Claves de La Tragedia

Descargar como docx, pdf o txt
Descargar como docx, pdf o txt
Está en la página 1de 2

Claves de la tragedia griega clásica

1. La tragedia griega, una de las primeras formas dramáticas de la historia de Occidente, nace
a partir de los himnos corales en honor al dios Dionisos. Hacia el siglo V a.C., en la Atenas de
Pericles, la obra de tres autores permite establecer las convenciones del género, su evolución
y –para muchos- su final. Los romanos (con Séneca a la cabeza) imitarán luego este teatro.
Habrá que esperar hasta el siglo XVII, en la Inglaterra de la reina Isabel, para encontrarse con
la segunda época clásica de la tragedia, gracias al genio de William Shakespeare: Hamlet,
Otelo, Macbeth, El rey Lear. Cabe citar también, en la Francia de Luis XIV, a Racine.
Volviendo a “la creación artística más característica de la democracia ateniense”, como la
define Arnold Hauser, es posible trazar un punto de partida con Esquilo (entre las obras que se
conservan, la única trilogía completa es la Orestíada), autor en el que predomina el elemento
mitológico; y un punto de llegada con Eurípides, que convierte los componentes rituales en un
mero decorado. Entre ellos se alza la figura de Sófocles (basta nombrar Edipo rey, Antígona):
“el enigma de la sabiduría sosegada, sencilla, natural, con que ha erigido aquellas figuras
humanas de carne y hueso, henchidas de las pasiones más violentas y de los sentimientos más
tiernos, de orgullosa y heroica grandeza y de verdadera humanidad” (Werner Jaeger).

2. Mímesis (término que vale tanto para imitación como representación) de “una acción noble
y eminente” (pues sus protagonistas siempre son héroes épicos o mitológicos, reyes y nobles),
en “lenguaje sazonado” (no sólo por la elocución retórica de los actores, sino también por los
cantos del coro), la representación trágica procura en el público la “purificación” (katharsis)
de las pasiones suscitadas mediante la piedad (por el destino ajeno en la escena) y el temor
(ante la posibilidad de que algo así le ocurra al espectador). Esta es la definición que puede
leerse en la Poética de Aristóteles, para quien el rasgo principal de la tragedia es la trama de
las acciones y no la psicología de los caracteres.
A plena luz del día, los actores se presentaban con un calzado elevado, el coturno, y llevaban
máscaras. El ritmo de la representación estaba marcado por la entrada, las intervenciones y la
salida final del coro, ubicado al pie del escenario en un espacio circular, la orquesta; entre un
canto y otro, se sucedían los episodios de la acción. Entre las convenciones clásicas se cuenta
la prohibición de mostrar muertes en escena, y la luego discutida “regla de las tres unidades”
(tiempo, lugar y acción).

3. El héroe trágico –razona Aristóteles- no debe ser totalmente virtuoso ni malvado; pues las
peripecias de la acción (en las que predomina el paso de la dicha al infortunio) no provocarían
las emociones propias del género, compasión y temor (si un héroe excesivamente virtuoso cae
en desgracia, el público no experimentará temor, sino enojo; si un malvado excesivo cae en el
infortunio, el público no experimentará compasión, sino satisfacción). Conviene, pues, que el
héroe se presente con virtudes y defectos; que no sobresalga por su virtud y su justicia ni que
caiga en la desdicha por su bajeza y su maldad.
¿Qué es, entonces, lo que define al conflicto trágico y al héroe atenazado por ese conflicto?
“El conflicto trágico –escribe Eilhard Schlesinger- se produce por la culpable rebelión del
hombre contra la Justicia que señala a cada cosa su función y sus límites dentro del universo,
y cuyos guardianes son Zeus y las Erinias”. A los ojos del héroe, el mundo se traduce en la
encerrona de las leyes, con sus mandatos y prohibiciones, con sus exigencias y castigos. El
conflicto de toda tragedia coloca al héroe en el cruce de dos leyes: una remite al orden de la
polis; la otra hace a una legalidad arcaica o primitiva, cuando no a una violencia originaria.
Por obra del impulso de la desmesura (la hybris), o por una falta no intencional que comete
quien no puede comprender del todo las cosas (la hamartía), se desatan sobre el héroe las
consecuencias (experimentadas como desgracias).

4. La cadena causal de las acciones, que arrastra al héroe en su derrotero, parece avanzar de
modo inexorable, como si fuera obra del destino (la moira). Toda acción parece formar parte
de un engranaje contra el cual ningún poder basta. Los dioses suelen intervenir en la escena de
la tragedia (engañando o enloqueciendo a tal o cual personaje, protegiendo a tal otro, dando
órdenes o consejos, provocando fenómenos sobrenaturales), pero ni siquiera ellos pueden
contra el destino. (La intervención divina es denominada desde entonces deus ex machina.) La
presencia de los dioses entre los héroes, al igual que la fuerza imbatible del destino, hacen al
componente mitológico o religioso que enlaza al drama trágico con sus orígenes.

5. Más allá de sus vínculos con el ritual dionisíaco del que se desprende la forma dramática, y
a mitad de camino entre el escenario y el auditorio, el coro es un elemento clave del mundo
representado en escena. Conformado por ancianos, mujeres o soldados, es “el representante
del medio ambiente en que se mueven los personajes de la tragedia” (Schlesinger). Con sus
intervenciones, que conjugan el canto y la danza, va marcando los episodios de la acción; es
una suerte de espectador interno de lo que ocurre (puede recordar acontecimientos pasados
vitales para la trama; puede expresar su alegría o su temor por los sucesos, lo que a menudo se
traduce en intermedios líricos de gran belleza); es el interlocutor constante del protagonista, al
que acompaña en la intensidad de sus emociones, y también como voz de la conciencia. Con
la música, el canto “pone de relieve ciertos momentos: siempre que un personaje recurre al
canto es porque se halla bajo los efectos de una emoción que el lenguaje hablado no traduciría
de manera suficientemente expresiva” (P. Girard).

6. La tragedia pone en escena, pues, la fatalidad que pesa sobre las acciones humanas, como si
su encadenamiento respondiera a un designio del destino; las consecuencias y el sentido total
de esas acciones escapan a la comprensión del héroe individual, que sin embargo debe asumir
su responsabilidad en esa trama; el héroe experimenta un desgarramiento del Yo y de su saber
supuesto sobre el mundo; y la presencia inevitable de la muerte siempre forma parte del
drama representado. En Antígona –sostiene George Steiner-, Sófocles ha planteado “todas las
constantes principales de conflicto propias de la condición humana”: el enfrentamiento entre
hombres y mujeres; entre la vejez y la juventud; entre la sociedad y el individuo; entre los
vivos y los muertos; entre los seres humanos y los dioses. Todas estas razones han llevado a
considerar la tragedia como una reflexión de carácter filosófico sobre la existencia humana.

También podría gustarte