6021-Texto Del Artículo-17078-1-10-20181205
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https://revistas.unlp.edu.ar/revpsi
Artículo de investigación
Correspondencia
martinsosa047@yahoo.com.ar
Filiaciones institucionales
1
Laboratorio de Investigaciones en Psicoanálisis y 2Departamento Interfacultativo de Psicología
Psicopatología (LIPPSI), Facultad de Psicología, Evolutiva y de la Educación, Facultad de Psico-
Universidad Nacional de La Plata (UNLP) logía, Universidad Autónoma de Madrid (UAM)
(Argentina) (España)
Resumen
En este artículo se abordan las perspectivas neurobiológicas para explicar el autismo a
partir de una revisión sistemática de literatura académica. Partimos de considerar a la
neurobiología como un campo complejo que estudia los aspectos anátomo-fisiológicos
del sistema nervioso central. En vinculación con el autismo, reconocemos dentro de
este campo cuatro perspectivas principales: i) la perspectiva neuroanatómica, ii) la
perspectiva neurosocial, iii) la perspectiva genética y iv) la perspectiva neuroquímica.
Luego de desarrollar cada una, analizamos posibles compatibilidades, yuxtaposiciones y
contraposiciones entre ellas.
Palabras clave
neurobiología | autismo | psicopatología infanto-juvenil | revisión sistemática
Palavras-chave
neurobiologia | autismo | psicopatologia infantil-juvenil | revisão sistemática
Keywords
neurobiology | autism | child & adolescent psychopathology | systematic review
que en toda la historia previa de investigación sobre la temática, y que dicho interés
académico acompaña el creciente número de casos de autismo diagnosticados en
instituciones de salud. En Estados Unidos, por ejemplo, en el año 2000, 1 de cada
150 niños era diagnosticado con autismo. En 2012, la cifra asciende a 1 de cada 68
infantes, y se agregan otros estadísticos que se consideran de importancia, como
ser que el 46% de los niños diagnosticados tiene probabilidades de convertirse en
un sujeto con una inteligencia superior a la media, y que la variable independiente
“género” resulta fundamental, dado que existen cinco veces más casos de autismo en
varones que en mujeres (CDC, 2014).
El autismo se ha convertido en un campo de disputas académicas donde confluyen
aportes provenientes de los discursos de la medicina, la psiquiatría, las neurociencias,
la psicología (desde sus diferentes paradigmas), el psicoanálisis, y la pedagogía, entre
otros (Piro, 2015).
Es este contexto el que dota de sentido a la tarea de considerar si los diferentes discursos
pueden o no complementarse, enriquecerse, yuxtaponerse, o incluso enfrentarse
(Kaulino y Stecher, 2008), poniendo en tensión sus núcleos duros. Veremos que las
diversas perspectivas que se incluyen al interior de la neurobiología del autismo
exploran no sólo cuestiones relativas a su etiología, sino también a técnicas de
diagnóstico cada vez más precoces y a escalas neuropsicológicas específicas (Rotta,
2013). Ellas intentan privilegiar mayormente la precocidad del diagnóstico con el
objetivo de ofertar tratamientos eficaces y tempranos.
Algunas de las primeras publicaciones sobre neurobiología del autismo corresponden
a trabajos de Minshew y Payton (1988) y de Rapin y Katzman (1998), en los que los
autores incluyen estudios genéticos, neuroanatómicos y de neuroimagen. Desde esos
primeros escritos hasta la actualidad, se han publicado más de 1000 artículos que
mencionan las palabras “neurobiología del autismo”, siendo el periodo 2014-2017 el
que marca una diferencia sustancial en el número de publicaciones (véase Figura 1).
Metodología
Nuestro trabajo constituye una revisión sistemática de literatura académica. Para
su elaboración hemos adoptado como marco metodológico las propuestas de la
declaración PRISMA para la realización y publicación de revisiones sistemáticas y
meta-análisis (Urrútia y Bonfill, 2010). El objetivo general de esta revisión es analizar y
comparar un conjunto de estudios teóricos y empíricos vinculados a la neurobiología
del autismo, en función de los resultados y las premisas epistemológicas y teóricas
que subyacen a ellos.
La búsqueda bibliográfica se realizó consultando las bases de datos más importantes
del área (ISI, Web of Science, Scopus, Proquest, ERIH, PubMed, ScienceDirect,
PsycINFO, Psicodoc, Dialnet, SciELO, Latindex Catálogo y NBR) a través de las
siguientes palabras clave genéricas: neurobiología [neurobiology] y autismo [autism].
Otras palabras clave específicas empleadas para ampliar la profundidad de revisión
de cada perspectiva particular se especifican en las secciones subsiguientes.
De acuerdo a nuestro criterio de elegibilidad, seleccionamos artículos, capítulos
de libros y libros sobre neurobiología del autismo escritos en los idiomas español e
inglés, tanto teóricos como empíricos, y publicados entre los años 1998 y 2017. No
obstante ello, también se han incluido referencias a escritos anteriores que constituyen
antecedentes de relevancia para la temática de la revisión (por ejemplo Kanner, 1943;
Asperger, 1944; Folstein y Rutter, 1977). Las características de los estudios empíricos
relevados se presentan organizadas en las Tablas 1, 2 y 3.
El análisis realizado permitió trazar una distinción entre diversas perspectivas que
podrían agruparse dentro del campo de la neurobiología del autismo: i) la perspectiva
neuroanatómica, ii) la perspectiva neurosocial, iii) la perspectiva genética y iv) la
perspectiva neuroquímica.
La perspectiva neuroanatómica
Dentro de ésta se incluyen aquellos trabajos que analizan la estructura y organización
del sistema nervioso de los niños autistas, la estructura cerebral, la materia gris y
blanca, y sus posibles alteraciones en relación con desarrollos considerados típicos
(Amaral, Schumann y Nordahl, 2008) (véase Tabla 1).
Coincidimos con Amaral et al. (2008), quienes distinguen la teoría que estudia el
sobrecrecimiento del cerebro de sujetos con TEA durante la vida posnatal de aquella
que se enfoca en el estudio del aumento de la sustancia blanca en el cerebro de niños
con TEA. Respecto a la primera, existe un gran consenso entre sus investigadores para
defenderla. Por ejemplo, Courchesne, Carper y Akshoomoff (2003) demostraron un
aumento exagerado y significativo del volumen cerebral de los niños. En su estudio,
participaron 48 niños con TEA de 2 a 5 años. Cada uno de ellos había sido evaluado
previamente en estudios de resonancia magnética (RM) relacionados con cambios en
el cerebro en sujetos con autismo. Utilizaron además, dos bases de datos reconocidas:
datos normativos transversales de una encuesta nacional estadounidense y datos
longitudinales de crecimiento individual. Los resultados de esta investigación
demostraron un aumento anormalmente acelerado en las mediciones de la
circunferencia craneal en los niños con TEA. Los autores sostienen que el tamaño
de la cabeza aumentó desde el percentil 25 -según los promedios arrojados por la
encuesta nacional de niños sanos realizada por CDC (Centers for Disease Control
and Prevention)- hasta el percentil 84, entre los 6 y los 14 meses de edad. Lo más
llamativo es que este aumento excesivo ocurrió mucho antes de la aparición típica de
los síntomas clínicos propios del TEA.
Para Lai et al. (2014), el sobrecrecimiento generalizado del cerebro temprano en los
TEA es uno de los rasgos neuroanatómicos más frecuentes de esta patología. Hazlett
et al. (2011) suponen que este sobrecrecimiento está asociado a un incremento en la
corteza cerebral antes de los dos años de edad. Siguiendo esta hipótesis, realizaron
un estudio longitudinal por RM en el que encontraron un agrandamiento cortical
generalizado en niños con TEA, con un aumento desproporcionado de la materia
blanca del lóbulo temporal. La presencia de un aumento del volumen cortical -no
de su grosor- podría estar asociada con el aumento de la superficie cortical, lo cual
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hicieron
Perspectivas neurobiológicas para explicar el autismo
Sosa, M. et al.
Perspectivas neurobiológicas para explicar el autismo
Sosa, M. et al.
para reducir o prevenir la manifestación sintomática del TEA es defendida por los
autores anteriormente mencionados. El acento está puesto en la etiología, con el fin
de reducir parcialmente los déficits o prevenirlos totalmente.
La perspectiva neurosocial
Originadas en estudios de neurobiología funcionalista, la perspectiva neurosocial
del autismo alude a la sumatoria de mecanismos nerviosos que organizan nuestras
interacciones con los otros, es decir, al modo en que nuestros cerebros empatizan
con otros y moldean la información proveniente del mundo externo. Para Cadaveira
y Waisburg (2015) cada vez que nos relacionamos con otro ser humano, nuestros
cerebros se entrelazan. Esto quiere decir que cada vez que establecemos contacto
con otros, nuestros cerebros (preparados biológicamente para ello) realizan
interconexiones fluidas para guiar el desarrollo de las relaciones sociales (Gazzaniga,
2009).
En el marco de esta perspectiva, delimitamos dos grandes teorías por su impacto y
difusión en las investigaciones actuales sobre autismo: la teoría del “cerebro social”
(Dunbar, 1998) y la teoría de empatización-sistematización (E-S) (Baron-Cohen,
2002).
La primera fue desarrollada por Dunbar (1998), antropólogo, psicólogo y biólogo
británico, quien extrapoló sus estudios con primates a los seres humanos para
entender cómo funcionan las interacciones, la comunicación, el engaño, siendo
la empatía el modelo básico de estudio. Como antecedente, el autor sitúa que en
el campo cognitivo y neurocientífico se asumía que los cerebros evolucionaban
para procesar información factual sobre el mundo. Por lo tanto, la mayor parte
de la atención centró en el reconocimiento de patrones, en la visión de color y en
la percepción del habla. Por extensión, se supuso que los cerebros evolucionaban
para hacer frente a tareas esencialmente ecológicas de resolución de problemas.
Dunbar (1998) explica el fenómeno por medio del cual tanto los primates como
los humanos, tienen el cerebro más grande que otras especies porque necesitan
procesar la información de su contexto ecológico. Una hipótesis alternativa ofrecida
a finales de los años ´80 fue que los primates tienen grandes cerebros porque reflejan
las demandas computacionales de los complejos sistemas sociales. Por ende, se
infiere que los sistemas sociales de los primates son más complejos que los de otras
especies y pueden además involucrar procesos tales como el engaño. Rápidamente,
la sugerencia fue que esta hipótesis fuese denominada “inteligencia maquiavélica”,
aunque hay una creciente preferencia por llamarla teoría del cerebro social (Dunbar,
1998) o de la cognición social (Herpertz y Bertsch, 2014). El término “cognición social”,
sin embargo, no refiere necesariamente a mecanismos cerebrales, también puede
aludir a procesos cognitivos, los cuales presentan una serie de particularidades en
el autismo (Alessandroni, Vietri y Krasutzky, 2017). La idea que se desprende de la
teoría del “cerebro social” es que permite reconocer determinadas perturbaciones en
la sociabilidad y sus correlatos neuroestructurales, pero no sólo en el autismo, sino
y se vincula con el medio ambiente. Hemos visto cómo para Pelphrey, Shultz, Hudac
y Vander Wyk (2011) el desarrollo anormal del cerebro se debe a que los niños con
TEA presentan una canalización cerebral distinta que da lugar a déficits conductuales
particulares como las deficiencias en la comunicación, los intereses restringidos,
estereotipados y los comportamientos repetitivos.
Por otra parte, es necesario destacar que la perspectiva neurosocial que desarrollamos
emplea herramientas metodológicas provenientes de diferentes ámbitos (medicina,
neurología, psicología, etología, entre otras). Su particularidad reside en que extrapola
el funcionamiento cerebral a los vínculos con el medio ambiente: las interacciones
con otros, la comunicación, el lenguaje, el engaño, entre otros. Asimismo, sostiene
una concepción evolucionista del cerebro hacia sistemas más complejos para procesar
la información proveniente del mundo externo (Dunbar, 1998).
La perspectiva genética
Aunque inicialmente en los años ´80 y ‘90, ya estaban sentadas las bases para
la construcción de una genética del autismo, a partir de 1990 se asumió que los
principales estudios de genoma y de asociación de genes “candidatos” conducirían
más directamente a los genes comunes del autismo. Si bien el progreso fue lento, el
crecimiento de literatura específica es sustancial (véase Figura 2). Para la revisión
sistemática de esta perspectiva, se han utilizado las palabras clave en idioma inglés:
“genetic”, “autistic spectrum disorder”, “neurobiology” y “autism”, sólo durante
el periodo 2015-2017, el número de artículos vinculados a PubMed es de 2143,
lo cual contrasta, aleatoriamente, con el periodo 2004-2006 donde el número de
artículos que hace referencia a la genética del autismo fue de 741. Realizando otro
contrapunto se puede notar en Fig. 2 que la primera publicación respecto a esta área
de investigación corresponde a los años ´70, pero el número de artículos incrementa
en los ´80, momento de consolidación de la genética del autismo. En la década del
´90, por ejemplo, sólo se escribieron 250 artículos, pero en la década siguiente (2000-
2009) se publicaron 1649 trabajos enmarcados en esta perspectiva.
Para Lai et al. (2014) la arquitectura genética del autismo ha demostrado ser
compleja y heterogénea, como lo informan los estudios de citogenética, vinculación
o asociación del genoma completo, y la secuenciación de todo el genoma o el exoma.
La mayoría de los autores que desarrollan sus estudios en esta perspectiva mencionan
presencia o ausencia significativa de determinados genes, de alteraciones genómicas,
sin embargo no arriesgan a concluir que alguna de ellas sea la causa del autismo.
Betancur (2013) realizó una revisión exhaustiva de todos los trastornos genéticos
reportados en sujetos con autismo o comportamiento autista, identificando 103 genes
y 44 desequilibrios genómicos recurrentes y afirman que esos hallazgos contrastan
con quienes afirman que se conoce poco acerca de su etiología.
En Estados Unidos, Miles (2011) sostiene que el mayor progreso hacia la
identificación de las causas genéticas del autismo provino de la identificación de
50%, ligado al gen MECP2, y el Síndrome de Down, con frecuencia del 5 al 15%,
vinculado a la trisomía del cromosoma 21. Por último, el tercer grupo, tiene un perfil
fenotípico específico, basándose su etiología en mutaciones de novo de efecto mayor.
Se trata en este caso de estudios realizados a través de nuevos métodos de mayor
resolución (como la tecnología de microarrays) que permitieron descubrir nuevas
mutaciones -microduplicaciones y microdeleciones- “que no podían ser detectadas
por estudios convencionales” (Levit y Campbell, 2009, p. 14). Este tipo de estudios es
al que hacen referencia las investigaciones de Lai, Lombardo y Baron-Cohen (2014)
y Miles (2011), citados anteriormente.
Una línea de investigación fecunda dentro de esta perspectiva refiere al estudio de
los métodos, por medio de los cuales los distintos investigadores logran realizar un
análisis minucioso y certero de los procesos neuronales y genéticos del autismo.
Es importante destacar aquí que, aunque las técnicas de neuroimagen del cerebro
humano han identificado regiones y circuitos implicados en los trastornos,
numerosos autores coinciden en optar por el estudio de modelos de patologías o
síndromes en animales, más específicamente, de ratones (Xu, Miller y Pozzo-Miller,
2014; Lombardi, Baker y Zoghbi, 2015; Hulbert y Jiang, 2016; Sztainberg y Zoghbi,
2016; Fuccillo, 2016; Wang et al., 2017).
Actualmente, en el ámbito de la investigación básica-traslacional, se cuenta con
modelos murinos para el desarrollo de diferentes líneas de investigación abocadas a
los TEA. Los ratones transgénicos (o manipulados genéticamente para los fines de la
investigación) permiten estudiar aspectos y roles específicos en este escenario. Han
sido utilizados ratones que sobreexpresan o carecen del gen MCEP2 [methyl CpG
binding protein 2] como también aquellos donde la manipulación genética permite
realizar VNC en el cromosoma 16p11.2. La mayor parte de los trabajos publicados
sobre la expresión genética condicional para el autismo implica la manipulación de
los genes que están mutados en el autismo sindrómico, como el Síndrome de Rett
(MECP2) y el complejo de esclerosis tuberosa (TSC1 o TSC2). Consideramos que
la posibilidad de manipular genéticamente estos animales abre un sin número de
posibilidades ya que recapitulan la mayoría de los defectos del desarrollo y permiten
ahondar en la comprensión del TEA.
Asimismo, se han encontrado escasos artículos que hayan incluido en su muestra
otras especies animales para el estudio del autismo. Un ejemplo de ello es el que
emprendieron Liu et al. (2016), quienes utilizaron monos transgénicos para observar
las mutaciones en el gen MECP2 que se encuentra en el 90% de los pacientes con
Síndrome de Rett. Los hallazgos les permiten afirmar que los monos transgénicos
que expresan MECP2 humano en el cerebro muestran por un lado, la transmisión
germinal del gen, y, por otro, conductas de retraimiento social similares a las que
pueden encontrarse en casos de TEA (Liu et al., 2016). Generalmente, los estudios
con ratones ofrecen oportunidades para la manipulación directa de las regiones y
de los circuitos cerebrales. Sin embargo, una limitación para este tipo de estudios
es que no existe ninguna característica neuropatológica singular identificada hasta
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sensoriales del ratón
Perspectivas neurobiológicas para explicar el autismo
Sosa, M. et al.
Perspectivas neurobiológicas para explicar el autismo
Sosa, M. et al.
Conclusiones y discusión
En este artículo constatamos, en relación al TEA, la existencia de un campo dentro
de las neurociencias denominado neurobiología del autismo. Se trata de un campo
científico heterogéneo que se desprende de la biología y que se ocupa de estudiar
los aspectos estructurales y funcionales del sistema nervioso central en sujetos
con TEA. Consideramos y desarrollamos los fundamentos metateóricos de cuatro
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extensivo neuroquímica y dos de los PSN probados
Perspectivas neurobiológicas para explicar el autismo
Sosa, M. et al.
Perspectivas neurobiológicas para explicar el autismo
Sosa, M. et al.
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