Bibliografía: Halperin Donghi, Tulio. Historia Contemporánea de América Latina. Resumen

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América II - Unidad VII

El auge exportador. Guano y salitre: impacto sobre las economías de Perú y Bolivia.
La intervención española. Antecedentes de la guerra del Pacifico.
Sus consecuencias: Desequilibrio de poderes en Chile: guerra civil.

Bibliografía: Halperin Donghi, Tulio. Historia contemporánea de América Latina.


Alianza. Madrid.

Resumen:

Al iniciarse la década de 1840, la situación económica del Perú era angustiosa,


abrumada por deudas impagas, sin sistema bancario, había padecido los efectos de la
guerra de independencia durante la década de 1820 y sus consecuentes luchas
regionales que fueron aplacadas a mediados de la década de 1830 por la creación de
la Confederación Perú Boliviana, pero esta fue disuelta a raíz de su derrota en 1839;
hasta 1845, la economía peruana siguió el ritmo de la disputa política interna entre los
distintos caudillos.

A principios de la década de 1840 se descubrió que, por la escasez de lluvia y


variedad de pájaros que anidaban allí, en las Islas Chincha había montañas de
excremento de pájaros (guano) acumuladas durante años, este fertilizante natural ya
había sido empleado, en una escala menor, en la agricultura del imperio Inca, pero a
mediados del siglo XIX existía una gran demanda de fertilizantes en Europa debido al
crecimiento de la población y a las innovaciones en las prácticas agrícolas.

El sistema político peruano alcanzó cierta estabilidad durante la presidencia de Ramón


Castilla entre 1845 y 1851, en este período cayó fuertemente la producción minera y
en cambio aparecieron el guano y el salitre como nuevas producciones orientadas a la
exportación, estas exportaciones marcarían durante tres décadas el ritmo de la
economía; el guano, en principio, se convirtió en un valioso recurso que prometía
producir gran riqueza.

A diferencia de la plata, el guano no necesitaba ser transformado ni transportado para


su comercialización, por lo que los encadenamientos hacia el resto de la economía
fueron menores, por estar en islas, su exportación no demandaba insumos (sal, mulas,
llamas, mercurio, tejidos, cuero, sebo, pólvora) como las actividades mineras, ni
servicios de infraestructura (caminos) y transporte, por lo que su efecto multiplicador
era mucho menor que el de la plata.

Poco después del descubrimiento, el gobierno peruano tomó posesión de las islas de
forma inmediata; la exportación del guano se fue consolidando a partir de 1845; hacia
1850 se produjo un fuerte aumento de la recaudación fiscal; antes de 1842, la
explotación del guano se producía mediante un sistema de licencias, primero privadas
y entre 1842 y 1847, de sociedades mixtas de capitales ingleses y franceses con el
Estado.

En 1850 el presidente Castilla entregó a las élites peruanas grandes concesiones para
extracción y comercialización del guano; lo primero que hizo el gobierno con las
ganancias procedentes del fertilizante fue saldar sus deudas de guerra por lo que en
1853 logró equilibrar el presupuesto, pero muy rápidamente empezó a endeudarse de
nuevo, garantizando los adelantos con las futuras ventas de guano.

El sucesor de Castilla, el presidente José Rufino Echenique (1851-55) dispuso


reconocer las deudas impagas durante los períodos de guerra, buscando fortalecer el
orden interno en base a los recursos del guano y el negocio financiero; así nació una
elite comercial y financiera de “consignatarios del guano”, que también actuaron como
prestamistas del estado, convirtiéndose en agentes financieros del gobierno.

Existían múltiples trabas al desarrollo económico, entre otras, la falta de vías de


comunicación, la falta de población, la escasez de capitales; la política de transferir
recursos a partir de las concesiones de exportación de guano y el endeudamiento
estatal, buscaron solucionar la escasez de capitales transfiriendo capitales a manos
privadas; pero esa nueva élite era profundamente dependiente de las relaciones
comerciales con el extranjero.

En las décadas siguientes los ingresos se expandieron al ritmo de las ganancias de la


exportación del guano, pero con un fuerte incremento de la corrupción; un alto
porcentaje de los proyectos que se financiaron a partir de los ingresos aportados por el
guano se concentraron en la capital, Lima y las áreas circundantes fueron
remodeladas por obras públicas y lucros privados; triplicando el presupuesto federal
en 1869.

En 1862, el intelectual y hombre de negocios Manuel Pardo publicó Estudios sobre la


provincia de Jauja, señalando que en los últimos 15 años, el guano de Chincha había
generado casi 150 millones de dólares de ganancia, pero afirmaba que esa riqueza se
había perdido; consideró que quedaban 10 o 12 años de depósitos, antes que se
agotaran; Prado defendía proyectos estatales más grandes y a más largo plazo,
específicamente el “programa espacial” del siglo XIX, el ferrocarril construido y
subvencionado por el Estado.

A mediados del siglo XIX predominaba la teoría que sostenía que los ferrocarriles eran
la antesala del crecimiento económico y del status de industria del primer mundo, ya
que, además, crearían sus propios mercados; algunos intelectuales afirmaban que
Perú necesitaría más instituciones para desarrollar la experiencia local requerida para
los ferrocarriles, por lo que surgieron planes para crear una escuela nacional de
ingenieros, un “Instituto de Ciencia” y una sociedad metalúrgica.

La obsesión con el ferrocarril alcanzó proporciones explosivas en 1868 con la llegada


del rey de los promotores ferroviarios del momento, Henry Meiggs; los gastos del
gobierno en ferrocarriles fueron monumentales, en 1870 y 1872 se realizaron en
Londres dos ventas masivas de bonos, debido a estos compromisos asumidos, los
proyectos ferroviarios llegaron a consumir hasta el 57% del presupuesto estatal.

Hacia 1870, el presidente Manuel Pardo (1872-76), se convirtió en vocero de la elite


liberal modernizadora multiplicando la construcción de ferrocarriles basados en
créditos extranjeros; cuando se produjo la caída de las exportaciones junto con la
disminución de precios por la competencia con fertilizantes químicos, su gobierno
entregó el monopolio comercial y financiero a la firma francesa Dreyfus, que ofrecía
mejores condiciones financieras para el Estado, pero de todos modos, culminó con el
default de la deuda que puso fin al ciclo guanero.

En 1873 se produjo la crisis financiera que afectó de modo muy severo la endeudada
economía peruana; esta crisis europea perjudicó al país doblemente, por un lado,
como el gobierno había incrementado de forma exponencial los precios del guano,
muchos granjeros comenzaron a comprar otros fertilizantes de origen industrial más
baratos, lo que disminuyó la demanda, y por otra parte, con los mercados de bienes y
dinero de Londres congelados, los prestamistas dejaron de dar créditos al Perú, que
estaba, una vez más, agobiado por la deuda.

En cuanto al salitre, su explotación era libre hasta 1868, cuando se estableció un


impuesto; en 1873 se estableció el monopolio estatal de su comercialización, y en
medio de la crisis fiscal en 1875, se dispuso la expropiación de las salitreras, con lo
que se crearon las condiciones que darían lugar posteriormente a la guerra del
Pacífico.

En 1875 durante su presidencia, Pardo ordenó al ejército ocupar los campos de nitrato
del sur, tratando de contrarrestar el declive del negocio del guano con los ingresos de
otra fuente de fertilizantes; en agosto de 1875 se paralizaron los trabajos del
ferrocarril, en los meses siguientes otros proyectos del gobierno fracasaron, hasta que
en enero de 1876 la deuda soberana del Perú cayó por segunda vez en un siglo.

A finales de 1878, con los bancos derrumbándose y los gastos del gobierno
duplicando sus ingresos, se emitieron enormes cantidades de moneda que llevó a la
hiperinflación; el país estaba agobiado bajo el peso de la mayor deuda con el
extranjero de América Latina; la situación económica produjo una inquietud que se
tradujo en 36 intentos de levantamientos en 4 años.

En más o menos 4 décadas, bajo supervisión gubernamental, se exportaron entre 12 y


13 millones de toneladas de guano, generando 500 millones de dólares en ingresos; el
53% se gastó en extender la burocracia y el ejército, el 12% fueron una transferencia
directa de pagos, el 7% cubrió la reducción de impuestos tributarios y el 20% se
orientó a los ferrocarriles; el resultado de los ingresos del guano y el salitre en
términos de desarrollo fue casi nulo, aunque podemos mencionar como sus beneficios
entre 1845 y 1866 la consolidación del estado, una mayor estabilidad política y la
creación del primer partido civil.

La renta del guano se esfumó, la parte obtenida por los consignatarios nacionales, por
un lado fluía al estado para valorizarse en forma de nuevos empréstitos, y por otro
lado, servía para pagar la importación de bienes de consumo suntuarios; en el período
1850-55 a 1860-66, las importaciones totales crecieron 51%; los ferrocarriles no
lograron traccionar al resto de la economía debido a la fragmentación y estrechez del
mercado interno, la baja productividad de muchos sectores y la supervivencia de
relaciones coloniales que algunos grupos privilegiados ejercían sobre una porción
relevante de la fuerza de trabajo.

La intervención española

España mantuvo un diferendo con sus antiguas colonias en el marco de un proceso


complejo y heterogéneo de restablecimiento de relaciones diplomáticas; en la década
de 1860 se produjo un conflicto diplomático y bélico con Perú y Chile; en 1862, una
expedición científica española puso en contacto a académicos de los tres países, con
propósitos científicos, pero en 1864 se transformó en una expedición naval, con la
misión de resolver diferendos diplomáticos por el uso de la fuerza.

En agosto de 1862 partió de Cádiz con dirección a América una poderosa flota naval
para secundar una expedición científica, con el proyecto de recrear las ambiciosas
expediciones políticas e ilustradas borbónicas del siglo XVIII; pero esta misión provocó
suspicacias por coincidir con la previa intervención española en México y Santo
Domingo durante el desarrollo de la guerra civil en Estados Unidos que postergó
cualquier intento diplomático de ese país en hacer cumplir la doctrina Monroe.

La expedición científica llegó a Lima en julio de 1863 sin producirse ningún acto hostil;
pero en agosto de ese año estalló un incidente en la hacienda Talambo, en la costa
norte del país, que ocasionó la muerte de un colono español y varios heridos; en
Madrid hubo una reacción de la opinión pública más belicista que impulsó la ocupación
de las islas Chinchas para fortalecer el reclamo por la solución definitiva de la “deuda
española”.

Este episodio se originó en la intención del gobierno peruano de atraer colonos


extranjeros para mejorar la agricultura y por lo tanto, la economía, inspirando la
autorización del ingreso de emigrantes españoles; desde 1824 la nueva república
había intentado conseguir el reconocimiento de su independencia por parte de
España, pero estaba pendiente el problema del pago de las indemnizaciones a
súbditos españoles por los daños sufridos durante las guerras independentistas.

El primer núcleo de inmigrantes españoles, vascos, se instaló en una extensa


hacienda en la provincia de Chiclayo, llamada Talambo, donde los colonos se
encontraron en condiciones precarias, y al cambiarse el contrato original se les
impusieron nuevas obligaciones, sin cumplir ninguna de las promesas que les habían
hecho para convencerlos; ante los cuestionamientos que se multiplicaban, el
propietario de la hacienda contrató un grupo armado que atacó a los españoles,
hiriendo a varios, y uno resultó muerto.

La investigación judicial fue totalmente dominada por el hacendado, y los colonos


presentaron una queja ante el Consulado español en Lima, al conocerse los sucesos
hubo un enérgico reclamo del gobierno español, y el almirante de la escuadra
española en el Pacífico envió una goleta que rescató a los colonos vascos que habían
huido; en España se reiteraron las demandas para que no se retirara la escuadra
española de las costas peruanas.

Durante la década de 1860, la coyuntura política peruana estuvo condicionada por el


derrocamiento de Juan Antonio Pezet, presidente entre 1862 y 1864 por Mariano
Ignacio Prado (1865-1867); se produjeron golpes militares en diversas
circunscripciones del país; a esa inestabilidad interna se sumó un segundo conflicto,
primero de naturaleza diplomática y luego bélica, por la ocupación de las islas Chincha
entre 1864 y 1866, vitales en la extracción de guano, por la escuadra naval española
del Pacífico comandada por el almirante Pinzón.

Mientras el presidente Pezet enfrentó esta ocupación aplicando una política


internacional moderada y negociadora, Prado –después de derrocarlo por ese motivo-
asumió un nacionalismo recalcitrante que llevó a la declaración de guerra a España;
durante este conflicto los militares peruanos se unieron para enfrentar al enemigo, y
los vaivenes de la política peruana se definieron desde 1862 hasta 1867 por su
relación internacional con España; la práctica diplomática belicista estaba apoyada por
la opinión pública nacional e internacional.
En Chile, la ofensiva naval, si bien causó malestar social, no afectó el
desenvolvimiento de su política interior; el gobierno de José Joaquín Pérez, con
aprobación parlamentaria, declaró la guerra a España en setiembre de 1865, y bajo
ese consenso político firmó el tratado defensivo y ofensivo con Perú en diciembre de
1865, al que luego se sumaron Bolivia y Ecuador; esta decisión ocasionó el bloqueo,
bombardeo e incendio del puerto de Valparaíso en marzo de 1866.

El imaginario nacionalista peruano surgido tras el combate naval de El Callao que se


produjo en mayo de 1866 y promovió el retorno de la escuadra a España; para
reafirmar su independencia Manuel Prado promovió la construcción de monumentos
históricos y escritos patrióticos, para reforzar la unidad nacional; pero al concluir la
contienda, se reactivó la fragmentación política y fue derrocado por una revolución
conservadora en 1867.

El gobierno de Prado tuvo que enfrentar una grave crisis económica derivada del
despilfarro y la corrupción generados por las rentas del guano y la deuda abultada con
los consignatarios europeos del producto relacionados con el adelanto de préstamos al
Estado; el gobierno apenas se estableció quiso resolver este problema promoviendo
una drástica reducción del gasto público que a mediano plazo iba a originar una gran
inestabilidad política.

La guerra del Pacífico.

En el litoral boliviano, en el desierto de Atacama, existían importantes yacimientos de


salitre o nitrato de sodio, que era utilizado como abono agrícola y también para la
fabricación de explosivos; empresarios chilenos asociados a capitalistas británicos
comenzaron a extraer y exportar a Europa el salitre de Atacama, aprovechando la casi
nula presencia del gobierno de La Paz en la zona.

Desde la organización del país, Chile reclamaba como frontera norte el desierto de
Atacama, una imprecisión que permitía diversas interpretaciones respecto al límite con
Bolivia; Chile definía su territorio hasta el paralelo 23 y Bolivia hasta el paralelo 25, lo
que daba lugar a controversias; en 1866, bajo la presidencia en Chile de José Joaquín
Pérez y del general Mariano Melgarejo en Bolivia, se intentó resolver las diferencias
por un tratado que fijó el paralelo 24, estableciendo que las ganancias provenientes
del salitre y el guano entre los paralelos 23 y 25 serían repartidas en partes iguales
entre ambas naciones.

Como Chile nunca recibió esas ganancias, se realizó una nueva ronda de gestiones
diplomáticas en 1874 cuando se anuló el acuerdo anterior, manteniéndose como límite
el paralelo 24, sin repartición de ganancias, renunciando ambos países a sus
aspiraciones territoriales más allá del paralelo establecido; se determinó también que
durante 25 años Bolivia no fijaría nuevos impuestos sobre empresas y personas
chilenas que explotaban las riquezas minerales de la región.

En 1870 Perú estaba atravesando una delicada situación económica, porque


disminuían los ingresos por el guano, y el salitre estaba en manos privadas; por lo que
su diplomacia llevó adelante un acuerdo reservado con Bolivia que tenía como objetivo
sacar a Chile de la competencia en la extracción del salitre.

En 1876 el presidente peruano Mariano Ignacio Prado y el presidente de Bolivia:


Hilarión Daza estaban seriamente afectados por la crisis económica que llevó al
gobierno de Bolivia a dictar una ley que aumentaba en 10 centavos por quintal de
salitre el impuesto a las empresas chilenas situadas en la zona de exención; los
empresarios chilenos desconocieron la nueva normativa y se negaron a pagar.

El gobierno boliviano ordenó el embargo y remate de las salitreras chilenas de la zona;


el presidente chileno, Aníbal Pinto, resolvió la toma de la ciudad de Antofagasta, el día
fijado para el remate, el 14 de febrero de 1879, y poco tiempo después la marina
chilena dominaba casi la totalidad del litoral boliviano; el Perú, ligado a Bolivia por un
tratado de defensa mutua, trató de mediar en un inicio, pero ante su negativa de
declararse neutral fue envuelto en el conflicto en abril de 1879, también llamado
“Guerra del Salitre”.

Esta guerra fue impulsada por parte de la élite política y empresarial chilena, que
ejerció presión sobre el gobierno influyendo asimismo sobre la prensa; también tuvo
mucho impacto la crisis económica, como así también la delimitación fronteriza
defectuosa, y el incumplimiento del tratado por parte de Bolivia, que fue derrotada,
cediendo el territorio de Atacama a Chile.

Perú también resultó derrotado; conviene señalar la importancia del bloqueo naval
chileno durante el primer año de hostilidades, resaltando la victoria de Iquique en
1879; en la campaña de Tacna y Arica, el ejército chileno alcanzó la victoria sobre la
alianza militar boliviano-peruana, controlando el sur del Perú, y provocando el retiro
de Bolivia de la guerra; en 1881, la campaña de Lima, permitió la ocupación de la
capital, finalizando con la campaña de la Sierra.

La victoria chilena se refleja en el tratado de Ancón por el que Perú cedió Tarapacá a
Chile, y se decidió la ocupación chilena de Arica y Tacna por 10 años; Bolivia firmó un
pacto de tregua indefinida con Chile en 1884, aceptando la anexión de la provincia de
Antofagasta, recién en el tratado de 1904 se fijaron las fronteras entre ambos países,
pero continúa reclamando la salida al mar; en 1929 por el Tratado de Lima, Chile
devolvió a Perú la provincia de Tacna, a partir de una mediación del gobierno de los
Estados Unidos.

La guerra civil en Chile

En 1886 José Manuel Balmaceda, inauguró su presidencia, fue un líder muy


controvertido, para algunos autores era un estadista visionario promotor de
transformaciones sociales y económicas, para otros, un dictador que ignoró la
institucionalidad y desencadenó la guerra civil en 1891; de origen aristocrático, su
influencia política comenzó durante la presidencia de Domingo Santa María, fue
ministro de Relaciones Exteriores, de Defensa y del Interior, para las elecciones se
presentó como candidato único y fue elegido presidente, encabezando la Coalición
Liberal.

Durante la guerra del Pacífico fue embajador de Chile en Argentina, y tuvo una
actuación muy importante con el fin de evitar que nuestro país hiciera causa común
con Perú y Bolivia, teniendo en cuenta que la campaña al desierto de Roca estaba en
gran medida destinada a garantizar la presencia argentina en la Patagonia desafiando
los reclamos chilenos en ese sentido, por lo que estuvo dispuesto a hacer algunas
concesiones territoriales respecto a la disputa limítrofe.

Había sectores de la política argentina que intentaban presionar al gobierno para que
aprovechara las dificultades chilenas, abriendo otro frente de hostilidades; sin
embargo, el ministro de relaciones exteriores, Montes de Oca, finalmente proclamó la
neutralidad argentina decisión que contaba con el apoyo del presidente Avellaneda, y
de los ex presidentes Mitre y Sarmiento.

Al llegar a la presidencia, Balmaceda presentó un ambicioso programa de gobierno


que lo enfrentó con el Congreso, que intentaba disminuir el poder presidencial; los
altos ingresos del salitre enriquecían al estado, y le permitieron llevar a cabo un
ambicioso plan de obras públicas y una reforma y mejora de la educación pública que
promocionó viajando por el país.

En 1891 se produjo una crisis política por la negativa del Congreso de aprobar la ley
de presupuesto de ese año; Balmaceda decretó aplicar la ley de presupuesto del año
anterior; en enero de 1891 la escuadra apoyó a los congresistas en una sublevación,
se estableció una junta en el norte, en Iquique, donde contaba con los recursos
aduaneros; el fracaso de las fuerzas que apoyaban al gobierno lo llevaron a refugiarse
en la Legación argentina en Santiago, donde redactó su testamento político y al día
siguiente del término de su mandato (19 de septiembre de 1891) se suicidó.

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