Dei Verbum
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PROEMIO
CAP�TULO I
LA REVELACI�N EN S� MISMA
4. Despu�s que Dios habl� muchas veces y de muchas maneras por los Profetas,
"�ltimamente, en estos d�as, nos habl� por su Hijo". Pues envi� a su Hijo, es
decir, al Verbo eterno, que ilumina a todos los hombres, para que viviera entre
ellos y les manifestara los secretos de Dios; Jesucristo, pues, el Verbo hecho
carne, "hombre enviado, a los hombres", "habla palabras de Dios" y lleva a cabo la
obra de la salvaci�n que el Padre le confi�. Por tanto, Jesucristo -ver al cual es
ver al Padre-, con su total presencia y manifestaci�n personal, con palabras y
obras, se�ales y milagros, y, sobre todo, con su muerte y resurrecci�n gloriosa de
entre los muertos; finalmente, con el env�o del Esp�ritu de verdad, completa la
revelaci�n y confirma con el testimonio divino que vive en Dios con nosotros para
librarnos de las tinieblas del pecado y de la muerte y resucitarnos a la vida
eterna.
La econom�a cristiana, por tanto, como alianza nueva y definitiva, nunca cesar�, y
no hay que esperar ya ninguna revelaci�n p�blica antes de la gloriosa manifestaci�n
de nuestro Se�or Jesucristo (cf. 1 Tim., 6,14; Tit., 2,13).
5. Cuando Dios revela hay que prestarle "la obediencia de la fe", por la que el
hombre se conf�a libre y totalmente a Dios prestando "a Dios revelador el homenaje
del entendimiento y de la voluntad", y asintiendo voluntariamente a la revelaci�n
hecha por El. Para profesar esta fe es necesaria la gracia de Dios, que proviene y
ayuda, a los auxilios internos del Esp�ritu Santo, el cual mueve el coraz�n y lo
convierte a Dios, abre los ojos de la mente y da "a todos la suavidad en el aceptar
y creer la verdad". Y para que la inteligencia de la revelaci�n sea m�s profunda,
el mismo Esp�ritu Santo perfecciona constantemente la fe por medio de sus dones.
Confiesa el Santo Concilio "que Dios, principio y fin de todas las cosas, puede ser
conocido con seguridad por la luz natural de la raz�n humana, partiendo de las
criaturas"; pero ense�a que hay que atribuir a Su revelaci�n "el que todo lo divino
que por su naturaleza no sea inaccesible a la raz�n humana lo pueden conocer todos
f�cilmente, con certeza y sin error alguno, incluso en la condici�n presente del
g�nero humano.
CAPITULO II
7. Dispuso Dios benignamente que todo lo que hab�a revelado para la salvaci�n de
los hombres permaneciera �ntegro para siempre y se fuera transmitiendo a todas las
generaciones. Por ello Cristo Se�or, en quien se consuma la revelaci�n total del
Dios sumo, mand� a los Ap�stoles que predicaran a todos los hombres el Evangelio,
comunic�ndoles los dones divinos. Este Evangelio, prometido antes por los Profetas,
lo complet� El y lo promulg� con su propia boca, como fuente de toda la verdad
salvadora y de la ordenaci�n de las costumbres. Lo cual fue realizado fielmente,
tanto por los Ap�stoles, que en la predicaci�n oral comunicaron con ejemplos e
instituciones lo que hab�an recibido por la palabra, por la convivencia y por las
obras de Cristo, o hab�an aprendido por la inspiraci�n del Esp�ritu Santo, como por
aquellos Ap�stoles y varones apost�licos que, bajo la inspiraci�n del mismo
Esp�ritu, escribieron el mensaje de la salvaci�n.
La Sagrada Tradici�n
Las ense�anzas de los Santos Padres testifican la presencia viva de esta tradici�n,
cuyos tesoros se comunican a la pr�ctica y a la vida de la Iglesia creyente y
orante. Por esta Tradici�n conoce la Iglesia el Canon �ntegro de los libros
sagrados, y la misma Sagrada Escritura se va conociendo en ella m�s a fondo y se
hace incesantemente operativa, y de esta forma, Dios, que habl� en otro tiempo,
habla sin intermisi�n con la Esposa de su amado Hijo; y el Esp�ritu Santo, por
quien la voz del Evangelio resuena viva en la Iglesia, y por ella en el mundo, va
induciendo a los creyentes en la verdad entera, y hace que la palabra de Cristo
habite en ellos abundantemente (cf. Col., 3,16).
CAP�TULO III
11. Las verdades reveladas por Dios, que se contienen y manifiestan en la Sagrada
Escritura, se consignaron por inspiraci�n del Esp�ritu Santo. la santa Madre
Iglesia, seg�n la fe apost�lica, tiene por santos y can�nicos los libros enteros
del Antiguo y Nuevo Testamento con todas sus partes, porque, escritos bajo la
inspiraci�n del Esp�ritu Santo, tienen a Dios como autor y como tales se le han
entregado a la misma Iglesia. Pero en la redacci�n de los libros sagrados, Dios
eligi� a hombres, que utiliz� usando de sus propias facultades y medios, de forma
que obrando El en ellos y por ellos, escribieron, como verdaderos autores, todo y
s�lo lo que El quer�a.
Pues, como todo lo que los autores inspirados o hagi�grafos afirman, debe tenerse
como afirmado por el Esp�ritu Santo, hay que confesar que los libros de la
Escritura ense�an firmemente, con fidelidad y sin error, la verdad que Dios quiso
consignar en las sagradas letras para nuestra salvaci�n. As�, pues, "toda la
Escritura es divinamente inspirada y �til para ense�ar, para arg�ir, para corregir,
para educar en la justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto y equipado
para toda obra buena" (2 Tim., 3,16-17).
12. Habiendo, pues, hablando dios en la Sagrada Escritura por hombres y a la manera
humana, para que el int�rprete de la Sagrada Escritura comprenda lo que El quiso
comunicarnos, debe investigar con atenci�n lo que pretendieron expresar realmente
los hagi�grafos y plugo a Dios manifestar con las palabras de ellos.
Para descubrir la intenci�n de los hagi�grafos, entre otras cosas hay que atender a
"los g�neros literarios". Puesto que la verdad se propone y se expresa de maneras
diversas en los textos de diverso g�nero: hist�rico, prof�tico, po�tico o en otros
g�neros literarios. Conviene, adem�s, que el int�rprete investigue el sentido que
intent� expresar y expres� el hagi�grafo en cada circunstancia seg�n la condici�n
de su tiempo y de su cultura, seg�n los g�neros literarios usados en su �poca. Pues
para entender rectamente lo que el autor sagrado quiso afirmar en sus escritos, hay
que atender cuidadosamente tanto a las formas nativas usadas de pensar, de hablar o
de narrar vigentes en los tiempos del hagi�grafo, como a las que en aquella �poca
sol�an usarse en el trato mutuo de los hombres.
Y como la Sagrada Escritura hay que leerla e interpretarla con el mismo Esp�ritu
con que se escribi� para sacar el sentido exacto de los textos sagrados, hay que
atender no menos diligentemente al contenido y a la unidad de toda la Sagrada
Escritura, teniendo en cuanta la Tradici�n viva de toda la Iglesia y la analog�a de
la fe. Es deber de los exegetas trabajar seg�n estas reglas para entender y exponer
totalmente el sentido de la Sagrada Escritura, para que, como en un estudio previo,
vaya madurando el juicio de la Iglesia. Por que todo lo que se refiere a la
interpretaci�n de la Sagrada Escritura, est� sometido en �ltima instancia a la
Iglesia, que tiene el mandato y el ministerio divino de conservar y de interpretar
la palabra de Dios.
Condescendencia de Dios
CAP�TULO IV
EL ANTIGUO TESTAMENTO
15. La econom�a del Antiguo Testamento estaba ordenada, sobre todo, para preparar,
anunciar prof�ticamente y significar con diversas figuras la venida de Cristo
redentor universal y la del Reino Mesi�nico. mas los libros del Antiguo Testamento
manifiestan a todos el conocimiento de Dios y del hombre, y las formas de obrar de
Dios justo y misericordioso con los hombres, seg�n la condici�n del g�nero humano
en los tiempos que precedieron a la salvaci�n establecida por Cristo. Estos libros,
aunque contengan tambi�n algunas cosas imperfectas y adaptadas a sus tiempos,
demuestran, sin embargo, la verdadera pedagog�a divina. Por tanto, los cristianos
han de recibir devotamente estos libros, que expresan el sentimiento vivo de Dios,
y en los que se encierran sublimes doctrinas acerca de Dios y una sabidur�a
salvadora sobre la vida del hombre, y tesoros admirables de oraci�n, y en los que,
por fin, est� latente el misterio de nuestra salvaci�n.
16. Dios, pues, inspirador y autor de ambos Testamentos, dispuso las cosas tan
sabiamente que el Nuevo Testamento est� latente en el Antiguo y el Antiguo est�
patente en el Nuevo. Porque, aunque Cristo fund� el Nuevo Testamento en su sangre,
no obstante los libros del Antiguo Testamento recibidos �ntegramente en la
proclamaci�n evang�lica, adquieren y manifiestan su plena significaci�n en el Nuevo
Testamento, ilustr�ndolo y explic�ndolo al mismo tiempo.
CAP�TULO V
EL NUEVO TESTAMENTO
17. La palabra divina que es poder de Dios para la salvaci�n de todo el que cree,
se presenta y manifiesta su vigor de manera especial en los escritos del Nuevo
Testamento. Pues al llegar la plenitud de los tiempos el Verbo se hizo carne y
habit� entre nosotros lleno de gracia y de verdad. Cristo instaur� el Reino de Dios
en la tierra, manifest� a su Padre y a S� mismo con obras y palabras y complet� su
obra con la muerte, resurrecci�n y gloriosa ascensi�n, y con la misi�n del Esp�ritu
Santo. Levantado de la tierra, atrae a todos a S� mismo, El, el �nico que tiene
palabras de vida eterna. pero este misterio no fue descubierto a otras
generaciones, como es revelado ahora a sus santos Ap�stoles y Profetas en el
Esp�ritu Santo, para que predicaran el Evangelio, suscitaran la fe en Jes�s, Cristo
y Se�or, y congregaran la Iglesia. De todo lo cual los escritos del Nuevo
Testamento son un testimonio perenne y divino.
18. Nadie ignora que entre todas las Escrituras, incluso del Nuevo Testamento, los
Evangelios ocupan, con raz�n, el lugar preeminente, puesto que son el testimonio
principal de la vida y doctrina del Verbo Encarnado, nuestro Salvador.
La Iglesia siempre ha defendido y defiende que los cuatro Evangelios tienen origen
apost�lico. Pues lo que los Ap�stoles predicaron por mandato de Cristo, luego, bajo
la inspiraci�n del Esp�ritu Santo, ellos y los varones apost�licos nos lo
transmitieron por escrito, fundamento de la fe, es decir, el Evangelio en cuatro
redacciones, seg�n Mateo, Marcos, Lucas y Juan.
19. La Santa Madre Iglesia firme y constantemente ha cre�do y cree que los cuatro
referidos Evangelios, cuya historicidad afirma sin vacilar, comunican fielmente lo
que Jes�s Hijo de Dios, viviendo entre los hombres, hizo y ense�� realmente para la
salvaci�n de ellos, hasta el d�a que fue levantado al cielo. Los Ap�stoles,
ciertamente, despu�s de la ascensi�n del Se�or, predicaron a sus oyentes lo que El
hab�a dicho y obrado, con aquella crecida inteligencia de que ellos gozaban,
amaestrados por los acontecimientos gloriosos de Cristo y por la luz del Esp�ritu
de verdad. Los autores sagrados escribieron los cuatro Evangelios escogiendo
algunas cosas de las muchas que ya se trasmit�an de palabra o por escrito,
sintetizando otras, o explic�ndolas atendiendo a la condici�n de las Iglesias,
reteniendo por fin la forma de proclamaci�n de manera que siempre nos comunicaban
la verdad sincera acerca de Jes�s. Escribieron, pues, sac�ndolo ya de su memoria o
recuerdos, ya del testimonio de quienes "desde el principio fueron testigos
oculares y ministros de la palabra" para que conozcamos "la verdad" de las palabras
que nos ense�an (cf. Lc., 1,2-4).
El Se�or Jes�s, pues, estuvo con los Ap�stoles como hab�a prometido y les envi� el
Esp�ritu Consolador, para que los introdujera en la verdad completa (cf. Jn.,
16,13).
CAP�TULO VI
21. la Iglesia ha venerado siempre las Sagradas Escrituras al igual que el mismo
Cuerpo del Se�or, no dejando de tomar de la mesa y de distribuir a los fieles el
pan de vida, tanto de la palabra de Dios como del Cuerpo de Cristo, sobre todo en
la Sagrada Liturgia. Siempre las ha considerado y considera, juntamente con la
Sagrada Tradici�n, como la regla suprema de su fe, puesto que, inspiradas por Dios
y escritas de una vez para siempre, comunican inmutablemente la palabra del mismo
Dios, y hacen resonar la voz del Esp�ritu Santo en las palabras de los Profetas y
de los Ap�stoles.
22. Es conveniente que los cristianos tengan amplio acceso ala Sagrada Escritura.
Por ello la Iglesia ya desde sus principios, tom� como suya la antiqu�sima versi�n
griega del Antiguo Testamento, llamada de los Setenta, y conserva siempre con honor
otras traducciones orientales y latinas, sobre todo la que llaman Vulgata. Pero
como la palabra de Dios debe estar siempre disponible, la Iglesia procura, con
solicitud materna, que se redacten traducciones aptas y fieles en varias lenguas,
sobre todo de los textos primitivos de los sagrados libros. Y si estas
traducciones, oportunamente y con el benepl�cito de la Autoridad de la Iglesia, se
llevan a cabo incluso con la colaboraci�n de los hermanos separados, podr�n usarse
por todos los cristianos.
23. La esposa del Verbo Encarnado, es decir, la Iglesia, ense�ada por el Esp�ritu
Santo, se esfuerza en acercarse, de d�a en d�a, a la m�s profunda inteligencia de
las Sagradas Escrituras, para alimentar sin desfallecimiento a sus hijos con la
divina ense�anzas; por lo cual fomenta tambi�n convenientemente el estudio de los
Santos Padres, tanto del Oriente como del Occidente, y de las Sagradas Liturgias.
Los exegetas cat�licos, y dem�s te�logos deben trabajar, aunando diligentemente sus
fuerzas, para investigar y proponer las Letras divinas, bajo la vigilancia del
Sagrado Magisterio, con los instrumentos oportunos, de forma que el mayor n�mero
posible de ministros de la palabra puedan repartir fructuosamente al Pueblo de Dios
el alimento de las Escrituras, que ilumine la mente, robustezca las voluntades y
encienda los corazones de los hombres en el amor de Dios.
25. Es necesario, pues, que todos los cl�rigos, sobre todo los sacerdotes de Cristo
y los dem�s que como los di�conos y catequistas se dedican leg�timamente al
ministerio de la palabra, se sumerjan en las Escrituras con asidua lectura y con
estudio diligente, para que ninguno de ellos resulte "predicador vac�o y superfluo
de la palabra de Dios que no la escucha en su interior", puesto que debe comunicar
a los fieles que se le han confiado, sobre todo en la Sagrada Liturgia, las
inmensas riquezas de la palabra divina.
De igual forma el Santo Concilio exhorta con vehemencia a todos los cristianos en
particular a los religiosos, a que aprendan "el sublime conocimiento de
Jesucristo", con la lectura frecuente de las divinas Escrituras. "Porque el
desconocimiento de las Escrituras es desconocimiento de Cristo". Ll�guense, pues,
gustosamente, al mismo sagrado texto, ya por la Sagrada Liturgia, llena del
lenguaje de Dios, ya por la lectura espiritual, ya por instituciones aptas para
ello, y por otros medios, que con la aprobaci�n o el cuidado de los Pastores de la
Iglesia se difunden ahora laudablemente por todas partes. Pero no olviden que debe
acompa�ar la oraci�n a la lectura de la Sagrada Escritura para que se entable
di�logo entre Dios y el hombre; porque "a El hablamos cuando oramos, y a El o�mos
cuando leemos las palabras divinas.
26. As�, pues, con la lectura y el estudio de los Libros Sagrados "la palabra de
Dios se difunda y resplandezca" y el tesoro de la revelaci�n, confiado a la
Iglesia, llene m�s y m�s los corazones de los hombres. Como la vida de la Iglesia
recibe su incremento de la renovaci�n constante del misterio Eucar�stico, as� es de
esperar un nuevo impulso de la vida espiritual de la acrecida veneraci�n de la
palabra de Dios que "permanece para siempre" (Is., 40,8; cf. 1 Pe., 1,23-25).
Todas y cada una de las cosas contenidas en esta Constituci�n Dogm�tica han
obtenido el benepl�cito de los Padres del Sacrosanto Concilio. Y Nos, en virtud de
la potestad apost�lica recibida de Cristo, juntamente con los Venerables Padres,
las aprobamos, decretamos y establecemos en el Esp�ritu Santo, y mandamos que lo
as� decidido conciliarmente sea promulgado para gloria de Dios.
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