la viva imagen
del puto Clark Kent.
—¿Cuántos años tienes?
—Lo que me falta en edad, lo compenso en experiencia. Por favor conteste la
pregunta.
Ella no había llamado. No es como si esperara eso de ella.
—No lo toqué. —El mariscal de campo tenía suerte de seguir vivo. 160
—El señor Luna dijo que usted le agarró la muñeca en defensa propia?
—Vea los videos. —Estaba seguro que Con los tenía—. El portero de la planta
baja puede conseguirles una copia. —¿Por qué diablos la eché? Debí haber hablado
con ella. Debí haber hecho un montón de mierda que no hice.
—Sí, él está trabajando en eso en estos momentos mientras hablamos.
Jodidamente genial.
—¿Algo más? —Me puse de pie. Ya no podía seguir sentado.
Necesitaba saber dónde estaba ella. Necesitaba tocarla. Una noche sin ella y
me importaba una mierda quién tomó su virginidad.
—A la luz de los acontecimientos de anoche, creo que tenemos un argumento
sólido para conseguir que dejen la demanda. Si no es así, voy a recomendar una
contrademanda. Mientras tanto, le aconsejo que presente una orden de restricción
temporal.
—No. —Necesitaba ir con ella.
—Señor Brandt…
—No voy a presentar ni una mierda. —Qué gran broma. Podía cuidar de mí
mismo.
—Es un proceso simple que asegura…
—Le dije que no. —¿Estaba jodidamente sordo?
Dejó su pluma y su maldito bloc de notas color amarillo y me miró como si
estuviera a punto de decirme que alguien había muerto.
—Una última pregunta.
Sabía lo que estaba a punto de venir. Incliné mi barbilla.
—¿Cuál es su ocupación?
Ni siquiera parpadeé.
—Estoy retirado de la Marina por causas médicas.
Con sus codos en sus rodillas y las manos cruzadas, asintió.
—Entiendo eso. ¿Qué más haces para obtener ingresos? Y le recuerdo que
tiene el privilegio abogado-cliente. Todo lo que diga es confidencial.
Confidencial mi culo.
—¿Quién se lo dijo?
—Es mi trabajo defenderlo, pero no puedo ser eficaz si no estoy armado con
la verdad. 161
—Maldito Luna. —No tenía que adivinar.
Clark Kent suspiró.
—El sugirió que puede estar en riesgo.
Jesucristo, que imbécil.
—¿Qué tipo de riesgo?
—No dio más detalles, pero supongo que hablaba de la clase que podría
llevarlo a la cárcel. No estoy seguro de lo que hace, y es por eso que estoy
preguntando. Necesito saber si esto va a tener repercusiones.
—Ser acompañante no es ilegal. —Pero mi pasado fue en gran parte la razón
por la que la alejé anoche. Mucha mierda caería sobre ella en un puto segundo si se
sabía con quién estaba saliendo.
Él frunció el ceño.
—¿Es eso lo que estaba haciendo con la señorita Montclair?
—No —arremetí—. Ella no tiene nada que ver en esto.
—Con el debido respeto, ella tiene todo que ver en esto.
—No es una clienta —dije entre dientes.
Él muy calmado asintió.
—Entendido. —Levantó un dedo y luego se detuvo un segundo—. Pero me
preocupa que su… ocupación vaya a ser un problema con respecto a esta
demanda.
—¿Cómo diablos lo que hago en mi tiempo libre afecta todo esto?
—Señor Brandt, una búsqueda de diez minutos anoche me mostró evidencia
de su visita dos veces al año a las Islas Caimán, y a la luz de su reciente admisión,
no es una conjetura apresurada pensar que está poniendo dinero en una cuenta en
el extranjero. Estoy seguro que el asesor legal del señor Ahlstrom podría encontrar
la misma información.
¿Qué carajo? ¿Me había investigado?
—¿Y? Me gusta ir de vacaciones. —Con seis meses de pagos en efectivo que
depositaba en una cuenta en el extranjero y era la única secuencia numérica que
me había obligado a memorizar.
—¿Durante veinticuatro horas cada enero y junio?
Maldita sea.
No tengo veinticinco millones, y si los tuviera, ese niñita del mariscal sería la
162
última persona a la que le daría un centavo.
Clark puto Kent levantó una mano.
—Entendido. —Arrojó su pluma y bloc en un bolso estilo mensajero y se
paró.
¿Qué clase de abogado tenía una maldita bolsa de mensajero?
—Simplemente haga su trabajo.
—Lo haré. —Me miró—. Absténgase de cualquier interacción sexual a cambio
de dinero hasta que esto termine.
—No soy una jodido prostituto. —Ya no. Mi pene ni siquiera se ha puesto
duro desde que ella me llamó cobarde y se fue.
Con su molesta expresión seria, asintió.
—La próxima vez que algo ocurra, como que el señor Ahlstrom irrumpa en
su edificio, o cualquier otro jugador de fútbol, para el caso, llámeme. —Se dirigió a
la puerta—. Estaré en contacto.
—Haga eso. —Yo sabía que estaba siendo un puto dolor en el culo. El
problema era que simplemente no me importaba.
Al segundo que cerré la puerta detrás de él, estaba tomando mi teléfono del
trabajo.
Encendiéndolo, ignoré todos los mensajes que comenzaron a aparecer y eché
un vistazo a los cuarenta y siete números que había ingresado dolorosamente a lo
largo de tres años. Había gastado dos de los grandes en una identidad falsa para
obtener este puto teléfono. Un teléfono que no se pudiera rastrear a mi nombre
real. Un teléfono que había sido mi vida durante tres años.
Saqué la tarjeta SIM y la destrocé. Luego entré en el balcón, rompí el teléfono
en pedazos y los arrojé sobre la puta barandilla. Los últimos tres años de mi vida
cayeron y se mezclaron con los escombros que cubrían la playa desde el huracán.
163
Veintiocho
Sienna
André dio vuelta en mi vecindario.
—Para que conste, chica, creo que esto es una mala idea.
—Ya lo has dicho. —Me había dicho una docena de veces que ir a casa era
una mala idea. Había entrado a sus oficinas esta mañana temprano en busca de él,
porque no había pegado un ojo—. Agradezco la hospitalidad, pero necesito ir a
casa. —No quería estar alrededor de veinte hombres, todos vestidos como André,
quienes actuaban como los ex marines que eran. Todo lo que hacían era
recordarme a Jared.
—Te pudiste haber quedado en el apartamento hasta que esto se calmara.
—Gracias, pero ya te he hecho pasar por mucho. —Una camioneta de noticias
aceleró y nos pasó.
164
André disminuyó la velocidad.
—¿Hay algo que no me estás diciendo?
Otra furgoneta de noticias se detuvo detrás de nosotros y tocó la bocina.
—No. —Miré por la ventana de atrás mientras el temor comenzaba a
llenarme—. ¿Qué está pasando? —La segunda furgoneta pasó por delante de
nosotros y giró en mi calle.
—Espera. —André tomó su teléfono y marcó—. ¿Cuál es tu ubicación?
Necesito ayuda. Reconocimiento —dijo a la persona en la línea mi dirección—.
Entendido. Esperaré. —Colgó y luego hizo un giro en U cambiando de sentido.
—¿A dónde vas? Mi casa es hacia el otro lado.
—Estoy dando vueltas hasta que descubra qué están persiguiendo los
equipos de noticias.
Mi estómago se retorció.
—Le diste a alguien mi dirección.
—Sólo hago mi trabajo, chica.
Había dejado de llamarme señora anoche después que me dejó en un
apartamento completamente amueblado. Le había preguntado lo que Dan había
dicho a Jared, pero no me lo dijo. Él solo me apretó el hombro y me dijo: “Descansa
un poco chica”.
—No te contraté —le recordé. Ni siquiera sabía si podía pagarlo.
Con su flota de camionetas deportivas en el garaje de su edificio, y todos los
hombres que usaban polos de Luna y Asociados, estaba segura que, si tenías que
preguntar cuánto cobraba André, entonces no podías permitirte el lujo de
contratarlo.
—Todavía te voy a proteger como si lo hubieras hecho. —Su teléfono sonó y
él respondió con una orden—. Reporte. —Escuchó por un momento—. Copiado.
Un soporte, un respaldo, vehículos separados. Una sombra en el perímetro. Cinco
minutos. —Colgó—. Tienes compañía en tu casa.
Mi estómago dio un vuelco.
—¿Quién? —pregunté, pero podía adivinar.
Tomó un auricular de la consola central y la puso en su oreja.
—Las placas están registradas a nombre de Kenneth DeMarco.
Sorprendida, fruncí el ceño.
—¿No es Dan? —¿Que estaba haciendo el entrenador en mi casa? 165
—Creo que necesito archivar ese pensamiento para cuando esté sobria.
Su sonrisa y rostro se transformaron.
—Anotado.
—Eres hermoso cuando sonríes. —Tan, tan hermoso. De alguna manera que
no tenía palabras, sabía muy en lo profundo que su verdadera sonrisa era muy
rara, y eso rompía mi corazón tanto como me daba alegría verla.
Él negó como si estuviera burlándose de mí.
—Los hombres no son hermosos, Roja.
—Tú lo eres, cuando sonríes.
Hizo una mueca.
—Lo aprecio. —Su expresión se volvió seria—. Vas a estar bien.
—Siempre estoy bien. Tengo que estarlo. Tengo una hipoteca y plantas de las
cuales cuidar. —Suspiré—. Y probablemente un equipo de fútbol profesional. —
Fruncí el ceño otra vez—. ¿Siquiera te gusta el fútbol?
—Con excepción de los mariscales de campo.
Reí, pero después caí en cuenta.
—¿A quién tengo que odiar?
La parte trasera de sus dedos acariciaron mi mejilla.
—A nadie, nena.
—¿Cómo puedo sentirme insegura y a salvo a tu lado? Pero no a salvo como
tu amigo André me hace sentir. Eso es agradable y todo, pero es un tipo diferente
de seguridad. —Todos mis pensamientos seguían saliendo de mi boca sin filtro.
Miré hacia mi taza vacía—. Quizás no debería haberme terminado mi té de whisky.
Diversión bailó en sus ojos.
—Me gustas ebria, Roja.
Sonreí.
—¿Te vas a aprovechar de mí?
Se puso serio.
—Nunca.
Vergüenza coloreó mis mejillas y bajé la mirada a mi regazo.
—No quise decir…
—Sé lo que quisiste decir, pero te estoy diciendo que nunca tomaré lo que no 185
me des, ¿me oyes?
—Sí —susurré.
—Dentro y fuera del dormitorio —aclaró—, ¿entiendes?
Mis mejillas ardieron.
—Sí.
—Mírame —ordenó.
Levanté la cabeza y estuve conmocionada por lo atractivo que era.
Volátil y dominante, su rostro de ángulos duros y sus ojos nunca nada menos
que intensos, era el hombre más seductor que había conocido. Y me asustaba
muchísimo.
Su mirada me mantuvo tan segura como su toque.
—Eres perfecta, Sienna, exactamente como eres.
—Nadie es perfecto. —Menos que nadie mi familia. El dolor laceró mi
corazón, pero el whisky lo diluyó. O quizás era Jared, su voz profunda y sus ojos
marrón dorado. O la camiseta estirándose en sus grandes bíceps.
—Esa es la belleza de la perfección humana, Roja. Puede yacer en una cama
de mentiras y aún ser jodidamente perfecta. La imperfección hace real la vida.
Porque no tenía filtro, dije el primer pensamiento que apareció en mi cabeza.
—Quizá estás hablando de ti mismo.
—Sin duda.
Estaba tan serio, recordé que mi mañana no había sido lo único sucediendo.
—¿Llamaste al abogado de André?
Levantó la barbilla una vez.
—¿Qué dijo?
—Que está trabajando en ello.
Su tono era tan tranquilo que no podía decir lo que estaba pensando.
—¿Qué significa eso?
—Que si él es en algo bueno, lo resolverá.
Asentí, abrumada de repente. Poniendo la taza en la mesa de centro, exhalé.
—Debería de hacernos el desayuno. —Me puso de pie y mis rodillas se
tambalearon.
Jared estuvo de pie en un segundo y levantándome. Acunándome en su
pecho, sus fuertes brazos me sostuvieron como si no pesara nada. 186
189
Treinta y uno
Jared
Conduje mi lengua dentro de su boca, con su pequeño y dulce cuerpo
presionado contra mí y gimió.
Empujé contra su trasero con mi adolorida polla.
—¿Me quieres enterrado en ese pequeño coño?
—Jared —imploró.
Liberando su rostro, acuné uno de sus llenos pechos y pellizqué el pezón.
—¿Eso es todo lo que tienes, Roja? ¿Sólo mi nombre? —En el segundo que la
toqué, se derritió.
Desde el momento en que la besé por primera vez, demonios, desde el
segundo que abrí mi puerta principal, supe que era diferente. Eclipsó a cada mujer
con la que alguna vez había estado y ni siquiera podía decir por qué. Malditamente 190
lo amaba y lo odiaba. No estaba en control de la mierda corriendo por mi cabeza y
por primera vez en años, no me importaba un carajo
—Por favor —rogó—. Tócame.
Iba a hacer mucho más que sólo tocarla. Gemidos se arrastraron por su
garganta, su coño empapado, sus piernas temblando mientras se venía, iba a hacer
que su cuerpo cantara.
—Te quiero fuera de esta ropa. —Pasé su vestido por encima de su cabeza y
el maldito timbre sonó.
Maldita sea.
—Quédate aquí. —Lancé su vestido a un lado y tomé mis pantalones.
—¿Quién es? Creía que habías dicho que Tyler estaba afuera.
—Lo está. —Pero si había dejado pasar a un reportero, iba a golpearlo—. No
te preocupes, me encargaré. —Con la adrenalina fluyendo, me puse mis
pantalones y salí de la habitación, cerrando la puerta detrás de mí.
Un metro antes de llegar a la puerta principal, empezaron a golpearla. Miré
por la mirilla y vi a Tyler, pero detrás de él estaba el ala defensiva, Terence Joyner
y todo el maldito montón de reporteros.
Abrí la puerta ligeramente.
—¿Qué?
Tyler montó guardia, sin dejar que TJ entrara, y bajó su voz.
—Necesita escuchar lo que tiene que decir, jefe.
—¿Está solo?
Tyler asintió.
—Afirmativo.
Retrocedí, deseando tardíamente haberme puesto mi camiseta cuando las
cámaras empezaron a tomar fotografías y los reporteros comenzaron a decir mi
nombre. Tyler se movió hacia el costado lo suficiente para dejar que TJ pasara,
luego inclinó su cabeza hacia él.
TJ sonrió casualmente como si está fuera una aparición de todos los días para
él y golpeó a Tyler en el hombro cuando pasó.
—Mi hombre. —Entró en la casa y me ofreció su mano—. ¿Qué pasa, marine?
Me paré fuera de la línea de visión de las cámaras, pero estreché su mano
porque me había hecho un favor en el restaurante.
191
—Cierra la puerta.
Cerró la puerta y borró la sonrisa.
—¿Dónde está ella?
—Descansando. Mantén tu voz baja.
El gigantesco defensa de extremo puso sus manos sobre sus caderas y
suspiró.
—Necesito hablar con ella.
—No sucederá. Todo lo que tengas que decir pasa por mí primero. —
Esperaba que permaneciera oculta hasta que supiera sobre qué trataba esto.
Escéptico, me miró.
—Nunca me dijo que tuviera un novio.
—Nunca me dijo que la acosabas sexualmente en el trabajo. —No era una
salvaje estocada, vi la forma en que la había mirado en el restaurante.
Levantó sus manos.
—Oye, hombre, solo estoy haciéndole saber a una mujer lo atractiva que es.
No hay nada de acoso en eso. Además, tú sabes, la señorita Sienna puede valerse
por sí misma.
Sí, he visto cómo lo había regañado, pero eso no significaba que quería que el
idiota se la comiera con los ojos cada vez que ponía un pie en ese recinto.
—¿Qué quieres?
Miró hacia sus pies, luego de nuevo hacia mí.
—No tengo nada en contra tuya. ¿Escuchas lo que digo?
—Sólo dime, maldición. —No me importaba lo que pensaba, solo quería
saber su propósito al venir.
—Strom está emocionándose sobre algo que no tiene derecho. Estaba
codeándose con el dueño desde antes que pusiera sus ojos en Roja.
—Sigue hablando.
—No lo relacioné hasta que nos llamó a mí y a Sunshine esta mañana,
diciendo que necesitaba apoyo. Ese granjero de Oklahoma tiene un gran brazo, eso
es seguro, pero un anillo del Super Tazón no es lo único que quiere.
—Acelera esto. —No me importaba cuáles fueran las malditas aspiraciones
de ese idiota mariscal de campo siempre y cuando ya no fuera Roja.
—Ha estado actuando durante mucho tiempo como el hijo perdido de 192
Burrows. Fue a cenar con él, habló sobre pasar tiempo en su departamento. Incluso
dijo que revisaron sus jugadas.
Está bien, ahora estaba malditamente escuchando.
—¿Y?
—Y le dijo al entrenador justo ahora que Burrows le prometió un pedazo del
equipo. Dijo que saldría en la lectura del testamento pero que él y el entrenador
necesitaban actuar rápido y hacer partícipe a Roja antes que el cuerpo estuviera
frío.
Mis malditos dientes se apretaron con enojo.
—¿Qué dijo DeMarco?
—Nada. No dijo una palabra y si conocieras al entrenador, sabrías que eso
significa que algo está mal. —Miró hacia el pasillo que llevaba hacia los
dormitorios—. Tienes que decirle. Intenté llamar, pero su teléfono está apagado.
El maldito idiota, Ahlstrom.
—¿Sabías quién era el entrenador para Burrows?
Se encogió de hombros.
—Un rumor circulaba cuando fui reclutado por primera vez. Algunos de los
jugadores especulaban, pero no querías entrometerte con el entrenador. Era lo
único que estaba entre tú y la banca y yo sólo quería jugar. Esa familia no es de mi
incumbencia.
Tonterías. Resoplé.
—Así que, ¿no estabas coqueteando con mi mujer pensando que ibas a anotar
en grande? —Maldito mentiroso.
Levantó una mano de nuevo.
—Piensa lo que quieras, hombre. No tengo razón para mentirte, pero tendrías
que ser un maldito ciego para no ver que esa mujer es muy atractiva. La invité a
salir, es todo. No estaba esperando darle las llaves de mi reino.
¿Qué maldito reino? Era un maldito defensa de extremo.
—¿Estás pidiendo ser golpeado?
Sonrió.
—Estamos bien, hombre, estamos bien.
Para un jugador profesional de fútbol americano, era un maldito cobarde,
pero como ser humano, no podía negar que estaba siendo decente.
193
—¿Algo más?
—No soy psicólogo familiar y no sé nada sobre todo esto con excepción de lo
que escuché a Strom contarle al entrenador. Pero si me preguntas, si el entrenador
realmente era parte de la familia Burrows, debería haber habido un poco más de
amor.
No me digas.
—Dígale a la señorita Sienna que vine a verla. Esa mujer nunca ha sido nada
más que una amiga para mí. Es una buena persona, hombre. ¿Escuchas lo que
estoy diciendo?
Lo hacía. Ella tenía un corazón de oro, pero necesitaba amigos nuevos.
—La desnudas con los ojos de nuevo y no me detendré ante una nariz rota.
Sonrió y golpeó mi hombre.
—No esperaría nada menos, marine.
—Sigue cuidando la marca, Miami.
Sonrió y golpeó mi hombro.
—Sabía que eras aficionado.
—No de tu maldito mariscal de campo.
Su sonrisa cayó.
—No me gusta que nadie se meta con la señorita Sienna. No se merece eso.
No, no lo hacía.
—Le diré que viniste. —Después que hablara con el abogado Clark Kent.
—Gracias, hombre.
Abrí la puerta ligeramente y asentí hacia Tyler, luego retrocedí.
TJ observó la interacción con curiosidad.
—¿También es marine?
—Sí.
Asintió lentamente.
—Apuesto que eran todos unos chicos malos con uniforme.
Cristo.
—Sal de aquí.
—No me lo tienes que decir dos veces. —Pasó junto a Tyler y su fácil sonrisa
se deslizó en su lugar mientras caminaba hacia su auto.
194
Miré a Tyler.
—No más interrupciones. Ella está durmiendo. Te avisaré cuando despierte.
—Entendido.
Bloqueé la puerta y regresé al dormitorio, preguntándome qué demonios iba
a decirle a Roja. Resultó que no tuve que decir una mierda. Cuando abrí la puerta
de la habitación, estaba dormida.
Retrocedí hacia el pasillo, saqué mi teléfono y busqué el número de Luna.
Respondió al primer timbre.
—¿Qué pasa?
—Necesito un favor.
—Se están acumulando.
—Lo sé. —Joder si lo sabía—. Estaré en deuda.
—Ven a trabajar conmigo y estaremos a mano.
—Tienes suficientes marines. No me necesitas.
—No tengo a nadie que pueda hacer lo que tú haces.
Mierda. Froté mi mano por encima de mi rostro mientras exhalaba.
—Estoy retirado.
—Des-retírate. Necesito a alguien que no pueda ser visto.
—Eso no va a pasar con mi rostro por todas las noticias.
—Sabes de lo que estoy hablando.
Nuestro amigo Talon me había puesto el apodo de Fantasma. No podía leer
mierda como mapas ni aunque de eso dependiera mi vida, pero lo compensaba de
otras maneras. Memorizaba locales, todas las formas de entrar, todas las formas de
salir, todos los lugares a los que podrías entrar. Aprendí a mezclarme y había
observado la forma en que Neil nunca hacía un maldito sonido. Para el final de mi
primer despliegue, tenía la reputación de ser un fantasma, entrar y salir con el
reconocimiento que necesitábamos sin ser visto o escuchado.
Cedí.
—¿De qué tipos de términos estamos hablando?
Nombró un precio que era más del triple que estaba pensado.
—Tonterías. No puedes estar haciendo tanto dinero para pagarme eso. —No
necesitaba el dinero. No se trataba de eso. Era algo en que canalizar mi mierda. Por
mucho que deseaba follar a Roja veinticuatro/siete, necesitaba algo más.
195
—No puedo manejar todos los negocios que llegan. Me estarías haciendo un
favor.
—Sólo estaría interesado en trabajo de campo. —A la mierda cualquier
tontería de oficina.
No vaciló.
—Entendido.
—Pensaré en ello.
—Eso es todo lo que pido. ¿Qué necesitas?
—Quiero que veas qué puedas encontrar sobre Sienna siendo la nieta de
Burrows. Qué hay en su testamento, qué demonios sucedió para dividir a la
familia y por qué el idiota del mariscal de campo estaba pasando el rato con el
dueño antes de morir.
Y mierda, la conferencia de presa.
—Y encuentra lo que el equipo dice sobre la muerte de Burrows.
—¿Cuánto tiempo tengo?
—Un par de horas. —Roja dormiría durante un rato.
—Maldición, amigo. —Luna exhaló—. Soy bueno, pero no tan bueno. No voy
a obtener algo sobre el testamento de Burrows.
—Sólo haz lo que puedas. —Sus habilidades para los sistemas estaban a nivel
de un hacker.
—Entendido.
—Gracias. —Colgué y le marqué al abogado.
Seis horas más tarde, estaba perdiendo la calma. Peor que una maldita
trampa de arena en Afganistán, no tenía salida racional. No podía abrirme camino
a través del frente de la maldita prensa y no podía derribar las cuatro paredes de
su casa.
Me paré contra la maldita pared y alternaba entre observarla a ella y a los
malditos canales de noticas al frente esperando por entrar. Tyler mantenía su
posición, pero no me importaba. Quería salir de su casa.
—¿Jared?
Rápidamente moví mi cabeza hacia ella. 196
199
Treinta y dos
Sienna
Arrodillado frente a mi cama, Jared movió su lengua en mi boca y sostuvo
mis piernas mientras mi trasero descansaba en sus muslos. Estaba medio sentada,
medio afuera de la cama, mi centro todavía estremeciéndose con replicas, mientras
su semen se derramaba entre mis piernas.
Metí la mano entre nosotros e hice algo que nunca había hecho. Extendí su
semilla por sobre todo mi vientre.
—Mierda —gruñó.
Probé mi dedo y él se abalanzó.
Su mano se enredó en mi cabello y tiró con fuerza.
—Vuelve a hacer eso, y voy a correrme en ese dulce coño después.
—¿Lo prometes? —Quería que se corriera en mi boca. 200
Sus fosas nasales se abrieron y me besó una vez. Rápido y duro con un único
empuje de su lengua en mi boca, luego retrocedió, sólo para dejarme deseando
más.
—Cuidado con lo que pides.
No quería tener cuidado. Quería que se viniera dentro de mí. Quería
probarlo. Quería estar con él porque era algo que la hija de un predicador nunca,
jamás haría. Quería tantas cosas, pero todas tenían un mismo hilo en común. Y ese
hilo era un ex marine de metro noventa y dos, ex hombre de compañía, que me
había dicho que no sabía leer.
Miré su polla todavía dura, la punta brillando con mi deseo mientras
descansaba contra mis pliegues y mis pensamientos se revolvieron.
—¿Cómo se siente?
—¿Cómo se siente qué, preciosa? —Pasó una mano a través de la longitud de
mi cabello.
—Venirse dentro de una mujer.
—Te lo contaré cuando me corra en ti.
Lo miré.
—¿Nunca te has corrido dentro de una mujer?
Apartó el cabello de mi hombro y fijó su mirada en mí.
—No sin un condón.
Mi coño pulsó.
Sonrió, lento y de forma malvada.
—Puedo leerte como un libro, Roja.
Una fresca ola de deseo por él surgió entre mis piernas, y mi voz jadeante me
delató.
—No dije nada.
—No tenías que hacerlo.
Recordé lo que me dijo antes.
—¿Qué quieres decir con que no puedes leer?
Su sonrisa y mirada decayeron, y se empuñó a sí mismo. Con deliberada
lentitud, arrastró la cabeza de su polla a través de mis pliegues y presionó mi
entrada.
—¿Quieres que me venga dentro de ti? 201
Mi corazón saltó y mi cuerpo zumbó. No dudé.
—Sí.
Giró su polla en un apretado círculo.
—¿Sabes lo que es una ola expansiva?
—No. —Mordí mi labio.
—¿Sabes lo que podría pasar si me corro dentro de mí?
Sabía que no estaba preguntándome lo que sucedería físicamente. Estaba
preguntando si sabía lo que significaba para nosotros.
—Sí —susurré.
Alzó la mirada.
—¿Vas a entregarte a mí?
En ese segundo, en ese momento, supe lo que había sido puesto en
movimientos al minuto en que había puesto mis ojos sobre él. No estaba
entregándome a él. Ya había entregado lo que tenía para dar. Tenía mi corazón. No
sabía si fue cuando me había llamado su mujer frente a Dan o cuando me besó en
el bar de Pietra’s o cuando me dijo que lo ponía nervioso, pero era suya. Nunca me
sentí así, y nunca quise nada más en mi vida. Era una locura y demasiado pronto y
mi psicóloga se la pasaría en grande con esto, pero no me importaba.
Así que salté. Con ambos pies.
—¿Estás entregándote a mí?
Acunó mi rostro y me miró a los ojos como ningún hombre hizo.
—Ya es un trato.
Pero tenía un miedo.
—¿Y si te cansas de mí?
—No sucederá.
—¿Cómo lo sabes?
Una de sus cejas se arqueó.
—¿De verdad quieres que te responda eso?
Apenas asentí.
—He follado suficientes mujeres para saberlo.
Mi corazón punzó por la traición, mientras intentaba aferrarme a la simple y
franca honestidad en su respuesta.
202
Su mano en mi rostro me agarró con más fuerza.
—No pienses en eso, Roja. Veo esa mirada. No tienes nada por qué estar
celosa.
—Todas esas mujeres te tuvieron. —¿Cómo podría no estar celosa?
—No —dijo ferozmente—. Nunca me tuvieron. No donde cuenta. ¿Entiendes?
Una lágrima se derramó por mi mejilla, y odiaba el desastre emocional en que
me había convertido en cuestión de días.
—¿Qué pasa cuándo nos encontremos con una?
—¿Qué pasa cuando nos encontremos con el mariscal imbécil? —respondió.
—¿Te enojas?
Su mandíbula se tensó.
—¿Aparte de eso?
Había cientos de formas en que podía responder eso, pero de repente, sólo
una tenía sentido.
—Seguimos caminando y vamos a casa juntos.
La tensión de sus músculos se relajó marginalmente.
—¿Puedes manejarlo?
No estaba preguntando si podía manejar ver a Dan. Estaba preguntando si
podía darle la espalda a su pasado. No tenía una respuesta perfecta. No podía
decir que no estaría celosa. No podía decir que lo manejaría bien. Pero podía decir
esto; no quería la alternativa. No quería desperdiciar mi posibilidad de estar con él.
Acuné su rostro cómo estaba acunando el mío y sonreí.
—Sí.
Su pulgar acarició mi mejilla.
—Siempre te pondré primero.
—Voy a ser una novia celosa. —Nunca pensé en eso antes, ni siquiera cuando
vi a Dan con esa porrista, pero lo sabía ahora, y sabía eso por lo que podía perder.
Una suave sonrisa inclinó el costado derecho de su boca de una forma a la
que me estaba haciendo adicta de ver.
—No lo aceptaría de otra forma.
Sonreí ampliamente.
—Tal vez incluso locamente celosa.
203
El otro lado de su boca se curvó.
—Te follaré frente a ellas para probar que eres mía.
Fingí sorpresa, pero de verdad, estaba acostumbrarme a su indignante charla
sucia.
—Tal vez sólo bésame.
—¿El coño o los pezones?
—¡Jared Jacob Brandt!
—Mierda, suenas como una madre.
Mi corazón dio un brinco.
—¿Quieres hijos?
Inhaló con fuerza y rápidamente.
—Nunca solía quererlos.
Contuve el aliento.
—¿Y ahora? —Porque incluso aunque me dije que no quería una familia
después de la muerte de mi padre, sí la quería. Siempre quise una. Quería una casa
llena de risas y el sonido de pequeños pies. Quería cenas familiares los domingos y
quería una familia que pudiera llamar propia.
Él me miró y el tiempo se detuvo.
—Ahora… —La cabeza de su polla se movió un centímetro dentro de mí—.
Estoy pensándolo.
—Quiero hijos. —Contuve un gemido—. Quiero mi propia familia.
—Quiero follar tu culo virgen. Quiero venirme dentro de tu apretado coño. Y
quiero escucharte gemir mi nombre mientras mi semen gotea de tu coño.
Un calor inundó mis mejillas, mientras desesperadamente intenté no
contraerme a su alrededor o mostrar una reacción.
—No estaba hablando de tus fantasías sexuales.
—Lo sé. Estoy distrayéndote.
Me permití contraerme a su alrededor.
—Está funcionando.
Echó su cabeza hacia atrás y se rio como nunca lo había visto reír.
Mi corazón se llenó de tanta alegría, que no sabía dónde ponerla, pero aun así
lo molesté.
—Eres incorregible. —Sonríe ampliamente como hace mucho no lo hacía.
204
Agarró la parte de atrás de mi cuello y besó mi frente.
—Tienes razón. —Me levantó de la cintura y me dejó en la cama, y luego sin
esfuerzo se levantó por completo. Tomando mis manos, me puso de pie—. Vamos.
Me quedé de pie desnuda frente a él sin una onza de vergüenza.
—¿A dónde vamos?
—A la ducha.
—Pensé que te gustaba sucia.
Con mi mano en la suya, me besó una vez.
—Como no te imaginas. —Nos llevó al baño y soltó mi mano para abrir la
ducha, pero cuando miró a la ventana, frunció el ceño.
Me moví a su alrededor para asomarme por las persianas. No podía creer que
me había quedado dormida durante horas con todos ellos afuera, pero tener a
Jared aquí me hizo sentir a salvo.
—¿Todavía están acampando ahí afuera?
—Están aquí. —Pasó su mano por su cabello rubio arena—. Nos iremos a mi
apartamento cuando hables con el abogado.
—¿No te gusta mi casa? —bromeé.
—Es una casa.
Su tomo amargo y su expresión resignada me hicieron detenerme.
—¿Qué pasa?
—Nada. —Probó el agua y luego se quitó sus pantalones—. Entra.
Miré la ancha expansión de sus hombros y sus abdominales perfectamente
esculpidos y recordé exactamente lo que había estado haciendo cuando desperté.
—Dijiste que no mentirías.
Su pecho se alzó y cayó.
—Es una bonita casa, Roja, pero no hay suficientes pisos entre el mundo y yo,
para sentirme cómodo.
Mi corazón se hundió. Amaba mi casa. Mi casa era un santuario. Bueno, no
cuando había furgonetas de noticias afuera, pero de lo contrario, era de lo que más
estaba orgullosa. Cada centímetro de mi casa había sido cuidadosa y
meticulosamente renovado, pintado o mejorado con mi sangre, sudor y lágrimas.
—¿No podrías vivir aquí?
Negó.
205
¿Cómo podrías criar a una familia en un apartamento en un piso diecisiete?
¿O tener un perro?
—Di algo —exigió, su desnudez tan natural para él como respirar.
—Oh. —Entré a la ducha.
Con la frustración sobre todos sus rasgos, me siguió.
—Déjalo ir. Sé que tienes algo que decir.
—No tengo nada que decir. —Estaba procesando muchos escenarios a la vez,
pero el más importante era el que estaba por sobre el resto. ¿Qué tanto estaba
dispuesta a ceder por este hombre?, tomé el champú.
—Maldición, dime qué estás pensando.
Con el agua bajando por mi espalda, el vapor rodeándonos, tomé el
pensamiento más molesto pasando por mi cabeza.
—Así no es cómo me imaginé que ducharse con un hombre sería. —Había
leído novelas románticas, y esto no se acercaba.
Sus manos fueron a mis caderas y echó su cabeza hacia atrás.
—Mierda. —Su mirada intensa volvió a la mía—. ¿Nunca te has duchado con
un hombre?
Mi mirada viajó debajo de su cintura, y todavía no podía creer que él encajara
en mí. Incluso descansando, era largo y grueso. Sólo mirarlo me hacía cosas. Mojé
mi cabello con una mano, cuando un dolor ahora familiar persistió entre mis
piernas.
—Nunca he estado desnuda frente a un hombre en el día antes de ayer,
mucho menos me he bañado con uno. —Abrí la tapa del champú.
Su brazo se envolvió a mi alrededor y me quitó el champú de la mano.
—Santo Dios, mujer. —Se estiró detrás de mí y dejó el champú en el estante,
luego me sostuvo con ambos brazos—. Debes contarme estas cosas.
No podía respirar cuando su cuerpo desnudo se presionaba contra el mío.
—Tú no me cuentas todo. —Como qué era la ola explosiva. O por qué no
podía vivir en un piso bajo. O por qué dormir con un montón de mujeres le
aseguraba que nunca se cansaría de mí.
Su mano peinó mi cabello húmedo.
—Eres más hermosa así, desnuda, mojada, sin una máscara.
—¿Máscara? 206
—Maquillaje.
—¿No te gusto con maquillaje?
—No.
Decir que estaba sorprendida era un eufemismo. ¿A los hombres no les
gustaban las mujeres arregladas?
—¿Por qué?
Su pulgar se arrastró por mi labio.
—Me gustas así, inocente y pura.
—No soy inocente. —Una punzada de arrepentimiento me golpeó por Alex.
Había estado tan molesta por Dan, que una de las mujeres de la oficina había
bromeado diciendo que parecía que necesitaba una noche con un hombre
dispuesto y sin compromiso. La idea se había arraigado. Cuándo le pregunté
dónde encontrabas un hombre así, dijo que no se encontraba, que pagabas por él.
Me contó sobre las “citas” a las que su amiga iba con un tipo precioso.
Un día después, me entregó un pedazo de papel con un número. Me había
reído y lo había botado frente a ella, pero cuando se fue, saqué el número de la
papelera. Una semana después, había llamado.
—Cuando estés desnuda en mis brazos, Roja, no puedes pensar en otros
hombres.
Empecé a hablar.
—No lo hacía.
—Sí, sí lo hiciste.
—¿Cómo puedes saber qué pienso? —No sabía cómo hacía eso.
—Lenguaje corporal, expresión facial, pero más que nada, presto atención. Sé
que has estado con dos hombres antes que yo, y sé quiénes son. Dije que eras
inocente y lo negaste. No hay que ser un jodido genio para adivinar que estabas
pensando en Vega.
—No lo lamento. —Agaché la cabeza—. Te conocí.
—No estoy tomándolo en tu contra.
—Simplemente no quieres hablar de eso.
—Nunca.
Asentí.
207
—¿Qué es una ola explosiva?
Agarró el champú y vertió un poco en su mano como si necesitara una
distracción. Una vez que estuvo aplicándolo en mi cabello, empezó a hablar.
—Cuando un explosivo detona, la réplica se llama ola explosiva. Es
jodidamente ruidosa, y si estás muy cerca, la ola misma puede matarte. Es la
misma razón por la que no puedes estar cerca de un cohete despegando. Que te
estallen los oídos es la menor de tus preocupaciones. Las olas explosivas pueden
revolcarte el jodido cerebro. —Sus manos pasaron por mi cabello como un
profesional—. La ola del jodido explosivo me alcanzó. Ahora tengo problemas con
los números y letras. Los veo invertidos y de cabeza. Incuso, aunque mi cerebro
sabe que está mal, no siempre puedo concentrarme. Soy una mierda leyendo y
marcando un número.
—Me escribiste. Y llamaste.
—No sin esforzarme.
No sabía qué emoción prevalecía más, mi corazón adolorido por él y sus
luchas o por el hecho que se había esforzado para escribirme y llamarme.
—¿Es por eso que tienes tan pocos números programados en tu teléfono?
Me estudió.
—Boté mi teléfono del trabajo. El teléfono que te di es mi celular personal.
—¿Botaste el teléfono del trabajo? —Debería estar feliz, pero no estaba lista
para confiar.
—Aplasté la SIM y boté el teléfono. —Inclinó su cabeza bajo el agua cálida.
Sus manos sobre mí y mi cabello se sentían muy bien.
—¿Así que no hay retorno?
—Te dije que no lo haría —dijo sin irritación.
Pregunté de todos modos.
—¿Solo así?
—Sí.
La tensión salió de mi cuerpo, mientras sus fuertes manos pasaron por mi
cabello.
—¿Cuánto tiempo estuviste…? —No quería decir prostituyéndote.
Observó lo que hacía con la misma mirada intensa que usaba conmigo.
—Tres años.
Oh Dios. 208
219
Treinta y
cuatro
Sienna
Con su cabeza gacha, sus manos en sus caderas, Jared maldijo.
Un hombre alto con cabello negro y gafas de montura negra estaba de pie
junto a Jared.
—No conozco los detalles, pero debe ser nombrado si se requiere su
presencia. —En una ajustada camisa de vestir y lo que tenía que ser unos
pantalones hechos a medida para encajar con su altura, el hombre tenía una
llamativa semejanza a Superman.
Salí del pasillo y ambos hombres alzaron la mirada de inmediato.
220
—Hola. —El guapo con las gafas dio un paso adelante—. Usted debe ser la
señorita Montclair. —Extendió su mano—. Soy Mathew Barrett. Soy el abogado del
señor Brandt.
Su voz era profunda, pero se veía demasiado joven para ser abogado.
—Señor Barrett.
Estreché su mano mientras Jared observaba el intercambio con los ojos
entrecerrados.
—Vamos, tomemos asiento. Creo que tenemos algunas cosas que discutir.
Jared dio un paso entre nosotros.
—Danos un minuto. —Me guio a la cocina y bajó la voz—. Odio la leche,
Roja.
—¿Qué quieres decir? —Estaba usando mi apodo, mirándome como si
quisiera devorarme, y sabía lo que quería decir. Estaba refiriéndose a la analogía
que le había dicho sobre lo que me advirtieron las mujeres de la iglesia. Estaba
diciendo que no iba a usarme. Pero no iba a dejar que se saliera de esto fácilmente.
Él necesitaba decir las palabras porque yo necesitaba oírlas.
—No voy a aprovecharme de ti. —Fuertes, decididas, sus palabras eran tan
potentes como su tono.
—Aprovecharse no está limitado sólo a lo físico.
—Tienes razón. Físicamente voy a aprovecharme totalmente de ti y tu
hermoso cuerpo, en cada maldita oportunidad que tenga. Pero nunca te
menospreciaré intencionalmente por tu falta de experiencia. Amo esa inocencia.
No intentaba herir tus sentimientos con lo que dije antes.
Al oírle decir amor, mi corazón se derritió y mi estómago aleteó. Quería
apresurarme a él tan desesperadamente, que dolía no tocarle.
—Bien —exhalé.
Dio un paso más cerca.
—¿Qué estás sintiendo en este momento? —Sus dedos pasaron por mi
cabello, luego gentilmente sostuvo los mechones por las puntas para una pausa—.
¿Lo que pasa entre nosotros? —Su mano bajó por mi brazo a mi mano y entrelazó
sus dedos con los míos—. Es jodidamente especial.
—Lo sé —susurré.
—Entonces, confía.
—Bien. —No me importaba si el abogado estaba mirando, lo obligué a
besarme.
221
Una tormenta surgió en sus ojos marrones dorados, haciendo que cada rayo
de marrón se convirtiera en gris oscuro.
—No le voy a dar a Clark Kent un puto espectáculo. Voy a esperar a que se
haya ido, luego voy a tocarte. —Apretó mi mano—. ¿Entendido?
Calor fluyó entre mis piernas y el aire dejó mis pulmones.
—Ajá. —Metí mis labios en mi boca.
—¿Sabes cuán bien voy a hacerte sentir? —Su pulgar acarició lentamente mis
nudillos, sintiendo cada curva y valle como si fuera mi zona más erógena.
Nerviosa, insegura de cómo decirlo, di a entender lo que quería.
—Quiero hacerte sentir bien.
Su ardiente mirada fue a mis labios y su voz bajó.
—¿Nunca le has hecho una mamada a un hombre, hermosa?
—No —admití tímidamente.
Sus ojos se cerraron por un breve momento y cuando se abrieron de nuevo,
casi estaban negros con deseo.
—Eres tan jodidamente perfecta, Sienna Montclair.
Calidez se arremolinó en mi estómago y se extendió por mis venas. Mis
mejillas ardían y bajé la cabeza.
Su dedo alzó mi barbilla.
—No —dijo en un feroz susurro—. Nunca me evites.
Su completa autoridad, su esencia natural, musgo y hombre y completamente
incontenible, cayeron a mi alrededor como una barrera hacia el mundo exterior.
—Está bien.
Me estudió por un momento.
—Necesito decirte algo. No quiero que lo oigas del abogado.
La intensidad del momento se hizo a un lado para hacer espacio a la duda.
—¿Todo era una distracción para llegar a este momento?
—Te pedí confianza —me recordó.
Bajé la barbilla.
—Lo siento. Tienes razón, lo hiciste. —Pero ya no me sentía sexy y deseada
sexualmente por un hombre fuera de mi liga. Me sentía como si estuviera a la 222
deriva.
Buscó mi rostro.
—¿Qué acaba de pasar?
Dudé.
—Nada.
—No me mientas.
Le di la verdad.
—No confío. Ni por naturaleza ni por las circunstancias. Al igual que me
pides que confíe en ti, te voy a pedir que seas paciente conmigo.
—Es justo. Dime qué te hizo fruncir el ceño así.
—Me sentí… sola.
Sus cejas se juntaron.
—¿Y?
—Y que sólo estabas siendo lindo conmigo para ablandarme, así podías
decirme algo malo.
—No, necesitaba aclarar las cosas antes que fueras a cambiar.
—De acuerdo. —Estaba empezando a entender que no le gustaba dejar cosas
entre nosotros.
—Pero naturalmente me gusta dominarte, Roja. Eso nunca va a cambiar.
—Me gusta esa parte —admití, el calor ardiendo en mis mejillas.
El atisbo de una sonrisa tocó su rostro.
—Lo sé.
La inclinación de la esquina de su boca fue todo lo que tomó. No me sentí
sola más. Sonreí.
—Básicamente olvido lo que sea que estábamos hablando cuando me sonríes.
—¿Sonreí? —Sonrió.
Me extasié.
—Bueno, estoy bien. Dime lo que tienes que decirme.
Su rostro se puso serio al instante.
—Ahlstrom va a la lectura del testamento.
Fue como si alguien apagara las luces. Me cerré emocionalmente. 223
Mi mente conjuró locas razones por las que estaría en la lectura del
testamento de Jed Burrows, entonces, igual de rápido, las descarté mientras la
confesión de Dan de esta mañana tomaba sentido y manchaba todo lo que nunca
supe que tenía en un abuelo.
—¿Roja?
—Estoy bien. —Retiré mi mano—. Debería hablar con tu abogado.
Me acercó con una mano alrededor de mi nuca.
—Recuerda qué dije.
Había dicho muchas cosas, cosas sobre tocarme, no aprovecharse, renunciar a
sus clientas, que no podía leer, quería que confiara en él. Forzando aire en mis
pulmones, lo miré.
—Nada ha cambiado desde antes que supiera quién era Jed Burrows. —No
sabía si se lo estaba diciendo a él o a mí.
Sus rodillas se doblaron, bajó la cabeza y se acercó al nivel de mis ojos. Su
enorme mano acarició mi nuca.
—Tenemos esto.
Pero no había un nosotros para esto. Había un yo y esta era mi jodida familia y
deseaba que nada de esto estuviera sucediendo. El dolor de cabeza empezó justo
entre mis ojos.
—No deberíamos dejarle esperando. —El abogado probablemente cobraba a
Jared por cada minuto que pasábamos hablando.
Con sólo un asentimiento, Jared me guio de vuelta a la sala de estar.
Barrett hizo un gesto a mi sofá como si estuviera a cargo.
—Señorita Montclair, no sé si ha tenido la oportunidad de revisar sus
mensajes hoy, pero la firma legal que representa a su abuelo solicita su presencia
mañana en sus oficinas para leer el testamento.
Había dejado mi móvil apagado intencionalmente desde ayer.
—No sabía que era mi abuelo hasta esta mañana. ¿Tengo que hacerme algún
tipo de prueba de ADN para confirmarlo?
Superman echó un vistazo a Jared mientras se sentaba a mi lado.
—Ciertamente, es su derecho el requerirla, pero voy a asumir que un hombre
tan rico como Jed Burrows no solicitaría su presencia a la lectura de su testamento 224
si no estuviera absolutamente seguro de quién era usted para él.
—¿Cómo murió? —Había olvidado preguntarle a mi tío.
—Insuficiencia cardíaca. Sus abogados pueden decirle más mañana. —Se
sentó en una silla frente al sofá y apoyó sus codos en sus rodillas—. Si le gustaría
mi presencia con usted mañana, puedo acompañarla a la lectura.
Miré a Jared. Asintió.
—Gracias. Lo apreciaría.
—No sé qué va a suceder, o cómo podré alterar cualquier término del
testamento, pero me alegra que esté eligiendo tener representación.
—No necesito alterar ningún término. No espero nada de él, ni estoy segura
de quererlo. —No sabía la primera cosa sobre poseer un equipo de fútbol
profesional, y si los reporteros acampando fuera de mi casa eran alguna indicación,
entonces ciertamente no quería esta vida—. En el altamente improbable evento que
herede cualquier parte del equipo, necesitaré resolver cómo venderla. —Ya había
tomado una decisión.
Superman miró a Jared de nuevo y empezaba a enojarme.
—Le aseguro que puedo tomar mis propias decisiones, señor Barrett. No
tiene que mirar al señor Brandt por confirmación o reconocimiento de cualquier
decisión pertinente a mis asuntos. Si deseo consultarlo con él, lo haré.
—Cierto, por supuesto, mis disculpas.
El brazo de Jared fue a mi espalda y su mano se posó en mi cadera.
—Creo que a lo que quiere llegar, Roja, es que un equipo de fútbol
profesional es un negocio lucrativo que poseer. Tal vez podrías querer esperar
hasta mañana para tomar cualquier decisión.
Intentando no estar molesta con el mensajero, traté y fallé en controlar mi
débil agarre de mi temperamento.
—¿Cuánto dinero?
Jared miró a Superman.
—¿Tienes una idea?
Superman me miró.
—Los ingresos del equipo del año pasado fueron de 391 millones. Los han
excedido por mucho este año.
Mi corazón se detuvo y un tañido zumbó en mis oídos.
—¿Roja?
225
Oh, Dios mío.
La mano de Jared se movió a mi nuca.
—Respira, hermosa. Respira profundo.
Aspiré una bocanada.
—Eso es, nena. Otra.
Mi cuerpo lo escuchó. Inhalé aire en mis pulmones. 391 millones. De dólares.
391 millones de dólares.
Superman parloteó como si no me estuviera volviendo loca.
—Si fuera a vender, no estoy seguro cuál sería el precio, pero el equipo estaba
valorado el año pasado en dos punto cinco billones. Por supuesto, el señor Barrows
a su muerte sólo poseía el cincuenta y dos por ciento del equipo, así que
aproximadamente la mitad de eso.
Apenas oí lo que decía. Mi cabeza giraba, mi respiración atorada, los
pensamientos se revolvían. ¿Cómo pudieron mi madre y mi padre nunca hablarme
de esto?
¿Cómo pudieron guardar tal secreto? ¿Por qué guardaron tal secreto? ¿Cuál
era la mitad de dos punto cinco billones?
Jared espetó a Superman:
—Lo entiende, Barrett. —Agarró mi nuca, duro—. Sienna, mírame. Mírame,
maldición. —Enunció cada palabra.
Ojos marrones dorados aparecieron y los pensamientos empezaron a salir de
mí.
—No quiero ese tipo de dinero. Ni siquiera lo necesito. Pero podría pagar mi
hipoteca y nunca preocuparme sobre una factura, pero entonces ni siquiera sería
capaz de vivir en mi casa porque no tiene una verja. Esta no es una comunidad
cerrada y esa es parte de la razón por la que amo mi casa. Nunca quise vivir en una
jaula, pero esto sería peor que una jaula. Sería una pecera y necesitaría seguridad.
Necesitaría seguridad. Mis hijos, si tuviera alguno, necesitarían seguridad.
Necesitaría un Tyler las veinticuatro horas del día.
—Me tienes a mí —declaró con calma.
Ni siquiera lo oí.
—A todas partes donde fuera, sería así. Tendría que mudarme. Tal vez fuera
del estado, pero amo Florida. Florida es mi hogar y un día me gustaría criar a mis
hijos aquí. Me gustaría que crecieran junto a la playa y respiraran el aire de
primavera cuando el azahar florece y nadaran con delfines y vieran los hermosos 226
colores del atardecer. Pero no puedo hacerlo si alguien siempre va a querer algo de
mí porque tengo dinero. ¿Cómo va a funcionar? No soy una princesa, esto no es un
cuento de hadas. No va a haber un final feliz en esta historia.
Jared se levantó y me recogió en sus brazos.
—Toma su bolso y sus llaves —le ordenó a Superman—. Cierra la puerta y
sigue de cerca mi Mustang.
—¿Jared? —Alarmada, me retorcí—. ¿Qué haces? ¡Bájame!
Me sostuvo con más fuerza contra su pecho y caminó hacia mi puerta.
—Claro que no.
—No quiero salir ahí —chillé.
—Me prometiste confiar. —Alcanzó la puerta—. Baja la cabeza, rodea mi
cuello con tus brazos. Esconde tu rostro.
Abrió la puerta y no tuve ni un segundo para reaccionar. Luces destellaron,
gente gritó, tantos gritos, mi nombre, su nombre, incluso el nombre de su abogado.
Y preguntas, tantas preguntas. Mi corazón martilleaba, mis pulmones ardían, mis
miembros temblaban, agarré el cuello de Jared con fuerza y me aferré mientras
daba órdenes.
—Tyler, llama a Luna para seguridad extra mientras nos sigues al
apartamento. Mantén la formación, sin separación. Dile a Luna que quiero las
veinticuatro horas todos los días, guardia doble. Barrett, abre la puerta del
pasajero. Encuéntranos en el apartamento mañana por la mañana a las nueve.
Jared gentilmente me puso en el asiento del pasajero del Mustang.
Barrett me entregó mi bolso y llaves.
—La veré mañana, señorita Montclair. Tendré papeleo para que firme,
contratándome en su nombre.
—Ya lo sabe. —Jared cerró la puerta y rodeó la parte delantera del auto
mientras los reporteros aparecían en mi césped.
Tyler intentó contenerlos, pero eran demasiados y sólo él. Superman se paró
detrás de Tyler hasta que Jared arrancó el Mustang.
Entonces se movió en la posición de Tyler mientras este se ponía tras el
volante de una gigante camioneta negra.
Sin consideración a los reporteros llenando mi propiedad como buitres, Tyler
condujo el auto por mi césped e hizo una pausa en la calle.
227
Jared retrocedió delante de él, luego nos fuimos.
Treinta y cinco
Jared
Quería golpear cada maldita camioneta de noticias en la calle. Aceleré el
Mustang, y ella volvió a la vida bajo su capucha. Manejando con una mano, entré y
salí del tráfico, en la que se había convertido su calle, y sujeté su mano con la mía
libre. Llevando sus delicados dedos a mi boca, besé sus nudillos.
—Inhala, bebé. —Se había puesto pálida en su sala.
Ella no respondió, pero respiró hondo.
Mi teléfono sonó, y presioné el botón de responder en el volante.
—Altavoz —advertí.
—Entendido. —Luna comenzó a hablar en español—. ¿Puede entenderme
ahora?
Ambos permanecimos un momento en silencio, pero Roja no dijo nada. 228
Luna continúo hablando en español.
—Voy tres cuadras delante de ti. Gira a la derecha en University Drive. Estaré a
mitad de la primera cuadra. Baja la velocidad y déjame ir delante. Perderemos tu rastro
antes de regresar a tu apartamento.
—Entendido. ¿Conseguiste lo que quería? —pregunté en inglés.
—Casi.
—¿Algo que resaltara?
—¿Además del hecho que su familia estaba loca, su padre era un controlador, y que
tanto su madre como su abuela murieron de la misma enfermedad genética?
Mi maldito estomago se volvió un nudo, y casi salgo del camino.
—Sé más específico, ahora.
Él sabía lo que preguntaba.
—Ella no lo tiene.
—¿Estás seguro?
—Sí.
Exhalé y mi corazón volvió a latir.
—¿Algo más además de los detalles?
—No.
El maldito tenía suerte que estuviéramos en distintos vehículos. Me
provocaría un maldito ataque al corazón.
—Podrás resumirnos todo en el apartamento.
Volvió a hablar en inglés.
—Entendido. Veo tu carro. Me estoy poniendo delante de ti. —Colgó.
—¿Sabes español?
Luna se colocó delante de mí.
—Lo suficiente para comprender a Luna.
Ella miró hacia la ventana.
—Yo nunca aprendí.
Su voz había pasado de un tono de pánico a uno triste. Odiaba ambos tonos.
—Pasa algo de tiempo cerca de Luna y aprenderás algunas cosas, la mayoría
maldiciones.
—¿Sabes otros idiomas? 229
—Algo de danés.
—¿Danés?
—Si, por Neil. Si se molesta lo suficiente, dejará de hablar en inglés por
completo.
—¿Estuviste en la Marina con él?
Me alegraba que estuviera hablando, casi no me importaba cuál fuera el tema
del que quisiera hablar.
—Más como que nos desplegaron al mismo lugar, y teníamos un enemigo en
común.
—Tú dijiste que Alex salvó tu vida.
—Ambos, él y Neil.
—¿Cómo?
Mierda. Exhalé.
—Vega me alejó del Humvee, mientras Nel disparaba y Luna tomaba a un
par de esos malditos. Su unidad se vio atrapada en la misma tormenta de fuego. Su
médico, Talon, nos revisó a mí y a nuestro amigo Dane y a otros hombres. No
perdimos a nadie ese día por Vega, Neil, Luna y Talon. —Necesitaba cambiar el
maldito tema—. Ahora todos vivimos en Florida. —La miré—. Esos hermanos son
mi familia. —Le di un apretón a su mano—. Familia es la que creas, Roja.
Me dio la espalda por completo.
—No lo sabría.
—Lo harás. —Entonces le juré y le mostré—. Luna va a subir para hablar con
nosotros. —Entré al estacionamiento subterráneo, detrás de Luna.
—¿Por qué?
—Le pedí que investigara unas cosas. —Luna tomó un lugar de visitante, y
yo me estacioné en mi lugar designado—. Espera aquí, te ayudaré a salir. —
Apagué el motor y fui a su puerta, pero cuando la abrí, ella no se movió—. ¿Roja?
Mirando hacia su regazo, no levantó la mirada.
—¿Cuánto tiempo voy a estar aquí?
Se veía tan jodidamente vulnerable, dolía jodidamente demasiado verla de
ese modo.
—Tanto como tú lo quieras. Vamos. —Comencé a cargarla fuera.
230
Alejó mis manos.
—Puedo caminar.
Luna dio un paso junto a nosotros.
—Señorita Brandt.
Asentí y tomé la mano de Roja. Nos guie al elevador, y ninguno de nosotros
habló hasta que llegamos al apartamento. La vista de piso a techo del océano me
golpeó, y sentí como si pudiera volver a respirar. Guie a Roja al sofá.
—Siéntate, te traeré una bebida. —Observé a Luna—. ¿Quieres algo?
—Estoy bien. —Se sentó del lado contrario a Roja.
Tomé dos botellas de agua del refrigerador y me senté junto a ella, a la vez
que le ofrecía una.
—Gracias —dijo en voz baja.
Levanté la barbilla y miré a Luna.
—¿Qué encontraste?
Su atención se volvió a Roja.
—Señorita, tuve una conversación honesta con su tío esta tarde. ¿Quisiera
saber qué dijo?
Ella dejó su agua y apenas hizo contacto visual con Luna, antes de volver a
bajar la mirada.
—Sí.
—Está bien. Como usted sabe, su madre tuvo la enfermedad de Huntington4.
No sé si sabía esto, pero la madre de ella también la padeció. Ella falleció cuando
tenía veintinueve años y su madre solo tres. El esposo de ella, su abuelo, se volvió
a casar un par de años más tarde. La señora tenía un hijo diez años más grande que
su madre, a quien usted conoce como su tío. Según él, su madre conoció a su padre
cuando tenía dieciséis, y para ese momento ella ya sabía que tenía Huntington. Su
madre estaba determinada a tener una vida lo más normal posible, pero su abuelo
no aprobaba que saliera. Así que cuando cumplió diecisiete, ella se escapó.
»Su abuelo estaba enfurecido, y según su tío, Burrows culpó a su segunda
esposa de ayudar a escapar a su madre, y de darles dinero para que pudieran vivir
hasta que su padre pudiera mantenerlos. Su abuelo no se divorció de su segunda
esposa porque no creía en eso, pero nunca volvió a hablarle a ella o a su madre. La
esposa de su abuelo murió unos años antes que su madre, y Burrows nunca se
reconcilio con ninguna de las dos.
231
El color desapareció del rostro de Roja.
—Mi tío nunca me dijo nada de esto.
—Me comentó que nunca creyó que tuviera derecho a contarle esa historia, a
menos que usted le preguntara sobre el tema.
Ella se encogió.
—Continúa.
Luna asintió.
—Cuando la salud de su madre comenzó a deteriorarse, su padre intentó
comunicarse con su abuelo, pero él nunca respondió a ninguna invitación de
encontrarse con su madre o de conocerla. Después que su madre murió, su tío dijo
que no volvió a saber nada de su padre hasta unas semanas antes que él muriera.
Fue en ese momento que le pidió a su tío que le ofreciera un trabajo.
»Su tío ha trabajado de un modo u otro con el equipo desde que tenía quince
años. En el segundo en que su madre se casó con su abuelo, él lo puso a trabajar.
Para cuando las cosas se habían desmoronado entre su madre y su abuelo, su tío
ya se había vuelto parte importante del equipo y su abuelo nunca desafió eso.
238
Treinta y siete
Jared
Me había corrido dentro de ella.
Me había jodidamente corrido dentro de ella.
La mierda jodió mi cabeza, y eso era todo en lo que podía pensar. Sentado en
un maldito cuarto de conferencias con paneles de madera, como si esto fuera un
maldito set de filmación, no podía concentrarme. Su traje no era rosa, era gris.
Clark Kent le habló en voz baja.
El inútil de su tío se sentó solo, sin decir nada. Y el imbécil del mariscal se
sentó con sus dos jodidos abogados, luciendo jodidamente petulante, mientras en
todo en lo que podía pensar era si mi semen salía aún de ella.
Nunca lo había hecho sin protección. Y quería hacerlo de nuevo. En este jodido
momento.
239
Tres personas en traje entraron, y se sentaron del otro lado de la mesa.
No escuché ni una maldita palabra de las presentaciones. Clark Kent habló
por Roja, y los abogados del imbécil por él. Luego los abogados de Burrows
abrieron un archivo y se dirigieron a DeMarco.
Propiedades, cinco millones, mantiene su trabajo, las tonterías se legalizaron,
y terminaron con él.
Miran a Roja, y me enderecé. Su mano en la mía bajo la mesa, la apreté, pero
lo que realmente quería hacer era pellizcar sus pezones hasta que se oscurecieran.
—Señorita Montclair. —El más anciano de los abogados cerró el documento
frente a él e hizo una pausa—. Su abuelo fue bastante claro en las circunstancias en
las que se le daría su herencia. —Miró a Ahlstrom, luego su atención pasó
directamente a Roja, y soltó la bomba—. Su abuelo le ha dejado por completo su
parte del equipo… si se casa con el señor Ahlstrom.
Espera.
¿Qué?
Abrí la boca antes que pudiera detenerme.
—¿Tiene que casarse con ese maldito imbécil si quiere la herencia? —Ira, pura
y completa ira corrió por mis venas, y llenó la maldita habitación. Ella no se casaría
con él, de ninguna maldita forma.
La jodida mano de Clark Kent cayó en mi hombro.
—¿Podría aclarar los términos del testamento?
Apreté mis jodidos dientes. No miré a Roja. No podía. Si veía la más mínima
señal de angustia en su rostro, perdería mi maldita calma.
El abogado de Burrows abrió la carpeta.
—La señorita Montclair tiene quince días para casarse con el señor Ahlstrom
de forma legal y la parte que pertenecía al señor Burrows será transferido a ella,
menos el dos por ciento que será transferido al señor Ahlstrom. Si el matrimonio
no ha sido consumado, o se disuelve antes de un año, o si la señorita Montclair se
rehúsa a casarse con el señor Ahlstrom, el cincuenta y dos por ciento del equipo
que pertenecía al señor Burrows, será vendido a partes iguales a los otros cuatro
dueños del equipo.
—Ajá. —Clark Kent escribió en un jodido bloc de notas amarillo como si esto
fuera Escuela de Leyes 101—. ¿Y en cuanto está valuado?
—Aproximadamente en uno punto cinco billones —respondió el abogado
más anciano.
240
Clark Kent miró hacia arriba, escribiendo en su bloc.
—¿Y qué sucederá con los fondos recibidos si es vendido a los otros dueños?
—El señor Ahlstrom, el señor DeMarco, y la señorita Montclair, recibirán
cada uno diez millones de dólares. El resto será donado a las investigaciones de la
enfermedad de Huntington y a los trastornos autosómicos. El fideicomiso y la
apropiación de esos fundos serán manejadas por este despacho.
Clark Kent miró a la distancia por un momento, como si estuviera perdido.
—Una última pregunta. Si la respuesta a esta herencia por parte de la señorita
Montclair se basa en el hecho que el señor Ahlstrom ha abusado físicamente y
mentalmente de ella, e ilegalmente ha sido acosada. ¿qué se tiene que decir?
Ahlstrom empujó su silla y se puso de pie.
—¡Nunca la lastimé! ¡Ni siquiera la golpeé!
—¿Acaso dije golpear señor Ahlstrom? —Barret preguntó calmadamente.
—Siéntese —siseó Uno de sus abogados.
No podía esperar un segundo más. Miré a Roja.
Con la espalda derecha, tobillos cruzados, sentada a la orilla de la silla, no
parpadeó.
Sus ojos no estaban llenos de lágrimas, y sus labios no estaban tensos. No se
veía molesta. No se veía enojada. Ni siquiera se veía agitada. Su expresión era cien
por ciento profesional, y sabía jodidamente bien por qué.
Me incliné hacia ella y le susurré al oído para que solo ella me escuchara
mientras los abogados comenzaban a discutir.
—Eres jodidamente increíble, Roja.
Me miró, y por medio segundo su expresión se suavizó, y por un instante, el
costado de sus labios se movió, luego regresó a su antigua expresión.
—Bueno gracias, señor Brandt.
Ella dejaría el equipo por su madre. Estaba jodidamente orgulloso, ni siquiera
me importó el maldito mariscal.
—Sie —Ahlstrom gritó—. Tú abuelo quería esto, ¡nos quería juntos!
Con más clase de la que había visto a cualquier mujer que conocía, Roja se
puso de pie.
—Señor Ahlstrom, le aseguro que lo que el señor Burrows quería no me
afecta a mí. 241
—No vas a mantener tu trabajo si tiras a la basura al equipo. Necesitaras
dinero para vivir —dijo Ahlstrom furiosamente.
Me puse de pie, y coloqué mi brazo sobre sus hombros.
—No, no lo necesitará. —No le podía dar uno punto cinco billones de dólares,
pero si conocía suficientemente bien a Roja, a ella no le importaba eso.
Barrett puso su bloc de regreso en su bolso y se puso de pie.
—Caballeros, estaremos en contacto. Gracias por su tiempo.
Roja buscó algo en su bolso y sacó una pequeña caja turquesa.
Sabía exactamente qué era, y de cuál maldita joyería había salido.
—Esto nunca fue mío. —Roja lanzó la caja al regazo de Ahlstrom—. Si fueras
inteligente dejarías la demanda. —Giró para irse.
Tomó dos segundos mirar al imbécil, retándolo a hablar, pero como el
cobarde que era, no dijo nada. Haciendo una nota mental de nunca comprarle a
Roja algo de esa joyería, nos apresuré para irnos. Habíamos llegado hasta el
elevador cuando DeMarco nos alcanzó.
—Montclair —gritó.
Giré y lo encaré. Como yo veía las cosas, él era tan culpable como su
padrastro, por no dejar las cosas en claro con Roja.
—Cuida el tono —le advertí.
DeMarco respiró y asintió.
—Me gustaría decirte algo, Sienna.
—Prosigue —dijo Roja, sin darle mayor importancia, pero su espalda estaba
completamente rígida contra mi mano.
Los hombros de DeMarco se hundieron.
—Nunca me casé, o tuve hijos. Paso todo el día con los defensas. Soy el
primero en admitir que no sé nada sobre las mujeres. Dicho eso, debí de haber
hablado acerca de tu madre cuando llegaste a trabajar para mí. Me disculpo.
Asumí que sabías las circunstancias.
—No lo sabía —respondió calmada.
—Lo entiendo ahora. —Negó con la cabeza—. Si vale de algo, incluso si
hubieras sabido, no estoy seguro que hubiera marcado una diferencia. Conocí a Jed
la mayor parte de mi vida. Él no era una cabeza dura, él inventó el término. Nunca
me perdonó y yo no tuve nada que ver con lo de tu madre. No puedo decir que lo
entendía. El fútbol es todo lo que conozco, pero si no hubiera tenido eso, también
242
hubiera escapado.
—Gracias por tus palabras. —Comenzó a dirigirse al elevador.
—Una última cosa. —La detuvo.
—¿Sí?
—Sé que nunca hemos sido familia, no de un modo tradicional, pero para que
lo sepas, yo no tengo que influir en tu decisión con el equipo. El testamente me
deja mantener mi empleo por todo el tiempo que me mantenga respirando, y eso
es todo lo que siempre deseé. Quieres vender al equipo, tienes mi bendición.
Demonios, si quieres seguir trabajando para mí, todavía tienes tu trabajo. Eres la
mejor asistente que he tenido.
—Gracias, Ken.
—De nada. —Movió su barbilla hacia mí—. Cuídala.
—Planeo hacerlo.
DeMarco asintió y miró de nuevo a Roja.
—El funeral va a ser el próximo sábado, en caso que quieras asistir. Las chicas
en la oficina tienen los detalles.
—Gracias.
—No es problema. —DeMarco se frotó la parte de atrás del cuello—. Voy a
regresar a la lectura del testamento
—Señor DeMarco —interrumpió Barrett—. ¿Puedo sugerirle que se consiga
un abogado?
DeMarco inclinó la cabeza y estudió a Barrett por un momento.
—¿Alguna vez le han dicho que parece a Superman?
—Frecuentemente —admitió Barrett.
DeMarco le golpeó el hombro.
—Hijo, consigue otros lentes.
Ahogando mi risa, presioné el botón del elevador. DeMarco regresó a la sala
de conferencias, mientras los tres entramos al elevador.
Roja esperó hasta que las puertas se cerraran.
—Señor Barrett, me gustaría vender al equipo.
Barrett miró entre ambos.
—Siento que me estoy perdiendo de algo. 243
Lo puse al corriente.
—Su madre y abuela murieron por la enfermedad de Huntington.
—Ah. —Se rascó la barbilla—. Ya veo.
Roja se aclaró la garganta.
—También me gustaría tener un rol como consultante para la manera en que
serán destinados los recursos. ¿Cree que lo pueda hacer?
Barrett miró a la nada, como lo hizo antes en la sala de juntas.
—Creo que puedo hacerlo. ¿Está dispuesta a enviar un comunicado con
detalles de los maltratos del señor Ahlstrom?
—Nunca me puso una mano encima con rabia.
—Creo que una evaluación de su estado mental cuando amenazó al señor
Brandt en el restaurante y su casa será suficiente.
—¿A dónde quiere llegar? —pregunté.
Barrett sonrió.
—Tomar ventaja.
—¿Tienes lo suficiente para hacer desaparecer la demanda? —Ni por un
segundó pensé que Ahlstrom dejaría la demanda únicamente porque Roja le dijo
que lo hiciera.
Su sonrisa se amplió.
—Creo que puedo.
El elevador se detuvo, y las puertas se abrieron en el piso del
estacionamiento. Tyler salió de la camioneta negra de Luna y Asociados en la que
habíamos llegado.
Barrett estiró la mano.
—Señor Brandt. —Nos despedimos y estiró la mano para hacer lo mismo con
Roja—. Señorita Montclair.
Ella miró hacia arriba y sonrió.
—Es Clark Kent, no Superman.
—Sí, bueno. —Soltó una risa—. No puedo decir que antes hubiera
representado a alguien que vendiera un equipo de fútbol profesional para invertir
en investigación médica. Me siento un poco como Superman en este momento, si 244
soy honesto, señorita Montclair.
—Entonces debería de conservar los lentes —dijo tímidamente.
El maldito le sonrió.
—Son útiles.
Me interpuse entre los dos.
—Haga algo sobre los reporteros.
Barrett, ni siquiera se inmutó.
—Voy a enviar un comunicado, confirmando el parentesco de la señorita
Montclair con el señor Burrows, y dejaré sin detalles lo demás. Pero cuando la
venta del equipo se haga saber, sospecho que volverá a recibir mucha más
atención.
—Me encargaré de eso.
Barrett asintió.
—Como lo desee. Estaré en contacto.
Apresuré a Roja para que entrara a la camioneta que nos esperaba.
Treinta y ocho
Sienna
Con mi corazón acelerado, mis palmas sudorosas, en mi mente me repetí una
y otra vez. Hice lo correcto. Hice lo correcto.
En un traje azul marino y una camisa blanca perfectamente planchada que
estaba abierta del cuello, Jared se deslizó sin esfuerzo en el asiento trasero junto a
mí.
—Háblame, Roja.
Verlo vestirse esta mañana, sabiendo lo rudo que era, nunca había visto algo
más sexy que él poniéndose un traje. El hecho que pude sentir su clímax dentro de
mí solo había intensificado el momento.
—Hice lo correcto.
Miró a Tyler. 245
—Danos un momento.
—Sí, señor. —Tyler salió del vehículo.
Su mirada se concentró en mí y su expresión era decaída.
—Cásate con él. Esperaré un año.
Lo dijo como si fuera algo simple, me tomó por sorpresa.
—¿Quieres que me case con él?
—Quiero que tengas lo que es tuyo.
—El equipo no es mío. Nunca lo fue. —La duda se arrastró hacia el fondo de
mi estómago.
—Es más tuyo que de los demás.
Una fea sensación pasó por mis venas.
—¿Quieres que me acueste con él?
Su mandíbula se tensó, pero su expresión no cambió.
—Quiero que tengas lo que es tuyo —repitió.
Una duda venenosa, sobre él, sobre el equipo, sobre todo en mi vida se filtró
en mi cabeza y se apoderó de mí.
—Quieres que me venda, ¿no es así? Piensas que solo porque tú vendiste tu
cuerpo, ¿todos tienen un precio? —Me arrepentí de mis palabras tan pronto
salieron de mi boca, pero no pude detenerme—. Ves uno punto veinticinco billones
de dólares en la mesa, ¿y estás dispuesto a venderme para conseguirlos?
Sus fosas nasales se ensancharon y su voz bajó a un tono suave y controlado
de advertencia.
—Roja.
—No, no me digas Roja. Ni por un segundo pienses que puedes dictar lo que
hago con mi cuerpo y con quién lo hago. Y el hecho que me envíes con alguien que
me usó y engañó y no fue más que un despreciable oportunista solo por unos
ceros, me dice más de lo que quise saber de ti. —Tomé el mango de la puerta.
Se estiró por encima de mí y su mano agarró mi muñeca.
—¡Estaba ofreciendo esto por ti, maldita sea!
—¡No quiero el estúpido equipo, quería a mi madre viva! —Traidoras
lágrimas llenaron mis ojos—. Pero tampoco consigo eso, ¿verdad? No consigo una
familia. No consigo un equipo de fútbol. ¡Ni siquiera consigo a un hombre que no
sea capaz de venderme de alguna u otra forma! Ahora, déjame ir. —Liberé mi 246
muñeca.
Me dejó ir, pero entonces sus manos tomaron mi rostro y sus labios se
posaron sobre los míos. Su lengua pasó por mi boca y un sollozo escapó.
Golpeé su pecho con mis puños.
—No.
—Déjalo salir, cariño. —Habló contra mi boca—. Déjalo salir.
Lo golpeé. Una y otra vez. Su pecho, sus brazos, todo lo que pude alcanzar.
Lo golpeé y lloré. Lloré porque mi madre estaba muerta. Lloré porque mi padre me
mintió. Estaba devastada porque nunca sería parte de una familia que me
perteneciera. La vida era corta y todo se sintió como un desperdicio.
Sus manos acariciaron mi cabello y mi espalda. Me abrazó y aceptó todos mis
golpes. Me susurró una y otra vez: “Estás bien, cariño. Estás bien”.
Pero no estaba bien. Quizás nunca lo estaría.
—¡Me botaste de nuevo! —lo acusé—. ¡Me volviste a desechar! —Y eso dolió
demasiado porque él se había vuelto más importante para mí que cualquier otra
persona en mi vida.
Se hizo hacia atrás lo suficiente para mirarme.
—Tenía que ofrecerlo, Sienna. Tú lo sabes.
No lo sabía.
—Tú no lo ofreciste. Lo exigiste.
—No voy a ser el causante de tu arrepentimiento. Solo tienes una
oportunidad en esto. El ingreso anual por ser dueño de ese equipo con el paso de
los años va a exceder el precio que se dijo en la mesa. Tú lo sabes.
No había pensado de esa manera, pero no importaba.
—Uno punto veinticinco billones de dólares ni siquiera es un número real
para mí. Es demasiado, es dinero de caricatura.
—Podrías hacer mucho más que fundar una o dos caridades con eso.
Las ganas de pelear me dejaron, cuando me di cuenta que tenía razón.
Cientos de ideas rondaron mi cabeza, pero todo terminaba en dos cosas. La vida
era corta. No tienes segundas oportunidades. Y de ningún modo le daría a alguien
como Dan Ahlstrom lo que deseaba, no importaba lo que me costara. No había otra
opción. Nunca la hubo.
En el momento en que escuché que el dinero llegaría a un fondo para la
investigación de la enfermedad de Huntington, no existió otra opción. Por eso lo
247
sacrificaría. Por nada más.
Excepto por el hombre frente a mí.
Porque mientras miraba sus honestos ojos y sentía su fuerte agarre,
finalmente entendí lo que le costó el ofrecerme eso.
—Nunca te dejaría dormir con otra mujer por dinero. —Sabía que eso era lo
que había hecho. Sabía su pasado. Pero no quise decir esas palabras y esperaba que
entendiera mi disculpa.
—Lo sé.
—Mi decisión fue tomada en el segundo que escuché que pasaría a un fondo
para la enfermedad de Huntington.
Me acarició el rostro amorosamente.
—Tenía que asegurarme.
Respiré profundamente.
—Se sintió como si me estuvieras desechando.
—Nunca hubiera permitido que te tocara.
Señalé lo obvio.
—Entonces todo hubiera sido por nada, porque el testamente decía que tenía
que haber consumación.
—Lo hubiera torturado hasta que le mintiera a los abogados, entonces le
hubiera dado una paliza.
De forma completamente inapropiada, sonreí.
—Estás loco.
—No. —Negó—. Estoy enamorado.
248
Treinta y nueve
Jared
Tres semanas más tarde, estábamos de pie en la blanca, y jodidamente
moderna oficina de Barrett, mientras él acomodaba papeles frente a nosotros.
Barrett señaló la pila de papeles frente a Roja.
—Eso es por la venta de las acciones. He resaltado donde tiene que firmar, y
este es el contrato para convertirla en asesora del fondo que se creó.
—Gracias. —Con una sonrisa en su rostro, Roja firmó los papeles que la
desligaban del equipo.
Tenía que darle crédito a Barrett. Cuando señaló cuánto arriesgaba la firma
de Burrows al ser los asesores del fideicomiso en lugar de no garantizar anticipos
para ellos si Roja se encargaba del equipo, ellos aceptaron crear un puesto para
ella.
249
Levanté cargos contra Ahlstrom, y el imbécil hizo todo lo posible para luchar
contra eso, pero aparentemente la oficina del fiscal favorecía a los veteranos sobre
jugadores de fútbol americano profesionales. Cuando no levantó la demanda,
Barrett les dijo a sus abogados que Roja pelearía esa cláusula de los diez millones
de dólares, y que él saldría con las manos vacías. Cedió. Creo que él sabía que sus
oportunidades de tener una mínima parte del equipo pasaban de pocas a nulas.
Burrows solo lo usó para hacer que Roja hiciera lo que él quería, pero como su
madre, Roja era dueña de sí misma.
—Señor Brandt, estos papeles liberan al señor Ahlstrom de cualquier futura
demanda si alguna lesión o daño aparece eventualmente.
Firmé.
Unas cuantas firmas más tarde, Roja terminó. Me miró con un brillo en sus
ojos, que nunca había visto.
—Lo hice —susurró.
Si, lo hizo.
—Estoy jodidamente orgulloso de ti, cariño.
Calor cubrió sus mejillas.
—¿Podemos celebrar ahora?
Mi pene se puso duro. Le había dicho que tan pronto firmara para ceder al
equipo, le mostraría todas las formas en que un hombre podía tomar a una mujer.
Había resistido el terminar dentro de ella por tres malditas semanas. No había
terminado en su coño, ni en su boca. Y nunca había tomado su trasero. Se lo haría
tan duro, que recordaría este día por el resto de su vida.
—Si. —Barrett se rió—. Ustedes dos pueden celebrar.
La tensión sexual entre nosotros era jodidamente pesada. Él probablemente
quería que nos fuéramos de su oficina antes que la tomara sobre sobre el jodido
escritorio blanco.
—Gracias, Barrett. —Apenas y le dirigí una mirada antes de colocar mi mano
sobre la espalda de Roja.
—Sí, gracias, señor Barrett.
—Les haré saber si algo se complica, pero no veo que sea posible. Disfruten
su día.
Ya saliendo con Roja de su oficina, la guie al Mustang y sostuve su mano
mientras se subía al asiento del copiloto. La prensa había parado, pero también
habíamos mantenido un perfil bajo por tres semanas en mi apartamento. Luna nos 250
mantuvo informados, y no hicimos más que follar, comer y caminar frente a la
playa durante la noche. Usaba el gimnasio en las mañanas antes que se despertara,
y ella preparaba la comida como una chef profesional. Nunca me imaginé una vida
mejor.
Me deslicé tras el volante, y encendí el motor, cuando me sorprendió con su
mano sobre mi entrepierna.
Solté una carcajada.
—Vamos directo al punto, ¿no es así, Roja?
—Sí. —Se lamió los labios.
Demonios.
—¿Aprovechando que los vidrias son polarizados?
—Tal vez. —Bajó mi cierre, y sus pequeñas manos sacaron mi dura polla de
mis pantalones.
No pude decir otra palabra. Sus labios se cerraron alrededor y chupó
exactamente como le había enseñado.
Joder.
No podía conducir lo suficientemente rápido. Ella no se detuvo y yo nos
mantuve en el camino.
Entrando al estacionamiento del edificio, la detuve a regañadientes, porque
por mucho que quería llenar su dulce boca, eso no sucedería en mi maldito
estacionamiento.
—Vamos, cariño. —Saqué mi polla de su boca y apenas pude abrocharme los
pantalones—. Llevemos esto arriba.
—Está bien. —Ni siquiera esperó a que fuera por ella. Abrió la puerta cuando
abrí la mía.
Sonreí ante su impaciencia, pero ella no tenía idea de lo que le esperaba. La
apresuré a que entrara al elevador y la puse contra la pared. Con mis manos en
ambos costados de su rostro, no toqué ni una parte de su cuerpo.
—¿Sabes qué te voy a hacer?
—No —dijo entrecortadamente.
Moví mi nariz hacia un lado de su cuello, sin tocar todavía su piel.
—Voy a tomar cada centímetro de tu cuerpo y te voy a hacer mía.
Tembló.
—Ya soy tuya. 251
—Dije casi.
—Tres rondas.
Maldición.
—¿Contaste?
—Sí.
Maldito loco.
—Deberías haberme advertido de los blancos. —Algunos eran de tamaño real
cortado en madera y con forma humana, algunos no eran más que dos ramas
cortadas enlazadas en el medio con forma de X. Había mierdas arriba de los
árboles y formas a medias en el suelo. Noventa por ciento del camino, su sendero
no era más que arbustos. La mitad del tiempo no sabía a dónde iba.
—¿Quién te enojó? —preguntó.
Disparé las tres últimas rondas a una pila de leños que ya había disparado,
luego pasé la correa del arma por mi hombro.
—Conocí a alguien.
—La pelirroja.
No era una pregunta.
—¿Cómo supiste?
—Tu nombre estuvo en todas las noticias.
Mierda.
—Pensé que podía pasar inadvertido.
No hizo comentarios.
Espanté un mosquito de mi cuello.
—Ella mencionó el jodido TEPT.
Todavía no hizo comentarios.
—Odiaba a esos malditos doctores en el hogar de veteranos. —Diciéndome
que necesitaba hablar de mis problemas, diciéndome que debía tomar
medicamentos—. No necesitaba la mierda que me hicieron pasar y no la necesito
ahora.
—Los narcóticos adormecen tus reflejos.
—No me digas. —Caminamos unos kilómetros más, y abrí mi boca de nuevo
como un jodido niño—. Dice que tengo dislexia.
257
—Es cierto.
Me detuve y dije lo único que tenía sentido.
—Vete al diablo.
Se giró para encararme.
—Fuiste al oeste cuándo dije que fueras al este, nunca podías leer un mapa
hacia el objetivo, y cada vez que me escribes, cambias las letras en tu escritura de
una forma sistemática que nunca cambia.
Lo miré.
—Fue la ola explosiva. Jodió mi cabeza.
—Tu cabeza está bien. No podías leer mapas antes de la explosión.
—Eres un jodido imbécil.
Me miró seriamente.
—Ella tiene razón.
—Vete al diablo. De nuevo.
Me dio la espalda y empezó a caminar.
Lo seguí.
—Bueno, ¿qué demonios se supone que haga al respecto?
—Nada.
—Dijo que necesito aprender herramientas para controlarlo. —O una mierda
así. Había dejado de escuchar después de su diagnóstico de Google.
—No estás follándotela lo suficiente fuerte. —Se movió por los árboles como
una jodida pantera.
—¿Eres un experto en relaciones ahora? —Maldito imbécil—. ¿Cuándo fue la
última vez que pasaste más de sesenta minutos con la misma mujer?
Evitó las ramas como si estuviera coreografiado.
—Anoche.
Gruñí en respuesta y golpeé una rama baja.
—Necesito un jodido machete para pasar por esta mierda. ¿Qué tan seguido
vienes aquí?
—Lo suficiente. Ve a casa y escucha lo que tiene decir.
—Eres un jodido marica.
—Y tú eres un puto disléxico.
258
263
Próximo libro
Grind (Thrust #3)
Dane
Soy silencioso. Estoy entrenado. Soy
letal.
Mi mano rozando tu muslo, mi mirada
es un arma… conozco más formas de matarte
que de complacerte.
Pero no estás pagando por mi puntería.
Estás pagando por mi control. Por llevarte a
un suspiro del éxtasis, mirándote rogar
mientras contengo tu clímax, te mostraré
264
exactamente de lo que te has estado
perdiendo. Tu hambre es mi moneda y cinco
mil es mi precio. Solo tengo una regla; no
repito, porque no soy de los que se quedan.
Estoy a la venta.
Una lenta embestida y te daré
exactamente por lo que has pagado.
Sobre la autora
Sybil Bartel
Sybil creció en el norte de California con su
cabeza en un libro y los pies en la arena. Solía soñar
con convertirse en pintora, pero el embriagador
aroma de las bibliotecas con sus estanterías llenas de
libros sobre nostálgicos días de veranos y primeros
amores la atrajo al mundo de contar historias.
Sybil ahora vive al sur de Florida y aunque no
lee tanto como le gusta, todavía entierra sus dedos en
la arena. Si no está escribiendo o luchando por
contener la plantación de plátanos en su patio trasero,
puedes encontrarla pasando tiempo con su apuesto y
265
tatuado esposo, su hijo brillantemente práctico y un
malicioso perro bóxer miniatura…
¿Pero en serio?
Aquí hay diez cosas que de verdad quieres saber sobre Sybil.
Era la hija del profesor en su escuela. Puede maldecir como un marinero. Le
encantan los hombres en uniforme. Odia que le digan qué hacer. Puede calcular tus
impuestos (pero no se lo pidas). El mercado de aves en Hong Kong la hizo
enloquecer. Su palabra favorita es desesperada, o sucio, o ambas, no puede
decidirse. Le gustan los autos deportivos antiguos. Pero nunca confíes en sus
direcciones como conductora, jamás. Y tiene un novio literario cada semana; no le
digan a su esposo.
Para saber más de Sybil, visítala en Twitter para ver qué está tramando. Le
daba fobia el compromiso hasta que conoció a su esposo, le encantan esos
pequeños mensajes con 140 caracteres.
O revisa su página de Facebook, ya sabes, si te sientes con ganas de escribirle
más.