El documento analiza el impacto del guano en el Perú entre 1840-1879. Resalta que el guano permitió superar la decadencia política y económica tras la independencia, generando una época de prosperidad. Sin embargo, cuando las reservas se agotaron en la década de 1870, se colapsó el sistema financiero. Aunque el guano produjo riqueza, ésta se concentró en manos extranjeras y de una pequeña élite peruana, sin generar un verdadero desarrollo nacional.
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El documento analiza el impacto del guano en el Perú entre 1840-1879. Resalta que el guano permitió superar la decadencia política y económica tras la independencia, generando una época de prosperidad. Sin embargo, cuando las reservas se agotaron en la década de 1870, se colapsó el sistema financiero. Aunque el guano produjo riqueza, ésta se concentró en manos extranjeras y de una pequeña élite peruana, sin generar un verdadero desarrollo nacional.
El documento analiza el impacto del guano en el Perú entre 1840-1879. Resalta que el guano permitió superar la decadencia política y económica tras la independencia, generando una época de prosperidad. Sin embargo, cuando las reservas se agotaron en la década de 1870, se colapsó el sistema financiero. Aunque el guano produjo riqueza, ésta se concentró en manos extranjeras y de una pequeña élite peruana, sin generar un verdadero desarrollo nacional.
El documento analiza el impacto del guano en el Perú entre 1840-1879. Resalta que el guano permitió superar la decadencia política y económica tras la independencia, generando una época de prosperidad. Sin embargo, cuando las reservas se agotaron en la década de 1870, se colapsó el sistema financiero. Aunque el guano produjo riqueza, ésta se concentró en manos extranjeras y de una pequeña élite peruana, sin generar un verdadero desarrollo nacional.
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Klaren Peter, “Cap.
VI: De mendigo a millonario: la era del guano, 1840-1879 ”
en Nación y sociedad en la historia del Perú.
La oportunidad de Perú de superar su gran decadencia política y económica
que le dejó la independencia provino del guano, montañas de excrementos secos depositados por las aves marinas en las islas de la costa central. Este fue usado por los incas como fertilizante natural para la agricultura pero quedó olvidado con la destrucción de la conquista, al igual que gran parte de los valiosos conocimientos incaicos de los Andes. No fue hasta la revolución agrícola de Europa en el siglo XIX, que se redescubrieron las propiedades fertilizantes de este abono y su aplicación en el hemisferio norte resultó de gran provecho para el Perú. El guano era extraído por unos mil culís chinos importados, que además lo cargaban en carros y lo paleaban a vertederos en los navíos que esperaban para trasladarlo. Según Gootenberg, para el Perú esta fue una historia de “mendigo a millonario”: un elevado estilo de vida para las elites urbanas, presupuestos inflados, importaciones ostentosas, paz política comprada y el acceso ilimitado al crédito londinense. Sin embargo, cuando las reservas de guano se agotaron en la década de 1870 se colapsó el sistema financiero y económico, provocando el incumplimiento de su gran deuda externa. Según Jonathan Levin, el legado del guano no fue duradero en el país ya que este era financiado y explotado por extranjeros, trabajado por una fuerza laboral pequeña y servil sin ningún poder adquisitivo. Es decir, el dinero que se obtuvo por el abono no siguió circulando en el país sino que se trasladaron al extranjero mediante el crédito y las importaciones excesivas. Generándose una economía de enclave, con pocos eslabones hacia atrás y hacia adelante. Otra interpretación es la de Hunt, el cual argumenta que las ganancias producidas por el guano no se dispersaron en el extranjero sino que quedaron en Perú. Pero el verdadero problema radica en los mal diseñados proyectos de inversión estatal como los ferrocarriles, que no lograron diversificar la economía ni tampoco crear una nueva clase de empresarios nacionales (lo cual si habría hecho circular e incrementar las ganancias obtenidas). El autor establece una analogía con la plata colonial y los trabajadores indios. Argumenta que tal vez el efecto más dañino de la exportación del guano fue más bien psicológico, ya que no lograron desarrollarse los conocimientos y habilidades empresariales y quedaron atrofiados. Porque una economía como la de Perú en ese periodo producía riquezas pero no por esfuerzos particulares sino por tener el bien y una fuerza laboral cautiva. De la misma manera que ocurría con la plata en el periodo colonial. Pero la interpretación de la era del guano más aceptada es que la pérdida del desarrollo guanero peruano se debe al grupo aspirante a clase dominante que fracasó al querer formar un proyecto nacional hegemónico para el país. De esta manera Perú no logró producir una burguesía nacional capaz de poner al país en la ruta del desarrollo capitalista, ya que esta se ocupó simplemente en el libre intercambio de bienes con los británicos. A pesar de estas interpretaciones, es evidente que el boom del guano dio a Perú una gran oportunidad para desarrollarse. Además fue a partir de este momento que se abandona el régimen nacionalista-proteccionista que había tenido Perú desde la independencia para centrarse en una economía más abierta y liberal. Esto deriva en un empobrecimiento en las clases artesanas las cuales no podían competir con los productos de lujo extranjeros. De esta manera es que pasan a ser el “problema social” de la década de 1850, al salir a las calles a defender el antiguo régimen proteccionista y rechazar las opresivas políticas librecambistas de la aristocracia mercantil guanera. Sin embargo, ya para fines de década la marginación política del sector por parte de las elites liberales era completa y sus gremios y antigua influencia comenzaban a retirarse.
Castilla y la pax andina
El primer caudillo en aprovechar el auge del guano y beneficiarse con él fue el general Ramón Castilla, quien resultó ser uno de los soldados-políticos más hábiles del Perú. Su carrera creció hasta convertirse en la fuerza dominante de la política peruana entre 1845 y su muerte en 1868, periodo en el cual fue dos veces presidente. Recurriendo al botín financiero del guano, así como a su gran habilidad política, Castilla se movió hábilmente durante su primer gobierno para consolidar el poder de la presidencia y el Estado central. Como consecuencia comienza a surgir un ordenamiento político estable o pax andina, por primera vez luego de la independencia. La generosidad fiscal producida por el guano permitió a Castilla forjar el inicio de un Estado nacionalista, con congresos funcionando, código y estatutos legales, agencias y ministerios ampliados y por primera vez un presupuesto nacional. Además fomentó el empleo, las obras públicas y expandió y modernizó las fuerzas armadas. De esta manera afianzó el poder central. Por último, el creciente poder estatal permitió a Castilla limitar el poder de la Iglesia. En 1859 abolió los diezmos y ésta comenzó a empobrecerse. Además de consolidar el Estado, Castilla alcanzó una gran fama al abolir la contribución indígena y liberar a los esclavos en 1854. Ambas medidas le hicieron ganar el título de “Libertador” en la historia peruana. La abolición de la contribución indígena redujo la base fiscal de manera abismal, haciendo que en el largo plazo fuera peligrosamente dependiente del guano, un recurso natural finito y cada vez más agotado. En cuanto a la abolición de la esclavitud, esta también resulto problemática. Se les entregó a los esclavistas un total de trescientos pesos por esclavo lo que provocó un gran gasto para el Estado, además estos fueron reemplazados por culís chinos como sirvientes contratados. Las condiciones del viaje provocaban gran mortandad, mientras que los que sobrevivían eran enviados a trabajar en las haciendas azucareras y algodoneras de la costa, en las islas guaneras y posteriormente a construir ferrocarriles. El tratamiento dado a los culís era igual que el dado a los esclavos negros los cuales siempre resultaban deudores por el costo del traslado u otros gastos ocurridos en la hacienda, lo que derivó en una semiesclavitud. Al igual que a sus predecesores africanos, soportaron duras condiciones laborales y de vida, lo que no sorprende que se desarrollaran diversas formas de resistencia en las haciendas. Luego de terminado su contrato muchos chinos preferían irse a los pueblos y ciudades a lo largo de la costa para dedicarse al comercio minorista. Alejados de la cultura y el lenguaje dominante, se agruparon en sus propios barrios étnicos, donde fueron muy discriminados. Finalmente en 1874 el tráfico de culís fue eliminado por el gobierno después de las frecuentes protestas por parte del gobierno chino y la comunidad internacional. El estado no podría haber emprendido la mayoría de estas medidas sin una reforma general y la estabilización fiscal, junto con el flujo creciente de rentas procedentes del guano. El problema no provenía solo de las presiones ejercidas por los diversos intereses en busca de incrementar gastos, sino de los límites impuestos a los préstamos gubernamentales por las enormes deudas. Estas deudas se debían al incumplimiento del pago de préstamos y a los gastos de guerras de independencia y las posteriores guerras civiles. Hasta no hacerle frente a estas deudas para así abrir el acceso a los mercados de crédito, seguiría el déficit presupuestario y los gastos seguirían superando a los ingresos. Para resolver este problema fiscal, Castilla emprendió la tarea de reconocer, reestructurar y cancelar las deudas interna y externa. Lo cual fue posible gracias a las ganancias provenientes de la venta del guano. La consolidación de la deuda tuvo dos importantes consecuencias a largo plazo. Primero, una nueva elite centrada en Lima conformada por funcionarios estatales, rentistas urbanos, caudillos retirados, hacendados costeños y sobre todo comerciantes del consulado, fue capitalizada mediante fondos del tesoro público. La cual fue consolidando su importancia y poder hacia 1850, aunque sus inicios se remontan en la década anterior a partir de las oportunidades que brindaba el boom del guano y la expansión estatal. Esta nueva elite sirvió para revivir y acentuar el poder económico y político de Lima y la costa, contrastando con la sierra económicamente atrasada. Esta última a diferencia del boom guanero, no fue muy afectada excepto por una creciente demanda limeña de provisiones alimenticias lo cual estimuló cierta expansión en las estancias ganaderas de la sierra central y desarrollo comercial en los valles. En cambio, menos positivo fue el hecho de que el capital excedente generado por las minas de plata de la región fluía hacia el guano, beneficiando a la costa y no al interior. De esta manera la producción de la sierra permaneció estancada durante la época, beneficiando el crecimiento y desarrollo de la costa. A esto se le suma una serie de cuestiones que colaboraron también con el desarrollo costero, como lo fue la aparición del transporte transoceánico a vapor y la fiebre del oro en California que revivieron la producción agrícola en la costa, además del crecimiento en la demanda y precios internacionales del azúcar y el algodón debido al conflicto civil por el que estaba atravesando Estados Unidos. Por último, otro impulso para la expansión, modernización y especialización de las haciendas de azúcar y algodón se originó a partir de la ola de leyes anticlericales las cuales forzaron a la iglesia a dejar buena parte de sus mejores campos agrícolas en la costa norte. Siendo los principales beneficiarios los guaneros. Así, la inversión en este proceso se debió a los beneficios provenientes del guano, la indemnización estatal a los hacendados por la liberación de los esclavos y el creciente crédito de bancos y casas comerciales, también capitalizados con el abono. Sin embargo, fuera de la especialización en el azúcar y el algodón, la agricultura costeña permaneció estancada. Estas prestaron poca atención a la producción de alimentos, incluso con el alza en la demanda de los mismos por la construcción de ferrocarriles, dejando libre este mercado para ser ocupado por importaciones chilenas. A diferencia del azúcar o el algodón en la costa, el comercio de las lanas en el sur peruano debió su constante evolución en este periodo, no al boom guanero, sino a la creciente demanda de las fábricas textiles británicas y a las políticas librecambistas estatales en evolución. El segundo impacto a largo plazo de la consolidación de la deuda, fue la creación de una base sociopolítica (la nueva oligarquía guanera, aliada a intereses extranjeros) que permitió el triunfo del Estado liberal. Sumado a que a comienzos de la década de 1850 se tomaron otras medidas para consolidar el régimen liberal. Por ejemplo, se firmó una serie de tratados comerciales con Gran Bretaña, Francia y los Estados Unidos que pusieron el comercio exterior peruano en una base ordenada y recíproca. Sin embargo, el liberalismo peruano se encontraba distorsionado de dos formas importantes. En primer lugar, el guano fue convertido en un monopolio estatal siguiendo una inclinación colonial por el mercantilismo y el estatismo. De este modo, el recién adquirido liberalismo comercial y fiscal peruano quedó diluido por una institución fuertemente estatista que intentaba fijar precios, maximizaba las ganancias e incrementó los gastos estatales. Para los críticos, una dosis tan pesada de estatismo, sin mencionar la posterior “nacionalización” del tráfico, al reemplazar a los comerciantes extranjeros por peruanos, cuestionaba seriamente el compromiso peruano con el liberalismo. Esta postura se reforzó aún más con la naturaleza de la consolidación de la deuda, que sirvió no solo para enriquecer a un pequeño grupo de plutócratas y especuladores, sino para abrir el Estado a una gran corrupción. Como expresa Gootenberg, el elitista comercio libre peruano giraba en torno a una relación simbiótica entre las elites del capital y el tesoro central, las cuales luego sumaron además a los financistas extranjeros. Aunque bastante contenidos, el regionalismo y la inestabilidad política no desaparecieron del todo, incluso ahora que la nueva oligarquía y el Estado liberal tomaba forma hacia la década de 1850. El general Echenique, el sucesor de Castilla, resultó ser un líder inepto y corrupto, cuyo mal manejo de la última etapa de la consolidación produjo un creciente descontento y conmociones políticas. Castilla se dio cuenta de que Echenique estaba deshaciendo muchos logros que el había conseguido al estabilizar el país y ponerlo en un curso financiero y desarrollista más sólido, a provechó los tumultos para volver al poder mediante una rebelión derrocando a Echenique en 1854.
El apogeo del guano
El Perú alcanzó la cima de su paso de mendigo a millonario en la década de 1850 y comienzos de la de 1860, bajo el ala del triunfante liberalismo exportador y la mano dura de Castilla. El Estado logró recuperar más del 70% de las ganancias de las exportación del abono, lo que le permitió triplicar su desembolso presupuestal a veinte millones de dólares en 1860. De esta “afluencia fiscal” surgió el edificio de una moderna burocracia estatal. Sin embargo, estas señales externas de prosperidad fiscal escondían el hecho de que el gobierno estaba incurriendo en grandes déficit presupuestarios financiado, a su vez, por grandes empréstitos extranjeros garantizados con el guano. El boom también actuó como un imán demográfico para Lima, incrementando su población a poco menos del doble, y transformándola físicamente en una metrópoli “europeizada” aunque sobrepoblada. Además también fue como un imán para la inmigración extranjera al Perú. Para 1857, la población de Lima era europea en un 23%. Si incluimos el número de inmigrantes latinoamericanos y chinos, resulta que más de la mitad de la población de la capital estaba conformada por extranjeros. En cuanto a la totalidad del país, en ese periodo vivían unos 45mil extranjeros principalmente atraídos por la construcción de ferrocarriles. A pesar de haber historias de éxito, la era del guano tuvo también su lado oscuro en algunas ciudades. La brecha entre pobres y ricos crecía cada vez más, la inflación se disparó y el salario de los trabajadores urbanos disminuyó. Los pequeños minoristas y servicios fueron sacados del negocio por las aproximadamente cien firmas de mayor tamaño que llegaron a dominar los negocios de las ciudades, la mitad de las cuales eran de propiedad extranjera. Asimismo, el número de talleres se estancó y el ingreso de los artesanos locales cayó al nivel de 1830. Ambos grupos fueron víctimas del gran número de importaciones de lujo que inundaban la capital desde el extranjero. Con el incremento de las penurias populares en medio de tanta riqueza, estallaron unos brotes de descontento social. Se destruyeron señales de los primeros ferrocarriles, se saquearon hogares y negocios de los comerciantes y guaneros más ricos, en el estallido más importante llegaron a incendiarse ferrocarriles. Como respuesta intervino el ejército generando varias bajas. Mientras tanto el extranjero era cada vez más el blanco de la ira popular. Durante la época del guano se hicieron muy pocas inversiones productivas o de diversificación económica, salvo en las expansivas haciendas azucareras y algodoneras a lo largo de la costa. Sin embargo, ocurrieron algunas importantes repercusiones económicas. Por ejemplo, los primeros bancos del país, capitalizados con las ganancias del guano, sirvieron para facilitar y modernizar las transacciones comerciales. Estos bancos emitieron billetes que circularon como dinero aunque al principio no estaban regulados por el Estado. Hasta ese momento las actividades comerciales habían sido limitadas por escasez de circulante. Igualmente importante fue la función crediticia de los nuevos bancos en la revitalización de la agricultura costeña. También ayudaron a movilizar capitales en el sector exportador y fueron activos, al igual que los nuevos bancos hipotecarios. Estos, por ejemplo, facilitaron crédito a la agricultura comercial a tasas de interés muy por debajo del de las casas comerciales que requerían a cambio una parte de sus cosechas. Como era de esperarse, el creciente poder económico y financiero de la plutocracia guanera de comerciantes, financistas y hacendados se tradujo también en una creciente influencia política y social.
El surgimiento del civilismo
Nacido en familia aristocrática, Pardo fue el más conocido millonario capitalista que se hiciera a si mismo durante el apogeo de la era del guano, quien pasó a ser un importante consignatario, importador y financista. Pasando luego por varios puestos políticos hasta su asesinato. En sus escritos a comienzos de 1860, Pardo se mostraba preocupado en canalizar las inmensas ganancias estatales procedentes del guano hacia un desarrollo más diversificado y sostenible. Era consciente de que se trataba de un recurso finito que se iba agotando rápidamente, de igual manera también sabía que el Estado venia derrochando una gran parte de las ganancias en gastos improductivos e innecesarios. Los ingresos estatales de la época fueron gastados, más de la mitad en ampliar la burocracia civil y las fuerzas armadas, en la construcción de ferrocarriles, en el pago de la consolidación de la deuda externa e interna y en la reducción de la carga fiscal a los menos favorecidos. Por último, a Pardo le preocupaba la tendencia de la elite al sobreconsumo de costosas importaciones que había provocado un problema en la balanza de pagos. Según el, Perú consumía tres veces más del extranjero de lo que producía, condición que no podía ser eterna. Su solución fue “convertir el guano en ferrocarriles” para así dinamizar la producción y la productividad nacionales. Es decir, usar las ganancias del guano junto con préstamos extranjeros para la construcción de ferrocarriles a través de los Andes para abrir el interior al desarrollo. Pero este proyecto, según los críticos, en lugar de integrar el país y abrir un mercado interno para la producción nacional, este sistema ferroviario simplemente sirvió a los estrechos intereses de clase de la nueva oligarquía exportadora y ligó la economía neocolonial del Perú a los mercados extranjeros, en una relación de dependencia aún mayor. Tras un examen de los escritos de Pardo, pareciera que su proyecto ferroviario no era un plan para un desarrollo exportador orientado hacia fuera, sino que fue más bien un llamado a desarrollar el potencial productivo del mercado interno y doméstico. Es decir, un programa de industrialización por sustitución de importaciones. El programa de Pardo, al involucrar a las regiones interiores más desfavorecidas que se mantenían en conflicto, tenía la misión política civilista de largo plazo de establecer un gobierno civil ordenado en todo el país. Finalmente en 1861 se autorizó el plan y la construcción de la primera línea. Castilla fue reemplazado por el general Miguel de San Román, quien falleció en el cargo. A este le sucedió otro general, Juan Antonio Pezet. Este debió hacer frente a una crisis internacional cuando España, luego de la muerte de dos de sus ciudadanos en una hacienda norteña, intentó tomar como indemnización las ricas islas guaneras de Chincha. Los peruanos se sintieron ultrajados en su soberanía nacional, pero Pezet prefirió capitular a las demandas hispanas ante una amenaza de bombardeo. Lo cual hizo que el coronel Prado derrocara a Pezet y tomara el poder, este organizó una defensiva la cual terminó por repeler la flota hispana pero llevándose de las islas guaneras un gran cargamento del abono. El episodio generó un gran costo lo cual terminó por forzar al gobierno a tomar prestado aún más dinero en el extranjero, garantizando con unas pocas reservas guaneras cada vez más escasas. Otro acontecimiento significativo durante el gobierno de Prado fue el estallido de una seria rebelión india en la provincia de Huancané. La disolución, provocó un florecimiento del sector indio y una mayor autonomía en las comunidades indígenas. Sin embargo, en el sur peruano las tierras laneras en las que florecía el comercio lanero, estaban sometidas a una presión creciente de los hacendados que deseaban obtener mayor acceso a este comercio. De esta manera se transfirió tierra de los minifundistas a los hacendados. Los campesinos indios, expulsados cada vez más del comercio lanero, comenzaron a experimentar cada vez mayores dificultades a la hora de cumplir con sus obligaciones tributarias con el Estado. En un momento en el cual la renta guanera iba decayendo y el gobierno comenzaba a restituir la ya abolida contribución indígena, aunque de manera disfrazada. Mientras tanto, Prado enfrentaba una guerra civil cada vez más fuerte en torno a una nueva constitución liberal promulgada por el Congreso en 1867. Lo cual derivó en una victoriosa rebelión por parte de los conservadores que buscaban restaurar la constitución conservadora de 1860, fue así como tras deponer a Prado se nombró presidente a José Balta. Su gobierno estuvo caracterizado por la ineficiencia y la corrupción lo que derivó en una reacción antimilitar popular que llevó a la elección como presidente de Manuel Pardo, el candidato del Partido Civil y por primera vez desde la independencia ejercería el poder político en Perú un civil y no un militar. Por último, durante el gobierno de Balta tuvo lugar una rebelión de culís chinos, la mano de obra principal de las haciendas costeñas. Esta involucró a 1500 chinos que emprendieron una breve pero sangrienta embestida, saqueando, incendiando y destruyendo propiedades como respuesta a las duras condiciones de vida y trabajo que sufrían en las haciendas. El resultado fueron unos 300 chinos muertos en manos del ejército. La vieja elite terrateniente y los nuevos exportadores agrícolas estaban en conflicto. Aunque este era tanto cultural como político en igual medida, ambos grupos chocaban en torno a cuestiones fundamentales como el control de los trabajadores y el papel del Estado. Mientras que la vieja clase hacendada dependía del control de la tierra y del dominio absoluto de la fuerza laboral indígena, los nuevos agricultores argumentaban en favor de la eficiencia de un mercado laboral libre. Para estos últimos, la prosperidad dependía, en parte, de atraer trabajadores asalariados fuera del sector tradicional. En cuanto al Estado, la nueva elite exportadora requería que fuese más activo y lograse extraer impuestos y rentas más altos, con los cuales construir la infraestructura necesaria para atender una economía exportadora. De esta manera, la nueva plutocracia civilista amenazaba la tradicional hegemonía económica y política de la vieja clase hacendada. En cuanto a Pardo, su campaña se basó en poner fin al gobierno militar y establecer un gobierno civil basado en el respeto a la ley, las instituciones republicanas y las garantías constitucionales. La clave según Pardo, era reducir las abultadas fuerzas armadas. Además presentó una agenda de desarrollo. Ella comprendía la construcción de obras públicas para facilitar la producción, el comercio y las exportaciones, y el estímulo a la inmigración europea, la cual traería técnicas y valores progresistas de Europa, al mismo tiempo que “mejoraba” la composición racial de la nación. También requería la promoción de una ética laboral y el estímulo de la inversión en industrias productivas en lugar de despilfarrar la riqueza en el consumo de bienes ostentosos. Básicamente el civilismo se oponía al viejo orden señorial que esperaba eliminar, y expresaba el nuevo espíritu capitalista y el espíritu democratizador de la nueva burguesía exportadora. Pardo tuvo una aplastante victoria, pero por un golpe militar en contra de Balta no logró asumir. El intento de golpe contra Pardo generó una serie de motines en el pueblo limeño el cual resultó con el asesinato de Balta por parte de sus guardias y los salvajes asesinatos de los militares golpistas en manos de los rebeldes. Finalmente el abortado golpe desacreditó aún más a las fuerzas armadas y legitimó el naciente movimiento civilista de Pardo.
La crisis económica y el descenso en el abismo
La popularidad de Pardo seria severamente puesta a prueba por el inicio de una crisis económica que arrojaría al Perú a la bancarrota y finalmente a una catastrófica guerra con Chile. Tal caída económica no pudo darse en un momento más desfavorable para el sistema financiero peruano, dado que tanto los ingresos del guano como sus reservas cayeron de manera considerable y al tiempo que se luchaba por refinanciar deuda externa, el desempleo se disparaba y el salario de los empleados estatales quedaba sin pagar. Pardo hizo frente a la crisis con un programa de austeridad que a pesar de todo no incluyó su proyecto favorito de desarrollo ferroviario. La burocracia fue muy recortada, las fuerzas armadas se redujeron severamente y se crearon nuevos impuestos para incrementar rentas. Además intentó reemplazar el decreciente ingreso del guano con los nitratos, un fertilizante que competía con aquel en el mercado internacional. Pero no gozó de mucho éxito. El impacto de las medidas de austeridad tomadas por el gobierno y la caída económica cada vez más grande, rápidamente disiparon la popularidad inicial de Pardo. Sus medidas también “ofendieron” a instituciones poderosas como la iglesia y las fuerzas armadas. La primera objetaba su esfuerzo por promover la secularización de la educación, la cual era crucial para su programa de desarrollo. En cuanto a los militares, estos no podían tolerar la drástica reducción en su presupuesto y personal. Como consecuencia, Pardo se vio obligado a sofocar varias revueltas militares en el transcurso de su gobierno. En el último año de su mandato, Pardo veía ante sí la posibilidad de un colapso bancario y financiero. Perú tuvo que declararse en bancarrota al fracasar los intentos por refinanciar la deuda externa en 1876, paralizándose las obras públicas y cayendo el valor de sus bonos. El sistema bancario también estuvo al borde del colapso hasta que el gobierno intervino para garantizar su emisión monetaria. Ante el descontento civil y militar, Pardo paradójicamente no tuvo otra alternativa que persuadir al Partido Civil de presentar como candidato en las elecciones de 1876 a un militar, Mariano Ignacio Prado. Con Prado el país logró de algún modo evitar temporariamente el colapso financiero, por lo menos hasta el estallido de la Guerra del Pacifico en 1879. El nuevo presidente logró renegociar la deuda externa. El acuerdo estableció que una compañía de acreedores extranjera manejaría los ingresos provenientes del guano para cumplir con el servicio de la deuda incumplida. Además, el ingreso creciente de las exportaciones azucareras alivió la crisis de divisas extranjeras que acompañó a la crisis bancaria y al incumplimiento de la deuda. Sin embargo, el estallido de la Guerra del Pacifico puso fin a toda posibilidad de recuperación económica. En medio del conflicto, la compañía que tenía el guano bajo control como garantía, junto con los bonistas londinenses llegaron a un acuerdo el cual terminó por privar al Perú de sus ingresos provenientes del guano. Al mismo tiempo que el sistema bancario colapsó. De esta manera, Perú llegó al final de la era del guano sin un centavo, habiendo derrochado un tesoro casi tan rico como el cerro de Potosí descubierto tres siglos antes. Aun se debaten las razones del fracaso peruano en aprovechar esta gran oportunidad. La idea de convertir los ingresos en proyectos de desarrollo útiles, a través del gasto estatal constituía un programa racional para el progreso. El problema fue que dados los singulares obstáculos geográficos a superar, los ferrocarriles eran un medio muy costoso con el cual llevar a cabo el progreso económico. También resultaron más que integradores, orientados a la exportación, de manera que fomentaron un patrón de desarrollo al exterior. Sin embargo, a largo plazo, los ferrocarriles si estimularon cierto desarrollo comercial y algo de modernización capitalista. Pero incluso este eventual retorno parcial de la inversión quedó negado por el hecho de que los ferrocarriles cayeron en manos extranjeras debido a la quiebra provocada por la derrota peruana en la guerra. De esta manera, el Perú perdió el único legado concreto de la era del guano. Varios historiadores tratan sobre el período. Por ejemplo Hunt sostiene que el fracaso en usar la acumulación del guano para el objetivo de industrializar el país se debió más a la ausencia de una mentalidad burguesa en la nueva plutocracia de orientación “rentista”. Manrique coincide con él, pero agrega que los límites del mercado interno en un país en el cual más del 60% de la población era india y gran parte vivía a nivel de subsistencia, eliminaba toda inversión concertada en la industrialización. Por lo tanto, la visión racista de la oligarquía con respecto a los indígenas, impidió los esfuerzos por integrar el país en una forma que hubiese servido como base para la industrialización. Manrique concluye en que la fijación de la elite con España y el pasado hispano, así como el rechazo a utilizar la idea de un grandioso pasado precolombino para forjar una nación, condenó al país al subdesarrollo perpetuo. Otra postura atribuye la debacle a las erradas políticas intervencionistas del Estado, que impidieron que el sector privado asumiera un control más firme de la economía nacional. Además, es importante también señalar que la propensión estatal a establecer monopolios primero sobre el guano y después sobre los nitraros, aumentó el problema de la deuda al facilitar el gasto no productivo en fuerzas armadas y burocracia infladas, sumado a las oportunidades que se creaban para una corrupción masiva. Lo que si puede decirse con certeza es que fuerzas mucho más grandes como la depresión mundial de 1873, junto con el agotamiento de los depósitos de guano y el estallido de la Guerra del Pacifico, pusieron fin a toda posibilidad de que el Perú de el gran salto desarrollista.