La Novia A La Fuerza Del Mafioso

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Tabla

de Contenido

La Novia a La Fuerza del Mafioso

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco
Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Capítulo Dieciséis

Capítulo Diecisiete

Capítulo Dieciocho

Capítulo Diecinueve

Capítulo Veinte

Capítulo Veintiuno

Capítulo Veinte y Dos

OTRA HISTORIA QUE TE PUEDE GUSTAR

Sometida al Capo de la Mafia

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis
Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Capítulo Dieciséis

Capítulo Diecisiete

Capítulo Dieciocho

Capítulo Diecinueve

Capítulo Veinte

La Novia a La Fuerza del Mafioso:

Un Romance Mafia

Por Bella Rose

Todos los Derechos Reservados. Copyright 2016 Bella Rose.

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Capítulo Uno

Trisha lanzó sus manos al aire y gritó con entusiasmo cuando la pequeña bola blanca salía y

rebotaba a lo largo de la rueda de la ruleta. A su alrededor, los nuevos amigos que había conocido en
su programa de estudio en el extranjero estaban borrachos por el licor barato y la libertad de estar
fuera de la residencia. La bola finalmente se paró en una ranura roja, y el croupier la cantó. Trisha
agarró del brazo a su amiga Minka, y las dos chicas hicieron una pequeña danza de la victoria.

—¡Ganamos! Trisha estaba prácticamente gritando para que se la oyera por encima de alegrías
y lamentos de las otras personas en la mesa.

El casino en Moscú era todo lo que Trisha podría haber deseado como aventura. Los altos

techos estaban cubiertos en adornados tallados recubiertos en láminas de oro. Ricas cortinas

colgaban desde el techo al suelo. Los propios suelos eran de mármol con hermoso cuarzo rosa. Y

había croupiers rusos atractivos en cada mesa. El lugar era el sueño de cualquier estudiante

universitario.

Minka empujó el hombro de Trisha. —Ese hombre de allí. Te está mirando. ¿Te has dado

cuenta?

Le costó un segundo extra al cerebro empapado por el placer de Trisha traducir las palabras

de su nueva amiga del ruso al inglés. Entonces se atrevió a mirar en la dirección en la que Minka

estaba mirando.

—¡No! dijo Trisha con una respiración rápida. —Guau. Parece serio.

—Es guapo. Merecería pasar por delante y regalarle una sonrisa, ¿no crees? —preguntó Minka

con picardía.

Trisha sonrió a su amiga. —Es fácil de decir. Eres preciosa. —A diferencia de la apariencia

de típica pelirroja de Trisha.

—Me parezco a todas las chica de Moscú. —Minka movió sus ojos azules.

Con su cabello rubio largo, piel pálida y figura esbelta, Minka ciertamente se parecía a todas

las otras mujeres en Moscú. Excepto por el otro cincuenta por ciento de la población que eran

morenas y tenían buen aspecto. Por lo que Trisha había visto hasta ahora, era un país entero lleno de
gente hermosa.

—Ven. Minka comenzó arrastrar a Trisha hacia esa dirección. —Vamos. ¡Ahora!

—¡Oh, vale! —Trisha bromeó y arrastró sus fichas de la mesa dentro del bolso terciopelo que

le habían dado para ello. —Pero cuando él se ría de mí, te culparé a ti.

Trisha se alisó la falda de su atrevido vestido negro.

Minka asintió con aprobación. —Estás muy bien. Ese vestido te queda genial.
—¿De veras? Porque siento que gastarme el resto de mi asignación de ropa en un único

vestido fue una mala idea. Trisha suspiró. No quiero volver a Cleveland este fin de semana. Prefiero
quedarme en Moscú.

—Por lo menos no vives en Siberia —Minka se burló. —Tengo que irme a casa a un pequeño

pueblo donde todos los hombres son mis parientes.

—Tienes razón. Trisha levantó las manos para indicar rendición. —Tú ganas.

Ambas mujeres sabían que estaban siendo deliberadamente dramáticas y coquetas. Se estaban

acercando a su objetivo. Cuanto más se acercaban, Trisha más fascinada se sentía con el hombre que
estaba de pie junto a las cortinas grandes. Parecía estar mirando toda la habitación de la manera que
ella podría imaginarse a un rey mirando su reino.

Minka comenzó a maldecir en ruso, con una fluidez que hacia que fuera imposible que Trisha

la entendiera. Era algo sobre que el hombre estaba para comérselo, lo que ciertamente era verdad.

Entonces le habló a Trisha. —Él todavía te mira. ¡Mira!

Todo acerca de ese hombre era oscuro. Era muy alto, más de uno noventa si Trisha tenía buen

ojo. Llevaba un traje negro impecable a medida. Gemelos de diamantes brillaban en sus muñecas, y

la camisa de lino fina que llevaba estaba ajustada sobre lo que parecían ser unos abdominales

increíbles. Aún así, no era el traje o la obvia riqueza anunciada por el reloj con joyas incrustadas que
llevaba. Había algo innegablemente poderoso acerca de este hombre.

Sus ojos eran oscuros, como piscinas de medianoche en su rostro cincelado. Su mirada hizo

que un hormigueo recorriera la piel de Trisha. Se sintió como si le hubiera tocado sin realmente

hacerlo. Él no sonrió. Sus labios permanecían en una línea firme. Pero ella podía imaginarse lo que
sería ver una sensual sonrisa curvarse en esos labios. Sus ojos oscuros brillarían, y Trisha sabía que
se derretiría de dentro a afuera.

Minka agarró el brazo de Trisha. —Está haciendo que mis braguitas se humedezcan y aún no

he hablado con él —susurró ardientemente.

Trisha no pudo evitarlo. Ella estalló en risas. Demasiado por ser misterioso y atractivo. Al

parecer no estaba en su naturaleza ser seductora. Sintiéndose traviesa, lanzó al atractivo extraño una
de sus mejores sonrisas. No una sonrisa flirteando. No una sonrisa de ven y tómame. Solo una
sonrisa real, desinhibida para ver si podía conmover algo en esa pose.
Para su sorpresa, él sonrió.

Ella casi tropezó y se cayó rodillas cuando ella y Minka cruzaron la posición del extraño cerca

de la barra en su camino hacia el baño de señoras.

—¡La leche! —Trisha respiró.

Ella había acertado. La sonrisa transformó la cara de ese hombre en algo que podría envidiar

un ángel. Su mirada brillaba como si él conociera el secreto más delicioso. La leve curvatura de su
boca era tentadora. Y Trisha sintió su cuerpo entero tensarse en respuesta.

Finalmente, ella y Minka pasaron más allá de la tentación. Las dos se deslizaron en el lavabo

de las señoras. Trisha agitó su mano delante de su cara para airearse por el ardor tanto de vergüenza
como de deseo. Sin duda había sido divertido aunque no sacaría nada nunca de eso.

—Vale —comenzó Trisha, cambiando al inglés, así podría decir exactamente lo que quería

decir —¡Ese tipo era increíble! ¡En serio! ¿Quién tiene ese aspecto?

Minka estaba riéndose. Miró fijamente en el espejo durante unos segundos antes de sacar un

lápiz de labios de su bolso. —Ah. Los sueños son así. ¿No crees?

—He estado con algunos hombres en mi país —reflexionó Trisha. —Pero puedo afirmar que

no he visto nunca a nadie que pareciera tan delicioso. Me pregunto quién es.

Ambas jóvenes se dieron cuenta aproximadamente al mismo tiempo de que no estaban solas en

el lavabo de señoras. En la esquina más alejada de la sala había sentada una mujer de tal

sofisticación que Trisha sintió casi tristeza con envidia. "Rubia de infarto" era una descripción
adecuada. Piernas de dos kilómetros de largo, un vestido ajustado plateado, que enseñaba la mayor

parte de sus muslos y una buena parte de su espalda suave y un generoso escote y la cara delgada de
una modelo profesional.

—¡Ridículo! —dijo ella en ruso con acento. Se levantó barriendo a Minka y Trisha con una

mirada burlona. —Habláis de cosas de las que no sabéis nada.

Trisha frunció el ceño, pensando en lo que habían hecho para ganarse la ira de la mujer. Ella

luchó exactamente por encontrar las palabras que ella quería usar en ruso. —La gente habla de lo que
no sabe para aprender. O simplemente podemos seguir enfadados e ignorantes como otros.

La mujer obviamente sabía a quién se refería Trisha. Se estiró tanto que Trisha casi esperaba
oír el chasquido de su espina dorsal. —Ese hombre del que estáis hablando con tal falta de respeto es
Anatoly Zaretsky.

—Vale. —Trisha apretó sus labios y asintió con la cabeza. —Gracias por el dato.

—¡Tonta! La señora dio un resoplido delicado. —Es el dueño del casino.

Minka dio un pequeño grito de asombro.

—Veo que alguien lo entiende. La mujer se giró y salió del baño de señoras como si fuera una
princesa.

—¿Es eso tan importante? —Trisha le preguntó a su amiga. —Por supuesto que un propietario

de un casino va a estar por aquí. Es su negocio. Quiere saber lo que está sucediendo.

—Sí, dijo Minka apresuradamente. —Pero este casino es propiedad de la mafia.

Trisha pensó que había oído mal. —Lo siento. ¿Qué has dicho?

ANATOLY SE PREGUNTABA DONDE había ido Bianka. No es que le preocupara

especialmente, pero estaba cansado, y puesto que él había accedido a acompañarla esta noche, eso

quería decir que estaba obligado a llevarla a su casa. Estaba más que listo para mandarla a su

apartamento y volver a su casa para acabar la noche.

—¿Señor? Fyodr se acercó desde la sala de seguridad.

Como jefe de seguridad de los casinos de Anatoly, Fyodr raramente dejaba su sitio. Eso

significaba que había habido algún tipo de incidente y Anatoly no iba a poder volver a casa pronto.

Él suspiró. —¿Informe?

—Hemos tenido un incidente.

—Incidente —refiriéndose a que alguien había hecho trampas.

Anatoly levantó las cejas, sorprendidas. —¿Verdad?

—Sí. Un grupo de estudiantes de la Academia de Moscú estaban jugando a la ruleta. Antes de

eso, estaban en las mesas de blackjack. Había alguien contando cartas. Lo tenemos en vídeo.

—Traerlos. Anatoly se frotó su rostro, sintiéndose cansado y con falta de ánimo. —A mi

oficina por favor. Todo el grupo.


—Sí, Señor.

Bianka finalmente apareció justo cuando Anatoly giraba hacia su oficina en la planta superior

del hotel adjunto al casino. Su aparición le irritó. Si ella no hubiera desperdiciado tanto tiempo
acicalándose en el baño, podría haberse ido y no habría tenido que tratar con este incidente.

—¿Dónde has estado? —exigió él.

Ella levantó sus elegantes cejas en sorpresa. —Controlarás tu tono cuando hables conmigo,

Anatoly Zaretsky.

— Y tú no me provocarás más. Él cerró su mirada sobre ella. —Haré que Frederick te lleve a

casa.

—¿Qué? Ahora parecía positivamente indignada. La expresión cambió su cara normalmente

bonita en algo bastante feo. —Prometiste escoltarme.

—Ahora tengo negocios que tratar.

Puso mala cara. —Me has ignorado toda la noche. Y entonces escucho a dos jóvenes mujeres

en el baño suspirando sobre lo guapo que eres y lo bien que les hiciste sentir cuando les.toda la

noche. Y entonces escucho a dos jóvenes mujeres en el baño suspirando sobre lo guapo que eres y lo
bien que les hiciste sentir cuando les sonreiste.

—Este apenas es un motivo para una pataleta, ¿no? Ni se preocupó de ocultar su enfado. —Las

dos jóvenes mujeres de las que hablas pasaron por al lado. No las busqué. Ni hablamos. ¿Me estás

acusando de algo? Porque podría recordarte que como hombre soltero, podría follarme a cualquier

mujer en este casino y ninguna sería de tu incumbencia.

Bianka respiró fuerte de la indignación. —¡No te atreverás! ¡Has accedido a casarte conmigo!

—No. Se preguntaba por qué ella persistía en ese engaño. —No lo hice. Tu padre se me

acercó para hablarme sobre el asunto y según recuerdo, le dije que no bastante enérgicamente.

—¡Pero los Zaretsky y los Sokolov han de aliarse si queremos prosperar aquí en Moscú! ¡Tú

no puedes darle la espalda a eso!

—Y seguro que no estás usando eso como una manera de presionarme hacia el matrimonio —
dijo suavemente. —¿No quieres a un hombre que desee estar contigo porque le gustas?

—Yo te gusto. Ella puso su mano sobre su hombro y se acercó mucho. Él no podía respirar con

el abrumador olor de su perfume nublándose en su nariz. Aún no había acabado. Se puso de puntillas
y rozó sus labios en su mejilla. —Sabes que me deseas.

—En realidad, no. Se la quitó de encima. Agarrando sus manos, él intentó ser suave

apartándola deliberadamente de su espacio. —Eres una serpiente. No me puedo imaginar cómo

disfrutaría esa delgadez en mi cama.

—¡Tú hijo de puta! Echándose hacia atrás intentó darle una bofetada en la cara.

Anatoly agarró su mano, sujetándola firmemente en la suya. —Nadie me golpea, Bianka. Ese

ha sido tu último error. No me importa quién es tu padre. Aunque debes saber que el anciano estaría

sinceramente avergonzado por tu comportamiento. Por lo menos él sabe cómo debería actuar una
mujer.

Hizo un chasquido con sus dedos a uno de sus hombres.

El hombre saltó a la primera, dando una zancadas y haciendo una breve reverencia. —¿Señor?

—Por favor, escolte a la señorita Sokolov, a la salida del casino. Ella ya no es bienvenida

aquí. ¿Anatoly vio como Bianka salía de su casino y nunca había estado tan contento de ver a alguien
irse. levantada procesó la orden. —Sí, Señor. Inmediatamente.

Anatoly vió como Bianka salía de su casino y nunca había estado tan contento de ver a alguien

irse.

Ahora. Vamos con los tontos estudiantes que pensaban que podrían engañarme. Los niños

tontos a menudo requieren una lección de vida o dos, que estaba más que feliz de proporcionar.

Capítulo Dos

—¿Qué quiere decir con que estábamos haciendo trampas? —murmuró Trisha a su amiga.

Minka parecía helada de miedo mientras su grupo estaba de pie dentro de la lujosa oficina en

la planta superior del hotel queIgual que Trisha, formaban parte de un programa de estudios en la

Academia de Moscú.usos, aparte de un chico que había venido de intercambio desde Alemania. Igual

queTrisha, formaban parte de un programa de estudios en la Academia de Moscú. Trisha había estado
acabando la parte de historia rusa de su grado de arte. El resto estaba allí por diferentes razones.

Ahora estaban todos retenidos dentro de la oficina porque el gerente del casino afirmaba que

habían hecho trampas.

Trisha todavía no lo entendía. —No he hecho trampas. ¿Por qué me estoy aquí?

—Shh —Minka siseó. —Solo quédate callada. No hables. Si tenemos suerte, nos dejarán ir

con una advertencia.

—¿Alguien ha llamado a la comisión del juego o algo? Trisha había oído hablar de esas cosas

en la televisión.

—¿Comisión del juego? Minka frunció el ceño. —¿Qué es esto?

—Como policías de casino —explicó Trisha.

Minka soltó una carcajada. —Esto es Moscú. Nos encontramos en un casino propiedad de la

mafia . No hay ninguna fuerza de policía que discuta con la mafia. Son los reyes aquí.

—Oh. Trisha se quedó en silencio.

Tragó nuevamente saliva y se preguntó si era momento de escribirle a su padre. Él era

detective en Cleveland. Uno del tipo sobreprotector. Por supuesto, eso la hizo dudar sobre pedirle
ayuda. Si la cagaba esta vez, tendría suerte de que laPor supuesto era el tal Anatoly Zaretsky que la
rubia les había informado que era el dueño del casino.mente fabricadas a mano se abrieron y entró un

hombre. Por supuesto era el tal Anatoly Zaretsky que la rubia les había informdo que era el dueño del
casino. Pero no parecía guapo en ese momento. Parecía aterrador como el demonio.

Trisha apretó sus puños para evitar temblar. El hombre todavía estaba mirándola. ¿Por qué?

Seguramente tenía que centrarse en la persona que realmente había hecho trampas, no es que nadie

estuviera admitiendo cualquier cosa. Los idiotas.

—Ahora —comenzó Anatoly. —¿Todo el mundo habla ruso con cierto grado de fluidez? ¿O

tengo que repetirlo en inglés?

—Todos lo entendemos —dijo uno de los muchachos dijo con una voz llena de falsa valentía.

Anatoly asintió con la cabeza. —Bien. Entonces dejarme ir al grano. Nuestro equipo de

seguridad tiene material sobre vuestro grupo haciendo trampas en las mesas de blackjack.
—¿Quién? —pidió el niño alemán. —Diga quien ha sido, y deje que el resto nos vayamos a

casa. Salgo mañana para volver a Berlín.

—No es tan simple —dijo Anatoly tranquilamente. —En mi casino, todos los que están con

alguien que engaña a la casa son considerados cómplices.

Una de las otras chicas se estaba apretando las manos, pareciendo tan asustada que podría

haber estado lista para romper a llorar. —¡Pero no hicimos nada! ¡No sabíamos que alguien estaba

haciendo trampas!

ANATOLY MIRABA A LA americana. ¿Cómo no podía? Su aplomo era increíble. Sus amigos

estaban prácticamente congelados de miedo, y parecía casi aburrida con el proceso Él la había visto
casi en el momento en el que entró en el casino. No veía muy a menudo mujeres con su aspecto. Con

su pelo corto, rizado, rojo fuego, piel pálida y ojos verdes brillantes, era única en un mar de rubias.

Ahora la señaló, apuntándola solo a ella aunque estaba en la parte posterior del grupo. —¿Tú?

¿No tienes nada que decir sobre este crimen que has cometido?

—Me parece ridículo que se me acuse de cometer un delito sin ningún tipo de prueba de haber

hecho nada mal y sin conocimiento Anatoly luchó por no reírse.eSus compañeros se estaban alejando

ya que tenían miedo de que fuera a provocarlos algún tipo de castigo.eñalarnos con el dedo.

Anatoly luchó por no reirse. Sus compañeros se estaban alejando ya que tenían miedo de que

fuera a provocarles algún tipo de castigo.

Anatoly se recuperó, poniendo su cara de juego y pareciendo lo más malo posible. —¿Te

atreves a discutir conmigo?

—Alguien tiene que hacerlo —replicó ella. —Si no todos vamos a ir a la cárcel por un delito

que sólo uno de nosotros ha cometido. —No sé los demás, pero me parece triste pensar que el

criminal entre nosotros aún no se haya identificado.

—¿Qué pasa si el criminal no es un él? —murmuró Anatoly. —¿Qué pasa si digo que el

criminal has sido tú?

—Estarías mintiendo.
—¿Me estás llamando mentiroso? Se sorprendió deliciosamente de su osadía.

Sus ojos verdes se redujeron, y puso sus manos en sus caderas en un gesto de pura molestia. —

No le estoy llamando mentiroso. Simplemente estoy diciendo que está mintiendo sobre este incidente,
porque que no he hecho trampas. No sabría cómo.

—El resto de ustedes queda excusado. Anatoly hizo una indicación a sus hombres, y guiaron a

los estudiantes restantes fuera de la oficina. —Tengo a mi criminal. Voy a ocuparme de ella de forma
adecuada.

Se dio cuenta de que la rubia que había visto antes con la pelirroja parecía realmente hecha

polvo. Las dos jóvenes se abrazaron. La pelirroja le susurró algo al oído de su amiga. La chica

asintió con la cabeza. ¿Un acuerdo tal vez? ¿Qué estaban diciendo? ¿Y por qué Anatoly estaba tan

obsesionado con averiguarlo? Apenas podría afectarle. Él poSi tenía vídeos del incidente del

engaño, entonces él sabía bien que Trisha no era culpable.estado tan asustada en toda su vida. ¿A qué
jugaba este hombre? Si tenía videos del incidente del engaño, entonces él sabía bien que Trisha no era
culpable. ¿Por qué mentiría? ¿Y eso no era ilegal? Ella ya había pedido a Minka que se pusiera en
contacto con la Embajada Americana. Si tenía suerte, un pelotón entero de Marines llenaría el

lugar y pondría a Trisha a salvo. Por ahora, sin embargo, tenía que pisar con cuidado.

Las puertas dobles se cerraron. El sonido era suave, y sin embargo, el significado era

ominoso. Trisha estaba sola con este hombre que exudaba a una especie de implacable poder que ella
no podía comenzar a desafiar.

—Ahora. Anatoly Zaretsky se giró para estar de cara con ella con una sonrisa fría. —

¿Charlamos?

—Soy ciudadana norteamericana —dijo rígidamente. —Tengo derechos.

Trisha se sentía terriblemente expuesta de pie en el centro de la habitación delante del

escritorio de Anatoly. No había estado tan mal cuando estaba en grupo. Pero ahora se sentía

vulnerable y más que un poco crispada. Había apenas mirado todas las cosas legales acerca de su

programa de estudios en el extranjero. Por supuesto había folletos y páginas web dedicadas a los

derechos de un ciudadano americano en suelo ruso. Trisha no recordaba demasiado de eso. Por lo

tanto tenía una opción. Fingir


—Ah sí, mi ciudadanía americana. No había duda de que Anatoly se estaba burlando. Él

levantó las cejas, y la comisura de su boca se torció hacia arriba en una burla. —¿Qué derechos

crees que tienes aquí en mi casino? Sobre todo cuando te he pillado haciendo trampas.

—Tengo derecho a contactar con mi embajada. No me puede retener aquí contra mi voluntad.

Tiene que entregarme a la policía.

—No. Dio una pequeña sacudida con su cabeza. —No tengo que hacerlo.

Este hombre hipnTomó un bolígrafo y comenzó a dar golpecitos en la mesa.él se dirigió hacia

su escritorio y se dejó caer en su silla. Parecía un estadista romano perezoso. Tomó un bolígrafó y
comenzó a dar golpecitos en la mesa. El sonido le volvía loca. Finalmente se detuvo y ella fue capaz
de concentrarse.

Él ladeó la cabeza y agitó la mano hacia la puerta. —La policía rusa es mi, cómo se dice esto

en América, son mis zorras. Hacen lo que quiero. Yo soy la ley aquí en Moscú cuando decido serlo.

—Eso es despreciable —susurró. —Entonces lo estás haciendo a propósito. Tú sabes que no

he hecho nada. ¿Sólo estás haciendo que esto recaiga sobre mí? ¿Con qué finalidad? ¿Por qué haces
esto?

Miró brevemente desconcertado. —Porque puedo. —Dio un pequeño guiño con su cabeza, su

cabello oscuro, mirada sexy y despeinada como si acabara de levantarse de la cama.

Trisha se castigaba por pensar tal cosa. ¿Por qué tenía que importarle que aspecto tendría

Anatoly Zaretsky al levantarse de la cama? ¡Odiaba a este hombre! ¡Era un completo idiota!

Respiró profundamente. Mantente tranquila y racional. —Señor Zaretsky, no sé lo que he

hecho para ganar su animosidad, pero tenga la seguridad de que fue inconscientemente. Mañana
tengo un vuelo desde Moscú, y realmente tengo que estar en él.

POR ALGUNOS MOTIVOS, la idea de que Trisha fuera abandonar Moscú el siguiente día era

completamente inaceptable para Anatoly. Él no podía decidir que le molestaba tanto. No era como si
no conociera a Trisha de nada. Ella era hermosa de una manera muy única. Eso era verdad. Sin

embargo, podía haberle una proposición para la noche y haberle bastado con eso. Aún así, no podía

imaginar a una mujer como Trisha cediendo a tal incentivo. Por lo tanto, necesitaba subir un poco las
apuestas. En cuanto supiera de que iba ella, superaría este enamoramiento extraño.
—Serás retenida aquí —anunció.

Ella abrió la boca. —¿Disculpa?

—He hablado en inglés. ¿Hay algún otro idioma que prefieres que uY he entendido bien lo que

has dicho., pero no podía resistirse presionarla un poco para ver cómo reaccionaba. Su mente le

fascinaba.

—Oh, te he escuchado. Y he entendído bien lo que has dicho. Ella puso una mano en su cadera

y lo miró. —Solo no puedo imaginaRompió a reír de una forma estridente que hizo eco en las

paredes de su oficina y dos de sus hombres irrumpieron empujando su puerta en estado de alerta.a.

Rompió a reir de una forma estridente que hizo eco en las paredes de su oficina y dos de sus hombres
irrumpieron empujando su puerta en estado de alerta. Él saludó a sus hombres. Le miraron como si

hubiera perdido su cabeza. Tal vez lo había hecho Aún estaba teniendo problemas conteniéndose

—¿Crees que eso es gracioso? —preguntó Trisha. —¡Estoy siendo totalmente seria! ¡Estás

abusando de tu poder! No es justo. No me puedes retener aquí.

—Mírame —dijo Anatoly con un resoplido descuidado. —Permanecerás aquí bajo mi

custodia durante una semana para pagar por tu crimen.

—Para pagar por mi...—miró horrorizada. —¡Por el amor de Dios! ¿Has perdido la cabeza?

¡Mis padres estarán frenéticos!

—No. Anatoly se encogió de hombros. —Ellos recibirán una llamada de la policía de Moscú,

diciéndoles que fuiste sorprendida haciendo trampas en un casino gestionado por la mafia. Será

suficiente explicación.

Ella resopló. —Mi padre te va a arrancar los brazos.

Anatoly tuvo que admitir que si la bravuconería de Trisha era indicativa, su padre

probablemente sería una fuerza a la que tener en cuenta. Sin embargo, no le importaba. SAnatoly se
puso de pie, sin ni siquiera molestarse a decir otra palabra antes de salir de su oficina.su oficina.

—Haré que alguien te muestre tu alojamiento. Anatoly se puso de pie, sin nisiquiera

molestarsea decir otra palabra antes de salir de su oficina.


Se detuvo en el pasillo fuera. —Hay una mujer en el interior —dijo Yakov. —Ponle bajo llave

en una de mis suites de huéspedes.

—¿Señor? —Yakov no podía ocultar su sorpresa.

Anatoly arrugó su labio, mostrando a sus hombres que tenían que hacer las cosas a su manera.

—Solo hazlo.

No hubo más discusiones, y Anatoly estaba alegre. No tenía exactamente una razón sensata

para su actual serie de opciones. Pero muy pronto se le ocurriría una y eso era todo lo que importaba.

Capítulo Tres

—¡No me puedes retener aquí! —gritó Trisha, golpeando la puerta con cada sílaba para

acentuar su ira. —¡Cabrones de la mafia rusa podéis iros al infierno por todo lo que me impEra
como si la hubieran sacado de una película mala de toda la vida.aSe alejó de la puerta, respirando

profundamente para tratar de calmar su ira.a pasando? Era como s la hubieran sacado de una película
mala de toda la vida.

Se alejó de la puerta, respirando profundamente para tratar de calmar su ira. No le haría

ningún bien perder completamente la cabeza. Necesitaba quedarse tranquila, racional y atenta. En

algún momento este Anatoly iba comete un error, y ella estaría esperando. Se escaparía y encontraría
la embajada de los Estados Unidos. Entonces volvería a casa. Ella no había hecho nada. No había

manera de que Anatoly pudiera probar que había hecho algo.

Girando en un círculo lentamente en el centro de la habitación, Trisha trató de asumirlo todo.

Nunca había visto nada igual que esta habitación excepto en las películas. Había techos nobles

artesonados con incrustaciones de azur y oro. El suelo era de moqueta afelpada tan grueso que notaba
como si caminara en una nube. La cama tenía cortinas reales atadas en las cuatro esquinas del

elegante dosel. A través de una puerta podía ver un cuarto de baño que parecía igualmente palaciego.

Era como estar encerrada en la torre de una princesa. Podría ser hermoso, pero eso no la convertía
menos en una prisión.

Trisha rozó sus dedos sobre la superficie prístina de un pequeño escritorio. ¿Por qué Anatoly

incluso tenía una sala como esta? ¿Era normal para él tomar un rehén femenino de vez en cuando? Lo
que todavía no había pensado era en la posibilidad de que él fuera a forzarla a hacer algo con él. O
que lo intentaría.

—¡Como si fuera a tumbarme y a dejar sucediera! —resopló.

Por supuesto, su cuerpo traidor podría permitirlo sin ella decirlo. No importaba cuánto quisiera
odiarlo, ella no podía dejar de sentirse atraída por ese bastardo.

Hubo un golpe en la puerta.

Ella se giró alrededor y buscó algo, cualquier cosa, que pudíera utilizar como arma. Al final,

no había nada. Tenía que conformarse con sacar la silla debajo del escritorio y mantenerla como una
barrera visible entre ella y la puerta.

Anatoly metió su cabeza dentro de la suite. La sonrisa en su rostro le hizo parecer que no había

sucedido nada. Era extraño e irritante. —¿Tienes todo lo que necesitas? Esta habitación es bastante
cómoda, espero.

—¿No te has tomado tus pastillas? —gruñó Trisha. —Estoy prisionera y me preguntas si tengo

todo lo que necesito.

—Simplemente estoy intentando ser amable. Tuvo la desfachatez de sonar irritante. —No hace

falta que seas grosera.

ANATOLY VIO LA indecisión a través de las atractivas facciones de Trisha. Sus mejillas se

pusieron de color rosa brillante con ira. Se la veía aún más atractiva cuanto más se enfadaba, si eso
era posible. Aún así, estaba jugando a un juego específico con ella en ese momento.

—Grosero —dijo ella lentamente. —¿Me estás acusando de ser grosera cuando me has

encerrado sin motivo?

—Te estás llevando una semana gratis en Moscú —dijo despreocupadamente. —Estoy seguro

de que este lugar es mucho más agradable que tu hotel. Ella no discutió. Él consideró eso un

comienzo. —Así que ¿qué te parece si te calmas y aprecias estas pequeñas vacaciones?

—Vale. Si esto son unas vacaciones, déjame llamar a mi familia.

—No creo que eso fuera una buena jugada por mi parte. Su tenacidad era admirable. Él solo

necesitaba que entendiera que también era inútil.

—¿Tienes hambre? preguntó casualmente. —Normalmente como a estas horas. ¿Te gustaría
unirte a mí en la terraza para comer?

—¿Comer contigo igual que si fuéramos amigos cenando juntos? Ella esatba agarrando la parte

posterior de la silla que estaba frente a ella. Sus nudillos estaban blancos de la fuerza que aplicaba.

—¿Qué me llevaría a hacer eso?

Anatoly se encogió de hombros deliberadamente despreocupado. La consideraba un animal

salvaje en ese momento, y estaba deseando domarla. —Como la mayoría de los seres humanos,

necesitas comer. Yo también soy humano. Por lo tanto tiene lógica que comamos juntos, ¿no? Si

quieres, haré que te traigan una bandeja a tu habitación. Pero las vistas desde mi terraza son muy
bonitas por la noche. Disfrutarías de ellas.

Podría decir que había tocado su punto débil. Como la mayoría de los animales salvajes,

Trisha anhelaba al aire libre, el aroma y el sabor de la libertad. Aunque fuera solo por unos minutos,
ella no iba a negárselo.

—Vale. Ella frunció los labios y le lanzó un mirada ardiente de aversión. —Pero esto no

cambia el hecho de que te quiero muerto.

—Por supuesto. Él no se tomó la amenaza seriamente.

Anatoly no tenía duda de que si la situación lo precisaba, Trisha podría defenderse bastante

bien. Pero sus maneras eran erróneas. Anatoly tenía mucha experiencia con la violencia. La creciente
violencia tenía una atmósfera casi siniestra. Trisha estaba experimentando cólera impotente. No era lo
mismo.

—Muy bien. Anatoly abrió la puerta. —Por favor, únete a mí en la terraza, señorita Trisha.

—Copeland —dijo ella tranquilamente. —Señorita Copeland.

.—Trisha Copeland —repitió Anatoly. —Me gusta.

Ella hizo un ruido muy femenino que recordó a Anatoly a un cerdo gruñendo en el barro. —

Como si me importara lo que piensas de mi nombre.

TRISHA sabía que estaba tomando una mala decisión, pero estaba hambrienta y cansada de

estar en esa maldita habitación. Ella siguió a Anatoly al pasillo. Pasó al lado de los dos bestias y se
resistió las ganas de hacerles la peineta. En realidad solo estaban haciendo su trabajo. Habían

escogido un trabajo cutre, claro, pero ese no era el problema de Trisha.


Cuando Trisha fue conducida a un ático en la planta superior del hotel, ella no había prestado

demasiada atención a su entorno. Ella había estado con sus amigos. Habían estado todos juntos y se
trasladaron a la oficina de Anatoly desde la puerta sin ver mucho de nada.

Ahora se daba cuenta de que su suite era sólo la punta del iceberg cuando se trataba de la

riqueza de este lugar. Dentro de la sala, dio un giro completo para tener todo el efecto.

—¿Estás impresionada por mi casa?

El tono medio petulante, medio curioso en la voz de Anatoly hizo que Trisha se tensara. No era

como si ella pudiera ocultar su respuesta, aunque odiaba a alimentar su ego. —Es agradable. Creo

que te estás esforzando demasiado, pero qué puedo saber yo.

—¿Esforzándome demasiado duro? Frunció los labios e hizo un gesto con la mano para

invitarla a que se explicara.

Trisha miraba los tragaluces, la iluminación empotrada en los techos abovedados, ricas

alfombras persas y la monstruosa chimenea de vidrio. —Es como si hubieras hecho a propósito este

lugar para que cualquiera que entre se quede impresionado con tu riqueza.

—¿No es eso lo que hace la gente rica? Él no sonaba orgulloso esta vez. Él sonaba como si

honestamente creyera que lo que decía era cierto.

Ella bajó su mirada de los detalles de la cavernosa habitación hacia el hombre que estaba de

pie en su interior. Era atractivo, potente y dominante de una manera que podría intimidar o

impresionar dependiendo de su estado de ánimo e intención. ¿Por qué le importaba todo ese

postureo? Ella exhaló lentamente, e intentó pero no pudo evitar ser curiosa acerca de sus orígenes y
motivaciones. La verdad es que Anatoly Zaretsky le fascinaba a un nivel peligroso.

—¿Bien? —dijo él.

Ella eligió cuidadosamente sus palabras. —En mi experiencia, los más ricos y seguros de su

riqueza no necesitan destacar. Simplemente viven sus vidas a su propio nivel de comodidad y no les
importa lo que cualquier otra persona pueda pensar.

Anatoly echó su cabeza hacia atrás y se rió una vez más. Era desconcertante. Por qué hacia reir

a ese hombre iba más allá de su comprensión. Pero en vez de sentir como si él se burlara de ella,
tenía la sensación de que él disfrutaba del humor que encontraba en lo que ella decía. Era

extrañamente halagador ser capaz de hacer reír a un hombre así.

Oh sí, ella tenía un gran problema.

Trisha caminó más allá de la sala de estar y entró en la cocina. Era grande, con una isla central

y electrodomésticos gourmet que habría hecho que su madre gritara de envidia. Una vez más, sin

embargo, tuvo la sensación de que era más para presumir. ¿Cómo era el Anatoly real?

—Ven —dijo. —La cena nos espera en la terraza.

ANATOLY MIRÓ A TRISHA ir hacia su ático y se preguntó sobre la extraña sensación de

satisfacción que le daba tener a esta mujer en su espacio personal. Podía sentir su presencia detrás de
él. Su vestido negro bien ajustado acentuaba cada curva de su atlético cuerpo. Dudaba de que incluso
se diera cuenta de lo sensual que era cuando se movía. La gracia pura de su caminar puso una

influencia inconsciente en su movimiento de cadera, haciendo aumento de la libido de Anatoly para

la ocasión.

Pero eso no era en lo que tenía que pensar ahora mismo.

Abrió las puertas de vidrio corredizas a la terraza. —Por favor, únete a mí.

La mesa se había sido puesta para dos con un mantel blanco prístino, velas y porcelana fina.

Había hecho que el restaurante del hotel proveyera una cena de mariscos de salmón braseado. Los

platos fueron servidos en un carro de plata al lado de la mesa y había un camarero uniformado para
servirles. Era exactamente como él había ordenado.

Trisha escogió una silla. Antes de que pudiera sentarse, la limpió y se sentó con muy poco

ruido. Entonces él tomó asiento uniéndose a ella en la mesa. Ni siquiera estar frente a ella era

demasiada distancia. A pesar del delicioso aroma de la comida, podía oler la leve fragancia femenina
que parecía ser su perfume natural. Realmente, esta mujer era un misterio que quería

descubrir.

—Por supuesto, tú habrías cenado así solo si yo hubiera rechazado tu invitación, ¿verdad? Ella

levantó sus cejas.

—Por supuesto. ¡No! Pero no necesitaba pensar sobre eso. Anatoly había planeado esta noche
para seducir y no había lugar para las dudas de ella en su plan.

—¿Vino? —preguntó, levantando la botella.

Ella puso una mano sobre su copa de vino. —Creo que me quedaré con el agua. Vale la pena

permanecer serena cuando estás con el enemigo.

—Como quieras. Él se encogió de hombros y se llenó un vaso.

Un guiño y el camarero colocó sus ensaladas delante de ellos. Anatoly la vio tomar un tenedor

y empezó a comer sin reservas. Su preocupación empezó a disminuir.

—Háblame de ti, Trisha Copeland —él presionó.

—Háblame de ti, Trisha Copeland —él presionó. Ella tragó su bocado de ensalada y miró

para arriba al cielo suave de la noche sobre la terraza. —Actúas como si se tratara de algún tipo de
cita.

—Tal vez lo es — sugirió él, sólo para ver lo que decía.

Tomó un par de bocados más de ensalada, obviamente no tenía prisa en responder. Anatoly se

encontró luchando por ser paciente. Él comió un poco más de ensalada él mismo para dar a su boca

algo que hacer.

—Soy de Cleveland, Ohio. Ella desplazó un hombro, con el escote de su vestido dejándole ver

su delicada clavícula. —No estoy segura de que haya mucho más que decir.

Anatoly ocultó una sonrisa detrás del borde de su copa de vino. Trisha podría pensar que no

había nada más que decir, pero él discrepó fervientemente.

Capítulo Cuatro

Trisha sintió la brisa fresca de la noche en sus mejillas calientes y se preguntó cuándo esa

situación se le había ido tanto de las manos. Llegó el momento de ser totalmente honesta con ella

misma. Estaba en una cita con un mafioso ruso que la tenía como rehén con alguna acusación falsa de
hacer trampas en su casino. La idea era ridícula y sin embargo aquí estaba riéndose y disfrutando del
mejor tiramisú que jamás había probado.

—¿No es italiano el tiramisú? —ella bromeó. —¿Qué? —¿No son los postres rusos lo

suficientemente buenos para ti?


Anatoly se echó a reír. Unas cuantas copas de vino lo habían relajado un poco. Por lo menos,

esa era opinión de Trisha. Ya no parecía estar planeando nada. Él sólo estaba disfrutando. El

resultado fue devastador. Sus negros ojos brillaban y brillaban con travesura, y las duras facciones de
su cara se relajaron en algo incluso aún más atractivo.

—Ah —dijo con una voz casi musical. —Tenemos muchos maravillosos postres y dulces

originarios de este país. Pero siempre tengo un punto débil para ciertas cosas. Por eso traje en un
cocinero de Francia y de Italia para trabajar en mi hotel.

—Muy elegante —dijo ella en tono jocoso. —Nada significa más la clase como un chef

francés.

—Esa parece ser la percepción del mundo. ¿No?

Trisha no pudo reprimir su curiosidad. —¿Tienes otros hoteles?

— Da —dijo. Hasta ahora, habían estado hablando en inglés. Él lo hablaba excepcionalmente

fluido, aunque algunas de las expresiones parecían todavía un misterio para su comprensión. Ahora

se pasó al ruso. —Tengo hoteles por todo el mundo. Aquí en Rusia tengo dos en Moscú. Uno en San

Petersburgo y dos spas resort en Siberia.

—¿Qué pasa con Siberia? Trisha no pudo evitar reirse. —En Estados Unidos pensamos que es un
lugar desolado a donde se envía a las personas como una forma de castigo.

—En la actualidad, es muy hermosa y mucho más poblada de lo que estuvo.

Trisha se puso seria. Pensó en Minka. Su amiga seguro que estaba muy preocupada y Trisha

estaba riendo y coqueteando mientras comía salmón con un criminal que la mantenía prisionera.

—¿Qué sucede muñequita? Su suave pregunta era totalmente incongruente con la imagen cruel

que había pintado de él en su cabeza.

Mirándolo en el suave resplandor de las lámparas de carruaje de la pared de ladrillo de la

terraza, ella intentó conciliar las dos máscaras de Anatoly Zaretsky. Estaba el estoico y poderoso
líder de una organización que apenas podía imaginar. Entonces esaba el hombre reía que estaban

sentado delante de ella. Él era un tipo que podía haber fácilmente ligado con ella en un bar o en un
club o incluso en el supermercado. Era encantador, ingenioso, un gran conversador y extrañamente

sensible, todo al mismo tiempo.


—No lo entiendo —dijo Trisha finalmente. —Pareces un tipo super agradable.

—Tal vez lo soy. Se sentó nuevamente en su silla, girando su copa de vino por el tallo.

—Si eso es cierto —dijo lentamente, consciente de que estaba a punto de entrar en un campo

minado verbal. —Entonces, ¿por qué no me dejas volver a casa mañana?

LA MENTE DE ANATOLY DESESTIMÓ esa posibilidad antes de que ella ni lo hubiera

sugiriendo. ¿Por qué pediría tal cosa? ¡Era absurdo! ¿Dejarla ir? ¿Por qué? ¿Para que ella pudiera
volar a 1 millón de kilómetros distancia y privarlo de esta extraña y maravillosa sensación de

normalidad?

No. Era la hora de hacérselo entender. —¿Por qué te quieres ir? Parece que estás disfrutando.

Puedo decir de tu conversación que has disfrutado de tu estancia en Moscú. De hecho, pareces

aburrida con tu vida en tu casa de todos modos. ¿Por qué no simplemente aprecian la oportunidad que
te he proporcionado?

—¿Oportunidad?

El tono plano de su voz podía ser el primer indicador de que esto estaba a punto de dar un giro

a peor.

Aún así, Anatoly siguió presionando adelante. —Sí. Te he dado una oportunidad única de vivir

en completo lujo mientras pasas unas vacaciones ampliadas en un país que te gusta. Estoy en la

posición de mostrarte mucho más de lo que cualquier simple visita podría proporcionarte. Podemos

recorrer museos, visitar lugares históricos y hasta hacer un pequeño viaje a uno de mis spas si lo
deseas.

—Vacaciones. Ella estaba balbuceando. Sus mejillas se estaban sonrojando que da vuelta, y

observaba fascinada de horror como el rubor se propagaba hacia abajo por su cuello hacia su pecho.

Incluso las copas cremosas de sus llenos y redondos pechos eran una pálida sombra de color rosa. —

¿Piensas que debo estar feliz de que me hayas quitado mi independencia y apreciar la oportunidad de
pasar unas vacaciones con mi carcelero?

Trisha se levantó tan rápidamente que su silla se volcó hacia atrás. Ella se alejó de la mesa,

tropezando con sus tacones. Fue rígidamente hacia la barandilla de la terraza. Los grandes pilares de
piedra eran bastante sólidos, pero Anatoly no podía evitar preguntarse si en su estado actual ella
podría realmente ser capaz de levantarlos de sus cimientos.

—No me equivoqué antes —gruñó. —No te has tomado tus pastillas. ¿Qué me haría querer ir

de vacaciones con un hombre que me acaba de acusar de hacer trampa en su casino en algún extraño

intento de convertirme en su mascota?

Él podría la entendía, por supuesto, pero no iba a decírselo. Levantándose, él cubrió la

distancia entre ellos, con unos largos pasos. Ella se apartó casi como si tuviera miedo al castigo
físico por sus palabras.

Eso le hizo enfadar. ¿Cuándo había él mostrado inclinación alguna a dañarla de tal manera?

¿Alguien la había herido así? La idea hizo que su sangre hirviera. Le demostraría que no tenía

ninguna intención de dañarla. De hecho, sus inclinaciones eran totalmente lo contrario.

Agarrándola por la cintura, la acercó. La sensación de sus curvas contra su cuerpo era exquisita. Él
casi gimió en voz alta por las sensaciones placenteras que azotaron a través de sus

sentidos. Antes de que ella tuviera tiempo de procesar lo que estaba sucediendo o empujarlo,

Anatoly puso sus labios sobre los de ella y tomó sus labios en un beso profundo de total dominación.

ÉL ESTABA BESÁNDOLA y Trisha ni siquiera tuvo los medios de detenerlo. ¿Qué era lo que

le pasaba? ¡Pero sabía tan bien! ¿Cómo podía saber tan bien? Ella enroscó sus brazos alrededor de

su cuello y tocó la sedosidad de su pelo con la yema de su dedos.

Los labios de Anatoly iban más allá de lo suave. Ella suspiró, dando un pequeño gemido. Él se

aprovechó de su estado de confusión. Deslizando su lengua en su boca, él la frotó con la suya. Trisha
se sorprendió al sentir humedad entre sus piernas. De hecho, se estaba derritiendo por debajo de su
ombligo. Todo ahí abajo en llamas. Ella se retorció un poco, con el movimiento presionando sus

pechos aún más firmemente contra su pecho. Él la mantuvo más cerca, y sus pezones se pusieron

duros.

La fricción era para morirse. La tela de su sujetador de satén, de su vestido y su camiseta

contra sus pechos sensibilizados la volvió casi loco de deseo. Sintíó como sus manos se aferraban a
sus nalgas. Le dio un pequeño apretón, y ella gimió una vez más. Su cuerpo estaba respondiendo a él
de una manera que nunca había experimentado con nadie más. Su lista de amantes no era larga, pero

ella nunca había estado con nadie como Anatoly Zaretsky.


El pensamiento fue como una jarra de agua fría en su cara. ¿Qué estaba haciendo?

Desenganchándose de Anatoly, dio un paso atrás y trató de pensar claro. O tal vez estaba

buscándole sentido, porque eso parecía haberse ido totalmente de las manos.

—¿Qué sucede? Su voz era tan suave, casi persuasiva.

Ella cerró de golpe la puerta a su deseo y se obligó a dar un paso mental atrás. —Esto está

mal.

—¿Cómo?

Parecía tan terriblemente guapo. Sus labios estaban llenos, su pelo estaba alborotado de sus dedos y
sus ojos brillantes con lujuria. Podía ver la pasión en él. ¿Tal vez ese era el problema?

Nunca había visto nada igual con ningún otro hombre. ¿Cómo podría alguien tan frío y calculador

también estar en contacto con, bueno, con esto? El deseo le asaltaba como en olas. Se sintió deseada
por primera vez en su vida.

—Voy a volver a mi cuarto —ella masculló.

Girando sobre sus talones, fue hacia la puerta corrediza de vidrio y se abrió. Dentro. Por el

pasillo. Los dos bestias seguían parados delante de su puerta. Ella no se reprimió las ganas esta vez y
le mostró a cada uno el dedo, completamente desconcertada cuando la única respuesta que obtuvo fue
ver una mueca de diversión en sus bocas.

Entró en su cuarto y cerró de golpe la puerta para toda la noche. Se metería en la cama, y por

la mañana recordaría que Anatoly Zaretsky era su enemigo. No importaba lo que su cuerpo parecía

inclinado a pensar.

ANATOLY SINTIÓ DECEPCIÓN mezclada con satisfacción hasta que se encontró

sonriéndose para sí mismo fuera en la terraza. Él se había metido en su piel, vale. De hecho, él sabía
más sobre Trisha de lo que ella parecía saber sobre ella misma. La mujer era la pasión encarnada. La
primera vez que la había visto en el casino esa noche, sabía que ella sería una tentación en la cama
para el hombre que estuviera dispuesto a tomarse su tiempo para llevarla allí. Eso solo lo dejó con la
necesidad de jugar al juego hasta que él la convenciera de que se rindiera a lo que ella de todos

modos quería .

—¿Señor? La voz de Yakov despertó a Anatoly de su ensoñación.

Girándose, levantó una ceja. —¿Sí?


—El jefe de policía está aquí para verte como pediste.

—Muchas gracias. Tráelo aquí fuera.

—¿Aquí fuera? Yakov levantó una ceja.

Esta era la segunda vez que el hombre parecía cuestionar una leve desviación de la rutina normal.
¿Era realmente Anatoly tan predecible? Si era así, iba a tener que trabajar en eso un poco.

—Sí —dijo Anatoly, con una exasperación encubierta. —Eso es lo que he dicho, ¿vale?

—Sí, Señor. Lo siento, Señor. Yakov hizo una reverencia en respeto y desapareció.

Momentos más tarde, el jefe de la policía llegaba al balcón. Yakov cerró as puertas y Anatoly

se giró para estar de cara con el hombre que se había convertido en nada más que un lacayo en los

cuatro años que él había mantenido su oficina.

—Tengo una petición —dijo Anatoly lentamente. —Tengo una mujer aquí que encontré en mi

casino.

—Sí. El jefe Polzin asintió brevemente. —Ya he recibido llamadas de sus padres.

Anatoly sintió que las cejas se le empezaban a levantar en estado de shock y rápidamente hizo

que su rostro se suavizara. —¿Y su respuesta?

—Les recordé que como visitante de nuestro país, está sujeta a todas las leyes locales. Polzin

parecía ligeramente incómodo. —Su padre es un hombre muy decidido, Señor Zaretsky. Me imagino

que podría ser bastante tozudo si decides retener a la mujer más tiempo.

—La retendré tanto tiempo como quiera —dijo Anatoly firmemente. —O mientras tenga mi

atención, supongo.

Polzin asintió con la cabeza. —Como desee.

—Le dirás su padre y su embajada que ella está detenida por la mafia hasta que puede pagar

por sus crímenes. Allí. Eso sonaba razonable, ¿no? Aunque sinceramente a Anatoly le preocupaba

poco si estaba siendo razonable. Había decidido que quería a Trisha Copeland. No le importaba que

barreras hubieran entre él y sus deseos. Conseguiría lo que quería de la misma manera que siempre.

—Eso será todo —dijo Anatoly, despidiendo a Polzin con un movimiento de su mano.
—Le sugeriría precaución.

Anatoly se giró súbitamente, asombrado por la audacia del jefe. —¿Precaucíón?

—Sí, Señor. —dijo Polzin nerviosamente. —Estos estadounidenses pueden resultar un

fastidio. Sólo le sugiero precaución, señor.

—Puedess sugerirlo, Polzin. El tono de Anatoly era frígido. —Pero haré como mejor me

parezca.

—Por supuesto.

Polzin se fue, y Anatoly se quedó solo con sus pensamientos. Su padre estaba a un océano de

distancia. ¿Cuántos problemas podía realmente causarle ese hombre?

Capítulo Cinco

Trisha presionó la espalda contra el cabecero tallado y plegó sus rodillas hacia su pecho.

Envolviendo sus brazos alrededor de sus piernas, descansó la barbilla en las rodillas y suspiró. Sólo
un hilo de luz asomaba a través de las gruesas cortinas para aliviar la oscuridad en su habitación.

Sentía opresión, lo que era apropiado.

Estaba disgustada con ella misma. De hecho, se sentía avergonzada de su comportamiento.

¿Por qué había caído tan profundamente bajo el hechizo de Anatoly? Ella no era así. Tenía que salir
de aquí e irse a casa.

Exhalar lentamente, Trisha se arrastró fuera de la cama. Se puso de pie y enderezó su columna

vertebral. Esconderse aquí en esta prisión dorada ya no era una opción. Ya estaba bien de ser tímida.

Era hora de tomar el destino por la mano y hacer una elección.

Deseando tener ropa real, Trisha presionó su espalda contra la pared al lado de la puerta.

Aguantó la respiración. No había ningún ruido al otro lado de la puerta, pero no podía estar segura
de no hubiera ningún guardia apostado. Ella reunió coraje y giró el pomo. Hubo un momento de

sorpresa total cuando giró. No tenía ningún sentido que el la encerrara dentro y luego no hiciera

ningún esfuerzo por mantenerla allí. Tal vez él se había relajado, o pensara que ella no tenía el valor
para escapar.

El pasillo estaba desierto. La luz de la luna entraba a través de las ventanas y bañaba el suelo
de madera en luz azul pálida. Buscó a los matones, pero el apartamento parecía estar abandonada. No
había ningún indicio de movimiento y no se podía oír ni un sonido. Caminaba con cuidado, llevando

sus zapatos en la mano y colocando sus pies descalzos sobre el suelo.

Ella siguió una ruta medio recordada en su mente. No había prestado suficiente atención

cuando entró en el apartamento con sus amigos cuando todo esto había comenzado. Sentía como si

hubiera sido hacía un millón de años, pero en realidad sólo había sido esa misma tarde.

La puerta delantera se veía delante. Trisha aceleró su paso, con ganas. Pero cuando puso su

mano en el tirador ornamentado de la puerta, ella retrocedió. Sintió un nudo en el estómago, y su

corazón latía tan rápido que apenas era un alboroto detrás de su esternón. abEsto era demasiado

fácil. Tenía que haber algún truco.

Respiró profundaente, estabilizó su respiración y se forzó a agarrar la puerta a pesar de que su

mano estaba temblando.

Pero en ese momento se vio obligada a hacer frente a una pregunta muy importante: ¿A qué

estaba volviendo?

EN LA OSCURIDAD del vestíbulo entre la puerta delantera de su ático y del ascensor,

Anatoly esperaba que Trisha saliera del apartamento. No tenía ninguna duda que ella aparecería en

cualquier momento. Había dejado la oportunidad abierta solo para ver que sucedería. Pasaba el

tiempo, primero más rápido y después más lento, y empezó a creer que de alguna manera había

logrado escalar la parte exterior del edificio y escaparse.

El pánico se apoderó de él. Anatoly saltó de la silla. Con las prisas, tiró una mesa antigua que

estaba en el centro del espacio. La mesa se inclinó en un ángulo loco y el jarrón que estaba encima se
deslizó sobre el borde. Anatoly intento alcanzarlo y falló.

El sonido de porcelana chocando contra el mármol fue ensordecedor en el pequeño espacio

del vestíbulo. El ruido hizo eco en el techo y rebotó en las paredes como disparos. Los sensores de
movimiento oscilaron en la oscuridad. Segundos después, sonó la alarma. En el otro lado de su

puerta, por el pasillo, se oyó el sonido de botas corriendo.

Anatoly apenas tuvo tiempo de respirar antes de que la puerta se abriera de golpe. Yakov
apareció, con su arma apuntando recto en la cara de Anatoly.

—¿Señor? Yakov bajó su arma, haciéndole gestos a Sergei para que hiciera lo mismo. —¿Está

usted bien?

—¿Estás bien? Anatoly estaba más molesto consigo mismo que sus hombres. Estaba actuando de
manera ridícula. Pero realmente esperaba que Trisha tratara de escaparse esta noche. La había

dejado completamente sin protección detrás de una puerta abierta sólo para eso. Él había querido que
ella viera lo ridiculo que era escapar incluso cuando parecía posible.

Ahora Anatoly se planteaba si ella había podido jugársela.

Recordó la misión inicial que había acabado con el jarrón roto. Señalando hacia el desorden,

le habló a Yakov. —Por favor, llama a alguien para arreglar esto.

—Por supuesto, Señor. Yakov frunció el ceño. —¿Seguro que estás bien?

Pero Anatoly no respondió. Él iba ya por el pasillo hacia la habitación de Trisha. Abrió la

puerta sin llamar y encendió la luz con el interruptor de pared.

Ella se sentó en la cama, parpadeando vagamente por la luz que inundaba la habitación.

—¿Qué estás haciendo? —dijo ella bostezando.

Él dijo lo primero que vino a su mente. —¿Por qué estás aquí todavía?

—Porque me tienes prisionera, ¿recuerdas? Ella parecía confundida. —¿Estás borracho?

Anatoly se quitó su ansiedad y trató de recordar que se suponía que tenía que estar tranquilo y

en control de sus emociones. Él se miró sus uñas, tratando de mostrar una actitud aburrida. —

Esperaba que intentarías huir.

—¿A dónde iría?

Él no tenía ninguna respuesta para eso. Cualquier cosa que dijera podía ayudar a que se

inventara un plan de fuga.

Así que él no respondió, haciendo otra pregunta. —¿Por qué no ibas a intentar volver a casa

mañana?

—Tal vez he cambiado de pensar —dijo rígidamente. —Soy una mujer. Sucede.
La sorpresa le hizo marearse. —¿Has cambiado de pensar? ¿Sobre volver a los Estados

Unidos?

—No sobre eso. Ella agitó su mano casi despreocupadamente. —Solo he cambiado de pensar

sobre volver a casa.

TRISHA NO quería decir nada más. Habría cedido demasiado. Por el contrario, trataba de no

centrarse en la manera deliciosa que tenía su pelo revuelto, la camisa colgando semiabierta con los
botones deshechos y sus pantalones con los pies descalzos. El hombre era absolutamente una delicia.

Pero también era obvio que no iba a irse y respetar su privacidad después de que ella le hubiera

dejado caer una bomba tan brusca en su cabeza.

—¿No quieres irte a casa? —preguntó con incredulidad. —¿Qué pasó con lo que tu padre era

un hombre terco que nunca dejaría de buscarte?

—No estaba mintiendo sobre eso. Decidió que no había ninguna razón para no ser

comunicativa sobre ese peligro en particular. —Será el más grande grano en tu culo. En serio.

—Extraño, pero es la segunda vez en un día que escuchó esas palabras aplicadas a tu padre.

Parecía más divertido que irritado. Bien.

—Tal vez también lo es para mi —sugirió con precaución.

Algo pareció hacer clic en la expresión de Anatoly. Se quedó quieto, apretando las manos

lentamente cerrando los puños a los lados. —¿Estás diciendo que tu padre te pega?

—¡Oh no! —dijo rápidamente, al darse cuenta de su error. —No, para nada. Lo siento. No

quise darte esa impresión. Trisha intentó explicarse. —Mi padre me quiere. Solo me quiere un poco

demasiado y un poco demasiado en serio.

—¿Sobreprotector?

Movió su cabeza asintiendo. —Mucho. Quería estudiar en el extranjero para alejarme por un

tiempo.

—¿Y ahora?

—Y ahora, no lo sé. Trisha se sentía incómoda con esta conversación. ¿Por qué estaba
discutiendo sus planes futuros con el hombre que la había tomado cautiva contra su voluntad? Oh,

espera. Porque si ella era inteligente, podría utilizarlo para conseguir lo que quería. —Me estás

ofreciéndome una manera de quedarme aquí. No sé lo que viene después de eso. Voy a tener que
tocarlo de oído.

Él dijo algo en ruso que no pilló del todo. Entonces él se rió entre dientes. —Eres una mujer

muy interesante, Trisha Copeland. Cuando creo que he averiguado como eres, cambias y siento que

debo empezar de nuevo.

—Bien. Odio ser predecible. Ella se movió de forma incómoda en la cama. Esto era muy

extraño. Ella estaba tumbada en la cama aún llevando su vestido. Y ella no tenía ni idea de si Anatoly
sabía que ella había estado muy cerca de escaparse de su ático.

ANATOLY MIRÓ FIJAMENTE A Trisha, porque él no podía parar. Ella se sentó en el centro

de la cama con las mantas dobladas hasta su pecho. Su pelo rojo estaba suavemente desordenado,

con sus cortos rizos cayendo hacia delante sobre sus mejillas y enmarcando su rostro. Los ojos

verdes eran soñolientos, y sin embargo, la inteligencia que brillaba de ellos era considerable. Era
totalmente besable y totalmente encantadora.

Anatoly estaba sentado en el borde de la cama. En unas ocasiones Trisha parecía ser una

seductora experimenada. En otras cualquier otra cosa. El contraste le encantaba. Él se acercó y tomó
su mano en la suya. Había trazado de las líneas en la palma de su mano y le sentía temblar bajo su
toque.

—Disfrutarás de tu semana aquí conmigo —decidíó.

Ella tiró su mano hacia atrás. —Así que, ¿no estamos nosotros ni pretendiendo ahora que

cometí algún delito falso en tu casino?

Había olvidado eso por el momento. Qué extraño. —¿Importa?

—Me insultaste —dijo silenciosamente. —Así que sí. Es importante.

—Ah, tu orgullo ha sido herido por la idea de que puedas ser percibido como un criminal. ¿Sí?

—Sí. Ella estaba mirándole como si fuera un bobo. Qué noble

Anatoly se encogió de hombros y tiró de la mano de ella hacia su regazo. Tocó el interior de su

muñeca y sintió su pulso debajo de su piel. Ella era tan femenina, y sin embargo, no veía ni una pizca
del cálculo o la manipulación que tanto se había convertido en una parte de su reciente experiencia
con el sexo femenino.

Le levantó su muñeca a sus labios y besó la piel suave. Ella se estremeció. Él sonrió y lo hizo

de nuevo, esta vez dejando que sus labios resbalaran por el interior de su brazo. Llegó a su codo y se
quedó sobre la suavidad allí antes de ir más arriba. Él podía sentir su entrega en la forma que ella se
inclinó hacia él como si ella estaban buscando más contacto.

—Trisha —murmuró suavemente. —¿Tienes alguna idea de lo guapa que eres?

—No es algo que oiga habitualmente. Ella dio un pequeño resoplido de incredulidad. —Es

probablemente por la novedaad. Se te pasará muy pronto.

—No. Él se preguntaba por qué ella se negaba a creer su propia deseabilidad. —No se me

pasasrá. ¿Quieres ver la prueba?

—No puedes probar algo como eso. Es impos...

Arrastró su mano hacia al bulto entre sus piernas y presionó la palma de su mano contra su

erección. La sensación de sus dedos delgados tocando su carne hinchada era erótico. Con una

respiración rápida, él la miró y esperó que apareciera comprensión en su rostro.

—¿Es eso —? Parecía no encontrar las palabras adecuadas. —¿Lo tienes — duro — por mí?

—Sí.

—Pero no he hecho nada.

Anatoly rió bajo. ¡Cuánta inocencia! Y aún así tenía claro que no era la primera vez que había

tocado la erección un hombre. —No tienes que hacer nada, malenkaya. A eso me refería.

Capítulo Seis

Trisha sintió una sacudida de emoción nerviosa atravesando su cuerpo. La primera vez que

había visto a Anatoly Zaretsky, se había quedado sorprendida por la belleza y el poder de este

hombre. Pensar que, una don nadie de Cleveland, pudiera tener ese efecto era halagador.

—Debería decirte que salieras de la habitación —dijo tranquilamente. Debo decir que no me

interesa y que quiero ir y nunca volver.

—¿Pero?
—No sabía que pudira hacerlo.

—Así que no. Déjame mostrarte lo bien que puedo hacerte sentir.

—¿Y para ti? —se preguntó. —¿Y tú qué te llevas? Porque no soy tan ingenua como para creer

que hagas algo sin beneficiarte tú mismo.

—Oh malenkaya, a veces creo que eres una extraña mezcla de experiencia e inocencia. Él rozó

sus dedos sobre la mejilla. —¿Cómo puedes imaginarte que no vaya a sacar nada? Hacerte sentir

bien significa tanto para mí como para ti.

—Eso me parece difícil de creer. Ella había estado con hombres antes. Sabía de que iba el

juego.

—Tus otros amantes deben haber sido terriblemente egoístas. Él parecía estar casi riéndose de

ella.

—Sí, siento no haberme acostado con la mitad de la población de Cleveland sólo para tratar

de encontrar a un hombre que fuera decente en la cama. Estaba ligeramente molesta de que se metiera
con ella por no haber actuado más como una fulana.

—No. Se acercó a ella en la cama y comenzó a frotar suavemente sus brazos desnudos. —No

pienses nunca que me gustaría que tuvieras más experiencia. Eres perfecta como eres. De hecho,

podría sugerir que tu falta de picardía es reconfortante.

—Al parecer tú te mueves con furcias —ella murmuró.

Había una sensación extraña entre ellos. Hubo una pausa pesada. Entonces él acunó la parte

posterior de su cabeza en su mano y tomó sus labios en un beso profundo.

Trisha se olvidó de cómo respirar. Su mente se ablandó y lo único en lo que podía pensar era

en lo bien que sabía. Su contacto era eléctrico.

Él la empujó hacia atrás, hasta que él estuvo encima de su cuerpo en la cama. Ella debería

haber protestado. Algo. Esto era una mala idea. Sin embargo, cuando él la besó otra vez, cualquier
pensamiento de decir completamente que no se alejó de su mente. Ella envolvió sus manos alrededor

de su cuello y entrelazó sus dedos en su cabello oscuro.


Cediendo a las ganas de tocarlo, sintió la fuerza de sus hombros a través de su camisa. Ella

pasó suavemente sus uñas por su espalda. Por último, se agarró a sus bíceps y empujó hacia arriba

para sentir su calor de él contra la parte delantera de su cuerpo. Él estaba muy caliente. Sus pezones se
endurecieron debajo de la tela de su vestido. Se había quitado el sujetador antes de volver a la cama.
Ahora deseaba estar totalmente desnuda. Quería estar piel con piel con Anatoly de la manera

más íntima posible.

ANATOLY ESTABA BAILANDO en el borde de su autocontrol. No había nunca deseado tanto

a una mujer en su vida. Sus manos temblaban al tocarla. Tomando con cuidado un pliegue de la tela

entre sus dedos, levantó su falda lo suficiente para poner una mano en su sedoso muslo liso. Su piel
era cálida y firme bajo su contacto.

Sujeta su peso sobre las rodillas y colocó ambas manos sobre la parte interna de sus muslos.

Mirándola abajo, esperó ver si ella se protestaba. No había palabras de rechazo en sus labios. Por el
contrario, ella estaba mirándolo con un cálido afecto que parecía tan fuera de lugar entre personas
que habían sido adversarios apenas horas antes.

—Saquemos este vestido, ¿vale? —instó en voz baja.

Ella no protestó, en su lugar levantó sus brazos y le ayudó a liberar su cuerpo de la tela. Él no se
quitó su ropa en un intento de autocontrol. Entonces él tiró su vestido al suelo. Ella no llevaba
sujetador y sus bragas eran negras con un pequeño lazo rosa justo debajo de su ombligo.

—Eres exquisita —él respiró. —Tan hermosa.

Su piel era tan pálida como el alabastro más perfecto. Un puñado de pecas estaban esparcidas

sobre su pecho y su vientre era liso y plano. Él utilizó un dedo para hacer círculos en su pezón

izquierdo. Chupó con una respiración fuerte, y el pezón rosa pálido se volvió un punto duro. Ella

arqueó su espalda, empujando su pecho al contacto.

Se trasladó a su pecho derecho, haciendo círculos en el pezón hasta que ella lloriqueó de

necesidad. Finalmente, bajó la cabeza a su pecho y le dio un lametón a cada uno. Su cuerpo entero se
convulsionó cuando él la tocó. Nunca había encontrado a una mujer tan receptiva. Su excitación se

disparó como anticipo al momento de unirse.

Dejando que sus dedos caminarán hacia su vientre, se tomó su tiempo mientras se acercaba a

la cinturilla de sus bragas. Su estómago se estremeció y se contrajo reflexivamente al cosquillear la


piel blanda. Ella estaba mirándolo. Podía sentir la pesada la mirada sobre él mientras deslizaba

suavemente sus dedos por debajo de sus bragas para acariciar su montículo.

El pelo era grueso, pero tenía muchas ganas de verla por primera vez. Ella puso sus pies en la

cama y levantó sus caderas para ayudarle a quitarle su ropa interior. Él las deslizó por sus piernas y
las dejó caer al suelo con su vestido. Después obtuvo su primera vista de su coño.

—Perfecto —le dijo. —Nunca he visto nada tan bonito.

Un parpadeo de duda cruzó sus cara, pero a él no le importó. Ella era exactamente como él

había dicho. La tira de pelo corto que cubría su montículo era e un hermoso tono rojo pálido que

coincidía con el pelo de su cabeza. Él la animó a doblar sus rodillas y mostrarle el dulce centro de su
cuerpo. Cuando lo hizo, fue bendecido con la vista de sus pliegues color rosa.

—Estás mojada para mí, malenkaya —murmuró. —Tan bellamente mojada. ¿Puedo tocarte?

IBA A MORIRSE si no lo hacía. Trisha no había estado nunca tan excitada en toda su vida.

Ella se retorcía en la cama, lloriqueando un poco mientras trataba de calmar su anhelo. Él la miró
hacia abajo maravillado. Ella no lo entendía. Era sólo otra mujer. Alguien como él podía tener una
mujer diferente cada día de la semana. ¿Qué la hacía tan especial?

Entonces él rozó suavemente los pliegues de su coño con las yemas de sus dedos, y ella se

olvidó de cómo pensar. El más delicioso sentido de la anticipación le golpeó a la vez. Todo dentro de
su cuerpo se contrajo. La punta de su dedo índice frotó en círculos su clítoris. Él encontró un lugar
justo a la izquierda y comenzó a frotar en pequeños círculos. En pocos segundos, ella estaba

encaramada en el borde de un orgasmo maravilloso.

—¡Anatoly! —ella jadeó. ¡Oh Dios, oh Dios!

Los dedos de los pies se curvaron y la espalda se arqueó mientras ella era arrojada al

precipicio en un pozo en el que se arremolinaba el deseo y la culminación. Era tan bueno. No había
tenido nunca nada tan bueno. No era ni como cuando ella usaba sus propios dedos.

Ella pensó que él pararía, pero no lo hizo. Siguió haciendo círculos, más lento y despúes

rápido solo para introducir sus dedos y frotar sobre sus pliegues hinchados con el flujo que salía
abundantemente de su interior. Nunca había estado tan mojada y preparada en su vida. Sus músculos

interiores se flexionaron de nuevo y sintió como su cuerpo se preparaba para correrse una segunda

vez.
Anatoly se puso de rodillas, luchando por quitarse su ropa. Ella miró fascinada como su polla

salía de sus pantalones. Era enorme. Era muy larga, pero también era gruesa como su muñeca en la

base con pesados testículos con pelaje oscuro. Ella jadeó un poco impresionada y quizás un poco

nerviosa.

—Estás tan lista para mí, malenkaya —él canturreó. —Estás mojada, resbaladiza y perfecta

para mi. Fuise hecha para mí.

Sus palabras le proporcionaron una extraña comodidad. Ella separó sus rodillas un poco más

para acomodar su peso mientras él se colocaba propio para penetrarla. El extremo de su polla golpeó

la entrada de su coño. La cabeza era redonda y suave. Quedó atrapada contra su apertura resbaladiza y
entró.

Ella abrió la boca un poco por la repentina intoducción . No era su primera vez, pero de lejos

era la más grande. El proceso de unión pareció llevar un tiempo angustioso. Sus músculos internos

quemaban al estirarse a lo que ella sintió que era lo máximo. Entonces él dejó de empujar y ella se
dio cuenta de que él estaba introducido completamente en su cuerpo.

Se paró. Finalmente, no podía esperar más y envolvió sus piernas alrededor de su cintura.

Apoyándose, arqueó su espalda y apretó su coño contra él hasta que sintió su polla presionar

profundamente dentro de su cuerpo.

La sensación era absolutamente increíble. Ella nunca había experimentado nada igual.

Deseando más, ella lo repitió una y otra vez. Finalmente, Anatoly agarró las caderas entre sus manos
y comenzó a follársela en serio. Salió y entró de golpe dentro de ella una y otra vez hasta que ella
pensó que podría morir de la lujuria.

—¡Más, Anatoly! —suplicó. —¡Más!

SUS PALABRAS LE ENVIARON por encima del borde de la cordura. Él la agarró más

fuertemente y golpeó con su polla dentro de su coño una y otra vez hasta no tener sentido otra cosa
más que la fuerte sensación de ella. Nada había sido nunca tan perfecto. Ella estaba mojada y

caliente. La fricción de la parte inferior de su vega era lo mejor que podía haber soñado que fuera
posible.

Sus bolas se fueron endureciendo cada vez más al acercarse al clímax. Sin embargo, el quería
sentir como ella se corría con él. No era suficiente verter su simiente dentro de ella. Él quería llegar a
su clímax al mismo tiempo.

Encontrando el lugar donde sus cuerpos se unían, puso sus dedos sobre su clítoris. Él se

estremeció ante la decadente sensación. Podía sentir el fondo caliente de coño alrededor de su polla y
sentir su respuesta en las palpitaciones de su clítoris. Su sangre le llegó a su ingle. Ella estaba a

punto para otro clímax. Muy suavemente, él presionó sobre su clítoris.

Su columna se arqueó y ella echó su cabeza hacia atrás contra el colchón. Un grito roto salió

de sus labios, y segundos después sintió como todo dentro de ella se contraía tanto que apenas podía
moverse. Ella estaba bloqueada por su polla. Nunca había sentido nada igual.

—No puedo aguantarme, malenkaya —soltó. —Tengo que correrme.

—¡Por favor! —ella jadeó.

Él empujó una vez más y sintió el pulso de su polla al derramar su semen dentro de su

anhelante cuerpo. Él sujetó su peso en sus manos antes de derrumbarse y aplastar su cuerpo más

pequeño. Ella apretó sus nalgas, empujando su polla aún más profundamente dentro de su cuerpo.

Ella se aferró firmemente alrededor de él. Tanto que él apenas podía moverse. Finalmente, él rodó

hacia el lado, llevándola con él y envolviendo sus brazos alrededor de su sudoroso cuerpo.

—Eres única en todo el mundo —susurró en ruso.

Ella dio un bostezo lujurioso. —Realmente deberías salir más.

Se rió, preguntándose si ella incluso se había dado cuenta de que una vez más él tenía razón.

—Y tú tienes que aceptar un elogio cuando te lo dan.

—Bien —gruñó ella. obviamente irritada. —Acepto el cumplido idiota.

—Gracias. Él se rió entre dientes, incapaz de contener el humor que ella había provocado en

él. —Debería irmre para que durmieras un poco.

Ella murmuró algo, y después hubo un silencio total. Él escuchó el suave sonido de su

respiración. Nunca antes había sentido el impulso de pasar la noche con una mujer. Generalmente

salía de su cama y volvía a casa. Ni siquiera las llevaba a su apartamento.

Esta vez era extrañamente diferente.


Sacudiéndose esa sensación, la colocó suavemente en la cama. Rodó hasta el borde y se sentó.

Sus pantalones estaban medio sacados. Su camisa estaba abierta. Y lo único en lo que podía pensar

era en desnudarse y subirse a la cama.

Pero eso habría sido una mala idea. Ahora no era el momento en su vida en el que necesitaba

las complicaciones de una relación real. Frotándose la cara, se abotonó y se subió la cremallera de
sus pantalones. Salir de la habitación era difícil. Apagó la luz, cerró la puerta y se felicitó por su
increíble fuerza de voluntad.

Sí. Tenía un gran problema.

Capítulo Siete

Trisha había rodado sobre en la cama y se despertó de su sueño. Había tenido un sueño

maravilloso. Anatoly había estado allí. Había estado besándola y tal vez tocándola, y había tenido más
orgasmos con él en diez minutos que había tenido con nadie más.

Estirándose, Trisha se dio cuenta de que estaba desnuda. Sus ojos se abrieron y se sentó.

Agarrando la sábana contra sus pechos, ella abrió la boca cuando la memoria de la noche anterior la
inundó de un solo golpe.

Era como una película mala en el canal de mujeres. Trisha puso su cara entre sus manos y

gimió. ¿En qué estaba pensando? ¿Había perdido por completo sus sentidos?

—Vale. Ella sopló hacia fuera con una respiración rápida, decisiva. —Ha sido una vez. No

pasa nada. No es como si fuera a hacerlo de nuevo. ¿Verdad? Se suponía que tenían que ser unas

vacaciones divertidas. Se habían convertido en un poco raras, pero tampoco iba a pensar en eso.

—Y ahora que has tenido esa pequeña charla de ánimo —dijo Anatoly desde la puerta. —Creo

que es hora de levantarse de la cama y desayunar. ¿No crees?

Ella casi dio un saltó, por no hablar del pequeño grito que le salió. Su pelo era como un nido

de ratas, y estaba segura de que tenía rayas de maquillaje en su cara. —¿Quieres salir? Le echó con
las manos. —Necesito al menos pretender estar presentable. Ya es bastante vergonzoso pensar que

me has visto con un aspecto infernal.

Eso no es cierto. Pareces adorable.

Ella buscó a tientas una almohada, topando con una monstruosidad adornada con borlas. La
lanzó a la puerta tan fuerte como pudo. —¡Sal o lo próximo que te lanzaré no será blando!

Él se rió. —Me voy. ¡Me voy!

Anatoly desapareció, y Trisha se dejó caer sobre la cama. Se cubrió su rostro con las manos y

trató de no sonreír. No debería estar sonriendo. No debería estar feliz. Debería estar pateando su
propio culo o algo así.

ANATOLY LO INTENTÓ pero no pudo quitarse la sonrisa de tonto de su cara. Realmente

podía sentir lo absurdo de su expresión y se preguntaba qué le pasaba. Trisha era una mujer. Él tenía
un imperio empresarial que regentar: Hoteles en trece ciudades y casinos en toda Rusia. No tenía

tiempo de comportarse como un niño de escuela enamorado.

—¿Señor? Yakov miraba positivamente confundido. —¿Ha muerto alguien?

—¿Muerto?

—Normalmente solo estás así de feliz cuando uno de tus rivales muere.

Anatoly consideró eso. —Tienes razón. Aunque esta mañana nadie ha muerto. Al menos que yo

sepa.

—Ah —Yakov movió su cabeza en un exagerado gesto de comprensión. —¿Pasaste una buena

noche?

—Sí. Lo hice.

Yakov dio un cabeceo conciso. —El desayuno está fuera en la terraza, y las comunicaciones

del mañana están en tu escritorio. Si nos requieres a Sergei o a mi esta mañana, estaremos en la

cocina.

—Gracias.

Viendo a Yakov dar largos pasos por el pasillo, Anatoly tuvo que admitir que le gustaba

bastante cómo sus días estaban ordenados sistemáticamente. Incluso silbaba una melodía al dirigirse a
la terraza. El tiempo era hermoso esta mañana. De hecho, lo único que podría hacer su día más

perfecto era si había alguien más con quien compartirlo.

Anatoly dejó de caminar y se quedó completamente inmóvil. Estaba parado mitad dentro mitad

fuera del vidrio deslizante de la puerta que llevaba a la terraza. ¿Había perdido la cabeza? ¿Qué le
hacía pensar tal cosa?

El día pareció perder parte de su brillo. Anatoly frunció el ceño y se sentó en su lugar habitual.

El desayuno de repente fue menos agradable. Sus huevos aparecieron poco cocidos y las tostadas

parecían quemadas. Tomó su café y se dio cuenta de que se había enfriado a una temperatura

desagradable.

—¡David! —gritó para llamar la atención del camarero. —Tráeme un café fresco. ¿Y por qué

está esta tostada negra? ¿Crees realmente que me gusta mi desayuno a mitad de cocer y medio

quemado? ¡En serio! ¡No es tan difícil!

David levantó las cejas pero no dijo nada. Nunca lo haría. Y en verdad, ¿por qué estaba

gritando Anatoly a ese hombre de todos modos? Gruñendo, puso su cabeza entre sus manos y se

preguntó si realmente estaba perdiendo la cabeza.

—¿Está usted bien?

La voz suave de Trisha fue casi su perdición. Después de todo lo que había sucedido entre los

dos, ¿por qué iba ella a preocuparse? ¿O ella solo estaba pretendiendo preocuparse porque ella lo

necesitaba para pasar sus pequeñas vacaciones y huir de su autoritario padre?

—Estoy bien —dijo secamente.

Ella retrocedió, con su ceño fruncido y su expresión confusa. Después se sintió mal. No había

nada calculador en Trisha. No era en absoluto como Bianka. Ella no merecía llevarse la peor parte

de su temperamento aunque no tuviera claros los motivos de ella. Era hora de dar un paso atrás y ser
cauteloso sin convertirla en demasiado sospechosa. Descubrir los verdaderos motivos de la gente era
siempre mucho más fácil así.

TRISHA NO podía averiguar lo que pasaba con Anatoly. El hombre tenía unos cambios de

humor épicos. Un segundo era encantador y el siguiente un asno total. Ahora sonreía, y casi tenía

miedo de decir otra palabra que le hiciera cambiar de humor.

Se sentó en la mesa y alcanzó cautelosamente la jarra de zumo de naranja. El dulce aroma del

zumo la hizo pensar en su casa. Sintió una punzada de nostalgia y una pizca de duda. ¿Estaba
haciendo lo correcto? No es que realmente tuviera otra opción. Aunque Anatoly pareciera relajado,
Trisha tenía la sensación que volvería el señor dominador si mencionaba irse.

—Así que, ¿qué deseas hacer esta mañana? —preguntó con una expresión de indulgencia.

Trisha intentó no mirarlo boquiabierta. ¿Estaba desequilibrado? —¿Supongo que decir que me

gustaría ir a tomar mi vuelo en el aeropuerto sería inútil?

—Totalmente inútil, sobre todo ahora que has compartido que particularmente no quieres irte a

casa. Se sentó nuevamente en su asiento. Un camarero uniformado puso otra bandeja de desayuno

delante de él, con café. Anatoly lo recogió sin reconocérselo al hombre. —Así que creo que

podemos prescindir de la mentira de que quieras volver a casa.

—Qué tal si digo que me gustaría ir a recuperar mis cosas. Trisha gesticuló hacia el pequeño

vestido negro que llevaba todavía. La prenda necesitaba atención, y ella necesitaba su ropa. —Sería
un verdadero placer llevar ropa limpia.

—Podemos comprar cosas nuevas. Hizo una onda espaciosa con su mano.

—No quiero cosas nuevas —dijo tranquilamente. Trisha bebió de su zumo y eligió una pasta

fina llamada blini. —Tengo otros artículos personales además de mi equipaje. Sin olvidar todos mis
libros y las cosas de mi programa de estudio en el extranjero. Me gustaría tener ese tipo de cosas. Y

prefiero usar mi ropa vieja que comprar otra nueva.

—¿No te gusta comprar? Él la estaba mirando como si fuera de otro planeta.

—No. Trisha le miró mal. —¿Por qué los hombres dan por sentado que a una mujer le gusta

comprar? Realmente es algo molesto. Odio ir de compras. Odio probarme ropa. Compro la mayoría

de mis cosas en línea y evito ir a centros comerciales como a la peste.

—Tienes razón. Él se puso la palma de su mano sobre su corazón. —Cesaré y desistiré con

todos los estereotipos.

—Gracias.

—Pero tienes que dejar de pensar en mí como si fuera un delincuente común —dijo

rápidamente.

Trisha levantó una ceja. —Eso va a ser difícil teniendo en cuenta que lo eres, ¿no crees?
—Yo no soy común.

ANATOLY pudo ver el momento en el que Trisha se dio cuenta de que él estaba bromeando.

Las líneas entre sus cejas se suavizaron, y ella se sentó nuevamente en su asiento como si requiriera
más observación antes de que ella pudiera decir su opinión final. Ella era tan hermosa, incluso con el
mismo vestido de la noche anterior. Encontraba reconfortante todo sobre ella. Después escuchó que

no le gustaba ir de tiendas... ¿Había una mujer más perfecta?

Anatoly puso su mano sobre la mesa, con la intención de tomar su mano. Para su sorpresa, ella

la sacó antes de que él pudiera alcanzarla. Él frunció el ceño, sin molestarse incluso de ocultar su
irritación. ¿Qué es esto? No hace falta ser tímido después de lo que compartimos ayer por la noche.

—Lo de anoche fue una anomalía. Ella sacudió la cabeza, con su pelo rojo enredado volando

sobre su cara. —No sé en qué estaba pensando, pero no puedo dejar que mis hormonas tomen el

control. Eso sería tonto.

—¿Así vas a fingir que nunca sucedió? El estado de ánimo de Anatoly se desplomó. Se puso

de pie, arrojando su silla hacia atrás. ——¿Cómo puedes pensar que es aceptable? Su inglés tuvo

cada vez más acento al ir creciendo su agitación.

—Oh créeme —dijo ella, poniéndose de pie y acercándose a su cara. —No voy a pretender

que no sucedió. ¡Necesito recordar! ¡Necesito recordar para poder evitar otro lapsus que nuble

momentáneamente mi buen juicio!

—Lapsus —él murmuró. Parecía extraño que ella estuviera en su espacio personal. Ella no

estaba dando cuartel, y eso nunca había ocurrido antes. Las mujeres no se encaraban con él. Ni

siquiera Bianka. Joder, los hombres no se encaraban con él. —Da un paso atrás. Las personas no

discuten conmigo. ¿No lo sabes?

—¿Qué vas a hacer? Ella realmente le hablaba con desprecio. —¿Tomarme prisionera?

¿Retenerme contra mi voluntad? ¿No dejarme ir a buscar mis cosas? ¿Burlarte de mí? ¿Girar tu

cuerpo contra mí y luego enfadarte cuando no deje que suceda otra vez? La lista es interminable,
Anatoly Zaretsky y no te voy a dar ni un centímetro más. ¡Nunca más!

Anatoly retrocedió un paso y se dio cuenta de lo que había hecho. Plantó sus pies y se puso del
todo de pie. —Aún estás discutiendo —le recordó él rígidamente.

—Como si me importara. Su tono era sarcástico.

De repente él no lo podía tolerar más. Toda la situación era simplemente demasiado absurda

para mantener la compostura. Anatoly se encontró sonriendo y riendo después. Esto causó que Trisha
parecierea descaradamente confusa, lo que le hizo reír más.

—Colega, necesitas medicamentos o algo. Trisha sonaba cansada. —En serio. Sé que lo dije

ayer un par de veces. Pero tenemos que encontrarte ayuda.

Cuando por fin él pudo hablar, se acercó muy lentamente y tocó su hombro. —Creo que ya me

estás ayudando.

—¿Disculpa?

Él luchó por explicarse. —Debido a mi posición, la gente no discute conmigo. No ofrecen

opiniones opuestas ni me dicen que me estoy equivocando.

—Eso no es bueno. Ella frunció los labios. —Si nadie te dice nunca cuando te equivocas o te

ofrece otro punto de vista para incitar al debate, ¿cómo puedes realmente saber que tienes razón?

Él nunca había considerado esta posibilidad. Ese pensamiento estaba totalmente fuera de su

marco de referencia normal. —Ya sabes, la primera vez que te vi en mi casino sabía que me

fascinarías. Supongo que nunca consideré por qué eso era así.

Ella resopló. —Nunca discutas con una pelirroja, Zaretsky. Perderás. Todas. Las. Veces.

Capítulo Ocho

Trisha sonrió para sí misma mientras el largo coche negro se deslizaba hacia abajo por las

calles de Moscú en su camino a los dormitorios de la Academia de Moscú. No debería haber estado

sonriendo. Debería haber estado gritando como una loca. Pero ella sentía que se había anotado un

punto con Anatoly en esa última pelea verbal que habían tenido en el desayuno. Después de todo,

estaba en un coche de camino para conseguir sus cosas. ¿Verdad?

El coche se acercó a la acera y se paró. El cristal entre la parte delantera y la trasera bajó con un
zumbido. —Hemos llegado, señorita Copeland. El conductor era un hombre llamado Frederick.
Estaba sonriendo al verla por el espejo retrovisor. —Te esperaré aquí a menos que necesites ayuda

con sus cosas.

—No Frederick. Muchas gracias, pero creo que no hace falta. Trisha puso la mano en la

manija. —Voy a intentar ser rápida. Estoy segura de que tienes cosas mejores que hacer con tu

tiempo.

Las cejas de Frederick se dispararon en evidente sorpresa. —No, señora. Tengo mucho tiempo

para esta tarea.

—Bien, te lo agradezco. Se preguntaba si estos chicos nunca habían tenido muchos halagos.

Todos parecían sorprendidos cuando ella decía un simple gracias.

¡Sheesh! Gente rica.

Trisha, saltó fuera del coche y cerró la puerta sin golpear fuerte. Esa era una de las manías de

su padre. Pero ella no quería pensar en él ahora mismo. Quería subir a su cuarto y recoger su

equipaje. Ella y Minka habían empaquetado todo antes de ir al casino para la última tarde de

diversión. Quedarían solo unas pocas cosas que recoger en su habitación. A no ser que la directora de
dormitorio hubiera empaquetado las cosas de Trisha y las hubiera sacado pensando que Trisha no

volvería.

Trisha subió los escalones del viejo edificio. Se sentía un poco como volviendo a casa, tal vez

incluso nostálgica de alguna manera. Trisha había vivido aquí durante ocho semanas. Ella nunca

había estado fuera de casa antes hasta ahora. Abrió la puerta y entró dentro. La directora estaba en su
escritorio en la pequeña ventana a la izquierda de la entrada.

Trisha se detuvo en el mostrador. —Hola Olga. ¡Estoy aquí para recoger mis cosas! Ella habló

en ruso ya que sabía que Olga lo prefería. ¿Está todo aún en mi habitación?

—¡Oh Dios mío! Olga saltó de su silla. —¿Trisha? No esperaba verte otra vez. Después de lo

que Minka dijo... bueno, no importa lo que dijera Minka. Dejé tu habitación igual. ¿Te vas a casa?

¿Qué ha pasado?

Trisha se echó a reír. —Es difícil de explicar. Me quedo con... un amigo. Después volveré a
casa la próxima semana más o menos.

—Tus padres han estado llamando sin parar —dijo Olga, con una expresión con los ojos

abiertos de la irritación. —¿Qué les debo decir?

Todavía no tenía su teléfono. De hecho, Trisha lo había olvidado todo acerca de su teléfono

hasta ese mismo minuto. Los hombres de Anatoly habían confiscado sus teléfonos en el casino. Ella

asumió que los otros habían recibido los suyos cuando fueron liberados. Aún faltaba el de Trisha.

—Sólo dile a mi gente que les llamaré en cuanto pueda —dijo Trisha con una alegría forzada.

Ella estaba casi segura de que la policía de Moscú había estado en contacto con sus padres, lo que no
habría sido nada bueno. —Un día de estos me pondré en contacto con ellos. Trisha buscó una

explicación factible. —Las cosas ...son complicadas... por ahora.

—Por supuesto.

Si la expresión de Olga quería decir algo, ella sabía más de lo que decía, también. Extraño.

¿Quién era Anatoly? ¿Algún tipo de realeza? No había duda de que todos lo trataban como si fuera de
vidrio y atendían cada uno de sus caprichos.

—Entonces subo arriba, ¿puedo? Trisha señaló hacia la escalera principal que iba por el

centro del edificio.

—Por supuesto. Sube. Olga agitó su mano hacia los escalones, pero parecía estar evitando el

contacto con sus ojos.

Qué extraño. Olga normalmente bombardeaba a preguntas a todo el mundo para obtener

información. Tenía una curiosidad natural que parecía como si fuera de la KGB. Trisha no podía

decidir si era porque Anatoly estaba involucrado, o si era por cualquier otra cosa. Lo único que

podía hacer era subir arriba y recoger sus cosas.

Los pasillos estaban desiertos en cada piso. Trisha miró alrededor y preguntó por qué parecía

todo tan inquietante. Seguramente debían estar en la pausa entre cursos. ¿No? Pero había una especie
de silencio en cada piso que parecía lleno de premoniciones. Recordaba que nunca había estado

silencioso en las últimas ocho semanas. Con estudiantes que van desde los 18 años a otros como

Trisha a mitad de los años veinte, era generalmente ruidoso y concurrido.


Finalmente llegó al cuarto piso. Ella y Minka tenían la tercera habitación a la derecha. Vio las

maletas que había dejado junto a la puerta. Eso parecía extraño, pero quizás Minka las había dejado
allí para ella. Lo único que faltaba era su bolsa de viaje. Había dejado algunos artículos en ella para
tener ropa para cambiarse.

Sería un alivio entrar en su cuarto y ponerse ropa limpia. Pasó por encima de las maletas y

cogió su bolsa de viaje. Volviendo sobre sus pasos, rápidamente fue al baño comunal y se refrescó.

En el tiempo en el que se había lavado su cara, cepillado los dientes y puesto en un par de pantalones
vaqueros y una camiseta, se sentía humana otra vez.

Ella estaba de vuelta en el pasillo empezando a recoger sus cosas cuando vio a dos subir. Su

atención estaba centrada sobre todo en sus bolsas. Necesitaba apilarlas de la manera perfecta para
bajar las escaleras sin matarse en el proceso.

—¿Trisha Copeland? —le gritó el más grande de los dos hombres.

Ella apenas quitó la vista de su equipaje. La bolsa de viaje y su bolso colgaban cruzados por

encima de su cabeza. Ahora tocaban las dos piezas más grandes. Sólo miró para arriba cuando

contestó al hombre. —Sí, soy Trisha. ¿Están perdidos o algo?

—No, estamos exactamente donde se supone que debemos para ser. El hombre sonrió, con una

mirada casi espeluznante. —Simplemente quédate quieta y no luches contra nosotros, y esto será

mucho más fácil.

Un escalofrío de alarma le recorrió hacia abajo la espina dorsal de Trisha. Apenas se había

enderezado cuando los dos hombres comenzaron a subir hacia ella con sus manos extendidas.

¿Quedarse quieta? No es probable.

Se preparaba para recibirles bien.

ANATOLY NO PODÍA quitarse de encima la sensación de que algo iba mal. Tomó un

bolígrafo de su escritorio e hizo un comentaro en el margen del informe que se suponía que estaba

revisando. Esto era inútil. Los casinos estaban yendo muy bien. Sí. Eso era fabuloso. Al parecer

había un problema crónico con el robo de toallas en uno de sus resorts. ¿Por qué era esta mierda su
problema? ¿No contrataba directores para esas cosas?

Ya se había puesto en pie y estaba preparado para irse, cuando Bianka Sokolov y su padre
Motya surcando el aire. O más bien Bianka surcaba el aire y Motya se balanceaba. El cuerpo

redondo del hombre se parecía a uno de los huevos de Pascua Imperial tan famoso en todo el mundo,

un hecho no le beneficiaba por su amor a los chalecos ridículamente adornados.

—Buenos días, Anatoly —ronroneó Bianka. —Mi padre y yo hemos venido a ultimar los

preparativos para nuestra boda.

De todas las cosas que Bianka podría haber dicho para cabrearlo esa estaba en la parte

superior de la lista. Anatoly sintió como su ánimo se desplomaba. No estaba de humor para

entretener este disparate. —Lo siento mucho, pero tengo otras citas que atender esta mañana. Si

hablas con Yakov, él te ayudará a concretar una cita.

Motya Sokolov abrió su boca, pero no salió ninguna palabra. Escupió, obviamente enfadado,

mientras su rostro se volvía una sombra enferma morada Finalmente, aspiró en una gran respiración

que sonó un poco como el motor de un jet, preparándose para despegar. —¡No le faltarás al respeto a
mi hija de esta manera, Anatoly Zaretsky!

—¿Disculpa? Anatoly sintió como su temperamento se igualaba con el de Motya. —No te

estoy faltando al respeto ni a ti ni a tu hija. ¡De hecho, podría argumentar que vosotros me faltáis al
respeto entrando en mi oficina y exigir mi tiempo! ¡Como si no tuviera nada más importante que
hacer en mi día que entretener las ilusiones conyugales de una princesa mimada de la mafia!

En cuanto soltó el comentario, Anatoly se dio cuenta de que esencialmente había lanzado un

guante. La mirada de mirlo de Motya se empequeñeció. —Los Zaretskys han disfrutado de una

asociación lucrativa con la Sokolovs en la última década, Anatoly. No pienses que vas a sacar

provecho de esta asociación sin pagar un precio.

—No querrás decir —dijo Anatoly con los dientes apretados. ¿qué los Sokolovs han

disfrutado de una asociación lucrativa con los Zaretskys?

—¡Impudente cachorro! —Motya gruñó.

Anatoly puso sus manos planas sobre su escritorio y se inclinó hacia adelante. —Corrígeme si

estoy equivocado, pero mis ganancias han sido fácilmente cuatro veces la de cualquier operación de
Sokolov, y están aumentando a un ritmo que tu empresa nunca podría igualar.
Motya apuntó con su dedo, golpeando en el aire delante de la cara de Anatoly. ¡Sólo porque no

haces negocios de la manera tradicional!

—¿Por qué lo tendría que hacer si puedo hacer mucho más dinero haciendo las cosas a mi

manera? —exigió Anatoly. —No tiene sentido aferrarse a las viejas costumbres cuando están

empantanados por protocolos que no tienen ninguna finalidad.

—¿Ninguna finalidad? Motya estaba ceñudo ahora. —Tu padre entiende y respeta las

tradiciones que ha mantenido nuestra mafia fuerte a lo largo de los años.

—¿Mi padre? Anatoly meneó la cabeza, aumentando su irritación a niveles peligrosos. —¿Te

atreves a usar a mi padre para defender su argumento ridículo? En primer lugar, mi padre no habría
ni siquiera considerado la idea de casar a su hijo con una Sokolov, especialmente con un juguete

inútil como tu hija que es incapaz de otra cosa que no sea la búsqueda egoísta de sus propios
intereses.

Bianka golpeó con su pie con un grito de indignación. —¿Cómo te atreves? ¿Cómo te atreves a

insultarme así? ¡No hecho otra cosa que perdonar tu comportamiento grosero desde la primera vez

que me sacaste por ahí!

—Sí —dijo fulminantemente. —Porque se adapta a tus propósitos en ese momento, que era

tener acceso a mis fondos financieros para financiar tu próxima orgía de gastos. Dime, Bianka,

¿cuánto dinero gastaste en tu guardarropa el año pasado?

—¡Eso no es importante! —gritó ella. —Yo soy una persona importante. Mi aspecto se refleja

en las personas que me rodean. ¿No sabes nada?

—Aparentemente no Anatoly decidió acabar con esto. Tenía un fuerte impulso de encontrar a

Trisha y participar en otra lucha verbal antes de tratar de persuadirla para que volviera a la cama por
segunda vez. Agarró una hoja de papel y alcanzó su bolígrafo. Escribiendo un número sobre el papel,
escogió con cuidado lo que quería decir. —¿Quieres un matrimonio entre Sokolovs y Zaretskys?

Bien. Esta es mi oferta. Este número será la asignación anual de Bianka. Mantendré una casa y

supervisaré todas las cuestiones presupuestarias de ese domicilio. Yo tendré una vivienda

independiente. No le daré ni un rublo más de esta cifra, ni le permitiré el acceso a mis archivos,
holdings financieros, inversiones, negocios o cualquier otra parte de mis empresas del pasado,
presente o futuro. Ningún Sokolovs recibirá un tratamiento especial debido a nuestra asociación más
de lo que tienen ahora. Tampoco permitiré un descuento o bonificación a las empresas de Sokolov

superior debido al matrimonio.

Anatoly giró la hoja de papel y la empujó a través de la mesa de modo que Motya y Bianka la

pudieran ver. Más bien disfrutaba de la expresión enfermiza en la cara de Bianka. Estaba bastante

seguro de que disponía de más dinero que eso durante una semana. Era por eso qué estaba tan

decidida a encontrar a un marido rico. No era como si pudiera ganar su propio dinero o sus propios
fondos.

Ella colocó su mano delicada pálido en el papel y lo empujó para devolvérselo. —¡Eso es un insulto!
¿Cómo te atreves a hacerme semejante oferta?

—Si no es satisfactoria, entonces no tenemos nada más que discutir. Anatoly enderezó sus

solapas y luego sus puños. Se sentía bastante satisfecho. —No negociaré este número.

La mirada de derrota en la cara de Motya había molestado a Anatoly por alguna razón. Había

aplastado la sensación de malestar resultante y puesto una tapa sobre ella. No tenía tiempo para esas
cosas. Necesitaba llamar a Frederick y averiguar porque estaba tardando tanto tiempo.

—¿Si me disculpáis? Anatoly bajó su cabeza a una boquiabierta Bianka y su padre antes de

salir de su oficina.

Capítulo Nueve

Trisha mordió tan fuerte como pudo, sintiendo el músculo del brazo de su captor flaquear con

su ataque. El grande más hombre maldijo y le sacó la mano, lo que dio a Trisha la oportunidad de

girar su cuerpo del todo y golpear con ambos pies.

—¿Por qué haces esto? —ella jadeó. —¡Déjame en paz! ¡Solo vete!

El gran hombre fue a por ella otra vez. —Tienes que venir con nosotros.

—No pensábamos que fueras a ser un grano en el culo. —dijo el hombre más delgado. —

Pensaba que estaba ansiosa por volver a casa.

Un pensamiento se le pasó por la mente a Trisha cuando los hombres intentaron arrastrarla por

las escaleras hasta el nivel inferior de la residencia. Ella envolvió sus brazos alrededor de la
barandilla y se negó a ceder. —¿Habéis sido contratados por americanos para hacer esto?

—¡Tus padres nos han contratado! El hombre grande estaba ocupado tratando de sacar sus

dedos de la barandilla de metal antiguo.

—¡Para! Trisha empujó su mano lejos. ¡Sólo para!

Toda la escena parecía congelarse por un momento. Afortunadamente los hombres dejaron de

intentar agarrarla y arrastrarla abajo por las escaleras.

Respiró profundamente unas pocas veces y trató de encontrar su equilibrio. La noche anterior

había tenido la oportunidad de huir. Entendiendo a Anatoly un poco mejor, ella podía decir con una
certeza casi implacable que Anatoly no la habría dejado realmente irse nunca. Sin embargo, había

tenido la opción y ella no la había tomado.

Ahora se le presentaba una solución más fácil a su "problema". —Mi padre os ha contratado para
llevarme a casa. No tengo que hacer nada. Sólo me empaquetáis y me enviáis a casa. No hay

opciones, no hay decisiones a tomar, sólo sigo el programa de la misma manera que he estado

haciendo durante las últimas décadas.

Los hombres se miraron el uno al otro. Entonces el delgado se aclaró la garganta. —Así es,

señora. Somos expatriados. Pertenecemos a una red mundial de hombres y mujeres que trabajan para

enviar a casa a americanos cuando se les ha tomado como rehenes, están cautivos o se han metido en
alguna chorrada extranjera de la que no saben nada.

—Como la mafia rusa —añadió ella.

El hombre delgado asintió. —Exactamente.

—Normalmente nos gusta negociar con dinero o con favores —dijo el hombre grande. —Y

generalmente usamos a las fuerzas de la ley locales para que nos ayuden. Pero estás siendo retenida
por Anatoly Zaretsky. Nada de eso importa en Moscú. Zaretsky dirige la ciudad.

—Lo sé. Y ella realmtente lo sabía. O mejor dicho, ella lo había supuesto en las últimas

veinticuatro horas. —Mi vida en casa es realmente aburrida y a cubiereto, ¿sabes?

Parecian confundidos. Supuso que no tendría mucho sentido para la mayoría de la gente

considerar esta desviación reciente de ir a vivir con un rey de la mafia rusa como una mejora para
una chica de Cleveland que estaba cerca de los treinta y que tenía que presionar a su padre para
pedir prestado el coche para ir al centro comercial por sí misma. Ella había tenido docenas de

primeras citas en los últimos diez años. Su padre los perseguía a todos. Él tenía una lista de

potenciales esposos a un kilómetro de distancia, cada uno vetado por él, y para él solo un hombre

policía sería un compañero apropiado para su única hija.

Trisha no estuvo de acuerdo.

—Es hora de irse, Trisha —instó el hombre grande.

—No. Ella sacudió la cabeza. —Volver a casa y decirle a mi padre que quiero quedarme.

Estoy con Anatoly por propia voluntad. Trisha se rió entre dientes. —Decirle a papá que finalmente
estoy haciendo una elección sin que nadie me diga lo qué tengo que hacer. O mejor dicho, supongo

que todo el mundo me está diciendo que hacer y estoy decidiendo algo por mí. Papá lo entenderá. No
le gustará, pero lo entenderá.

Los dos hombres compartieron una larga mirada de lo que parecía ser sorpresa. Entonces el hombre
delgado se aclaró la garganta. —Trisha, no estoy seguro de que entiendas lo que estás

haciendo.

—Anatoly es un monstruo, ¿no? —dijo ella . —Me he dado cuenta que tiene algunos defectos

de personalidad que son generalizados, pero te equivocas. No es un monstruo.

El hombre grande sacudió la cabeza. —No sabes lo que ha hecho.

—Mi padre es policía. Ella pensó sobre algunas de las historias que su padre le había contado

a lo largo de los años. —Él no es exactamente un Boy Scout, ya lo sabéis. La gente hace las cosas

que hace por una variedad de razones. No todas estas opciones son buenas, pero en el momento

probablemente parece lo correcto. Trisha miró para arriba hacia el reloj de pared colgado en el

pasillo. —Mejor que os vayáis. En serio. Si Anatoly viene a buscarme, no sé exactamente cuánta

influencia tengo sobre él.

—¿Realmente no vas a venir con nosotros? El hombre delgado parecía perplejo.

Trisha sacudió la cabeza. —No. Y para futuras ocasiones, simplemente decirle a la gente de

que vais inmediatamente en vez de ir directos al secuestro. Os ahorraréis un montón de problemas de


esa manera.
ANATOLY TRATÓ de entender lo que él estaba viendo y oyendo. ¿Con una oportunidad de

escapar justo frente a sus narices, Trisha decide no tomarla? ¿Qué clase de locura era esta?

Apretó la espalda contra la pared al lado de las escaleras estrechas. Después de que Frederick

le hubiera dicho cuánto tiempo había estado esperando a que Trisha reapareciera con sus

pertenencias, Anatoly había asumido lo peor. Aquí él había estado esperando que se huyera en cada

oportunidad. Después de todo, él la retenía como rehén. Huir sería la respuesta natural, ¿no?

Ahora podía ver que ella había estado ocupada de otra manera por una buena razón. Su padre

había enviado a un equipo de expatriados para recuperar a su hija. No es que Anatoly culpara al

hombre. Trisha era un premio a ser protegido a toda costa. Ella era un premio que Anatoly ahora

reivindicaba para sí mismo.

—Trisha —dijo Anatoly, deslizándose alrededor de la esquina y vagando por el pasillo. —Ve

abajo y métete en el coche con Frederick, por favor.

Ella se giró sorprendida de verlo. Él se preguntó en un momento si ella sospechaba que estaba

siendo observada y por eso había declinado escapar. Ahora lo sabía. Por alguna razón, que él iba a
averiguar, ella había decidido permanecer en cautiverio.

—Anatoly —dijo ella firmemente. —Por favor no hagas daño a estos hombres. Sólo hacían el

trabajo por el que fueron contratados.

—Ya lo sé. El aún no estaba acostumbrado a que alguien expresara libremente su opinión,

mucho menos pedirle hacer cosas o responder de una determinada manera. Era desconcertante, sobre

todo porque no se sentía presionado por ella. La presión era algo interno. La quería agradar. Qué

extraño.

—Gracias, Anatoly. Trisha le dio una sonrisa que le hizo sentir como si el sol hubiera salido.

Entonces se giró y se alejó. Él la oyó en las escaleras, y entonces la puerta exterior del edificio se
cerró de golpe.

Ahora volvió su atención a los dos hombres de pie delante de él. No parecían asustados, lo

que les daba crédito. De hecho, parecían hombres frente a una serpiente, sabiendo que su enemigo
era totalmente impredecible y esperaban a ver cómo saldrían las cosas antes de decidir como actuar.

—Su padre os ha enviado —dijo Anatoly suavemente. ¿Es lo que tengo que entender?

—Sí. Asintió el hombre grande.

—¿Hacéis esto para vivir?

El hombre se encogió de hombros. —Es una manera de hablar.

—Dará al Señor. Jonathan Copeland un mensaje de mi parte —anunció Anatoly.

El hombre grande subió las cejas. Su sorpresa era evidente. —¿Y el mensaje?

—Su hija me pertenece ahora. Anatoly sintió una sacudida profunda de satisfacción ante esas

palabras. —Ya lo han oído de sus propios labios. Es cierto. Trisha Copeland es mía y seguirá

conmigo hasta que ya no me sirva para nada.

El hombre delgado realmente comenzó a arremeter contra Anatoly. Su compañero lanzó un

brazo para retenerlo. El hombre grande aclaró su garganta. —¿Realmente han conocido a Jonathan

Copeland?

—No.

Ahora había una sonrisa de diversión real en los labios del hombre grande. —Entonces voy a

darle el mensaje que su hija me ha dado junto al suyo y le permitiré decidir cómo quiere proceder.

Anatoly tuvo aprensión un momento sobre la extraña sonrisa. ¿Estaba ese hombre realmente

satisfecho por este resultado? Había fallado en su deber, ¿no? ¿Por qué eso le satisfacía? El

rompecabezas no le sentaba bien a Anatoly. —¿Por qué es esto gracioso? —exigió él.

—Eres muy importante aquí en Moscú —dijo el hombre grande. —Todos lo sabemos. Así que

si usted quiere darle un mensaje estúpido como el que me acaba de dar.

—¿Estúpido? Anatoly no apreció eso. —¿Cómo?

El hombre agitó su mano. —Oh, ella es tuya hasta que no te sirva para nada. ¿Cómo cree que

su padre reaccionará ante esto? Su hija aparentemente cree que eres una persona mejor que lo que el
resto del mundo está inclinado a pensar. Se sentó aquí y nos dijo que no usted no es el monstruo que
todos pensamos que es.
Ahora era hora del hombre delgado. —Así que aunque todos sabemos que le dispararías en la

cabeza para salvarte, ella está dispuesta a dar la espalda a su familia y su vida normal, porque ella ve
algo en ti que el resto del mundo no ve.

Anatoly se sintió extrañamente halagado por este conocimiento. Sin embargo, también hizo que

se sintiera incómodo. ¿Se habías mostrado él de alguna manera diferente a como de verdad era a

Trisha? Seguramente no. Él era el hombre que era. No era como si él intentara ser otra persona. Él
había tomado a su cautiva contra su voluntad después de inventar falsas acusaciones en su contra por
hacer trampas en su casino. No había ningún elemento oculto en ese escenario.

El hombre grande se giró para irse. —Mucha suerte, Señor. Zaretsky.

—Lo siento —espetó Anatoly. —¿Les he dado permiso para salir?

—Ya nos hemos quedado demasiado tiempo —dijo el hombre grande con diversión. —Y no te

haría ningún favor matar al mensajero, ¿verdad?

Anatoly vio como salían los dos hombres y se sintió aún más confundido que cuando había

estado parado en la escalera hacía hace sólo unos momentos. ¿Qué pasaba con Trisha? Ella no podía

comportarse nunca como esperaba. Las personas eran egoístas. Era la única cosa constante en su

vida. O había sido constante hasta que conoció a Trisha.

Capítulo Diez

Trisha se sentó remilgadamente en su asiento en la parte posterior de la limusina. Estaba

preocupada por esos hombres. ¿Qué pasaba si Anatoly se enfadaba con ellos? No era como si ella no

fuera consciente del tipo de violencia de que era capaz. Simplemente creía que era capaz de

controlar ese impulso para ser compasivo o incluso misericordioso.

La puerta trasera se abrió, y Anatoly se deslizó en el coche. —Frederick, llevanos a casa por

favor.

—¿Y mis cosas?

—Las he puesto en el maletero. Él ladeó la cabeza hacia ella. —¿Pensabas que me olvidaría

después de todo lo que hemos pasado para recuperarlo?

—No. Sintió un rubor caliente en sus mejillas. —Creo que simplemente no me di cuenta lo
distraída que estaba. No vi ni oi que pusieras nada en el maletero.

Entonces.

El tono de Anatoly sugería que ya había hablado suficiente sobre el incidente en la residencia.

Mierda. Trisha queria saber si los hombres estaban bien. Ella les había pedido que le dieran un

mensaje a su padre. ¿Qué pasaba si no lo hacían? Trisha necesitaba hablar con su padre, o

simplemente seguiría enviando gente para llevarla a casa.

Por supuesto su anfitrión era totalmente ajeno a esta necesidad. —Has expresado un interés en

ver otras partes del continente. ¿Quieres ir a una de mis estaciones en Siberia?

—¿Como para unas vacaciones? Los problemas con su padre fueron olvidados

momentáneamente. —¡Sí! ¡Sería increíble!

Él inclinó su cabeza, y un mechón de pelo oscuro se deslizó a través de su frente dándole un

aspecto casi juvenil. —Haces que suene como si nunca hubieras ido de vacaciones.

—Oh, no desde que era pequeña —dijo despectivamente. —Mis padres me llevaron al viaje
obligatorio a Disney World cuando tenía siete años. Mi padre no cree en viajes o vacaciones. Le

gusta decir que el tiempo de vacaciones es mejor pasarlo relajándose en casa.

—No estaría de acuerdo. El tono de Anatoly sugirió que ese era su pronunciamiento y no había

ninguna otra opinión sobre el tema valiera la pena discutir. —Así que iremos a Siberia.

—¿Cuándo?

Sonrió, y ella sintió un nudo en el estómago de emoción. —Creo que ahora es un momento tan

bueno como cualquiera. ¿No? Gesticuló hacia el maletero del coche. —Tenemos tu equipaje listo. Él

empujó un botón y bajó el vidrio entre la parte delantera y la parte trasera del coche. ¡Frederick,
llevanos a la estación de tren por favor.

—¿En tren? No podía ni evitar contener su emoción. —¿Vamos a tomar el Transiberiano

Express?

—Por supuesto. Tengo mi propio vagón.

Trisha resopló. —Por supuesto que lo tienes.


—¿Qué se supone que quieres decir?

—Sólo que eres un hombre con medios e influencia, así que por qué no ibas a tener tu propio

vagón de tren, a diferencia de nosotros simples mortales que viajamos en una butaca como la gente

normal.

—Tú no eres una persona normal. Parecía un poco tieso. ¿Ella le había ofendido? —Estás

conmigo. Por lo tanto, estás en la parte superior de cada lista.

—Gracias. Decidió dejar de fastidiarlo, o lo que fuera que estaba haciendo y apreciar lo que

estaba haciendo. —No quiero sonar desagradecida. Supongo que no estoy acostumbrada a sentirme

como si las personas me atendieran.

—Tal vez deberías acostumbrarte. Mientras estés conmigo, así es cómo las cosas irán.

Llegó a través del asiento y tomó su mano. Trisha trago saliva, sintiendo una excitación

nerviosa en sus venas. Anatoly giró la palma de su mano y trazó las líneas con la punta de su dedos.

A pesar de todo lo que estaba sucediendo, sintió un tirón que comenzaba justo por debajo de su
vientre. Sentía tan bien ser tocada por él. La electricidad entre ellos parecía estar siempre presente.

Su mente recordó imágenes de la noche anterior. Recordaba sus manos en sus muslos desnudos

y la forma en como se había sentido cuando él había presionado dentro de su cuerpo. Un dolor

húmedo empezó a surgir entre sus piernas. Se retorció un poco en el asiento. Era casi incómodo

sentarse allí y no moverse. Él todavía frotaba suavemente su palma. Entonces sus dedos se deslizaron
hacia abajo sobre su muñeca y su brazo. Le tocó la piel blanda en el interior de su codo.

Su mirada era abrumadora. La oscura profundidad de sus ojos parecían mirar más allá de su

piel y dentro de su alma. Se preguntaba que iba a ver allí. ¿Sería él capaz de ver que ella estaba
rápidamente consiguiendo penetrar en mucha más profundidad de lo que era sensato en lo que a él le
concernía? ¿Sería obvio para él que tenía un increíble poder sobre ella?

—¿Te gusta esto? —susurró él.

Ella tragó saliba y finalmente logró hablar. —Sí. Si, me gusta mucho.

—¿Continuo?

—Eso depende —bromeó ella. —¿Qué quieres decir con continuar?


El coche se detuvo en la acera frente a la enorme estación en Moscú. Anatoly abrió la puerta y

se deslizó fuera del coche. —Supongo que me refería a que vamos a seguir esta discusión en el
vagón del tren.

—Ya veo. Ella se deslizó fuera del coche, sintiéndose casi mareada. —¿Y a dónde va esta

conversación?

—Siberia, por supuesto. Él tocó la punta de su nariz, obviamente disfrutando de su pequeño

combate verbal.

¿Y si decido viajar con los otros pasajeros para que puedo tener la experiencia completa del

Transiberiano? ¿Qué dirías? Ella no había considerado realmente que posibilidad hasta ese

momento, pero ahora que lo había dicho, se preguntaba cómo podría responder.

Él frunció el ceño, con una expresión que lo hacía casi vil. —No hay asientos en los otros

vagones.

—¿Es eso correcto?

—No. Solo hay sitio para ti junto a mí.

Trisha sospechaba que el propio Anatoly no entendía totalmente qué era lo que estaba

diciendo.

Ella tenía graves problemas y empeoraba con cada segundo que pasaba.

EL PAISAJE PASABA por fuera de la ventanilla del tren. Dentro, Anatoly se relajaba en un

sofá con un cóctel en la mano y una hermosa mujer de compañía. Él podría haber dicho que era
como

cualquier otro fin de semana, excepto que la mujer era Trisha y su principal objetivo no tenía nada
que ver con conseguir meterse debajo de su falda. Bien, ese podría haber sido parte de su objetivo,
pero abarcaba mucho más que el deseo de verla desnuda otra vez.

—¿Siempre viajas así? —preguntó Trisha.

Anatoly la había estado mirando explorar sus alojamientos ahora durante 20 minutos. —

Probablemente has examinado más a fondo este vagón que cuando me lo entregaron a mí.

—¿En serio? Ella se giró y le lanzo una rápida sonrisa antes de mover su cabeza con evidente
consternación. —La gente rica nunca prestáis demasiada atención a lo que compráis. Solo amasáis

una enorme cantidad de dinero y asumís que obtenéis lo que pagáis.

—Yo no diría eso.

Ella resopló. —Yo sí.

—¿Cuál es tu evaluación entonces? preguntó él, con curiosidad por conocer sus pensamientos.

Ella hizo un círculo lentamente en el centro del vagón. —La construcción parece buena. Yo

diría hermética con buen aislamiento acústico ya que no se oye mucho ruido del aire al pasar. Aunque
no se oye mucho de los aparatos que hay aquí, tampoco.

— ¿Y los muebles? Él levantó su copa hacia ella antes de beber.

—El bar es bonito. Está obviamente bien surtido. Supongo que esos sofás de allí se pueden

convertir en camas de algún tipo. Hizo un gesto hacia el final del vagón.

Él movió las cejas. —¿Lo quieres descubrir?

—Vaya, déjame pensar, tener relaciones sexuales durante el día en un tren a toda velocidad

donde cualquiera podría entrar o echar un vistazo por las ventanas. —¡No, gracias! Ella realmente se
rió de la idea. —Eres guapo. Te daré eso.

—Has mencionado a gente rica varias veces —comentó, queriendo salir del tema. —Pareces

llena de prejuicios contra las personas con dinero.

—Sólo cuando se sienten como que eso les da derecho a todo lo que quieran. Ella la miró con

gravedad.

—¿Asumo por tu mirada que te refieres a mí? Particularmente no le gustaba ser incluido entre

"todas esas personas ricas", pero no había nada que pudiera hacer para refutar sus acusaciones.

—He conocido a muchas personas ricas en mi vida —reflexionó ella. —Ninguno de ellos era

particularmente agradable, y a pesar de que podían permitirse el lujo de ser generosos, no lo eran.

—Si lo diéramos, pronto todo el mundo sería igual.

Ella le dio una mirada llena de mofa sarcástica. —Lo siento, ¿no llaman a eso comunismo?

—Touché —dijo amando su ingenio. —Aunque la única diferencia entre el comunismo y el


capitalismo es que los comunistas cuidan mejor de sus pobres.

—¡Ouch! Ella colocó una mano sobre su corazón. —No creo que pueda argumentar nada en

contra de eso.

Él agitó su mano. —Ya vale de política.

—¿Pasamos a la religión? Ella levantó una ceja y tocó las cortinas de brocado colgando de las

ventanas.

Él la miró como tocaba la rica tela y perdió completamente la pista de cualquier cosa menos

del recuerdo de lo que se sentía con sus manos sobre su piel. ¿Cuándo se había vuelto tan

enamorado? Era un poco aterrador.

—Cuéntame sobre tu trabajo. Su suave tono era alentador, como si realmente tuviera

curiosidad. —¿Qué hace a la mafia diferente de cualquier otro tipo de negocio? En mi experiencia,
todas las prácticas de negocio están al límite de la ética

—Es cierto. Colocándose más cómodamente en su asiento, pensaba en lo que hacía para

ganarse la vida. Por alguna razón, estaba ansioso por explicarse. Era absurdo, pero podía admitir que
así es cómo se sentía. —Dirijo hoteles y casinos. No es la forma tradicional de la mafia, pero ha sido
bastante lucrativo para mí.

—¿Cuál es la principal diferencia?

—Bueno, la mayoría de las familias de la mafia están metidas en drogas o peleas ilegales, y

también en el tráfico de pieles. —Se encogió de hombros. —No encuentro que esas actividades sean

rentables.

Algo sobre la posición de su barbilla le dio la impresión de que ella lo desaprobaba. Entonces

ella se encogió de hombros. —Supongo que es bueno para ti, pero qué convierte a lo que haces en

ilegal y lo clasifica como....—utilizó comillas en el aire — mafia.

—No me gusta la burocracia —dijo rotundamente. —Yo soborno o intimido a mi manera en

normas y reglamentos que no me convienen, y poseo a la policía en Moscú.

—Bueno, eso ciertamente suena como la mafia —murmuró ella.

—¿Y tú? Pasó a centrarse rápidamente en Trisha. —No hemos hablado casi nada de inglés, y
sin embargo pareces no tener ninguna dificultad para entenderme. El doinio de la lengua rusa es

impresionante.

—Elegí la especialidad de Historia rusa. Este programa de estudios en el extranjero en la

Academia de Moscú era la última parte de mi carrera. Ella suspiró, mirando por la ventana y

pareciendo casi melancólica.

—¿Qué pensabas hacer con tu título? Realmente se preguntaba qué podía hacer con él. Parecía

algo sin sentido, pero que no iba a decirlo en voz alta.

Ella se rió entre dientes. —Creo que elegí esa especialidad solo para fastidiar a mi padre. Él

quería que hiciera trabajo social.

—¿Y no te gustó esa idea?

—No particularmente. Es deprimente.

—Ah. No entendía todo el concepto de lo que hacía un trabajador social, pero realmente no le

importaba. —¿Entonces tu padre estaba enfadado?

—Él no está nunca enfadado. Ella se volvió y le sonrió. —Él está decepcionado. Hay una

diferencia. Soy su única hija. Me he perdido a mi misma y a mi dinero en este ridículo título, bla, bla,
bla. Hay mucha indcucción de culpa.

—Y sin embargo ahora estás aquí y no hay necesidad de sentirse culpable. —Se encogió de

hombros. Para él, el asunto estaba cerrado. —Pronto estaremos en mi resort y todo estará bien.

—Sí —convino suavemente. —Todo irá bien.

Capítulo Once

Trisha nunca había visto un paisaje más hermoso que las boscosas montañas de Siberia que

rodeaban el resort de Anatoly. El lugar contaba con una montaña para esquíar que funcionaba desde

pronto en otoño hasta finales de la primavera, pero ahora el mayor atractivo parecía ser la tirolina.

Sin embargo, era obvio que para los muy ricos, ese lugar era todo sobre servicios de spa de lujo y
relajación.

Anatoly no se quedaba con la población general en la parte principal del inmenso hotel en
forma de castillo. En cambio, tenía una casa privada situada en una ladera. La "cabaña" podía estar
hecha de troncos rojos, pero no había nada que se pareciera a una cabaña de troncos en este lugar.

Tenía con techos altísimos, una enorme extensión de ventanas con vistas al valle, y un enorme

cubierta recubierta de flores de color púrpura. El aroma de la flora que rodeaba la cabaña de

Anatoly llenaba el aire, y Trisha no pudo resistir las ganas de acurrucarse en una silla y simplemente
tomar el sol y el aire fresco.

Anatoly puso un cóctel sobre la pequeña mesa al lado de su asiento. —¿Estás disfrutando?

—No puedo creer que este lugar sea realmente tuyo —murmuró ella con aprecio. —Es

hermoso.

—En invierno la montaña se llena de esquiadores. A veces la cierro para poder disfrutar de

esquiar sin encontrar una docena o más de esquiadores principiantes .

—Gente rica —dijo con un resoplido.

Él movió los ojos y tomó asiento en el sillón al lado de ella. —No. Personas egoístas.

Ella se giró para mirarlo sorprendida. —¿Te has llamado a ti mismo egoísta?

Él muy suavemente remonto su antebrazo con un dedo. —Tal vez.

Su contacto la distraía. Envió un cosquilleo agradable a través de su cuerpo y la hizo pensar en

cosas decadentes como tener sexo en una terraza privada en un complejo de Siberia mientras la
puesta de sol convertía el cielo en sombras feroces naranja y rosa. Excepto que se suponía que ella no
debía estar pensando en ese tipo de cosas.

—¿Nadas?

—Sí, pero no traigo bañador. Se sintió un poco decepcionada por eso. Realmente disfrutaba

nadando.

—El lugar en el que estaba pensando nadar no era realmente una piscina. Estaba obviamente

trabajándosela para llegar a cierto punto, ya que prácticamente podía ver las ruedas girando en su
cabeza.

—Adelante entonces —instó. —Venga escúpelo. Todo este baile alrededor de tu punto me está

mareando.

Él se rió. —No se te escapa nada, ¿eh?


—¿En este momento? No.

—Hay una fuente de agua termal a poco más de un kilómetro de esta casa. Está todavía en

tierras privadas. No permito a los huéspedes que suban allí sin un permiso especial.

Trisha intentó controlar su impaciencia. ¿Poseía una fuente de agua termal en medio de un

hermoso espacio natural como este? ¿Cómo podía tener un criminal de su calibre tan buen gusto?
Eso aturdía del todo la mente.

ANATOLY LA MIRÓ pensativa. Sabía que pensaba en las aguas termales. No sólo tenía

curiosidad, también estaba excitada. Pudo leer eso en su lenguaje corporal.

Finalmente ella se puso de pie. —Vamos a ver ese lugar mágico del que hablas.

—Tú dices eso —reflexionó, sin moverse de su asiento. —Sin embargo, tu tono suena

sarcástico.

Trisha suspiró fuerte. —De acuerdo. Anatoly, por favor, ¿sería tan amable de llevarme a ver

estas fuentes termales? Suena hermoso, y me gustaría mucho ir.

—Mucho mejor.

Él se levantó de su asiento y tomó su cóctel en la mano. Dejó a un lado ambas bebidas.

Uniendo sus dedos con los de él, se dirigió a las escaleras en el otro extremo de la cubierta. Cuando
se dio cuenta de que salían, ella le hizo parar.

—Espera. ¿No necesitamos suministros o algo? Incluso su expresión era adorable.

—No. Apenas hay un kilómetro. El camino es bueno. Estaremos bajo la protección de mis

hombres todo el tiempo, y aunque no te lo creas hay cobertura de móvil por si necesitamos llamar o
algo.

—Oh.

—¿Estás decepcionada? Intentó entender.

—Estaba pensando en una caminata en medio de la nada, ¿sabes? —Ella frunció los labios. —

Pero todavía quiero ver estas vistas maravillosas.

Anatoly rió y la tomó del brazo. —Tal vez nos podemos practicar senderismo hacia arriba en

la montaña un día. Eso nos proporcionará un montón de experiencias en la naturaleza.


—¿Alguna vez subes a los remontes por diversión?

Él asintió con la cabeza. —Todo el tiempo.

El camino descendía la colina hacia abajo donde estaba su cabaña y dentro del bosque a pocos

cientos de metros de distancia. Siguieron el sendero ancho y bien marcado alrededor de árboles y

rocas grandes, cubiertas de musgo. Estaba fresco pero no frío a la sombra del bosque. El aroma de

árboles de hoja perenne llenaba el aire.

No tardó mucho antes de ver el vapor de las aguas termales en el aire. Su excitación aumentó.

Trisha apreciaría este lugar tanto como él. Por algún motivo, le vino a la mente la vez que había

considerado llevar allí a Bianka. La mujer era una chica de ciudad hasta la médula. Incluso la

mención de uno de sus resorts hizo que se retorciera de nervios con un percibido malestar . Ella se
veia ese lugar con una falta completa de todas las comodidades que ella consideraba necesaria para
mantener la vida.

—¿Sobre qué estás pensando? —preguntó Trisha.

Se volvió para encontrárselo mirando embelesado con curiosidad . —Solo en alguien que

conozco.

—Una mujer —ella adivinó.

Ese no era el tema sobre el que quería hablar en este momento. —La llamaría una princesa

mimada y algo estropeada, pero sí. Es una mujer.

TRISHA INTENTÓ no sentirse ofendida por el conocimiento de que Anatoly estaba pensando

sobre otra mujer mientras estaba con ella. ¿Era ella tan poco interesante? Por alguna razón, había
pensado que podría mantener su interés. Ella sabía que era diferente de sus estándares habituales, y
que había muchas opciones de que se cansara de ella más pronto que tarde, pero aún así era

humillante.

—Estaba comparando —dijo Anatoly repentinamente.

Trisha estaba confundida. ¿Sobre qué estaba hablando? —¿Disculpa?

—Por eso estaba pensando en otra mujer —dijo lentamente. —Estaba pensando que nunca

traería a otra mujer aquí. No conozco a nadie como tú. No tienes miedo de una pequeña caminata por
el bosque.
—¡Oh! Ahora en vez de sentir vergüenza, ella estaba nerviosa y excitada.

Entonces doblaron una esquina y todos los pensamientos de las mujeres o de quien y que le

gustaba a Anatoly desapareció de su cabeza. Había un pequeño claro en los árboles que rodeaba una

charca de agua. Había una pared de roca pura al otro lado del sendero, que acababa en el agua. El

vapor se elevaba en hilos desde la superficie de agua lisa como un espejo.

—Anatoly, es hermoso —respiró. —Como algo de un libro de cuentos.

—Me alegro de que te guste. Él hizo un gesto hacia el agua. Trata de poner los dedos dentro.

Está maravillosamente caliente.

Se puso de cuclillas abajo en el borde de la charca y tocó suavemente el agua con la punta de

su dedos. El tenue olor de azufre estaba en el aire, pero no era desagradable. Ella se volvió para hacer
un comentario, pero rápidamente olvidó lo que iba a decir.

Anatoly se había quitado la camisa por encima de su cabeza y ya se había deshecho de sus

zapatos de suela gruesa. Estaba desabrochándose los cierres de sus vaqueros. Trisha gimió al verlo.

No es que no hubiera visto su pecho desnudo antes, pero era una visión algo impresionante.

Cada pulgada de él estaba cubierto de músculo duro plano envuelto en piel dorada. Era como

si ella no pudiera apartar la vista. Él se sacó sus pantalones vaqueros hacia abajo por su parte

trasera, sacando su ropa interior con ellos. El pelo oscuro grueso en su ingle estaba expuesto, junto
con su pene. Él tenía una erección impresionante. Su polla rebotó contra su vientre al quitarse los
pantalones vaqueros, su ropa interior y los calcetines.

—Voy darme un baño —le dijo con una sonrisa diabólica. —Deberías entrar conmigo.

Trisha miró abajo a sus pantalones vaqueros y camiseta informales. Nunca se había bañado

desnuda en una piscina. Su padre era policía. Ella siempre había supuesto que tendría la suerte de ser
arrestada por exposición indecente y hacer que él se ocupara del papeleo. Ahora, sin embargo,

¿realmente no tiene nada que perder? El agua parecía muy acogedora.

Anatoly se metió dentro y después se hundió por debajo de la superficie del agua. Resurgió en

el centro y se sacó el agua de su cara. Su pelo oscuro brillaba a la luz del sol filtrada a través de las
ramas de los árboles, y su piel parecía de seda perfecta. De hecho, todo su cuerpo parecía perfecto.

—Vamos, Trisha —él la animó. —¿Por favor?


—No tengo tan buen aspecto como tú desnuda. De hecho, eso se estaba convirtiendo en una

preocupación real. Ella era una verdadera pelirroja con piel pálida pecosa que nunca se bronceaba.

—Soy como un pez viscoso.

—He visto tu cuerpo. Eres bella. ¿Por favor ven conmígo?

ANATOLY PODÍA VER el baile mental en su expresión. Entonces ella finalmente cedió. Él

sonrió cuando ella se quitó su camiseta sobre su cabeza y apresuradamente se desabrochó su

sujetador. Ella pareció deshacerse de su ropa tan rápidamente y eficientemente como fue posible sin
un solo pensamiento hacia lo que podría constituir un striptease. Él casi se echó a reír por la falta de
artificio. Entonces ella dio un paso dentro del agua, y él se olvidó de respirar.

—Malenkaya, eres hermosa —murmuró.

—¿De veras?

Anatoly hizo un ruido de disgusto. —¿Qué idiota nunca te dijo que eres hermosa? Deseo

pillarlo y cortarle las bolas.

Ella se rió. —Sin duda no tengo la constitución de una modelo.

Incapaz de resistir, Anatoly se acercó y tocó su hombro desnudo. Ella se había hundido un

poco debajo de la superficie del agua. Sus pechos apenas sobresalían de la superficie humeante.

Ambos estaban por encima de la línea de flotación y sus pezones eran puntos duros.

—Necesito tocarte —susurró roncamente. —¿Puedo, por favor?

Su garganta se movió al tragar. —Sí.

Él tomó sus pechos en sus manos. Pasando sus dedos por sus pezones, disfrutó del hecho de

que ella estaba recibiendo placer de la atención. Su carne se puso más tersa. Él hizo círculos

pequeños hasta que estuvieron palpitando contra sus dedos. Finalmente, se hundió abajo y tomó uno

en su boca.

Ella sabía exquisita. Enroscando los dedos entre su cabello mojado, tiró de su cabeza más

cerca como si le estuviera pidiendo más. Él chupó más fuerte, metiendo tanto de su pecho en su boca
como le fue posible. Él golpeó su pezón con su lengua y luego retrocedió para darle un mordisco de
amor pequeño con los dientes.
¡Oh Dios mío, siente muy bien! —murmuró. —¡Más, Anatoly! ¿Por favor?

Él sonrió y deslizó sus manos sobre sus caderas hacia la parte baja de la espalda. Pronto

estaba agarrando con las manos su delicioso trasero y tirando de ella con fuerza contra su cuerpo. —

Te voy a hacer el amor, Trisha —le dijo toscamente. —Voy a meter mi polla dentro de tu coño y

hacerte gritar hasta que las rocas hagan eco del sonido de tu placer.

Entonces ella puso su mano sobre su vientre y deslizar hasta la base de su polla. Agarrándolo en su
palma, ella dio vuelta a todo alrededor de él. —Vale. Pero voy a hacerte gritar junto a mí.

Capítulo Doce

Trisha estaba ardiendo por este hombre, y no había manera de fingir que no lo estaba. Ser

sujetada en brazos de Anatoly mientras él la acariciaba y tocaba sus pechos era maravilloso.

Entonces él dijo que quería hacer el amor a ella y pensaba que podría morirse de la lujuria. Todo

debajo de su vientre estaba tenso y caliente. Sus músculos internos estaban flexionados con la

necesidad de la penetración y en todo en lo ella podía pensar era en el momento en el que la polla de
Anatoly entrara en su cuerpo.

Ella le dio un apretón a su largo y grueso miembro y el la recompensó con un gemido. Él

hundió sus manos en su pelo y tiró de ella por un beso. Ella separó sus labios y sintió lengua

deslizarse dentro de su boca. El sabor decadente de él envolvió sus sentidos. Sentía las olas del agua
caliente contra sus brazos y el refinamiento de la piel de Anatoly donde presionaba contra la suya.

Ella estaba flotando, con Anatoly como única ancla que había en el agua. Sus pies parecían

estar firmemente plantados en el fondo de la charca. Trisha aprovechó la oportunidad para levantar
sus piernas y envolverlas alrededor de su cintura. La posición abrió su sexo y lo presionó duro

contra su erección. El roce maravilloso de su miembro contra su clítoris la hizo temblar.

—¡Anatoly, me voy a correr! —dijo roncamente.

—Entonces córrete, malenkaya.

Sintió una sensación de ardor en las parte posterior de las piernas mientras las apretaba

alrededor de su cintura. Después tuvo la sensación abrumadora de una descarga eléctrica se

disparaba a través de su sistema nervioso. Ella gritó mientras su cuerpo se convulsionaba con un
orgasmo. Sus músculos interiores se flexionaron y se apretaron buscando la polla de Anatoly. Se

movió contra él para conseguir más. Lo necesitaba tanto que apenas podía soportarlo.

—Tranquila —le dijo suavemente. Sus manos estaban en el pelo ella, alisando los filamentos

húmedos de su cara y la calmaba con su contacto. —Tendrás lo que necesitas. Te lo prometo.

Ella gimió, apretando sus muslos donde descansaban contra las caderas de él. Él agarró su

parte trasera más firmemente y la sacó suavemente de él. Ella flotaba en el agua, al amparo del calor
que la mantenía en una posición perfecta.

La punta de la polla de Anatoly sondeó su resbaladiza entrada. Ella respiró profundamente. La

cabeza de él se deslizó dentro de su coño. No era suficiente. Finalmente, empujó hacia adelante y la
llenó totalmente. Ella gimió de satisfacción y envolvió sus brazos alrededor de su cuello.

En ese momento ella lo miró a los ojos. La intimidad le golpeó, y se sintió casi tímida. Sus

ojos oscuros eran tan bellos. Podía ver tantas cosas allí, y todavía no sabía cómo irían las cosas entre
ellos.

Comenzó a moverse dentro de ella. El agua se movía con ellos, salpicando su piel ligeramente

y creando un delicioso abanico de sensaciones.

Trisha echó la cabeza hacia atrás y miró hacia arriba a través de los árboles gruesos hacia el

cielo azul. Sus pechos rozaban de forma seductora contra el pecho duro de Anatoly. Sus pezones

crecían duros y su clítoris palpitaba. Él aumentó su ritmo, golpeando dentro de ella y haciéndola

jadear con cada empujón. El placer era casi abrumador. Ella se sentía casi al borde de otro orgasmo y
lo alcanzó con todo lo que tenía.

ANATOLY NUNCA HABÍA había disfrutado tanto otra cosa como ese momento dentro de

Trisha. Ella era todo lo que cualquier hombre podría desear. Era atractiva y desinhibida, y ardía por
él como nadie nunca lo había hecho. Podía sentirla como estaba al borde de otro climax. Él quería

correrse con ella. Sus bolas estaban apretados entre sus piernas y el coño de Trisha retenía su polla
tan firmemente que apenas podía moverse dentro de ella.

Ella gritó, con un gemido apasionado que hizo eco en la pared de roca e hizo a Anatoly

temblar de deseo. Ella se apretó alrededor de él brevemente antes de que él la sintiera derretirse con
su orgasmo. La hermosa sensación fue más de lo que él podía resistir. Echando su cabeza hacia atrás,

Anatoly se convulsionó al derramar su semilla en el cuerpo de Trisha. Él la sujeto cerca, dejándose


caer en el agua. Flotaron así, con su polla todavía incrustada dentro de su cuerpo.

Una ola de ternura le inundó y la envolvió con seguridad en un abrazo. Esta mujer era diferente

de cualquier otra persona que nunca hubiera conocido. Con ella no había una agenda oculta que

descubrir o manipulaciones que evitar. Ella era exactamente lo que ella mostraba ser. El efecto era
impagable.

—No puedo creer que acabo de hacer —murmuró ella. —Ya es oficial. No tengo ninguna

fuerza de voluntad.

Él se rió entre dientes. —Estoy bastante seguro de que no lo hiciste sola.


—No. Tienes razón. Es tu culpa.

—¿Cómo? Él miró hacia abajo a su cara y suavemente metió un mechón de cabello húmedo

detrás de su oreja.

—Te has desnudado y después has entrado en el agua. Eso es lo que empezó esta tontería.

—Lo siento, pero esto no ha sido una tontería —sostuvo. —Ha sido increíble.

—El sexo contigo parece caer bajo ese título. ¿Pero tal vez eso sería sexo con alguien que

sabía lo que estaba haciendo? No estoy segura de tener datos suficientes para hacer un juicio sobre
eso.

—No vas a obtener datos sobre ese tema, si eso es lo que estás sugiriendo —gruñó él. —No te

follarás a otro hombre. Nunca.

—¿Es eso así? Trisha parecía divertirse. A él le molestaba. ¿Pensaba ella que él era tan

voluble? —¿Te das cuenta que sueles tener la capacidad de atención de una pulga cuando se trata de
mujeres?

—¿Cómo sabes eso? —soltó él, irritándose. —Apenas me conoces.

—Tal vez, pero sé lo que me has dicho tú y otras personas sobre ti. Ella presionó la punta de

su dedo índice sobre su esternón. —¿Cuántas veces has dicho que me mantendrías mientras te

interesara?

Anatoly no tenía ninguna respuesta para eso. Era cierto. Él lo había dicho. Probablemente sería inútil
tratar de explicar las múltiples emociones y pensamientos que pasaban por su cabeza parra

decir esas cosas. De hecho, no quería hablar de ello.

—Bueno, por ahora eres mía. No importa nada más —dijo firmemente.

Ella giró sus ojos. —Como quieras.

EL CAMINO DE REGRESO a la cabaña fue menos agradable que el de ida a las aguas

termales. Algo del brillo se había apagado. Trisha sentía tiesa e inestable con Anatoly. El hombre
estaba teniendo otro cambio de humor y parecía casi hosco.

Caminando sobre agujas de pino caídas, con el bosque alrededor de ellos con los cantos de los

pájaros en los árboles y pequeñas criaturas escurriéndose volviendo a sus escondrijos. De hecho,
parecía como si todo el mundo se sentiera bien, con la notable excepción de Anatoly Zaretsky.

Una nube surcó el cielo cubriendo el sol. El paso de Anatoly no parecía beneficiar el camino

de vuelta a la cabaño. Se sumergieron hacia abajo en un lugar bajo donde la hierba crecía espesa y las
ramas de los árboles entrelazados encima de la cabeza obstruían completamente cualquier vista

del cielo.

Un escalofrío sacudió la espina dorsal de Trisha. —¿Oyes eso? —le susurró a Anatoly.

—¿Oir qué? Él sonaba impaciente.

—Exactamente. Los pájaros han dejado de cantar. Eso es malo. La intranquilidad en su vientre

creció a un terrible sentimiento de preocupación.

—Estás siendo tonta—

Nunca llegó a terminar lo que estaba diciendo. Cuatro hombres salieron de la maleza espesa.

Llevaban ropa de camuflaje e incluso se habían pintado sus rostros. Dos de ellos fueron directamente
a por Anatoly. Vio como él buscaba al lado como si se hubiera olvidado que no había traído un arma.

Aún así, no iba a rendirse sin luchar. Lanzó una rápida ráfaga de golpes, dándole a un hombre en la
mandíbula y haciéndole caer atrás varios pasos.

—Ven con nosotros —le ordenó uno de los hombres.

—¿Qué? ¡No! Ella estiró la mano de su agarre. —Estoy aquí por mi propia voluntad. ¡No

quiero irme!

Ella pilló a los dos hombres intercambiando una mirada significativa. Entonces el otro la tiró

al suelo de un solo movimiento.

—¡Eh! ¡No puedes hacer eso! Ella golpeó contra su espalda, pero no tuvio más efecto que si

fuera una pulga.

Anatoly oyó su grito y redobló sus esfuerzos para deshacerse de los otros dos hombres. Ambos

estaban golpeándole. De hecho, los tres rodaban por el suelo del bosque dándose de lo lindo los unos
a los otros. Ella no podía decir que puños pertenecían a que hombre. Era todo una pila de camuflaje y
carne musculada.

Por supuesto, no ayudaba que esencialmente estuviera viendo esa lucha colgada boca abajo

sobre el hombro de algún idiota. De hecho, se estaban alejendo más y más lejos de Anatoly y los
otros idiotas. Ella estaba empezando a sentirse un poco mareada. Además, no quería irse. Anatoly

podía cambiar de humor más que una chica adolescente, pero aún no estaba lista para rendirse.

Trisha golpeó a su secuestrador otra vez cuando giraron una esquina y ya no pudo ver a

Anatoly. —¿Me dejas ir?

El hombre en realidad tenía el descaro de acariciar su parte trasera mientras estaba corriendo.

—Mi nombre es Taft y este otro cabeza hueca es Jack. —Tranquila, cariño, tu padre nos ha enviado.

—¡Ugh! —ella gimió. —¿En serio? ¡Este tío no lo pilla!

—¿Qué? Su captor sonaba confundido.

Girando su cuello, Trisha pudo ver al hombre llamado Jack. Él y Taft intercambiaron algunas

miradas bastante significativas. Pero necesitaba más que eso. Necesitaba que ellos dejaran de correr.

¿Qué le estaba sucediendo a Anatoly? ¿Los otros dos estúpidos van a lastimarlo?

—Tengo veintisiete años —dijo Trisha secamente al hombre. —Mi padre os ha enviado

porque quiere que vuelva a casa. Estoy aquí por mi propia voluntad. Así que si seguís con esto me

estáis secuestrando. —Y seamos honestos, chicos, nadie quiere un cargo de secuestro.

—¿Copeland dijo que ella tenía veintisiete? Jack le preguntó a su compañero. —No recuerdo

eso en el expediente.

—Sí, suele olvidarse de eso —dijo Trisha. —Sabes, él dice cosas como 'mi niña' para poner

esa imagen en vuestra cabeza de alguna adolescente desamparada.

—¿O sea que tienes veintisiete? Taft la bajó de su hombro y la volvió a poner de pie.

—Sí —le aseguró Trisha. —Tengo la edad legal y algo más.

Taft la miraó con sospecha. —Tu padre dijo que la mafia rusa te retenía contra tu voluntad.

—Comenzó de esa manera, pero ahora soy una huésped. ¿Parecía como si estuviera cautiva?

Estábamos haciendo senderismo volviendo de las aguas termales juntos. No estaba atada ni nada.

Podría haberme ido corriendo en cualquier momento. Y ella no pudo evitar pensar que debía haber

huido solo para castigar a ese idiota tonto de Anatoly.


Jack señaló a Taft. —El protocolo indica que si no existe evidencia de que alguien no menor

de edad está siendo retenido contra su voluntad, entonces no podemos llevárnoslo si protesta.

—Lo pillo colega, no tienes que recordármelo. Taft levantó sus manos como si quisiera que

supiera que él no tenía ninguna intención de tocar a Trisha otra vez.

Eh, esperar un minuto —dijo ella. Me habéis arrastrado hacia aquí en medio del bosque, ¿y

ahora me abandonáis?

—¿Piensas que Bo y Leeds abrán acabado con Zaretsky? —Taft se preguntó en voz alta.

—¡Hola! Ella agitó sus manos delante de la cara de Taft. —¡Estoy hablando! Vosotros me

habéis arrastrado hasta aquí. Me podéis llevar de vuelta, ¿vale?

Taft resopló. —Lo siento, niña, tú eres la que ha decidido dormir con el enemigo. Si no deseas

nuestra ayuda, estás sola.

—¡Capullos! —ella se quejó, viéndoles irse a través de los árboles y desaparecer rápidamente

en el bosque oscuro.

Ahora ella tenía que encontrar su propio camino de regreso.

Capítulo Trece

Anatoly tropezó en los escalones que llevaban a la terraza de su cabaña. Agarrando la

barandilla, se ayudó para subir arriba unos pocos pasos. Estaba sangrando de un corte encima de su
ojo. Su camisa estaba rasgada. Sus tejanos estaban cubiertos de suciedad del suelo del bosque, y no se
había sentido nunca antes tan frenético en nombre de otra persona en su vida.

—¡Yakov! —gritó. —¡Yakov, ven rápido!

Su casi sombra constante saltó sobre la cubierta desde la cocina donde él probablemente había

estado coqueteando con la cocinera. —¿Qué pasa, jefe? Yakov funcio el ceño cuando vio el aspecto

desaliñado de Anatoly. ¿Tengo que llamar a los chicos?

—¡Sí! Anatoly abrió la boca. —Y deprisa. Alguien ha secuestrado a Trisha. ¡Maldita sea!

Anatoly sabía exactamente lo que había sucedido. —Tiene que ser su padre. ¿Por qué el hombre

enviaría a un equipo armado a buscar a su hija?


Anatoly estaba despotricando. Él lo sabía. Estaba tan molesto por todo. —¡Si sólo hubiera

atención! —dijo a Yakov. —Trisha notó el silencio de los pájaros antes de que yo me diera cuenta.

¡Yo no la he tomado en serio! ¡Me merezco lo que me pasa!

—Jefe, tienes que calmarte. Yakov lo estaba mirando como si hubiera perdido la cabeza. —

¿Dónde viste por última vez a Trisha?

—Estaban corriendo por el bosque, llevándola sobre un hombro.

—Vale. El tono de Yakov era totalmente razonable. —Tienen que encontrar una manera de

salir de la propiedad.

—Correcto. Anatoly sacó un mechón de pelo largo negro de su cara. —Cerrar todas las

salidas fuera de la propiedad. Tenemos que encontrarla. Emite un boletín a la policía local. Cierra las
autopistas si tienes que hacerlo. ¡Joder, cerraré los malditos aeropuertos si no puedo encontrarla!

Empezó a caminar energéticamente desde un extremo de la cubierta a la otra. Su cabeza palpitaba por
el golpe que había recibido en un ojo. Podía sentir la hinchazón y sabía que se

ennegrecería por la mañana. Sin embargo, nada de eso importaba si él no podía encontrar a Trisha.

—¿Jefe? —dijo Yakov con una extraña expresión en su rostro.

—¿Qué? Anatoly fulminó a su amigo y compañero de tanto tiempo. —¿Ya están cerrados los

caminos? ¡Ellos podrían estar escapando ahora!

—Señor —Yakov lo intentó de nuevo.

—¿Qué?

—La he encontrado.

—¿Dónde? Anatoly se giró, cayendo casi de culo. Era evidente que había recibido más de un

golpe en la cabeza de lo que él había pensado inicialmente. Se sentía algo mareado.

—Acaba de salir de los árboles y se dirige en etsa dirección. Yakov había inclinado su cabeza

hacia un lado, con una sonrisa en la comisura de su boca. —Parece muy cabreada, señor.

Anatoly nunca se había sentido tan aliviado en su vida. —Entonces no está herida. ¡Gracias a

Dios!
TRISHA PISOTEÓ el césped aterciopelado y después subió por las escaleras. Caminó a

través de la cubierta e intentó recordar que Anatoly no era el que seguía enviando a estos matones.

De hecho, parecía muy aliviado al ver que su enojo por la situación se comenzaba a evaporar.

¡Trisha! Me alegro ver que no estás herida. Anatoly la agarró y la envolvió en sus brazos en un

abrazo feroz.

Ella reposó su mejilla sobre su pecho y sintió como desaparecía la tensión de su cuerpo. —Mi

padre envió a esos hombres.

—¿Cómo escapaste? Él se echó hacia atrás lo suficiente para ver el brillo en su hermoso

rostro. —Tuve alguna dificultad contra dos de ellos a la vez. Sin duda estaban preparados.

—Pienso que eran secuestradores profesionales —dijo ella lentamente. —Ya sabes, como un

equipo de extracción. Excepto que el protocolo de su empresa no les permite tomar a una persona de
edad y que no está retenida contra su voluntad.

Tomó sus mejillas en sus manos. —¿Y no te consideras tal?

—Estoy aquí porque quiero. A veces creo que estoy un poco loca por no probarlo y escapar,

pero tal vez nunca estuve muy cuerda de todos modos.

—Trisha —murmuró él.

Anatoly besó su frente y sus mejillas y después puso sus labios sobre los suyos y Trisha olvidó

de cómo respirar. La ternura del beso estaba totalmente reñida con la brutal reputación del hombre.

Suavemente besó su labio inferior entre sus dientes y le dio un ligero pellizco. Sintió el escalofrío
hasta en sus dedos.

Entonces él repentinamente se tambaleó cayendo en sus pies. Trisha tuvo la presencia de ánimo

para envolver sus brazos alrededor de él para evitar que se cayera.

—Anatoly, ¿qué sucede?

—A juzgar por el corte sobre su ojo, recibió un golpe en la cabeza. Un hombre puso uno de los

brazos de Anatoly alrededor de su cuello y comenzó a llevarlo dentro. Por cierto, soy Yakov.

—¿Estará bien? Trisha siguió detrás de ellos, sintiéndose un poco como una gallina madre.
Anatoly estaba murmurando algo acerca de ver doble.

Yakov hizo un gesto a otro hombre, y entre los dos echaron a Anatoly sobre el sofá. Le

colocaron en el sofá y se apartaron un poco. Tenían sus cabezas juntas, pensando sobre qué hacer.

Trisha se arrodilló al lado de Anatoly y tocó su rostro suavemente. Él se sintió caliente, casi

febril. Había muchos cortes y algunos moretones. Ella se sentía horrible. Si no hubiera sido por ella,
nada de esto habría sucedido. Tal vez ella necesitaba volver a casa antes de que su padre ordenara
algo aún más extremo. Había sufrido dos intentos de secuestro en menos de veinticuatro horas. Había
llegado el momento de tener su destino en sus propias manos.

—¿Yakov? —gritó ella , interrumpiendo su conversación.

—Sí, señora Copeland? Yakov levantó las cejas hacia ella.

Trisha intentó reunir su determinación. —Necesito mi teléfono.

—No sé si el señor Anatoly lo permitiría, y él no está exactamente en un estado de ánimo para

tomar una decisión.

—Lo sé. Pero necesito hacer una llamada. Mi padre es el que está enviando a estas personas a

buscarme. Necesito hablar con él y decirle que pare antes de que pase algo realmente malo. Ella se
sintió más segura acerca de esto que sobre cualquier otra cosa durante mucho tiempo. —¿Por favor?

Sólo dame mi teléfono.

ANATOLY SINTIÓ como si estuviera nadando en pegamento. Había luz y color, pero no podía

decir de dónde provenía. Tenia un dolor en su cabeza y sus ojos se le dolían como si alguien intentara
sacárselos con una cuchara.

Poco a poco se dio cuenta del hecho de que estaba acostado en el sofá en su cabaña. Se acordó

de las aguas termales con Trisha. Entonces recordó a los hombres asaltándolos en el bosque. Más

allá de eso, no tenía ningún sentido del paso del tiempo o cualquier otra cosa. Tenía un nudo en su
estómago y estaba casi seguro de que si trataba de bajar del sofá lo más probable era que vomitara.

—Jefe —dijo Yakov suavemente. —¿Estás despierto?

—Más o menos —consiguió murmurar Anatoly. —¿Dónde está Trisha?

Incluso a través de un párpado hinchado Anatoly pudo ver la mueca de Yakov. —Ella quería

que le devolviera el teléfono para llamar a su padre y exigirle que dejara de enviar equipos de
extracción.

—¿Qué? Un atisbo de pánico pasó por Anatoly, dándole un extra de fuerza. Se las arregló para

sentarse, pero Yakov lo empujó hacia abajo. Anatoly gruñó. —¿Qué estás haciendo? Tengo que

detenerla. ¿Qué pasa si planea unirse con el próximo equipo en algún lugar? No quiero perderla.

—Jefe, tienes que escuchar. Yakov exhaló un suspiro enorme. —En primer lugar, si Trisha

deseaba irse, tuvo una gran oportunidad.

—Oh. El pánico de Anatoly comenzó a ceder. —Supongo que tienes razón.

—En segundo lugar —dijo Yakov irritado. —Creo que deberías enviarla a su casa de todos modos.
Este enamoramiento tuyo es ridículo y no puede llevarte a ninguna parte.

—¿De qué estas hablando? Anatoly no apreció que le dijeran qué pensar o hacer. —Me

divierto con Trisha.

—Sí, pero ¿qué futuro ves en tu relación con ella? Yakov se sentó en el borde del sofá al lado

de él. —Tú eres el rey de la mafia en Moscú. Nadie se atreve a discutirte eso en tu cara. Pero la

verdad es que necesitamos a los Sokolovs.

—Carne de cañón —Anatoly recordó a su lugarteniente. —Eso es todo lo que son.

—Y sin embargo, la carne de cañón tiene su propósito. ¿No?

—Anatoly deseaba que hubiera mantas en el sofá para poder ponerlas sobre su cabeza. —No

me voy a casar con Bianka Sokolov. Esa mujer es una zorra de primera clase.

—Así que ponle una casa en Moscú y no la veas nunca más —sugirió Yakov encogiéndose de

hombros de forma desdeñosa. —Considéralo el precio de hacer negocios.

—Esto es una mierda —gimió Anatoly.

—Sí. Pero la vida es así.

TRISHA DEJÓ que su respiración saliera muy lentamente. Si la gente mantenía generalmente

que a los fisgones rara vez les gustaba lo que oían, ahora estaba de acuerdo sin reservas de que eso
era cierto. Ella no quería escuchar, pero ella volvía para ver si Yakov podía sugerir un lugar donde
ella podría obtener una mejor cobertura para su teléfono.

Ahora se volvió y caminó fuera de la cocina y en la cubierta. Una vez afuera, ella puso sus
manos sobre su cabeza y trató de encontrar un sentido de equilibrio en todo esto. Siempre había

sabido que su situación con Anatoly era temporal. Él no había sido exactamente tímido sobre eso.

Así que tal vez necesitaba centrarse en aquí y ahora, lo que implicaba convencer a su padre de

que ella no tenía ningún interés en regresar a Cleveland. Sacando su teléfono, comprobĺa señal. Era
mejor aquí. Tenía al menos tres barras. Miró su lista de contactos y pulsó el botón para llamar al

teléfono de su padre.

Respondió en el segundo tono. —¿Trisha? Oh, Dios mío, ¿eres tú?

—Sí, papá. Soy yo. El sonido de total alivio en su voz la hizo sentirse un poco más culpable

por lo que estaba a punto de decir. —Papá, tenemos que hablar.

—¿Hablar? ¿Estás bien? El equipo dijo que te encontraron, pero que no querías irte. ¿Qué

demonios está pasando? Estaba elevando la voz, con palabras cada vez más virulentas al mismo

tiempo que se agitaba más.

—Papá, por favor cálmate. Si comienzas a gritar, cuelgo.

—¡Un momento! Está bien, estoy tranquilo. Estoy tranquilo.

Ella realmente se sentía un poco culpable. Cuando su padre se ponía a gritar, no se podía hacer

ningún trato con él.

Trisha trató de recordar lo que había planeado decirle. —Papá, es muy importante que dejes

de enviar gente a por mí.

—¿Qué? ¿Por qué? —gritó en el teléfono. —¡Estás retenida allí contra tu voluntad por algún

matón ruso! Por supuesto que voy a rescatarte. Mi socio Skaggs tiene contacto con otro equipo de

extracción que trabaja exclusivamente en Siberia. Vamos a sacarte de ahí, calabaza.

—Papá. No. Eso es lo que estoy diciendo. No quiero ir a casa.

Hubo un silencio largo en el otro extremo de la línea. ¿Tienen un arma sobre tu cabeza, Trisha?

¿Se trata de eso?

¡Papá, no! Ella se estaba exasperando. —Nadie me está forzando a hacer nada. Estoy hablando

con mi teléfono, y no hay nadie alrededor. Tengo privacidad cuando quiero, y estoy en unas
vacaciones fabulosas en Siberia con un chico muy guapo, realmente genial. Quiero hacer esto. Eso es
lo que estoy tratando de decirte.

Otro silencio largo, pero ella sentía que se estaba enfadando. Cómo era posible que sintiera el

humo que salía de los oídos de su padre a 1 millón de kilómetros de distancia era difícil de decir,
pero sin duda así era.

Tragó la saliva que se había formado en la garganta. —¿Papá?

—Lo siento, Trisha —dijo lentamente. —Todavía estoy tratando de procesar que tu prefieras

estar jugando de vacaciones con un criminal que ser responsable y volver a casa donde perteneces.

—Papá. Ya no pertenezco a tu casa. Ya tengo veintisiete años. Pertenezco a mi propia casa

haciendo lo que quiero hacer. Soy una mujer adulta. Si esta es mi elección, entonces eso es todo. Ella
no estaba segura, pero decir eso en voz alta la hizo sentir bien. Tú siempre me estás diciendo que deje
de ser tan pasiva y que haga una elección activa. Bueno, pues lo estoy haciendo.

—¡Eso no es lo que quise decir!

—No. Lo sé. Quisiste decir que hiciera una elección que ya habías hecho por mí. De esa

manera te seguiría tus pasos o te haría feliz. Bien, yo estoy eligiendo hacer algo por mí mismo. Ella
se sintió más ligera. ¡Casi flotando! —Así que tómate una píldora relajante y deja de enviar a

hombres detrás de mí, y te llamaré en unos días para saludarte.

Trisha pulsó el botón para finalizar la llamada sintiéndose más como un adulto que nunca

antes.

Capítulo Catorce

Anatoly miró malhumoradamente por la ventana de su dormitorio en la cabaña. Así no era

cómo él había planeado su primera noche en casa con Trisha. Se sentía muy mareado y enfermo

incluso para levantarse de la cama. Ahora tenía tres puntos de sutura en el corte por encima de su ojo,
y Trisha estaba ocupada esperándolo como si ella fuera una criada y él un inválido.

—Aquí estás —dijo amablemente mientras ella colocaba una bandeja en la cama. —No estaba

seguro de si querrías cenar algo, pero pensé que lo podría intentar.

A decir verdad, el olor a comida le hacía revolver el estómago, pero él no iba a decírselo.

Esta cosa de la vulnerabilidad era vergonzosa. Él era Anatoly Zaretsky. No se suponía que un par de
ex militares americanos lo noquearan mientras daba un paseo por el bosque. Sonaba patético, y todo
eso lo hacía un gruñón.

—Anatoly, ¿qué sucede? —le preguntó suavemente.

La vio subir a la cama al lado de él y se enrolló con las almohadas. Su expresión era

invitadora, y parecía más preocupada por él de lo que podía recordar nunca de nadie. Más

impactante era que ella cuidaba de él simplemente por sí él y no porque fueera el jefe de una

empresa, o el hombre que dirigía la mafia Zaretsky en Moscú. Era suficiente para ella que él fuera el
mismo. Qué extraño.

TRISHA PODÍA VER que Anatoly no tenía ninguna idea de qué hacer con el cuidado que ella

le estaba dando. Ella se preguntaba si sería mejor a volar de regreso a Cleveland y lidiar con las
consecuencias de su conversación con su padre. Pero incluso después de escuchar que Anatoly debía

casarse con alguna chica con el apellido de Sokolov, Trisha no quería dejarlo. Sobre todo cuando era
tan obvio que tenía problemas.

—¿Te duele la cabeza? —preguntó ella, ansiosa. —El doctor dejó unas pastillas para eso.

—No quiero sus pastillas —espetó Anatoly. —Me hacen sentirme mareado y cansado.

—Tal vez necesitas descansar.

Su mirada fulminante podría haberla asustado antes, pero ahora ella sólo sonrió.

Alcanzándolo, ella acarició suavemente su mano. La puso en la suya y comenzó a frotar sus dedos

como si ella pudiera de alguna manera hacerle sentirse mejor solo masajeándole la mano.

—¿Por qué haces esto? —susurró él.

Esa era sin duda la pregunta, ¿no? —Porque eres un ser humano y necesitas algunas

atenciones.

—Pero no hay nada para ti. Él parecía tan seguro.

—¿Anatoly? —comenzó lentamente, aún trazando el contorno de su mano. —¿Quién es Bianka

Sokolov?

Parecía congelarse un momento y después todo su cuerpo pareció descansar como si estuviera

aliviado. —Bianka Sokolov es la hija del líder de la otra familia de la mafia en Moscú.

—¿Realmente vas a casarte con ella y le pagarás una casa y no la mirarás nunca más? Una vez
que había empezado, Trisha parecía no callarse las preguntas. —Lo siento, pero eso suena horrible

para los dos.

—Honestamente, no estoy seguro que a Bianka le importara siempre que tuviera un montón de

dinero. La mujer es menos profunda que un charco de lluvia. Parecía como si él se acabara de comer
algo amargo. —Estabas escuchando cuando estaba hablando con Yakov. ¿Sí?

—Sí. Ella se encogió de hombros. —Lo siento, pero no era como si los dos estuviérais

tranquilos.

—No. Su risa tenía algo de humor caliente. —Creo que el golpe en la cabeza prestados me ha

incapacitado para la sutileza esta tarde.

—Así que ¿qué pasa ahora? —ella presionó, sintiendo una extraña sensación de urgencia que

no podía definir.

—No lo sé. Se acercó y envolvió un brazo alrededor de ella, acercándola a su lado. —Me gusta estar
contigo, Trisha. Está diferente de cualquier persona que he conocido. Desde el momento que te vi por
primera vez a ti y a tu amigo en el casino, me fascinaste. Te expresas tan honestamente con los demás.
Te ries y frunces el ceño y haces caras y dices lo que piensas. En todo lo que podía pensar era en que
yo quería tener eso para mí.

—¿Tener qué? Ella no podía imaginar que fuera honesto. Nunca.

—Te quería toda para mí.

Ella se rió, colocando su mano sobre su pecho y sintiendo el constante latido de su corazón.

No puedes ser dueño de otra persona. No realmente.

ANATOLY SE PREGUNTABA SI Trisha se dio cuenta de que él podría tener exactamente eso

si él quería. Tal vez no era el momento para sugerir que aunque se casara con Bianka — como Yakov

indicó que debía hacer— Anatoly todavía podría mantener a Trisha como su amante. Tendría todo lo

que su corazón deseaba. Él haría que eso sucediera.

—Quiero llevarte a cenar. Presionó sus labios contra su frente e inhaló el aroma de ella. —

Quiero mostrarte lo hermoso que el verdadero hotel es. No escatimé en gastos en su construcción y

quiero compartir eso contigo.

—Anatoly, no sé si eso es una buena idea. La forma suave en que ella le hablaba le hizo
sentirse cuidado y acariciado.

Luchó para llegar al borde de la cama. Me ha visitado el médico. Tengo algunos puntos de

sutura y algunos moretones. Eso no significa que mis piernas no funcionen. Yakov nos llevará. No

está lejos. Él la miró de lado pícaramente. —¿No tienes hambre?

—Te he traido una bandeja. Ella señaló a la comida que Yakov había enviado para él.

—Creo que prefiero comer algo en mi restaurante.

Trisha gimió. —Entonces supongo que ninguno de nosotros puede realmente llevarte la

contraria, ¿verdad?

—¡Yakov! —gritó.

Su lugarteniente apareció en la puerta. —¿Sí, jefe?

—Voy a salir. Quiero llevar a Trisha al restaurante en el resort. Ns llevarás en coche.

Para la sorpresa de Anatoly, Yakov compartió una mirada significativa con Trisha. Al parecer

los dos habían logrado conectar mientras estaba inconsciente. No era necesariamente una mala cosa.

Siempre que no se unieran contra él.

—Traeré las bolsas de vomitar —dijo Yakov secamente. —Señorita Trisha, ¿estás lista para

salir?

—Déjame cambiarme rápido y entonces sí. No creo que quiera aparecer en mis pantalones de

pijama. Hizo un gesto a su ropa interior.

Anatoly le dio un suave beso en sus labios. —Creo que estás preciosa.

—Sí, y te has golpeado la cabeza antes, por lo que todos sabemos que opinión es la vale —

dijo ella sarcásticamente.

—Como usted diga, señorita Trisha —estuvo de acuerdo Yakov.

—¡Eh, qué pasa! —Anatoly protestó. —Nada de dos contra uno. Trisha se supone que está en

mi equipo.

—Estoy en tu equipo —le aseguró. —Incluso cuando no te gusta la estrategia de equipo que
propongo.

—Eso es porque soy el capitán del equipo —le recordó.

Ella compartió una sonrisa con Yakov y abandonó la habitación sin responder.

—¿Por qué me siento como si hubiera sido evitado? —Anatoly se preguntó en voz alta.

Yakov se rió entre dientes. —Porque Trisha Copeland es una mujer inteligente, independiente,

que no va a ser intimidada por su estatus como líder de los Zaretskys.

TRISHA BUSCÓ EN SU equipaje algo apropiado que ponerse. Normalmente llevaba tejanos y

camiseta de chica, tenía muy poca ropa de noche o vestidos. Finalmente se puso una falda estampada

floral que llegaba hasa la mitad de su muslo y quedaba bien con su top favorito. Los colores
brillantes eran favorecedores para su piel, y se sentía cómoda y natural.

Cuando volvió al dormitorio de Anatoly, él estaba ade pie y vestido con pantalones oscuros y

una camisa azul.

Ella le dio sonrió cálidamente. —Estás maravilloso.

—Como tú. Él le tendió su brazo. —¿Nos vamos?

—¿Así me puedes escoltar? ¿O así te puedo llevar? —ella bromeó.

—Oh, ha ha. Pero sonreía y parecía estar de buen humor.

Ella trató de medir su malestar por lo que ella podía leer en su expresión. —¿Cómo te sientes?

—Estoy bien, Trisha. Deja de preocuparte.

Con cuidado salieron de la cabaña y se metió en el coche que Yakov tenía esperando en la

parte inferior de los escalones de la entrada. Después se deslizaron hacia el extenso complejo de

edificios que se iluminaba como un faro hacia el cielo de la noche.

—Se ve hermoso —le aseguró. —Algo así como un cuento de hadas.

—Ese era realmente el aspecto que buscaba —admitió. —Quería que los huéspedes se

sintieran como si estuvieran dejando sus vidas reales atrás y estuvieran llegando a un lugar donde
podía pasar cualquier cosa.

Ella quedó impresionada con la atención y pensó que él habría aplicado su concepto de
diseño. —Realmente tienes un instinto para los negocios hoteleros.

—Es agradable. Pero no tan divertido como mostrarla en el lugar.

Ella decidió no pensar en Bianka Sokolov u otras mujeres o las obligaciones por las que ella

no podía hacer nada al respecto. Enseguida habían aparcado frente al hotel. Un miembro uniformado

del personal se acercó y abrió la puerta. Era evidente que todos sabían quien había venido de visita.

—Señor Zaretsky, es un placer tenerle entre nosotros. El hombre se inclinó desde la cintura.

—Gracias, Pyotr. Anatoly se deslizó fuera del coche y ayudó a Trisha a salir detrás de él. A

continuación, Anatoly sonrió al hombre uniformado. —Piotr es uno de mis directores más diligentes.

No podríamos dirigir este complejo sin él.

Pyotr se hinchó de orgullo. Era extraño, pero ella nunca había considerado a Anatoly como un

jefe particularmente atento. Ahora tenía que revisar una vez más su opinión sobre él.

Anatoly la llevó al comedor subiendo unos pocos escalones . Señaló algunas de las obras

antiguas que pensó que le podían interesar con su base de historia. Charló sobre el mobiliario y las
hermosas arañas de cristal que se remontaban a la época de los zares. Y entonces justo cuando Trisha
creía que la noche estaba resultando ser absolutamente perfecta, sucedió algo absolutamente terrible.

—¡Anatoly! Una voz de mujer rompió la tranquilidad del comedor. ¡Anatoly Zaretsky,

demonio! ¡He estado buscándote en todas partes! Me dijeron que estabas aquí, pero nadie parecía

saber dónde estabas.

Trisha sintió como Anatoly se congelaba junto a ella. Entonces, la mujer que ella y Minka

habían visto una vez en el baño del casino apareció y le dió dos besos en ambas mejillas a Anatoly.

Entonces miró burlonamente a Trisha y puso sus labios como un puchero.

—¿Dónde has encontrado a esta? —ella señaló a Trisha. —La niña aún no puede elegir ni su

propia ropa, Anatoly. En serio. ¿No puedes ser un poco más discreto?

Capítulo Quince

Anatoly estaba casi seguro de que el Apocalipsis estaba sucediendo en ese momento. Él nunca

podría haber anticipado el horror de tener a Bianka Sokolov allí en su resort mientras él iba a estar
disfrutando de una escapada romántica con Trisha.
—¿Anatoly? Bianka levantó sus cejas. —Estoy hablando contigo.

Junto a él, Anatoly prácticamente podía sentir la creciente irritación de Trisha. Bianka llevaba

un vestido con el que parecía estar más desnuda que vestida. La tela era de una especie de negro

ahumado con destellos. El pronunciado escote mostrada una generosa superficie del escote y del

vientre. De hecho, él podía ver la esmeralda real que había colocado en el piercing de su ombligo.

Más esmeraldas colgaban de sus orejas y su cabello rubio estaba apilado encima de su cabeza y

mantenido en su lugar por peines de diamantes y esmeraldas. Llevaba tacones de aguja de quince

centímetros y una sonrisa que parecía que hubiera estado masticando vidrio.

—Bianka —Anatoly sumergió su cabeza. —Espero que estés disfrutando de tu estancia, pero

ya tengo planes para esta noche.

Tomó a Trisha del brazo y comenzó a caminar. Por supuesto, ya sabía que estaba delirando si

pensaba que iba a desviar a Bianka de su objetivo previsto. Ella le agarró su brazo y clavó sus uñas
hasta que pensó que podía haberle realmente hecho sangre.

—¿Disculpa? Bianka soltó. —¿A dónde en el infierno te crees que vas?

—Te lo he dicho —dijo él con calma. —Ya tengo planes.

—¿Estás demasiado ocupado para tu prometida? Mandó una mirada afilada hacia la mano que

Trisha tenía apoyada sobre su brazo. —Le has dicho que estás comprometio, ¿no?

—En América se le tiene que pedir a la mujer antes de que el compromiso sea oficial —dijo

Trisha.

Anatoly volvió su cabeza tan rápidamente que su columna hizo crack. Trisha realmente le estaba
sonriendo. Él esperaba que ella estaría furiosa. ¿Al parecer ella estaba elegiendo reservarse el juicio
sobre este lío de Bianka? Si ese era el caso, él no podía defraudarla. Él colocó su otra mano sobre la
de Trisha y la llevó hacia su mesa en la sección principal del restaurante. Detrás de él, oía el gruñido
de indignación de Bianka.

—Guau —murmuró Trisha. —Es un verdadero melocotón. ¿Dónde te encontraste a esa?

—¿Te crees que fue un matrimonio concertado? —se aventuró.

Ella tomó el asiento que él sacó para ella en su mesa. Colocando la falda alrededor de sus

muslos, ella parecía estar dándole a esto demasiada consideración. ¿Así que, quién lo concertó? ¿Tus
padres? ¿O un montón de tipos que quieren crear un monopolio de poder en la ciudad?

—Un poco de ambos, creo —él admitió, tomando su propio asiento. Una azafata le entregó a

ambos un menú antes de retirarse.

Anatoly levantó su mano para llamar a la camarera. Ella se apresuró a acercarse, y él pidió

vino, ensaladas, entremeses y el plato principal todo a la vez. Cuando la camarera se fue para

llevarles el vino, él pasó la mano al otro lado de la mesa y tomó la mano de Trisha. Él hizo que sus
labios rozaran sus nudillos.

—Estás muy tranquila sobre esto.

TRISHA SE PREGUNTABA SI él podía ver su otra mano cerrada en un puño debajo de la

mesa. —Me alegro de que lo pienses —ella le dijo amistosamente. —Porque siento que me han

pillado por sorpresa, y realmente no me gusta.

—¿Puedes explicarme eso? —preguntó. —¿Es un término americano?

—Sólo significa que he sido golpeada desde una dirección que no esperaba. —Ella suspiró.

La camarera puso una copa de vino frente a ella.

Ella jugó a que tocaba el violín con el vástago de vidrio, tratando de encontrar las palabras. —

Sé que te espié antes y oí a Yakov mencionar a esta Bianka. Incluso sabía que se suponía que te tenías

que casar con ella.

—¿Pero?

—En el casino de esa primera noche, mi amiga Minka y yo la vimos en el baño de mujeres.

¡Era una zorra! En serio. No puedo imaginarme un mundo donde me gustaría vivir en el mismo

edificio con ella, por no hablar de en la misma casa.

—Yo no. —Tomó un sorbo de vino, tratando de ganar tiempo. —Honestamente, no puedo

apenas soportar la idea de estar junto a ella. No puedo imaginarme vivir con ella.

—Entonces ¿por qué casarse con ella? ¿Recuerda cuando estaba hablando sobre decisiones

activas? ¿Y cómo es de difícil, porque no sabemos lo que va a suceder? Este es uno de esos

momentos cuando tienes que tomar una decisión activa, porque la opción pasiva va a hacer que te
quiten las pelotas en un tornillo de banco.

—Eso es gráfico —dijo fulminántemente.

—Así, ella es... Es realmente tan importante para «—»— utilizó comillas en el aire porque era

ridículo. —unir fuerzas con los Sokolovs? ¿Esa conexión es tan importante para tirar por tierra la
felicidad?

Él ladeó la cabeza. —¿Estás sugiriendo que tienes un interés personal en mi felicidad?

Trisha agarró su copa de vino y tomó un gran trago. Ella no estaba lista para llegar ahí todavía.

—Mira, hace ocho semanas, nunca había estado lejos de casa más de unos pocos días seguidos.

¿Ahora estoy de vacaciones en Siberia con un capo de la mafia y me hace bromas sobre mis planes

románticos a largo plazo? Eso es mucho que asumir, ¿no crees?

Él frunció los labios. —Lo es. Y ahora estás aquí sentada aquí sermoneándome sobre la

felicidad mientras no estás dispuesta a decir qué es lo que deseas para ti misma.

—Joder —ella murmuró. —Hay mucha lógica en esa línea de razonamiento.

ANATOLY NO PODÍA evitar sonreír ante la expresión malhumorada de Trisha. —No estoy

intentando reducir al mínimo todo lo que has estado haciendo por tí mismo últimamente.

Guau —comentó. —Acabas de hacer un comentario sorprendentemente humano.

La camarera les trajo sus ensaladas, otro sirviente la siguió detrás con la bandeja de los

entrantes. Una vez que la mesa estuvo colocada y llena de buena comida y más vino, Anatoly se

permitió contemplar una respuesta a su observación.

—Tú me afectas, Trisha Copeland —le dijo tranquilamente. —Eres diferente. Me dan ganas de

ser diferente. Quiero mirar al mundo como algo más que un medio de fanar más dinero o conseguir
lo que quiero.

—Entonces te sugiero que empieces a venderte a ti mismo en una subasta como un caballo

semental. Ella le apuntó con su tenedor. —Porque esa una condición permanente que podría ponerse

fea.

Estaba en la punta de su lengua explicarle sobre los Sokolov y el daño que podrían hacer a la
organización de Zaretsky, pero él no quería perder su buena opinión. Entonces él vio algo terrible
por el rabillo de su ojo.

Bianka Sokolov arrastró una silla hasta el lado de la mesa y se dejó caer en ella como si

hubiera sido invitada. Ella miró a Anatoly y a Trisha antes de agarrar el tenedor al lado del plato de
Trisha y lo hundió en uno de los aperitivos. La rudeza del gesto no fue simplemente increíble, estaba
totalmente fuera de sitio incluso para Bianka.

—¿Qué estás haciendo? —Anatoly le preguntó en un tono plano. —Nadie te ha invitado, así

que esfúmate.

Bianka actuó como si no le hubiera escuchado. —Necesitaba hablar contigo acerca de la oferta

de matrimonio que me hiciste el otro día.

Anatoly había olvidado ese detalle desafortunado, sobre todo porque él había hecho la oferta

en broma. Ahora al parecer era una oferta en firme sobre la mesa. Genial Trisha lo miraban con algo
más que confusión en sus ojos.

—Bianka —Anatoly dijo en una voz clara. —Me estaba haciendo el gracioso cuando hice esa

oferta.

—No, lo decías en serio —insistió Bianka- Ella tomó otro aperitivo del plato. —Incluso Papa pensó
así.

—Está bien, pero sabes que no había absolutamente ninguna manera de que tú estuvieras de

acuerdo con esas condiciones —Anatoly le recordó. —Que es por qué me sentí cómodo haciéndote

una oferta sarcástica. No quería que aceptaras.

—Demasiado malo. Ella le sonrió de forma petulante. —¡Acepto! De hecho, acepto con

impaciencia.

—Vas a casarte conmigo, viviendo con una asignación que es menos de una cuarta parte de tu

presupuesto actual para ropa, y me dejarás pagar tus gastos del hogar para no tener ningún control
tampoco sobre esos gastos? Anatoly no se lo creía por un segundo.

—Por supuesto —dijo Bianka. —Sólo tengo una pequeña pregunta.

—¿Qué? Él esperaba que le pidiera dinero o una propiedad o el diamante más grande del

mundo, algo que ver con las finanzas.


—¿Vas a poner a esta —ella gesticuló impudentemente hacia Trisha. — puta en una casa a tan

extravagante como la mía? Tengo que decir que espero una casa mejor y más dinero ya que voy a ser

tu esposa. Aparte de eso, no me importa lo que hagas.

Él nunca olvidaría la expresión en la cara de Trisha si viviera hasta los cien años.

TRISHA NO SE HABÍA SENTIDO NUNCA tan insultada y horrorizada a la vez. Ella había

estado tratando de convencer a Anatoly que él debe esperar por la felicidad conyugal, o por lo menos
una esposa que no odiara. Pero al parecer eso no importaba aquí. Era culturalmente aceptable para

un hombre en posición de Anatoly tener su pastel y comérselo también.

Trisha había acabado repentinamente y totalmente con esta mierda. Ella remilgadamente apartó

su servilleta y se puso de pie. —Si me perdonáis, creo que voy a hacer que Yakov me lleve a la

cabaña.

—Esperar. Bianka se giró alrededor para mirar a Trisha antes de volverse hacia Anatoly y

brillar con tal fiereza queTrisha podía sentir el calor. —¿Me estás diciendo que esta prostituta se aloja
en la cabaña contigo?

Trisha iba a perder su maldita cabeza si seguía allí un segundo más. Ella puso sus manos en

sus caderas y sopló en un suspiro largo. —Me voy a ir ahora, Anatoly. Porque si me quedo aquí un

segundo más, voy a agarrar esta perra por su pelo y voy a arrastrar su cara por la alfombra.

Le hizo sentirse mejor y peor cuando Anatoly sólo se rió entre dientes. Entonces él le hizo un

gesto a Bianka. —Si yo fuera tú podría pensar en ser más respetuosa. De todas las personas que

conozco, Trisha es el más capaz de hacer exactamente lo que ha dicho. Y Bianka, no levantaría un

dedo para detenerlo.

—Adiós. Trisha no esperó para oír el resto. Tanto como las palabras de Anatoly se sentían

como un halago, también sentía como estaba utilizando a Trisha para poner a Bianka en su lugar, y

eso no era justo para ninguno de los dos.

Era un paseo corto a la parte delantera del restaurante, y Trisha se sentía mucho mejor cuando

respiró profundamente aire fresco. Para su sorpresa, Yakov estaba esperando en la parte inferior de
los escalones con el coche.
—¿Cómo lo sabías? —preguntó, acercándose al ruso alto de hombros anchos.

Sus ojos eran brillantes. —Vi a Bianka entrar pareciendo como una mujer en una misión. ¿Te

llevo de vuelta a la cabaña?

—Sí, por favor.

Trisha se metió en el coche y estubo alegre por la paz y la tranquilidad. Aunque era muy

consciente de la mirada en el espejo retrovisor, de Yakov. Le hizo pensar en la conversación que

había escuchado antes. Quizás de todas las personas involucradas, él sería el que más probablemente
le dijera la verdad.

—¿Yakov?

—¿Sí?

—¿Por qué dijiste que Anatoly necesita casarse con esa mujer horrible?

Yakov frunció los labios y esperó tanto tiempo en responder que Trisha creía que no lo iba a hacer.
Finalmente habló. —En Moscú, Anatoly Zaretsky es el rey de los negocios de la mafia. Él es

brillante. Es rico. Las personas se inclinan hacia atrás para hacerle favores. Le aman.

—¿Pero?

—Los Sokolovs son los reyes del inframundo. Trafican con más drogas y cometen más

crímenes sucios que los que Anatoly puede imaginar necesarios.

—Así que, ¿por qué combinar fuerzas con personas que son solamente un puñado de

criminales sedientos de sangre?

—Para que no decidan asesinar a Anatoly solo para tener lo que el tiene —dijo Yakov ceñudo.

Trisha tragó saliva- Su boca se sintió como si estuviera forrada en algodón. —Supongo que

esa podría ser una buena razón.

Capítulo Dieciséis

Anatoly sentado atrás en su asiento y miró a la mujer que había logrado de alguna manera a ser

su némesis. Todo el poder y dinero a su disposición, y no puede llegar a hacerla desaparecer. Tal vez
necesitaba una nueva estrategia.

Ahora, los labios de Bianka se torcieron en una sonrisa petulante. Ella pensaba que había
ganado. —Siento que tu pequeña cita tuviera que rendirse.

—Puedo asegurarte, que no se ha rendido. No era el momento de perder su temperamento.

Necesitaba recordar eso.

Hubo un parpadeo de algo que podría haber sido llamado malestar en la cara de Bianka.

Después suavizó su expresión y miró a su alrededor. El restaurante estaba repleto con huéspedes que
venían a degustar la abundante comida ofertada.

—No me has traído nunca aquí antes —reflexionó ella .

Él no le recordó que tampoco lo había hecho en esta ocasión.

La camarera trajo el primer plato, poniéndolo sobre la mesa y pareciendo un poco confundida.

Miró a Anatoly. —¿Preparo otro sitio en la mesa?

—No hace falta —dijo Bianka de forma imperiosa. Ella comenzó a comer la comida de

Trisha.

Las porciones al vapor del pollo Kiev estaban haciendo agua la boca de Anatoly, pero él no

cedió. Él no tenía la intención de permitir que Bianka le ganara este asalto.

—¿Elizabeth? —él llamó a la camarera. —Pon esto para llevar, por favor. Miró a Bianka de

forma desdeñosa. —Y por favor tira lo que hay en este plato y prepara un nuevo pedido para

llevarme.

—Sí, Señor. Inmediatamente. Elizabeth le arrancó el plato justo de debajo del tenedor de

Bianka.

Bianka pareció disgustada. —Eso ha sido grosero.

—¿Grosero? Está bien. Ahora estaba teniendo dificultad para controlar su temperamento. —

Después de que tu comportamiento esta noche, ¿piensas que eso ha sido grosero?

—Sí. Así es.

—Bianka, ¿por qué quieres casarte conmigo? Él decidió tomar el toro por los cuernos.

Realmente parecía un poco confundida. —Porque eres el heredero de los Zaretsky y yo soy la

heredero de los Sokolov y es mi derecho ser la reina de la ciudad.


—En serio.

—Sí.

—¿Así que no tienes ningún sentimiento por mí? —dijo él.

En algún lugar al otro lado de la habitación podía ver una pareja cenando juntos. Estaban

sujetándose la mano en la mesa. Algunas veces sus expresiones eran tan cariñosas entre sí que era

físicamente doloroso mirar. ¿Él nunca tendría ese tipo de relación?

—¿Los ves? Él movió la cabeza hacia la pareja, y Bianka miró.

Ella se encogió de hombros. —Son ridículos. No puedes comer amor o venderlo cuando los

tiempos son duros. El amor no te puede traer poder. ¿Qué hay de bueno en él?

—Hablas como una mujer que tiene de todo menos amor. Incluso mientras decía esas palabras,

se dio cuenta de que podrían aplicársele a él también. —Tengo todas esas cosas. Dinero, poder,

hombres para hacer mi voluntad y éxito en mis negocios. Incluso decirlo en voz alta sonaba hueco.

Lo que no tengo es a la única persona en el mundo con la que quiero compartirlo.

—¡Oh, qué dulce! Sus palabras goteaban sarcasmo. —El pequeño Anatoly quiere amor

verdadero. Ella arrugó su labio en desdén. —Lo siento, pero si quiere guardar tu dinero y el poder,
vas a tener que casarte conmigo para evitar que los Sokolov te asesinen mientras duermes.

—¿Es eso una amenaza directa? , preguntó suavemente. Él acampanó sus dedos sobre la mesa

y se preguntó si el viejo hombre había enviado a su hija para ser una molestia regular hasta que

estuviera de acuerdo. — ¿Y tu padre sabe que estás amenazándome?

—Mi padre hará todo lo que sea necesario para conseguir lo que quiere. El podía ver como

rechinaban sus dientes. Debajo de su bonita cara, ella era tan amarga como el viejo Motya Sokolov.

— Y él me agradecerá que haga todo lo que tengo que hacer para asegurar mi futuro.

—Yo no soy un toro para ser guiado con un anillo en la nariz. Casarte conmigo no te dará nada.

—Todos estos años y todavía no sabes nada de las mujeres —dijo ella con una sonrisa. —

Conseguiré lo que quiero. Todo lo que quiero. Y si no, tu pequeña prostituta sufrirá las
consecuencias.

Su amenaza podría haber tenido peso si ella hubiera estado amenazando a cualquier otra mujer.

En cambio, él le dejó ver su diversión. —Tú crees que mi Trisha es como tú.

Todas las mujeres son como yo —dijo arrogante. —Maquinamos y planeamos por poder y

dinero.

—Te equivocas. Y si se intentas igualarte en ingenio con Trisha, vas a encontrarte a ti misma

en el bando perdedor de una batalla épica.

—Pones demasiada fe en una mujer a la que no has tratado como otra cosa que una ramera.

Bianka inclinó su cabeza, burlándose de él con cada palabra. —Quizás deberías haber puesto un

anillo en ella mientras tuviste la opción.

—Esta doble charla está envejeciendo. Si insistes en permanecer aquí en el complejo, espero

que disfrutes de tu estancia. Pero estoy de vacaciones, así que no voy a estar disponible el resto de la
semana. Se puso de pie y salió fuera. Se sintió incómodo y quiso ver por sí mismo que Trisha estaba
bien.

La camarera le trajo una bolsa de comida, y él salió del restaurante en busca de Yakov.

TRISHA COLOCÓ sus manos sobre la suave madera de la barandilla de la terraza y miró

hacia fuera a través del oscuro valle que se extendía debajo de la cabaña. Los árboles proyectaban
sombras largas sobre la hierba gruesa, y la luna proyectaba un brillo azul sobre el paisaje. Era muy

hermoso. Intentó imaginárselo en invierno con toneladas de nieve y carámbanos que cogaban de las
ramas. Debía ser como un país de hadas de invierno.

—Aquí estás. La voz baja de Anatoly surgió en el aire nocturno.

Ella se volvió y le ofreció una sonrisa apretada. —Pensé que me relajaría aquí un rato antes de

irme a la cama.

—Estás enfadada.

—No se giró otra vez. En cambio, ella sintió su presencia detrás de ella en la cubierta. Podía

sentir el calor de su cuerpo allí junto a ella. Era reconfortante, a pesar de que no debería haber sido.

No había nada reconfortante acerca de este hombre. No realmente.


—¿Qué estás pensando? preguntó, con voz ronca.

—Me pregunto si has mejorado mi vida o me has animado a destruirla totalmente. Fue una

respuesta honesta, pero estaba un poco sorprendido de que ella hubiera tenido el descaro de decirlo
en voz alta. —Desde que entraste a mi vida, he desafiado a mi padre, preocupado a mis padres, he

tirado la precaución por los aires y me he entregado físicamente a un hombre que no está seguro de
que me quiere.

Le tocó la parte posterior de su cuello. —No pienses nunca eso.

—No. Pensaré en eso. Se dio vuelta para mirarlo a la cara. Las sombras en la cubierta le

pintaron la mitad en la oscuridad y la otra mitad en la luz. —Me quieres, en el sentido físico. Tu
cuerpo me quiere. Quieres follarme, si es así cómo quieres decirlo. Pero cuando se trata de esto. Ella
hizo un gesto para abarcar a su persona entera. —No estás seguro ni de qué hacer con esto.

—Nunca he estado en una relación.

Trisha resopló. —Creo que ya había ya averiguado eso por mí mismo. Pero gracias.

—Solo te pido que me des un respiro.

¿Él estaba pidiendo otra oportunidad? Eso era preocupante, sobre todo porque ella parecía

estar programada para decir que sí. —Te he dado un respiro —le dijo ella suavemente. —Realmente

lo he hecho. Ni siquiera he mencionado el hecho de que tú y esa horrible mujer estábais hablando de

mi estatus como tu amante como si yo no estuviera allí y no tuviera ninguna opinión sobre el tema.

Ella vio como se apretaba su mandíbula. Entonces él hizo algo como un cuidadoso

encogimiento de hombros. —Simplemente haría las cosas más fáciles. Eso es todo.

—¿Qué? Trisha estaba segura de que le había oído mal. Entonces pensó lo que le había dicho

Yakov. —Yakov dijo que los Sokolovs son esencialmente unos malvados que trafican con drogas y

asesinan a la competencia con perjuicio extremo.

—Yakov tiene razón Anatoly pasó sus dedos por su cabello, obviamente mal colocado. —El

padre de Bianka, Motya, es conocido en todo Moscú por ser uno de los hombres más crueles de la

mafia en el negocio.

—¿Y tú? La gente parece servirte. Te dan cosas y te tratan como un rey. ¿Eso no significa nada
a este Motya?

—No particularmente. Él hizo una cara. —La gente me trata así porque soy rico. Es bien

sabido que tengo un montón de empresas y bombeo un montón de dinero a la infraestructura de

Moscú porque me conviene hacerlo y aumentar mis ingresos.

Ella resopló, dándose cuenta de hacia donde iba esto y lo que tenía que hacer. —Así que eres

un poco como el Robin Hood de Moscú.

—¿Quién es ese Hood? Él frunció el ceño.

Ella estalló en risas sin ningún tipo de humor. —Es un cuento infantil. No importa.

—Casarse con Bianka firmaría la conexión entre los Zaretskys y los Sokolov. Ya no sería

beneficioso para Motya Sokolov verme caer. No cuando su hija ganaría por mi éxito.

—¿Y las preferencias de las personas involucradas no significan nada? Ella no podía

imaginarse tal cosa.

—No.

—O sea que tan sólo vas a prometer ante un sacerdote amar y apreciar a esta mujer que ni

siquiera te gusta. ¿Y luego vas a engañarla constantemente? ¡Eso suena horrible!

—A ella no le importaría —dijo amargamente. —Te lo aseguro. Podría comprarte una casa en

Moscú, en una buena parte de la ciudad donde podrías ir a los museos y sumergirte en la historia cada
día.

Él sonaba como si realmente estuviera tratando de venderle la idea. Sabía que solamente

estaban empezando a conocerse, pero seguramente ahora él debería haberla conocerla un poco más.

—¿Trisha? Pasó suavemente sus dedos hacia abajo en su brazo desnudo.

Ella apartó su mano antes de que él pudiera sujetarla. —Ella sería tu esposa y yo tu puta.

¿Cómo puedes pensar que te dejaría tocarme después de eso? ¿No tienes ningún concepto del

respeto? ¿No entiendes lo insultante que eso sería para mi? Ni siquiera aún segura de poderme

despertar y mirarme en el espejo cada mañana.

—No es así. Hizo un ruido flojo, tarareando y juntando sus labios. —Aquí en Rusia las cosas
son diferentes. Los hombres de influencia a menudo tienen amantes.

—Sí. He leído a Anna Karenina —dijo irritado. —Vi cómo acabó eso.

—Eso era ficción, Trisha. Había algo paciente, casi instructivo en su tono.

Eso aún la cabreó aún más. ¿Cómo se atrevía él? Pero tal vez simplemente no estaba listo para

cambiar. Obviamente él quería, pero cambiar era duro y un cambio sostenible era casi imposible

cuando todo el mundo parecía querer lo contrario.

Ante esto, Trisha sabía lo que tenía que hacer.

—Estoy cansada —ella murmuró. —Me voy a la cama.

—Pero he traído la cena. Él señaló una bolsa de envases de alimentos en la mesa.

—Deberías haber compartido la comida con tu futura esposa. No tengo realmente hambre.

Sin otra palabra, ella se retiró a la habitación donde Yakov había puesto sus cosas ese mismo

día. Era contigua a la de Anatoly, y aún así estaban separados. Qué apropiado.

Capítulo Diecisiete

Trisha se sintió como si hubiera estado en ese punto exacto solo unos pocos días antes. La casa

estaba extrañamente silenciosa. La luz de la luna se filtrada desde las ventanas y pintaba el suelo de
madera en tonos azules. Ella aseguró la correa de su bolsa de viaje en su cuerpo y se aseguró de que
estaba segura.

Mirando a través de su hombro, se permitió brevemente a sí misma el lujo de lamentar la

pérdida de su equipaje. Ella había logrado mantener sus cosas hasta ahora. Pero no había manera de
que pudiera escaparse cargando dos maletas detrás de ella. Aún así, no importaba. Eran solo cosas.

Ella podía comprar más cosas. Sobretodo porque ella estaba decidida a valerse por sí misma. No

volvería casa para retomar su antigua vida. Eso no era lo que quería, y ya era hora de que aclarara
eso.

Trisha hizo una última revisión para asegurarse de que tenía su pasaporte y sus pertenencias.

Entonces ella alcanzó la manija de la puerta y la abrió fácilmente. El pasillo estaba tranquillo.

Anatoly había llamado a la puerta entre sus habitaciones una vez cuando él se había ido a la cama.

Ella no había contestado, y no había llamado otra vez.


El suelo crujió cuando ella caminó en el pasillo. Parando, aguantó la respiracón y contó hasta

diez para moverse otra vez. El silencio cubrió la cabaña Al parecer no había guardias. Era un poco
inusual considerando todas las amenazas recientes. A menos que alguien hubiera decidido que la

"huida" de Trisha no sería malo para Anatoly.

Como si sus pensamientos le hubieran llamado, Yakov apareció como un fantasma al final del

pasillo. Trisha notó un nudo en el estómago. Ella ¡ni siquiera pensaba que la fuera a desanimar en su
huida. Lo entendió.

Respirando profundamente y decidiendo ser una adulta, Trisha caminó silenciosamente por el

pasillo hacia Yakov. La miró hacia abajo con su rostro impasible.

—Voy a asumir que no estás aquí para detenerme —dijo con el susurro más suave.

Él sacud—íó la cabeza. Señalando su bolsa, él levantó una ceja.

—No puedo llevarlo todo yo misma y salir de aquí —explicó.

En tres zancadas, él llegó a su dormitorio. Hubo una breve pausa, y Yakov aparició con sus

dos bolsas, una en cada mano. Parecía que no le costaba nada. —Ella suspiró. Quizás había una parte
de ella que quería que Anatoly sintiera la necesidad de llevarle el equipaje. Entonces se podrían

haber visto por última vez, y tal vez él habría cambiado de idea sobre esta ridícula fusión familiar.

—Estoy listo —dijo Yakov.

Todavía llevando sus bolsas, fue hacia la puerta y hasta el coche. Puso sus maletas en el

maletero y después abrió la puerta del pasajero para ella. Todo era muy civilizado.

Realmente, solo le hacía querer llorar.

En cambio, ella subió al coche, dobló sus manos remilgadamente en su regazo y echó una

última mirada a la cabaña donde había pasado tanto y tan poco.

ANATOLY ABRIÓ LOS ojos. Se sentía aturdido. Yakov había insistido en que se tomara los

medicamentos para el dolor antes de ir a dormir. Anatoly los odiaba. Hacía que su boca fuera como

algodón y que su cerebro fuera lento. Lo que realmente necesitaba era a Trisha. Quería sentir como
se acurrucaba junto a él en la cama.

Sentado, sentía como toda la habitación comenzab a girar. Él cerró los ojos y esperó a que
parara. Tenia retorcijones en el estómago. Esto no era sólo por medicamentos para el dolor. Se sentía
como le hubieran drogado. Palpando a tientas la mesita de noche, encontró una botella de agua. Sacó
la tapa y se tragó la mitad del contenido de un trago.

Finalmente, puso sus pies sobre el suelo y logró levantarse. El agua lo había revivido solo un

poco. Sin embargo, tenía problemas yendo hacia la puerta de su dormitorio. Cayó contra la cómoda,

agarrando los lados para mantenerse en pie. Entonces se las arregló para encontrar el pomo. Cuando

abrió la puerta, la cara se le llenó del aire fresco del pasillo. Se sintió bien. Movió la cabeza
cautelosamente, tratando de despejar sus pensamientos.

Trisha. Era en lo único en lo que podía pensar.

Tropezando por el pasillo, puso una mano en la pared. Habia unos pocos metros hasta la puerta

de Trisha. Él parpadeó, mirando en confusión. La puerta estaba abierta. ¿Por qué estaba abierta? Se
tambaleó hacia adelante y encorvó sus dedos alrededor del marco de la puerta para permanecer de

pie. Miró atontado dentro del dormitorio de Trisha. Ella estaba allí. Tenía que estar allí. Trisha no era
de las que huía. Pensando en todas las veces que había tenido la oportunidad, y sin embargo ella había
elegido quedarse con él.

—¿Trisha? él gritó, hablando mal. —¿Dónde estás?

Cruzó la corta distancia entre la puerta y la cama con pasos dolorosamente lentos. La ropa de

cama estaba revuelta. ¿Ella se escondía debajo de una pila de mantas? Finalmente, llegó al lado de la
cama. Él inmediatamente se sentó, aliviado de haber llegado tan lejos.

La podía oler. El olor de su perfume femenino estaba impregnado en la sala y en las sábanas.

Extendiendo su mano, buscó la forma de una pierna o de un brazo debajo de la sábana. En cambio, se
encontró con una cama vacía.

—¿Trisha? Esta vez más fuerte. ¿Sin duda su voz la habría despertado ya?

Parpadeando del sueño de sus ojos y saliendo del letargo de la medicación, Anatoly tuvo que

zfrentar la realidad de que Trisha se había ido.

TRISHA LAMENTÓ su decisión en el momento en que despegó el avión. Teniendo en cuenta

su itinerario y el número de veces que tenía que cambiar de avión para volver completamente a

Cleveland, iba a tener un montón de tiempo para estar triste sobre la elección que había hecho.

—Hola, señorita, por favor, abróchese el cinturón. La azafata le tocó suavemente el hombro.
Trisha se preguntaba si la mujer podía darse cuenta de que estaba en medio de una crisis existencial.

—Lo siento —una voz femenina a su derecha llamó su atención. —Pareces muy enferma.

¿Debemos llamar a alguien?

—Oh no —dijo Trisha rápidamente. —Estoy bien. En serio. Yo solo, bueno, supongo que tuve

una pelea con mi novio, y ahora simplemente he decidido volver a casa en lugar de intentar resolver
las cosas.

La otra pasajera que compartía el su asiento de dos era una anciana con ojos amables. Trisha

se preguntaba por qué una señora de aspecto de abuela viajaba sola, pero la mujer pareció anticipar la
pregunta.

—Voy a visitar a mi hija y mi nieto en Moscú. La mujer parecía emocionada. Sacó una

fotografía. —¿Ves? ¿No son hermosos?

—Muy hermosos —Trisha estuvo de acuerdo.

—Hablas un ruso muy bueno, pero tienes acento. La mujer le dio unas palmaditas en la rodilla

de Trisha. —¿Americana?

—Sí.

—Pobre chica. ¿Te has enamorado de un agradable muchacho ruso durante las vacaciones?

Bueno, era la versión para todos los públicos, seguro. —Sí, algo por el estilo. Pero somos

personas muy diferentes. Tiene nociones muy diferentes de lo que debería ser una relación.

Tiene más de una chica, ¿no?

—¿Cómo lo ha adivinado? Trisha se preguntó, horrorizado.

La mujer suspiró. —Siempre lo hacen, querida.

—Pero no le gusta a la otra mujer.

—Entonces quizás es hora de empezar de nuevo. La anciana hizo un sonido de cacareo. —

¿Quieres a este hombre o no? Si no, entonces sigue huyendo lejos. Si es que si, entonces plántale

cara.

—Quizás tienes razón —reflexionó Trisha. —Supongo de que voy en la dirección equivocada
para eso.

—No. Lo sabrás cuando sea el momento. Hasta entonces, no hace daño un poco de distancia.

Ahora la vieja señora le guiñó un ojo.

Trisha no pudo evitar pensar que era una abuela muy maja.

Ya era hora de volver a casa, arreglar las cosas con sus padres y entonces decidir lo que

realmente quería.

ANATOLY ESTABA ACOSTADO en el sofá esperando a Yakov cuando su lugarteniente entró

por la puerta. —¿Dónde has estado?

—En el aeropuerto.

Era difícil decir si Anatoly esperaba que Yakov le mintiera o no, pero la flagrante falta de

respeto a sus deseos era lo más difícil de soportar. —¿Por qué has hecho eso Mis órdenes eran

claras. Quería que Trisha se quedara aquí a toda costa. Me metí en graves problemas para que eso

sucediera. ¿Por qué me lo has fastidiado?

—No te he fastidiado nada, como dices. Yakov tomó pasos medidos al entrar en la sala de

estar. Se sentó en el sofá enfrente de Anatoly y encendió una lámpara de luz tenue. —De hecho, creo
que estaba arreglando cosas.

—¿Alejando a Trisha lejos de mí y envíándola a su casa? Anatoly estaba totalmente perdido en

cuanto a cómo esto podría ser bueno.

—Anatoly —Yakov comenzó lentamente. —Tú y yo sabemos que no puedes casarte con

Trisha.

—Quizás

—No hay ningún quizás sobre eso. Yakov arrojó las llaves sobre la mesa de centro baja. —

Debes llegar a un acuerdo con los Sokolovs pronto. Muy pronto, de hecho. Estamos a punto de cerrar
algunos negocios muy lucrativos. Una guerra con los Sokolovs nos iría muy mal. No tenemos ese
tipo de mano de obra. Todos los asesinos y los traficantes de drogas y otros malhechores inundarían
las calles y harían que nuestra gente tuviera miedo de salir de sus casas.

—¿O sea que ahora estoy siendo intimidado para casarme? Anatoly gritó. —¡No lo haré,
Yakov!

Yakov se encogió de hombros. —No tienes elección. Puede no gustarte, pero necesitas a

Motya Sokolov.

—Entonces quizá solo debería quedar con él y hacer un trato. Él está en venta como cualquier

otra persona en el planeta. El cerebro de Anatoly estaba todavía lento. Él no tenía la agudeza mental
para ver los detalles, pero sabía que tenía que haber una solución posible desde ese ángulo.

Yakov se rascó la barbilla. —Debe haber una manera de maniobrar al anciano para llegar aun

pacto de caballeros.

—Tenemos que averiguar lo que realmente quiere. Anatoly agitó su mano molesto, —Diferente

a que su hija y yo vayamos hacia el altar.

—Territorio —Yakov dijo lentamente. —Estos hombres quieren territorio.

—Pero tiene todo Moscú.

—No. Los ucranianos tienen esa franja junto a los astillers.

¿Motya quiere esa pequeña franja de tierra? Anatoly dobló su labio en disgusto. —¿Por qué?

—Te olvidas que no todo se valora en términos de bienes inmuebles.

—¿Entonces el tráfico de drogas es bueno allí?

Yakov ya estaba asintiendo con la cabeza.

—Así que ve a comprárselo a los ucranianos. La solución parecía simple en la nublada mente

de Anatoly. —Necesitamos poseer lo quiere Motya. Simple.

—¿Y entonces?

—Y entonces voy a golpearlo en la cabeza con eso hasta que él acepte mi propuesta. Anatoly

se frotó las manos por su cara. Necesitaba dormir. Mucho

—Así que, ¿te vas a casarse con Motya y no con Bianka no? —se burló Yakov.

Anatoly gruñó. —No. Me voy a casar con Trisha.

—Realmente crees que esto es una buena idea. Algo en el tono de Yakov sugería que él no

estaba tan seguro.


Anatoly había confiado en este hombre muchas cosas a lo largo de los años. Era difícil pensar que
parecieran pensar diferente sobre una cosa. —¿Cuál es tu problema con Trisha? ¿Pensaba que te

caía bien?

—Me cae bien Pero ella no es como nosotros. Es legal y cumple la ley.

—Como ella misma señaló, la mayor parte de los negocios operaban apenas rayando la alínea

de ética. No soy un hombre tradicional de la mafia .

—No. Pero todavía eres un hombre de la mafia. ¿Ella estaría bien con eso? Yakov levanto sus

manos, indicando rendición Eso es todo lo que quiero que consideres.

Capítulo Dieciocho

—Decisiones activadas, Trisha —murmuró para sus adentros. —Se trata de ser firme y

decisivo y resistir.

—¿Señorita? El taxista la miró en el espejo retrovisor y levantó una ceja. —¿Está usted bien?

—¿Sabes que a veces hay gente en tu vida que son totalmente prepotentes y solo te hacen sentir

como que no tienes más remedio que ceder ante ellos?

—Seguro. El conductor asintía enfáticamente con la cabeza.

Giraron la última esquina final y aparecieron en la calle de Trisha. Ella miraba las casas pasar

y se preguntaba por qué se sentía tan rara de ir por la calle donde había vivido toda su vida.

—Bueno —Trisha le dijo el conductor. —Toma a esa gente mandona, multiplícalos por

aproximadamente 1 millón y luego dales una insignia y un viaje de poder. Eso es lo que estoy a punto
de afrontar cara a cara.

—Señora, me alegro de no ser usted, dijo el taxista.

Se detuvo en el borde de la acera frente a la estrecha casa de dos plantas que había sido todo

mundo de Trisha hasta hacía apenas ocho semanas y media. —Sí, gracias.

Ella le dio al conductor una gran propina y después salió del coche. Él salió del vehículo y le

ayudó a sacar sus maletas del maletero. Para entonces su madre ya bajaba corriendo por las

escaleras principales. Eso era bastante impresionante por sí mismo. Mamá era una señora antes que
nada, y las señoras no corrían como pollos con la cabeza cortada.

—¡Trisha! —su madre chilló. —¡Oh, Dios mio, eres una visión para unos ojos doloridos!

—¡Mamá! Trisha se arrojó a sus brazos.

Su madre le apretó firmemente, y las dos se abrazaron durante mucho tiempo. El taxi ya había

desaparecido cuando su madre aflojó su abrazo. Entonces se echó hacia detrás y miró a Trisha de

arriba a abajo.

—Has cambiado, señorita. Mama apretó sus labios formando uno fina línea. —Nos has tenido

muy preocupados.

—Os dije que vendría cuando estuviera lista. Necesitaba pensar un poco.

—¿En qué pensabas quedándote allí con ese hombre? Su madre pasó un brazo sobre los

hombros de Trisha y comenzó a arrastrarla hasta las escaleras principales.

Ambas mujeres estaban arrastrando una maleta detrás, y Trisha tenía su bolsa de viaje

colocada sobre su hombro. Ahora mamá ya iba en modo conferencia. Genial Toda esa resolución

sobre "resistir" no duró mucho tiempo.

—¡Si haces alguna vez haces algo como eso otra vez, señorita, voy a golpearte el trasero como

cuando eras pequeña! Su madre le dio un pequeño apretón y le ayudó a subir los escalones de la

entrada. —¿Te he dicho que vi a Kenny Pearson el otro día?

—No, mamá. Y no me importa. No me gusta Kenny Pearson.

—Le dije que aún estabas en ese programa de estudio en Rusia —dijo su madre con

impaciencia. —Y que estarías en casa muy pronto así los dos podríais disfrutar de una agradable

cena juntos.

—¡Mamá! Trisha se escurrió de debajo del brazo de su madre y se paró. No iba a dar un paso

más hasta que aclararan al menos un asunto . —Mamá, no me gusta Kenny Pearson. Nunca me ha

gustado. Es un estúpido pomposo que piensa demasiado en sí mismo y en su trabajo en con los

coches usados. No voy a tener una cita con él. Nunca. Ninguna vez. ¿Lo entiendes?
—¡Dios mío! Su madre presionó su palma en su pecho. —No hace falta que seas grosera,

jovencita!

—¿Y por qué me llamas eso? —preguntó Trisha. —Tengo veintisiete años. ¿Te das cuenta de

cuántos años tengo para estar viviendo con mis padres? ¡Es patético!

—Tu padre me advirtió de que dejarte ir a Rusia para esa cosa de estudiar era una mala idea.

Él dijo que vendrías a casa con la cabeza llena de ideas tontas. La madre de Trisha sacudió la

cabeza. —Le dije nuestra querida chica era demasiado inteligente para eso, pero veo que tenía razón.

—No. Sólo estoy tratando de ser normal. Mamá, no es normal para alguien de mi edad vivir

con sus padres. Trisha suspiró. —Realmente no quería hablar de esto antes de que conseguiera entrar
dentro de la casa, pero al parecer vas a hacerme sacarlo todo.

Su padre empujó para abrir la puerta de pantalla de golpe. —¿Pero que sucede aquí?

—Papi —dijo Trisha, teniendo sentimientos mezclados de verlo otra vez. —Te he echado de

menos.

—¿Quién lo sabría por la forma en que te has comportado? Haciendo trampa en un casino.

Después yéndote con un criminal, haciendo que te secuestraran y probablemente acabando

embarazada.

Trisha giró sus ojos. —Papá, esaes tu respuesta estándar a todo. No he hecho nada estúpido ni

tampoco me he quedado embarazada. ¿Es el pensamiento de mí entrando en el mundo de la

maternidad realmente el peor destino imaginable? ¡Porque si es así, necesitas salir más y dejar volar
tu maldita imaginación!

Hubo un silencio total y completo después de su estallido. De hecho, Trisha comenzó a

inquietarse y tuvo que forzarse a quedarse inmóvil. Era como los tiburones en el agua. Nunca les

dejes oler la sangre. En este caso, ella no podría nunca dejar saber a su padre que la había puesto
nerviosa.

—¿Pero que demonios pasa contigo? —gruño su padre. —¡Ven aquí y dale un abrazo a tu

padre! ¡Has estado fuera casi tres meses!

—No tanto, papá.


Sin embargo, era extraño y bueno abrazarse con su padre. Olía igual, como la hierbabuena que

masticaba para su indigestión, y tal vez una pizca de colonia de sándalo especiado. Ella deseaba que
no tuviera que discutir con él. No obstante, era inevitable. Él y su madre simplemente no querían que
ella creciera. Nunca. Y eso ya no iba a funcionar con Trisha.

—¿POR QUÉ ESTAMOS sentados en este coche en un callejón oscuro a medianoche? —

exigió Anatoly.

Yakov parecía casi relajado detrás del volante del conductor. Tomó un sorbo de café amargo

de un vasito de espuma de poliestireno que había pedido en una cafetería que habría toda la noche.

—Tienes que calmarte. Eres como un pequeño perro sentado ahí en el asiento, saltando arriba y

abajo porque tienes que hacer pis.

—Recuerda que trabajas para mí. ¿Correcto? —Se quejó Anatoly. —No te corresponde

referirte a mi en estos términos.

—¿Cómo lo dicen en América? —Yakov preguntó con diversión. —Yo digo lo que veo.

—Bueno, voy a hacer una llamada y voy a acabar con esto. Anatoly cambió de puesto en su

asiento, sintiendo un estado de ánimo oscuro instalarse en él. —Si si ese estúpido bastardo ucraniano
no aparece arriba en tres minutos, nos vamos.

—Pensé que necesitabas ese territorio.

Anatoly lanzó un suspiro. —Yo también.

—Entonces mejor que tengas paciencia. —Yakov golpeó su hombro. —Después de todo, estás

tratando con criminales.

Entonces unos faros se detuvieron frente a ellos. Anatoly comenzó a salir del coche, pero

Yakov sacó un brazo para detenerlo. —No. Espera.

¿Por qué? Quiero que esto se haga.

—Porque la cautela te mantendrá vivo —murmuró Yakov.

Él estaba mirando el coche con mucho cuidado.

Po eso Anatoly prefiría el ámbito empresarial al sórdido mundo de las operaciones

subterráneas. Era un hombre de acción. Lo que él no disfrutaba era la espera ni la encontraba útil de
ninguna manera cuando tener el trabajo hecho rápidamente y eficientemente era la manera más

productiva para proceder.

Las puertas delanteras del pasajero y del conductor del vehículo se abrieron... Dos hombres

larguiruchos con pelo rubio de puna y suéteres blancos a juego salieron del coche.

Anatoly resopló. —Tienes que estar de broma. ¿Están tratando de parecerte a una película de

serie B que un actor rechaza?

—Calla —soltó Yakov. —Mantén la boca cerrada. Teniendo en cuenta tu mal humor, es

probable que nos disparen si no mantienes la boca cerrada.

—Así que, contrólate —dijo Anatoly encogiéndose de hombros. —Haces ese tipo de cosas

todo el tiempo, ¿verdad? Pensaba que eras un matón de la mafia tradicional.

—No como estos dos. El tono de Yakov era amenazante.

Algo de la precaución de Yakov comenzó a contagiarse a Anatoly. Se sintió cada vez más

inquieto. Los dos hombres estaban caminando con deliberada naturalidad hacia las ventanas del

coche de Anatoly y Yakov.

—Yakov —dijo el más alto respetuosamente. —Mi hermano y yo escuchamos que quieres

hacernos una oferta por nuestro territorio junto a los astilleros.

—Así es —confirmó Yakov. —Mi socio quiere haceros una buena oferta.

El alto se rió y dijo algo en ucraniano acerca de que Anatoly era un novato.

Anatoly se estaba poniendo cada vez más que un poco molesto con la falta de respeto y de la

idiotez. El respondió en ucraniano impecable. —Tal vez no tengo la palabra 'matón' estampada en mi
frente, pero esta no es mi primera vez. Así si quieres que tu jefe gane un montón de dinero, date prisa
y llévame a verlo antes de que cambie de pensar y pierda los nervios.

Hubo algunos murmuros entre los dos. Por último, el mas bajo enseñó sus dientes en lo que

parecía una sonrisa. —Venir por aquí. A este edificio. Nuestro jefe está dentro. Podemos hablarlo.

—Vale. Anatoly sintió que su corazón latia violentamente contra sus costillas y esperaba que

no hubiera cometido un error.


—Espero que sepas lo que estás haciendo —murmuró Yakov.

Anatoly no hizo ningún comentario. En cambio, salió del coche con una lentitud que sugirió

que estaba del todo despreocupado con cualquier horario que no fuera el suyo propio. Llevaba su

valentía como capa y esperaba que fuera a prueba de balas.

Siguieron a los ucranianos a través de una puerta de acceso pequeña debajo de la escalera

principal de un almacén. Su camino les llevó por un pasillo estrecho que terminó en una enorme sala
llena de cajas. Anatoly no prestó atención a nada de las cajas que no fuera su diseño.

La mayor parte de los contenidos de la habitación habían sido empujados contra las paredes.

Parecía que los ucranianos lo utilizaban como su base de operaciones porque había una alfombra

persa, dos sofás, un sillón reclinable, e incluso una pequeña cocina en el centro.

Los dos hombres rubios entró y se dejaron caer en los sofás. Había otro hombre parado en la

cocina echándose vodka en un vaso de chupito. Era más bajo que el resto, pero también rubio.

También era muy ancho de hombros. Si el aspecto físico era indicativo, los tres hombres parecían

tener algún parentesco, posiblemente incluso eran hermanos.

—Bien —el líder habló antes de tomar un trago de vodka. —¿Deseas hacerme una oferta por

mi territorio?

Exactamente —dijo Anatoly en voz baja y tranquila. —Lo necesito.

—Pero es mío. El hombre se encogió de hombros. —Creo que no tengo ninguna prisa por

vender. Vuelve el año que viene. Tal vez habré cambiado de pensar.

Los tres hombres comenzaron a reirse. Detrás de él, Anatoly oyó a Yakov maldecir.

La sangre le subió a los oídos de Anatoly, y se preguntó si podía verse el vapor que le salía de

sus oídos. Barajó en su cabeza varias estrategias posibles antes de decidire por una. No le llamaban
sanguinario por nada. Simplemente tenía una forma única de destrozar a sus oponentes.

—Disculpa —dijo Anatoly con absoluta insolencia en su tono. —¿Tú quién eres?

El líder dejó de reír. En su lugar frunció el ceño. —Soy Sasha.

—Sasha —reflexionó Anatoly. —Nunca he oído hablar de ti. Qué triste.


—Anatoly —murmuró Yakov. —Esto es una mala idea.

Anatoly lo ignoró. —¿Sabes quién soy yo?

—¿Un capullo estúpido con dinero? —Sasha soltó.

—Mi nombre es Anatoly Zaretsky. Pudo ver el momento en que surtió efecto. Sus expresiones se
volvieron recelosas. Anatoly continuó, hablando en tonos cortados y dejó que su ira aflorara en cada
palabra. —¿Sabes lo que eso significa?

—Que sigues siendo un capullo —gruñó Sasha.

—No, tonto —masculló Anatoly. —Significa que puedo permitirme contratar a mercenarios

que os rodeen y tener a francotiradores con rifles en cada edificio con una línea de visión hacia aquí.

Esto significa que puedo comprar cada propiedad dentro de este territorio que crees que posees.

Puedo construir lo que quiera. Y después, como tengo a la policía a mi servicio, puedo montar una

guerra contra las drogas con lo que te será casi imposible mover ni un gramo del producto.

¿Entiendes lo que estoy diciendo ahora mismo?

Los ojos de Sasha estaban ferozmente enojados, con lo que Anatoly podía decir que le había

llegado el mensaje.

—Ahora. Anatoly suavizó su tono y se colocó bien sus gemelos de diamantes. —Lo que quiero

hacer es hacer un trato honesto y darte dinero para tu territorio, a pesar de que técnicamente no sea
tuyo. ¿Me entiendes?

—Sí —Sasha aceptó hoscamente. —Lo entendemos perfectamente.

—Entonces procedamos —urgió Anatoly, más que dispuestos a acabar con ese disparate.

Capítulo Diecinueve

—No, Trisha. Lo prohíbo totalmente —dijo su padre con un golpe firme de su mano en el aire.

Trisha reconoció el gesto. Era su movimiento «esto no va a pasar nunca». Su padre hablaba

mucho con las manos. Esta vez, sin embargo, no iba a salirse con la suya. Estaba decidida.

—Trisha —su madre usó un tono de voz más suave. Erá el intento de mamá de buscar que

Trisha fuera razonable. —Eres nuestra hija. Nuestra única hija. Seguro que entiendes lo aterrador que
es para nosotros simplemente mantenernos atrás y ver que tomas esas malas decisiones.
Trisha suspiró. Ella miró alrededor a las cosas de la casa de su infancia. La colección de

muñecas de porcelana en el armario de su madre, las copias de su padre de Sherlock Holmes

encuadernadas en piel en el estante. La silla de zaraza y las cortinas con volantes de encaje en el salón
de su madre y los muebles más pesados en el estudio de su padre, hacían que la casa fuera

acogedora para una pareja entrando en lo 60 años. A su padre le faltaba poco para jubilarse. Su

madre nunca había trabajado. Solo un pareja de viejos guapos y su única hija que nunca había

logrado crecer.

—Mamá. Miró a su madre. —Papá. Ella pasó a mirar a su padre. —Vosotros habéis estado

diciéndome que hacer con mi vida desde que nací. Lo pillo. Sois padres. Lo teníais todo planeado.

Yo tenía que ser un niño que seguiría los pasos de su padre. Entonces resulto que yo era una niña, y él
todavía quería que yo siguiera sus pasos. Por desgracia, he estado segura de que las fuerzas del

orden no eran para mí desde que tuve edad suficiente para viajar en un coche patrulla contigo.

—Realmente nunca le diste una oportunidad. La expresión malhumorada de su padre sugirió

que aún estab quemado por eso.

Trisha hizo como si tocara el violín, intentando averiguar lo que podría decir para

convencerlos. —Amo a Anatoly. Es así de simple. No es el monstruo que todos piensan que es. Hay

un buen hombre debajo de toda la chulería y mierda de postureo de hombre.

—Mejor que no sea yo tu objetivo, chica —gruñó su padre.

Sorprendentemente, ella se dio cuenta que había un montón de similitudes. Qué extraño. —Tú

eres un buen hombre debajo de todas tus bravatas, papá. Pero eres un poco demasiado

sobreprotector. No me escuchaste cuando te dije que estaba bien y que volvería a casa pronto. Y vas y
envías más gente detrás de mí. Yo pude haber salido lastimado o Anatoly podría haber salido

lastimado. Los últimos lo dejaron bastante maltrecho.

Jonathan Copeland dio un resoplido burlón. —Si el hombre no puede defenderse por sí mismo,

merece ser golpeado.

—Bueno ahora, estoy bastante seguro de que incluso cuando estabas en tu mejor momento

habrías tenido dificultades con dos ex militares que salieran de entre los árboles en un bosque y
comenzaran a atizarte de lo lindo sin previo aviso. Si Anatoly hubiera tenido su arma, habría habido
víctimas y eso no habría estado bien ya que esos hombres estaban haciendo sólo lo que les había

ordenado algunas bobo sobreprotector, dijo enfadada. —A eso es a lo que quiero llegar, papá. ¿No lo
ves?

—¿Ver qué?

Su madre estaba empezando a moverse incómodamente en su silla. —Cariño, solo cálmate.

—¡No! Ella se puso de pie. —No quiero calmarme. Ya tengo veintisiete años. Me toca no estar

tranquila si no quiero estarlo. Seguís diciéndome que tome decisiones activas, para dejar de ser

espectadores de mi vida y conseguir lo que quiero. En el momento en el que hago eso, me decís que

estoy tomando malas decisiones y creéis que tenéis que intervenir y arreglar las cosas. ¡Aún tenéis la
noción de lo que queréis que sea mi vida y creéis que simplemente tengo que hacerlo!

Su padre se puso de pie. Se puso sobre ella como un titán. —Ahora escucha, señorita. Te

quiero. Tú eres mi hija. Me preocuparé por ti hasta el día que muera.

—¿Y, qué pasa si mueres y nunca he tenido que tomar una decisión por mi misma, o en vivo

sola, o hago cualquier cosa por mi cuenta? ¿Qué? ¿Qué se supone, que voy a suicidarme en tu funeral

y arrojarme en tu tumba contigo?

La boca abierta de sorpresa en la cara de su padre lo decía todo. Al parecer nunca había

pensado las cosas desde ese ángulo antes.

Después se recuperó, porque siempre lo hacía. —Tu madre y yo nos ocuparemos de ti.

—¡Ugh! Ella levantó sus manos. —¡Eso es lo que estoy diciendo! No quiero que os ocupéis de

mí. Quiero ser independiente y mantenerme por mi misma.

—¿Casándote con algún matón idiota de la mafia rusa? —preguntó su padre.

—¡No! —Ella giró sus ojos, llegando al final de su ingenio. —¡Yéndome a vivir a mi propio

piso y consiguiendo mi propio maldito trabajo y poderme mantener!

—¡Oh cariño, no quieras irte! —discutió su madre. ¡Es muy caro!

—Bien, gracias a no tener ninguna factura, tengo una buena cuenta de ahorros que me ayudará a

empezar —les informó. —O sea que independientemente de lo que sucede con Anatoly, ya he
llamado a unos cuantos sitios y voy a ver algunos mañana.

—¿Qué? —su padre rugió. —Si te quieres mudar, te encontraré un lugar.

—No, papá —dijo con un suspiro. —Lo tengo controlado. En serio.

ANATOLY MIRÓ A Motya Sokolov a través de la mesa de conferencia en las oficinas

principales de Zaretsky Enterprises. La cara de Motya parecía aplastado como un pug. Estaba

frunciendo el ceño intensamente ante la propuesta que Anatoly le había colocado sobre la mesa

delante de él. Siendo realista, debería haber estado encantado. Anatoly había tenido que poner todo su
peso y hacer algunas maniobras serias para conseguir todo eso en menos de cinco días. Necesitaba
dejar todo eso atado, porque tenía toda la intención de traer a casa a Trisha a finales de la siguiente
semana.

—¿Qué es esto? Motya empujó el archivo a través de la mesa y miró a Anatoly.

Anatoly se sentó nuevamente en su silla, negándose a dejar que su temperamento sacara lo

mejor de él. —Esta es una propuesta para que los Zaretskys y los Sokolov formemos un acuerdo

entre nosotros y esta es la garantía que ofrezco para sellar el acuerdo.

—Se suponía que te ibas a casar con mi hija. Era muy simple. Las familias de la mafia han

hecho negocios de esta forma durante décadas.

—Es por eso que necesitamos un cambio, ¿no crees? Anatoly dijo amablemente. Hizo un gesto

al contrato. —Esto te promete que tienes todos los derechos para un pedazo de territorio lucrativo
que no has sido capaz de conseguir. Ahora soy el propietario a un costo y problemas para mí mismo

considerables, añadió. Por lo que realmente siento que este acuerdo es totalmente justo.

—No me importa si es justo o no —gruñó Motya. —Quiero a mi hija casada.

Una idea comenzó a tomar forma en la mente de Anatoly. —¿Me estás diciendo que todo esto

es debido a que deseas que tu hija esté casada y fuera de tu casa?

—¡Exactamente! Motya se sentó nuevamente en su asiento, con aspecto satisfecho. —¿Sabes

cuánto dinero me cuesta esa chica cada mes?

—Me lo puedo imaginar —dijo Anatoly secamente. —Es una parte de la razón por la que no

quiero casarme con ella. Ella es una mujer con afán de dinero con una personalidad amarga. Bianka
literalmente no quiere ser complacida. Ella prefiere quejarse.

—Lo sé. Motya suspiró fuertemente. —Creo que su madre era demasiado indulgente.

Anatoly no podía creer que estaba dándole a este hombre consejos de como ser padre. —

Sabes, cuando tengo un departamento en mi negocio que cuesta demasiado dinero, le pongo un

presupuesto más apretado y le digo a los gerentes que lo gestionen.

—Piensas que necesito hacerlo con Bianka, ¿no? Motya reflexionó. —Tratar de decirle que no

a esa mujer.

—Quítale sus tarjetas de crédito, dale una asignación de dinero en efectivo depositada

directamente en una cuenta bancaria, ponle un apartamento y arréglalo para pagar las facturas desde
tus cuentas. No dejes ni que las mire. Luego llévala a ese lugar y no contestes a sus llamadas.

Comprueba como está una vez a la semana y haz que crezca un poco. Sabrá como salir adelante.

—¿Realmente crees que eso funcionaría? El hombre parecía positivamente encantado.

Anatoly se dio cuenta de que esa era su oportunidad. Puso los codos sobre la mesa y se inclinó hacia
adelante. —Sí. Pero vas a tener que ser fuerte. Te va a estar presionando a fondo durante un tiempo,
tratando de conseguir dinero. Eso siempre le ha funcionado en el pasado, así que seguirá

haciéndolo. Si se lo das, solo te estarás buscando más problemas para ti mismo. Hazla responsable.

Tal vez se cansé y busque trabajo.

—¡Ja! —Motya resopló. —Has conocido a mi hija. ¿Te la puedes imaginar trabajando?

—No demasiado.

Los dos hombres se rieron entre dientes. Realmente se estaban relacionando debido a la

irritante hija del hombre. Era tan entretenido como inesperado.

Entonces Anatoly hizo un gesto hacia la propuesta. —Todavía estoy dispuesto a respaldar

nuestro acuerdo con esta propuesta. Nada ha cambiado.

Motya volvió a recoger los papeles. —Esto es justo.

—Eso está bien, Sokolov —dijo Anatoly. —Porque no hay ninguna manera en a tierra en la

que vaya a unirme a Bianka. Es una mujer hermosa, pero es mala como un demonio.

Motya realmente parecía orgulloso. —Es una verdadera pieza. ¿No?


—¿Y eso te hace feliz?

—Sí.

—Y no ves cómo eso tiene algo que ver con su crisis financiera —dijo Anatoly, tratando de

decidir si el anciano le estaba tomando el pelo.

Motya había abierto la boca para responder cuando la puerta de la sala de conferencias se

abrió tan fuerte que golpeó contra la pared y dejó una marca negra oscura sobre la pintura blanca.

Bianka Sokolov irrumpió en la habitación.

—¿Qué quiere decir todo esto? —ella gritó, apuntando una uña roja como una daga hacia su

padre. —¡Me dijiste que ibas a firmar el acuerdo de mi matrimonio! ¿Ahora me entero por ese

imbécil que llamas lugarteniente que estás negociando algún tipo de acuerdo por territorio?

La bonita cara de Bianka estaba moteada en rojo y su expresión era francamente fea. Anatoly

llamó la atención de Motya y le dio al hombre una mirada de aliento. Si el tío no ponía las cosas en su
sitio desde ya, estaba jodido.

Motya aclaró su garganta y se puso de pie. Su cuerpo redondo y bajo estaba todavía lejos del

metro setenta de esbelta hija. Él aclaró su garganta. —Anatoly y yo hemos llegado a otro acuerdo. No
habrá ninguna boda. Tendrás que encontrar un marido por ti misma, Bianka. Además, te voy a

comprar tu propio apartamento. Podrás mudarte allí y recibirás una asignación. Pagaré todas las

facturas de la casa, por lo que no necesitarás preocuparte por eso, pero vas a tener que administrar tu
propio presupuesto para el interior.

—¿Qué? El grito de Bianka hizo que las orejas de Anatoly chirriaran.

—Ya me has oido. Motya se levantó de su silla y metió el contrato en su carpeta. Él sonrió a

Anatoly. —Me lo llevo y lo firmaré. Ha sido un placer hacer negocios contigo, Anatoly Zaretsky.

—Lo mismo —dijo Anatoly con un guiño respetuoso.

Bianka le dio una última mirada antes de irse. Aún seguía despotricando contra su padre.

Anatoly se preguntaba si finalmente la había visto por última vez y sospechaba que no era así

Capítulo Veinte

Trisha miró por la ventana de la cafetería a la vuelta de la esquina de la casa de sus padres. Se
estaba sintiendo cada vez más deprimido. Después de su impulso inicial de encontrar un empleo y

conseguir un apartamento, había dejado la tarea de realmente hacer esas cosas y poner su plan en

acción. Normalmente, no habría sido un problema, excepto que ella estaba pensando en Anatoly.

Puso sus manos alrededor de la taza de café caliente y miró hacia atrás al periódico extendido

sobre la mesa frente a ella. Ya había solicitado media docena de trabajos diferentes y visto tres

complejos de apartamentos. Lo que ella no podía decidir era si era lo suficientemente valiente o no
para volver a Moscú por sí misma.

—¿Disculpe, señora?

La voz masculina provino de encima de su hombro. Ella se volvió y se encontró mirando a un

atractivo joven, probablemente de unos 30 años. Llevaba un buen corte de pelo e iba bien vestido.

De hecho, el tipo parecía que estaba a punto de ir a la iglesia o algo. Era martes por la mañana. ¿Qué
era, un banquero?

Finalmente decidió que tenía que responder con algo. —¿Puedo ayudarle?

—No he podido evitar verte aquí sentada. El hombre miró hacia abajo como si tuviera miedo

de ofenderla. —Te he visto aquí antes. Digamos que me llevó unos días tener el valor de venir a

hablar contigo.

—¿Y por qué querrías hacer eso? ¿Qué le pasaba? Aquí había un apuesto joven de más o

menos su edad que parecía sano y con trabajo. Ella debía pasar de eso. En cambio, tuvo la sensación
de que ella no podía confiar realmente en la situación. ¿Qué sucedía?

—¿Puedo invitarte a otra taza de café? —preguntó él.

Trisha frunció los labios. —Se puede recargar gratis. Así que supongo que puedes llenar mi

copa en la máquina si quieres.

—Oh, vale. El hombre miró avergonzado.

Sus tripas todavía le decían que había algo que no cuadraba con este tipo. En un capricho,

habló en ruso. —¿Por qué realmente estás hablando conmígo?

Sus cejas se subieron. —Lo siento, ¿qué has dicho? Ni siquiera sé qué idioma estás hablando.

Ella le dio una mirada sospechosa. Está bien. Así que no era ruso. Pensando duramente, ella
examinó su aspecto una vez más. Después se dio cuenta. —¿Eres policía?

—¿Qué? Su mirada fue alrededor de la habitación, mirando por todas partes excepto en ella.

—¡Oh Dios mío! Trisha gimió. —Te ha enviado él, ¿no? No tienes que fingir. No es tu culpa

que mi padre sea un idiota.

El hombre parecía como si quisiera que la tierra se lo tragara. —No es que me haya tenido que

convencer, Trisha. Eres una mujer hermosa. Me encantaría salir contigo.

—Sí, aprecio el pensamiento, pero no salgo con policías —le dijo ella con una sonrisa. —Así

que, buena suerte. En serio. Pero no estoy interesada.

Sus mejillas se llenaron de aire, y él sopló hacia fuera un suspiro grande. —Tu padre va a

matarme. Lo abes, ¿verdad?

—Solo no le mires a los ojos y recuerda que él es todo bravatas. Y realmente deberías evitar

decirle que te he pillado, por cierto. Esto no ayudará en tu caso. Solo dile que te he dicho que estoy
viendo a alguien más.

—Oh. Parecía aliviado. ¿Lo estás?

—Algo así. Miró hacia abajo al periódico. De repente, nada en la página parecía prometedor.

De hecho, nada en el país parecía prometedor.

—Bien, entonces buena suerte para ti, Trisha. Su posible cita asintió con la cabeza y sonrió. —

Sea quien sea, es un hombre afortunado.

Ella no respondió. En cambio, ella contempló los siguientes años tratando con intentos

engañosos de su padre para dirigir su vida en la "dirección correcta" desde las sombras. ¿Cuánto

tiempo tardaría en volverse paranoica? Dejaría de confiar en todo lo que sucediera y se preocuparía
de que cualquier cosa que sucediera hubiera sido orquestada de alguna manera por sus bien

intencionados y despistados padres.

Trisha puso sus manos sobre su cara y comenzó a reír. Era tan ridículo que incluso ella no

sabía qué hacer con eso.

—¿Trisha?
—Mira, ya te he dicho que no salgo con policías —dijo Trisha, acelerándose para realmente

deshacerse de ese tipo.

Entonces ella miró hacia arriba y se dio cuenta de que la persona que está delante de ella no

era el hombre que su padre había enviado.

—¿Anatoly? —dijo en absolutamente sorprendida —¿Qué estás haciendo aquí?

Él muy suavemente tomó su mejilla en la palma de su mano. —He venido a por ti, Malenkaya

—dijo en ruso.

Su toque solo fue suficiente para derretirla de adentro hacia afuera. ¿Se había dado cuenta de

lo mucho que lo echaba de menos? De alguna manera era mucho más intenso con él ahí de pie junto a

ella. Los sentimientos florecieron rugiendo a la superficie, y abruptamente se perdió en el momento


de la anticipación.

ANATOLY A VECES SE PREGUNTABA si alguna vez entendería a las mujeres. Trisha

parecía estar muy feliz de verlo. Sin embargo, ella estaba llorando. Por lo menos, el pensaba que

estaba llorando. Grandes lágrimas manaban de sus ojos.

—¿Trisha? Un hombre joven en un traje barato con un corte de pelo de estilo militar tocó a

Trisha en el hombro. —¿Este hombre te está molestando?

—¿Qué? Ella frunció el ceño al joven. —¿En serio? Solo porque mi padre te hiciera fingir que

no sabías quién era yo para poderme pedir una cita eso no te convierte en mi guardaespaldas. Trisha
agitó su dedo en su cara. —En primer lugar, puedo cuidar de mí misma. En segundo lugar, resulta
que

este es mi novio.

Anatoly miró sorprendido como las cejas del joven se disparaban en evidente sorpresa. —

¿Este matón es tu novio? Le hizo a Anatoly un examen muy cuidadoso. —¿Tu padre sabe que sales

con este tipo? Te lo digo, Trisha, no está a tu nivel.

—En serio. Ella sonaba molesta. Levantándose de su mesa, puso su dedo índice en el pecho

del joven y lo empujó hacia atrás un paso. —¿Quieres decir algo así como que no estabas al nivel

cuando me mentiste acerca de tus intenciones?


—¿Intenciones? Anatoly sintió como si no pudiera dejar eso pasar. Él habló con Trisha en

ruso. —¿Este hombre se ha pasado contigo?

—Para nada —respondió. —Mi padre lo eligió para que me pidiera una cita, presumiblemente

para que me olvidara de ti.

—No estoy bien con eso, Trisha —gruñó Anatoly. —Y si te toca una vez más, le voy a

arrancar la mano.

—Calmáte —le tranquilizó. —No tengo ninguna prisa para adquirir otro ego masculino para

que me proteja y nutra.

—¡Habla en inglés, joder! —soltó el joven. —Es grosero como excluir a alguien de su

conversación a propósito.

—Bien —dijo Anatoly, girándose y mirando al joven directamente. —Simplemente le he dicho

a Trisha que si le pones otra mano encima, te la arrancaré de tu cuerpo y te la devolveré en una caja.

—Eso no es exactamente lo que dijiste —bromeó ella. —Pero es la base.

—¿Piensas que vas a ser el que va a poder conmigo? La postura del joven alcanzó increíbles

nuevas cotas de estupidez mientras se ponía cara a cara con oél consiguió derecho en cara de

Anatoly. —¡Mírate! Te pareces a un maldito discjockey.

—¿Qué significa eso? —Anatoly miró a Trisha confundido.

Ella se rió entre dientes. —Está diciendo que pareces débil.

—¿Es un suicida? —Se quejó Anatoly. —¿Y por qué las personas me están siempre

subestimando simplemente porque sé cómo comprar un buen traje? Anatoly hizo un gesto a la ropa
barata del joven. —Como no llevo ese traje desastroso, crees que no puedo manejarme por mi

mismo. Eso es estúpido.

Trisha ya no se reía. Ella se reía nerviosa como si pudiera desmayarse por la falta de aire.

Anatoly paró un momento para apreciar la vista y el sonido. La había echado mucho de menos. El

humor, los golpes bondadosos que utilizaba para mantenerlo alerta y el hecho de que ella lo trataba
como a una persona real. Todo era inestimable para un hombre como él.
—Trisha —el joven parecía no haber acabado de hacer el estúpido. —Creo que es hora de

irse. Voy a llamar a tu padre.

Ella puso su brazo alrededor del de Anatoly. —No sé qué parte de 'este es mi novio' no

entiendes, pero este es mi novio, así que puedes irte. Agradezco que quieras preocuparte por mi,

aunque sea porque tengas miedo de que mi padre te vaya a arrancar las pelotas si vuelves y le dices
que has fracasado.

—Esa es realmente una posibilidad muy real —admitió. —¿Por favor ven conmigo?

—Vete. Fuera. Anatoly ya estaba harto. —Malenkaya, vamos.

Él tomó la mano de Trisha y suavemente colocó su mano libre en la parte baja de su espalda.

Al parecer el joven puso reparos a es, porque lo siquiente que supo Anatoly, fue que el chico le

estaba agarrando del brazo.

Anatoly reaccionó instintivamente. Le hizo girar su antebrazo, quitándole su agarre y siguiendo

el arco hasta agarrar a su atacante y poner su brazo por detrás de su espalda. Momentos después,

Anatoly había torcido el brazo del joven como un pretzel y le sujetaba inmóvil. Un movimiento y le
iba a sacar el hombro de su sitio.

Toda la actividad en la cafetería había cesado. Ahora todo el mundo estaba mirando a Anatoly

y a su cautivo.

—Anatoly —Trisha le reprendió suavemente. —Debes dejar ir a ese chico. Es demasiado

estúpido para darse cuenta de su error.

—Entonces él debería aprender —sostuvo Anatoly. —No voy a dejar que nos falte al respeto de esta
manera ni a ti ni a mi.

—Anatoly. Ella tocó suavemente su mejilla con los dedos. —Vamos. ¿Por favor? Esto no vale

la pena. Ella pasó a Rusia. —No posees a la fuerza de la policía aquí en Cleveland. Se podría decir
que mi padre si. No eches más leña al fuego. ¿Vale?

Anatoly lanzó un suspiro enorme. Después miró hacia abajo al joven cuyo brazo estaba en

posición de salirse de su sitio. —Nunca subestimes a un oponente. ¿Entiendes?

—Sí, Señor. El joven estaba jadeando por aire.


—Por favor —Trisha dijo una vez más. —Simplemente déjalo ir. Creo que tenemos suficientes

problemas que nos vienen encima sin añadir esto a la factura.

Anatoly se echó a reír. En todo lo que consideraba ella, tenía razón. Él no era de los que iba a

pedir o a rogar a su padre su aprobación. Pedir permiso no era algo que él consideraba necesario.

Por supuesto, Trisha seguramente pondría objeciones a su habitual modo de convencer a la gente.

Echando a a un lado al hombre joven, Anatoly tomó el brazo de Trisha. —Vamos, amor mío.

Es hora comenzar a planear lo que vamos a decirle a tus padres.

—Esto puede ser divertido —murmuró ella. —Sólo por favor prométeme que no vas a tratar

de los sobornarlos.

—No prometo nada —bromeó él. Y no lo haría. Sobre todo porque él haría todo lo que

hicierea falta para conseguir lo que quería.

Capítulo Veintiuno

¿Has ido caminando a la cafetería? Anatoly parecía estar tratando de descifrar los hábitos de

comportamiento de otra especie. —¿Por qué has hecho eso? ¿No tienes coche?

Ella le empujó con su hombro. Porque está solo a cuatro manzanas.

Hizo un ruido que se podía calificar como de disgusto. —Caminar es para aquellos que no

pueden permitirse tener un coche.

—Como no tengo trabajo, supongo que técnicamente eso me incluye.

Anatoly resopló. —Mi esposa no necesita trabajar.

—Lo siento, ¿me hiciste una propuesta allí y me lo perdí? Trisha sentía como si sus cejas

realmente pudieran salirse de su frente. —Porque no recuerdo haber aceptado casarme.

—Te casarás conmigo. Parecía petulante. —Aquí está. Esta es mi propuesta.

—Lo siento amigo, vas a tener que hacerlo mejor que eso.

Dejó de caminar tan rápido que Trisha fue echada hacia atrás, por la mano que tenia colocada

a través de su codo. La expresión en su rostro era horrible. Era tan diferente de la cara confiada y
arrogante de Anatoly que estaba acostumbrada a ver, que Trisha no estaba segura de qué hacer.
—Anatoly, ¿qué sucede? —ella murmuró.

Entonces él se arrodilló en una rodilla. —Nunca he rogado por nada, Trisha Copeland —dijo

en voz baja. —Pero si eso es lo que hace falta, pediré tu mano en matrimonio.

—Anatoly, no tienes que pedir nada. Ella tiró de él hacia arriba. —Sólo tienes que preguntar.

—¿Quieres casarte conmigo?

Ella echó sus brazos alrededor de su cuello y apretó tan fuerte que estaba bastante seguro de

que iba a estrangularlo. ¡Por supuesto que sí! Estoy halagada y honrada y todo lo demás, aunque

también estoy confundida. ¿Qué pasa con Bianka?

Se volvió hacia la casa de sus padres y comenzó a caminar otra vez como si necesitara tiempo para
pensar. —Llegué a otro acuerdo con su padre. Tenemos una tregua y un pacto de caballeros que

nos convierte de alguna forma en una especie de aliados.

—¿Por lo tanto, no necesitas casarte con Bianka? Ella estaba todavía tratando de asumir todo

eso en su cabeza. Parecía demasiado fácil.

—No. No tengo que hacerlo. —Él se rió entre dientes, balanceando un poco su mano en un

gesto juguetón que ella encontró cariñoso. —Resultó que el viejo Motya estaba tratando de librarse
de su niña malcriada y pasársela a un desprevenido marido.

Trisha se echó a reír. —Supongo que ella debió ser una pesadilla también de niña. ¿Está de

acuerdo contigo de que no se la quites de sus manos?

—Llegamos a otra solución que esencialmente suponía recortarle su dinero y obligarla a

crecer y a tomar responsabilidades por sí misma. Él parecía satisfecho con eso.

Trisha no estaba convencida. —¿Y crees que ella va a olvidarse de sus planes para ser la reina

de la ciudad, o lo que era ella quisiera?

Anatoly se encogió de hombros. —Ella está a 1 millón de kilómetros de distancia. ¿Qué

problemas puede causar ahora?

Se acercaron a casa de sus padres, y Trisha luchó por quitarse de encima el malestar que había

creado su casa en su interior. Ella no podía creerse del todo que las cosas con Bianka habían sido
neutralizadas con tan poca dificultad o esfuerzo.
Por ahora, sin embargo, tenía que centrarse en el siguiente problema. Presentar a Anatoly a sus

padres a y anunciarles que se habían comprometido.

—Está bien, déjame hablar. ¿Por favor? Ella se giró para mirarlo, hablando en inglés porque

ella estaba tensa y de alguna manera así parecía más fácil. —Sé que te fastidia cuando la gente

alrededor te manda, pero soy la mejor para manejar a mis padres. Son algo cabeotas sobre este tipo
de cosas.

—No tienes que preocuparte —le dijo secamente. —Y sí. Puedo mantener mi boca cerrada por

un rato para que puedas lidiar con tu madre y tu padre.

—No estaba negando el hecho de que tengas esa capacidad. Solo te estaba motivándote para

ejercerla. Trisha agarró su mano y abríó la puerta de la casa de su infancia. —¿Mamá? ¿Papá? ¡He

traído a alguien que quiero que conozcáis!

—Oh, por favor, entrar y que la fiesta sea completa. ¿Vamos?

Trisha parpadeó en shock al ver que Bianka Sokolov estaba en su sala de estar apuntando con

un arma a sus padres. Era absolutamente surrealista ver perfectamente peinada a Bianka de pie sobre
la alfombra de salón virgen, inmaculada, color crema de su madre.

—Se supone que tienes que quitarte tus zapatos —Trisha soltó reflexivamente.

La frente de Bianka se frunció en confusión. —¿Qué?

—Estás de pie sobre la alfombra del salón de mi madre con esos zapatos de puta que llevas.

Ella no deja que nadie lleve zapatos en la sala de estar. Es grosero. Y eres responsable de hacer

agujeros en la alfombra con los feos desastres de aguja que llevas.

Desde la esquina de su ojo, Trisha vio los ojos de su madre cerrarse de angustia mientras

procesaba lo que decía su hija. Sí. Realmente no era el momento para discutir sobre los zapatos en la
alfombra, pero Trisha estaba harta de que Bianka dirigiera las cosas.

—¡Creo que nunca he oído nada tan ridículo en mi vida! Bianka dijo con diversión. —Te das

cuenta de que una mancha de sangre será mucho peor para la preciosa alfombra de tu madre que mis

zapatos.

—Tienes razón —Trisha estuvo de acuerdo. —No puedo imaginar qué cosas horribles tiene tu
sangre porque eres una bruja total. Por lo que sé, sangras alquitrán.

Detrás de ella, oyó a Anatoly gemir suavemente. Sí. Ella estaba provocando a la perra loca,

pero realmente alguien necesita poner a esta mujer en su lugar.

—Eres muy valiente o muy estúpida. La expresión amarga de Bianka indicaba a Trisha que sus

insultos habían golpeado bastante bien.

—Bianka —Anatoly dijo en un tono de voz baja y firme. —Esto no te llevará donde quieres.

—¿Cómo sabes lo que quiero? —gritó Bianka,. ¡Convenciste a mi padre para que recortara mi
dinero! ¡Estoy en la miseria! ¡La miseria del subsidio que me da apenas me durará una semana, y

mucho menos un mes!

ANATOLY SE DIO CUENTA de que había subestimado gravemente la ferocidad de la codicia

materialista de Bianka. Él comenzó a desplazarse, colocándose cuidadosamente delante de Trisha. Él


vio al padre de ella por el rabillo de su ojo. El hombre estaba sentado en su sillón reclinable, con su
espalda recta, pero sus ojos no perdían nada de lo que sucedía. Él estaba esperando una oportunidad.

Eso estaba claro. Su madre era el polo opuesto. Estaba totalmente helada en su pequeña silla. Se

preguntaba cómo Bianka había encontrado y llegado a su casa. Desafortunadamente, Anatoly tenía

leve sospecha de cómo había sucedido.

Él le habló a Bianka, manteniendo su atención centrada en él. —¿Y qué es lo que quieres?

—¡Quiero dinero! Quiero poder. Lo quiero todo y me lo vas a dar a mí o esta zorra y sus

padres van a morir. ¿Lo entiendes? Los ojos de Bianka tenían un aspecto enloquecido que le decían

que estaba totalmente desquiciadoa

—Vale. Anatoly dejó de ser sutil y se puso directamente entre Bianka y Trisha. —¿Cómo debo

hacer que eso suceda? ¿Depósito directo? ¿Quieres que te firme un cheque?

—¡Ugh! Bianka gritó con ira. —Deja de actuar como si no pensaras que lo digo en serio! Ella

dirigió el arma hacia la madre de Trisha. ¡Voy a dispararle a esta mujer muerta, y entonces sabrás que
voy en serio!

—Si disparas a esa mujer, me dará tiempo suficiente para retorcerte tu pequeño cuello —

gruñó Anatoly. —No me des esa oportunidad, Bianka. Manten la pistola sobre mi, o te estrangularé
con mis propias manos y no se derramará nada de sangre sobre la alfombra. Compraré una alfombra

nueva.

Anatoly pensaba que la intensidad en la habitación había alcanzado proporciones épicas, pero

Bianka no había acabado. Empezó pisando fuerte con su pie y agitando la pistola violentamente en el

aire mientras lanzaba improperios. Estaba maldiciendo y jurando en ruso. Con su dedo apuntándole
sobre todo a él. Después apuntó con la pistola hacia él.

En cuanto se dio cuenta de que las cosas iban a empeorar, la pistola se disparó La bala golpeó

el techo, causando una pequeña avalancha de yeso sobre Bianka. El repentino ruido fue ensordecedor
dentro de los cuartos cerca de la sala de estar. Bianka obviamente no estaba esperándolo, porque tiró
el arma al suelo y se cubrió los oídos.

El tiempo pareció detenerse, todo iba a cámara lenta mientras Anatoly miraba como el arma

golpeaba el suelo. Él se tiró hacia Trisha, agarrándola y golpeando el suelo. Rodaron detrás del sofá
cuando la pistola se disparó otra vez. La boca brilló al expulsar una bala. Golpeó en una placa de
metal colgada en la pared antes de rebotar y dar a Bianka en la pierna.

Su grito fue tan fuerte Anatoly podría haber jurado que las ventanas vibraron. El sonido era

peor que el tiroteo. Apartándose de Trisha, se lanzó hacia la pistola a la vez que el padre de Trisha.

—¡No te atrevas, criminal! Jonathan Copeland tomó en su mano el arma con la facilidad de

alguien que había pasado toda su vida haciéndolo.

—¡Papá, no! Trisha saltó a sus pies e intentó meterse entre ellos.

Anatoly puso un brazo alrededor de la cintura de Trisha y la hecho pivotar detrás de él. —¡No,

Malenkaya! —No quiero que te lastimen.

—¡Te va a matar y decir que lo hizo ella! —sollozó Trisha. —¡Lo sé!

—¡Habla en inglés, joder! —gritó Copeland. ¡Si no puedo entenderos, voy a llamarlo defensa

propia y ya está!

Hasta entonces, Anatoly no se había dado cuenta de que estaban hablando en ruso. Tomó una

respiración profunda y mantuvo a Trisha detrás de él. —Estaba pidiendo a su hija que por favor no se
pusiera en la línea de fuego.

—Trisha, llama al 911 —ordenó Copeland. —Voy a matar a este cabrón y a sacarlo de
nuestras vidas.

Las lágrimas bajaban por la cara de Trisha. —¡No! Si lo matas, nunca podré perdonarte.

Nunca. ¿Me entiendes? Me iré de esta casa hoy, y nunca volveré.

Hubo un chillido de horror de su madre. En el suelo, Anatoly pudo ver a Bianka levantándose

e intentando alcanzar la pistola. Antes de Anatoly pudiera advertirle Bianka agarro la pierna de

Copeland.

El hombre se sacudió en shock, cayéndose la pistola de su mano. La bala perforó el hombro de

Anatoly, entrando y saliendo y dejando un rastro de dolor ardiente. Se volvió, no para huir, sino para
asegurarse de que Trisha estaba ilesa.

Mientras tanto, Copeland enfadado dio una patada a Bianka con su bota. El golpe en la cara la

dejó inconsciente. No hizo nada, sin embargo, para terminar con la tensión entre Copeland y Anatoly.

¡Oh mi Dios, estás herido! Trisha gimió. Le tocó suavemente el hombro.

Quería decirle que se detuviera, pero sabía que no tenía tiempo para preocuparse por una

insignificante herida cuando su padre estaba listo para volarle la cabeza.

—Señor Copeland —dijo Anatoly con voz tranquila. Él tendió sus manos, mostrando que

estaba desarmado y esperando que el hombre viera el sentido. —Entiendo que esté enfadado y

confundido. Pero dispararme no es la respuesta.

—Papá, tienes que bajar la pistola. ¡Ahora! —Le rogó Trisha.

Su padre parecía confundido y enojado. Miró hacia abajo a la mujer que estaba desmayada en

el suelo y después a su hija. —¿Qué he hecho? —susurró él. Después bajó la pistola.

Capítulo Veinte y Dos

Trisha miraba a su padre mientras el EMT sondaba suavemente la herida del hombro de

Anatoly. —Señor, probablemente quiere ir al hospital y quiere que le miren.

—¿Puede usted vendar la herida ahora? Anatoly sonó totalmente relajado, como si discutieran

el tratamiento de un padrastro.

—Sí. El EMT asintió con la cabeza y comenzó a poner todo lo necesario para hacer
precisamente eso. —Pero sería mejor hacer unas radiografías para asegurarse de que no hay ningún

daño interno.

—Haré eso cuando llegue a casa. Gracias.

Trisha sujetó la mano de Anatoly entre la suya. La levantó a sus labios, sintiéndose aliviado de

que al parecer no fuera mortal. —¿Seguro que estás bien?

—Estoy bien. Le hizo un gesto a su padre.

Su padre estaba sentado en la mesa de la cocina con la cabeza en sus manos. Su madre estaba

parada detrás de él con su brazo alrededor de sus hombros. Habían estado susurrando pero en su

mayor parte habían estado silenciosos. En la otra habitación Trisha podía ver a los policías y los
detectives que su padre pidió que enviaran a su casa. Estaban tratando con Bianka. Ella estaba

gimiendo como un alma en pena sobre la herida en su pierna.

Uno de los detectives entró en la cocina para informar a su padre. —Tienen que llevarla al

hospital, capitán Copeland.

—Eso está bien —dijo embotado. —Hacer que la vigilen. Y quitarle su pasaporte. Estoy

solicitando que el juez la considere en riesgo del fuga.

—No hay problema. Por lo que sabemos, ella vino aquí en un jet privado. Lo hemos incautado.

Anatoly parecío espabilarse ante esto. En realidad, parecía enfadado. —Su padre no posee un

jet privado. ¿Puede comprobar quién es el propietario? Sospecho que intimidó a una de mis
tripulaciones de vuelo para que la trajeran aquí. Si es así, pido que los liberen y les envíen a casa.

Mi otra tripulación me está esperando en el aeropuerto con mi jet principal.

¿Tienes dos jets? Su padre parecía estupefacto.

—Por supuesto. Anatoly se encogió de hombros. —De vez en cuando necesito enviar un

miembro de mi personal a algún lugar cuando y debo estar en otros lugares. Es más fácil mantener
un segundo jet que preocuparse sobre el uso de las líneas aéreas públicas.

—Oh, claro —dijo su padre burlonamente. —Al parecer el crimen paga muy bien.

—Tú no me gustas —dijo Anatoly rotundamente. —Aunque no entiendo por qué. He mantenido

segura a tu hija. Incluso mantuve alejada la atención de Bianka de su esposa.


—¡Trajiste este peligro a nuestra puerta! —gritó Copeland.

Trisha comenzó a protestar, pero entonces notó cómo Anatoly miraba fijamente a su padre. De

hecho, su padre estaba actuando un poco extraño. Siguió cambiando de asiento y pareciendo muy

incómodo. Él no quería cruzar su mirada con ella, y se negaba a mirar a su madre, Trisha que

miraban fijamente a su madre, se preguntaba qué secreto mantenían.

Mamá, ¿qué ha pasado? Trisha preguntó tranquilamente. —Obviamente me estáis ocultando

algo.

ANATOLY MIRABA A LA señora moverse nerviosamente. Obviamente estaba intentando

proteger a su marido. Anatoly ya sabía lo que había sucedido. Se preguntaba si él sólo debía salvarla
de lo que era obviamente una cantidad agonizante de miedo.

—Lo que tu madre está intentando no decir—dijo Anatoly a Trisha. —Es que Bianka contactó

con ellos en algún momento en las últimas veinticuatro horas y les ofreció algún tipo de acuerdo.

Probablemente se trataba de alejarme de ti. Así que accedieron a reunirse con ella hoy mientras

convenientemente estabas fuera de la casa. Luego llegó Bianka y las cosas no muy salieron como

estaba previsto. Anatoly levantó una ceja a la madre de Trisha. —¿Es así?

El alivio de la mujer era palpable. —¿Cómo lo has sabido?

—Conozco a Bianka —dijo irritado. —La mujer es una puta manipuladora con motivo para

hacernos daño a mí y a Trisha. Por desgracia, subestimé lo lejos que iría para lograr este objetivo.

—Parecía tan dulce y servicial —dijo la madre de Trisha. —Y tenía una sonrisa tan

encantadora. —¡Nunca pensé que fuera tan asesina!

Trisha resopló. ¡Sí, es como el Dr.Jekyll y Mr.Hyde, mamá! ¿Pero, por qué me vais por la

espaldas así? Me duele pensar que me menospreciéis así. Trisha se dirigió a su padre. —¡Papá, has

hecho esto una y otra vez a pesar de todas las veces que te he hablado acerca de dejarme seguir mi
propio camino¡

Su padre no hablaba. Parecía pálido y exhausto. Curiosamente, Anatoly podía realmente

empatizar con el hombre. Había pensado que él sabia que era lo mejor para su familia, pero había
estado muy equivocado. Casi fatalmente. Le sacudió al hombre desde el interior cuando eso sucedió.

—Anatoly me pidió que me casara con él, papá —anunció Trisha. —He dicho que sí. Te

quiero. Pero también quiero a Anatoly. Y si no puedes ver lo que buen hombre que es después de

todo lo que ha sucedido hoy, entonces eres un idiota y lo siento por ti. No quiero perderos. Pero si no
aceptas mi opción, supongo que es tu decisión.

El EMT había acabado con el brazo de Anatoly.

Anatoly se levantó y puso su brazo suavemente alrededor de Trisha. Estaba listo para irse. —

Me llevo a Trisha a casa conmigo. Ahora. Hoy. Los dos seréis siempre bienvenidos en nuestra casa.

Enviaré un jet a por vosotros si alguna vez lo pedís. Pero no permitiré que Trisha sea manipulada o
intimidada en nombre de la protección. Anatoly intentó obtener las palabras adecuadas. —No le

tenéis suficiente confianza, creo. Ella es fuerte en quién es ella y en lo que quiere. Tiene un buen
corazón. Ella me hace una mejor persona. De hecho, nunca he conocido a nadie como ella, y sé que

tengo os lo tengo que agradecer a los dos.

—¡Eso no hará que no nos robes a nuestra hija! —murmuró Copeland.

—Papá, por favor —pidió Trisha. —No estés enfadado. Esto es lo que sucede. Los niños

crecen y tienen sus propias vidas. Eso es todo lo que quiero. Mi vida está en Moscú. Me encanta.

Amo a Anatoly.

Anatoly cogió su mano, tirando de ella hacia la puerta. Le dio un beso en su palma. —Vamos,

amor mío.

—¿Mis cosas?

Él frunció los labios. —¿Qué es lo que quieres?

Ella pareció decidida. —Nada. Son solo cosas.

TRISHA MIRÓ DESDE una de las ventanas del jet cuando alcanzaron una altitud de de 30 mil

pies. El mundo no era otra cosa que cielo azul y nubes blancas. Parecía tan tranquilo. Aquí no había
ninguna preocupación sobre sus padres, ni tenía que preguntarse qué pasaría cuando llegaran a

Moscú. Todo estaba en calma.

—¿Estás bien, amor mío? Anatoly se sentó junto a ella.


Ella levantó sus piernas en el asiento y se acurrucó cerca. Se sentía genial a su lado. —Estoy

tan contenta de que vinieras a buscarme.

Suavemente él apartó unos pelos de su cara. —Me sorprendió cuando te fuiste.

—Me arrepentí casi en cuanto lo hice, pero estaba tan enfadada. Y estaba preocupada porque

sabía que era verdad lo que había dicho Yakov. Necesitabas algún tipo de acuerdo con los Sokolov.

—Creo que Yakov se sorprendió cuando encontré una alternativa a casarme con Bianka.

Trisha colocó su palma contra la de Anatoly y se maravilló de lo grandes y fuertes que eran

comparadas con las suyas. —No creo que Yakov te vuelva a subestimar otra vez cuando se trate de

conseguir algo que quieres.

—No. Probablemente no.

—¿Le has dicho a Motya Sokolov que su hija está detenida por intento de asesinato en los

Estados Unidos?

—Todavía no. Anatoly sonó sombrío.

Trisha recapacitó sobre lo que podría significar su tono. —Suenas casi triste. Creo que te gusta ese
viejo.

—Así es. Me sorprendió, pero los dos tenemos mucho en común. Y no puedo imaginare tener

una hija como Bianka.

Trisha resopló no queriendo dejar al padre fuera de culpa como la víctima en este melodrama.

—Hubo una buena cantidad de indulgencia para que ella fuera tan horrible.

—Es muy probable —aceptó. —¿Significa eso que nuestras hijas serán brujas materialistas

que exigirán más dinero y recursos?

Trisha se echó a reír. Ella se puso encima del regazo de Anatoly y le dio un pellizco burlón en

la boca. —Mejor que no. O les patearé sus traseros.

—¿Lo harías?

—Sí.

Ella le besó, hundiéndose a su contacto y si ella no pudiera tener suficiente. Él respondió casi
al instante. Sus brazos se enrollaron alrededor de su cuerpo, y él la acercó como como fue posible
hasta que no hubo ningún espacio entre ellos.

—Trisha, tengo que tomarte ahora —susurró fervientemente.

—¿Aquí?

—Es un avión privado. Nos dejarán en paz.

—¡Vale, eres muy travieso! Sintió una deliciosa emoción al pensarlo.

Deslizándose fuera de su regazo, ella desabrochó sus jeans y los tiró hacia abajo de sus

piernas. Después ella se quitó sus bragas. Con un dedo, las tiró volando en el banco de asientos

detrás de ella.

Arrodillándose delante del que iba a ser su marido, Trisha le desabrochó sus pantalones. Ella

sacó su polla con su mano. Él ya estaba caliente y duro. Ella le dio unas cuantas sacudidas cortas y él
silbó en respuesta. Ella tenía mil ideas de lo que le gustaría hacer. Ella podía chupársela y sentir como
se corría dentro de su boca y tragar su simiente. Pero al final, lo único que importaba era

conseguir estar tan cerca como fuera posible y reafirmarse la conexión entre ellos.

Ella subió a su regazo y flotó justo por encima de su ingle. Miró su rostro, y ella se estremeció

con el deseo que veía reflejado en sus ojos. Era tan bueno ser querido así. Y cuando sintió su polla
dura en su húmeda abertura, ella tembló. Se sintió tan bien. Estaba tan mojada y anhelante. Su coño
estaba hinchado, y su flujo tan espeso que cubría el interior de sus muslos.

—Tómame —dijo rudamente. —Ahora, Trisha. Ahora mismo.

Ella metió la mano entre ellos y envolvió su mano alrededor de su polla. Colocando la cabeza

en su apertura, se hundió hacia abajo su miembro en un movimiento largo. La sensación de estar


llena hasta casi la hizo correrse. ¡Era tan bueno!

Las manos de él se colocaron en sus caderas. Ayudó a establecer un ritmo. Ella colocó sus

manos sobre sus hombros, para evitar el vendaje. Meciéndose contra él, sintió sus músculos internos
comenzar a tensarse mientras ella se acercaba más y más a su clímax. Él la estaba mirando. Saber

eso solo hizo que ella estuviera mucho más caliente. Este increíble, hombre guapo, exitoso y

poderoso la quería a ella y solo a ella. No quería hacerla su amante. No la quería por unos meses o
años hasta que perdiera el interés. Quería casarse con ella y vivir con ella.

Tirando su cabeza hacia atrás, Trisha dejó ir con un gemido de puro placer. Un orgasmo la
sacudió a través de su cuerpo y la dejó débil. Si Anatoly no la hubiera sujetado, ella se habría caído
hacia atrás. Ella puso en sus poderosos brazos todo su peso. Él la sujetó sobre su polla con sus

manos en sus caderas. Un último empuje en su coño mojado, y sintió como le vertía su simiente

dentro de su cuerpo.

—Hermosa —murmuró. —Y mía. Toda mía.

—Sí —estuvo de acuerdo. —Tuya.

—Prométeme que nunca te irás otra vez —le rogó suavemente.

Trisha se sentó y abrió los ojos. Ella tomó sus mejillas entre sus manos y pasó sus pulgares

sobre sus labios. —Eres mía. No voy a irme. Te lo prometo.

—Sé que fueron mis acciones las que te hicieron irte antes —dijo suavemente. —Te prometo

que no te faltaré nunca al respeto así otra vez.

Trisha sonrió, pasando a una risa de diversión. —Sé que no lo harás. Pero no voy a dejarte.

Simplemente me quedaré alrededor para darte un infierno.

Epílogo

Dos años más tarde...

Mamá, no sé si estoy muy cómoda con la idea de dejar a Anatoly y a papá en la misma

habitación con el bebé Ana —dijo Trisha preocupada.

Su madre hizo un gesto con una mano. —No seas tonta. Es imposible que ninguno de esos

hombres vaya a hacer nada para dañar un solo cabello en la cabeza del bebé.

Trisha tuvo que admitir que su madre tenía razón. La decisión de sus padres de darle el

tratamiento del silencio como castigo por su decisión de casarse con un rey de la mafia rusa había
durado tanto tiempo como le costó a Trisha quedarse embarazada. Una vez que nació su primer nieto,
ha habido una petición casi inmediato para el jet a enviado a Cleveland a recogerlos. Desde

entonces, habían ido de visita al menos una vez cada tres meses Cada visita había sido un poco

menos incómoda. Lo que significaba que su padre y su marido ya no se miraban el uno al otro desde

extremos opuestos de la habitación. En ocasiones incluso hablaban entre sí.

—Anatoly ciertamente parece como un padre implicado —comentó su madre.


Trisha movía su cabeza mientras preparaba un plato de trozos de jamón desmenuzado para el

almuerzo de su bebé. —Sí. Le ha cambiado los pañales, alimentado a medianoche e incluso bañeras

la ha bañado tan a menudo como ha podido.

—No creo recordar a tu padre haciendo esas cosas por ti — dijo mamá mientras colocaba con

nostalgia la trona para la comida de Ana. —Siempre estaba tan ocupado con el trabajo. La vida era

todo acerca de promociones y cambios de humor.

—Lo siento. Trisha lo decía de verdad. —No se podía imaginar tratando ser padres sin la ayuda de
Anatoly.

Su madre tocó su hombro. —Elegiste a un buen marido.

—Pensé que aún odiabas el hecho de que es lo que es.

—Cuanto más lo pienso, más me doy cuenta de que Anatoly no es diferente de la mayoría de

los tipos de las fuerzas del orden con los que trabaja tu padre . Todos se hacen favores unos a otros,
tiran de contactos y engañan cuando es necesario.

—Eso casi suena a la versión de Anatoly de jugar a la mafia —Trisha estuvo de acuerdo. —

Siempre supe que no era como los demás.

—Supongo que deberíamos haber confiado en tu juicio de carácter—mamá admitió. Luego

arrojó sus brazos alrededor de Trisha y le aprieta firmemente. —Estoy orgullosa de ti —mi niña.

—Significa mucho oírte decir eso —admitió Trisha.

—Tu padre también lo está —aseguró su madre. —A veces es simplemente más difícil para él

decirlo.

—Tal vez.

Su madre frunció los labios cuidadosamente. —Iré a buscar a los chicos y les diré que

almuerzo está listo.

—Gracias, mamá. Trisha miró a su madre salir de la cocina y se sintió aliviada de que ella y

su madre volvieran a llevarse bien. Sólo deseaba que ella pudiera sentir como si su padre hubiera

aceptado verdaderamente su elección.


ANATOLY ESTABA CANSADO de las constantes miradas de su suegro desde el otro lado de

la habitación. Jonathan Copeland se prodigaba con su nieta Ana con amor y atención, al mismo

tiempo no perdía la oportunidad de lanzar a Anatoly una mirada sucia.

—Tú sabes —dijo Anatoly. —Que el bebé tiene el cincuenta por ciento de mí en ella.

—Ella es hija de mi hija —sostuvo el viejo terco.

Anatoly no se rendía. —Ella es mi hija también.

—Desearía que no lo fuera.

—Entonces ella no sería quien es —señaló Anatoly.

Ana sonrió con su sonrisa de bebé gomoso a su abuelo y casi le sacó sus ojos con sus dedos

diminutos. Anatoly amaba a su esposa, pero nunca había sentido algo tan fuerte como lo que sentía

por Ana. Le había dado una nueva apreciación por el obstinado anciano al otro lado de la habitación.

—Te perdono —dijo Anatoly con calma.

—¿Qué?

—Por tu estupidez en poner a mi Trisha en riesgo cuando invitaste a Bianka a tu casa.

Copeland estaba todavía farfullando, así que Anatoly siguió hablando. —Tú amas a Trisha de la

manera que yo amo a Ana. Yo habría hecho eso y mucho más para eliminar una amenaza para la vida

de Ana. Ya no te puedo culpar por eso. Pero puedo recordarte que si tú amas a tu nieta, realmente

necesitas reparar la desavenencia entre tú y su madre.

—¿Qué desavenencia? —gruñó el viejo.

—La que hace a mi esposa llorar a veces por la noche.

Anatoly sabía el momento en que sus palabras le llegaron al corazón de Copeland. Las

lágrimas brotaron de los ojos del anciano. Lanzó un gran suspiro y se puso de pie, acunando a Ana
de dieciocho meses contra su pecho.

Copeland inhaló una respiración temblorosa. —Eres un buen padre y un buen proveedor. No

apruebo lo que haces, pero puedo respetar a un hombre que sabe cómo ganar dinero y cuidar de su

familia.
—Gracias. Era todo lo que Anatoly iba a decir sobre el tema.

Miró como Copeland llevaba al bebé a la cocina y le siguió. El hombre colocó al bebé en su

silla de comer y luego suavemente tocó el hombro de su hija. Trisha se giró, obviamente
sorprendida.

—¿Qué sucede, papá?

Copeland aclaró su garganta. —Tengo que decirte que lo has hecho bien por ti misma, niña.

—¿Qué?

—He dicho que lo has hecho bien por ti misma. Tienes un marido que te ama con locura y a la

niña más adorable del planeta. Copeland se acercó y tomó a Trisha en sus brazos. —Siento ser un

viejo gruñón.

—Papá —dijo Trisha entre lágrimas. —No importa que seas un viejo gruñón. Eso es todo lo

que siempre quise oírte decir.

—Entonces puedes oírlo ahora.

La mirada de Trisha revoloteó alrededor de la cocina hasta que aterrizó en Anatoly. Ella

sonrió con una sonrisa que hizo que su corazón se llenara de amor. Le guiñó un ojo a ella e hizo un
pequeño gesto espantando con las manos.

Ella aclaró su garganta. Su madre había vuelto a la cocina, y ahora los tenía de cara a los dos.

—Tengo que deciros que estamos esperando a otro bebé.

—¿Qué? Su madre comenzó a saltar arriba y abajo con emoción. ¡Es una noticia maravillosa!

¡Simplemente maravillosa!

Copeland se giró y dio a Anatoly un guiño de aprobación. —Felicidades... hijo.

Era un poco extraño, pero era bueno. Anatoly nunca podía haver imaginado un final así para su

vida. Era más feliz ahora que lo que nunca hubiera soñado que fuera posible.

Sí. Estaba bien.

FIN

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Todos los Derechos Reservados. Copyright 2016 Bella Rose, Leona Lee.

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Capítulo Uno

Aquel hospital parecía concebido para que la gente se sintiera incómoda, con sus paredes

blancas y estériles y sus rígidos e incómodos asientos azules. En el silencio de la sala de espera, el
parloteo de las enfermeras rebotaba de pared a pared, y los pitidos y chasquidos de las máquinas

resultaban insoportables. Tanto el pasillo como la sala estaban llenos de gente asustada o llorando.
Ella Davis se encontraba en un lugar en mitad del espectro. Dos semanas atrás, su madre había sido
ingresada con insuficiencia hepática, y estaba en la lista de espera para un trasplante, pero su

situación era bastante grave.

Si Heather Davis sobrevivía el tiempo suficiente para recibir otro hígado, la operación les iba
a costar unos doscientos mil dólares. La madre de Ella se había jubilado anticipadamente de su

puesto como maestra para cuidar de su esposo cuando éste fue diagnosticado con cáncer, y Ella

apenas conseguía subsistir como cajera de supermercado. Heather tenía el seguro más barato, y no

había forma de que pudiesen pagar el elevado deducible. Estarían endeudadas para el resto de sus

vidas.

Sin la operación, su madre moriría, y Ella no iba a dejar que aquello ocurriera. Ya había

perdido a su padre cinco años atrás. No iba a perder también a su madre.

-Srta. Davis. Su madre está despierta, por si quiere ir a verla.- La enfermera le dedicó una

cálida sonrisa y Ella tomó una respiración profunda y asintió con la cabeza. Las puertas dobles

emitieron un zumbido y se abrieron, y Ella las atravesó con rapidez. Se sabía el camino de memoria.

Quince pasos en línea recta. Giro a la izquierda. Siete pasos más. Giro a la derecha.

Durante un momento, se quedó inmóvil mirando a través de la puerta de cristal. Su madre

estaba conectada a varias máquinas, y aquello atormentaba a Ella por las noches. Cada vez que

cerraba los ojos para intentar descansar, el recuerdo de los pitidos la torturaba. Aunque era

consciente de que estaba observando a su madre, no podía evitar recordar a su padre.

¿Qué le había dicho su madre en aquel momento? No tengas miedo, cariño. Las máquinas no

dan miedo. Le están ayudando. Hacen que se sienta mejor.

Ella no creyó entonces a su madre, y ahora no tenía a nadie para tratar de convencerla.

Cerrando los ojos y los puños con fuerza, contó hasta diez. Durante aquellos segundos, trató de

apartar a un lado su miedo y ansiedad. Cuando volvió a abrirlos, había una sonrisa en su rostro.

Abrió la puerta y entró. -Buenos días, mamá. ¿Cómo te encuentras hoy?

Heather volvió la cabeza y sonrió débilmente. La madre de Ella tenía un precioso cabello

rojizo y unos bonitos ojos azules, pero en aquel momento su pelo reposaba sin lustre sobre la

almohada y sus ojos tenían un aspecto apagado. Contemplar a su madre era casi como mirarse en el

espejo. Últimamente, el propio cabello rojo y ojos azules de Ella parecían tan marchitos como los de
Heather.

Su madre, aunque conectada a todas aquellas máquinas, conservaba su agudeza mental. Nunca

se le pasaba nada. -¿No has dormido bien? Tienes ojeras, cariño.

-Contestando una pregunta con otra. Muy típico.- Ella comenzó a arreglar las ropas de la cama

de su madre. -¿Tienes sed? ¿Quieres un poco de agua?

Heather asintió con la cabeza y Ella tomó el vaso que había junto a la cama, acercando la

pajita a los labios de su madre. Tras dar unos pequeños tragos, le hizo señas para que retirara el vaso.
-Ya basta. Cuéntame algo.

-¿Qué quieres que te cuente? Anoche, una mujer de unos sesenta años vino a la caja con

lubricante, cinta adhesiva y nata batida. Parecía aterrorizada.

Su madre rió, e inmediatamente comenzó a toser. -Te lo estás inventando.

-Jamás te mentiría- juró Ella, poniéndose la mano sobre el corazón. –Y eso fue lo único

interesante que pasó. Un grupo de menores intentó comprar cerveza, y un vagabundo entró a

descansar un rato.

Heather frunció el ceño. -Suena peligroso. ¿Le echaste?

-¿Echarle? Claro que no. Era inofensivo y no me molestó. A veces le regalo un sándwich y una
refresco con vitaminas.

-Y seguro que le metes en el bolsillo zanahorias y plátanos para después- dijo Heather

tomando la mano de Ella entre las suyas. -Siempre has sido muy amable. Intentado cuidar de la gente.

Cuidando de a mí.

Ella sintió una opresión en la garganta. -Las enfermeras hacen la mayor parte del trabajo. Yo

sólo vengo cuando puedo a darte un beso en la frente.

-Ojalá no tuvieras que hacerlo, Ella. Eres joven y hermosa. No deberías pasar tu tiempo con

una mujer enferma como yo. No deberías estar en un hospital. Tendrías que estar disfrutando de la

vida.

-No lo hago por ti- bromeó Ella con el ceño fruncido. -Estoy aquí para conocer a un médico.
Hay unos cuantos muy guapos. No me puedo decidir entre el alto y rubio y el bajito y musculoso.

Su madre rió, pero antes de que pudiera decir nada, entró una enfermera. -Sra. Davis, es hora

del baño y de tomar la medicina.

Ella dio un paso hacia atrás. -Voy a por un café mientras te bañas. Luego vuelvo.

Tras cerrar la puerta de la habitación, sintió cómo las lágrimas le inundaban los ojos y, antes

de perder el control por completo, se apresuró hacia el ascensor. Una vez allí, se desahogó. Las

lágrimas le corrían por las mejillas y respiraba con dificultad. Sabía que su madre no tenía un lugar
prioritario en la lista de donantes, y lo más probable era que muriese antes de que encontraran un
órgano que fuera compatible.

Cuando las puertas del ascensor se abrieron, Ella se secó el rostro y tomó una respiración

profunda. Sintiéndose más tranquila, se dirigió a la cafetería del hospital. Aún le quedaban varias
horas hasta su próximo turno.

Le temblaban las manos, y el café caliente le salpicó la muñeca, por lo que lanzó un lamento y

dejó caer la cafetera.

-¡Cuidado!- Unas manos masculinas atraparon el recipiente por el mango. -No te lo eches por

encima- dijo el hombre, con un marcado acento ruso.

Ella levantó la vista y parpadeó. El desconocido que se encontraba enfrente, era

increíblemente apuesto. Musculoso. Con una penetrantes mirada gris. De mandíbula cuadrada. Y

espeso cabello rubio. Era mucho más alto que ella, y Ella dio unos pasos hacia atrás. Aquel hombre
dominaba la estancia, y su serena presencia la sobrecogía.

-No era mi intención asustarte- dijo con una sonrisa encantadora. -Sólo quería evitar que te

quemaras.

-Gracias- susurró ella. -Estoy a falta de sueño.

-Ya veo.- Le quitó la taza de las manos y le sirvió un café. Luego se sirvió a sí mismo y volvió

a colocar la cafetera en su sitio. -¿Quieres algo más?

-Perdona, ¿trabajas aquí?- Ella lo contempló extasiada. No tenía el aspecto de alguien que

trabajara en un hospital. Su rostro podría adornar la portada de una revista, y su cuerpo pedía a gritos
ser acariciado.
-No. He venido a visitar a alguien. Te vendría bien comer algo.

Ella se dio cuenta de que le estaba mirando fijamente y enrojeció al instante. Estaba allí

visitando a su madre, y él probablemente estaría visitando a alguien en su lecho de muerte, y ahí

estaba ella teniendo fantasías sexuales con él. -Un sándwich- murmuró.

-¿Quieres un sándwich?

Ella asintió en silencio y el hombre la miró de forma extraña. -¿Por qué no te sientas ahí y te lo
traigo?- La tomó de la mano y la condujo a una mesa. Ella se aferró a su café y se sentó en la silla.

Cuando él se alejó, le dio un sorbo al vaso y se reprendió mentalmente a sí misma. No era el tipo de
mujer que se quedaba sin habla delante de un hombre, pero tampoco era del tipo que atraía a

especímenes como aquel.

Aunque no importaba. Dudaba que regresara. Tras tomarse el café, sacudió la cabeza y se puso

en pie.

-¿Te vas sin comer?- El atractivo desconocido le cerró el paso entregándole un sándwich en un

plato. -Es de jamón y queso. El favorito de los estadounidenses.

Ella sacudió la cabeza y sonrió. -Gracias. ¿Cuánto te debo?

-Por favor.- Él levantó una mano y se sentó. –Con un poco de compañía me conformo.

No tuvo más remedio que dejar que se sentara con ella. -Me llamo Ella.

-Erik Chesnovak.- Extendió la mano como si fuera a estrechársela, pero atrajo su mano hasta

sus labios y le rozó los nudillos. Ella se estremeció.

-¿Chesnovak? ¿Es un apellido ruso? ¿Qué haces en San Diego?

-Disfrutar del clima, por un lado- informó, con una sonrisa. -Es agradable estar en la calle sin

miedo a congelarse.

-California tiene buen clima.- Ella desenvolvió su sándwich y le dio un bocado. Tenía hambre

y no se le ocurría qué más decir.

-¿Estás aquí con tu esposo?- Le preguntó Erik con voz delicada. -Tienes aspecto de estar aquí

por alguien cercano.


-Mi madre. Está en lista de espera para conseguir un nuevo hígado. Sólo han pasado un par de

semanas, pero seguramente nos queden meses, porque está bastante abajo en la lista. Por lo visto, no
está lo bastante enferma.- Cuanto más hablaba, peor se sentía. No quería llorar delante de Erik, por lo
que giró rápidamente la cabeza y se puso a resolver problemas de matemáticas en su mente.

Se le daban muy mal, y haciendo unas sencillas operaciones se distraía. Uno más uno es dos.

Dos más dos es cuatro. Cuatro más cuatro es ocho. Ocho y ocho, dieciséis. Dieciséis más dieciséis es
treinta…treinta y dos.

-Es una pena. Lo siento mucho. He oído que es un hospital excelente, estoy seguro de que tu

madre está en buenas manos- dijo Erik.

Ella se aclaró la garganta y le miró. -¿Y tú? ¿Estás aquí por tu esposa?

-No estoy casado. He venido a visitar a un amigo. Tengo una deuda que saldar.

No estaba casado. No tenía por qué decírselo. ¿Le habría dicho a posta que estaba soltero?

¿Le había preguntado ella porque quería saberlo?

-Una deuda, ¿eh? Espero que viva lo suficiente como para que puedas hacerlo. Tan pronto como las
palabras salieron de su boca, se avergonzó de ellas. -Lo siento. No me he expresado bien.

Espero que tu amigo esté bien.

-No hace falta que te disculpes. Y no te preocupes, no morirá hasta que esté listo. De eso estoy

seguro.- dijo, y una expresión sombría se asomó a su rostro, aunque desapareció rápidamente.

-El poder del pensamiento positivo. He estado leyendo unos cuantos libros sobre eso. Por lo

general, soy una persona bastante positiva, pero últimamente es un poco duro. Ella terminó de comer
y miró al reloj. -Erik, gracias por el sándwich, pero me tengo que ir. Tengo que despedirme de mi

madre para ir a trabajar.

Erik se puso en pie y asintió con la cabeza. -Por supuesto. Yo también debería ir a ver a mi

amigo.- Le puso una mano en la parte baja de la espalda y la acompañó al ascensor. Ella casi se

olvidó de respirar. Se dijo a sí misma que probablemente fuera una costumbre rusa, pero le pareció
un gesto muy íntimo.

Demasiado íntimo para un desconocido.

-¿Qué piso?- preguntó él, entrando en el ascensor.


-Cuarto- contestó ella automáticamente. Tenía aquel número grabado a fuego. Primero, habían

llevado a su madre a la sala de urgencias del primer piso. Después, fue trasladada a la sexta planta
para ser sometida a unas pruebas. Luego, al segundo piso en la UCI. Y ahora se encontraba ingresada
en el cuarto piso.

-Yo también- dijo él, pulsó el botón y apoyó la espalda contra la pared. -¿Estás sola? ¿Dónde

está el resto de tu familia?

-No tengo a nadie más. Somos sólo mi madre y yo. Mi padre falleció hace unos años y no

tenemos más familia.

-Eres una mujer muy fuerte- murmuró Erik. -Y tan menuda a la vez.

El ascensor emitió un pitido y las puertas se abrieron.

-No estoy segura de si eso es un cumplido o no- dijo ella con una carcajada. -Gracias por la

compañía. La necesitaba.

-El placer es todo mío.

Ella le dedicó una nerviosa sonrisa y se detuvo en el puesto de enfermeras. La joven abrió la

puerta y Ella fue a despedirse de su madre.

-Lo siento, Srta. Davis, pero le acabo de administrar su medicación para el dolor. Me temo

que está dormida, pero le diré que ha vuelto para despedirse- dijo la enfermera con una alegre

sonrisa.

Ella asintió débilmente. A través del cristal, pudo ver el pecho de su madre subiendo y

bajando lentamente. Tenía un aspecto muy tranquilo. Ella permaneció allí unos minutos y tocó el

cristal. Heather seguiría durmiendo cuando terminara su turno, por lo que no podría hablar con ella
hasta la mañana siguiente.

Todas las noches, Ella temía que su madre muriese antes de regresar.

Dándose la vuelta, se alejó de la habitación y se dirigió a la sala de espera. Tan pronto como

las puertas se cerraron detrás de ella, oyó unos gritos.

-¡Código azul! ¡Tenemos un código azul! ¡Trae el carro de paradas y llama a la Dra. Eddison!

Ella se giró e intentó abrir las puertas, pero no cedieron. -¡Eh! ¡Eh!- gritó, corriendo hacia el
puesto de enfermeras. La Dra. Eddison era el médico de su madre, pero el puesto estaba vacío. No

había nadie para dejarla entrar. -¡Que venga alguien! ¡Por favor!

-¡Ella!- Unas manos fuertes la agarraron por detrás. -Ella, no es tu madre- le susurró Erik al

oído. -No es tu madre.

-¿Cómo lo sabes?- exclamó. -¿Cómo lo sabes?

-Confía en mí. Lo sé. Respira hondo, alguien vendrá enseguida y te confirmará que no se trata

de tu madre, ¿de acuerdo?

Reconfortada por su fuerte y cálido abrazo, Ella cerró los ojos. Treinta y dos y treinta y dos son
sesenta y cuatro. Sesenta y cuatro y sesenta y cuatro son…cientoveintiocho.

-Srta. Davis. ¿Está bien?

Ella abrió los ojos de golpe y miró fijamente a la enfermera. -El código azul, ¿era mi madre?

-No.- respondió la mujer con una cálida sonrisa. -Su madre está descansando tranquilamente.

Erik la soltó y Ella asintió con la cabeza. Pasándose una mano por el rostro, tomó una

respiración profunda y exhaló lentamente. No era su madre.

Sin tan siquiera mirar a Erik, se dirigió al ascensor. Tras pulsar el botón con furia, apoyó una

mano en la pared y esperó. Le pareció que pasaba una eternidad hasta que las puertas se abrieron. Al
entrar en el ascensor, se chocó con alguien. Una mujer rubia la empujó y maldijo al salir. Sus tacones
resonaron con fuerza sobre el suelo de baldosas.

A Ella no le importó. Cerró la puerta y se abrazó a sí misma.

Tenía ganas de dejar el hospital.

Capítulo Dos

Rusia era un lugar frío y agreste, pero producía individuos fuertes. Los nativos eran capaces

de aguantar inviernos heladores sin apenas pestañear. Se calentaban a base de vodka y buena

compañía. Erik había pasado los últimos treinta y tres años de su vida en Rusia, por lo que su nuevo
hogar le conmocionó. Al principio, no podía soportarlo. El ambiente californiano era demasiado

alegre pero, a medida que transcurrían los meses, se fue acostumbrando a aquel despreocupado estilo
de vida. Cuanto mejor era el clima, más agradable era la gente, y eso era exactamente lo que Erik

Chesnovak necesitaba para tener éxito.


Al día siguiente volvió al hospital. Lo que le había llevado allí estaba concluido, pero no

podía evitar sentirse atraído por la frágil criatura que había conocido el día anterior.

Ella. Su nombre le sabía dulce al pronunciarlo.

Tras silenciar el móvil, se sentó en una silla y se dispuso a esperar. La había visto a esa misma

hora el día anterior, y le daba la impresión de que era una mujer de costumbres.

Las puertas del pabellón se abrieron y Ella entró con los hombros caídos. Por un instante, Erik

pensó que no iba a reparar en él, pero ella levantó la mirada y lo vio.

-Hola- dijo sorprendida. -Chesnovak, ¿verdad?

-Erik- respondió él con una sonrisa, a la vez que se ponía en pie. -¿Cómo está tu madre?

Pareció complacerle que se acordara. -Un poco más fuerte. Se la han llevado para hacer más

pruebas, y yo voy abajo a tomar un café.

Perfecto. -¿Puedo ir contigo? Recuerdo lo mal que se te da servir café.

Ella hizo una mueca y asintió. -Si no tienes nada importante que hacer...

Nada que necesites saber. Erik sacudió la cabeza y se dirigió al ascensor, observándola. La

encontraba completamente fascinante. En lugar de cuidadosamente acicalado, su cabello rojizo

estaba enmarañado, aunque había intentado hacerse una coleta en la base del cuello. En su rostro no
había ni rastro de maquillaje y tenía unas enormes ojeras. Vestía unos vaqueros y una camiseta, y si
bien llenaba los pantalones a la perfección, la otra prenda ocultaba sus curvas.

Era muy distinta a las mujeres que normalmente le atraían, quienes solían tener gran notoriedad

y muchísimo dinero, así como demasiado tiempo entre manos. Siempre estaban dispuestas a perderlo

con él, y no esperaban que las cosas duraran mucho. Él perdía interés. Ellas también. No se sentía
vacío. No sentía que le faltara nada, por lo que no entendía la atracción por aquel hermoso desastre
que tenía frente a él.

Ella parecía el tipo de mujer a la que le gustaba celebrar aniversarios todos los meses y

disfrutar de románticos paseos por la playa. Aquella mera idea hizo que frunciera los labios.

-¿Cómo está tu amigo?

Su repentina pregunta lo trajo de vuelta al presente, y parpadeó. -Mi amigo. Llevé a cabo mi
cometido.

-¿Saldaste tu deuda? Eso está bien, ¿no?

No estaba muy bien para Dalinsky, pero sí para Erik. Las puertas del ascensor se abrieron y le

evitaron tener que responder.

-¿Llevas mucho tiempo en California? Tienes un acento muy marcado, pero tu inglés es

perfecto. Algunas personas conservan el acento durante años.

-Llegué de Rusia hace un año, pero aprendí inglés a una edad temprana. ¿Eres de aquí?

-De toda la vida – respondió Ella. -Es bonito, pero me gustaría viajar. Hay tanto que ver fuera

de California.

-Una mujer de mente abierta. Así me gusta- dijo él con voz suave. Incapaz de resistirse, le

puso una mano en la espalda mientras se dirigían a la cafetería. Como el día anterior, Ella se tensó
ante su tacto, pero no se apartó.

¿Qué haría si deslizara la mano por debajo de la camiseta y acariciara su piel?

De repente, Ella se detuvo y sacó el móvil. -¿Me disculpas un momento? Es el puesto de

enfermeras.

Erik percibió el miedo en su voz y asintió. Ella contestó el teléfono de inmediato y se dirigió a

una esquina para tener más intimidad. Cuando sus hombros se relajaron y cerró los ojos, él pudo ver
el alivio reflejado en su rostro.

-Perdona. Voy a tener que dejar lo del café para otro rato. Parece que mi madre se olvidó de

firmar uno de los formularios para las pruebas. Está sedada y yo soy su representante legal- explicó.

¿Había arrepentimiento en su tono? -Por favor, no te disculpes. Ya nos veremos en otro

momento.

Su sonrisa era dubitativa y le miraba de forma extraña. Pensaba que le iba a abrazar, o al

menos estrechar su mano, pero simplemente asintió con la cabeza y salió rápidamente de la cafetería.

Decepcionado, se dirigió a la entrada del hospital. Tenía unos negocios que atender, y ahora

podría empezar temprano. Tras sacar el móvil, envió dos mensajes de texto y salió a la calle.
Erik había elegido aquel punto de encuentro para disfrutar del sol. Se acomodó en la terraza de

un lujoso restaurante y agitó su vodka. A su alrededor, la calle rebosaba de actividad. Gente guapa
caminaba apresuradamente con los móviles pegados a la oreja. Los ricos caminaban acompañados de

guardaespaldas y perros de bolsillo. Los mendigos exponían sus dilemas, consiguiendo unas veces

dinero y otras una mala mirada o un empujón. Todos estaban demasiado absortos en sus propias

vidas como para disfrutar de lo que les rodeaba. Acostumbrados al clima soleado y a la vida fácil, lo
daban todo por sentado.

Matvei y Leonid se sentaron frente a él y le saludaron con la mano, de forma discreta. Los

había traído de Rusia porque conocían su lugar en la organización, y confiaba en ellos. Habían

trabajado para él desde que su padre le otorgó más responsabilidad en el negocio. Nunca expresaron
su opinión sobre el traslado a California, pero Erik tenía la sensación de que se estaban divirtiendo en
sus días libres.

Tras vaciar el vaso, lo depositó sobre la mesa con delicadeza y asintió. -Contadme.

Matvei, su mano derecha, se enderezó en la silla. -La Orquídea Negra va muy bien. Las ventas

están aumentando y todo va como la seda. Todo el mundo tiene una opinión positiva, y ya está
considerada como el nuevo lugar de moda. Lo que sea que signifique.

Ya era hora. A pesar de toda su riqueza, dirigir una discoteca en San Diego no era fácil.

Cualquiera con un poco de dinero trataba de abrir el nuevo garito de moda de la ciudad, pero la

capacidad de concentración del estadounidense medio era pésima. Tras unos pocos meses, se

aburrían y buscaban algo nuevo. Ahora que el club estaba atrayendo atención, lo difícil sería

mantenerlo a flote. Para ello, debía asegurarse de invertir algo más que dinero en el club. Necesitaba
poder. Por suerte para él, el principal objetivo de La Orquídea Negra era otorgarle poder. -¿Y las
chicas?

-Contentas con sus contratos. Se las hemos quitado a los sitios de mejor reputación y

entrenamiento.

Erik asintió. -Muy bien. No las pierdas de vista. El dinero las atrae, pero debo asegurarme de

que tengan un entorno seguro. No son prostitutas baratas.

Matvei asintió con solemnidad. Tenía dos hermanas a las que adoraba, y Erik sabía que era el

hombre adecuado para aquel trabajo. -Por supuesto. Nadie les pondrá la mano encima sin sufrir
graves consecuencias.

-Si crees que hay una brecha en la seguridad, quiero que te hagas cargo de forma profesional.

Que después no haya consecuencias. Quiero lidiar con los problemas incluso antes de que se

conviertan en problemas. ¿Entendido?

-Sí, jefe. Entendido.

-¿Leonid?- Erik dirigió su atención al otro hombre. Leonid era el encargado del flujo de

producción de la discoteca. Sólo se ofrecía lo mejor, y cualquiera que intentara inmiscuirse en su


territorio, sería eliminado. Las organizaciones estaban bien establecidas en aquella ciudad, pero las
disputas territoriales siempre suponían un problema. Había sido bastante fácil deshacerse de la

competencia, pero ahora tendría que asegurarse de que nadie tomara el relevo. Su éxito dependía de
los clientes que acudían a él en busca de lo mejor, y si alguien aparecía vendiendo un producto de

mala calidad, estaría en juego su reputación.

-El cargamento llegó ayer. Tengo a algunos hombres probando y re-empaquetando. No pasará

mucho tiempo antes de que corra la voz - informó Leonid. -Hemos enviado un mensaje a los

distribuidores locales. No habrá segundas oportunidades.

Erik asintió con la cabeza. -Bien. Ya estoy harto de dirigir el club. Estoy listo para empezar

con la segunda fase. Matvei, tengo unos nombres que necesito que localices. Envía unas cuantas

chicas para atraerlos. Como muestra gratis, las compensaré por ello.

Matvei asintió. -De acuerdo.

-Espero que hayáis terminado de hablar, chicos, - les interrumpió una seductora voz femenina.

-He venido para hablar contigo.

Matvei y Leonid miraron a Erik, y éste asintió e hizo un gesto con la mano. Cuando

abandonaron sus sillas, una preciosa mujer se sentó junto a él.

-Valeria- dijo Erik en tono frío. -Me sorprende verte aquí. No sabía que podías exponerte al

sol sin estallar en llamas.

Ella rió y se inclinó hacia adelante para deslizar un dedo sobre su mano. -¿Cuando te vas a

cansar de hacerte el difícil, Erik? Tenemos un trato. Mi padre espera una respuesta y estás ignorando
sus llamadas.

-¿Me ha estado llamando?- se burló él. -Lo siento mucho. Le debe pasar algo a mi teléfono.

Haré que lo reparen de inmediato.

-Seguro que sí.- Los suaves dedos se trasladaron a su muñeca y le acariciaron la zona del

pulso. -He oído que Trent Dalinsky sufrió un paro cardíaco ayer por la mañana en el hospital. Es

bastante extraño, considerando que se estaba recuperando. Debió morir mientras estábamos allí.

-¿En serio? No he oído nada. Toda una tragedia.- Dejó que continuara jugando con él mientras

la estudiaba. Valeria Yashin era una mujer muy hermosa, y hubo una época en la que habría apreciado
semejante tesoro. Con su rubio cabello perfectamente arreglado y sus largas y moldeadas piernas,

llamaba la atención de todos los hombres, pero sus ojos oscuros eran fríos y calculadores, y cada

curva de su perfecto cuerpo era falsa.

-Hay mucha gente descontenta con su muerte. Era el responsable de la mayor entrada de

cocaína en la ciudad. Su súbita desaparición dejará un importante hueco que alguien tendrá que

llenar.

Erik sonrió. -No sabía que era una amenaza tan grande para la ciudad. Seguro que las

autoridades están contentas de que se haya ido.

-Lo dudo. He oído que Dalinsky se llevaba muy bien con ellas. Cuando alguien ocupe su lugar,

será un desconocido. Y eso puede ser peligroso.

-Yo no me preocuparía.- Erik retiró la mano y se reclinó en su silla. -No creo que hayas

venido para hablar de la muerte de un completo extraño. Si lo único que querías era informarme de la
impaciencia de tu padre, ya lo has hecho.

-También nos podemos divertir un poco, ¿no? He oído que sabes hacer que una mujer lo pase

muy bien.

Erik se puso en pie y sacó unos billetes para abonar su almuerzo. -Dile a tu padre que no me

meta prisa. La primera parte del trato era establecerme en la ciudad. Y todavía estoy en ello. Hay
varias de las que tengo que encargarme y, después, pensaré en su oferta.

Valeria se puso en pie y sacudió la cabeza. -No te entiendo, Erik. ¿Qué más puedes querer?
Piénsalo rápido. La oferta no durará para siempre.

Observó cómo movía las caderas mientras se alejaba, y varios hombres giraron la cabeza para

admirar sus curvas. Por desgracia, a Erik no le ponía. De lo contrario, todo sería más fácil.

La pelirroja del hospital era otra historia. Sólo con pensar en ella se le endurecía la polla.

Ahora que ya había terminado con los negocios, era el momento de buscar un poco de placer.

Su chófer le llevó directamente a su casa. Por suerte para él, los ricos no destacaban

especialmente en California, por lo que no era extraño tener guardias armados en la puerta.

Sus hombres le saludaron de forma respetuosa cuando entró en la mansión. Todos eran

empleados de confianza que había traído de Rusia. Nunca pondría su seguridad en manos de

estadounidenses blandengues. Necesitaba gente en la que confiar. -Danil- llamó. -¡Danil!

-¡Jefe!- Se oyó un estrépito y Erik gruñó. Danil era extraordinario, pero también muy torpe.

Erik le pagaba bien, pero Danil no se sentía cómodo entre hombres armados. Era un especialista en

información y, por suerte para Erik, debía a la familia Chesnovak bastante dinero. En lugar de

cobrarse de la forma habitual, Erik le había propuesto un trato. Trabajar para él y pagar su deuda con
información.

-Déjalo, Damil- dijo Erik. -Ven aquí.

Danil era un hombre menudo, relativamente joven y, a pesar de los años de servicio, todavía

tímido.

-¿Sí, jefe?- preguntó.

-Quiero que investigues a Ella Davis. Tiene unos veintitantos años y su madre está ingresada

en el hospital Grace de San Diego. Puede que Ella sea un apodo. Prueba con Eleanor o Isabella.

Danil asintió y sacó su ordenador de una bolsa. -¿Cuánto quieres saber? ¿Es una amenaza?

-No, pero consigue todo lo que puedas. Quiero los resultados en una hora.- Erik miró al

especialista, pero éste ya estaba concentrado. Una vez que empezaba a investigar, se olvidaba de

todo lo demás.

Seguro de que Danil iba a hacer un buen trabajo, Erik se dirigió a su oficina. Sólo llevaba un
año en California y ya había perdido el interés. Sus habitantes eran perfectos para lo que necesitaba.

Una multitud de gente con montones de dinero y nada mejor que hacer que gastarlo en drogas y sexo.

Lo que hacía que el establecimiento de un sector de la mafia rusa en la costa oeste fuera

demasiado fácil.

En unas horas, visitaría por primera vez La Orquídea Negra. Hasta entonces, había

permanecido en la sombra, pero si sus chicas hacían bien su trabajo, aquella noche se reuniría con
tres de los hombres más poderosos de la ciudad.

Y ellos no tenían la menor idea.

Observó los documentos que tenía sobre su escritorio, pero tenía la mente en la chica.

Pelirroja. Piel cremosa. Preciosos ojos azules. Había algo inocente y puro en ella, y esperaba con
todas sus fuerzas descubrir algo turbio.

Algo que poder usar contra ella.

Cuando Danil entró en el despacho, Erik se enderezó ávidamente. -Dime qué has averiguado.-

Danil depositó el portátil sobre la mesa y lo giró para que lo viera su jefe. Había una enorme sonrisa
en su rostro. Estaba disfrutando.

-Te presento a Ella Caitlyn Davis. Veinte y cinco años y con un expediente académico

extraordinario. Davis ha despuntado en todo lo que ha hecho. Obtuvo una beca para la Universidad

de Atherton, una facultad sumamente cara y selectiva. Dos años más tarde, abandonó cuando su padre
fue diagnosticado con cáncer. Murió el mismo año, dejando a la familia Davis con una enorme deuda.

Ella se puso a trabajar en Bellevue Industries, pero fue despedida hace un par de semanas, cuando su
madre enfermó, porque estaba faltando demasiado. Un poco cruel, en mi opinión.

-Danil- dijo Erik en tono de advertencia.

-Lo siento, jefe. Trabaja de cajera en Supermart. Debe estar haciendo horas extras porque sus

nóminas son demasiado altas para una un turno normal. Cuando no está trabajando, está en el

hospital. Su madre tiene insuficiencia renal y está en la lista de espera para un trasplante, pero no muy
arriba. A menos que algo suceda, lo más probable es que muera antes de la operación.

Erik se reclinó y contempló las fotos que había conseguido Danil. De niña, Ella parecía estar

llena de vida. Sonreía en todas las imágenes y estaba rodeada de amigos y familiares. Había premios
y trofeos, y estaba claro que había sido muy querida. Probablemente, su familia le animaba en todo lo
que hacía. Erik, por otro lado, fue adoctrinado para hacer una sola cosa. Que no requería de amor ni
apoyo.

-Dime que tienes algo más que esto, Danil. Te he dado una hora- protestó Erik.

Danil asintió con la cabeza y se aclaró la garganta. -Sí, jefe. No tuvo novio en la secundaria,

pero en la universidad salió con este hombre.- En la pantalla apareció otra imagen y Erik frunció el
ceño. -Se llama Josh Turner. Se conocieron en una fiesta de novatos y tuvieron una relación que duró

dos años.

Erik contempló a Josh Turner y frunció el ceño. Era apuesto, pero parecía un poco pijo. La

antítesis de Erik. Si aquel era el tipo de hombre que atraía a Ella, ya se podía olvidar de seducirla.

-¿Dónde está ahora?

-Se graduó el primero de su promoción y ahora trabaja como analista del FBI.

-Por supuesto. ¿Qué estudió ella?

-Creo que Veterinaria.

Erik puso los ojos en blanco. -Parece de las que les gusta abrazar animales. ¿Cómo fue la

ruptura?- preguntó con un gruñido.

-Pacífica. Parece ser que tras abandonar los estudios, él ya no tenía tiempo para ella. No

conozco los detalles.

-¿Fetiches? ¿Adicciones?

Danil sacudió la cabeza. -Nada, jefe. Davis fue una alumna ejemplar, y no ha tenido vida

social tras la ruptura. Su trabajo en Bellevue sólo liquidó una parte de la deuda de su padre, y estaba
muy dedicada a la empresa. Seguramente habría ascendido rápido si hubiese continuado con ellos.

Está claro que no gana tanto en su nuevo trabajo. Lo único que hace es trabajar e ir al hospital. Nada
de socializar. Tampoco he encontrado ningún amigo ni amantes.

Tamborileando sobre el escritorio con los dedos, Erik miró fijamente las imágenes. Nada de

aquello le servía. Cerró el portátil de un golpe y lo apartó. -Gracias, Danil.

-Jefe- dijo Danil nerviosamente. -Si buscas la forma de controlarla, yo podría darte una

solución.
-Explícate.

-Apenas puede pagar las facturas del hospital. Si encuentran un hígado para su madre y llevan

a cabo la operación, deberán miles de dólares, sin contar la deuda de su padre. Se la podría motivar
con dinero.

Erik ladeó la cabeza y observó al hombre. -¿Puedes hacer eso?

-La red UNOS no es difícil de jaquear. La puedo colocar al principio de la lista. Sería sólo cuestión
de encontrar un órgano compatible. Lo que podría llevar semanas o incluso meses.

Asintiendo con la cabeza, Erik sonrió. -Hazlo. Ahora. Quiero ver su expresión mañana cuando

le den la noticia.

-¿Y estar allí cuando se dé cuenta de todo el dinero que tendrá que pagar?- Dijo Danil con una

risita nerviosa.

-Exacto.

-Si me permites la pregunta, jefe, ¿qué interés tienes en esta mujer?

Erik se puso en pie. -He estado pensando en incorporarla al personal. No estaría mal tener una

sirvienta.

-Ya tienes una sirvienta.

-Sí, pero no como ella.- Tenía un personal muy capacitado y no necesitaba a nadie más, pero

no sólo quería que Ella estuviera en deuda con él. Quería poder verla todo el tiempo. Quería

contemplarla y tocarla. Quería someterla hasta que no pudiera ofrecer resistencia cuando la sedujera.

Capítulo Tres

Ella se apoyó contra la pared y trató de mantenerse despierta mientras esperaba al ascensor.

Sólo había dormido tres horas y no iba a poder acostarse de nuevo hasta dentro de otras quince. Le
sonó el móvil, abrió los ojos de par en par y lo sacó del bolsillo.

-¿Sí?- murmuró con voz somnolienta.

-¿Ella? Soy Trevor.- Su jefe de Supermart. -¿Te he despertado?

Cuando solicitó un puesto en Supermart, estaba desesperada. Tras ser despedida de su último

trabajo, sabía que tenía que ponerse a trabajar de inmediato. Aunque denunció a la empresa por
despido improcedente, le iba a costar meses y dinero que no tenía. Buscar otro trabajo en una

empresa llevaba tiempo. Y no lo tenía. Incluso con el dinero que le había pagado Bellevue, no le

quedaba nada en su cuenta de ahorros.

Cuando estuvo delante de Trevor con su currículum, lo primero que éste le preguntó fue por

qué alguien con su experiencia solicitaba un puesto de cajera. Ella rompió a llorar y le explicó lo que
necesitaba. Un horario flexible y horas extras.

Él la ayudó, en contra de la política de la empresa.

-No, estoy en el hospital- informó con cautela. -¿Pasa algo?

-Cariño, tengo malas noticias. La directiva me ha echado la bronca por lo de las horas extra, y

me obligan a quitártelas. Nada de horas extraordinarias, y con todos los beneficios que ahora deben
ofrecer a los empleados a tiempo completo, sólo van a contratar a tiempo parcial. Todos los

empleados van a tener un horario de 29 horas a la semana como máximo. Lo siento mucho. Aún así
te

daré tantas horas como sea posible, y tú serás la primera en la lista de horas extra; es lo único que
puedo hacer.

Le dio un vuelco el corazón. ¿Veinte nueve horas a la semana a diez dólares la hora? No

podría ni empezar a pagar las facturas. -Gracias, Trevor. Gracias por avisarme- musitó con voz
áspera. Antes de que pudiera disculparse de nuevo, Ella colgó el teléfono y se lo metió en el bolsillo.

Estaba a punto de ser presa del pánico, pero no quería que su madre notara el estrés en su rostro.

Trató de apartar el problema de la mente.

Las puertas del ascensor se abrieron y Ella dio unos saltitos para estimularse antes de entrar

en él. Rotando los hombros, se concentró en nivelar su respiración antes de que el ascensor se

detuviera.

Al entrar en la sala de espera, vio que no estaba vacía.

El ruso sexy estaba sentado en una silla, ojeando una revista. Sus miradas se cruzaron y él

sonrió. El día anterior, aquello hubiera hecho que se le acelerara el corazón, pero entonces apenas
notó su expresión.

-Ella. Me alegro de verte.


-Erik.- Intentó no bostezar. -Yo también me alegro de verte.- Era extraño toparse con él tres

días seguidos, pero era una mujer de costumbres. Y él, probablemente, también.

-Esperaba verte hoy.- Se puso en pie.

-¿En serio? ¿A mí?- Hasta que él no empezó a reírse, no se dio cuenta de que lo había dicho en

voz alta. Sonrojándose, comenzó a frotarse las manos. -Pensé que sólo lo había pensado.

-Me he dado cuenta.- Erik se metió las manos en los bolsillos, pero aún así, tenía un aspecto

imponente. Aquel hombre no sólo exudaba un misterioso atractivo, también había algo peligroso en

él.

-Escucha, Erik, me alegro de verte, pero no tengo mucho tiempo. Debo ver a mi madre.

-Tómate tu tiempo. Te veré cuando salgas.

¿Iba a esperarla? Trató de procesar aquella información, pero tenía demasiadas cosas en la

cabeza. Sólo pudo asentir antes de acercarse al puesto de enfermeras. Estaba vacío, por lo que hizo
sonar el timbre. Sentía los ojos de Erik en la espalda y trató de no mirar. No estaba preparada para
afrontar lo que aquel hombre quería de ella.

Pero eso no significaba que no deseara probar.

La puerta se abrió y entró una enfermera. Cuando vio a Ella, su mirada se animó. -¡Srta. Davis!

Buenos días. La he estado esperando.

-¿Me ha estado esperando?- Ella frunció el ceño. Se olvidó por completo del ruso sexy. -¿Por

qué? ¿Ha pasado algo? ¿Qué ocurre?

La enfermera levantó un dedo. –Espere que me acerque.- Salió del puesto y se colocó a su

lado. -No es nada malo, querida. Al contrario, ha sucedido algo extraordinario. Su madre ha

ascendido en la lista de trasplantes.

Ella se sintió decepcionada. Había al menos treinta personas delante de su madre. Uno o dos

puestos no iban a cambiar nada. -Estupendo- dijo con voz débil.

-Creo que no me ha entendido. No se ha movido unos cuantos puestos. Está la primera. La van

a operar en cuanto encuentren un órgano compatible- le informó con una enorme sonrisa.
Aturdida, Ella se colocó una mano sobre el corazón y dio un traspié intentando apoyarse en

algo. Alguien se situó detrás de ella y sintió unas manos cálidas sobre sus caderas. -Calma.

Tranquila. Respira- murmuró Erik en su oído.

Respirar. -Es la siguiente. No creí que pudiese pasar- dijo en un susurró. Un sentimiento de

euforia la inundó. -No me lo puedo creer. ¿Cómo ha ocurrido?

-Es un poco extraño- admitió la enfermera. -Pero a caballo regalado no se le mira el diente. Su

madre necesita la operación, Srta. Davis. No sé si es usted religiosa, pero es un milagro.

Un milagro. Ella asintió y se apoyó contra el cálido cuerpo de Erik. Por alguna razón, el

desconocido la sujetó. -¿Qué va a pasar ahora?

-Tenemos que seguir esperando. Como ya le explicamos, podemos hacer un trasplante de

hígado de donante vivo si tiene un amigo o miembro de la familia que cumpla con los requisitos. Lo
primero que se comprueba es el grupo sanguíneo. Necesitamos a alguien del grupo A u O.

Ella asintió. Ella era del grupo B, por lo que no podía donar. La enfermera continuó en voz

baja. -Luego se mira el tipo de tejido. Su madre necesita un hígado cuyos seis códigos se

correspondan con el suyo. Una vez tipificado el tejido, se realiza una detección de anticuerpos. Si
ambas pruebas son negativas, hay una enorme probabilidad de que su madre acepte el hígado.

Ella entendía algo de aquello. Cuando descubrió que no podía ser donante, investigó tanto

como pudo. Se podía llevar a cabo un trasplante con un donante vivo, pero sólo si éste se ofrecía.

Entonces, cayó en la cuenta de algo. ¿Cómo iba a pagar la operación?

-¿Ella?- La enfermera frunció el ceño.

Presa del pánico, Ella levantó la vista y se apartó de Erik. Con los ojos desorbitados, agarró a

la enfermera. -Tienen que operarla, ¿verdad? ¿O tengo que pagar por adelantado?

-La operaremos, querida. Preocúpese por su madre y luego ya se preocupará por el dinero.- La

enfermera sonrió y le apretó la mano. -Voy a ver cómo está. Le informaré de cuando puede volver a

visitarla.

Salió de la sala de espera y Ella sintió que no podía respirar. Ni siquiera se acordó de que
Erik estaba detrás de ella hasta que se dio la vuelta y se chocó con él.

-Te tengo.- Su tono bajo la reconfortó, y recuperó el equilibrio. Tomándola suavemente por el

codo, la condujo a una silla. -Siéntate.

Obedeciendo, Ella se dejo caer en ella y comenzó a retorcerse los dedos. –Ya sé que crees que

estoy loca. Me alegro de lo de la operación de mi madre, pero cobro diez dólares por hora. No voy a
poder pagarla.

-Entiendo tu preocupación. Vuestro sistema de salud es horrible, y estoy seguro de que muchos

estadounidenses tienen enormes deudas. Pero la vida de tu madre debería ser tu principal

preocupación. Ya has oído a la enfermera. Habéis superado el primer y mayor obstáculo. La van a

operar de todas formas. No tienes que preocuparte por el dinero hasta que tu madre esté en casa.

Ella asintió con la cabeza. -Tienes razón. Tengo que centrarme en lo positivo. Antes se me

daba muy bien, pero parece que ya no me pasan cosas buenas. El ascenso en la lista de trasplantes es
extraordinario, pero no puedo evitar pensar qué va a pasar ahora. Odio vivir así. Odio estar

esperando al siguiente problema.- No quería airear sus preocupaciones, pero la pérdida de horas en

Supermart era algo desastroso. ¿Y si sucedía algo peor?

-Ella, me gustaría ayudarte- dijo Erik.- ¿Puedo?

-¿Cómo vas a ayudarme?- preguntó. A menos que fuera un multimillonario que quisiera

regalarle el dinero, no iba a poder hacer demasiado por ella.

-Me gustaría ofrecerte un puesto de trabajo.

Ella sonrió. -Para ser un desconocido, eres muy amable. Y da la casualidad de que estoy

buscando trabajo. ¿Supongo que el sueldo no es de cien mil dólares al año?- Se sonrojó de

inmediato. -Lo siento. No he querido decir eso. Estás tratando de ayudarme y yo me pongo cínica.

-No es de cien mil al año- admitió Erik. -Se acerca más a los cuatrocientos mil. Al año.

¿Qué acaba de decir? -¿Perdona?- Conmocionada, lo miró fijamente. Se reclinó en la silla y


lentamente apartó sus manos de él. ¿Quién era aquel hombre? Y ¿qué tipo de trabajo le estaba

ofreciendo?

-Soy muy rico, Ella. Me gustaría ayudarte. Pagaré la cirugía de tu madre y cualquier cuidado
posterior que necesite, más lo suficiente como para que puedas empezar de nuevo si tienes alguna

otra deuda. Para mí, esa clase de dinero es calderilla.

Parecía demasiado bueno para ser verdad, y su orgullo empezó a sospechar. No sabía nada de

aquel hombre, y los desconocidos no regalan dinero. -No soy un caso benéfico.

-Y no te voy a dar el dinero a cambio de nada. Un año trabajando para mí. Tú me ayudas y yo

te ayudo.

Ella se movió incómoda en su asiento. Al menos, debería escucharle. -¿A qué te dedicas?

-Provengo de una familia rica, pero soy el dueño de La Orquídea Negra. Es una discoteca

nueva, pero tú no tendrás nada que ver con ella. Necesito ayuda en casa. Un poco de limpieza, ese

tipo de cosas.

¿Una criada? Ella parpadeó. -¿Me vas a pagar cuatrocientos mil dólares por limpiar tu casa

durante un año? ¿No tienes a nadie que la limpie ahora?

Él levantó una ceja. -¿Siempre interrogas a la gente cuando te ofrecen empleo?

Tras años de hablar de la enfermedad de su padre con su madre, y ahora de la de ella, se dio cuenta de
la facilidad con la que había eludido la pregunta. -Sólo cuando es demasiado bueno para

ser verdad.- Las palabras salieron de su boca y abrió los ojos horrorizada. -Soy una maleducada. Lo
siento mucho.

-No lo sientas. Reconozco que es poco convencional, pero creo que debería ayudar más a los

demás. Tal vez pueda empezar contigo.

Algo dentro de ella quería estudiar más a fondo la situación, pero ¿de verdad importaba que ya

tuviera sirvienta? Se estaba ofreciendo para pagar la operación de su madre, y no implicaba nada

ilegal. La inundó un sentimiento de esperanza y tomó sus manos entre las suyas. -Lo haré.

-Ella, estás emocionada. Eso me gusta, pero quiero que te lo pienses bien. Me da que eres el

tipo de mujer que se toma su tiempo para procesar las cosas. Ve a visitar a tu madre, te enviaré un
chófer para que te lleve a la casa y puedas ver en qué te estás metiendo exactamente.- Su mirada se
endureció. -Cuando aceptes el puesto, quiero que sepas lo que se espera de ti- Soltó su mano y se

puso en pie. -Ve a ver a tu madre.


Nerviosa, ella sacudió la cabeza. -Después tengo que trabajar. Si acabo rechazando tu oferta,

tendré que conservar mi puesto.

-Entonces, cuando salgas del trabajo.

-Salgo a medianoche.

Erik sonrió. -Estaré en La Orquídea Negra. Haré que un chófer te traiga al club y, cuando haya

terminado con mis asuntos, iremos juntos a casa. Va a ser una noche un poco larga para ti.

No importaba. Ella no necesitaba dormir. Necesitaba dinero. -Soy una profesional en lo que

respecta a noches largas.

-Estupendo. Disfruta de tu tiempo con tu madre. Te veré esta noche.- Sus palabras sonaron casi

ominosas.

Ella lo miró fijamente al meterse en el ascensor. Era su héroe. Tal vez las cosas fueran a ir

bien. -Ella. Ya puedes ver a tu madre- anunció la enfermera.

Las puertas se abrieron y Ella entró deprisa.

Quince pasos en línea recta. Giro a la izquierda. Siete pasos más. Giro a la derecha.

Prácticamente corrió por los pasillos. -¡Mamá!- exclamó, entrando en la habitación. -¿Te has

enterado?

Heather volvió la cabeza lentamente y sonrió. -Sí, cariño.

Había tristeza en sus ojos. Ella se sentó en la cama y trató de ignorar los pitidos y zumbidos de

las máquinas. Agarró la mano de su madre y le dio un apretón. -Mamá, ¿qué ocurre? ¡Es una noticia

estupenda!

-Por tu padre, perdiste tu beca. Por mí, tu empleo. Esperaba que esta enfermedad me llevara

pronto para que pudieses vivir tu vida. Vamos a tener muchas deudas, no puedo dejar que eso ocurra-
dijo Heather. Ella vio el dolor en la mirada de su madre. No había esperado abandonar el hospital.

Ella sintió cómo le brotaban las lágrimas. Era fácil mantenerse positiva porque su madre

siempre había sido positiva, y le dolía más de lo que estaba dispuesta a admitir oír a su madre hablar
de aquella forma. Aquella era la mujer que siempre le mostraba el lado bueno de la vida. -Mamá, no
tenemos que preocuparnos por el dinero. Me han ofrecido un trabajo. Uno muy bueno. Todo va a
salir bien.

-¿Un trabajo? ¿Qué tipo de trabajo?

¿Cómo explicarle la oferta de Erik? Únicamente la preocuparía más. -De asistente ejecutivo-

mintió. -Para un acaudalado empresario. Esta noche tengo una reunión con él para hablar sobre los

detalles. Mañana por la mañana te contaré cómo ha ido.

Heather sonrió. -Cariño, eso es maravilloso. Pero no tienes que gastar el dinero en mí.

Utilízalo para volver a la universidad.

Ella miró el reloj. Tenía que estar en Supermart en treinta minutos y no quería discutir con su

madre. Su vida de estudiante había quedado atrás. -Me tengo que ir, mamá. Pórtate bien con las

enfermeras. Hasta mañana.

-Ojalá no trabajaras tanto. Y no te preocuparas tanto por mí.- Su madre trató de apretarle la

mano, pero Ella apenas lo notó.

Tras besarla en la frente, le atusó el cabello e intentó reprimir las lágrimas. Iba a aceptar el

trabajo.

Incluso si tenía ciertas condiciones.

Capítulo Cuatro

La Orquídea Negra estaba abarrotada. Erik se encontraba en la planta VIP vigilando lo que

ocurría abajo. La música retumbaba a través de los altavoces y la gente se movía siguiendo el ritmo.

Sus bailarinas se contoneaban hábilmente sobre la barra, incitando a la multitud a beber más.

Llevaban dinero en metálico y datáfonos portátiles para tarjetas de crédito embutidos en sus

escandalosos atuendos, mientras vertían bebidas directamente en la boca de hombres desesperados.

Universitarios embriagados disfrutaban de los chupitos servidos en el cuerpo de sus exquisitas

camareras y, en un extremo de la barra, mujeres enfundadas en biquinis se zambullían en un enorme

acuario. Gotas de agua se deslizaban por sus cuerpos mientras coqueteaban con la multitud que

observaba desde abajo.


-Hola, señor Chesnovak- dijo una voz entrecortada en su oído. -Vengo a reponer el bar para

esta noche.- Las presas ya estaban de camino. Habían picado mucho más rápido de lo que esperaba.

El día había ido bien. La noche iba a ir aún mejor. Se giró para mirar a la camarera. Llevaba un

uniforme que consistía en una minifalda negra y la parte de arriba de un biquini con dos orquídeas
negras sobre los pezones. Al igual que las demás mujeres que trabajaban para él, era perfecta.

-¿Cómo te llamas, corazón?

-Michelle- respondió, oscilando las caderas seductoramente. Estaba claro que quería ser su

favorita, pero Erik no mezclaba negocios con placer. Sabía que todas las mujeres que trabajaban para
él tenían algo en común. Apenas límites y nada de vergüenza.

Ninguna de ellas merecía que rompiera sus propias reglas.

-Gracias, Michelle- dijo con voz suave. -Cuando acabes con el bar, no necesitaré de tus

servicios. El negocio de esta noche es delicado y requiere de intimidad. Confío en que sólo tengas los
mejores licores.

Ella lo miró decepcionada, pero asintió. -Se me da muy bien cumplir órdenes- dijo, relamiéndose los
labios.

-¿Jefe?- oyó en el auricular. -Los conductores ya han llegado, por si quieres abrir la entrada

VIP.

-Considéralo hecho. Gracias, Leonid.- Volvió a dirigir su atención a la camarera. -Ya puedes

volver a tu puesto.

Por su expresión, estaba claro que no le gustaba ser rechazada, pero no dijo nada y dejó la

sala VIP. Erik hizo un gesto a su guarda para que la dejara pasar. -Matvei- dijo a través del auricular.

-Envía a las chicas.

Tres hermosas mujeres entraron en la estancia y se alinearon contra la pared. Erik las observó

con detenimiento. Una rubia. Una morena. Una pelirroja. Todas con generosas curvas y facultades
que harían implorar misericordia a cualquier hombre. Las tres llevaban abrigos largos negros.

-¿Os habéis puesto lo que os dije?- preguntó con delicadeza.

-Sí, Sr. Chesnovak- contestaron de forma automática. Voces seductoras a juego con sus

sensuales cuerpos. Había otras siete como ellas esperando en las salas de atrás.
La puerta se abrió y entraron tres hombres. Mark Chancellor era senador, Jeffrey Granger, el

comisario de la policía local, y Charles Taffey, un alto magistrado del tribunal municipal.

Pronto los tendría en el bolsillo. Una vez que fueran suyos, la ley no podría tocarle y podría

mover tanta droga y dinero sucio como quisiera.

-Caballeros, me alegra que hayan podido venir. Por favor. Pónganse cómodos. Erik se puso en

pie y se abotonó la chaqueta, haciendo un gesto en dirección a la mesa. Los hombres miraron a las

jóvenes de forma nerviosa antes de tomar asiento.

-Soy Erik Chesnovak, propietario de La Orquídea Negra. Durante el último año, me he

esforzado para que este club esté en boca de toda la ciudad. Quiero mostrarles lo que tengo previsto
para este lugar. Me gustaría poder contar con su ayuda.

-Perdón- dijo Taffey levantando una mano y mirando a los otros hombres. -Creí que iba a ser

una reunión privada.

-Magistrado, le aseguro que tendrá su reunión privada, pero primero tengo unos negocios que

abordar.

-¿Negocios? ¿Qué significa esto?- prorrumpió Granger ojeando a la morena. El deseo se

reflejaba en su rostro, pero también el miedo. Miedo a que los demás descubrieran su invitación. –

Sabe quién soy, ¿verdad?

Sonriendo, Erik se sentó y estudió a los hombres. -Comisario Granger, sé exactamente quién es

usted. Y también sé exactamente qué le gusta. No tiene que preocuparse por su reputación. El Sr.

Taffey y el Sr. Chancellor están aquí por el mismo motivo.

-¿Y qué motivo es ese?- quiso saber el juez.

-Ayer asistieron a una reunión privada durante el almuerzo.- Erik sonrió a las mujeres. -

Durante la cual debatieron los aspectos más placenteros de la vida. Sólo fue una muestra de lo que les
puedo ofrecer. Eso es lo que quiero hacer aquí. Un lugar seguro para que hombres de su magnitud se
puedan divertir libremente.

Los hombres se relajaron visiblemente. Ahora que sabían que estaban en buena compañía, se

sentían más confiados. -Le escucho- murmuró Chancellor, sin que sus ojos abandonaran por un
momento a la rubia que le sonreía pícaramente desde la barra.

-Damas- dijo Erik en tono suave, y las mujeres se colocaron detrás de él. Cogió el mando que

había en la mesa y oscureció los ventanales que separaban la sala VIP del resto del club. Ya tenían
completa intimidad. -Ayer conocieron a tres de mis otras empleadas. Caballeros, me gustaría

presentarles a estas hermosas mujeres. ¿Sarah?

La morena dio un paso adelante y se subió a una silla. Erik tomó su mano y la ayudó a subirse

a la mesa. Sus tacones de aguja tintinearon por la superficie y desplazó la cadera hacia un lado.

-Sarah, al igual que todas mis damas, es bella y elegante. Le sienta bien el negro, el rojo y el

blanco. Tanto si desean una belleza sensual como dulce para llevar del brazo, todas estas señoritas
están a su disposición. Ya sea para un acto privado o público, se les ha proporcionado una tapadera

que superará cualquier minucioso escrutinio, por lo que las pueden llevar a todo tipo de eventos.

Están capacitadas para mantener una conversación y les harán quedar bien en cualquier situación.

Aunque no se las recomendaría a alguien casado, a menos que su esposa sea muy permisiva.

Los hombres rieron. -Para el dinero que gasta en joyas, bolsos y zapatos, mi esposa es muy

permisiva- bromeó Granger.

-Un hombre afortunado. ¿Sarah? ¿Te importaría hacernos una demostración?

La morena dejo caer su abrigo al suelo. Debajo, llevaba un elegante vestido sin espalda y con

un enorme escote. La joven se giró lentamente, sonriendo. -Hola. Me llamo Sarah White y soy una

abogada de Carolina del Norte- dijo con un marcado acento sureño.

-Sarah está en estos momentos en la facultad de derecho, por lo que sabe un par de cosas sobre

su profesión. No deben preocuparse de interrogarla. Decorará sus brazos durante una velada y

calentará sus camas por la noche.

Levantó una mano y la ayudó a bajarse de la mesa. Ella se acercó al senador y le deslizó las

manos por el pecho, antes de regresar con las otras mujeres. -Pero eso no es todo lo que hacen bien
estas hermosas damas. Además, han sido especialmente entrenadas para satisfacer todos sus deseos.

¿Erica?

La rubia se adelantó y se colocó delante de Granger. Cuando se quitó el abrigo, reveló una
minifalda de tablas, unas medias blancas hasta la rodilla, y un sujetador rojo. Se giró y se subió a la
mesa con el culo al aire.

-Erica es la colegiala desesperada por sacar un 10. Haría cualquier cosa para obtenerlo. Y no

es sólo el traje lo que hará realidad sus fantasías. En las salas de abajo hay una amplia gama de

accesorios para que la situación parezca más real. Tenemos paquetes estándar, pero podemos

personalizarlos, siempre que se nos avise con tiempo. ¿Erica?

La rubia gimió de inmediato. -Por favor, profesor Granger. No sabe cuánto necesito estar

arriba- dijo, mordiéndose el labio inferior y balanceando las caderas. Los hombres lanzaron una

nerviosa carcajada, y Erik sonrió. No podían despegar sus ojos de ella.

-Gracias, Erica- dijo, tendiéndole la mano para ayudarla a bajar de la mesa. Erica caminó
sensualmente hacia Granger y se inclinó para susurrar algo en su oído. Él lanzó un gruñó y trató de
agarrarla, pero ella se escapó bailoteando.

-Y no sólo ofrecemos fantasías de rol. Mis damas también han sido adiestradas para ir más

allá de cualquier límite. -¿Ginny?- La pelirroja se colocó delante del juez y se despojó de su abrigo.

Debajo, vestía un sujetador y una falda corta, ambos de cuero. -Ginny puede ser dominante o sumisa.

Ella se inclinó ante Taffey y le acarició la mejilla con un dedo. -¿Has sido un chico malo,

magistrado?

Taffey se humedeció los labios y sonrió. -Admirable, Sr. Chesnovak. Pero hay varias agencias

de escorts que ofrecen lo mismo. ¿Qué le diferencia de ellas?

Erik se volvió a sentar e hizo un gesto a Ginny para que se uniera a las demás chicas. Todas

cogieron sus abrigos y salieron de la sala en silencio.

-Mis salas están insonorizadas, son seguras y sin censura. Hay guardas armados en todas las

entradas y salidas, por lo que no tendrán que preocuparse por la prensa, y les puedo garantizar

personalmente que nunca les van a grabar. Si quieren que las chicas acudan a ustedes, lo harán con
sus propios guardaespaldas. Para su seguridad, además de la suya. Voy a ampliar el horario del club
para abrir durante el almuerzo, y no me refiero sólo a estríperes y buffet barato. La Orquídea Negra
estará enfocada a hombres respetables de negocios. Ofreceremos almuerzos privados, reuniones de

negocios y otros eventos, para que nadie sospeche de sus visitas durante la hora del almuerzo. Y, por
supuesto, lo que hagan una vez dentro es cosa suya. Les prometo que nuestra comida es exquisita.
Tal y como esperaba, los hombres se inclinaron ligeramente hacia adelante. Estaban más que

interesados.

-Las salas de abajo tienen acceso privado por si desean unirse a nosotros fuera del horario de

almuerzo. Algunas están especialmente diseñadas para varias cosas. Si quieren observar o ser

observado, tenemos espejos polarizados. Y si desean a más de una, estas señoritas no pondrán ningún
impedimento.

¿Qué quiere a cambio?- Preguntó Taffey con voz tenue.

-Clientes, caballeros. A mis chicas no les gusta aburrirse, así que van a necesitar mucha

atención. Ustedes me garantizan un flujo constante de clientes y yo les permito disfrutar de mis

mujeres por un módico precio.

El comisario no parecía muy convencido. -Tiene que querer algo más que clientes.

-Muy perspicaz- dijo Erik. -Estoy seguro de que ha llevado a cabo su propia investigación. El

apellido Chesnovak es muy conocido en Moscú, por lo que estoy convencido de que ya sabe que en

mi bar fluye libremente algo más que alcohol. Es el tipo de situación en la que favor con favor se
paga.- Se levantó y ofreció bebidas a los hombres.

Chancellor hizo girar su whisky escocés en el vaso y frunció el ceño. -Debe tener algo contra

nosotros para ofrecer ese tipo de información con tanta despreocupación.

Encogiéndose de hombros, Erik se sirvió un trago de vodka. -No he dicho nada incriminador.-

Inmediatamente, los tres hombres rieron. Era cierto. Erik jugaba muy bien a aquel juego y tenía

cuidado de omitir los detalles, pero aquellos tres hombres no habían llegado a donde estaban siendo
estúpidos. Todos sabían lo que quería de ellos.

-Un tour de las instalaciones me ayudaría a tomar una decisión- murmuró Taffey. -Para ver lo

que nos está vendiendo.

-Por supuesto. De hecho, todas las damas están abajo esperándolos. Les invité a una reunión

de tres horas y sólo han pasado veinte minutos. Si desean emplear el tiempo restante de otra manera,
las señoritas les ayudarán. Por un precio, claro está.- Los hombres se levantaron con entusiasmo y
Erik entrecerró los ojos. -Hay ciertas reglas. Como ya han podido comprobar, en mi club hay

distintas mujeres que desempeñan varias funciones. Las camareras y bailarinas están prohibidas.
Tampoco accederé a ninguna petición que lastime a mis mujeres. Si sospecho que no están

cumpliendo las normas, les destruiré. ¿Entendido?

-¿Quién querría hacer daño a estas bellas damas?- exclamó Chancellor.

-Excelente. Diviértanse. Y asegúrense de que las chicas también lo hagan.- Erik cruzó la

habitación para abrir la puerta y Sasha, una exótica belleza vestida de rojo, les sonrió. -Sasha les
llevará abajo.

Mientras los hombres salían de la sala, Erik acabó su bebida con satisfacción. Una vez que

tuviese a sus hombres más poderosos comiendo de su mano, la ciudad sería toda suya.

Cuando sonó el móvil, lo observó con el ceño fruncido. Rostilav Yashin. Otra vez.

Erik se sentía estupendamente. Contestó la llamada en un tono alegre. -Yashin. Ayer me visitó

tu encantadora hija.

-Lo sé- dijo Yashin con la misma calma. -Y me ha dicho que aún no has contestado a mi

pregunta. Es una hermosa mujer. Recibo montones de ofertas por ella. ¿Por qué me estás dando

largas?

-Vivimos en una sociedad moderna- dijo Erik. -Ofrecer la mano de tu hija está considerado

como una costumbre bárbara.

-Lo acordamos incluso antes de que te fueras de Rusia- rugió Yashin. -Tu padre y yo teníamos

un trato.

-Ten cuidado con tus acusaciones, Yashin. El único trato que tenías con mi padre era que me lo

pensaría. No es una decisión que se deba tomar a la ligera y, como bien sabes, ahora estoy ocupado
expandiendo mi negocio. Es lo único en lo que me voy a concentrar.- Erik quería colgar el teléfono,
pero muchas cosas dependían de aquel acuerdo. Si se casaba con Valeria, su negocio se expandiría

por dos estados, pero también tendría que compartir sus ganancias con Yashin. Y Erik odiaba a

Yashin.

-De acuerdo- refunfuñó. -Pero mantente en contacto. Valeria te esperará.- El anciano colgó y

Erik sonrió. Ya conocía su respuesta, pero le gustaba hacerle esperar.

-Erik.
Dio un respingo cuando oyó aquella delicada voz sobre el fondo de música. Levantó la mirada

y vio a Ella entrando tímidamente en la sala. -¿Interrumpo? El portero me ha dicho que podía subir.

Menudo garito tienes.

-Ella. Me alegro de que hayas venido.- Se levantó y sonrió. -Ya he terminado lo que tenía que hacer,
así que no hay razón para que permanezcas aquí más tiempo. Vamos a casa para hablar.-

Quería llevarla a casa, pero no para hablar.

Ella vestía unos chinos marrones y un polo azul con el logo de Supermart en la parte delantera.

Llevaba el pelo recogido en un moño, y parecía que no le quedaba energía. Aún así, incitaba a su

polla más que cualquiera de las mujeres de abajo. Ella parecía completamente fuera de lugar

mientras contemplaba la ostentosa sala. -Mejor. Las discotecas no son lo mío- murmuró

nerviosamente.

Erik colocó un brazo alrededor de ella y salieron de la sala VIP. -Mi familia tiene dinero y eso

es lo que hace que pueda tener un negocio, pero me gusta el éxito. Puedes estar segura, querida, de
que cumpliré mi promesa. Ven conmigo.

Ella no dijo nada de camino a su coche. Tras abrir la puerta, la observó subiéndose al

vehículo, y se metió detrás de ella.

-Llévanos a casa, por favor- ordenó, antes de recostarse en el asiento.

Incapaz de hacer nada aparte de sonreír, no sentía el menor remordimiento. La alondra estaba

en su red, y sería suya durante un año.

Capítulo Cinco

Ella trató de tranquilizarse. Se había prometido a sí misma que no se comportaría como una

ingenua. Él era rico y sexy, pero ella actuaría con tanta dignidad como le fuera posible. Aún así, era
demasiado consciente de su proximidad.

¿Por qué no volviste a Atherton?- preguntó Erik de repente.

Moviéndose inquieta, lo miró sorprendida. -¿Perdona? ¿Cómo sabes que fui a Atherton? No te

lo he dicho.

-No creías que iba a contratarte sin verificar tus antecedentes, ¿verdad?- dijo, con una sonrisa
burlona.

-Claro que no- respondió ella, avergonzada. Nerviosa, se colocó el cabello detrás de la oreja.

-Mis padres no tenían mucho dinero. La única razón por la que fui fue porque tenía una beca. Mi

padre se enfermó justo después de mi segundo año. Cuando falté demasiados días, la perdí. No

importó que fuera la primera de la clase.- No se molestó en ocultar el desprecio en su voz.

-Tuvo que haber pasado por algo más- le animó él, con voz suave.

Con un resoplido, ella puso los ojos en blanco. -No era ningún secreto que la hija del decano

iba detrás de mi novio. No me di cuenta de que lo deseaba tanto como para recurrir a papá y hacer

que me echaran. Créeme, si lo hubiera sabido, se lo hubiera regalado.

-¿No te gustaba?- preguntó, levantando las cejas.

-¿Qué tiene que ver todo esto con el trabajo? Hace años de eso. No necesito un título para

limpiar tu casa ¿verdad?- Sus palabras sonaron más duras de lo que hubiese querido, pero no se

disculpó. No quería que hurgara en su vida personal.

-Sólo estoy charlando. No sabía que eras tan sensible- dijo en tono seco. -Tengo otra pregunta.

¿Cómo consigue una estudiante de veterinaria un trabajo como recepcionista en una empresa de la

Lista Fortune 500?

Ella se encogió de hombros. -El padre de mi ex-novio era el vicepresidente de la empresa.

Josh se sintió mal cuando me echaron, así que movió algunos hilos y me consiguió el puesto. El

sueldo era bueno, por lo que acepté. Necesitábamos dinero después de la muerte de mi padre.

Erik dejó de interrogarla y ella pudo sentir su agotamiento. Al apoyarse contra la puerta y

cerrar los ojos, le faltó poco para quedarse dormida. Cuando el coche se topó con un bache, dio un
respingo. Tras tomar una respiración profunda, buscó la manera de continuar con la conversación.
No podía quedarse dormida antes de conseguir el trabajo.

-La Orquídea Negra parece tener éxito. ¿Siempre has querido tener un club?

-En realidad, cuando era niño, quería ser el dueño de una tienda junto al océano- dijo, casi con

melancolía. -No visité el mar hasta que me hice mayor, pero había visto fotos y vídeos. El romper de
las olas contra la orilla siempre me hizo sentir pequeño. Me gusta.
Ella tuvo la sensación de que le acababa de contar algo muy personal. -La Orquídea Negra no

es exactamente una tienda, pero está cerca del océano- dijo, con tono alegre.

-No hay dinero ni poder en los sueños de la infancia- respondió él con voz sombría. Ella no

dijo nada más. Mujeres medio desnudas bailando y nadando en un bar estaban muy lejos de ser una

tienda junto al mar. -Ya hemos llegado.

Ella había visto casas grandes. San Diego estaba lleno de ricos y famosos, pero no pudo evitar

mirar a su alrededor boquiabierta. Habían atravesado una enorme reja de hierro forjado, custodiada
por tres hombres. La vivienda tenía tres pisos y varios patios, con hombres patrullando por todos

ellos. -Erik- preguntó en voz baja -¿Está en peligro? ¿Es peligroso tu trabajo?

Él colocó un brazo alrededor de su cintura y la condujo al interior. -No te preocupes por los

guardas. Es sólo una medida de seguridad. Cuanto más dinero tiene una persona, más problemas

parece traer. Están ahí para protegerme a mí y a todos los habitantes del edificio. Y esto también te
incluye a ti, cielo.

A Ella le dio un vuelco el corazón. ¿Tenía apodos cariñosos para todos sus empleados o sólo

para ella?

-Tu casa es enorme.- Al entrar en el vestíbulo, se quedó boquiabierta. -¿Cómo es que no tienes

servicio de limpieza? Necesitas diez como yo para mantener este lugar limpio. Y no es que no esté

dispuesta a hacer el trabajo de diez personas. Por el dinero que me vas a pagar, haré el de veinte.

Él no me dijo nada mientras atravesaban el recibidor. El suelo de pizarra negra reflejaba la luz

de la enorme lámpara que colgaba por encima de ellos. No vio ni una mota de polvo en toda la

estancia. Sus largas zancadas eran demasiado rápidas para ella, que mantenía el ritmo con dificultad.

Avanzando con decisión, subieron dos tramos de escaleras.

-¿Está la oficina en el tercer piso?- preguntó nerviosamente. Aquello le pareció extraño. La

mayoría de gente con oficina en casa, la tenía en la planta baja. -¿Me estás dando un tour? No me

estás explicando nada.

Sin detenerse, la miró y sonrió. -De lo que quiero hablar contigo no está en la oficina, y el tour puede
esperar.- Se detuvo de repente y abrió una puerta. Ella dio un par de pasos en el interior y se quedó
helada.

-No sé qué estás pensando- dijo fríamente. -Pero no hago negocios en el dormitorio.- Se dio la

vuelta, pero él le bloqueó la salida. A Ella le entró el pánico.

-Tranquila- murmuró él. -Sólo quería dejar una cosa clara desde el principio, para que

entiendas todos los aspectos del puesto de trabajo. -Este será tu dormitorio.

Ella frunció el ceño. -No sabía que tenía que quedarme a dormir aquí.

-Te permitiré visitar a tu madre acompañada una vez a la semana, pero esa será la única vez

que pongas pie fuera de esta casa. Mi personal está vigilado muy de cerca. Todas las mañanas

tendrás una lista de tareas. Cumplirás con ellas de forma impecable y complaciente, y al final del año,
podrás irte sin ninguna deuda - dijo en voz baja.

-Parece un poco extremo.- Ella ladeó la cabeza y entrecerró los ojos. -¿Hay algo que no me

has dicho?

-¿No te parecen aceptables los términos?

-Puedo ser una criada interna, no me importa; pero no sé por qué habría de ir acompañada cuando
vaya al hospital.

Erik se relajó visiblemente. -Ella, tienes que entender que soy un hombre poderoso. Toda

persona que trabaja para mí está en peligro. El guarda es por tu protección tanto como por la mía.

Más de uno ha intentado traicionar a la organización.

Organización, no empresa. Había algo raro en aquello. Pero se encontraba demasiado cansada

para elucubrarlo. Se frotó los brazos y miró lentamente a su alrededor. Era bastante cómodo para ser
una cárcel.

-Supongo que tiene sentido. ¿Vive todo tu personal en esta casa?

-Sí. Quiero que te sientas segura. Mi dormitorio está justo al lado.

Hubo algo seductor en la forma en que lo dijo, y ella exhaló despacio y se volvió a mirar a la

pared. Aquel atractivo ruso dormía al otro lado. ¿Dormiría desnudo?

Cerrando los ojos, trató de sacarse aquel pensamiento de la cabeza. Estaba intentando hacerle

un favor y ella no dejaba de tener fantasías sexuales con él. Tenía que centrarse.
-De acuerdo- dijo con un tono suave.

Erik se alejó de la puerta y sonrió socarronamente. -Estupendo. Mi chófer te llevará a casa.

Puedes visitar a tu madre mañana e informarle de tu nuevo trabajo. Programaremos turnos para que
la veas una vez a la semana.

-Dos veces a la semana- dijo ella rápidamente. -Soy su única familia. Quiero verla dos veces

a la semana, y una semana libre cuando la operen.

-¿Estás segura de que quieres negociar?- preguntó él con una sonrisa. -Te daré todo lo que

quieras. Incluso ver a tu madre tres veces a la semana. Pero me tienes que dar algo a cambio.

-¿Qué?

-Te lo diré cuando llegue el momento.

-No- Ella sacudió la cabeza. -Me lo tienes que decir hoy todo.

Él se encogió de hombros. -Así era, pero tú quieres cambiar las reglas, así que voy a añadir

unas cuantas sorpresas. No te preocupes, Ella. Te prometo que te gustará. Ahora, vete. Descansa un
poco. Mi chófer te recogerá del hospital por la mañana.

Ella miró a su alrededor nerviosamente. ¿En qué demonios se estaba metiendo? -¿Me puedo

ir?

Él hizo un gesto en dirección a la puerta. -El conductor te está esperando.

Tras echar un último vistazo a la habitación, se giró y salió. Si aquella iba a ser su última

noche libre en un año, no quería pasar un segundo más allí.

Cuando estuvo de vuelta en el coche, el chófer bajó la partición y la miró en el espejo

retrovisor. -¿A casa, Srta. Davis?

-No.- No le apetecía regresar a un piso vacío. -Llévame al hospital.

Aunque su madre durmiera toda la noche, quería estar a su lado antes de volver a aquella casa.

Erik tenía toda la pinta de un filántropo, pero a ella le daba la sensación de que podría ser el mismo
diablo.

Ella pasó la noche acurrucada en el sofá junto a la cama de su madre. A las enfermeras no les

hizo mucha gracia, pero nadie la echó. Toda la noche soñó con Erik. Cubiertos en sudor, con las
sábanas enroscadas alrededor de sus cuerpos, mientras él la tocaba en sitios en los que no la habían
tocado en mucho tiempo. Cuando amaneció, Ella tenía el coño empapado. Tras tomar una respiración

profunda, se estiró y se levantó lentamente del sofá.

-Cariño, ¿por qué te has quedado a pasar la noche?- dijo su madre desde la cama. -Las

enfermeras me han dicho que llevas aquí desde la una de la mañana.

-Eh, sí.- Ella se pasó las manos por el enredado cabello y sonrió. -Quería pasar tiempo

contigo antes de empezar mi nuevo trabajo. No voy a poder visitarte con tanta frecuencia, mamá,
pero me puedes llamar siempre que quieras.

Heather sonrió. -Cariño, eso es genial. Estoy muy orgullosa de ti.

Estaba muy orgullosa. Si supiera en qué consistía su nuevo trabajo... -Les he pedido a las

enfermeras que me avisen en cuanto haya un hígado disponible. Y no quiero escuchar ninguna queja
de tu parte. Te vas a someter a la operación y yo voy a pagar por ella. Y si le dices lo contrario al
personal, haré que te diagnostiquen un trastorno mental y anularé lo que decidas con poderes

notariales. ¿Entendido?

Su madre sacudió la cabeza. -Eres igual que tu padre. Una cabezota. Dale un beso a tu madre y

ve a prepararte para tu nuevo trabajo. Cuando por fin deje esta cama, me lo tienes que contar todo.

Ella sintió ganas de llorar cuando se inclinó para besar a su madre. -Quiero que me llames

todos los días. Dos veces. Y vendré a verte tan a menudo como pueda. ¿De acuerdo?

-Sí, cariño. ¿Puedes llamar a la enfermera? Tengo hambre.

Ella sonrió y asintió. Su madre tenía hambre. Era una buena señal, y todo aquello haría que

mereciera la pena. Le dijo a su madre que la quería antes de irse y llamar a la enfermera. Aferrando
el bolso con fuerza, salió del hospital y vio un coche oscuro esperándola. El conductor de la noche
anterior estaba en pie junto a la puerta del pasajero. -Srta. Davis. ¿Está lista?

¿Estaba lista? No había razón para sentir inquietud respecto a su nuevo trabajo. Los guardas

armados no significaban nada, y había mucha gente rica con personal interno. Pero le había dicho
que debía ser complaciente. Y aquello le hacía sentir un poco nerviosa.

Se trataba de la operación de su madre. Por aquello, haría el trabajo. -Allá vamos- se susurró

a sí misma. Forzando una sonrisa en beneficio del conductor, Ella asintió con la cabeza. El primer día
de su nuevo trabajo. Erik cumpliría su parte del trato y ella también.
Asintiendo de nuevo, se metió en el coche. No parecía que estuviera acudiendo a trabajar.

Parecía un paseo a un nuevo mundo.

-Tengo que parar en casa. Supongo que debería hacer la maleta.

Capítulo Seis

Los tres hombres favoritos de Erik no tardaron mucho en regresar al club, y tampoco le

defraudaron. Cada uno de ellos traía a un amigo. Mirando furtivamente a su alrededor, los seis

entraron en La Orquídea Negra. Aunque era el primer día que abrían durante el almuerzo, más de la

mitad de las mesas estaban ocupadas.

No era un mal comienzo.

Tras apagar el monitor de seguridad, abrió la página web de sus chicas. Ya estaban reservadas

para la semana siguiente. Si seguía a aquel ritmo, iba a necesitar más mujeres. Estirando el brazo
sobre el escritorio, cogió el teléfono. -¿Matvei? Vigila a las chicas. Si oyes la frase secreta,

interviene. No quiero que les hagan daño.

-Sí, Señor.

Colgó y tomó una respiración profunda. Su chófer le había llamado para informarle de que

Ella ya estaba en casa. En aquellos momentos, estaría recorriendo la mansión y contemplando todos

los sitios en los que tenía pensado tomarla.

Había hecho hincapié en que limpiara bien debajo de los muebles. Si regresaba en aquel

momento, podría ver aquel precioso culo apuntando hacia arriba.

Tenía mujeres a las que podía llamar para aliviarse. Abajo había diez que estarían más que

dispuestas a abandonar a sus clientes para satisfacerle. Todas lo habían intentado.

Si fuera inteligente, las hubiera disfrutado. Ella era una mujer obstinada. Pero no quería

asustarla. Le encantaba la anticipación.

Haría que tomarla fuera mucho más excitante.

-Para estar cerrado, tienes a un montón de gente entrando y saliendo.

Erik levantó la mirada y vio a Valeria de pie en la puerta de la oficina. -¿Te han dejado pasar?
Tendré que hablar con los guardas.- Hizo un gesto con el brazo. -Entra, por favor.

-No te enfades con tus guardas. Es culpa mía. Contoneó la cadera al caminar. Enfundada en sus

típicas botas altas, una falda negra y una blusa verde sin espalda, era todo un espectáculo. No había
vergüenza alguna en su mirada al dirigirse a su silla, pasarle una pierna por encima, y sentarse sobre
él a horcajadas Él asió sus caderas para detenerla.

-Hay un montón de sillas- dijo con voz suave.

Ella no se movió. En su lugar, deslizó los dedos por los botones de su camisa. -¿Estás seguro

de que es lo que quieres? Pensé que quizás la razón por la que te muestras tan reacio a cerrar el trato
es porque deseas probarme.

-¿Probarte?- La apartó suavemente. -En realidad soy un hombre muy anticuado. Creo en

reservarme.

-A juzgar por las mujeres que trabajan en tu club, me cuesta creer que seas un hombre al que le

vaya la abstinencia.- Sonrió seductoramente y se trasladó a su escritorio. Cruzando sus largas

piernas, le ofreció una estupenda vista de ellas.

Aquellas piernas no le ponían. -Si sólo has venido para seducirme, ya te puedes ir.

Valeria no se inmutó. Era demasiado altanera. Tal y como había previsto, simplemente se

encogió de hombros y deslizó una mano sobre su rodilla. -¿Qué quieres de la vida, Erik? ¿Te gusta

vivir en California? ¿Quieres volver a Rusia?

Erik se encogió de hombros. -Me gusta el clima, pero echo de menos a mi familia.

-¿Quieres tener hijos?

Contemplando de arriba a abajo su perfecto cuerpo, Erik resopló. -Estoy seguro de que tú no.

Valeria se bajó de la mesa, asegurándose de que su falda se levantara un poco. Rodeando su

silla, colocó las manos sobre sus hombros. -Si aceptas el trato seremos un equipo. Y haré cualquier
cosa para satisfacerte.- Se inclinó hacia adelante y le lamió la oreja. -Cualquier cosa.

-Lo cierto es, Valeria, que no creo que la monogamia sea para mí.

-Bueno, eso es algo que tenemos en común. Tampoco es para mí. Eso debería animar nuestra

vida amorosa. Me encantaría invitar a una de esas mujeres de abajo a unirse a nosotros. O quizás,
todas a la vez.
-No me interesa- exclamó él levantándose y alejándose de ella. -¿Qué más puedo hacer por ti?

-Darme una respuesta.

-Cuando la sepa, te la haré saber.- Abrió la puerta e hizo un gesto de despedida. -No vuelvas a

colarte, Valeria. O la próxima vez, les diré que te disparen.- Sus mejillas se enrojecieron de ira, y él
sonrió. -Asegúrate de saber en qué te estás metiendo. Puede que no sea el hombre que crees que soy.

Vio cómo giraba los talones y salía de la oficina. Probablemente no era buena idea enfadar a

la hija de su principal aliado y más peligroso competidor, pero era un blanco muy fácil.

Devolviendo su atención al club, volvió a repasar las cuentas una vez más. Tenía que apartar a

Ella de la mente y concentrarse en su trabajo.

Cuando llamó al chófer para que le llevara a casa, era más de medianoche.

-¿Ha tenido un buen día, Señor?

Erik se frotó los ojos. -Productivo, pero estoy harto de escuchar la misma maldita canción una

y otra vez. ¿Cómo está el nuevo miembro del personal?

-¿La pelirroja? Parecía un poco nerviosa cuando la traje esta mañana, pero no he vuelto a

verla en todo el día. Creo que no ha salido del tercer piso.

-Estupendo- murmuró Erik. Le había dejado órdenes estrictas de no hacer nada en el primer

piso. No quería que sus guardas se la comieran con los ojos en su ausencia. En cuanto entró en la

mansión, se dirigió al puesto de seguridad. Tras acceder a la oficina, se quedó observando al hombre
que estaba sentado al escritorio.

-¿Le has pasado las imágenes a alguien?- preguntó con tranquilidad.

El hombre sacudió la cabeza con rapidez. -No, jefe. Conozco las órdenes.

Erik asintió. -Muy bien. Vete.

El guarda abandonó su puesto y la oficina. Una vez a solas, Erik se sentó y comprobó la cinta.

Cuando encontró lo que buscaba, se recostó en la silla. Ella había hecho todo lo que le había

ordenado y, sin saber que estaba siendo observada, parecía disfrutar de su trabajo. Bailaba y cantaba
por todas las habitaciones, y Erik hubiera jurado que su sonrisa era genuina.

Todo en ella parecía genuino. Aquello era muy inusual en su mundo.


Después de borrar las imágenes, salió de la oficina y se dirigió al guarda. -Eres un buen

hombre. Que tengas una buena noche.

Y, silbando, comenzó a subir las escaleras. Para su sorpresa, Ella salía de puntillas del cuarto

de baño. Vestida con una camiseta sin mangas y unas seductoras bermudas, hizo que se pusiera duro

de inmediato. Cuando oyó sus pasos, se giró asustada.

-Tranquila- dijo él. -Acabo de llegar.

Tenía un aspecto muy inocente, abrazándose a sí misma, como si aquello pudiese protegerla. Si

pudiera ver su rostro en la oscuridad, notaría su deseo. -Me estaba refrescando la cara- explicó,

aclarándose la garganta. -Supongo que no puedo dormir porque extraño el sitio.

-Me alegro de que estés despierta. Quería saber cómo te ha ido el día- dijo él. Haz que hable.

Deja que se relaje. Lentamente, se acercó a ella.

Más relajada, Ella bajo los brazos. -No ha estado mal, pero tengo que ser sincera. Las

habitaciones que me has mandado limpiar, no estaban sucias.

-No están sucias porque me aseguro de que permanezcan limpias- dijo él, sin más. -¿Te gusta

estar aquí?

-Ni siquiera he pasado un día entero. No he tenido oportunidad de hablar con nadie. Antes de

que pudiese bajar a la cocina, tenía la comida en la habitación. Me ha parecido un poco raro. ¿No

puedo socializar con nadie?

Erik rió por lo bajo. Le gustaba que fuera tan atrevida. -Hablaré con el personal de cocina.

Suelen servir el desayuno a las ocho, el almuerzo a la una, y la cena sobre las siete. Mi jefa de

cocina es muy particular en cuanto a los horarios de las comidas. Si no estás a tiempo, te quedas sin
comer.

-Estoy acostumbrada a tener compañeros malhumorados. No pasa nada.- Le dedicó una

hermosa sonrisa. -¿Qué tal el club?

Lleno de pecado, sexo, drogas y codicia. -Como de costumbre. Te dejo para que duermas-

dijo. Viendo que se sentía más cómoda, se acercó un poco más. Ella inhaló bruscamente y retrocedió,
colocándose en el torrente de luz que salía de su dormitorio. Su mirada reflejaba incertidumbre, y
Erik se detuvo.

No era la noche apropiada.

-¿Quieres que te de algo para ayudarte a dormir? Tengo un bar en mi dormitorio, por si te

apetece un trago.

-¿En tu dormitorio?- susurró ella. Sus labios se separaron, y él intentó desesperadamente

suprimir un gemido.

Tomando control de su cuerpo, se obligó a sonreír. -No tienes que venir, si no quieres. Te

puedo traer la copa a tu cuarto.

Volviendo la cabeza ligeramente, Ella miró en dirección a su habitación, como si se sintiera

tentada. Cuando se mordió el labio inferior, Erik no pudo evitar dar un paso más hasta quedar tan

cerca de ella que podría tocarla.

Ella no se movió, y el ambiente se espesó a su alrededor. Sentía lo mismo. Él lo sabía. Había

lujuria en sus ojos, y podría haberse inclinado hacia ella y probarla.

-Ella, si no quieres beber nada, deberías regresar a tu habitación y cerrar la puerta- dijo con

voz áspera.

-Sí. Envolviendo los brazos alrededor de su cuerpo, Ella entró en su dormitorio y cerró la

puerta.

¿Por qué le había dado oportunidad de echarse atrás? Ella le deseaba. Sabía leer el deseo en

una mujer, y Ella parecía estar hambrienta.

Por lo general, Erik simplemente tomaba lo que le apetecía, pero había algo en ella que le

hacía detenerse. Era pura y bella. Con sólo tocarla con sus manos manchadas de sangre, la

mancillaría.

Cerrando los ojos, entró en su propio cuarto y se quitó la ropa. Tras abrir el mueble bar, se sirvió un
trago de vodka. Después de un rato, se sirvió otro. No fue suficiente para expulsar sus

demonios.
Capítulo Siete

Cuando sonó el despertador, Ella estiró el brazo para coger el móvil. Buscando la mesita de

noche, sólo encontró más colchón. Medio dormida y confusa, parpadeó hasta que recordó dónde

estaba. No era su pequeño dormitorio con cama individual. Se encontraba en una lujosa cama

matrimonial con sábanas de satén y almohadas de plumas.

Arrastrándose por el colchón, cogió el teléfono y apagó la alarma. Deslizando una mano por su

cabello, se humedeció los labios y miró a su alrededor. Estaba en la mansión de Erik. De inmediato,
la asaltó el recuerdo de la noche anterior.

Sólo con pensar en ello se le aceleró el corazón. A pesar de su miedo inicial, su cuerpo se

consumía de deseo por él, pero era imposible que aquel hombre quisiera a alguien como ella. Erik

Chesnovak, millonario sexy y propietario de discoteca, querría a alguien de su pedigrí. Su agotada


mente había visto algo que no estaba allí. Disgustada consigo misma, retiró la colcha y se levantó de
la cama. Junto al teléfono había una nota.

El desayuno se servirá en el office de la cocina a las ocho. Hoy me gustaría que limpiaras

los dormitorios de la segunda planta. Debes hacer mi cuarto todos los días. Intenta pasar el

menor tiempo posible en la planta baja.

¿Por qué no quería que estuviera en la planta baja? ¿Qué ocurría allí que no quería que viera?

Y ¿cómo era posible que hubiera más habitaciones en el segundo piso? ¿Cuánta gente vivía en

aquella casa?

Demasiadas preguntas. Pocas respuestas. Refunfuñando por lo bajo, se quitó el pijama y se

enfundó unos pantalones cortos y una camiseta. Había perdido peso en los últimos meses y la

camiseta le quedaba ancha. Frunciendo el ceño a su reflejo, tiró de la ropa. No estaba nada sexy.

-No tienes que estar sexy para tu jefe- murmuró. -Sólo estás aquí para trabajar.

¿A quién quería engañar? Su cuerpo le deseaba. Incluso entonces, mirándose en el espejo, no podía
evitar imaginar que estaba detrás de ella. Sostendría su mirada y la envolvería con un brazo, mientras
colocaba el otro sobre sus caderas. Su firme cuerpo presionaría contra el suyo, y su mano se
deslizaría lentamente hacia su ansioso coño.

Jadeando, dio un traspié ante el espejo e intentó despejar su mente. No estaba bien que se
imaginara aquellas cosas. Era su jefe, y no había forma humana de que la mirara de aquella manera.

Era un acaudalado hombre de negocios que podía tener a la mujer que quisiera, y ella no era más que
un proyecto de beneficencia.

A las ocho en punto, salió de su cuarto y se dirigió a la cocina. Había varios miembros del

personal sentados en las mesas. La mayoría parecían mayores que ella, y todos hablan en ruso.

Cuando entró en la estancia, cesó la conversación y todos la miraron fijamente.

-Hola- saludo, de forma incómoda. -Soy Ella. La nueva criada.

Cuando nadie dijo nada, supuso que nadie hablaba inglés, pero una de las mujeres le dedicó

una enorme sonrisa. -Habíamos oído que había una chica nueva, pero creíamos que el Sr. Chesnovak

te tenía escondida- explicó, con un marcado acento ruso. -Me llamo Dina. Soy la otra criada. Ésta es
Zoya. Una de las cocineras, así que no la enfades. Estos son Néstor y Oleg. Se encargan del

mantenimiento y el césped. No te preocupes si no hablan mucho contigo. Su inglés no es muy bueno.

-Tendré que empezar a aprender ruso- dijo Ella con una sonrisa.

Los hombres la observaron con curiosidad, pero la mujer de más edad le dedicó una mirada

gélida. Ella no estaba segura de si era porque era nueva o estadounidense. Aunque Erik ya le había
advertido de que su cocinera era un poco particular.

-La comida está en la encimera. Coge un plato y sírvete.- Dina le devolvió la sonrisa y Ella se

sintió un poco mejor. Al menos, un miembro del personal iba a ser agradable con ella.

Ella se dio cuenta de que tenía más hambre de lo que creía y se llenó el plato. La conversación

se reanudó y todos los ojos se posaban en su persona. Era evidente que estaban hablando de ella.

-No pretenden ser maleducados. Es inusual que el Sr. Chesnovak contrate a alguien nuevo, y ya

no digamos una extranjera.- Dina dijo algo bruscamente en ruso, y los demás se callaron.

-Oh, no importa. Soy nueva. La gente suele hablar de los nuevos. ¿Cuánto tiempo llevas

trabajando para él?- preguntó.

-Mi madre trabajó para él y para su padre prácticamente durante toda su vida, y yo crecí en su

casa. Cuando el Sr. Chesnovak se trasladó aquí, me pidió que viniera con él. Zoya, Nestor y Oleg han
estado con él desde que tengo memoria.
-¿Cuánto tiempo llevas en California?

-Un poco más de un año. Me encanta la playa. El Sr. Chesnovak me ha amenazado con

enviarme de regreso a Rusia si no dejo de escabullirme para tomar el sol. No sabía que me pudiese

poner morena. ¿Siempre has vivido aquí?

-Sí. Supongo que siempre lo he dado por sentado- murmuró. Jugueteando con la carne y los

huevos, Ella frunció el ceño.

Dina se rió de su expresión. -Es Kielbasa, o salchichas. ¿Vosotros no mezcláis la carne con los

huevos?

-Sí, pero por lo general en huevos revueltos o en tortilla. Nunca lo he visto con huevos fritos.-

Tomó un bocado y asintió con la cabeza. -Está muy rico.

-Los Syrniki son mis favoritos, pero Zoya no los prepara muy a menudo. Creo que lo hace para

castigarme.

-¿Qué son?

-Tortitas de requesón.

Ella se estremeció. No le gustaba mucho aquel tipo de queso. En silencio, desayunó y escuchó

la alborotadora conversación a su alrededor. No entendía ni una palabra.

Unos minutos más tarde, Dina se volvió a dirigir a ella. -¿Cómo te contrató el Sr. Chesnovak?

No necesitamos a nadie más.

Ella se sonrojó ligeramente. -Nos conocimos en el hospital. Mi madre está ingresada, y es

bastante caro, y Erik me ofreció el trabajo. No creo que esté aquí para reemplazarte, si es eso lo que

te preocupa.- Dina la miró fijamente y Ella frunció el ceño. Tras coger una servilleta, se limpió la
cara. -¿Qué ocurre?

-Nada. Le has llamado Erik. Es un poco extraño, eso es todo. Supongo que aquí somos un poco

más formales.

-Trataré de recordarlo.

Dina se unió a la conversación en ruso y Ella observó con detenimiento. Todos parecían estar
cómodos entre sí, y felices. Esperaba que aquello significara que Erik era un buen jefe. Aunque, por
el dinero que le iba a pagar, en realidad no importaba.

Cuando terminó el desayuno, Dina la ayudó a recoger. Lo que sea que dijo Zoya le dejó claro

que ella no recogía lo de los demás, y además parecía enojada. Ella quería preguntar a su nueva

amiga por qué parecía que la cocinera la despreciaba, pero pensó que era mejor no hacerlo. Antes de
que empezara con sus tareas, Dina la agarró de la mano. -¿Sabes qué hace el Sr. Chesnovak para

ganarse la vida?- preguntó en voz baja.

-Claro. La otra noche estuve en el club. Parece muy popular.

Los ojos de Dina la observaron. -¿Crees que es el dueño de un club?

-¿No lo es?- Preguntó Ella, confundida.

-Perdona. Mi inglés no es muy bueno. Quería decir ¿ sabes que es el dueño de un club?

Ella asintió con la cabeza, pero no pudo evitar sentir cierto recelo. El inglés de Dina había

sido perfecto hasta entonces. -Sí, sé que es el dueño de un club. A mí no me gustan, pero está claro
que a él le funciona.

-Sí. Avísame si tienes alguna pregunta.- Cuando soltó la mano de Ella, había una extraña

sonrisa en su rostro. Ella quería sacarle más información, pero los demás se estaban dispersando y
Zoya la miraba de mal humor.

Escabulléndose al piso superior, comenzó en el dormitorio de Erik. Se sintió un poco rara en

su estancia más íntima. Por lo visto, los límites personales no eran algo que le preocupara. La

habitación era de estilo minimalista. Además del bar ya mencionado, había una cama matrimonial

con sábanas en tonos grises y azules, una mesita de noche, una televisión grande, un aparador negro,
y un enorme vestidor. Una inmensa ventana se abría al jardín con piscina. Parecía irle como anillo al
dedo - frío y distante.

No había fotografías que ofrecieran detalles de su vida, ni toques femeninos que indicaran si

tenía novia. Todas las superficies estaban meticulosamente limpias, pero la cama estaba sin hacer.

Mientras estiraba las sábanas, trató de recordar lo que le había enseñado su madre. Para ser

una mujer adulta, Ella era bastante desordenada. Casi nunca se hacía la cama. -¿Tengo que meter las
esquinas por dentro? ¿Tienen que estar rectas o en ángulo? ¡Maldita sea!- murmuró.

Se le iba a dar fatal aquel trabajo.


Tirando de las esquinas para estirar las arrugas, intentó no centrar su atención en el hecho de

que el cuerpo de Erik había estado allí. Dando vueltas entre las sábanas. ¿Dormiría desnudo?

¿Dormiría solo?

-Eso no es asunto tuyo- gruñó. -Sólo firma tus cheques. Nada más.

-¿Nada más qué?

Ella lanzó un alarido y se giró. Erik había entrado silenciosamente en el cuarto y la observaba

con una sonrisa.

-Me estaba recordando a mí misma lo que tengo que hacer hoy- tartamudeó. -¿Qué haces aquí?

Creía que ya estabas en el club.

-No sabía que tenía que rendirte cuentas de lo que hago- dijo él, en tono suave. -¿Te incomoda

mi presencia?

Sí. - No, claro que no. Sólo estoy un poco nerviosa.

-¿Te pongo nerviosa, Ella? No pareces el tipo de mujer que se enerva con facilidad.- Cruzó la

habitación y abrió un cajón del aparador.

Mientras le daba la espalda, Ella cerró los ojos y sacudió la cabeza. Se estaba volviendo

completamente idiota. -Todavía me estoy ubicando. Te pido disculpas si sueno un poco nerviosa.

Erik rió mientras sacaba un sobre y cerraba el cajón. Sintiendo cómo se le aceleraba el

corazón, trató de contemplar su imagen en el espejo, pero cuando sus miradas se cruzaron, se le secó
la boca.

-Siempre que te ocupes de tus propios asuntos, no tienes nada de qué preocuparte. Su tono de

voz era bajo, pero ella percibió la advertencia. Si metía la nariz donde no le incumbía, tendría algo
de qué preocuparse. Erik se colocó el sobre en el bolsillo interior de la chaqueta y se giró para

contemplar la habitación. -Prefiero las esquinas metidas en ángulo.

-Por supuesto- dijo ella con voz ronca. -Lo haré.- Al menos, trataría de hacerlo.

-Supongo que debí haberte preguntado si tenías experiencia antes de contratarte. No sé si tu

postura ante la limpieza es la adecuada.


Postura. Oh Dios. El deseo recorrió su cuerpo al escuchar aquella palabra. Quería

demostrarle que se le daban muy bien varias posturas, pero cuando él sonrió, tuvo la sensación de

que sabía lo que estaba pensando. Cuando salió de la habitación, Ella dejó escapar el aliento

contenido. ¿Qué demonios le pasaba? No había dicho nada sobre la noche anterior. Seguramente, ni

se acordaría.

Devolviendo su atención a la cama, metió las esquinas en ángulo y dio un paso atrás para

mirarlas. Sinceramente, no veía la diferencia, pero Erik parecía un hombre muy particular.

Probablemente, no sería buena idea enfadarle.

Después de limpiar el polvo del aparador, salió de la habitación lo más rápido que pudo. El

dormitorio de Erik era un lugar peligroso.

Las otras cuatro habitaciones del segundo piso estaban vacías. Se preguntó dónde dormía el

resto del personal. ¿Tendrían su propia ala en la mansión? ¿Por qué no dormía ella allí?

A la hora del almuerzo, no había nadie en la cocina, pero encontró un sándwich en la

encimera. Tras cogerlo, abrió la puerta del patio y salió a comer afuera.

De inmediato, cinco hombres armados se giraron con sus manos sobre las cartucheras. Ella se

quedó helada y casi dejó caer el sándwich. -Soy Ella. La criada nueva- tartamudeó. ¿Hablaban

inglés? No sabía nada de ruso a excepción de "da" y vodka Stolichnaya, aunque ninguna de las dos

cosas parecían útiles en aquel momento.

A menos que tuviera el vodka para ofrecérselo.

-Tranquilos- dijo tímidamente una voz masculina. -Trabaja aquí.- Añadió algo en ruso,

probablemente lo mismo.

Los guardas se relajaron de inmediato y Ella se volvió hacia el recién llegado. A diferencia de

los otros, no iba armado. -Gracias. Soy Ella, aunque supongo que ya lo sabes.

-Danil- se presentó. -Soy una especie de encargado de la contratación del personal. Tienes que

tener cuidado de a dónde vas cuando el Sr. Chesnovak no está.


-¿Todos necesitan un acompañante para andar por aquí?- le espetó Ella.

-Todos los demás son rusos.

-Claro.- Ella levantó el sándwich, como si aquello explicara algo. -Me gusta comer fuera y

tomar un poco el sol. La próxima vez tendré más cuidado. ¿Por qué necesita el Sr. Chesnovak tanta

protección?

Él levantó una ceja. -También te aconsejaría que te guardaras las preguntas sobre el Sr.

Chesnovak para ti misma. No te paga para curiosear.

El hombre no intentaba ser grosero, pero Ella podía oír el tono subyacente en su voz. Era la

segunda advertencia que recibía aquella mañana, y lo único que conseguían con ello era que sintiese
aún más curiosidad, pero se acabó el sándwich en silencio. Cuando terminó, le dedicó una débil

sonrisa y regresó al interior del edificio. Danil no la detuvo ni le ofreció más información.

Como los dormitorios vacíos estaban relativamente limpios, Ella sólo tardó otra hora en

terminar sus tareas. Sin nada que hacer, volvió a la planta principal, donde encontró la pequeña

biblioteca que había visto antes.

La mayoría de los libros estaban en ruso, pero también encontró algunos títulos en inglés. Eran

autobiografías y novelas policíacas en su mayoría. Parecía que a Erik le gustaba la violencia.

Tras elegir un libro, volvió a subir las escaleras y se instaló en una silla junto a su cama. Si no le
dejaban explorar y el resto del personal no iba a ser amable con ella, se pondría a leer para pasar

el tiempo.

Antes de abrir el libro, sacó el móvil del bolsillo y llamó a la habitación de su madre en el

hospital. -¿Ella?- dijo Heather con voz cansada. -¿Eres tú?

-Hola, mamá- dijo Ella alegremente. -Estoy en un descanso y quería saber cómo estabas.

Escuchó a su madre cambiando de postura en la cama. -Igual que siempre. Hoy he tomado

gelatina verde para almorzar. ¿Qué tal el nuevo trabajo? ¿Qué tienes que hacer exactamente?

Ella odiaba mentir a su madre, pero no podía decirle que trabajaba de criada. Haría que se

sintiese fatal. -Ayudar al dueño de un negocio. Mi jefe tiene una discoteca, y yo le ayudo un poco con
todo.
-¿Una discoteca?- Ella pudo percibir el recelo en la voz de su madre. -Ella, tú puedes hacer

algo mejor.

-No pasa nada, mamá. El trabajo es sólo durante un año, y el salario es muy bueno. Y después,

si me da buenas referencias, podré encontrar un trabajo mejor. No te preocupes. Todo va a ir bien.

Se hizo el silencio. -Si tú lo dices- dijo finalmente su madre. -Te llamo esta noche. Va a

empezar la novela.

-Te quiero, mamá- dijo Ella con tristeza. Odiaba dejar a su madre sola durante tanto tiempo. Tras

colgar el teléfono, se quedó mirando por la ventana. Dos hombres armados patrullaban por el jardín.

Agarró el libro y lo abrió, pero algo le seguía preocupando. ¿Qué había querido decir Dina cuando
le preguntó si creía que Erik era el propietario de un club?

Capítulo Ocho

Los jueves, por lo general, Erik trataba de no ir al club. Los viernes y sábados siempre ponían

a prueba su paciencia, pero como el club ahora abría durante el almuerzo, decidió acudir para ver

cómo iba todo.

Sólo estaban disponibles las mesas más próximas a las tres principales pistas de baile. A

medida que creciera el negocio, Erik ampliaría aquella área, pero de momento no quería sobrecargar
al personal de cocina. Se había corrido la voz y estaban recibiendo clientela cada vez más

importante. Muchos estaban allí sólo para almorzar, aunque lanzaban miradas curiosas a la sala

trasera. Estupendo. Sabía que generar confianza llevaba tiempo. Aquellos hombres no podían

permitirse el lujo de hacer algo que podría dañar su reputación.

Tras echar un vistazo a la pista y la cocina, se dirigió a los vestuarios. Las camareras

bromeaban con las escorts.

-Damas- llamó en voz baja. -¿Todo bien?

-¡Sr. Chesnovak!- chillaron ellas.

Habló con ellas, una por una, sobre los clientes del almuerzo. Todas habían sido entrenadas en

el arte de interrogar a base de seducción, y le proporcionaron información que consideró pertinente.


Llegado el momento, controlaría toda la ciudad. Tendría a los ricos cogidos por las pelotas y

todos se inclinarían ante él.

Satisfecho de que todo iba según su plan, regresó a casa y se pasó por el puesto de seguridad.

Sabiendo que pasaría tiempo en su despacho, Erik le había asignado a Ella algunas de las

habitaciones de la primera planta. Danil le había informado de lo que había ocurrido el día anterior
en el patio, y ahora que sus hombres sabían que estaba allí, algunos se acercaban para verla.

Y ¿por qué no? Aquel día, vestía unos pantalones cortos que dejaban al descubierto sus

preciosas piernas, y una camiseta sin espalda y con escote bajo. Llevaba el cabello en una cola de
caballo, y parecía completamente ajena al hecho de que era el sexo personificado.

No necesitó el audio para saber lo que decían sus hombres. La deseaban, y aquello hizo que

Erik se pusiera duro con sólo pensarlo. Le pertenecía únicamente a él. Los guardas seguían en el

salón con Ella cuando Erik se acercó. Oyó fragmentos de conversación.

-Le clavaría la polla hasta el fondo.

-Me la follaría hasta que perdiera el sentido.

-Le daría en todos los agujeros.

Aunque Ella les lanzaba miradas curiosas, estaba claro que no entendía ni una palabra. Sin que

notaran su presencia, Erik observó desde el umbral cómo uno de sus guardas se aproximaba a ella.

-¿Tú chica nueva?- preguntó en un inglés poco fluido.

Ella se enderezó en medio de su tarea y le sonrió afablemente. -Sí, me llamo Ella- dijo,

tendiéndole la mano.

-Pavel- contestó el guarda, estrechándosela. Erik notó que el saludo duraba más de lo normal.

-¿Tienes esposo?

Ella no se liberó su mano. ¿Le gustaba su tacto? Pavel era un mujeriego. -No, ni marido ni

novio. Soltera. ¿Tú estás casado?

-No. Soltero. Eres guapa.

Sonrojándose, Ella retiró la mano. -Eres muy amable, gracias.


Antes de que Pavel pudiese actuar, Erik entró en la sala y se aclaró la garganta. -No sabía que

esta habitación necesitara vigilancia- dijo con tono seco, en ruso.

-Lo siento, señor- se disculpó Pavel, alejándose de Ella y cuadrándose.

-La chica está prohibida- dijo Erik sucintamente. -Podéis mirar, pero no tocar. Volved al

trabajo.

Ella frunció el ceño cuando los hombres abandonaron la sala. -¿Qué les has dicho? No era mi

intención meterles en líos.

-Sólo les he recordado que no les pago para que hablen con mujeres bonitas- mintió Erik. No era que
no quisiera ofender sus sentimientos. No quería que supiera lo que sus guardas pensaban de ella.

Ella se colocó un mechón de pelo detrás de la oreja. -No me importa. Ya sé que no habla ruso,

pero estaría bien hacer amigos. Tal vez pueda aprender tu idioma.

La expresión de Erik se endureció. -Cuando termines aquí, quiero que limpies mi oficina.

-De acuerdo- dijo ella. El desconcierto quedó reflejado en su rostro, pero Erik no quiso hablar

más del tema. Sus guardas eran unos despiadados mercenarios. No quería que hiciese amistad con

ellos.

Dejando que acabara el salón, se dirigió a la oficina. Dina se plantó delante de él, y no parecía

dispuesta a apartarse. Erik se detuvo.

-¿Pasa algo, Dina?- preguntó, con voz queda. Aunque tenía diez años más que ella,

prácticamente habían crecido juntos. A pesar de la diferencia de rango, a veces Dina se tomaba

demasiadas libertades.

-¿Me vas a sustituir? No me has dicho que no estás satisfecho con mi trabajo.

Erik sonrió con complacencia. No había pensado que Dina fuera a ofenderse. -Haces un

trabajo excelente, Dina. El puesto de Ella es temporal. No te preocupes. Tendrás menos trabajo por el
mismo sueldo.

-Oh.- Dina meditó aquellas palabras durante un momento. -De acuerdo. Ella parece agradable,

lo que quiere decir que va a destacar demasiado. Y si añadimos el hecho de que es muy guapa, creo
que te estás buscando problemas. ¿Sabes lo que han estado diciendo tus guardas?

-Me lo imagino. Vigílala cuando yo no esté. Hazme saber si alguien se comporta de forma

inapropiada con ella- dijo, intentando marcharse.

Dina se movió y volvió a bloquearle el paso. -No sé lo que está pasando, Erik, pero sé que no

es momento de mostrar debilidad. Acoger a una vagabunda no es bueno para tu reputación.

-No te dirijas a mí de esa forma- dijo Erik bruscamente. -No tengo que dar explicaciones a

nadie, pero, créeme, mis intenciones con Ella son cualquier cosa menos una señal de debilidad.

Dina abrió unos ojos como platos y se apartó rápidamente. -Siempre estás rodeado de mujeres

hermosas y ¿te fijas en ella? No me sueles sorprender.

-Vuelve al trabajo, Dina- ordenó Erik, pasando a su lado. Tras doblar la esquina, entró en su

despacho y se sentó detrás del enorme escritorio de roble. Estaba revisando los e-mails de su familia
en Rusia cuando Ella entró.

Al verlo allí, se quedó helada. -Lo siento. Volveré más tarde.

-Si no quisiera que estuvieses aquí, no te habría mandado limpiar la oficina. Cierra la puerta.

-¿De verdad te molesta que hable con tus guardas?- preguntó, nerviosamente.

-Ella, no estoy molesto. Empieza con tu trabajo- dijo en tono seco.

Confundida, Ella le miró. -¿Contigo aquí?

-Sí. Quiero que limpies los zócalos, las ventanas y los estantes. Y que quites el polvo al

ventilador del techo.

Su sonrisa vaciló, pero asintió. Erik devolvió su atención al ordenador y contestó unos cuantos

e-mails. El murmullo de él trabajando le dio tranquilidad y comenzó a limpiar. Por el rabillo del ojo,
Erik vio cómo cogía un trapo y un abrillantador y se ponía de rodillas. Al verla menear su redondo
trasero, se le puso dura y se perdió en una fantasía.

En su mente, se levantó y se acercó a ella, y deslizó lentamente los dedos por sus pantalones

cortos. Estaba húmeda y lista para él, al acariciarle los pliegues de su sexo.

Joder. Erik tomó una respiración profunda y trató de apartar aquella imagen de su mente. Era el tipo
de hombre que tenía un control completo de su cuerpo y emociones. No era propio de él
distraerse tan fácilmente con una mujer.

A medida que Ella se desplazaba por la estancia, le daba la espalda en todo momento. Si se

giraba, estaba seguro de que podría contemplar su escote, aunque tampoco le importaba la vista

posterior.

Cuando Ella se puso por fin en pie, estaba tan duro que le dolía. La culpa era sólo suya. Ella

cambió el abrillantador por el limpia cristales y roció la ventana con él.

-Dicen que el papel de periódico es bueno para esto- dijo, de repente.

Dirigiendo la mirada en su dirección, vio que aún seguía dándole la espalda. Podía

contemplarla todo lo que quisiera y ella no se daría cuenta. -¿Perdona?

Ella le miró por encima del hombro y le dedicó una tímida sonrisa. -Papel de periódico. Se

supone que es bueno para limpiar cristales. Nunca lo he probado, pero siempre me ha parecido algo

curioso.

-Ah- murmuró él, molesto. No quería hablar sobre técnicas de limpieza de cristales. Quería

que estuviese desnuda y a horcajadas sobre él.

Al estirarse para llegar más arriba, se le levantó la camiseta y dejó un poco de piel a la vista.

Tenía una fantástica cintura de avispa y deseó recorrerla con los dedos, dejando un reguero de

cálidos y húmedos besos en su vientre.

Intentando sofocar un gemido, se centró desesperadamente en la pantalla de su ordenador. A

aquel paso, tendría que ir a darse una ducha de agua fría.

-¿Tienes un taburete para llegar al ventilador?- Ella se inclinó y cogió el plumero.

Viendo una oportunidad que no podía dejar pasar, Erik se levantó de la silla y la empujó hacia

ella. –Usa esto.

Ella frunció el ceño y la miró. –Es giratoria y tiene ruedas. No muy estable, que digamos. Voy

a por una silla de la cocina.

-Yo te sujeto- ofreció él, en voz baja. Sus miradas se cruzaron y las pupilas de Ella se
dilataron.

Le deseaba tanto como él a ella.

-De acuerdo- dijo en tono quedo. Erik tomó sus manos y le ayudó a subir a la silla. Ésta giró

un poco y él colocó las manos alrededor de su cintura, para sujetarla mejor. Su rostro quedó a pocos
centímetros de su escote.

Ella carraspeó y sus pechos se movieron. -¿Seguro que estás bien ahí? Te va a caer el polvo

encima.

-No me preocupa. Haz tu trabajo, Ella- dijo él, con voz ronca. Su polla se tensó contra los

pantalones y le hizo falta toda la disciplina que poseía para no deslizar los labios por encima de su
escote.

Ella estiró los brazos para llegar al ventilador, y Erik rozó su piel desnuda ligeramente con el

pulgar. Ella sintió cómo se tensaban todos los músculos de su cuerpo e inhaló bruscamente, pero no
se detuvo.

¿Se lo estaba imaginando o le estaba dedicando un buen rato al ventilador? El silencio entre

ambos se prolongó y la tensión del ambiente aumentó. Sabía que Ella podía sentir su aliento en la

piel. Sólo les separaban unos centímetros. Cuando por fin bajó los brazos, Erik apenas pudo

controlarse.

-Ya está- susurró Ella. Por un momento, se quedó mirándole fijamente. Separó los labios y él

sucumbió. Tras dejar caer el plumero, colocó las manos sobre sus hombros, para bajarse de la silla.

Erik tenía otra cosa en mente. Dejando las manos en sus caderas, la alzó con delicadeza y

deslizó su cuerpo contra el suyo. Ella emitió un pequeño gemido y le rodeó con las piernas. Erik sólo
podía pensar en penetrarla mientras se daba la vuelta y la depositaba sobre el escritorio.

Ella echó la cabeza hacia atrás y él presionó sus labios contra la curva de su cuello. -Erik-

susurró, arqueándose contra él.

Alentado, enredó los dedos en su cabello y le quitó la goma. Cuando su bermejo pelo cayó por

su espalda, la besó. Ella le devolvió el beso con fervor.

Erik acarició la curva de su pecho con la otra mano, y bajó hasta las caderas, donde hizo
realidad su fantasía. Deslizando un dedo dentro de los pantalones, frotó la entrepierna de sus bragas.

Estaba empapada, y se mostraba intensamente receptiva. Su gemido no dejó lugar a dudas y

empujó los dedos contra su sexo. Apartando la boca, Erik observó su expresión y continuó

acariciándola. Tenía los labios separados, pero no dijo nada mientras se retorcía contra él.

Cuando él retiró la mano, ella profirió un quejido. Las manos de Erik temblaban de deseo al

recorrer con el pulgar su labio inferior. Ella sostuvo su mirada mientras atrapaba el dedo entre sus
dientes.

Erik perdió el control y lanzó un gruñido. Empujándola sobre el escritorio, le levantó la

camiseta. Besando su piel, comenzó a desabrocharle los pantalones, cuando se oyó un fuerte golpe en
la puerta.

Erik levantó la cabeza para decirle a quien quiera que fuera que le dejaran en paz, pero el

hechizo se había roto. Sonrojándose, Ella se separó de él y se puso en pie.

-Espera- murmuró Erik, pero Ella se alejó a toda prisa y abrió la puerta. Danil estaba al otro

lado con los ojos abiertos de par en par, y Ella pasó a su lado y desapareció por el pasillo.

Danil observó el desorden del escritorio y torció los labios en una irónica sonrisa. -¿Mal

momento?

-Que te jodan- le espetó Erik en voz baja. Aún seguía excitado. Sabía que no iba a descansar

hasta que la tuviese.

-No es asunto mío- dijo Danil -pero tienes un acuerdo muy delicado entre manos. A Valeria no

le va a hacer gracia que empieces a acosarte con el personal.

Enojado, Erik se pasó el pulgar por el labio inferior. Todavía podía saborearla. -No le he

prometido nada a Valeria, y dudo mucho que acepte algo de esa familia. Y tienes razón. No es asunto
tuyo.

Cuando le empujó para pasar a su lado, Danil le agarró del brazo. Sorprendido, Erik volvió la

cabeza y le miró. El especialista en información nunca se había atrevido a hablarle de aquella

manera, y mucho menos a ponerle la mano encima. -Señor, es una chica muy guapa, pero no creo que

merezca tanto la pena como para echar por tierra el acuerdo.


Observándole con expresión furiosa, Erik liberó su brazo de un tirón. -No te olvides de quién

es el jefe. Me debes mucho dinero, Danil, y te dejo que me lo pagues con información. Podría hacerte
pagar en metálico y no sería nada agradable. No cuestiones lo que hago, y no me vuelvas a tocar.

Danil no dijo nada más y Erik dejó que se fuera, pero el daño ya estaba hecho. Seguramente,

Ella ya se habría tranquilizado, aunque no tenía ni idea de qué demonios podría estar pasando por su
cabeza.

Capítulo Nueve

Ella no se detuvo hasta llegar a su cuarto. Le ardía el cuerpo, y el corazón le golpeaba

fuertemente en el pecho. A pesar de todas sus fantasías, nunca pensó que Erik la mirara dos veces, y
ya no digamos acariciarla y besarla.

Tras cerrar la puerta de golpe, se apoyó contra ella y cerró los ojos. Aún podía sentir la huella

de sus dedos y sus labios. Apenas habían comenzado a tontear, y ella había estado a punto de estallar.

¿Qué habría ocurrido si no les hubieran interrumpido? Ella no practicaba el sexo casual. No

sólo porque no tuviera tiempo. Había tenido dos novios con anterioridad. Se sentía en baja forma y
nada sexy.

Lentamente, se deslizó hasta el suelo y golpeó la cabeza contra la puerta. ¿En qué demonios

estaba pensando? Era su jefe. Tenía muchísimo dinero y, seguramente, en el club estaría siempre

rodeado de mujeres hermosas. Ella no era más que un capricho pasajero. Además, ¿qué pasaría si no

le satisfacía? Podría retirarle los fondos y echarla.

Todo era culpa suya. Le había entusiasmado tanto su oferta que se había olvidado de ser ella

misma. No era la persona asustadiza que andaba de puntillas por los pasillos, pero tampoco era la

desvergonzada mujer que se tiraba a su jefe sobre el escritorio.

De repente, le inundó la ira. Él creía que era una chica fácil, y ella no había hecho nada para

disuadirlo. Probablemente había pensado que iba a estar tan feliz con el maldito dinero, y tan

deslumbrada por su riqueza, que se dejaría hacer cualquier cosa.

-A la mierda- murmuró, poniéndose en pie. Puede que hubiese actuado de forma atípica, pero

aún no era demasiado tarde, le dejaría muy claro que no estaba dispuesta a mezclar negocios con
placer. -Seguro que ya lo ha olvidado- se dijo a sí misma, buscando otra goma para el pelo.

Retirándose el cabello del rostro, se miró en el espejo. Todavía estaba ruborizada, pero tenía un

aspecto menos provocativo con el pelo recogido.

Aún le quedaban dos habitaciones por limpiar. Si algo podía hacer para demostrarle que

aquello no le había afectado, era seguir con sus tareas. Regresaría a la planta baja y terminaría la
lista, pero se había dejado los productos de limpieza en la oficina.

Antes de reunir el valor para ir a recuperarlos, se detuvo en el cuarto de baño y se refrescó el

rostro con agua fría. Cuando por fin bajo las escaleras y se acercó a la oficina, la puerta estaba
cerrada y los productos de limpieza en el pasillo.

-Eso responde a mi pregunta- se dijo a sí misma. Estaba claro que no quería verla. Tras

hacerse con sus cosas, enderezó los hombros y alzó la cabeza. No iba a dejar que aquello la asustara.

Necesitaba el dinero.

Al final del pasillo, uno de los guardas la observaba. No era el simpático con el que había

hablado antes, pero la lujuria es un lenguaje universal y pudo interpretar su expresión. Ella quería
evitarse más problemas, por lo que bajó la mirada y siguió caminando. Más allá de la oficina, había
un salón. El mobiliario parecía bastante anticuado - con cojines de terciopelo y madera barnizada.

No había pensado que era su estilo, pero no estaba allí para sopesar los gustos de Erik.

Tomó un rodillo quita pelusas y se puso a trabajar en los cojines. La forma en la que el papel

adhesivo se deslizaba sobre el terciopelo le recordó al pulgar de Erik rozando su labio inferior.

Cerrando los ojos, se detuvo y tomó una respiración profunda. ¿Qué demonios estaba haciendo allí?

-¿Tú bien?

Ella dio un respingo y se giró. No se había dado cuenta de que no estaba sola. El guarda del

pasillo la miraba con el ceño fruncido desde la puerta. -Tú no limpiando. ¿Tú bien?

No había nada delicado ni amable en el aspecto de aquel hombre, pero parecía que se estaba

esforzando. Ella asió con más fuerza el rodillo y trató de sonreír. ¿Qué iba a hacer exactamente con
aquel rodillo? ¿Golpearle?

-Estoy bien. Un poco cansada.

Él se acercó. -Yo ayudo.


Ella dio un paso atrás. Aquello no le había sonado muy bien. -O podría tomar un café. Voy a la cocina
a por una taza.- Colocándose contra la pared, intentó deslizarse a un lado, pero él le bloqueó el paso
con el brazo.

-Tú muy guapa- dijo, inclinándose hacia ella.

Ella volvió la cabeza. -¿Llevas mucho tiempo trabajando aquí? Creía que Erik, el Sr.

Chesnovak, tenía una norma de no confraternización.- El hombre apenas habla inglés, ¿y esperaba

que entendiese "confraternización? Apretando los dientes, lo volvió a intentar. -No tocar.

En lugar de dejarla en paz, el guarda levantó el otro brazo, atrapándola contra la pared. -¿No

tocar?- dijo con lascivia.

-No tocar- murmuró ella. Cuando él se inclinó un poco más, Ella puso el grito en el cielo. Le

propinó una patada en la entrepierna y extrajo su pistola de la funda. La manejó con torpeza,

intentando darle le vuelta. Él gritó de dolor y volvió a intentar atraparla, pero ella le apuntó con
manos temblorosas.

-¿Qué demonios está pasando aquí?- bramó Erik irrumpiendo en la habitación. Dos hombres le

seguían de cerca y, antes de que Ella se diera cuenta, la estaban apuntando con sus propias pistolas.

El guarda que la había acosado dijo algo en ruso y Erik levantó una ceja. -Dice que te ha

sorprendido robando.

-¿Qué demonios cree que estaba robando? No hay más que cosas viejas y cutres- murmuró

Ella. Le sudaba las manos, pero no movió el arma. Aunque en el fondo, sabía que era incapaz de

apretar el gatillo. ¿Lo sabría él?

En el rostro de Erik se dibujó una pequeña sonrisa. -A mí me gusta. Son los muebles de mi

abuela.

Estupendo. Desvió la mirada hacia él. -Ha intentado besarme. Le he dicho que no, y estoy

segura de que entiende esa palabra.

La expresión de Erik se endureció y dijo algo en ruso. El hombre respondió y, de repente,

todos se pusieron a discutir. Ella comenzó a sentir pánico. Aquellos hombres probablemente habían

trabajado juntos durante años. ¿Por qué iban a creerle?


Los guardas avanzaron en su dirección. Ella se puso tensa, pero los hombres de Erik agarraron

bruscamente al guarda y lo sacaron del cuarto. Ella lanzó un suspiro de alivio. Erik cruzó

rápidamente la habitación y tomó la pistola de sus manos. Ella dio una sacudida antes de dejarse caer
contra la pared. -Te podría haber disparado- dijo con voz débil.

-Lo dudo- respondió él en tono suave, depositando el arma sobre la mesa. -No dispararías a

nadie.

Trató de tocarla, pero ella se apartó. -No sé lo que esperas de mí. Sé que me has ofrecido

mucho dinero, pero no voy a ser un juguete para ti y tus hombres.

El rostro de Erik se retorció en una fea expresión, la agarró y la empujó contra la pared. -

¿Estás comparando lo que ha pasado entre nosotros con lo que ha hecho él? Si mal no recuerdo, no te
negaste.

Cerrando los ojos, Ella volvió la cabeza. -Por favor, deja que me vaya. Olvidemos el dinero.

Sólo quiero irme a casa.

-El único sitio al que vas a ir es tu habitación. Voy a encargarme del guarda y después

hablamos- dijo fríamente.

Enojada, Ella le propinó un empujón, pero él no se inmutó. -No me puedes retener.

-Tengo quince hombres armados rodeando esta casa. Puedo retener lo que me apetezca. Vete a

la habitación- rugió.

Conteniendo las lágrimas, Ella corrió por el pasillo y subió las escaleras. Cuando cerró la

puerta de su cuarto detrás de ella, rompió a llorar.

-Lo has fastidiado todo, Ella- se susurró a sí misma. Se había dejado seducir por el dinero, y

ahora estaba metida en aquello hasta el cuello. Atrapada por un completo desconocido.

No sabía cuánto tiempo había transcurrido cuando escuchó un golpe en la puerta del

dormitorio. Acurrucándose más, se negó a abandonar la seguridad de la esquina en la que se

encontraba.

-Ella- llamó Erik. -Estoy sólo. Abre la puerta.


Lentamente, Ella se puso en pie y abrió. -No puedo explicar lo que ha ocurrido entre nosotros,

pero no va a volver a pasar. Y si estoy aquí para ser tu juguete sexual, ya me puedes dejar marchar
ahora mismo.

Mirándola fijamente, Erik se metió la mano en el bolsillo y sacó un trozo de papel. -Aquí

tienes un tercio del dinero que te prometí- dijo, entregándoselo. -Es tuyo.

Recelosa, tomó el cheque y le dio la vuelta. La única vez que había visto tantos números juntos

fue en las facturas del hospital. -Gracias- murmuró.

-Te puedes ir. No te voy a detener, pero hay un cheque por el doble de este si te quedas. Mis

hombres no te van a tocar. Ivan no lleva mucho tiempo conmigo, y ahora no va a llevarlo con nadie.

-¿Qué demonios significa eso? ¿‘No va a llevarlo con nadie’?.

Una extraña sonrisa apareció en su rostro. -Digamos que ya no tienes que preocuparte por él.

Ella, no te contraté como juguete sexual. No sé lo que piensas de mí, pero no necesito pagar para

follar.

-De acuerdo. Entonces, si me quedo, ¿me garantizas que nadie me va a tocar?

-Ninguno de mis hombres te va a tocar.

Los hombros de Ella se desplomaron y miró al suelo. -Gracias.- Estaba dolida, pero no tenía

sentido seguir con discusión.

-Hay algo que quiero de ti.- dijo con voz fría, y Ella tragó saliva. -Dime que me deseabas.

Incrédula, se quedó boquiabierta. -¿Me estás tomando el pelo?

-Me acabas de comparar con un acosador- dijo. No te estoy tomando el pelo.

-De acuerdo.- Ella levantó la cabeza, desafiante. -Te digo lo que quieres oír si contestas a mi

pregunta. ¿Por qué me contrataste exactamente? No necesitas una criada, y nadie cree que eres un tipo
caritativo. ¿Qué pasó exactamente por tu cabeza?

Se hizo un silencio, y Erik entrecerró los ojos. -Tómate el resto del día libre- dijo. -Puedes

terminar mañana.

-Mañana quiero ver a mi madre- dijo Ella rápidamente. -Sin escolta.


-La escolta no es negociable, y ya viste a tu madre hace dos días.

-¿Por qué eres tan despiadado? Mi madre se está muriendo. Si pudiera, pasaría todo el tiempo

con ella. ¿Cómo te sentirías si tu madre estuviese en el hospital?

Erik se tensó y se dio la vuelta. -Mi madre está muerta.- Se quedó mirando por la ventana, y

Ella cerró los ojos.

-Lo siento. No lo sabía. Escucha, si prometo limpiar antes, ¿puedo ir a verla? ¿Y que la

escolta se quede en el coche?- preguntó en tono suave.

Él se volvió para mirarla. -Siempre que nos entendamos el uno al otro.

¿Qué había que entender? ¿Que él la tentaba con dinero o que se había negado a responder a su

pregunta?

-Claro- murmuró ella. Si aquello significaba que podía ver a su madre, aceptaría cualquier

cosa.

El teléfono de Erik sonó, lo sacó del bolsillo y lo miró con el ceño fruncido. Tengo que

contestar. ¿Estás bien?

-Estoy confundida. ¿Estás aquí para asegurarte de que estoy bien o de que sé cuál es mi lugar?-

preguntó. Erik únicamente la miró, antes de salir de la habitación dando un portazo.

Frustrada, Ella hizo lo único que le consolaba. Agarrando su propio teléfono, llamó a su

madre. -Hola, cariño.

Ella escuchó la debilidad en la voz de su madre y contuvo un sollozo. No debería acudir a su

madre en busca de apoyo. Ella debería estar apoyando a su madre. Plantando una sonrisa falsa en su
rostro, tomó una respiración profunda. -Hola, mamá. ¿Has tomado gelatina verde hoy?

-No- respondió Heather con voz ronca. -Sólo tenían naranja. No me gusta la gelatina naranja.

Pero me han dejado tomar sopa.

-¿Sopa? ¿Estaba buena?

-Deliciosa.- La voz de su madre siempre subía de tono cuando mentía, y Ella sonrió. -¿Qué tal

el día?
Tamborileando suavemente con los dedos en la pared, Ella tragó saliva. -Mi jefe es un poco

frustrante.

-¿De qué manera?

-No es fácil de interpretar. A veces creo que le caigo bien y otras que me odia. Pero aparte de

eso, todo va genial.

-¿Es atractivo?- Su madre sonaba interesada, y más alerta.

Ella rió. -Sí, pero eso no significa nada. Está fuera de mi alcance, y es mi jefe. Y, como he

dicho antes, es muy frustrante.

-Cariño, nadie está fuera de tu alcance. Y todos los hombres son frustrantes. Haz caso a tu

instinto. Eres una chica inteligente. Sé que siempre tomas las decisiones correctas.

Mordiéndose el labio inferior, Ella asintió con la cabeza. -Te quiero, mamá.

-Yo también, cariño. Cuéntame más mañana.

-Mañana te lo contaré en persona.

-Oh, ¡qué bien! A lo mejor puedes traer a tu apuesto jefe contigo, para que pueda deleitarme.

Ella no pudo evitar sonreír. -Veré qué puedo hacer- Tras colgar, exhaló una bocanada de

aliento y rió ¿Su madre pensaba que siempre tomaba la decisión correcta? ¿Dónde estaba su instinto
cuando decidió que Josh era el amor de su vida? Cuando la echaron de Atherton, ni siquiera se

molestó en apoyarla. ¿Su respuesta? Lo siento, nena. Estas cosas pasan. Seamos realistas. Tú no
encajas aquí, ¿no crees?

Su familia no era rica ni poderosa. Estaba allí gracias a una beca, y la única razón por la que

Josh se interesó por ella, fue porque sentía debilidad por las pelirrojas. Para ser justos, había

intentado ayudarla con el trabajo y, como un idiota, aceptó. En aquel momento, no creía tener
ninguna otra opción. Pero aunque el sueldo era bueno, el trabajo en sí era horrible. Para ellos, Ella
era

simplemente un buen culo que contemplar. Lo único que echaba de menos de aquel sitio era la

nómina.

Puede que su madre confiara en su instinto, pero ella no. Ya no estaba segura de confiar en nada.
Capítulo Diez

Erik hizo que le subieran la cena de Ella a su cuarto, pero cuando finalmente se arrastró

escaleras arriba bien pasada la medianoche, la bandeja seguía en el pasillo, intacta.

Se detuvo delante de la puerta y pensó en entrar por la fuerza y obligarla a comer, pero lo

cierto era que no sabía si se podría controlar delante de ella. Cuando no quería besarla, quería

estrangularla.

Más temprano, quiso hacer ambas cosas.

-Estúpida- gruñó, alejándose de la puerta. Su presencia no tenía por qué ser tan complicada.

Se suponía que debía caer rendida a sus pies, y ahora prácticamente había sido acosada bajo su

propio techo. Aún se enfurecía al recordar la expresión de miedo y pánico en su rostro mientras

sostenía el arma.

Matar nunca había sido satisfactorio. A veces, los muertos le atormentaban en sueños. Una

confusa bruma de hombres suplicando por sus vidas. No pasaría lo mismo con Ivan.

Era inoportuno. Aquel no era momento de divulgar rumores que le relacionaran con un

cadáver, pero no había forma de dejar que aquel hombre viviera después de atreverse a tocar a su

mujer.

Tras despojarse de la ropa, se arrojó sobre la cama y cerró los ojos. Había sido un día duro.

Primero, había conseguido probar a Ella, después, había matado por ella, al final, casi le había

rogado que se quedara. Y ahora, jamás iba a poder tocarla de nuevo. Huelga decir que no pudo

conciliar el sueño.

Extendiendo un brazo sobre la cama, se giró y contempló la pared que separaba sus

dormitorios. Delicada y firme. Dulce y sensual. Tenaz y tímida. Era un revoltijo de contradicciones, y
se veía incapaz de intentar entenderla.

Su teléfono se iluminó y Erik gruñó. Valeria. Si había una persona con la que no quería volver a
hablar, era ella. Tras pulsar el botón de ignorar, dejó el móvil y rodó en la cama. Si hubiese dejado
saltar el contestador, ella no habría notado la diferencia, pero quería que supiera que la estaba

ignorando.
Luego pagaría el precio, pero de momento, le hizo sentir bien.

Valeria Yashin. Obligado a abandonar su territorio en Rusia, Rostilav Yashin se trasladó a

Estados Unidos con su familia y hombres de confianza para abrirse camino a la fuerza. Cinco años

atrás, no era nadie, pero pronto adquirió una implacable reputación. Los traficantes y delincuentes de
poca monta huyeron, y los grandes que osaron interponerse en su camino, murieron de forma
violenta.

Cuando el padre de Erik mencionó su intención de expandirse en América, se puso en contacto con

Rostilav.

El trato era que Erik se mantuviera fuera del territorio del Rostilav y accediera a casarse con

su hija. El problema de Valeria era que era como su padre. Hermosa pero cruel. Políticamente, era

una unión perfecta, pero personalmente, una pesadilla infernal. Erik sólo accedió a considerarlo, y
para Rostilav aquello fue suficiente. Por lo visto, había pensado que en el momento en que posara sus
ojos sobre Valeria, sería incapaz de negarse.

Pero ya había transcurrido un año y Erik sabía que se le estaba acabando el tiempo. Si no les

daba una respuesta pronto, tomarían represalias, y Erik no estaba preparado para un ataque de

Yashin. Si se negaba, estaría muerto antes de que empezara. Esperando poder mantenerse a flote, se
sumió en un sueño intranquilo.

Cuando soñó con Ella, estaba acostada en su cama. Cubierta en su propia sangre.

Al despertar a la mañana siguiente, eran más de las ocho. Estaba malhumorado y somnoliento,

y le esperaba el largo turno del viernes en la discoteca. Cuando todo estuviese listo, contrataría más
administradores. Por suerte, aquel día no tenía ninguna reunión importante. Siempre que todo fuera
bien en el club, el día transcurriría sin problemas.

La rubia reclinada en la mesa del comedor no auguraba el mejor de los comienzos. -Valeria-

saludó con voz cansada. -Qué sorpresa.

Ella deslizó una uña roja sobre la mesa. -Anoche no respondiste a mi llamada. He venido a

toda prisa para asegurarme de que estás bien- dijo con coquetería.

-Me llamaste hace ocho horas. Si no estaría bien, llegarías demasiado tarde- murmuró con

tono seco, sentándose. La puerta se abrió y Erik consiguió reprimir una exclamación de sorpresa. En
lugar de Dina, era Ella la que le traía el desayuno.
La joven miró de inmediato a Valeria, pero no dijo nada, y depositó la bandeja sobre la mesa.

-¿Debería haber acudido al instante?- peguntó Valeria. -Necesito mis ocho horas de sueño. Esto no

ocurre de forma natural- dijo, gesticulando en dirección a su propio rostro. Tras levantar la mirada,
frunció el ceño. -Tú eres nueva.

Dudando, Ella miró a su jefe. –Me llamo Ella. Dina no se encuentra bien, le estoy ayudando.

-Americana- exclamó Valeria en tono mordaz. -Qué interesante. Dime, Ella, ¿cuánto tiempo

llevas trabajando para el Sr. Chesnovak?

-Ella- interrumpió Erik. -¿Nos podrías dejar solos? Tenemos negocios de los que hablar.

-Claro.- Ella salió del comedor. Cuando la puerta se cerró tras ella, Valeria frunció el ceño.

-¿Crees que es buena idea contratar ayuda externa? Sólo porque tiene una cara bonita no

significa que puedas confiar en ella- protestó.

Erik sorbió su café y cogió el plato de la bandeja. -¿Celosa de una sirvienta? Eso no es propio

de ti.

-Estoy harta de tus juegos, Erik. Quiero una respuesta ahora mismo.

-¿En serio?- Erik dejó su taza de café, otro legado de su abuela, y se reclinó en la silla. -Tu

padre está de acuerdo en que establecer mi negocio es más importante. No te gustaría estar atrapada
en un matrimonio si no cumplo mi parte del trato, ¿verdad? Si fracaso, tendré que volver a Rusia. Si
eres mi esposa, tendrás que regresar conmigo.

Valeria puso los ojos en blanco. -Por favor. No vas a fracasar ni aunque lo hagas aposta. Sé

exactamente lo que ocurre en ese sótano, así que sé a quién tienes en el bolsillo. Tu club ya es un

éxito y quiero una respuesta. Ahora.

-Paciencia, Valeria- dijo él en tono suave.

Ella se levantó y golpeó la mesa con las palmas de las manos. -O me respondes ahora mismo o

te juro por Dios que le rajo el cuello a la pelirroja.

Erik apretó los dientes. -No.

-¿No, no me vas a dar una respuesta o no, no me vas a dejar matar a tu nuevo juguetito sexual?

-Simplemente, no.
Valeria se dio cuenta de lo que estaba infiriendo y le miró fijamente. Erik podía ver cómo

hervía de rabia. -¿Tienes idea de lo que va a pasar ahora?

-Mi territorio y el de tu padre están separados por cientos de kilómetros. Se puede quedar con

toda Las Vegas. No tengo ningún interés en la ciudad del pecado. No hay razón para que toméis

represalias. El trato era que me lo pensaría, y eso es lo que he hecho. Si me hubieras dado más

tiempo, quizás la respuesta habría sido afirmativa, pero como me has obligado a contestar antes de
estar preparado, es que no. Un no rotundo. Prefiero estar muerto a encadenarme a alguien como tú.

Las fosas nasales de Valeria se ensancharon con furia. -¿Cómo te atreves? Te ofrezco doblar tu

fortuna. Te ofrezco esto...- Se señaló el cuerpo, desde el cuello hasta los muslos. -Dormir junto a esto
todas las noches, y ¿me rechazas?

Erik sacudió la cabeza e hizo chasquear la lengua. -Te comportas como si nadie te hubiese

rechazado antes. Cosa que me sorprende bastante.

Valeria inhaló bruscamente y se enderezó. -Esto no va a quedar así- espetó, y salió a grandes

zancadas del comedor. Erik disfrutó del silencio y cerró los ojos. Se sentía como si se hubiese

quitado un enorme peso de encima.

-Ella. Entra, por favor- dijo en tono suave. Oyó una maldición al otro lado de la puerta, antes

de que ésta se abriera.

-No estaba escuchando- dijo, rápidamente. -Venía a ver si querías más café.

-¿Es verdad que Dina está enferma?

Ella miró al suelo. -Estaba bien por la mañana, pero cuando vio a esa mujer en la mesa, me pidió que
la sustituyera. Dijo que haría una de mis habitaciones a cambio. Pensé que no habría

problema. Puedo llevar una bandeja a una mesa.

Era obvio que Dina había querido que Ella viese a Valeria, lo que significaba que sospechaba

que Ella sentía algo por él. O viceversa. Sólo uno de aquellos escenarios le hacía sentir bien. -¿Qué
opinas de esa mujer?

-No creo que sea apropiado dar mi opinión sobre uno de tus invitados- murmuró.

-Haz lo que te pido- dijo él, en tono suave.


Ella se colocó un mechón de pelo detrás de la oreja. -De acuerdo. Está claro que está

acostumbrada al dinero. Trata al personal como esclavos, y se nota que se ha hecho arreglos. Nadie
tiene las tetas tan grandes ni tan firmes sin operarse. Tiene el pelo tan decolorado que seguramente se
le esté cayendo, y su bronceado es demasiado naranja para ser real. Mi opinión es que es tan falsa que
probablemente no tenga ni un sólo hueso auténtico en el cuerpo. Es una persona horrible. ¿De

verdad es tu prometida?

Erik rió. -No esperaba tanta honestidad. ¿Estás celosa?

Ella cuadró los hombros y toda emoción desapareció de su rostro. -Eres mi jefe. No tengo

ningún motivo para estar celosa. Nuestra relación es meramente profesional.

-Exacto- murmuró él. -¿Quieres que te diga si es mi prometida?

-No es asunto mío.- Ella cogió la bandeja de la mesa.

Erik la miró, divertido, mientras se llevaba su desayuno. -Aún no he terminado.

-Sí lo has hecho- le espetó ella. Y sin añadir palabra, salió del comedor.

-Parece que ninguna de mis mujeres está contenta esta mañana- murmuró, cogiendo su taza de

café.

-Jefe.- La puerta se abrió y Matvei asomó la cabeza. -Me he enterado de lo que pasó ayer.

¿Fue Dina?

Erik hizo un esfuerzo para no poner los ojos en blanco. Matvei llevaba años enamorado de

Dina, pero nunca hablaba con ella. -Fue Ella. Dina está bien.

-Entonces, ¿dónde está? La chica nueva nos ha servido el desayuno.

-Dina está bien- repitió Erik con calma. -Sólo se está inmiscuyendo en lo que no debería. ¿Qué

hay en la agenda para hoy?

Matvei no pareció satisfecho con la respuesta, pero lo dejó pasar. -Todas las chicas están

reservadas. Parece que tus clientes quieren darse un último revolcón antes del fin de semana. Leonid
está pasando la voz sobre el nuevo producto de esta noche. Ha llegado una solicitud para la sala VIP,
pero la hemos rechazado.

Erik levantó la mirada bruscamente. -¿Por qué?

Matvei miró incómodo al suelo. -Parece que las chicas han escuchado que hay alguien nuevo
en la ciudad. Otro ruso. Creo que podría tratarse de Yashin. Es más que probable que fuera él el que
quería la sala para esta noche, y pensé que no querrías ofrecerle una buena vista del club.

-Pensaste bien- dijo Erik airadamente. -¿Cómo de fiable es esa información?

-Nos ha llegado de más de una fuente. Creo que deberíamos tenerla en cuenta.

Repicando con los dedos en la taza, Erik intentó pensar en los motivos de Yashin. Si le

encontraba en la ciudad antes de que Erik decidiera sobre la propuesta de matrimonio, corría el

riesgo de que la rechazara por despecho. Entonces, ¿por qué se arriesgaría Yashin?

Sólo una respuesta tenía sentido, y a Erik no le gustaba nada. -Dile a las chicas que extraigan

información durante el almuerzo. De forma sutil, por supuesto. Quiero verificarlo antes de tomar

medidas. También quiero vigilancia extra en el club. No sólo Valeria y su padre no son bienvenidos,
tampoco quiero allí a ningún distribuidor independiente. Podríamos necesitar varias semanas para

eliminarlos, pero quiero dar ejemplo esta noche. Sed amables, pero firmes y claros. Y si vuelven a
poner un pie en mi club, les romperé los dedos.

-Sí, señor. ¿Algo más?

Haz que Zoya me prepare otro desayuno y envíalo a la oficina. Y, por favor, no dejes que la

chica nueva le ponga las manos encima. Hoy no está precisamente contenta conmigo.

Matvei frunció el ceño. -Si quieres, la puedo despedir.

-No- dijo Erik sacudiendo la cabeza. -Me resulta entretenida.- Despidió a Matvei y se puso en

pie. Una vez en su despacho, cerró la puerta y cogió el teléfono.

-Padre- dijo en voz baja. En Rusia era casi la hora de cenar, y su padre era un hombre muy

puntual. -He rechazado la oferta de Yashin.

-Me lo temía- dijo su padre con un suspiro. -¿Te preocupan las consecuencias?

-No tanto como sus intenciones desde el principio. He rechazado a Valeria esta mañana, pero

parece que Yashin lleva días husmeando en mi territorio. ¿Confías en él?

-Erik, ¿qué te he enseñado? No confíes en nadie. Si crees que Yashin está sucio,

probablemente lo esté. En Rusia, un movimiento contra ti es una afrenta contra mí, pero parece que se
siente seguro con un océano de por medio. -Ten cuidado, hijo.
Erik colgó el teléfono e inhaló bruscamente. ¿A qué estaba jugando Yashin?

Capítulo Once

Ella terminó de limpiar la cocina justo cuando entró Dina. Tenía una expresión satisfecha en su

rostro. -Gracias por sustituirme- dijo, burlonamente.

-Lo has hecho a propósito- se quejó Ella. -Querías que esa mujer me viera. Lo que no sé es

por qué.

-Valeria va será algún día la dueña de esta casa. Pensé que deberías saber en qué te estás

metiendo.

Tras encender una aspiradora inalámbrica, Ella la pasó por debajo de la mesa. Aquello le dio

un par de minutos para ordenar sus pensamientos. Cuando la apagó, se volvió hacia Dina con aire

desafiante. -Si tienes un problema conmigo, puedes decírmelo. Pensé que te estaba haciendo un favor,
pero está claro que tus intenciones eran otras.

-Por favor- resopló Dina. -El Sr. Chesnovak contrata a una americana para trabajar en esta

casa. Al principio pensé que eras un espía, pero no hablas ruso, y no pareces muy interesada en

ninguno de nosotros. Sólo pareces interesada en él. Al principio no le di importancia. El personal


femenino viene y va, y la mayoría se encapricha con el Sr. Chesnovak, pero ha matado a un guarda

por ti. Y eso me ha dado qué pensar.

Ella sintió náuseas. -¿Qué?- susurró.

-Teniendo en cuenta que sigue una rigurosa política de no matar a nadie mientras establece La

Orquídea Negra, me parece bastante curioso que haya roto su propia regla por ti. ¿Qué relación

tienes con él? ¿Cómo le conociste?

Ella apenas oía sus preguntas, se aferró al borde de la mesa e intentó respirar. ¿Erik había

ordenado matar a aquel hombre? ¿Qué tipo de persona era? -Me tengo que ir. Tengo que salir de
aquí.

Trató de pasar junto a Dina, pero la chica rusa la agarró del brazo. -No tienes ni idea de lo que

hace Erik, ¿verdad?


-No quiero saberlo- dijo Ella, tratando de escabullirse, pero Dina era más fuerte de lo que

parecía.

-Respira- le ordenó Dina. -No puedes irte sin más, Ella. Siéntate y respira.

Ella se dejó caer en una silla e intentó concentrarse en respirar. Trató de contar. De resolver

problemas de matemáticas en su cabeza. El pánico continuaba ahogándola.

-Eres una tonta que no sabe dónde se ha metido. Tan inocente. Tan afable. Debe ser por eso

que actúa de esa forma contigo. Escúchame- dijo Dina en tono suave. -Erik Chesnovak es un hombre

muy poderoso. Si alguien no cumple sus reglas, lo acaba pagando. Te está protegiendo, así que no

debes tener miedo.

Ella la observó incrédula. -¿Estás loca? ¿Qué pasa si hago algo que le cabree? Vivo en una

casa llena de guardas armados. Nadie sabe que estoy aquí. La única persona con la que estoy en

contacto es mi madre, y no sólo está siempre medicada, cree que soy una ayudante ejecutiva. Tendría
que pasar más de una semana para que empezara a sospechar que me ha pasado algo. ¡Soy una

sirvienta pésima!

-No te va a matar porque hagas mal tu trabajo- afirmó Dina en tono seco. -¿Tienes otro motivo

para estar aquí?

-Necesito el dinero.

-Entonces no tienes de qué preocuparte. Mantén la nariz fuera de los negocios de Erik y haz tu

trabajo, y recibirás tu dinero. Las únicas personas que deben temer a Erik son las que quieren hacerle
daño. El guarda intentó acosarte, y lo hizo a sabiendas de que estabas bajo la protección de Eirk.

Ella levantó la cabeza bruscamente. -Me acabas de decir que la muerte del guarda te ha dado

qué pensar y ahora me estás diciendo que no hay nada de qué preocuparme. ¿Con qué historia me

quedo?

-¿Qué se supone que debía pensar?- exclamó Dina. –Creía que eras una americana

cazafortunas intentando ganarse los favores de un millonario. Erik nos protege, y nosotros a él.

-Me ofreció el trabajo. Por un año. Dinero suficiente para pagar la operación de mi madre y algo
más. Una operación que necesita para vivir. ¿Tenía dudas sobre su oferta? Por supuesto. ¿Me
siento atraída por él? Tendría que estar muerta para que no fuera así. Pero ni por un instante he

pensado que soy algo más que un caso de beneficencia. No estoy aquí para robarte a tu jefe. Estoy

aquí para salvar a mi madre.- Ella miró a Dina.

-Eres la mujer más ingenua que conozco. Tienes que quedarte, Ella. Si intentas marcharte, Erik

sabrá que pasa algo. Aquí estarás segura. Él te protegerá. Nos protege a todos. ¿No merece la pena un
año de discreción para salvar la vida de tu madre?

Ella tomó una respiración profunda y sopesó sus opciones.- ¿Qué hace Erik para ganarse la

vida?

-Es el dueño de un club- dijo Dina con una sonrisa. –Es todo lo que tienes que saber.

Poniéndose en pie, Ella asintió con la cabeza. El dinero era demasiado importante como para

abandonar ahora. Intentaría olvidar todo lo que le había contado Dina, y se concentraría en hacer su
trabajo. Por supuesto que Erik no era solamente el dueño de un club, aunque hacía tiempo que ya lo
sospechaba. Tenía prácticamente un ejército en casa. Se ocuparía de sus asuntos e ignoraría sus

sospechas y todas las pruebas que las apoyaban. Por su madre.

-Le ha rechazado- le dijo a Dina. -A Valeria. Le ha dicho que no se va a casar con ella.

Los ojos de la otra joven se agrandaron. -Estás equivocada- murmuró. -Erik no haría eso.

-¿Está enamorado?

-¿Enamorado?- Dina lanzó una risotada.- Lo dudo. Esa mujer es una víbora. Pero ella y su

padre tenían la impresión de que Erik se casaría, y no son personas a las que se deba rechazar.

Espero que tenga un plan, porque la familia Yashin no es nada benévola.

-Tienes miedo- observó Ella. -A pesar de lo que sabes de Erik, crees que Valeria es peor.

Dina apartó la mirada. -Vuelve al trabajo, Ella. He hecho la oficina, lo siguiente es el

dormitorio de Erik. Ocúpate de tus cosas y no le digas a nadie que hemos tenido esta conversación.

Créeme cuando te digo que confío en Erik.

Ella la observó detenidamente. -Entonces, la pregunta sería si yo confío en ti. Dina no dijo nada
mientras Ella se alejaba, pero sabía que la joven la estaba observando fijamente.

De camino al tercer piso, no pudo evitar mirar a todos de forma diferente. ¿Eran los hombres
armados guardas? ¿O asesinos a sueldo? ¿Había cuerpos enterrados en aquel jardín? ¿Mataba

también el resto del personal? Quizás Zoya envenenaba la comida de la gente. Nestor y Oleg

probablemente sabían donde enterrar los cuerpos.

Estaba confundida. Seguro que el guarda era un despiadado asesino, pero ella había sido la

causa de su muerte. ¿Se debería sentir culpable?

Nada más llegar al dormitorio de Erik, le sonó el móvil. Lo sacó del bolsillo y el corazón le

dio un vuelco. Era el puesto de enfermeras del hospital. Inhalando bruscamente, abrió la puerta y la
cerró tras ella.

-¿Sí?- contestó con voz temblorosa.

La mujer al otro lado de la línea habló de forma rápida pero alegre. -¿Srta. Davis? Es la Dra.

Eddison. Tengo buenas noticias para usted.

Ella sintió un inmenso alivio y se apoyó contra la puerta. -¿Buenas noticias?- repitió,

débilmente.

-Tenemos un donante para su madre. Ha pasado la prueba inicial y es compatible.

-¿De verdad?- Ella presionó una mano contra su boca y comenzó a reírse. -Es una noticia

magnífica. Muchas gracias. ¿Qué va a pasar ahora?

-Siguiendo el protocolo, el donante se someterá a otras dos semanas de pruebas con un asesor

independiente. Para garantizar que está en buenas condiciones físicas y mentales y que entiende el
alcance de donar una porción de su hígado. Las estadísticas de su madre siguen siendo bastante

buenas, y siempre que todo vaya según lo previsto, estará en buena forma para la cirugía. Es muy

inusual que alguien se ofrezca para este tipo de trasplantes. Su madre es muy afortunada.

-¿Se lo ha dicho ya?

-Sí. Heather está muy contenta. Debería llamarla más tarde, cuando esté más despejada. Estoy

segura de que le encantará compartir la noticia con usted.

Su risa se convirtió en una incontrolable carcajada. La Dra. Eddison fue paciente, y Ella

consiguió controlar sus emociones.


-Dra. Eddison, es usted un ángel. No sé qué decir. ¿Qué hacemos mientras tanto?

-El donante se someterá a varios análisis de sangre para asegurarnos de que no haya cambios

físicos, y usted y su madre sólo tienen que esperar. Este tipo de cirugía es bastante delicada, sobre
todo tras una larga enfermedad. Vamos a centrarnos en estabilizar la presión arterial y la frecuencia
cardíaca. Cuanto más saludable esté para la operación, las probabilidades de éxito serán mayores.

Manténgala animada, Srta. Davis. No se puede hacer una idea de lo que eso ayuda. Le mantendremos

informada.

Ella volvió a dar las gracias profusamente antes de colgar. Su madre iba a curarse. Necesitaba

el trabajo más que nunca, y si aquello significaba trabajar para un asesino, que así fuera.

-¿Buenas noticia?

Ella profirió un chillido al ver al mismísimo diablo saliendo del cuarto de baño. Erik levantó

las manos y se quedó inmóvil. Chorreaba agua, y sólo llevaba una toalla alrededor de la cintura. -Lo
siento. Te iba a decir que estaba aquí, pero no quería interrumpir tu llamada. Parecía importante.

-Han encontrado un donante para mi madre- dijo, metiéndose el teléfono en el bolsillo. Su

corazón seguía latiendo a mil, pero no sabía si de miedo o excitación. Tragó saliva. ¿Qué demonios
le pasaba? Aquel hombre era peligroso.

-Estupendo- dijo él con una sonrisa. -¿Cuánto falta para la operación?

-No lo sabremos de seguro hasta después de un par de semanas. El donante ha de someterse a

algunas pruebas, pero la doctora está muy esperanzada. ¿Por qué te estás duchando? Se supone que

tienes que estar en la oficina.

-¿Controlándome otra vez?- Pasó las manos por los húmedos mechones de pelo rubio y se

quedó mirándola.

El cuerpo de Ella comenzó a caldearse, y bajó la mirada. -No quería interrumpir.

-Claro.- Había una chispa de diversión en sus ojos. -Como no he tenido oportunidad de desayunar, he
pedido que me envíen algo al despacho, y me lo he tirado por encima. Así que sigo

hambriento.- Ella levantó la vista y vio cómo sus ojos recorrían su cuerpo de arriba a abajo.

Era un asesino. Tenía que tenerlo en mente. -Haré el resto de las habitaciones mientras

terminas.
Se volvió para abrir la puerta. -Quédate- dijo él con tono suave. -Te debo una disculpa por lo

de esta mañana.

Deslizando los dedos sobre el pomo de la puerta, Ella se mordió el labio inferior. -No me

debes ninguna disculpa. Me he pasado de la raya. No es asunto mío quién viene a visitarte.

-Valeria Yashin es un mal bicho, y seguro que ya sabes que Dina te ha utilizado. Valeria creía

que iba a casarme con ella y ha sospechado de tu presencia en mi casa. Soy bastante tradicional y

previsible en cuanto a quién trabaja para mí.- Ella pudo sentir cómo se transformaba el aire a su

alrededor cuando Erik se acercó y colocó ambas manos en la puerta, una a cada lado. -Está claro que
para Dina era importante que me vieras con Valeria.

Ella no se dio la vuelta. Apenas podía respirar, y no tenía nada que ver con el miedo. El

recuerdo de sus labios y manos sobre su piel seguía fresco en su mente. -Le has dicho a Valeria que
no te vas a casar con ella- dijo con voz ronca.

-Así es- murmuró.

-¿Por qué?

-Date la vuelta, Ella. Por favor.

Aunque se lo pidió amablemente, la orden estaba implícita en su voz, y fue incapaz de negarse.

Girando lentamente, presionó la espalda contra la puerta y le miró a los ojos. Su cuerpo le deseaba. -

No tienes que contestar- le susurró. -No es asunto mío con quién te casas.

-Tienes razón, no lo es- dijo él, acercándose aun más a ella. Sólo tenía que mover la mano

unos centímetros y podría tocar su cuerpo desnudo. Un rápido giro de muñeca y la toalla caería al

suelo. Podría envolverlo con sus manos y presionar hasta que gimiera de placer.

-Dime que no me deseas- susurró él en su oído. -Dime que me aparte.

Tenía las palabras en la punta de la lengua, pero no pudo pronunciarlas. Le abandonó toda

lógica. No podía verlo como un asesino. No tenía sensación de peligro. Sólo deseo carnal.

Conteniendo la respiración, deslizó un dedo sobre los duros músculos de su abdomen. Él

inhaló de repente, pero no se movió.


-Ella, te lo advierto. Si no lo deseas, debes parar.

Ella levantó la cabeza y sus miradas se encontraron. -No puedo evitarlo. Sé que no está bien,

pero no puedo parar. Sabes que es mala idea.

-Lo sé- murmuró él toscamente. -Pero no me importa.- Inclinándose, la besó con pasión.

Cuando sus labios se unieron, presionó su cuerpo contra el suyo, y Ella pudo sentir su erección. La
necesidad la hizo gemir en su boca.

No había nada delicado en la forma en que sus manos se dirigieron al botón de sus bermudas.

No perdió tiempo en desabrocharlo y bajarlo hasta las caderas. Antes de que Ella se diese cuenta, la
levantó del suelo y la llevó a la cama. La dejó caer sobre el colchón, y ella se tumbó de espaldas.

Observó cómo se deshacía de la toalla y gateaba sobre ella. Escuchó una alarma de

advertencia en su cabeza, pero una vez que asió su rígido miembro con ambas manos, fue incapaz de

pensar en otra cosa. Necesitaba sentirlo dentro, y nada más parecía importar.

-Erik- gimió, comprimiendo. Él gruñó y palpitó en su puño.

Liberándose de su agarre, le levantó la camiseta y le pellizcó un pezón a través del sujetador.

El efecto hizo que Ella se estremeciera desde la cabeza hasta los pies, y clavó las uñas en su espalda.

-Por favor- suplicó. -Te necesito. Ahora.

De repente, la calidez de su cuerpo desapareció. Ella se incorporó sobre los codos y le vio

coger el teléfono. Entre la bruma de su excitación, no lo había oído sonar. Aquello hizo que volviera
a la realidad. Sintiendo miedo y vergüenza, se arrastró de inmediato hacia la cabecera de la cama y se
sentó con las rodillas contra el pecho.

-¿Qué demonios estoy haciendo?- susurró.

Erik levantó la mirada y frunció el ceño. -¿Qué quieres decir? Te he dado la oportunidad de irte.

-Lo sé- se lamentó, y sacudió la cabeza. -No puedo pensar cuando estoy cerca de ti.

Él le dedicó una sonrisa ladina. -Eso no es malo, cielo.

-Lo es cuando se trata de ti. Eres un peligroso…- su voz se quebró al recordar la advertencia

de la Dina.

El teléfono dejó de sonar, y Erik entrecerró los ojos. -¿Qué has dicho?
-¿Qué le ha pasado al hombre de ayer?- preguntó. Sonaba aterrorizada, y sabía que era una

mala idea, pero tenía que oírlo de su boca.

-¿Qué más te da?- preguntó. -Te habría violado si yo no hubiese aparecido.

-Lo sé. No le estoy defendiendo- dijo. -¿Has ordenado su muerte? ¿Matas a la gente?

Lentamente, Erik bajó el brazo. La ira asomó a sus ojos. -¿Quién te ha dicho eso? Antes de que

pudiera decir más, el teléfono volvió a sonar. Murmurando un improperio, contestó la llamada. -
¿Qué quieres?

Ella pudo escuchar la tenue voz de alguien hablando rápidamente en ruso, y lo que decía no

estaba agradando a Erik. Se enderezó y su expresión se volvió aún más seria. Volviéndose de

espaldas, comenzó a hablar ruso en voz baja. Viendo una oportunidad de escapar, Ella empezó a

bajarse de la cama, pero no se movió con suficiente rapidez. Para cuando sus pies tocaron el suelo, él
ya estaba delante de ella.

-Me tengo que ir- dijo fríamente. -Alguien acaba de disparar a uno de mis hombres. Ve a tu

habitación y cierra la puerta con llave.

-¿Qué?- Ella frunció el ceño.

-No es un consejo- espetó. -No salgas del cuarto hasta que vuelva. Vete. ¡Ahora!

Aterrorizada, Ella se levantó corriendo y cogió sus pantalones. Cuando llegó a la puerta, se

giró para mirarle.

Había algo más en su rostro. También vio dolor. Quienquiera que acabase de ser asesinado, no

era un guarda cualquiera. Era alguien que le importaba.

Capítulo Doce

El personal del club de Erik estaba bien entrenado. La noticia de la muerte de Leonid no llegó

a oídos de las autoridades, y cuando Erik se aproximó, Matvei montaba guardia junto al cuerpo.

-¿Qué demonios ha pasado?- Gruñó Erik mirando a Leonid. Aquel hombre había trabajado

para él durante años, y Erik le consideraba un amigo. Habían crecido juntos.

La tristeza amenazó con desbordarle, pero se centró solamente en su ira. Había tres
explicaciones posibles. La primera era que uno de sus propios hombres le había disparado para

ascender dentro de la organización. Era algo que sucedía más a menudo de lo que a Erik le hubiera

gustado admitir. La segunda era que otro traficante había decidido que no quería a Erik en su

territorio, y había disparado al mensajero. La tercera y más probable, era que fuera obra de un

enemigo, y Erik sólo tenía dos enemigos en la ciudad.

Valeria y Rostilav Yashin.

-No lo sé, jefe- dijo Matvei en voz baja. Erik sabía que Matvei estaba afectado. Leonid era su

mejor amigo. -Me fui poco después de las 3 de la mañana, después de asegurarme de que las chicas

se fueran a casa. Leonid seguía aquí. Dijo que tenía unos asuntos que atender. He llegado unos

minutos antes de llamarte. El cuerpo está frío.

La mirada de Erik se posó sobre Leonid. Le habían disparado en mitad de la pista de baile,

algo le había sacado de la oficina.

-¿Estaba sólo?- preguntó Erik con voz tranquila. -¿Hay algún indicio de que la puerta haya

sido forzada?

Matvei sacudió la cabeza. -No, pero cuando he llegado no estaba cerrada con llave, y las

cámaras de seguridad estaban apagadas. No estarás pensando...- cerró la boca de golpe, pero Erik ya
sabía lo que iba a decir. Todo apuntaba a que Leonid había dejado entrar a su asesino, pero él nunca

haría nada que traicionara a Erik.

¿O sí?

-Nada de policía- murmuró Erik. -Límpiale y llévale a una funeraria. Quiero que lo envíen a

Rusia para que su familia pueda despedirse de él. Voy a llamar a mi padre. Él se asegurará de que el
féretro pase los trámites de la aduana.

Matvei asintió con la cabeza. –Sí, Leonid querría regresar a casa. Me pongo manos a la obra.

-Y en lo que respecta a sobornos, el dinero no es un problema, pero quiero saber quién lo ha

matado. Habla con todos mis hombres. Y con cualquier traficante con el que hay tratado Leonid.

Prefiero que no mates a nadie, pero quiero respuestas- dijo Erik con firmeza. Incluso si Leonid
estaba trabajando a sus espaldas, la única persona que debería haber derramado su sangre era el

propio Erik.

Mientras sus hombres movían el cuerpo de Leonid y limpiaban la escena del crimen, Erik sacó

el móvil y llamó a Nestor, el jefe de seguridad de su casa. -Tenemos un problema- dijo en voz baja. -

Leonid está muerto. Os quiero a todos armados y alerta. Que nadie entre ni salga de la casa a menos
que yo lo autorice.

-Sí, jefe.

-¿Está Dina? Tengo que hablar con ella.

Se produjo un silencio antes de que la joven comenzara a hablar. -No te enfades conmigo.

Pensaba que quería tu dinero- dijo, con tono amargo.

-Estoy muy cabreado por lo de esta mañana, pero ya hablaremos de eso más tarde. Leonid está

muerto.

Dina se quedó sin aliento. -Dios mío. ¿Qué ha pasado?

-No lo sé. Matvei ha encontrado el cuerpo esta mañana en el club.

-¿Valeria?

Erik se pasó una mano por el cabello y sacudió la cabeza. -Tal vez- murmuró. -Pero Leonid fue

asesinado a primera hora de la mañana. Si han sido Yashin o Valeria, lo han hecho antes de que la

rechazara.

Dina aspiró con fuerza y Erik se dio cuenta de que estaba llorando. -¿Qué me querías decir?

-Le he dicho a Ella que se encierre en su habitación. Cualquiera que haya estado en la casa

recientemente, sabe que es nueva, americana y débil. No puedo permitir que alguien la use para

llegar a mí. Asegúrate de que no salga de allí.

-¿Sabe que está en peligro?

-Pues no lo sé, Dina. Pero alguien le ha dicho que soy un asesino- exclamó en tono gélido.

-Lo siento- murmuró ella. -Es que no sé por qué la has contratado. Sólo trataba de protegerte.

Erik seguía molesto, pero no podía culpar a la joven por querer asegurar su integridad. -Ya
hablaremos de eso más tarde. Sabe que ocurre algo porque le he dicho que se quede en su habitación.

Asegúrate de que así sea, y no dejes que nadie se acerque a ella.

-¿Tanto te importa?- preguntó Dina en voz queda.

-No seas tonta- espetó Erik.- Tiene contactos en la ciudad. Si muere, alguien se dará cuenta y

tendré a la policía llamando a mi puerta. Estaremos acabados antes de siquiera empezar.

Antes de que pudiera hacerle más preguntas, colgó e hizo otra llamada. Si Yashin seguía en la

ciudad, necesitaba saberlo. Cuando su personal le confirmó que Yashin estaba en su casa de Las

Vegas, Erik colgó. -Matvei, mantenme informado. Estaré fuera un par de días.

-¿A dónde vas, jefe?

-A Las Vegas.

Erik no se llevó a nadie con él. Le dijo a su chófer que necesitaba ayuda en la casa y condujo

él mismo a la ciudad del pecado. Sobrepasando el límite de velocidad, llegó a su destino en poco

más de cuatro horas. Yashin habría tenido tiempo de sobra para matar a Leonid y regresar a Las

Vegas, pero Erik creía que si hubiera sido él, se habría quedado en San Diego para ser testigo de lo
que ocurriría después.

Lo primero que había hecho cuando llegó de Rusia, fue familiarizarse con el territorio de

Yashin. Por un lado, quería entender su organización en caso de que se casara con Valeria, y por otro,

quería estar preparado por si Yashin se convertía en un enemigo. A pesar de no haber pasado mucho
tiempo en aquella ciudad, no tuvo problemas para orientarse por ella.

Situada en la parte trasera del Sendero Español, la finca de Yashin destacaba entre las otras

mansiones de una acaudalada urbanización de lujo. Erik ni siquiera pestañeó al bajar la ventanilla y
anunciarse al personal de seguridad.

El guarda llamó a la vivienda de los Yashins e hizo un gesto a Erik para que entrara. Estaba

claro que Yashin no estaba preocupado.

Tardó varios minutos en dejar atrás las otras mansiones. Erik tuvo que pasar por otra verja con

otro guarda de seguridad, pero este no era un trabajador cualquiera de agencia. Transportaba una

impresionante arma y sus ojos resplandecían con agresividad.


-Por la puerta de atrás, Sr. Chesnovak. El Sr. Yashin le espera con impaciencia.

Iba a ser una conversación muy interesante.

Erik aparcó en una rotonda pavimentada y arrojó sus llaves al hombre que esperaba en las

escaleras. Cuatro guardas armados le esperaban en la parte superior.

-¿Cuatro? Parece un poco exagerado- murmuró, mientras se acercaba a ellos. -No estoy

armado.

-Somos del comité de bienvenida- dijo uno de ellos con una horrorosa sonrisa. Tenía los

dientes amarillos y torcidos. Erik no sabía cuánto pagaba Yashin a sus hombres, pero estaba claro

que el sueldo no incluía cuidados dentales.

-Me doy por bienvenido- dijo Erik, arrugando la nariz. Los guardas abrieron la puerta y le

escoltaron a través de ella. Yashin le esperaba con los brazos abiertos en el rellano de una gran

escalinata.

-El mismísimo Erik Chesnovak. Qué honor. ¿Por qué ha conducido tantos kilómetros para

verme el hombre que acaba de rechazar mi generosa oferta? A menos que hayas cambiado de

opinión.

Tomando una decisión instantánea, Erik optó por no decirle nada sobre la muerte de Leonid. -

No, no he cambiado de opinión, pero he venido a tantear el terreno. Espero que podamos mantener la
paz.

Yashin comenzó a bajar las escaleras. Era un hombre de unos 50 años que todavía estaba en

forma saludable. El sol de Las Vegas le sentaba muy bien. Era apuesto y estaba bronceado. Erik sabía
que encajaba perfectamente con los ricos magnates de Las Vegas y las cabareteras a las que atraía el
dinero fácil.

-Tal vez debamos tener esta conversación en un lugar más privado- dijo Yashin cuando llegó a

la altura de Erik. Le condujo por un pasillo a un cuarto con paredes de cristal. La vista era

espectacular, y así se lo hizo saber Erik.

-Es bonita, ¿verdad?- Preguntó Yashin, abriendo un mini bar y sacando una botella de whisky.

-Tengo que admitir que me estoy cansando de la ciudad. No me importaría vivir más cerca del
océano.

Aquel comentario no le pasó desapercibido a Erik, pero no reaccionó ante la velada amenaza.

-Espero no haber ofendido a tu hija con mis palabras de esta mañana, pero no me ha hecho gracia su
visita sorpresa, ni la forma en que trata a mi personal. Aceptó la bebida y la saboreó, vigilando de
cerca a Yashin. Aquel hombre era difícil de interpretar.

-Valeria es obstinada. Estoy muy orgulloso de ella. Quería un hijo, pero me alegra tener una

hija a la que ningún hombre puede someter. Dicho esto, no me ha gustado cómo la has tratado esta

mañana. Estoy seguro de que le has roto el corazón.

Ambos sabían que Valeria tenía un corazón de piedra, pero Erik no dijo nada. -Me prometiste

tiempo para establecer mi operación, y tu hija me estaba exigiendo una respuesta inmediata. Tengo

que estar seguro de que mis futuros socios sepan cumplir órdenes.

-Lo entiendo- dijo Yashin, acercándose a la ventana. -Aún no ha aprendido la virtud de la

paciencia. Estoy seguro de que podremos llegar a algún tipo de acuerdo. Cuando llegaste, tu padre

me aseguró que podríamos coexistir en paz.

-Soy todo oídos- dijo Erik con cautela.

-En la mayoría de los casos, cuando se cancela una boda, los padres de la novia reciben algún tipo de
restitución económica. Los depósitos para el restaurante, el banquete, el entretenimiento y el vestido
no son nada baratos. Sólo quiero lo mejor para mi hija.

Erik entrecerró los ojos. -¿Me estás diciendo que has pagado una boda a la que aún no había

accedido?

-Claro que no- dijo Yashin, con un movimiento de la mano. Le dedicó una amplia sonrisa. -

Sólo te estoy diciendo cómo se resolvería esta situación de forma tradicional.

Tras depositar el vaso de whisky vacío sobre una mesa, Erik se cruzó de brazos. -Supongo que

ahora me vas a decir cómo resolverías la situación de forma no tradicional.

Yashin sonrió. -Creo que lo mejor para ambas partes es que nos atengamos a la opción

tradicional. Estoy seguro de que podemos encontrar la manera de que todo funcione si me entregas

las escrituras de La Orquídea Negra.


El rostro de Erik se mantuvo impasible, pero la ira se apoderó de su interior. Tenía la

sensación de que había algo más. -Y ¿por qué querrías mi club? Apenas está establecido.

-Más que tu club, quiero tu clientela. A mi hija le gusta San Diego, y tener en el bolsillo a un

juez, a un comisario de policía y al senador del estado, nos facilitaría mucho la transición. Estoy muy
impresionado con tu negocio y lo rápido que has hecho que funcione. Riéndose, Yashin sacó un
móvil del bolsillo y lo puso frente a Erik para que pudiese ver la pantalla. Éste vio unas imágenes
tomadas con sus cámaras de vigilancia. -Tus mujeres son hermosas. Estoy seguro de que harían un
excelente

trabajo satisfaciéndome.

Erik ladeó la cabeza. -¿Sabes, Yashin? venía dispuesto a ofrecerte varios millones de dólares.

Seguro que Valeria habría encontrado algo productivo que hacer con el dinero. Amenazar la

seguridad de mis empleadas no ha sido una buena jugada por tu parte.

-¿La seguridad de tus empleadas?- Repitió Yashin con expresión asombrada. -Trataría a tus

mujeres con el máximo respeto. Las mujeres rotas no producen dinero.

Erik conocía la reputación de Yashin con las mujeres. Tomaba lo que quería y las encerraba

con amenazas contra sus familias. En su finca había al menos trece mujeres en todo momento y,
aunque no tenían marcas de golpes, según los rumores les arrancaba el alma. Puede que Erik fuera un
criminal, pero protegía a sus empleados hasta el final.

-Tengo que pensármelo- dijo en tono tranquilo.- Dame al menos hasta el final del trimestre

para tomar una decisión. Confío en que me des ese plazo para considerar la oferta.

Yashin apretó los labios y le observó. Erik sabía que aquel hombre no creía ni por un momento

que le traspasaría el club, pero debía seguirle la corriente. Sería una grosería no hacerlo.

-Me parece justo. Me pondré en contacto contigo a finales de mes, para comprobar el progreso

del club.

-¿Significa eso que vas a atar en corto a tu hija?- Dijo Erik con rencor. -Mi equipo de

seguridad no será tan amable la próxima vez que intente colarse.

Yashin frunció los labios con disgusto. -No se te ocurra volver a comparar a mi hija con un

perro, o tomaré algo más que el club.


Erik no se disculpó, y ambos hombres se miraron fijamente. Finalmente, Yashin relajó los

hombros y sonrió.

-Me alegro de haber tenido esta conversación, Erik. Me alegra que hayas acudido a mí.

Demuestra que eres un hombre de honor y respeto. Estoy deseoso de enterrar el hacha de guerra
entre nosotros. Espero que te quedes y disfrutes de mi ciudad unos días. Me encantaría proporcionarte
un buen entretenimiento. Tengo a unas mujeres deliciosas en nómina, y apostadores millonarios

dispuestos a perder dinero.

Era un reto. Yashin quería ver si Erik era lo bastante hombre como para quedarse en la ciudad

sin compañía. Si Erik regresaba a casa, quedaría como un cobarde.

-Acepto tu oferta- dijo Erik tranquilamente. –Tal vez quieras acompañarme en el casino.

Yashin rió y asintió con la cabeza. -Oh, sí. Me caes bien. Mis hombres te escoltarán, y tendrás

una habitación de lujo en el MGM Grand. Diviértete, Erik.

Erik ni siquiera parpadeó al darle la espalda. Puede que Yashin no tuviera palabra, pero no

era de los que disparaban a un hombre por la espalda. Sobre todo si se trataba de un hombre que le
caía bien. Erik pasaría las próximas veinticuatro horas en Las Vegas y luego regresaría a casa y

encontraría la manera de salir del agujero en el que se acababa de meter.

Capítulo Trece

Sentada con las piernas cruzadas en mitad de la cama, Ella contempló el teléfono que tenía

entre las manos. Había pasado la tarde anterior y toda la noche encerrada en su habitación, como

Erik le había ordenado. Dina le trajo comida, pero no tenía hambre. Un guarda armado estaba

plantado al otro lado de su puerta. Ya era mediodía y aún no tenía noticias de Erik.

Cuando llamó a su madre el día anterior, Heather estaba siendo sometida a más pruebas. Le

hubiera gustado volver a intentarlo aquella mañana, pero no creía poder entablar una conversación

sin echarse a llorar. Había transcurrido demasiado tiempo y, si esperaba más, su madre sospecharía
que algo iba mal.

Tomando una respiración profunda, marcó el número de la habitación de su madre.

Ciento veinte y ocho más ciento veinte y ocho son…. dos cincuenta… ocho, no. Doscientos
cincuenta y seis. Doscientos cincuenta y seis más doscientos cincuenta y seis son cuatrocientos...

quinientos doce.

-¡Ella!- Su madre sonaba fuerte y alegre. -¿Cómo estás, cariño? ¿Qué tal el trabajo? ¿Y tu

apuesto jefe?

-¡Mamá!- dijo Ella. No pudo evitar sonreír. -Intenté llamarte ayer, pero estabas ocupada

coqueteando con los enfermeros. Estoy muy contenta por la noticia. Por fin estamos teniendo suerte.

-Lo sé, cielo. Siento todo lo que dije. Ha sido muy duro desde la muerte de tu padre, pero tú

eres mi luz y voy a luchar para quedarme aquí contigo tanto tiempo como pueda. Pero el dinero que

estás ganando es para tu futuro. ¿Entendido? Es mi operación y mi deuda.

Ella no estaba dispuesta a tener aquella conversación. -Pensaba que querías hablar de mi

apuesto jefe.

-Oh, sí. ¡Cuéntame todos los detalles!

Riéndose, Ella retorció las sábanas con los dedos. -No sé qué pensar. No estoy segura de que sea un
buen hombre.

-No serías la primera mujer que se siente atraída por un chico malo, Ella. Ya te lo he dicho.

Tienes que confiar en tu instinto.

-No creo que mi instinto quiera lo mejor para mí.- Su cabeza le decía que echara a correr, y su

cuerpo que se desnudara e hiciera realidad sus fantasías.

-No pienses tanto, Ella. Diviértete un poco- dijo su madre en tono burlón.

-No estoy segura de cuándo podré ir a verte, pero prometo llamarte mañana.- Si su madre

supiera... Alguien llamó a la puerta y Ella se despidió rápidamente y colgó. Con el corazón en la

garganta, se acercó a la puerta. -¿Quién es?- preguntó.

-Soy yo- respondió Dina. -Te he traído el almuerzo, y no me voy a ir hasta que te lo comas.

Con cautela, Ella abrió la puerta y se asomó. La otra criada estaba en el pasillo con una

bandeja de comida y una expresión impaciente en el rostro. Abriendo la puerta del todo, Ella miró al
guarda. No era el mismo de antes.
-No tengo hambre- dijo Ella, pero Dina entró sin escucharla.

-Ya estás demasiado delgada. Si Erik regresa y te estás mala, me va a cortar la cabeza.- Dejó

la bandeja sobre la mesa y le quitó la tapa. -Mira, queso a la plancha y patatas fritas. Zoya casi llora
preparándolo, pero es un clásico americano, y no me iré hasta que lo termines.

Ella agarró la bolsa de patatas y se sentó en la cama. -¿Tienes noticias suyas?

Dina la miró con disgusto. -Estás comiendo una bolsa de patatas grasientas en medio de la

cama. ¿Te has hecho pasar por una criada todo este tiempo?

-Todas las habitaciones que tengo que limpiar ya están limpias- dijo Ella con un encogimiento

de hombros. -¿Tienes noticias de Erik? ¿Puedo salir del cuarto?

- El Sr. Chesnovak- recalcó Dina - -no se ha puesto en contactado conmigo. Ella, no puedes seguir
llamándole Erik. Ya destacas de por sí. Si quieres que la gente piense que eres una criada, vas a tener
que empezar a actuar como tal.

-Soy una criada- le espetó. -Si no estoy segura dentro de la casa, ¿por qué no puedo salir de ella?

-Porque hay guardas armados.

-Claro- murmuró Ella. -Como que confío en ellos. ¿Y si le ha pasado algo? ¿Y si no regresa?

-¿Quieres no dejarte llevar por el pánico?- musitó Dina. -Come tu maldito sándwich. Al girar

la cabeza, Ella vio como la joven se secaba rápidamente los ojos con la mano. Sintiéndose estúpida,
dejó la bolsa de patatas y se bajó de la cama.

-¿Era amigo tuyo el hombre que ha muerto?- preguntó en voz queda, mientras cogía el

sandwich.

-Crecimos juntos, pero no éramos íntimos. Siempre fue… ¿cómo decís vosotros? Un borde.

Pero no quería que le mataran. Siempre fue leal al Sr. Chesnovak, y si los otros hombres se pasaban
conmigo, él siempre intervenía. Él y Matvei eran muy amigos y, bueno, Matvei me cae bien. No tengo
noticias suyas.

-Seguro que él y Erik están bien, quiero decir, el Sr. Chesnovak.- Ella puso una mano sobre el

brazo de la otra mujer. -Sé que no somos amigas, pero si quieres hablar, estoy aquí.

Dina resopló y se apartó. –Come tu maldito almuerzo. Esta noche volveré con la cena.- Ella

abrió la boca para protestar, pero la joven salió a toda prisa dando un portazo.
-Menuda compañía- murmuró, dejando el sándwich. -¿Cómo demonios hacen amigos los rusos

si nunca quieren hablar?

Se acercó a la ventana y retiró la cortina. No había señales de Erik, y tampoco de que ella

fuera a dejar aquella casa.

Cuando Ella abrió los ojos, todo estaba oscuro. Aunque no se oía nada en la habitación, sabía

que algo le había despertado. Se le aceleró el pulso y trató desesperadamente de controlar su

respiración.

El colchón se hundió a su izquierda, y Ella se quedó sin aliento y rodó sobre la cama.

Golpeando a ciegas con el puño, se incorporó, pero alguien le sujetó los brazos y la obligó a
tumbarse. Abrió la boca para gritar, pero unos labios descendieron sobre ella, disipando su miedo.

Sus músculos se tensaron, reconociendo aquellos labios. -¿Erik?- susurró, cuando él se retiró.

-¿Esperabas a alguien más?- preguntó él. Su pulgar se hundió suavemente en el hueco de su

garganta, y ella parpadeó. Poco a poco, sus ojos se acostumbraron a la oscuridad. Sus hermosos ojos
estaban clavados en los suyos.

-No esperaba a nadie- susurró. -¿Dónde demonios has estado?

-Relajándome en Las Vegas. En una suite de un ático, con todo el alcohol imaginable y varias

mujeres dispuestas a calentarme la cama.

Ella apretó los dientes y se retorció bajo él, pero Erik no se movió. -Me alegro de que lo

hayas pasado tan bien mientras yo estaba encerrada. Si estuviste con tantas mujeres anoche, seguro
que estás más que contento de poder retirarte a dormir en tu propia cama.

Riéndose suavemente, Erik usó las rodillas para obligarla a separar las piernas. Ella no sentía

miedo. Sólo ira y deseo. Sabía que estaba desnudo, y quería tocarle con desesperación, pero sus

muñecas seguían inmóviles bajo sus manos. -Cuando me senté en el bar, una hermosa mujer se subió

sobre mí a horcajadas y dijo que podía hacer lo que quisiera con ella. Al regresar a la suite, había dos
mujeres desnudas divirtiéndose en mi cama.

Los celos se apoderaron de Ella, que apartó la cabeza. -No quiero oírlo- masculló.

-¿Por qué no?- le susurró él, lamiendo el lóbulo de su oreja. -¿Me has echado de menos, Ella?
-¿Acaso te importa?

-Yo te he echado de menos. La suavidad de tu piel. El aroma de tu cabello. La forma en que te

muerdes el labio inferior. ¿Haces eso cuando me deseas, Ella? ¿Haces eso cuando piensas en

presionar tu cuerpo contra el mío?

Ella intentó apartar aquella imagen de su cabeza e intentó liberarse de su agarre. -¿Por qué

haces esto? ¿Qué quieres?

Su mano se deslizó por su pierna desnuda y retiró el tejido de sus bragas. Antes de que pudiera

moverse, le introdujo un dedo bruscamente. -Quiero que te sientas tan atormentada como yo. He
tenido a las mujeres más sexys que te puedas imaginar a mi disposición, y ni siquiera las he tocado, y
todo por tu culpa. Créeme, he dejado muy claro que si alguien me interrumpe esta noche, le mataré.

Ella le creyó, y su cuerpo la traicionó. Su pulgar se deslizó por su clítoris y Ella se quedó sin

aliento. -Erik- se quejó. -Oh, Dios mío.

-No es Dios. Soy yo- gruñó él. Retirando la mano de su coño, le levantó la camiseta y se

inclinó para rozar su erecto pezón con los dientes.

Ella fue incapaz de decir nada. Todo el aliento la abandonó y se sintió indefensa frente a su

cuerpo. Cuando notó sus labios en el cuello, gimió y enredó los dedos en su cabello. Tras encontrar
sus labios, se abrió a él y olvidó todas sus preocupaciones.

-Esto no significa que confíe en ti- murmuró. Él la levantó ligeramente de la cama y le quitó la

camiseta.

-No quiero tu maldita confianza, Ella- rugió, colocando una mano por debajo de su rodilla y

levantándola. Restregando su coño contra su polla, le clavó las uñas en las espalda.

-Entonces, ¿qué demonios quieres?

Erik la empujó bruscamente contra la cama y le levantó ambas piernas en el aire. Mientras le

quitaba las bragas, sus ojos relucían con lujuria. -Desde el momento en que te vi en el hospital, supe
que eras buena. Tan jodidamente pura. Apuesto a que saltarte el límite de velocidad es lo peor que has
hecho en tu vida. Quiero hacerte sudar. Quiero hacerte gemir. Quiero ver cómo te sienta el

pecado.

Horrorizada, colocó un pie en su pecho. -Eso no es lo más romántico que me han dicho- le
espetó.

-Oh, Ella. Si quieres romanticismo, no soy el hombre adecuado. Pero si quieres placer, soy

todo tuyo.- Apartando el pie, se inclinó hacia delante y rozó la apertura de su coño con su erección.

Ella gemía de deseo, y no podía decirle que no aunque quisiera.

Pero no quería.

Envolviendo su cintura con las piernas, levantó las caderas y profirió un grito cuando él se introdujo
unos centímetros. Había pasado mucho tiempo, pero él no la forzó.

Apoyando la parte superior de su cuerpo sobre los codos, se meció delicadamente hacia

delante y hacia atrás. -¿Estás bien?- le susurró.

Entrecerrando los ojos, le pasó las manos por el pecho. Si no iba a ser romántico, no quería

dulzuras. No sabía mucho acerca de Erik, pero sabía que no le había mentido sobre la naturaleza de
su relación. Si no iba a darle más que un par de noches en la cama, no podía permitirse pensar que iba
a haber más.

-No vas a conseguir lo que quieres de mí si paras para preguntar si estoy bien.

Una sonrisa fría se dibujo en su rostro, empujó las caderas hacia adelante y se hundió en ella

con más profundidad. Clamando ante la invasión, Ella arqueó la espalda y cerró los ojos. Durante los
últimos años, su vida no había sido más que una lucha continua, y aquel hombre, palpitando dentro de
ella, le estaba dando a probar la libertad.

Y un placer puro y sin adulterar.

No fue delicado. Incorporándose, se aferró a sus caderas y la atrajo bruscamente hacia sí. De

aquella forma, pudo embestirla a más profundidad y más rápido. Ella se sentía como si su cuerpo

estuviera en llamas.

-Más- musitó. -Más.

-Joder- gruñó él, y se inclinó para presionar sus labios contra los de ella. -No te puedes hacer

idea de cómo me atormenta esta boca. Ella, necesito oírte gritar. Necesito escuchar cómo te corres.

Envolviendo los brazos alrededor de su cuerpo, Ella enterró su rostro en el hueco de su cuello

y abrió la boca para succionar su piel. La tensión aumentó dentro de ella y ya estaba lista para

explotar.
-Cariño- gimió él. -Oh, cariño, me haces sentir tan jodidamente bien.

Erik retorció las caderas y le rozó el punto sensible dentro de ella. Extasiada, Ella deslizó las

manos sobre el sudor de su espalda, sintiendo cada músculo. Se tensaban bajo su tacto y supo que

aquello estaba a punto de acabar.

-Ponte debajo- suplicó. -Por favor

Él se aferró a sus caderas y los giró a ambos. Al empujar su pecho con la palma de la mano,

Ella arqueó la espalda y Erik la penetró aún más, gruñendo. -¿Te gusta estar encima, cariño?

-Necesito más control- murmuró ella, moviéndose lentamente sobre él. -Sólo un poco más.

-¿Para qué?- Los dedos de Erik se clavaron en su piel, y sus ojos nunca abandonaron los de

ella.

Jadeando, Ella intentó desesperadamente ralentizar sus movimientos, pero la necesidad de

desahogarse era más de lo que podía soportar. Erik sacudió las caderas y se hundió más en ella. Una
y otra vez. -Contéstame- exigió con brusquedad. -¿Para qué?

-No estoy preparada- exclamó. -Mierda, no estoy preparada para que esto termine.

Moviendo una mano entre ambos, Eirk presionó con fuerza el pulgar contra su clítoris. -

Córrete, Ella. No he terminado contigo, déjate ir.

Ya fuera su promesa o porque no pudo aguantar más, todo su cuerpo se tensó, atravesado por

un enorme orgasmo, y lanzó la cabeza hacia atrás, gritando su nombre.

Él volvió a cambiar de posición de inmediato. Sujetándole las manos por encima de la cabeza,

la embistió una vez más y su cuerpo comenzó a dar sacudidas mientras derramaba su semilla dentro

de ella.

Cuando Erik se derrumbó, apoyó todo su peso sobre su cuerpo. Ella abrió los ojos y miró el

techo, liberando sus brazos. Deslizando los dedos suavemente sobre su piel, no tenía nada que decir.

La respiración de Erik era irregular y sabía que seguía despierto, pero él tampoco dijo nada.

Aunque no se apartó, y Ella no podía pedir más que aquello.

Capítulo Catorce
Erik abrió los ojos poco a poco. Adormilado, vio el perfil de la mujer que dormía entre sus

brazos. Tenía una pierna entre las suyas, y sintió la calidez de su coño al moverse.

-Ah, joder- susurró al darse cuenta de dónde estaba. Había regresado a casa desesperado por

un trago, pero en lugar de eso, se había encontrado a sí mismo subiendo las escaleras con una sola
cosa en la mente - penetrar a Ella.

Levantando un brazo, se separó poco a poco de ella. Ella se agitó en sueños y se giró hacia él.

Al alzar la rodilla, Erik consiguió escabullirse y se levantó rápidamente. Ella extendió una mano y él
contuvo el aliento durante un instante. Pero su cuerpo se relajó y comenzó a respirar con regularidad.

Pasándose las manos por el cabello, Erik sacudió la cabeza. Jamás se había escabullido de

una cama, pero no iba a poder soportar ver la expresión de los ojos de Ella cuando despertara.

Probablemente se sentiría mal consigo misma.

Recogiendo su ropa del suelo, se vistió sin hacer ruido y salió. La noche anterior había

relevado al guarda de sus funciones. Erik no había querido que les oyeran.

Tras entrar a su habitación, se dirigió directamente a la ducha. Tras abrir el grifo del agua fría, se
colocó bajo el chorro y esperó a que toda intención de regresar al cuarto de Ella se disipara.

Maldita sea, era deliciosa. Estrecha, húmeda y cálida. Cada gemido que arrancó de ella había

sido genuino, y vio un ardor en sus ojos azules, que nunca iba a olvidar.

Le dijo que no había terminado con ella, pero no podía tomarla de nuevo. Erik nunca se había

sentido tan vulnerable en toda su vida.

Yashin había cumplido su parte del trato. Las Vegas había sido toda una experiencia, pero Erik

no podía dejar de pensar que había sido una especie de última cena. Le habían servido bebida tras

bebida, pero él se había tomado tres y tirado el resto, haciendo todo lo posible por mantener el

control. Ni siquiera se había sentido tentado por las mujeres, pero la libertad que ofrecía Las Vegas
era muy seductora. Sin un padre al que complacer. Sin gente a la que proteger. Sin un legado que

perpetuar.

Con un suspiro, cerró el grifo y sacudió el exceso de agua de su cabello. Hasta que no

envolvió una toalla alrededor de su cintura, no oyó el teléfono.


Era Matvei.

-¿Qué has averiguado?- rugió Erik.

-Lo siento, jefe- dijo Matvei. –Leonid tenía una tarjeta en el bolsillo. Casi no la encontramos.

Erik se sintió paralizado. -¿Qué tipo de tarjeta?

-No entiendo mucho de flores, jefe, pero se parece un montón a las del club.

Una orquídea negra. -Se está burlando de mí. Joder. Es Rostilav o Valeria. ¿Por qué le mataron

antes de obtener una respuesta? Matvei, voy a hacerte una pregunta, y quiero que me conteste con

sinceridad.

-Sí, jefe.

Erik tomó una respiración profunda y cerró los ojos. -¿Ha hecho Leonid algo sospechoso

últimamente?

-No. Y no lo digo porque era mi amigo. Sé que Leonid no haría nada contra ti, jefe. Era de los

tuyos, de la cabeza a los pies.

Seguramente Matvei tenía razón y Leonid había muerto por eso. Pellizcándose el puente de la

nariz, se dio cuenta de algo.

-Ha sido una trampa desde el principio- musitó. -Yashin sabía que nunca me casaría con su

hija, pero quería el club de todos modos. Él o Valeria debieron pasar por el club aquella noche en
busca de algo. Ella ha estado encandilando al personal de seguridad todo el mes, no le habría sido
difícil colarse. Apagaron las cámaras de seguridad y lo mataron cuando no encontraron lo que

querían.

Erik comenzó a pasear nerviosamente por el cuarto de baño. -¿Qué puede haber tan valioso en

el club? ¿Qué buscaban? Matvei, voy a dejar ir a todo el personal que no sea esencial. Quiero que te
reúnas con ellos en el refugio.

-¿Dina también?- preguntó Matvei en voz queda.

-Sí.- Apretando los dientes, colgó el teléfono. Irrumpiendo en el dormitorio, se restregó la

toalla por su cuerpo desnudo antes de enfundarse en unos vaqueros y una camiseta. Tras abrir la

puerta de golpe, bajó corriendo por las escaleras. -Quiero a todo el mundo en el conservatorio,
ahora- ordenó al guarda más cercano. -Avísales.

Quince minutos más tarde, Erik se encontraba frente a todas las personas que habían

abandonado sus hogares para servirle. -Tenemos un problema- dijo. -Parece que Yashin ya no quiere

cooperar. Creo que nunca quiso. Está mejor establecido y tiene más personal que nosotros. Si nos

ataca, no tendremos ninguna posibilidad de éxito. Todo el personal no imprescindible irá a un

refugio. Os escoltarán cuatro hombres armados, y Matvei se reunirá con vosotros allí. Tenéis veinte
minutos para preparar el equipaje, sólo lo esencial.

Todos le miraron, pero ninguno de ellos parecía asustado. Habían pasado toda su vida con él y

su familia, y sabían lo peligroso que podía llegar a ser. Asintiendo, se dispersaron con calma. Erik se
dirigió a los guardas.

-El refugio está equipado con todo lo necesario y hay dinero en metálico para emergencias en

el suelo, debajo del sofá. Quiero tres hombres de guardia en todo momento.

-Sí, Señor- respondieron, asintiendo.

-Estupendo. Id a por vuestras cosas.

La primera persona en regresar con una bolsa colgada del hombro fue Dina. -¿Qué va a pasar

con Ella?- preguntó.

-Ella no es como tú- respondió él. -No está entrenada para enfrentarse a este tipo de

situaciones, y no quiero que distraiga a los guardas. Se quedará conmigo hasta que encuentre un
lugar seguro.

-Eres un blanco- afirmó Dina con un tono de censura. -Y Valeria sabe lo que sientes por ella.

-Gracias a ti- dijo él con voz sombría. -No te preocupes por ella y deja de fingir que sabes lo que
siento. Mueve el culo.

Mientras su personal se montaba en los coches, Erik fue a despertar a Ella. La Orquídea Negra

podía dirigirse sola durante una semana, que es lo que tardaría su padre en mandar refuerzos. Hasta
entonces, sólo tenía que pasar desapercibido.

Se sentía como si estuviera huyendo. Como si estuviese haciendo trampas. Pero Dina tenía

razón. Valeria había reparado en Ella, y no iba a servírsela en bandeja para ser sacrificada.

Cuando abrió la puerta, Ella ya estaba levantada y se estaba vistiendo. Se giró mientras se
ponía una blusa y Erik pudo ver un destello de piel. -Podrías llamar- murmuró ella. -¿O lo de anoche
fue una invitación para que entres cuando te apetezca?

-No tengo tiempo para esto- dijo él. -Haz la maleta. Nos vamos.

-¿Nos vamos?- preguntó, con el ceño fruncido. -¿Y a dónde demonios vamos? ¿Me estás

echando después de lo de anoche? No me lo puedo creer...

Erik inhaló bruscamente al ver movimiento por la ventana. Cuatro vehículos negros estaban

estacionados en la entrada. No había recibido ningún aviso por parte de seguridad, lo que únicamente
podía significar una cosa – sus guardas estaban muertos.

-No hay tiempo que perder- dijo, agarrándola de la mano. -Tenemos que irnos ya.

-Erik- chilló ella, siendo arrastrada fuera de la habitación. -¿Qué demonios está pasando?

-Deja de discutir- rugió él, tirando de ella escaleras abajo. -Tenemos que alejarnos de aquí lo

antes posible. Si conseguimos llegar al club, podré echar mano de algún dinero y…- se detuvo

abruptamente y Ella chocó contra él.

-Mierda- exclamó. -¡Mierda! Soy el idiota más grande del mundo.

-¿Qué ocurre?

Justo cuando llegaban al final de las escaleras, se abrió la puerta principal y entró Valeria, que sonrió
con frialdad y les apuntó con un arma. -Hola, querido. Me han dicho que lo pasaste muy bien en Las
Vegas sin mí. Se suponía que iba a ser nuestra luna de miel.

Erik se plantó delante de Ella. -No hay necesidad de seguir mintiendo- dijo él sarcásticamente.

-Los dos sabemos que nunca tuviste ninguna intención de casarte conmigo.

-Eso no es cierto. ¿Qué mujer no querría tenerte en su cama todas las noches? Tenía toda

intención de casarme contigo, pero mi padre pensó que no picarías. Odio que tenga razón. Por lo que
no hemos tenido más remedio que pasar al plan B-. Ladeó la cabeza y agitó el arma. -¿Es esa tu

belleza pelirroja escondiéndose detrás de ti?

-Que te jodan, zorra- espetó Ella.

-Calma- murmuró Erik.- Guarda silencio.

-Tiene carácter. ¿Es eso lo que te gusta? Yo también lo tengo.

La puerta se abrió y entró su padre.


-Los guardas han desaparecido. No hay nadie por ninguna parte- murmuró, enojado. -¿Dónde

demonios están todos, Erik?

Moviéndose lentamente, colocó a Ella contra la pared. La libertad estaba a unos pocos metros

de distancia, pero primero tenían que doblar una esquina.

La orquídea negra fue un bonito toque- dijo Erik. -Leonid era mi amigo.

-Leonid era un idiota- prorrumpió Valeria. -Sólo tuve que llamar a la puerta, contarle el cuento

de que iba a verte, y me dejó entrar. Era hora de que alguien le metiera una bala en el cerebro. Nunca
me cayó bien.

-¿Qué es lo que quieres, Rostilav? No voy a entregarte las escrituras del club, así que has

venido para nada.

-Quiero verla- dijo de repente Valeria. -Ahora.

Erik se tensó. -¿Para que puedas dispararle? Voy a tener que negarme.

Valeria levantó el arma. -Desde esta distancia puedo disparate y a ti y alcanzarla también a

ella. Tú eres un poco más alto, por lo que podría apuntar a su corazón y tú sobrevivirías.

Observándola con furia, se apartó y tiró de Ella, que se aferró a su mano. -No sabía que tu

club fuera tan deseable- dijo, con voz fuerte y clara. –Seguro que se puede obtener de forma legal.

-Qué graciosa- exclamó Valeria con una carcajada. -¿Cree que eres el dueño de un negocio?

-Es el dueño de un negocio- dijo Ella con el ceño fruncido. -He estado en su club.

-Eres la cosa más tierna que he visto jamás. Voy a tomarme mi tiempo contigo- afirmó Valeria

con una sonrisa. -Tu caballero de resplandeciente armadura es un capo de la mafia rusa, querida.

Ella giró la cabeza para mirar a Erik. -¿Qué ha dicho?

-Una loca te está apuntando con una pistola ¿y tú te molestas por cómo me gano la vida?-

preguntó él con un resoplido.

Ella palideció visiblemente y dio un traspié. -Dios mío. Eres un capo de la mafia.

Viendo una oportunidad, la empujó con fuerza hacia la esquina. Valeria chilló y se oyó un

disparo, pero Erik ya tenía un brazo alrededor del hombro de Ella y ambos estaban atravesando la
puerta del salón. Tras cerrarla con llave, condujo a Ella al centro de la habitación.

-Voy a morir en esta sala- murmuró ella, mirando a su alrededor. -En medio de todas estas

estúpidas antigüedades.

Erik retiró la alfombra y asió la empuñadura de una trampilla que había en el suelo. -Mantén la

calma, Ella- dijo con los dientes apretados, abriendo la puerta oculta.

-¿Hay túneles debajo de la casa?- preguntó ella con ojos desorbitados. Cuando las balas

comenzaron a golpear la puerta, Erik la empujó dentro y la siguió por la corta escalera, cerrando la
trampilla tras ellos. Después de asegurarla, buscó un interruptor y encendió una luz.

-"Túneles" es un poco exagerado- dijo en voz baja. -Es más bien uno, y lleva a la caseta de la entrada,
donde podremos coger un coche. Mueve el culo.

Las bombillas parpadearon y Ella arrastró los pies. -¿Qué va a impedir que nos sigan? No

quiero que mi cuerpo se pudra bajo una casa de la mafia.

-La puerta es de acero compacto. Una vez que cerrada por dentro, nadie puede entrar. Ni

siquiera disparando. ¡Muévete!

Ella tropezó y Erik tuvo que sujetarla por la cintura para evitar que cayera al suelo. -Sé que

estás asustada- le susurró al oído. -Pero estoy tratando de mantenerte con vida, así que tienes que

confiar en mí.- Ella asintió con la cabeza.

Agarró firmemente su mano y ambos corrieron por el túnel. Medía unos ochenta metros, y

aunque sus zancadas eran mucho más pequeñas que las de él, logró seguirle el ritmo. Al final del

túnel, una escalera conducía a otra trampilla.

-Déjame salir primero- ordenó Erik con urgencia.

Ella dio un paso atrás. Apoyándose en los peldaños, Erik abrió la puerta con cuidado. Tal y

como había sospechado, los guardas estaban muertos. Tras abrir la puerta del todo, entró en la garita.

-No te asustes y no grites- dijo en tono tranquilo, mientras le ayudaba a salir. Ella contempló

aquel sangriento espectáculo con los ojos desencajados, pero mantuvo la boca cerrada.

Erik tomó unas llaves de la mesa. Tras abrir la puerta de la minúscula oficina, volvió a agarrar
su mano y la condujo hasta unos coches aparcados fuera. Utilizando el mando a distancia, encontró el
coche y se metió dentro.

-Entra.

Tras arrancar el vehículo, salió del aparcamiento intentando no hacer demasiado ruido y se

dirigió al club. En el asiento del pasajero, Ella se inclinó hacia adelante y apoyó la cabeza en las
rodillas. -Eres un capo. ¿Cómo demonios puedes pertenecer a la mafia? ¿Por qué me has contratado

si formas parte de la jodida mafia?- gritó.

-¿Qué? Que sea un criminal no significa que no pueda hacer cosas buenas- dijo, mirando en el

espejo retrovisor. Esperaba que Valeria y su padre creyeran que la trampilla era un bunker, en lugar
de la entrada de un túnel.

-¿A dónde demonios vamos? Quiero que me dejes aquí. No quiero estar cerca de ti- dijo Ella,

con voz temblorosa.

La ansiedad se acumuló en el pecho de Erik y éste tragó saliva. No le cabía duda de que iba a

odiarle después de aquello, pero si la dejaba ir, era mujer muerta. Ella no era la clase de persona que
sabía cómo sobrevivir.

-Tenemos que ir al club. Allí tengo dinero, y hay algo que tengo que coger antes de que lo haga

Yashin.

-¿El qué?

Erik la miró con cautela. -Pruebas de que varios hombres poderosos de la ciudad disfrutan de

servicios ilegales en mi club. Si Yashin se hace con ellas, lo perderé todo.

-¿Hombres poderosos?- Ella sacudió la cabeza y se volvió hacia la ventana. -¿En qué

demonios me has metido?

Capítulo Quince

Ella hizo un esfuerzo por mantener la calma, pero en su cabeza se acumulaban miles de

pensamientos. Cuando se despertó aquella mañana, estaba molesta porque Erik se había escabullido

del dormitorio. Ambos eran adultos. Debería ser responsable de sus propios actos.

Pero era difícil culparle cuando ella ni siquiera sabía qué sentía por él. Erik era un asesino.
También era el mejor amante que había tenido.

Y ahora, le habían disparado, obligado a escapar por un tenebroso túnel y secuestrado.

Mientras Erik se dirigía a toda velocidad a un club en el que, por lo visto, altos funcionarios de su
ciudad follaban y se drogaban para escapar de la realidad, Ella sólo podía concentrarse en una cosa.

La mafia rusa. ¿De verdad era tan estúpida que no se había dado cuenta antes? ¿Un acaudalado

ruso con multitud de guardas armados? Por supuesto que se dedicaba a algo ilegal.

-Idiota- murmuró. -Qué idiota.

-Tranquilízate, Ella- dijo Erik con frialdad. -Puedes entrar en pánico cuando lleguemos al

refugio.

Una risa histérica comenzó a formarse en su garganta. -¿Y cuánto tiempo planeas tenerme en el

refugio, Erik? Accedí a limpiar tu casa. ¡No me dijiste nada de huir para salvar mi vida!

Frustrada, golpeó el salpicadero con las manos. -Sabía que la oferta era demasiado buena para

ser verdad.

-Ella, te firmaré un cheque por quinientos mil dólares ahora mismo si respiras hondo e intentas

calmarte.- El coche frenó cuando Erik giró a la izquierda. Ella miró por la ventana y vio que se

habían detenido en el estacionamiento del club.

-Hay un montón de coches- susurró.

-Abrimos para almorzar- dijo él con el ceño fruncido. Tras aparcar el coche, apagó el motor. -

Eso nos va ayudar. Yashin no se arriesgará a hacer nada violento durante los horarios de apertura. Si
sale a la luz cualquier indicio de actividad delictiva, nadie importante volverá a poner un pie aquí.

-¿Supongo que no hay un túnel debajo del club en caso de que tengamos que huir?

-Lo siento, cielo. No tenemos esa suerte. Pero no te preocupes. Sólo necesito diez minutos.

-Estupendo.- Ella se frotó las manos en los muslos nerviosamente. -Te espero aquí.

Erik suspiró y la miró. -Contrariamente a lo que podrías pensar, no soy tu enemigo.

-Claro. No en estos momentos. Pero sólo porque seas el menor de dos males, no te hace ser

menos malo.- Ella agarró la manija de la puerta y la abrió con brusquedad. Furiosa, la cerró de un
portazo tras ella. -¿Vienes?- preguntó, enfadada.
-Cuando acabemos aquí, vamos a tener una charla sobre tu actitud- murmuró él, saliendo del

coche. -Voy a asegurarme de que el club cierre después del almuerzo. No hables con nadie, y no te

separes de mí.

A pesar del miedo, Ella tuvo que contenerse para no poner los ojos en blanco. Aferrarse a

aquella ira era lo único que la mantenía cuerda.

Él colocó un brazo alrededor de su cintura. Para cualquier transeúnte, parecían una pareja de

amantes. Se relajó y saludó a la azafata. -¿Buenos clientes?- preguntó Erik en tono casual.

-¡Sr. Chesnovak! No le esperábamos tan ponto. Sí, hoy tenemos buenos clientes. Un grupo de

empresarios extranjeros que nos tienen a todas muy ocupadas.

-Siempre que gasten dinero...- dijo él, con una sonrisa. -Sólo estaré aquí unos minutos.

¿Puedes enviar al gerente a mi oficina? Dile que es importante. Y que quiero las notas de la reunión
del mes pasado.

La azafata sonrió alegremente. -Por supuesto, señor. ¿Quiere que me envíe a una camarera?

-No. No voy a estar mucho tiempo. Disfruta del resto del día. Ah, y ¿cariño? Si alguien

pregunta, no estoy aquí.- Condujo a Ella entre la multitud, más allá de la barra del bar y a través de la
pista de baile. Algunas miradas se dirigieron hacia él, pero no se detuvo.

Ella observó con la boca seca cómo sacaba un puñado de llaves y abría una puerta. La

atravesó y se quedó sin aliento. Al otro lado, cinco hermosas mujeres haraganeaban junto a la pared.

Todas lanzaron una risita y se incorporaron cuando vieron a Erik.

-Sr. Chesnovak, qué sorpresa más agradable- dijo una atractiva rubia que se acercó

contoneándose. Furiosa, Ella se colocó delante de él.

-No soy invisible- le espetó. -Así que deja de insinuarte.

-Ella- dijo Erik con una risa ahogada. -¿Qué te he dicho?

No hables con nadie. Ella se cruzó de brazos y lo miró enfadada. Inclinándose, Erik susurró algo en
el oído de la rubia, que sonrió socarronamente y se apartó de su camino. Erik colocó un

brazo alrededor de Ella y la condujo por un pasillo.

-¿Celosa?- preguntó en voz queda.


-Cállate- musitó ella. -¿De verdad tienes prostitutas aquí abajo?

Erik giró a la izquierda. -Céntrate en lo que importa.

-Ah, claro. Tú me puedes preguntar si estoy celosa, pero yo no puedo decir nada de las

rameras de tu club.- Se detuvieron de repente, Erik abrió otra puerta y la hizo pasar.

-Siéntate. Cuando llegue el gerente, no digas ni una palabra sobre los Yashins. ¿Entendido?

Ella mantuvo la boca cerrada pero no se sentó, sino que comenzó a pasear de un lado para

otro.

Tras descolgar un cuadro de la pared, Erik reveló una caja fuerte. Mientras giraba el dial para

abrirla, alguien llamó a la puerta.

-Abre- ordenó Erik.

Murmurando por lo bajo, Ella abrió la puerta. El hombrecillo nervioso que estaba al otro lado

parpadeó sorprendido al verla. -Lo siento mucho- balbuceó. -No sabía que el Sr. Chesnovak tuviese

compañía.

-No pasa nada, Frank. Entra, por favor- dijo Erik, cerrando la caja fuerte y metiéndose un

sobre en el bolsillo. -¿Tienes lo que he pedido?

Frank asintió y le entregó una carpeta. Tras abrirla, Erik miró en su interior y sonrió. Ella

intentó echar un vistazo, pero él la cerró antes de que pudiese ver algo. Aún así, sabía que eran las
pruebas que querían Valeria y su padre.

-Quiero que cierres el club después del almuerzo. Y que no lo abras hasta nueva orden. Ofrece

descuentos y mis más sinceras disculpas por cualquier pedido especial que haya reservado para este
fin de semana. Dile a la gente que tenemos un problema con las cañerías.

Frank se quedó boquiabierto. -¿Lo tenemos?

-Sí- dijo Erik, mirándole fijamente. -Dile al personal que no se preocupen. Que serán

compensados por las horas perdidas.- Echó un vistazo a los monitores que había en las paredes y

frunció el ceño. -Mierda.

Ella siguió su mirada y sintió cómo se le aceleraba el corazón. Valeria y dos hombres estaban
entrando por la puerta principal.

-Asegúrate de que no se acerquen a la puerta de atrás- ordenó Erik. -Y si preguntan, no estoy

aquí. ¿Tienes el coche en la parte trasera?

Frank asintió nerviosamente. -Sí, Señor.

-Estupendo. Dame las llaves.

Tras rebuscar unos instantes en los bolsillos, Frank sacó un llavero y extrajo una llave. -Es el

Génesis Coupe negro.

¿En serio? Ella se quedó mirándole. ¿Este tío tiene un deportivo? - Gracias. Envíame la factura por el
alquiler. Ella, vámonos.

-Erik- murmuró ella. -Está en la puerta de atrás.

-Mierda. Muévete- ordenó, agarrando su mano. Colocándose la carpeta bajo el brazo, la

arrastró hacia el pasillo, pero en vez de ir por donde habían venido, echaron a andar en dirección
contraria. Cuando él produjo otra llave y abrió otra puerta, Ella sacudió la cabeza.

-Este sitio tiene más cerraduras que un banco- susurró.

-No te asustes.

Ella estaba a punto de preguntar por qué, cuando salieron a un pasillo con puertas y ventanas a

ambos lados. Las ventanas tenían una especie de filtro negro sobre ellas, pero aún así, Ella pudo
distinguir varias siluetas contoneándose. Aquellos movimientos sensuales eran inconfundibles.

-¿En serio? Cabinas de strippers.- dijo en voz baja. -No sé si considerarlo hortera o no.

-No son cabinas de strippers, cariño, y en estos momentos son nuestro único método de

escape.- Tras abrir bruscamente una de las puertas, ambos entraron. Amueblada como una pequeña

sala de estar, la habitación contenía una silla tapizada - sin brazos - un diván y una mesa alta.

Después de asegurar la puerta por dentro, Erik encendió la luz. Colocó la silla de forma que quedara
frente a la ventana, se sentó, y le hizo una señal para que se acercara. -Más vale que lo hagas parecer
profesional.

Levantando las cejas, le señaló con un dedo. -Perdona. ¿Quieres que me suba encima de ti?

-Si la cabina está ocupada, no entrarán. Si ven que hay acción, supondrán que es otro

empresario con una de mis chicas. Y cuando estén convencidos de que no estoy aquí, se marcharán.
Así que ven aquí. Pueden ver nuestras siluetas, pero no los detalles.

Exhalando con fuerza, Ella le miró furiosa pero se aproximó. -Espera- dijo él. -Vas a tener que

quedarte al menos en ropa interior. Se nota que no estás desnuda.

Avergonzada, Ella se sonrojó mientras se despojaba lentamente de su blusa.

-Ya te vi desnuda anoche- le recordó Erik. -No tienes por qué avergonzarte.

-No puedo hacerlo si sigues hablando- le espetó, dándole la espalda. Tras quitarse las

bermudas, cerró los ojos y contó hasta diez.

-Por el amor de Dios, Ella, ¡date prisa!

-Ya voy- murmuró. Después de girarse, se sentó sobre él a horcajadas y cerró los ojos. -Nunca

he fingido tener sexo.

-No tienes por qué fingir.

-¿Me estás tomando el pelo?

Ella sintió sus manos en la cintura. -Inclínate hacia mí- dijo él en voz baja. Siguiendo sus

instrucciones, trató de relajarse. Poco a poco, comenzó a oscilar las caderas.

-No soy una buena persona, Ella. Te ofrecí un montón de dinero para poder acercarme a ti.

Necesitaba poseerte desde el momento en que te vi, y contraté tus servicios con la esperanza de

seducirte. Ha sido muy fácil.

Sintiendo lágrimas en los ojos, Ella intentó apartarse, pero él se lo impidió. -Sigue

moviéndote. Nos están mirando.

-¡Te odio!- exclamó Ella.

-Quiero que sepas que soy un cabrón. Pero, aunque soy una persona horrible, soy tu única

salida. Nunca he tenido intenciones de hacerte daño, y te voy a proteger. Así que ódiame todo lo que
quieras, pero tienes que confiar en mí.

Ella abrió los ojos y le miró. -¿Te gusta destrozar a mujeres buenas?- preguntó. -Esas chicas

de las que siempre hablas. ¿Eran buena gente antes de que las convirtieras en putas?- Erik levantó las
rodillas hasta que ella no tuvo más remedio que presionarse contra él. Restregó el coño contra su
polla y, a pesar de todo, profirió un pequeño gemido.

Sonriendo de forma cruel, él dio una sacudida contra su cuerpo. -Eran putas mucho antes de

que cayeran en mis manos. Sólo les pago más y las protejo mejor. La mayoría necesita el dinero, y tú
no eres quién para juzgarlas, ¿verdad? Busca en tu interior y dime que no estabas preparada para

hacer todo lo que te pidiera con tal de poder pagar la operación de tu madre. Puedes comportarte

como si estuvieras escandalizada, pero ambos sabemos que si me hubiese bajado la bragueta el

primer día y te hubiese pedido que me la chuparas, lo habrías hecho.

Ella le abofeteó con fuerza. -Desgraciado. Creo que prefiero arriesgarme con tu ex novia.

Antes de que pudiera apartarse de él, Erik la agarró por las caderas y la llevó a la mesa. Ella

sólo tuvo que girar un poco la cabeza para mirar por la ventana a la gente del pasillo.

-¿Ves esas formas de ahí fuera?- susurró Erik en su oído. -Es Valeria. Estas cabinas están

diseñadas para que la gente mire, y a algunos les gusta ser observados. Si enciendo ese interruptor de
ahí, podrá ver cada centímetro de tu piel. ¿Sabes por qué es famoso su padre?

Aterrorizada, Ella sacudió la cabeza. Erik movió una mano en dirección a su coño y ella no

pudo evitar mover las caderas. ¿Cómo era posible estar tan asustada y tan jodidamente cachonda a la
vez?

Erik besó suavemente el lateral de su cuello. -A Rostilav le gusta atar a sus mujeres, y no le

importa si ellas aceden o no. Si decides ir con Valeria, te garantizo que eso es lo que te espera. Yo, en
cambio, jamás he forzado a una mujer. Nunca me ha hecho falta. Di una palabra y nunca volveré a
tocarte.

Ella no dijo nada y él la empujó contra la mesa. Cerró los ojos cuando sintió su lengua a través

de las bragas.

Jadeando, levantó las rodillas para ofrecerle mejor acceso. Mientras continuaba lamiendo,

deslizó las manos por su cuerpo y le retiró el sostén para poder acariciar sus pechos.

Le pareció que había transcurrido una eternidad hasta que retiró las bragas y deslizó la lengua

lentamente por su coño. Gimiendo, casi se volvió loca de placer cuando le rozó el clítoris.

-Puedo hacer que te corras- susurró. -¿Quieres eso? ¿Quieres correrte aquí mismo, en esta

mesa, conmigo? Nadie está mirando. Nadie lo sabrá aparte de mí.


Al girar la cabeza, comprobó que las sombras se habían ido. Con una exhalación, se bajó de la

mesa y cogió su ropa. Ni siquiera pudo hablar mientras se vestía.

Por fin, se volvió hacia él. -¿Sabes? no sé qué quieres de mí. ¿Crees que si me salvas vas a

tener menos sangre en las manos? ¿O esperas que te redima de alguna manera?

Erik sonrió socarronamente. -¿No fantasean las mujeres con cambiar a los hombres?

-Tengo la sensación de que a ti te harían falta años para cambiar a mejor. ¿Tienes un plan para

sacarnos de aquí?

-Esta es la última cabina del pasillo. Si vuelven atrás para registrar el comedor, podemos

escabullirnos por la entrada privada. Hay un refugio a una hora de aquí.

A una hora de distancia. Aquello le alejaría aún más de su madre. Ella no expresó su

preocupación en voz alta, pero si Valeria quería acabar con ella, no tardaría mucho en encontrar a su
madre.

Tan pronto como pudiese escapar, se dirigiría directamente al hospital. No había aguantado todo
aquello para que su madre muriese a manos de una rubia loca de bote.

Capítulo Dieciséis

Erik observó a Ella caminando sin rumbo por el interior del refugio. No había hablado mucho

desde que dejaron el club, y él tampoco estaba seguro de qué decir. Podía decirse a sí mismo que

aquello no era culpa suya, pero lo cierto es que le había invitado a su mundo sabiendo lo peligroso
que era.

Hay cuatro dormitorios- dijo con voz tranquila. -Puedes escoger el que más te guste. Tengo que

hacer una llamada.

Sin decir palabra, Ella salió del salón y subió las escaleras. Después de comprobar las

cerraduras de las ventanas, Erik descolgó un teléfono fijo. -Padre- murmuró. -Tenemos un problema.

-¿Me estás llamando desde uno de los refugios?- preguntó el viejo Chesnovak en voz baja. Su

padre siempre parecía mantener la calma en cualquier situación.

-Sí. Yashin está intentando hacerse con el control. Está buscando las fotos de los hombres que

vienen a mi club. Pensaba que erais amigos. ¿Qué demonios ha pasado?- gruñó Erik.
-¿Has rechazado a su hija?

-Eso no importa. Mataron a Leonid antes de que les diera una respuesta. El matrimonio podría

haber sido un plus, pero nunca fue una prioridad para él. He enviado a unos guardas armados a

proteger a mis empleados, pero los demás están muertos. Necesito refuerzos.- Erik miró con cautela
por la ventana. Aquel refugio era una casa en mitad de una barriada de clase media de las afueras. La
seguridad de aquel sitio no duraría mucho, pero su seguridad de clase alta tampoco había mantenido
alejado a Yashin. Su única esperanza era que los contratos de los refugios estaban escondidos en

empresas ficticias que no podían ser localizadas.

-Puedo enviarte algunos hombres, pero tardarán al menos veinticuatro horas en llegar ahí, y

otras veinticuatro en armarse. ¿Qué probabilidades hay de que Yashin se haga con esas fotos? Usará

a esos hombres para hacerse con el club, y nunca podremos introducirnos en ese distrito. He
invertido demasiado dinero en esto para perderlo ahora.

-Tengo las fotos y los vídeos conmigo. Los clientes se mantendrán alejados por el momento.

Nos hemos inventado un problema de fontanería. Mientras permanezca escondido, estaré bien.- Erik

cerró las persianas y abrió el centro de ocio. Tenía una televisión de pantalla plana y tres monitores
adicionales para las cámaras del exterior. Extrajo el teclado y encendió los monitores.

-¿Estás solo?

Erik titubeó. Lo más probable era que su padre ya supiera la respuesta a aquella pregunta. -No.

Había una criada desarmada en la casa. La he traído conmigo.

-¿Se trata de una tal Ella Davis en la que pareces muy interesado? Danil me ha informado de la

situación.

En cuanto Erik le pusiera la mano encima a Danil, estaba muerto. -Sí. Es Davis. El resto del

personal ya debe estar a salvo.

-Hijo, no dejes que nada se interponga en el camino de tu seguridad. Esa mujer no es más que

una carga. Entiendo que quieras protegerla. Siempre has sentido debilidad por los inocentes, pero

esta operación es importante. Si puedes, llévala a un lugar seguro, pero tienes que deshacerte de ella.

Erik se aferró con fuerza al auricular, pero no discutió. Sería inútil. -Gracias por tu ayuda-

dijo. Su padre colgó sin despedirse y Erik hizo lo propio. Sería peligroso mantener a Ella a su lado,
pero Valeria no dudaría en usarla contra él, por lo que dejarla ir no era una opción.

Dos días. Sólo tenía que esconderse durante dos días y la familia Chesnovak acabaría con

Yashin. Erik no sentía ansias de matar a menudo, pero la mera idea de que alguien hiciera daño a

Ella, le llenaba de rabia.

Cuando todo acabase, tendría que deshacerse de ella. No duraría ni un año en su mundo.

Pensar en dejarla marchar le hizo gruñir. Su cuerpo seguía encendido por el lap dance. Necesitaba

una ducha fría para despejarse.

Tras subir las escaleras, llegó al segundo piso y escuchó el sonido del agua. Alguien había

tenido la misma idea.

A la mierda. Sin hacer ruido, abrió la puerta del cuarto de baño y se quitó la ropa. El vapor ascendía
hasta el techo cuando deslizó la mampara de vidrio. Ella lanzó una exclamación y se dio la vuelta.
Envolvió los brazos alrededor de su propio cuerpo en un intento por cubrir su desnudez.

La noche anterior, no había tenido oportunidad de verla bien, pero ahora aprovechó para

recorrer todo su cuerpo con los ojos. -Eres preciosa- murmuró, extendiendo una mano para tocar su

brazo desnudo.

Ella no se apartó, pero tampoco bajó los brazos. -¿Qué haces?- murmuró.

-Darme una ducha.- Empujándola delicadamente contra la pared, sintió cómo sus propios

músculos se tensaban con anticipación.

-¿Sólo hay una ducha en toda la casa?

-Sólo una contigo dentro.- Le inclinó la cabeza y deslizó un dedo por su mejilla. Ella se

estremeció ante su tacto, pero aún no se abrió a él. -Sé que estás asustada, Ella. Te sacaré de aquí con
vida.

-Tú eres el que me ha metido en esto. No soy el tipo de mujer que se acuesta con un hombre al

que apenas conoce. No dejo que me coman el coño delante de la gente, y desde luego no follo con

capos de la mafia.

Erik sonrió ante su descaro. -Antes de ser un capo, era tu héroe. Antes de follarte con la lengua

en la parte de atrás de un club, te di un descomunal orgasmo. Antes de todo esto, era un hombre en un
hospital.

Sus ojos se dilataron y Erik supo que estaba empezando a responder. Bajando la cabeza, la

besó suavemente. -No soy un buen hombre, y estoy acostumbrado a tener lo que quiero.- La besó de

nuevo.

-Ya tienes lo que querías. ¿Por qué iba a dejar que lo tuvieras de nuevo?

-Porque es lo que tú quieres.- Sus manos sed deslizaron por su cuerpo y ella relajó su postura.

Ambos reconocieron la señal y, mientras él sonreía, ella giró la cabeza. -No tienes por qué

avergonzarte, cielo. Me gusta lo receptiva que eres.- El agua caliente le caía por la espalda, pero no
fue nada en comparación con el ardor de su coño cuando él le introdujo un dedo. Ella se quedó sin

aliento y se aferró a sus brazos. Su cuerpo era suyo, y él usó la otra mano para sujetarla.

Mientras la follaba lentamente con su dedo, Ella movía las caderas, intentando acelerar el

ritmo. -Eso es, cariño. Disfruta.

Cuando notó que estaba cerca del orgasmo, retiró la mano, negándole el placer. Ella clavó las

uñas en su piel y le miró enfurecida. -¿En serio?- protestó.

-Estoy jugando- dijo Erik en tono burlón.

Ella entrecerró los ojos y deslizó una mano entre ambos. Le asió la verga y el inhaló

bruscamente. -Si piensas que vas a jugar conmigo como si fuera tu esclava, te espera una sorpresa.

No soy la clase de mujer a la que le gustan los juegos.

Le sostuvo la mirada mientras le acariciaba. Ambos sabían que se refería a algo más que a un

polvo rápido en la ducha. Apoyando los antebrazos en los azulejos a cada lado de Ella, comenzó a

mover las caderas en su mano. Aunque el tormento de su piel era suficiente para hacerle apretar los
dientes, no estaba dispuesto a otorgarle aquella ventaja. -Juega todo lo que quieras, cariño. Puedo
durar toda la noche.

Vio el enojo en su mirada y, para su sorpresa, Ella se deslizó por la pared hasta quedar de

rodillas. Antes de que pudiese detenerla, le atrapó en su boca, recorriendo con la lengua la base de su
erección. El placer inundó sus sentidos y gruñó al sentir su cálida y sedosa boca. Pero Ella no se
detuvo ahí. Antes de que se diera cuenta, movió la boca hasta la base de su polla y le apretó los

cojones.
-Joder- gimió él, estremeciéndose. La había subestimado. Si continuaba así, no duraría ni

cinco minutos.

-Ella, tú ganas- protestó, pasando los dedos por los mojados mechones de su cabello. Ella

regresó a la punta de su verga y él movió las caderas hacia atrás, pero en lugar de dejarle ir, ella se
aferró a su culo y volvió a metérselo entero.

Erik apoyó la cabeza contra la pared, incapaz de retirarse. Con su boca, Ella controlaba cada parte de
él y, por una vez en su vida, disfrutó renunciando al control. Su cuerpo dio unas sacudidas a medida
que se acercaba al orgasmo y, sin previo aviso, Ella se apartó.

Poniéndose en pie, se relamió los labios y le sonrió. -¿No es tan divertido, ¿verdad?

-Maldita sea, Ella- dijo con voz ronca, aferrándose a su cuerpo de forma brusca y haciéndola

girar. Ella se inclinó hacia delante de inmediato, y Erik deslizó un dedo dentro de ella para

asegurarse de que seguía húmeda. La mamada le había puesto aún más cachonda, y no perdió tiempo

en penetrarla en profundidad.

Sus gemidos resonaron en las paredes de la ducha, y él no tuvo piedad y la embistió con todas

sus fuerzas. Era muy estrecha y se ceñía firmemente a su alrededor, y Erik sintió que todo le daba
vueltas. En cuestión de minutos, Ella comenzó a temblar y a gritar mientras sus músculos se contraían
sobre su polla con la llegada de su orgasmo.

Podía haberse sumado a ella. Unas cuantas embestidas más y habría alcanzado el éxtasis, pero

no quería acabar aún. El agua se estaba enfriando, pero su cuerpo ardía con pasión.

Erik la giró con delicadeza y colocó el pulgar sobre su clítoris. Estaba muy sensible por el

orgasmo y Ella intentó zafarse, pero Erik presionó con más fuerza.

-Joder- sollozó, y se rindió. Él cubrió su boca con otro profundo beso mientras revivía

nuevamente su cuerpo. Deslizando el dedo dentro de ella, lo dobló ligeramente para acariciar aquel
delicado punto de placer, y su cuerpo se arqueó contra él.

-Eres una hechicera, ¿lo sabes?- le dijo con un tono de voz suave, mientras contemplaba su

rostro. Cada vez que gemía, cada vez que jadeaba, cada vez que se mordía el labio inferior para no
gritar, el deseo de Erik se acrecentaba. Nunca lo diría en voz alta, pero sabía que jamás se cansaría de
ella. Si por él fuera, nunca saldrían de la ducha. La tomaría una y otra vez hasta que ambos

cayeran exhaustos al suelo.


-Todo es culpa tuya- susurró ella. -Antes no era así. Nunca me he sentido así antes... oh,

mierda. Joder. ¡Joder!

Agachándose, atrapó un pezón en su boca y lo acarició con la lengua. Cuanto más se descomponía
ella, más obsesionado se sentía. Lo único que quería era que sintiera placer. Lo único que quería era
que le pidiera más.

-Erik, te necesito dentro de mí. Por favor- le suplicó Ella. -Por favor.

Enderezándose, la levantó contra los azulejos y ella le rodeó con sus piernas. La penetró con

fuerza y gruñó. Esta vez, no podría parar. Comenzó lentamente, intentando durar más, pero al

aproximarse al borde de aquella sensual locura, perdió el control. Tendría moratones por la mañana,
pero en aquel momento lo único que importaba era la sensación de su cuerpo alrededor del suyo.

Cuando Ella volvió a alcanzar el orgasmo, él estalló en su interior.

-Ella- gimió desesperadamente, dando sacudidas y temblando.

A pesar de su agotamiento, Erik consiguió permanecer en pie y evitar que Ella cayera al suelo.

El agua estaba helada, y se inclinó para apagarla. -Espera, cariño- murmuró, cogiéndola en brazos.

-¿Qué me ocurre?- susurró ella.- ¿Por qué sigo haciendo esto?

Con "esto", se refería a él. La ira y el dolor hicieron mella en él, pero la sacó de la ducha. -

Vamos a secarte.

Ella se apoyó sobre el lavabo, de cara al espejo. Cogiendo una toalla del toallero, Erik

comenzó a secarle. Ella contempló su reflejo.

-¿Cuándo fue tu última relación?

Erik se incorporó lentamente. -No quieres tener esta conversación- dijo. Moviendo la toalla,

escurrió el agua de su pelo.

-Si no quisiera tener esta conversación, no te habría preguntado. Te gusta decirle a la gente lo

que siente cuando no quieres hablar de algo. Tengo la sensación de que ni siquiera te das cuenta de
que lo haces- dijo, con voz fría. -¿Cuándo fue tu última relación?

Él dejó caer la toalla y se apartó. -Yo no tengo relaciones, Ella.

-¿Sólo rollos de una noche?- se mofó en tono seco, y sacudió la cabeza.


-Te he follado dos veces. No me molesto en tener rollos de una noche. Simplemente tomo a una

mujer cuando quiero y me deshago de ella cuando he terminado. Sin sentimientos de por medio.

Ella se agachó y recogió la toalla del suelo. Tras enrollársela a su alrededor, se volvió y le

miró fijamente. No había enojo en su mirada. Sólo un extraño vacío. -Estoy huyendo para salvar mi

vida por tu culpa y ni siquiera me puedes dar una pizca de conexión a la que aferrarme.

-¿Prefieres que te mienta? ¿Quieres que te diga que cuando todo acabe te esperan flores y

bombones y un anillo de diamantes? Ella, estoy más que dispuesto a satisfacer tus deseos, pero no

soy un chico malo al que puedas cambiar. Cuando todo acabe, seguiré siendo un capo de la mafia.

Seguiré dirigiendo el club. ¿Es eso alguien con el que quisieras tener una relación?

Ella cerró los ojos y sacudió la cabeza. -Antes eras mi héroe. Ahora me siento como tu puta.

Antes de que él pudiera responder, salió del cuarto de baño dando un portazo. Erik cerró el

puño y golpeó la pared con tal fuerza que casi hizo un agujero. La traición de Yashin no le había

cabreado tanto como escuchar aquella acusación de sus labios.

Pero no estaba equivocada. La había contratado con toda intención de follársela. De

corromperla. De despojarla de la inocencia que él nunca poseyó.

Y eso era lo que había hecho. Y ahora, apenas podía mirarse al espejo.

Capítulo Diecisiete

Tras asegurar la puerta del dormitorio, Ella apoyó la espalda contra ella y tragó saliva. Incluso

después de todo lo que había dicho y hecho, iba a ser muy duro separarse de él.

Secándose las lágrimas, se dio la vuelta y colocó la oreja en la puerta. Se había dejado la

maldita de ropa en el cuarto de baño, pero no iba a regresar mientras él estuviera allí. Cuando no
escuchó nada, giró el pomo y abrió la puerta.

Erik estaba apoyado contra el marco de la puerta. Con una expresión tan sorprendida como la

suya, se enderezó y carraspeó. -Te has olvidado la ropa- murmuró, entregándosela. -Vístete. Voy a

ver qué hay en la cocina para cenar.

-Gracias, pero no tengo hambre- dijo ella en tono severo, tomando las prendas.
-Ella, sé que estás molesta conmigo, pero tienes que comer. No tienes que hablarme. Ni

siquiera tienes que comer en la misma habitación que yo. Pero necesitas comer.

Le había mentido. Tenía hambre. -De acuerdo. Cenaré contigo. Se agarró la toalla y levantó la

barbilla. -Dame unos minutos para vestirme y te ayudo.

Una sonrisa se dibujó en el rostro de Erik. -Está bien.- Su voz era suave, como si tuviera

miedo de que si hablaba demasiado alto, ella huiría.

Ella estaba planeando huir, pero no hasta por la noche, cuando él estuviese profundamente

dormido. Tenía que ver a su madre.

Después de ponerse la ropa, se trenzó el cabello. Antes de salir de la habitación, se miró en el

espejo. Todavía tenía las mejillas sonrosadas. Diciéndose a sí misma que era por el vapor de la

ducha y no por el alucinante sexo que acababa de tener, frunció el ceño y abandonó el cuarto a toda
prisa. Le disgustaba tener que comprobar su aspecto.

En la cocina, Erik tenía la cabeza metida en el refrigerador. -Parece que lo único que puedo

hacer es pasta con salsa marinara. Esta cocina no está muy bien abastecida.

-Espagueti está bien- dijo Ella con una pequeña sonrisa. -No es muy ruso.

Erik abrió un armario y sacó la salsa y la pasta. Con el ceño fruncido, sostuvo la caja de pasta

y entrecerró los ojos.

Ella resopló. -¿No sabes cómo preparar pasta? ¿Por qué no me sorprende? Dámela.- Le quitó

la caja de las manos y abrió varios armarios hasta que encontró una cazuela grande. Tras llenarla de
agua, la colocó sobre el hornillo y lo encendió al máximo. Encontró otra cazuela más pequeña para
la salsa.

-Siempre he tenido empleados que cocinan para mí- dijo él con voz queda. -Aprender a

cocinar nunca fue una prioridad.

Ella sonrió. -Mi madre era una buena cocinera. Es una buena cocinera. Se molestaría si

supiese que voy a comer salsa marinara de bote. Cuando estaba en la universidad, me llamaba todos

los días para preguntar qué había comido. En la residencia de estudiantes no podíamos cocinar, y

quería que me llevara un hornillo eléctrico. Estaba convencida de que nos daban cosas horribles en el
comedor de la facultad.

-Podrías haber regresado a la universidad- murmuró él. -Después de la muerte de tu padre.

Aunque hubieras perdido la beca, podrías haber obtenido un préstamo.

Ella no se dio la vuelta, pero su tono de voz la envolvió de forma reconfortante. Por alguna

razón, se preguntó cómo sería todo en otras circunstancias. Si no estuvieran huyendo y él fuera un
hombre de familia, ¿la envolvería en sus brazos y besaría su cuello mientras ella cocinaba?

Apartando aquella loca fantasía de su mente, sacudió la cabeza. -Nunca encajé allí. Mi novio

era rico y todos sus amigos también. Siempre me estaban menospreciando. Me encantaría terminar la

carrera, pero en aquel momento no era el lugar adecuado para mí. Me preocupaba demasiado lo que

otra gente pensara.

-¿Y ahora?

-Ahora me acuesto con la mafia para pagar la operación de mi madre- espetó Ella.

-Por el amor de Dios- dijo él, con los dientes apretados. Agarrándola por los hombros, la apartó del
fogón y le dio la vuelta. -¿Es por el dinero? ¿Es eso lo que te obsesiona? Te escribiré ahora mismo
un cheque por la cantidad restante. Lo único que tienes que hacer es responderme a una cosa.

-¿Qué?

-¿Te estás acostando conmigo por el dinero? ¿De verdad te sientes como si fueras mi puta?

Ella tragó saliva y tomó una respiración profunda. Al mirarle a la cara, supo que no podía

mentirle. Vería la verdad en su rostro. -Te dejé seducirme porque te deseaba, pero ambos sabemos

que no me vas a dar ese dinero por tu bondad. Puede que no me estés pagando por acostarte conmigo,
pero me ofreciste dinero para tenerme cerca. Y si no vas a decirme por qué, tendré que sacar mis

propias conclusiones.

La cazuela comenzó a hervir y Ella se liberó de su agarre para bajar el fuego. Añadiendo la

pasta al agua, trató de ignorar su dura mirada.

-Me gustaste- dijo él, finalmente. -No escondes nada. Aquel día escuchaste el código azul en

el hospital y te pusiste histérica. Era el líder de una banda local de narcotraficantes, pero tú creíste que
se trataba de tu madre. Nunca había visto ese tipo de emoción, ni en el funeral de mi madre. Mi padre
me quiere. Lo sé. Pero siempre pone los negocios por delante. Tú siempre muestras toda tu
alegría y todo tu dolor. Es hermoso.

Le colocó un mechón suelto detrás de la oreja y presionó sus labios contra su cuello. -Para mí

fue extraño. Quería ver cómo te corrompías. Quería probarme a mí mismo que podía corromperte,

pero ahora no creo que eso sea posible.

Ella se mantuvo ocupada removiendo la pasta. -¿Cuándo falleció tu madre?

-Cuando yo tenía siete años. Fue asesinada en un tiroteo. Ni siquiera era el blanco, pero mi

padre derramó mucha sangre por su muerte.

-Vale- dijo Ella, parpadeando. -Esa es la clase de información que no necesito saber, pero

demuestra emoción. Una reacción inapropiada ante el dolor, pero al fin y al cabo, emoción.

Erik se alejó y ella sintió la pérdida de su calor. -No puedo cambiar mi pasado, Ella- dijo fríamente. -
Vengo de una familia violenta. No me puedo disculpar por ello, e incluso si pudiera, no lo haría. Es
lo que soy.

Tras apagar el fuego, Ella hizo todo lo que pudo para escurrir la pasta sin un colador. -

¿Tenemos platos o cuencos?

Él abrió un armario y le pasó dos cuencos. Ella separó la pasta y vertió la salsa marinara por

encima.

-No puedes cambiar tu pasado, pero sí el futuro.- Tomando una respiración profunda, se dio la

vuelta y le entregó la comida. -La única razón por la que lo sigues haciendo es porque te gusta hacer
daño a la gente. Tienes suficiente dinero como para que te dure el resto de tu vida, y eres demasiado
viejo para que te importe lo que piense tu padre. Nunca te pediría que te disculparas por tu pasado,
pero las decisiones que tomas ahora son tuyas.

-¿Crees que me gusta hacer daño a la gente?- preguntó en un tono gélido.

-Vendes algo más que alcohol y un buen rato en tu club. Drogas. Sexo. Blanqueo de dinero.

Extorsión.

-Mis mujeres está muy bien cuidadas. Blanqueo mi propio dinero sucio. Sólo extorsiono a los

ricos que lo merecen, y los que compran mis drogas se merecen todo lo que les pase.

Ella sacudió la cabeza mientras se sentaba en la mesa de la cocina. -¿Cómo puedes decir eso?

Puedes pagar la educación de esas mujeres para que consigan sus sueños. No van a poder vender sus
cuerpos para siempre. No tienes ni idea de lo que les pasa por la cabeza.

-Si yo no las contratara, se venderían ellas mismas en la calle.

-Pues no las contrates para ser putas. Contrátalas para el bar, o para bailar. Contrátalas para

hacerte propaganda, o para ayudarte en la oficina. Y ¿esos drogadictos que se merecen lo que les

pase? No conoces su pasado. No sabes cómo se engancharon. Cuando era pequeña, había un chico en

mi barrio. Empezó a chutarse cuando tenía doce años porque su madre era una yonqui y le dijo que

era comida. Murió a los catorce años.

Erik enrolló la pasta en su tenedor y la miró fijamente. -Ahora me vas a dar una razón por la que está
mal extorsionar.

-Los elegiste porque ya estaban corrompidos. Desviar su corrupción para satisfacer tus

necesidades está igual de mal. Ocultándolos, no ayudas a la sociedad. Los usas para conseguir lo que
quieres.

-Ella Davis, ¿estás intentando hacer de mí un hombre honrado?

Ella puso los ojos en blanco. -El único que puede hacer eso eres tú. Claro que, mañana

podríamos estar muertos, así que probablemente no importa. Su hubieses accedido a casarte con

Valeria, ¿nos habríamos ahorrado todo esto?

-No. Los Yashin decidieron joderme hacer mucho tiempo.

Ella resopló. -Por favor. Ella te desea. Si te hubieras casado con ella, te habría ido bien.

Simplemente con que te hubieses acostado con ella, te habría ido bien.

-Mató a uno de mis hombres antes de que tomara una decisión- alegó Erik.

Encogiéndose de hombros, ella siguió comiendo. -Seguramente hiciste algo que la convenció

de que nunca ibas a casarte con ella. Las mujeres sabemos esas cosas.

-¿De verdad?- preguntó, interesado. -¿Y qué sabes tú de mí?

-Sé que eres un controlador compulsivo. No te gusta la idea de que alguien te utilice, y odias

mostrar tus emociones. Y, al parecer, te gusta la pasta.- Ella cogió el cuenco vacío de Erik y se

levantó. Tras empujar su propio cuenco en su dirección, le dejó para que acabara de recoger. -Me
voy a la cama. ¿Hay algún plan para mañana?

-Pasar desapercibidos durante cuarenta y ocho horas. Una vez que lleguen los refuerzos de mi

padre, podremos mover ficha.

-De acuerdo.- Ella le dedicó una tensa sonrisa. -Buenas noches.- Subiendo las escaleras, se

disculpó mentalmente por haberle mentido. Cuarenta y ocho horas era demasiado tiempo. Se iría

aquella noche.

Después de apagar la luz, se metió en la cama e intentó escuchar los pasos de Erik. Cuando la

puerta se abrió, apretó los ojos y trató de respirar rítmicamente. Había otros tres dormitorios, pero él
tenía que elegir el suyo.

La cama se hundió un poco, Erik apartó las sábanas y se acercó a ella. -¿Ella?- llamó

suavemente.

Ella quería darse la vuelta y poner sus brazos alrededor de él, pero le había dejado claro que

no quería ningún tipo de relación. La abandonaría cuando se cansara, y ella tenía obligaciones. No
podía dejarse distraer. Aferrándose a la sábana, trató de apartar el dolor que sentía y fingió dormir.

-Tienes razón- susurró él en la oscuridad. -Pero no sé cómo ser diferente.

Erik la envolvió en sus brazos y se acurrucó en su espalda, pero no trató de despertarla.

Cuando su respiración finalmente se niveló, Ella se relajó. Durante unos minutos, simplemente

disfrutó de aquel momento íntimo. Al menos, cuando dormía, no podía mentirle.

Por fin, Ella se separó poco a poco de su abrazo. Él se agitó en sueños, pero no se despertó.

Cruzando el cuarto sin hacer ruido, Ella cogió sus zapatos y salió de la habitación. Antes de cerrar la
puerta, se dio la vuelta y colocó una mano en la madera. -Sé que nunca vas a cambiar. Al menos, no
por mí. Tal vez algún día cambies para ti mismo, pero no puedo quedarme y verte llevar esta vida. Ni
siquiera por el poco tiempo que me permites estar contigo- murmuró. Conteniendo un improperio, se

apresuró escaleras abajo y agarró las llaves de la encimera. Con un último vistazo alrededor, salió
del refugio y se adentró en la noche.

El tráfico era ligero de camino al hospital. Consciente de que viajaba en un coche prestado,

condujo por debajo del límite de velocidad. Hubiera recibido de buena gana a la policía, pero

tardaría demasiado tiempo a explicarlo todo. Y para entonces, cualquiera podría haber localizado a
su madre.
El horario de visitas se había acabado, pero no tenía que estar necesariamente en la habitación

de su madre. Acamparía en la sala de espera y la vigilaría desde allí.

Aún había muchos coches en el aparcamiento. Es lo que tienen los hospitales. Que nunca

cierran.

Tras aparcar, apagó el motor y tomó una respiración profunda. La adrenalina le había dado energía
durante las últimas horas. Primero los tiros, y luego Erik. Ahora que había dejado atrás todo aquello,
se sentía agotada. Obligándose a ponerse en marcha, salió del coche y bostezó. Tras cerrar la puerta
del vehículo, se apoyó en él y cerró los ojos. Pistolas y secuestros y clubes de striptease y la mafia.
No era vida para ella. No tenía ni idea de cómo se había metido en aquel lío.

Querías una aventura, dijo una vocecita en su cabeza. Ella quería el dinero, pero anhelaba hacer algo
diferente con su vida. Hasta ser la criada de un rico y sexy ruso era más emocionante que su trabajo
en el supermercado.

-¿Ves dónde te ha llevado la aventura?- se dijo a sí misma. -Quédate con lo que conoces.

Escuchó el característico sonido de unos tacones repiqueteando en el suelo de hormigón. -

¿Hablando sola, Ella?

Aquel familiar acento ruso la dejó helada. -Valeria, ¿no es así?- dijo con un valor que no

sentía. -¿Has venido a visitar a alguien?

Valeria y dos de sus secuaces se acercaron al coche. -Pensé que al haber huido, tu madre

podría sentirse sola. Justo voy de camino a saludarla. Me muero por saberlo todo sobre la mujer que
me ha robado a mi hombre.

-Deja a mi madre en paz- le espetó Ella. -Si quieres, aquí me tienes, pero a ella no la toques.

Valeria hizo chasquear la lengua y sacudió la cabeza. -Oh, querida Ella. Creo que tienes una

idea equivocada de mí. No soy una mujer cruel. De hecho, si vienes conmigo, tendremos mucho

tiempo para conocernos.

Sus hombres colocaron las manos sobre la empuñadura de sus armas y Ella cuadró los

hombros. -De acuerdo- murmuró.

-Sabía que eras una chica lista.- Valeria sonrió y se apartó a un lado. Cuando Ella echó a

andar, la mujer rusa agarró su mano y le retorció el brazo detrás de la espalda. Ella gritó de dolor, y
Valeria la empujó contra el coche. -Me enferma tener que usarte para atraer a Erik, pero no te
confundas. Me importa un bledo. Me da asco que sea tan débil como para importarle alguien como

tú.

-Te equivocas- dijo Ella casi sin aliento. Un dolor agudo le recorrió los hombros. -Su negocio

le importa más que nada. No vendrá a por mí.

-Más vale que te equivoques- espetó Valeria, soltándola. -Porque si no viene, tú y tu madre

vais a morir.

-Mi madre no tiene nada que ver con esto- dijo Ella apretando los dientes. -Amenazar con

matarla no te va a servir de nada.

La joven rusa simplemente sonrió con frialdad. -Al contrario. Me daría el placer de verte

sufrir.

Capítulo Dieciocho

El pánico se apoderó de Erik cuando se despertó. Junto a él, la cama estaba fría y vacía. De un

brinco, se incorporó y miró el reloj. Había dormido varias horas, por lo que se podría haber

marchado hacía tiempo.

Sintió cómo aumentaba su ira. Ya fuera miedo o repugnancia la razón por la que había huido,

iba a conseguir que la mataran. Sólo había un lugar al que pensaba que podría haber ido, y si Yashin
había hecho sus deberes, habría varios hombres - o a una mujer - esperándola.

Con manos temblorosas, cogió el teléfono y llamó al hospital. -Necesito hablar con el ala de

cuidados a largo plazo.

-¿Hay algún paciente en concreto con el que desea hablar?- preguntó el operador.

-Con el puesto de enfermeras. Quiero saber si Heather Davis ha recibido visitas en las dos

últimas horas.

-Un momento, por favor.

Una horrible música de espera comenzó a sonar, y Erik se bajó de la cama y agarró su ropa. Al

mirar por la ventana, le dio un vuelco el corazón. Ella se había llevado el coche.

Encontrar otro vehículo no sería un problema, aunque robar un coche junto a su propio refugio
no era de lo más inteligente. Lo peor que le podía pasar ahora era tener a la policía husmeando cerca
de su propiedad.

-Cuidados a largo plazo- dijo una mujer en tono impaciente.

-Quiero saber si Heather Davis ha recibido alguna visita.

-No puedo proporcionarle ese tipo de información.

Maldita sea. -Su hija iba de camino a verla esta mañana, y no puedo localizarla. Me preocupa que
haya podido tener un accidente- mintió.

-Espere.- Erik escuchó el sonido apagado de la megafonía y la charla de las enfermeras mientras
esperaba. -Lo siento, señor, la Sra. Davis no ha recibido ninguna visita esta mañana.

Ninguna visita. Ella no había llegado. -Gracias. Por favor, no diga nada a la señora Davis.

Seguro que hay una explicación razonable.

-Por supuesto- dijo la mujer. Sonaba más compasiva. -Háganos saber si hay alguna novedad.-

Erik colgó el teléfono y corrió escaleras abajo. Tras coger una pistola de un pequeño alijo escondido
en uno de los armarios, comprobó el cargador antes de colocársela en el bolsillo trasero.

Tras asomarse de nuevo a la ventana, llamó a Matvei. -Jefe, estaba preocupado.

-¿Cómo está todo el mundo?

-Bien. Esperando instrucciones.

-Estupendo. He avisado a mi padre. Va a enviar refuerzos, así que podremos volver a casa en

un par de días.- Erik dudó. En circunstancias distintas, les habría pedido a Matvei o a Leonid que
montaran guardia en el hospital, pero uno estaba muerto y el otro estaba cuidando de sus empleados.

Sólo le quedaba una opción. -Necesito que envíes a Danil al hospital para vigilar a Heather Davis.

-¿Danil?- gruñó Matvei. -Ese inútil no sabe ni disparar una pistola.

-No te puedo enviar a ti. Ella ha desaparecido y estoy casi seguro de que la han secuestrado.

Usarán a su madre para sacarle información.

-Jefe, van a usarla contra ti- dijo Matvei en voz queda.

Erik le ignoró. -Puede que Danil sea inútil en un tiroteo, pero Yashin no va a disparar en un

hospital. Danil es ingenioso. Lo único que tiene que hacer es mantenerlos alejados de la habitación.

-¿Y tú qué vas a hacer? ¿Pasar desapercibido hasta que lleguen los hombres de tu padre?
-No. Para entonces estará muerta.

-Maldita sea, jefe. Vas a hacer que te maten si te enfrentas a ellos. Has hecho todo lo posible

para que esté segura, pero tienes que pensar en ti mismo.

El problema era que por pensar en sí mismo la había metido en aquel lío, pero no era

únicamente el remordimiento lo que le estaba empujando a una misión suicida.

No soportaba perderla.

-Haz lo que digo- ordenó. -Si no has tenido noticias mías para esta noche, ponte en contacto

con mi padre y sigue sus instrucciones. Y, sobre todo, mantén a mi gente a salvo.

Antes de que su hombre de confianza volviera a protestar, Erik colgó el teléfono. Valeria y su

padre usarían a Ella para atraerle y conseguir la información que buscaban. Estaba dispuesto a

renunciar a su arma más poderosa para salvar su vida, pero había otra forma de conseguirlo. Sólo
era un suicidio si no tenía un plan.

Lo único con lo que contaban Yashin y Valeria eran sus hombres. Sin ellos, no tenían nada.

Una idea se estaba formando en su mente mientras agarraba las pruebas que querían. Cuando

dejó el refugio, el sol se asomaba por el horizonte. Lo contempló durante un minuto. Toda su vida,
Erik había sido entrenado para una sola cosa. La expansión de la organización de su padre era lo

único que se suponía que debía importarle.

No era un ingenuo. Mucha gente había muerto por su culpa. Arriesgar toda su labor por salvar

una sola alma era una locura. Si sobrevivía a aquello, tal vez sería el momento de plantearse otro
estilo de vida.

El aire de la mañana era fresco mientras corría calle abajo. Había varios centros comerciales

a un par de kilómetros. Si conseguía evitar las cámaras de seguridad, sería fácil tomar un coche

"prestado" para regresar a la ciudad.

La mayoría de las tiendas aún estaban cerradas, pero había varios coches en los

aparcamientos. Algunos de los clientes de los bares de la plaza debían haber cogido un taxi para

volver a casa. O tal vez hubiesen acabado en casa de una persona desconocida.

Después de probar con siete vehículos, por fin dio con un inocente que todavía escondía la
llave de repuesto bajo el coche. Complacido por no tener que causar daños, abrió el coupé deportivo
y se acomodó detrás del volante.

Antes de arrancar, sonó el teléfono. Era Valeria.

-¿Aún quieres casarte conmigo?- dijo con frialdad.

-Tiene gracia que quieras bromear cuando tengo a la mujer que te pertenece- respondió.

Erik resopló. -Créeme, Ella no pertenece a nadie.- Oyó cómo inhalaba bruscamente, e hizo una

mueca. Aunque no le importaba enfadarla, no quería que Ella pagara por ello. -Supongo que quieres

las pruebas a cambio.

-Por las pruebas, te la devuelvo con vida. Por las pruebas y un buen polvo delante de ella, la

tendrás sin agujeros de balas.

Apretando la mandíbula, Erik luchó por controlar su temperamento. -Te propongo una

contraoferta. Que se ponga tu padre o no recibirás nada de mí.

A pesar de lo que podía pensar, su padre era el que llevaba el negocio. Cuando Yashin se puso

al teléfono, su voz sonaba tranquila y profesional. -Erik. Me duele que las cosas hayan acabado así.

A ti y a mí, Rostilav. Estoy dispuesto a darte lo que quieres, pero con ciertas condiciones.

-No voy a soltar a la chica hasta que tenga las pruebas en mis manos.

-Quiero a tu hija fuera del trato. Ambos sabemos que está dejando que se interpongan sus

emociones, y no puedo evitar pensar que está dispuesta a matar a la mujer, tanto si consigue las

pruebas como si no. No juego si sé que voy a perder.

-Es lógico- dijo Yashin. Erik oyó cómo enviaba a Valeria fuera del club. En aquel momento,

supo dónde estaban. -Hecho. Dime dónde estás.

-Puedo estar en la ciudad en hora y media.

-Entonces, en una hora te llamaré con la ubicación de la chica. Espero que esto no afecte a

nuestra relación, Chesnovak. Seguro que entiendes que sólo son negocios.

Erik colgó el teléfono sin responder. Podía estar allí en cuarenta minutos, y sabía dónde estaba

Yashin. Aquello le otorgaba el factor sorpresa.


Capítulo Diecinueve

El club tenía un aspecto distinto cuando estaba vacío. Grande. Misterioso. Aterrador. Tampoco

ayudaba que las otras ocho personas llevaran armas, ni que estuviese atada a un jodido poste de

baile.

Bailarinas exóticas.

Valeria y su padre continuaron discutiendo en ruso hasta que ella y dos de los hombres se

marcharon enojados. Quedaban cinco hombres. Al menos, sus probabilidades eran mejores. Aunque

no importaba. La cinta adhesiva que sujetaba sus muñecas era de lo más firme.

-Hola. Perdón. ¿Alguien habla inglés? ¿Me puede decir alguien qué está pasando?- dijo. Todos

la miraron, y el viejo dio un paso hacia ella.

-Mis disculpas, querida. Estoy seguro de que estás asustada. El Sr. Chesnovak me ha

asegurado que llegará a su debido tiempo. Había cierta condición que debíamos discutir primero.

¿Erik estaba en camino? Ella trató de no mostrar su sorpresa. -¿Era esa condición que me deje

ir?

El hombre sonrió. -La condición era que mi hija no esté aquí cuando él llegue.

-Sr. Yashin, no estoy muy segura de qué tiene que ver todo esto conmigo. Ni siquiera sabía que

Erik formaba parte de la mafia hasta ayer. Supongo que sabía que algo raro estaba pasando. La mafia
parece una buena explicación, pero me gusta creer en lo mejor de las personas. Es un hombre rico

que me dio una obscena cantidad de dinero para limpiar su ya inmaculada casa.- Sonaba fatal cuando
lo decía en voz alta. -Lo que quiero decir es que no hace tanto tiempo que le conozco. Estoy segura de
que hay un montón de ex-amantes que podría haber secuestrado.

Yashin la observaba con atención. -Entonces, ¿admites que sois amantes?

Ella enrojeció. -Estoy segura de que hay otras mujeres que le importan más que yo.

-Aunque eso fuera cierto, es un poco tarde, querida. Tú eres el cebo y Chesnovak está en camino. Lo
más interesante es que hace bastante tiempo que conozco a Chesnovak. Es muy

profesional. Nunca se acuesta con el personal. Creo que eres algo más que una aventura.

-Ha dejado muy claro que no lo soy. Si hace tanto que conoces a Erik, ¿por qué le haces esto?
¿No se supone que estáis del mismo lado?

-Sólo porque tengamos la misma nacionalidad y nos dediquemos a lo mismo, no significa que

seamos amigos. No iría tan lejos como para llamarle enemigo. Quizás "competencia" es la palabra
adecuada. Sí. Erik es la competencia- dijo Yashin, pensativo. -Nunca pensé que tendría tanto éxito, y
cuando se negó a compartir sus pertenencias con mi hija, me vi obligado a tomarlas por la fuerza.

De repente, se escucharon unos disparos. Ella gritó al ver derrumbarse a dos de los guardas.

Yashin se giró pistola en la mano, pero nadie le atacó. No sabía de dónde procedían las balas.

-El problema con esa explicación es que tu hija movió ficha primero.- La voz de Erik resonó

por el local. -Si la has escondido en algún sitio para sorprenderme, te sugiero que la saques ahora
mismo.

Yashin se movió lentamente en círculo. Sus hombres parecían un poco azarados, y Ella no

podía apartar la mirada de los dos cadáveres del suelo. Su sangre se derramaba a su alrededor, y

sintió cómo se le revolvía el estómago. Estaba al descubierto. Si iniciaban un tiroteo, las cosas se
podían poner feas. Nadie la estaba vigilando, por lo que empezó a tirar de la cinta aislante.

-Chesnovak, me parece que no has sido honesto en cuanto al tiempo que ibas a tardar en llegar.

No tenía por qué haberse derramado sangre. Dame las imágenes y nos iremos.

No hubo respuesta. Ella tiró y retorció e hizo todo lo posible por deshacerse de sus ataduras.

Cuando su mano golpeó el metal del poste, se dio cuenta de que podía restregar la cinta en los

tornillos exteriores que lo mantenían en su sitio.

-Erik, estoy cansado de juegos. Muéstrate o pondré una bala en la cabeza de tu amante.- El

viejo la apuntó con la pistola y Ella se quedó sin aliento.

Iba a morir. Iba a morir en un club de la mafia rusa atada a un poste de striptease.

-Soy una buena persona- murmuró, mirándole con furia. -Tenía un plan para mi vida y no incluía a
ninguno de vosotros. Quería estudiar para ayudar animales. ¿Sabes por qué elegí a los

animales? Porque no chantajean ni seducen a la gente cuando están en su peor momento, ¡y no me

apuntan con jodidas armas!

La cinta se rompió y Ella levantó un pie con todas sus fuerzas. Yashin gruñó sorprendido y las

armas comenzaron a disparar. Con el corazón a cien, Ella se lanzó desde la pequeña plataforma en la
que estaba el poste. Cayó detrás de una de las barras de bar, y gateó en busca de algo con lo que

protegerse.

Se oyeron unas airadas palabras en ruso. Como Erik aún no se había mostrado, Ella supuso

que Yashin estaba ordenando a sus hombres que lo buscaran.

Esperaba que no les estuviera mandando buscarla a ella.

El bar estaba muy bien como cubierta, pero estaba atrapada. Si no encontraba otro sitio para

esconderse, iba a ser blanco fácil para cualquiera que se asomara por encima o por un extremo.

Tal vez le dejaran tomarse una última copa antes de morir.

-Fuera. Ahora.

Aquellas palabras con acento ruso iban claramente dirigidas a ella. Ella levantó la mirada y

vio a Yashin al final de la barra. Su arma parecía aún más amenazadora que antes.

-La verdad es que estoy bien aquí- dijo. Él disparó y la bala alcanzó una de las botellas que

tenía al lado. El vidrio saltó por todas partes y Ella se encogió. -Vale, ya voy. Ya voy.

Moviéndose lo más lento que pudo, se puso en pie. Yashin parecía ser el único que quedaba en

el club, pero un rápido vistazo le informó de que no había más cuerpos. Los guardas tenían que estar
en alguna parte.

-Dile que salga. Que te oiga suplicar por tu vida.- Sus ojos relucieron con malicia, y Ella tuvo

la sensación de que estaba disfrutando.

No le extrañaba que Valeria fuera una mujer tan horrible.

-Erik- llamó. Le temblaba la voz. Tomó una respiración profunda y lo intentó de nuevo. -Erik.

Parece que el Sr. Yashin quiere hablar contigo.

-Implora, zorra estúpida- gruñó.

Se escuchó otro disparo y Ella no lo pudo evitar. Profirió un enorme grito y se agachó de

inmediato detrás de la barra. Yashin se derrumbó con fuerza, derribando botellas de licor, antes de
aterrizar en el suelo junto a ella.

La sangre manaba de su cabeza. -Oh Dios mío- musitó Ella. -Oh Dios mío. Oh Dios mío. Oh
Dios mío.

-Ella, ¿estás bien?

-¿Erik?- Ella se levantó despacio y se asomó sobre la barra del bar. Erik bajaba a toda prisa

las escaleras del salón de la segunda planta. -¿Y los demás?

-No te preocupes por ellos. Tenemos que sacarte de aquí antes de que…-

El sonido de la puerta golpeando la pared la dejó helada. -Agáchate- susurró Erik. Ella

obedeció y escuchó un familiar taconeo.

Valeria. ¿Qué haría cuando descubriera que Yashin estaba muerto?

-¿Qué ha pasado? ¿Dónde está mi padre?

-Se ha ido- dijo Erik, sin más. -Le he dado los documentos y se ha llevado a Ella. Supongo que

sus hombres tenían que ocuparse de mí.

-¿Tiene a tu mujer?- preguntó, vacilante. -Estupendo. Me voy a divertir con ella antes de

matarla. Pero primero, voy a hacer lo que no han sido lo bastante hombres para llevar a cabo.

Erik. Iba a matar a Erik.

Ella ni siquiera se dio cuenta de que se estaba moviendo hasta que estuvo sobre la barra del

bar con la pistola de Yashin apuntando a Valeria. Apretar el gatillo le produjo una sensación a la vez
poderosa y terrible. El arma retrocedió y le pellizcó la mano. A cámara lenta. Como en un sueño.

Coge la pistola. Mata a esa mujer. Salva a Erik.

Mata a esa mujer.

Erik reaccionó con rapidez. Dos disparos, y ambos hombres armados cayeron al suelo.

Mata a esa mujer.

Valeria cayó al suelo. La sangre brotó de su pecho y en su rostro se dibujó una expresión de

sorpresa. Ella dejó caer la pistola y se quedó mirando. Erik dio un salto y de una patada apartó el
arma del cuerpo de la mujer antes de cogerla, junto con la que había dejado caer Ella.

¿Mata a esa mujer?

¿En qué se había convertido?


-Ella. ¡Ella!- Erik estaba junto a ella, sacudiéndola por los hombros. -Mírame, cariño. Dime

algo.

-Iba a matarte- balbuceó.

-Cariño, no está muerta.

-No quería que murieras.

-Ella. Escúchame. No está muerta.

-Ni siquiera lo he pensado. No quería que te hiciera daño.

-¡Ella!

Ella apartó la mirada de la macabra escena y parpadeó. -Erik. La he matado.

-Eh.- Le dedicó una extraña sonrisa y acarició su mejilla con un dedo. -Quiero que me

escuches, cariño. No eres muy buena disparando. No está muerta.

Confundida, Ella miró detrás de ella. Valeria se intentó incorporar y gimió.

-No está muerta.

-No, pero me has salvado la vida, cielo. Vamos. Quiero que te vean los paramédicos cuando

lleguen. ¿Te han hecho daño?

-¿Has llamado a la policía? Pero eres la mafia. Y esta noche has matado a un montón de

gente.- Ella tragó saliva. -¿Vas a ir a la cárcel?

-Creo que conozco a alguien que nos puede ayudar con eso- dijo con una pícara sonrisa. -

Vamos.

Con un brazo alrededor de ella, la condujo hacia la puerta. Al pasar junto a Valeria, Erik ni

siquiera la miró, pero Ella le hizo detenerse.

-Eres una mujer horrible- murmuró. -Disfrutas con el dolor de la gente. Crees que el amor es

una debilidad. Para ti el sexo es un arma. ¿Quieres saber la diferencia entre tú y yo? Tú ibas a

matarle porque te rechazó. Yo iba a matarte para salvarle. Y me he sentido horrible.

-Esto no va a quedar así- susurró Valeria, sujetándose el hombro con una mano. Trató de
ponerse en pie, pero tenía la pierna torcida en un ángulo extraño.

-Tu padre está muerto, Valeria. Y tú vas a ir a la cárcel. Se acabó- dijo Erik con toda

tranquilidad.

Vio la desesperación en su rostro. Erik tiró suavemente de Ella y la dejaron llorando en el

suelo. -¿Qué crees que le va a pasar?- preguntó Ella en voz baja.

-Con un poco de suerte, la encerrarán en una mazmorra muy profunda- respondió.

Al salir a la calle, la intensa luz del sol la deslumbró y entrecerró los ojos. Delante de ella,

había tres coches de policía y, en cuanto Erik les hizo una señal con la cabeza, desenfundaron sus
armas y entraron en el club.

-¿Por qué no te han ayudado?- preguntó Ella. -¿Estaban aquí todo el rato?

-Acabamos de llegar.- Un hombre mayor se acercó a ellos y les tendió la mano. -Soy Jeffrey

Granger, el comisario general de la policía.

Ella lo miró con ojos desencajados. ¿El comisario de la policía estaba allí? -Vaya. Le tiene

que deber un enorme favor a Erik.

El hombre hizo una mueca. -Srta. Davis, me alegra ver que está a salvo. Mientras los

paramédicos le hacen un chequeo, me gustaría tomar declaración al Sr. Chesnovak.

Con su brazo todavía alrededor de ella, Erik la guió hasta la ambulancia. -Vuelvo enseguida-

le susurró. Por un momento, pensó que iba a besarla, pero sólo le apretó ligeramente la mano antes
de irse.

-¿Algún dolor o herida?- le preguntó una mujer paramédico. Observó con una pequeña luz los

ojos de Ella, que parpadeó.

-Creo que estoy bien. Había un montón de cristales, pero creo que no me he cortado. Me duelen las
muñecas.

La paramédico examinó las marcas rojas de la cinta aislante. Ella miró a su alrededor y no

pudo evitar fruncir el ceño. No se oían sirenas. Ni se veían luces azules parpadeando. ¿Tres coches
para ocho hombres armados? No le extrañaba que Erik no estuviera preocupado. Nada de aquello

parecía oficial.
-Si nota algún cambio, o empieza a sentirse mareada o con dolor, debe acudir a un hospital de

inmediato. El shock a veces bloquea los sentidos y una vez que desaparece, podría darse cuenta de

que está más lastimada de lo que pensaba.

Ella asintió, pero su mirada estaba fija en Erik, que se acercaba a ella.

-¿Nos puede dar un minuto?- preguntó en voz queda.

La paramédico asintió con la cabeza. Ella no estaba segura de qué quería decirle. –Ha

amenazó a mi madre. ¿Crees…-

-No te preocupes por tu madre- dijo él en un tono suave. -Tengo a alguien vigilándola.

-Gracias. ¿Estás herido?

-Nada grave.- Erik la miró con una tenue sonrisa y sacudió la cabeza. -¿Te ha dicho la

paramédico que estás bien?

-Sí, pero cree que estoy en estado de shock. Yo creo que estoy bien, aunque supongo que la

gente en estado de shock no se da cuenta de que está en estado de shock.- Si decía estado de shock una
vez más, iba a sonar como una loca. Se quedaron en silencio, y ella le observó.

Había dolor, angustia y rabia en sus ojos. Sabía que estaba enojado con ella. Si hubiera hecho

lo que le pidió, no estarían en aquella situación. -Siento haber huido.

-Por favor, no te disculpes. Ya ha terminado.

Ya ha terminado. Ellos habían terminado. Tragó saliva y trató de sonreír. -Erik, no estoy segura

de qué va a pasar ahora.

-No tienes que preocuparte de nada. Puedes regresar a tu vida y yo me encargaré de que todo

vaya bien con tu madre.

Le dio un vuelco el corazón. -No me refiero a eso.

-Ella...

-Te amo- dijo Ella de golpe. Los ojos de Erik se desorbitaron y el corazón de Ella se aceleró,

pero ya no había vuelta atrás. -No soy la clase de mujer que se va a vivir con un hombre al que

apenas conoce. No me codeo con organizaciones criminales y no me secuestran rusos locos, pero
estoy enamorada de ti. Si me pides que me quede, lo haré.

El mundo se detuvo cuando él la observó con una pequeña sonrisa. Intentó desesperadamente

adivinar qué estaba pasando por su mente.

-Todo es culpa mía- dijo él en tono triste.

¿Se refería al peligro o al hecho de haberse enamorado perdidamente de él? Erik no entró en

detalles.

-Un agente te llevará a casa. Haré que te envíen tus cosas de inmediato. Adiós, Ella.

Se le hizo un nudo en la garganta al verle alejarse, pero se negó a llorar. ¿No le había

advertido que no era una historia en la que el chico malo cambiaba su forma de ser? La mafia era lo
único que conocía.

En cierto modo, seguía siendo un héroe, pero no iba a ser el hombre de su final feliz.

Capítulo Veinte

Erik observó el local con una sonrisa. Era perfecto. El día anterior había firmado el acta y

ahora estaba esperando a que llegara el contratista.

Había transcurrido un mes desde que se había separado de Ella. En ciertos momentos de

debilidad, la había llamado, pero no había dejado ningún mensaje. Ella no le había devuelto las

llamadas. ¿Qué esperaba? No era el hombre que quería.

Era hora de pasar página. A pesar de los cambios, La Orquídea Negra funcionaba muy bien y

había llegado el momento de expandirse.

-¿Erik Chesnovak?

Se giró para saludar a Jimmy Hostin, el propietario de Jimmy's Renovations. -Sr. Hostin. He

oído muchas cosas buenas de usted- dijo con una sonrisa.

-Eso es bueno. Eso es bueno. Tiene usted un bonito local. Excelentes vistas. Mucho tráfico

peatonal. ¿Qué necesita?

-Lo primero que necesito es una pared divisora. Van a ser dos negocios distintos. No necesito

demasiado espacio en este lado. Lo suficiente para un escritorio y un par de sillas para recibir
clientes.

Jimmy frunció los labios y asintió. -Entiendo. Mandaré a alguien a tomar medidas. ¿Va a

necesitar una entrada exterior para ambos locales?

Erik asintió. -Sí. Los clientes van a ser muy distintos- dijo, con una vaga sonrisa.

El trabajador de la construcción le miró con una expresión de extrañeza, pero no dijo nada

mientras anotaba los detalles. -De acuerdo. ¿Estanterías? ¿Necesita una zona de almacenaje?

¿Armarios empotrados?

Erik le informó de los cambios que quería en el espacio mayor. Necesitaba un mostrador

principal en la parte delantera y tres habitaciones pequeñas en la de atrás. Podía ver los ojos del
constructor iluminándose cada vez más, pensando en el precio final.

-Eso bastará para la planta baja. Voy a necesitar varios cambios en el piso de arriba.

-¿Va a poner otro negocio allí?- peguntó Jimmy.

-No exactamente- respondió Erik. -Sígame.

Cuando Jimmy le dio el estimado final, Erik estaba satisfecho. -Pagaré extra por servicios

prioritarios. Me gustaría que esté finalizado en las próximas seis semanas.

-No hay problema- dijo Jimmy.- Lo puedo hacer en seis semanas. ¿Nos podemos ver aquí por

la mañana para hacer las mediciones y ultimar detalles?

-Claro.

Se dieron un apretón de manos y Jimmy se fue. Erik se apoyó contra la pared, e inhalando

profundamente, miró a su alrededor. Con pesar, se recordó a sí mismo que no tiene elección. Había

llegado el momento de hacer la llamada que había estado temiendo durante los últimos días.

Era hora de decir adiós y pasar página.

***

-Ella, el Sr. Herman quiere hablar contigo.

Ella levantó la mirada del escritorio presa del pánico. Caroline, la secretaria de su jefe,

estaba de pie en la apertura de su cubículo. Sus prácticas en el California Bay Wildlife Center habían
sido un sueño hecho realidad. ¿Se habría metido en un lío porque trataba de estudiar unos minutos a
escondidas?

-Gracias- dijo, cerrando el libro. -Ahora mismo voy.

Se atusó el cabello con las manos para tener un aspecto más presentable. No había estado

durmiendo bien. Aunque la operación de su madre había ido a la perfección, y se estaba recuperando
rápidamente, Ella seguía preocupada. Entre las horas que pasaba estudiando y en el centro de fauna

silvestre, no le quedaba mucho tiempo para dormir.

No mientas. No duermes porque le echas de menos.

Intentó apartar aquel pensamiento de su mente, pero el dolor nunca desaparecía. Le dijo que se

quedaría, y él se alejó. Habían pasado tres meses. Tres meses. Ella había seguido con su vida. Las
cosas le iban bien. Muy bien.

Era más difícil de lo que pensaba. Josh le había roto el corazón, pero aquello no era nada

comparado con el dolor que sentía ahora. Le había hecho falta toda la autodisciplina que poseía para
no devolverle las llamadas. El recuerdo de sus besos y caricias la atormentaba.

Aunque la puerta del director estaba abierta, llamó. -¿Sr. Herman? ¿Quería hablar conmigo?

Michael Herman era un hombre mayor, cerca de los setenta. Debería haberse jubilado hacía

años, pero amaba su trabajo y era muy apreciado por todos en la pequeña organización. Le sonrió

amablemente. -Entra, Ella. Por favor, cierra la puerta.

-Sr. Herman, quiero que sepa que me encanta este trabajo. Puede que haya estado estudiando

un poco en secreto, pero prometo que no lo voy a hacer más- dijo apresuradamente.

Herman rió y levantó una mano. -No te he llamado para despedirte por estudiar, aunque no

eres tan discreta como crees. De hecho, estoy muy satisfecho con tu dedicación y tus estudios. No me
daba cuenta, pero necesitábamos más sangre joven. Tenía mucha razón cuando me sugirió que te

contratara.

Ella frunció el ceño. –Perdón, ¿quién se lo sugirió?

-El departamento de educación está abrumado con la demanda del público, y tenemos que

expandirnos. Vamos a abrir un pequeño local dedicado a educar sobre la fauna local, y me gustaría

que me ayudaras a dirigirlo.


Ella se quedó mirándolo. -¿Yo? Pero si sólo llevo trabajando aquí un mes, y tengo que ir a

clase.

-Tendrás ayuda- dijo él. -Por supuesto que la tendrás. No se me ocurre nadie mejor para

ayudarme a poner este programa en marcha. Tienes pasión por la enseñanza y por aprender. Cobrarás

bastante más, y no interferirá con tu educación. Tienes que conseguir ese título para que puedas tener
contacto directo con los animales.

Ella exhaló y sonrió. -¡Por supuesto que me encantaría ayudarle! No tenía ni idea. ¿Cuánto

tiempo lleva planeando la expansión?

-Desde que un fan nuestro nos donó el local. Ya has terminado con tus clases por hoy, ¿verdad?

Ella asintió. La mayoría de las clases eran online, por lo que sólo tenía que asistir al campus

tres veces por semana, y una noche al laboratorio.

Herman le entregó un trozo de papel y una llave. -Excelente. Si no te importa, me gustaría que

echaras un vistazo a las nuevas instalaciones. Todo está preparado, pero no abrimos hasta dentro de
un mes. Hazme saber cualquier cambio que crees que vamos a necesitar. Ya hemos recibido una

solicitud de un campamento de verano para traer a sus niños.

-¡Qué emocionante!- exclamó, con una enorme sonrisa. -Tengo un montón de ideas que me

gustaría compartir con usted. Es un sueño hecho realidad. ¡Gracias!

-Sé que harás grandes cosas, Ella. Y ahora, date prisa. Me gustaría oír lo que piensas.

La dirección estaba junto al mar. El paseo siempre estaba abarrotado, pero las oficinas tenía

aparcamiento justo detrás, por lo que pudo llegar sin dificultad. Llave en mano, se apresuró a visitar
el nuevo local.

Estaba junto a una pequeña oficina privada y una librería. Abrió la puerta de cristal y entró.

Las paredes estaban cubiertas de posters, y había un pequeño escritorio con unos folletos.

Toda la pared izquierda era un gigantesco acuario. Aunque no aún había peces en él, estaba decorado
con brillantes corales.

Abrió la puerta giratoria del fondo. Un corto pasillo daba acceso a tres diferentes puertas.

Estaban cuidadosamente etiquetadas como especies terrestres, aviarias y marinas. Cada habitación
estaba más que suficientemente equipada como habitáculos a corto plazo para animales.

Y era todo suyo. Bueno, pertenecía al centro de fauna silvestre, pero lo sentía como suyo. Ya

tenía un montón de ideas.

Cuando regresó a la recepción para echar un vistazo a los folletos, miró al acuario una vez más.

Su corazón se detuvo.

Desde el otro lado, Erik Chesnovak la observaba.

Sintió como si todo el aire se hubiera evaporado de la sala, y se tuvo que apoyar en el

mostrador. El dolor y la alegría la inundaron.

Poco a poco, comenzó a atar cabos. La inmediata admisión en la universidad y la beca. Y la

inesperada oferta de trabajo en el centro de fauna silvestre. Pensó que las cosas por fin estaban

saliendo bien, pero ahora era evidente que alguien había intervenido.

Erik había estado moviendo los hilos todo el tiempo.

Furiosa, entrecerró los ojos y salió del centro apresuradamente. El negocio de al lado tenía un

pequeño cartel en la puerta.

Consultoría Chesnovak.

-Qué descaro- musitó, abriendo la puerta de golpe. -¿Quién demonios te crees?

Erik la miró sorprendido y levantó las manos. -Ella, no te enfades. Te lo puedo explicar.

-¿Sabes qué? No quiero oír tu explicación. ¿Fuiste tú? ¿La universidad? ¿El trabajo? ¿Quién

demonios te crees que eres? ¡Te dije que te amaba y te largaste! ¿Creías que esto iba a funcionar?

¿Manipular mi vida para estar cerca de ti? ¿Crees que si te veo todos los días voy a flaquear y dejar
que...?

Erik cruzó la habitación y la agarró por los hombros. -Ella.

Algo en su voz la hizo parar. Ella cerró la boca y lo miró. Tenía tan buen aspecto como

siempre.

-No puedo pasar por esto otra vez- susurró Ella. -Por favor, no me obligues.

-No hay ninguna condición- dijo él en voz queda. -Te lo prometo. Lo he hecho por ti. Lo he
hecho porque tú, más que nadie, se merece que sus sueños se hagan realidad. Sólo tienes que

decírmelo y trasladaré la consultoría. No tendrás que verme nunca más.

-¿Porqué la abriste aquí para empezar?- preguntó ella. Ya no estaba enfadada, pero no sabía qué
sentir. -¿Si la ibas a mover?

-Tenía que intentarlo.- Levantó una mano y le colocó un mechón de pelo detrás de la oreja. -De

lo contrario, lo hubiera lamentado el resto de mi vida.

-Intentar ¿qué?

-¿Cómo puedes no saberlo?- dijo con voz ronca. -Ella, te amé desde el momento en que

entraste por la puerta del club. Te he deseado desde el primer día, pero cuando te vi allí, tan valiente e
inocente, supe que no iba a volver a ser el mismo. Me odio por lo que te hice, y voy a intentar

expiarlo durante el resto de mis días.

Ella cerró los ojos cuando empezó a sentir las lágrimas. -Yo también te amo, Erik, pero no es

suficiente. No puedo estar contigo sabiendo el tipo de vida que llevas.

-Ven aquí, cariño.- Colocó un brazo alrededor de su cintura y la guió a la ventana. Presionando

su cuerpo contra su espalda, la besó en la coronilla. -¿Qué ves?

Sintiéndose desamparada, Ella abrió los ojos. -Un paisaje muy bonito. Muy buena ubicación.

-No. Dime que ves.

Confundida, se mordió el labio inferior. -El océano- dijo, finalmente. De repente, lo entendió

todo. –Una tienda junto al océano.

-Mi sueño de infancia. Lo primero que hice después de separarme de ti, fue acabar con las

prácticas ilícitas de La Orquídea Negra. Ahora no es más que una discoteca. Sin drogas. Ni nada

ilegal. Lo segundo fue enviar a mis guardas de vuelta a casa. Ya no necesito que me protejan. El resto
del personal también se ha ido.

Ella estaba demasiado asustada para reconocer la esperanza que estaba formándose en su

interior. Se reclinó contra la calidez de su cuerpo y tomó una respiración profunda. ¿Por qué no?

-Antes de que renunciar a la fortuna familiar, compré este sitio para ti. Entonces llamé a mi

padre y le dije que dejaba el negocio. Vendí el club. Vendí la casa. La única fuente de ingresos que
tengo es este negocio.

-¿Vendiste la casa?- preguntó Ella con voz débil. -¿Dónde demonios estás viviendo?

-Arriba. ¿Quieres verlo?

Aquello sonaba peligroso, pero no se resistió cuando él la tomó de la mano. Detrás de su

escritorio había una escalera que conducía al segundo piso. Cuando abrió la puerta, Ella entró y se
quedó sin aliento.

Era un espacio open plan que ocupaba todo el ancho del edificio. La mitad de la pared

delantera era un ventanal con unas espectaculares vistas del océano.

-Hay cuatro dormitorios en la parte de atrás. Suficiente para dos niños y una habitación de

invitados- dijo en voz baja.

El corazón de Ella se aceleró en su pecho al volverse a mirarlo. -¿Quieres tener hijos?

-Con la persona adecuada.

-Ya veo.- Se le secó la boca. -Es un enorme cambio para ti. ¿Estás bien?

Erik se encogió de hombros. -Mi padre está molesto. Soy su único hijo, pero tengo primos que

pueden tomar el relevo. Ha prometido respetar mis deseos y no expandirse más en mi ciudad. Si voy

a empezar una nueva vida, no quiero verlo.

Ella no pudo evitarlo. Sonrió. -¿Has hecho todo eso por mí?

-Sí. Y por mí. El negocio de mi padre es lo único que he conocido, y no sabía que había algo

más ahí fuera para mí. Tú me has demostrado que aún tengo capacidad de amar y preocuparme por la

gente. Tú me has mostrado que puedo hacer realidad mis sueños. He legalizado el club, y me lo

podría haber quedado, pero no lo quiero.- Extendió los brazos. -Esto es lo que quiero. Mi propio

negocio. Limpio. Pequeño. Y a tu lado. Entiendo que necesites tiempo para pensártelo. Te daré todo el
que necesites.

Ella sonrió con malicia. -¿Qué tengo que pensar?

Él frunció el ceño. -¿No me he explicado bien?

-Se te da muy bien eludir las palabras clave.


-Lo sé.- Erik sacudió la cabeza y volvió a tomar su mano. -Debería hacerlo de forma

apropiada.

Ella sintió un hormigueo de entusiasmo cuando la condujo por el pasillo hasta uno de los

dormitorios. -Creo que una vez te dije que no iba a haber flores ni bombones esperándote.

Ella contempló la cama. -Ni un anillo de diamantes. Dijiste un anillo de diamantes- dijo con

voz entrecortada. Esparcidas sobre la cama, había al menos seis docenas de rosas rojas y varias

cajas de bombones.

Y en mitad de todo aquello, un precioso anillo de diamantes.

-Nunca me había equivocado tanto. Cásate conmigo, Ella. Sé que no lo merezco. No te

merezco, pero voy a pasar el resto de mi vida haciendo lo que sea necesario para poder ver esa

sonrisa.

No había nada que añadir. Ella se giró y le echó los brazos al cuello. Él la levantó sin esfuerzo

y la besó con pasión. La depositó sobre la cama y, gateando sobre ella, se apoyó en los codos para
mirarla fijamente. -¿Eso es un sí?

Sin decir nada, Ella le sacó la camisa por la cabeza. Cuando el se movió, la arrojó al suelo y

le desabrochó los pantalones.

-Ella- dijo mirándola a los ojos. -¿Qué piensas?

Se los bajó hasta que él tuvo que deslizarse de la cama y quitárselos de una patada.

Disfrutando del tentador paisaje de su cuerpo desnudo, Ella se deshizo rápidamente de su propia

ropa.

Su polla respondió elevándose y Ella la envolvió con sus manos.

-Joder, Ella- gimió. -Me estás matando. Por favor.

Tras liberarle, le empujó hacia atrás y se quitó el sostén. Burlonamente, se pellizco un pezón.

Los ojos de Erik se oscurecieron y sacudió la cabeza.

-¿Qué intentas hacerme, mujer?

Sintiéndose empoderada, Ella se puso en pie, se giró y se dobló hacia adelante a la vez que se
bajaba las bragas. Su gruñido de aprobación fue todo lo que necesitó escuchar para volver gateando

sobre la cama. Le miró por encima del hombro.

Erik se quedó inmóvil. -Por favor, cariño. Te lo suplico.

Por fin, Ella sacó el anillo de la caja y se lo colocó en el dedo. En un instante, Erik estaba

encima de ella, tras apartar flores y cajas de su camino. La besó en la boca y recorrió todo su cuerpo
con sus manos.

-Más vale que sea un sí, porque no te voy a dejar machar otra vez. No sabes lo preciosa que

estás en este momento. Completamente desnuda, en mi cama, y con mi anillo en el dedo.

-Me casaría contigo mañana mismo- dijo ella, inclinándose para besarle suavemente. -Ahora

ponte a trabajar. Tienes dos meses que recuperar.

La hizo retorcerse y jadear con los dedos. Degustó su abertura con la lengua. Con largas y

lentas embestidas, la folló hasta que gritó su nombre en mitad del orgasmo. La dio la vuelta y la tomó
con fuerza y, cuando ella perdió el control, le proporcionó otro estremecedor orgasmo antes de

derramar su semilla dentro.

Cuando conoció a aquel misterioso desconocido, no sabía que iban a terminar así. El temor y

la angustia del principio no fue nada en comparación con toda una vida de aquello.

Su amor. Su vida.

Su ruso.

¡FIN!

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Tabla de Contenido
La Novia a La Fuerza del Mafioso
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Capítulo Trece
Capítulo Catorce
Capítulo Quince
Capítulo Dieciséis
Capítulo Diecisiete
Capítulo Dieciocho
Capítulo Diecinueve
Capítulo Veinte
Capítulo Veintiuno
Capítulo Veinte y Dos
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Sometida al Capo de la Mafia
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Capítulo Trece
Capítulo Catorce
Capítulo Quince
Capítulo Dieciséis
Capítulo Diecisiete
Capítulo Dieciocho
Capítulo Diecinueve
Capítulo Veinte

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