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RESUMEN
Una crisis sanitaria global como la generada por la COVID-19 puede ser el detonante de altera-
ciones en los mercados alimentarios mundiales que provoquen, nuevamente, alzas en los pre-
cios de los alimentos básicos. Estas subidas afectan especialmente a las poblaciones más vulne-
rables del planeta cuya capacidad económica es insuficiente para afrontar tal subida de precios.
Teniendo en cuenta que la seguridad alimentaria constituye un verdadero derecho humano, es
necesario analizar de qué instrumentos, especialmente globales, disponemos para analizar y
alertar sobre las crisis de precios, los mecanismos de orientación y políticas para prever y afron-
tar esas crisis y los instrumentos que están disponibles para gestionar las crisis ya provocadas.
PALABRAS CLAVE
Crisis sanitaria, crisis alimentaria, vulnerabilidad, seguridad alimentaria, derechos humanos, instru-
mentos de prevención y solución de crisis alimentarias.
ABSTRACT
A global health crisis such as the current one caused by COVID-19 may be the trigger for changes in
world food markets that, once again, cause increases in the prices of basic foodstuffs. These rises espe-
cially affect the most vulnerable populations on the planet, whose economic capacity lacks the means
to deal with such a rise in prices. Taking into account that food security constitutes a true human right,
it is necessary to analyze what instruments, especially global, we have to analyze and warn about price
crises, about the orientation and policy mechanisms to anticipate and deal with these crises and what
instruments are available to manage already caused crises.
KEY WORDS
Health crisis, food crisis, vulnerability, food safety, human rights, instruments for the prevention and
solution of food crises.
DOI: doi.org/10.36151/td.2020.019
LA PANDEMIA POR
COVID-19 COMO
DETONANTE DE UNA
CRISIS ALIMENTARIA,
CON UNA BREVE
REFERENCIA A
LOS MECANISMOS
INTERNACIONALES
DE ANÁLISIS,
ORIENTACIÓN Y
SOLUCIÓN DE CRISIS
ALIMENTARIAS
Emilio Vieira
Abogado
Profesor asociado de Derecho civil
Universidad Loyola Andalucía
Negar la globalización es como negar que el sol sale por el este. Vivimos en una socie-
dad globalizada con una economía globalizada. El proceso de la globalización comenzó
hace siglos y le quedan no menos que decenios para culminar, si es que alguna vez termina.
Podremos estar a favor o en contra, pero no podemos negar que existe (Toribio, 2003: 2).
Hablando en términos sanitarios, también somos una sociedad globalizada, fenómeno
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que no es nuevo: los primeros casos de peste negra ocurrieron en el desierto de Gobi y en
1331-1334 llegó a China, de ahí pasó a la India, luego a Rusia y, a través de las rutas comer-
ciales, llegó a los puertos mediterráneos de Europa en 1346 (López-Goñi, 2015). Tradicio-
nalmente se pensó que las sucesivas oleadas de peste que azotaron Europa durante siglos
se debieron a reservorios europeos de la enfermedad, pero recientemente se ha descubierto
que respondieron a sucesivas oleadas de bacterias asiáticas (Schmid et al., 2015: 3020).
Es también conocida la exportación a América de la gripe, la viruela, el sarampión o
la fiebre amarilla por los europeos a partir del siglo XV (Hopkins, 1983), enfermedades
previamente importadas de Asia o de África (Guerra Pérez-Carral, 1988: 43), y el modo
en que estas patologías diezmaron a la población indígena. Se trataba de un resultado ni
querido ni deseado de un proceso globalizador que estaba todavía en pañales pero que, no
lo olvidemos, ya había nacido.
Con estos antecedentes, que una enfermedad aparecida en China, que salta, según pa-
rece, de murciélagos o pangolines a humanos por una ingesta de aquellos, y que acaba en
Tomares, provincia de Sevilla, o en Sokoto (Nigeria), a miles de kilómetros de del origen de
la infección original en solo dos meses, no es más que el resultado de ese proceso imparable
que se llama globalización.
El problema es que no solo la infección se convierte en pandemia a enorme velocidad
dados los medios técnicos existentes hoy día (Fernández de la Hoz et al., 2006: 426), sino
que sus efectos sanitarios, sociales y económicos se convierten en globales también muy
rápidamente.
Los más tempranos informes públicos de la Organización de Naciones Unidas para
la Alimentación y la Agricultura (FAO) datan de los primeros días del mes de febrero
de 2020, es decir, cuando se pensaba que era un problema regional asiático, y ponían su
acento en el peligro que para la alimentación de esas zonas suponía esta nueva pandemia,
lo que nos revela la importancia que para la alimentación tiene un episodio como el que
nos ocupa. Sin embargo, los informes posteriores pusieron el acento en la globalidad del
problema y en el peligro de que la pandemia afectara a todos los elementos del sistema
alimentario, desde el sector primario al industrial, al comercial y a los sistemas logísticos
nacionales e internacionales, desde la demanda intermedia a la final (Schmidhuber et al.,
2020: 6).
En las páginas siguientes vamos a estudiar el concepto de crisis alimentaria, cuáles son
los mecanismos existentes para evitar y paliar esas crisis, y si las actuales circunstancias pue-
den provocar, de una manera u otra, una crisis alimentaria mundial o local.
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2. SEGURIDAD ALIMENTARIA, DERECHO A UNA ALIMENTACIÓN
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La normalidad cuya alteración es objeto de nuestros desvelos debería ser la de una si-
tuación de seguridad alimentaria, concepto que, como el de crisis alimentaria, es también
equívoco, como luego veremos.
La seguridad alimentaria se da cuando todas las personas tienen acceso físico, social
y económico permanente a alimentos seguros, nutritivos y en cantidad suficiente para
satisfacer sus requerimientos nutricionales y preferencias alimentarias y poder llevar una
vida activa y saludable (FAO, 1996). Tres son los elementos que caracterizan la situación
de seguridad alimentaria:
i) Acceso a los alimentos física, social y económicamente.
ii) Acceso permanente, no coyuntural.
iii) Acceso a unos alimentos seguros, nutritivos y en cantidad suficiente.
Se trata, pues, de acceder a alimentos en la cantidad y calidad suficiente, y a un precio
localmente razonable. Todos estos elementos se aglutinan en torno a otro concepto: el de
la permanencia.
La situación de seguridad alimentaria es la condición previa del ejercicio pleno del
derecho a la alimentación (Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos,
2010: 5), que se configura como un concepto jurídico con unos sujetos beneficiarios y
unos sujetos obligados (los Estados) que aúna tres conceptos: disponibilidad, accesibilidad
y adecuación (Ibíd.: 3):
i) Por un lado, la disponibilidad material de alimentos mediante el cultivo, la caza, la
pesca o el comercio.
ii) Por otro lado, la accesibilidad, que garantiza un acceso a alimentos desde un punto
de vista físico y económico.
iii) Por último, un acceso a alimentos adecuados. Deben ser alimentos adecuados para
las necesidades de los sujetos, y sanitariamente seguros. Unos alimentos no adecua-
dos nutricionalmente o dañinos para la salud equivalen a una falta de alimentos, al
impedimento al acceso a una alimentación que cubra las necesidades del ser huma-
no (Ibíd.: 4).
El derecho a la alimentación es reconocido como un derecho humano en diversos textos
internacionales. Así, el artículo 25.1 de la Declaración Universal de Derechos Humanos de
1948 dispone: «Toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure, así
como a su familia, la salud y el bienestar, y en especial la alimentación […]». En el mismo
sentido se pronuncia el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales 283
de 1996, que en su artículo 11.1 reconoce «[…] el derecho de toda persona a un nivel de
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vida adecuado para sí y su familia, incluso la alimentación […]» y, específicamente, «el
derecho fundamental de toda persona a estar protegida contra el hambre» (art. 11.2). El
Comité de Derechos Económicos, Sociales y Culturales (Comité DESC) publicó su Ob-
servación General número 12, de 1999, en la que, al definir el derecho a una alimentación
adecuada, afirma que este «[…] se ejerce cuando todo hombre, mujer o niño, ya sea solo o
en común con otros, tiene acceso físico y económico, en todo momento, a la alimentación
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derechos humanos deben respecto de las violaciones del derecho a la alimentación.
Sí se han dictado sentencias condenatorias contra determinados Estados por conculcar
el derecho a la alimentación. Por ejemplo, en India, Suiza o Sudáfrica. En el primer caso,
la Corte Suprema hindú recibió en 2001 un recurso de interés público presentado por la
People's Union for Civil Liberties con el objetivo de proteger el derecho a la alimentación
de varias comunidades que padecían hambre en el Estado de Rajastán y que, pese a la su
situación, no recibían ninguna ayuda del Gobierno, ello a pesar de que a pocos kilómetros
de la zona afectada existían importantes reservas de alimentos. En respuesta a la petición,
la Corte Suprema declaró que el derecho a la alimentación estaba consagrado en la Consti-
tución india a través del derecho a la vida interpretado a la luz del artículo 47 de la citada
Constitución, que prevé que el Estado debe tomar medidas para mejorar el estado nutri-
cional de la población. La Corte Suprema emitió decenas de resoluciones dirigidas a todos
los gobiernos de los estados de la India (Golay, 2009: 63).
El caso suizo es muy interesante, ya que la Confederación Helvética no reconoce el
Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales como un instrumento
directamente aplicable en su territorio. Esta situación no ha sido óbice para que su Tribunal
Federal haya creado una doctrina sobre el derecho a la alimentación basado en la dignidad
humana, que en el momento de dictarse la sentencia (1995) ni siquiera estaba reconocido
en la Constitución suiza, que no acogió el derecho hasta 1999 (Golay, 2009: 64).
En Sudáfrica es reseñable el caso Kenneth George, en el que la Corte Suprema de la
provincia del Cabo de Buena Esperanza apoyó judicialmente un acuerdo fundado en el
derecho a la alimentación entre el gobierno de esta provincia y los pescadores de la zona
para que estos pudieran acceder a la pesca (Golay, 2009: 60).
Paralelamente a la seguridad alimentaria y en principio vinculada o al derecho funda-
mental a la alimentación concebido de forma plena —material, económica y sanitaria—
surge la llamada «soberanía alimentaria». Este concepto es acuñado por el movimiento de
la Vía Campesina en 1996, movimiento internacional antiglobalización que coordina or-
ganizaciones campesinas, pequeños y medianos productores, mujeres rurales, comunidades
indígenas, gente sin tierra, jóvenes rurales y trabajadores agrícolas migrantes y goza de gran
predicamento en parte de la doctrina agrarista, especialmente de izquierdas (Fernández y
Duch, 2011; Gordillo, 2012; Huaylupo, 2009; y González, 2011, entre otros muchos). La
soberanía alimentaria se define desde el prisma de Vía Campesina como el derecho de los
pueblos, de sus países o uniones de Estados a definir su política agraria y alimentaria, sin
dumping frente a países terceros (Vía Campesina, 2003). La soberanía alimentaria incluye:
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i) La priorización de la producción agrícola local para alimentar a la población y faci-
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litar el acceso de los campesinos y de los sin tierra a la tierra, al agua, a las semillas y
al crédito, objetivos que comportan la necesidad de llevar a cabo reformas agrarias,
la lucha contra los OGM (organismos genéticamente modificados), el libre acceso
a las semillas, y el mantenimiento de la consideración del agua como bien público
para que se reparta de una forma sostenible.
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afecta a la food safety), la crisis de precios y, por último, la crisis de abastecimiento (estas dos
últimas están relacionadas con la food security). Los tres tipos pueden confluir simultánea-
mente en una misma situación (por ejemplo, cuando un problema sanitario alimentario
origine un alza de precios que acabe provocando un problema de abastecimiento, o cuando
una situación de desabastecimiento provoca una escalada de precios en el mercado negro,
con la aparición de alimentos en mal estado o directamente insalubres), o solo pueden
concurrir parcialmente, que es la situación más normal (por ejemplo, cuando un proble-
ma sanitario provoca una caída de precios o cuando una escalada de precios provoca una
situación de desabastecimiento).
Obviamente, estos supuestos tienen una relevancia distinta en función del entorno en
que se consideren (López Mendoza, 2013: 7).
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3.2. CRISIS DE PRECIOS
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Las crisis de precios tienen lugar cuando, por cualquier circunstancia —meteorológica,
social, bélica o sanitaria—, se producen bruscos cambios de precios en los productos ali-
mentarios, bien al alza, bien a la baja.
Obviamente, las crisis de precios no son nuevas. Es ampliamente conocida la crisis de
finales del siglo XIX originada por la irrupción en Europa de productos de ultramar que
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los mercados no pudieron absorber (Barciela López et al., 1996: 53), la subida de precios
de los alimentos generada por las políticas proteccionistas en España durante los años
veinte del pasado siglo (Ibíd.: 57) o, más recientemente, el encarecimiento del precio del
combustible provocada por la crisis del petróleo en los años 70 del pasado siglo, así como
en las de 2007 y 2011.
El problema de las crisis de precios es el modo en que estas golpean a quien las sufre.
Si se trata de una bajada de precios, quien lo padece es el productor y, se supone, beneficia
al consumidor. A pesar de que esta afirmación es discutida (OCU, 2020), dada la com-
plejidad de la formación de los precios en la cadena alimentaria (Toribio et al., 2012), es
cierto que una situación continuada de bajos precios agrarios acaba teniendo una influen-
cia bajista en la cesta de la compra, como ha ocurrido entre 2013 y 2016, ambos inclusive
(Ministerio de Agricultura, 2019: 17)
Si, en cambio, la crisis se traduce en una subida de los precios, puede suponer un
problema social e incluso humanitario de impacto incalculable (FAO, 2011a) que, para
colmo, no beneficia a la generalidad de los productores. Cierto es que, prima facie, una
subida de precios agrarios beneficia al productor; así ocurrió en los países occidentales
durante la crisis de precios de 2007. Pero si el alza de los precios de la producción viene
motivada por un incremento de los costes, como ocurrió en la crisis del petróleo de los
años 70, el agricultor no se beneficia, y si, como sucedió en la de 2007, el alza de los precios
acaba provocando una subida superior de los alimentos, al final ese productor pierde en la
compra de alimentos lo que gana vendiendo materia prima, especialmente en los países en
vías de desarrollo (Ramalingan et al., 2008: 6). De cualquier modo, las crisis de incremento
de precio supusieron, en el mejor de los casos, mejoras muy pasajeras para los productores
(FAO, 2011b: 14 y 34).
Dicho lo anterior, es preciso señalar que la influencia de los incrementos de los precios
agrícolas supone un enorme problema para la población de los países en vías de desarrollo.
No lo es para los ciudadanos de las naciones desarrolladas, que asumen esas subidas de pre-
cios (Ministerio de Agricultura, 2019: 17) porque en ellos confluyen tres circunstancias:
son ricos (en términos relativos), viven en naciones alimentariamente muy autosuficientes
y su cesta de la compra supone un porcentaje muy bajo de sus ingresos. De hecho, en Espa-
ña el coste de la llamada «cesta básica de la compra» —que, como ha señalado la Comisión
Europea, no debe ser confundida con la (más cara) cesta de la compra— era, en 2019, de
95,81 euros al mes, esto es, el 9,1 % del salario mínimo interprofesional.
Sin embargo, en los países más desfavorecidos los efectos se reducen a uno: más pobre-
288 za, que, según el Grupo de Expertos de Alto Nivel sobre Seguridad Alimentaria y Nutri-
ción del Comité de Seguridad Alimentaria Mundial, provoca problemas sociales e incluso
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6 millones en América del Sur y Caribe y 41 millones en Asia y el Pacífico, arrojando un
total de 75 millones (FAO, 2009a: 56).
Por lo tanto, del mismo modo que una crisis alimentaria de carácter sanitario no tiene
por qué provocar una crisis alimentaria de desabastecimiento, una crisis de precios puede
llegar a causar hambrunas en las naciones más vulnerables.
lorosas para cualquier sujeto que tenga una mínima sensibilidad y, como veremos más
adelante, son el objeto de los mayores esfuerzos orientados a su evitación y solución.
PROVOCAR LA COVID-19?
La pandemia de COVID-19 está afectando a los mercados alimentarios de forma im-
portante y desigual.
Si se analiza en primer término la posibilidad de que la actual pandemia genere un
problema de sanidad alimentaria, los últimos datos indican exactamente lo contrario. La
Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA por sus siglas en inglés) ha señalado
que no hay pruebas de que los alimentos sean una fuente o una vía de transmisión del
virus (EFSA, 2020). Por otra parte, otras investigaciones recientes han llegado incluso a la
conclusión de que en España no se detecta el virus en alimentos y envases de alimentos ni
siquiera mediante la técnica de PCR (OCU, 2020), evidencia que coincide con la literatura
científica al respecto (OMS, 2020). Por lo tanto, en el estado actual de la investigación
sobre la COVID-19 es escasamente probable que se produzca una crisis alimentaria de
carácter sanitario.
Otra cosa es que la pandemia pueda provocar una crisis de precios, dado que las con-
diciones no son precisamente las ideales para el comercio e incluso para el desarrollo de
las actividades agrícolas y ganaderas. La FAO ha advertido que los países han cerrado sus
economías para ralentizar la propagación del coronavirus. Si bien es cierto que los lineales
de los supermercados continúan abastecidos, esta organización ha advertido que una crisis
pandémica prolongada podría sobrecargar las cadenas de suministro de alimentos, que
conforman un complejo entramado de interacciones entre diferentes elementos, entre ellos
los agricultores, los insumos agrícolas, las instalaciones de elaboración, el transporte y los
minoristas. A esto habría que sumar que el sector del transporte ya ha comenzado a infor-
mar de retrasos debidos a los cierres portuarios (FAO, 2020a; y AMIS, 2020).
En efecto, en Europa se están registrando dificultades en las recolecciones por falta de
mano de obra tras el cierre del espacio Schengen, de modo que los temporeros rumanos,
búlgaros o marroquíes no han podido desplazarse por los países comunitarios para cubrir
la demanda de empleo. Italia y Portugal han regularizado a miles de inmigrantes para que
realicen las faenas agrícolas y en España, pese al desempleo que soportamos y las facili-
dades otorgadas por el Gobierno, no se han conseguido cubrir las demandas de mano de
obra en las recolecciones que han tenido lugar durante el estado de alarma. El cierre de
centros logísticos en Shanghai, Singapur o Abu Dhabi está planteando dificultades para el
movimiento de tripulaciones marítimas, y el transporte por vía aérea se ha volcado casi ex-
clusivamente en el movimiento de mercancía sanitaria, por lo que los costes de transporte
podrían verse incrementados hasta en un 80 %.
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A estos problemas hay que añadir las restricciones de mercado adoptadas por grandes
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de abril. Igualmente, Camboya prohibió las exportaciones de arroz índica y arroz cáscara,
Myanmar suspendió la expedición de nuevas licencias de exportación y Ucrania anunció
su disposición a interrumpir sus exportaciones de grano.
Es cierto que, pese las incertidumbres que plantea la pandemia, los primeros pronós-
ticos de la FAO sobre la campaña 2020/21 apuntan a una situación cómoda respecto a
la oferta y la demanda de cereales. Las perspectivas iniciales apuntan a que la producción
mundial de cereales en 2020 superará el récord del año anterior en un 2,6 % (FAO, 2020b
y 2020c). Se prevén buenas cosechas en trigo, maíz y arroz, de manera que las existencias
mundiales de cereales al final de las campañas comerciales de 2021 alcanzarán un récord de
927 millones de toneladas, lo que representa un aumento del 4,5 %.
Sin embargo, pese a las buenas perspectivas sobre la producción, las políticas restrictivas
del comercio no favorecen el acceso a los alimentos, y sus consecuencias pueden conocerse
casi al día. Así, en abril de 2020, el maíz, sobre el que no se ha planteado ninguna limita-
ción, ha bajado de precio. Sin embargo, el precio del trigo se había incrementado un 9 %
respecto al que tenía en las mismas fechas del año pasado debido a las medidas de control
de las exportaciones en la región del Mar Negro, y el arroz habría subido un 7 %, alcanzan-
do los niveles más altos desde diciembre de 2011 (FAO, 2020b y 2020c), año en el que se
produjo una grave crisis de precios.
Sin embargo, en mayo bajaron los precios de los cereales, dado que las medidas restric-
tivas del comercio cesaron, mientras que, al mantenerse las medidas restrictivas del comer-
cio del arroz, el precio de este producto subió aún más durante este mes (FAO, 2020b y
2020c).
En el momento de escribir estas líneas, un alto nivel de alerta sobre los precios internos
afectaba a los siguientes países: Zimbabue, Tailandia, Sudán, Sudán del Sur, Haití y Co-
lombia, y en un nivel moderado Zambia, Tayikistán, Perú, Kirguistán, Brasil, Bangladesh y
Argentina (FAO, 2020b y 2020c). Es decir, el alza de precios es ya un problema para trece
naciones, algunas de ellas enormes.
Podemos observar que la abundancia de alimentos derivada de las buenas —e incluso
excelentes— cosechas no necesariamente implica una situación de seguridad alimentaria,
y ello por dos motivos: por un lado, porque en el mundo no hay, en general un problema
cuantitativo (hay alimentos más que suficientes para alimentar a toda la humanidad), sino
distributivo (es, decir, de reparto desigual de los alimentos entre la población mundial),
como pone de manifiesto el hecho de que, mientras la tasa de obesidad se haya multiplica-
do por tres en el mundo desde 1975, sigue habiendo cientos de millones de hambrientos
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(FAO, 2020b: 10); por otro lado, porque no solo hay un problema de desigualdad en la
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distribución de alimentos, sino también —al menos hoy— un problema de precios, con
todas las bien conocidas consecuencias que lleva aparejada la subida de los precios alimen-
tarios: la pérdida de la capacidad de alimentarse adecuadamente, o simplemente alimentar-
se, para decenas de millones de seres humanos. Actualmente, se teme una escalada parecida
a la de la crisis 2007/2008, en la que el acusado encarecimiento de los alimentos a escala
mundial provocó el incremento del número de personas subalimentadas del mundo en un
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14 %, que en dos años pasaron de 848 millones de personas a 963 millones (FAO, 2020b).
A la fecha de este artículo no existe ningún documento que acredite un aumento de per-
sonas subalimentadas, pero sí serias advertencias de las consecuencias humanitarias que la
crisis actual puede arrastrar a la luz de pasadas experiencias (Trotta, 2020; y Oxfam Inter-
món, 2020). Algunos cálculos prevén que el número de seres humanos que hacen frente
a la inseguridad alimentaria aguda aumentará a 265 millones en 2020 —130 millones
más que en 2019— como resultado del impacto económico de la COVID-19 (Programa
Mundial de Alimentos, 2020).
Consideramos, por tanto, que es difícil que a causa de la pandemia de COVID-19 se
produzca una crisis alimentaria de carácter sanitario, pero sí nos parece claro que la pan-
demia desencadenará una crisis de precios. Relacionada con esta o no, puede producirse
una crisis de abastecimiento también provocada por problemas de distribución, pero no de
producción o de existencia de reservas.
5. CONCLUSIONES
Teniendo en cuenta los datos, es evidente que la pandemia de COVID-19 puede ser el
origen de una crisis alimentaria. El alza de los precios de alimentos básicos como el trigo y
el arroz es ya una realidad, y está a punto de ser una realidad el hecho de que esta subida
de los precios de los alimentos suponga un problema de escasez para millones de seres
humanos.
Hemos visto que existen mecanismos regionales y globales que analizan la realidad
alimentaria y alertan sobre las alteraciones en los mercados de alimentos, instrumentos que
orientan sobre las políticas a seguir y dispositivos para luchar contra la subalimentación
en la gestión directa de las crisis. Y también hemos podido constatar que esos instrumen-
tos están muy bien dotados económicamente, adecuadamente equipados en términos de
recursos humanos y apoyados por numerosas entidades que realizan una labor ciclópea.
Sin embargo, las crisis se siguen sucediendo por uno u otro motivo y el hambre en el
mundo no desaparece.
El análisis de la literatura sobre la materia produce, en todo caso, un terrible descon-
cierto, dado que no hay un acuerdo sobre las causas de las crisis. En la muy paradigmática
crisis de precios 2007/2008, los estudios más científicos —y, en nuestra opinión, más
292 serios— situaban el origen de la tremenda subida de precios de los alimentos básicos en
una combinación de varios factores: los problemas climáticos, el desvío del cultivo de no
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uno de los factores arriba enlistados como la especulación (Huaylupo Alcázar, 2009: 20),
mientras que otros achacaban los problemas a razones diversas. Fernández Duch (2010:
339), por ejemplo, definió aquella crisis como «[…] el resultado de muchos años de po-
líticas destructivas que socavaron las producciones nacionales de alimentos y obligaron al
campesinado a producir cultivos comerciales para compañías multinacionales, mientras
que los países debían comprar sus alimentos a estas mismas multinacionales en el mercado
mundial» (en sentido similar, Huaylupo Alcázar, 2009: 13). Otros apuntaban a la desregu-
lación (González, 2011: 17) e incluso se esgrimieron explicaciones aún más exóticas como
la «financiarización» de la agricultura Los niveles de crecimiento de la productividad en la
actividad agrícola se habían estancado; la incidencia de las sequías y las inundaciones aso-
ciadas a la deforestación y el cambio climático iba en aumento; también estaba creciendo la
demanda de alimentos de origen animal y de frutas frescas y verduras en algunas regiones
densamente pobladas (Murphy y Schiavoni, 2017: 19).
Naturalmente, si no nos ponemos de acuerdo sobre cuál es el origen de una crisis, difí-
cilmente podremos llegar a un consenso en torno a su solución. En general, el primer gru-
po de autores citados se manifiestan a favor del incremento de la producción y su mejora,
el apoyo a las comunidades más necesitadas, la reducción de las restricciones al comercio,
las políticas nacionales de previsión de crisis, y, obviamente, el fin de la especulación en la
medida en que sea.
El segundo grupo de autores apuesta por una fórmula muy sencilla: la soberanía ali-
mentaria en el sentido explicado en el apartado 2 de este trabajo. El problema, que hemos
adelantado, es que los postulados que abandera la Vía Campesina ya los defendió Francisco
Franco, y los llamó autarquía, sistema económico que, en el mejor de los casos, sirvió para
subsistir, no para progresar.
¿Es el mercado la solución de todo? No, lógicamente no, pero debemos matizar esta
negativa. Debemos volver al punto de partida de este artículo: la globalización no es una
ideología, es un hecho, y es un hecho innegable que empezó hace siglos, que seguirá y se
intensificará porque, en vez de alejarnos, los medios técnicos nos acercan cada vez más.
Gracias al libre mercado, los habitantes del planeta prueban otras gastronomías, otros pro-
ductos, se enriquecen cultural y nutricionalmente y brindan a los agricultores y ganaderos
de todo el orbe la oportunidad de colocar sus productos en los mercados de todo el planeta.
Eso no es ni puede ser malo. Antes al contrario, es enriquecedor cultural, nutricional y
económicamente.
Ahora bien, ¿puede una nación depender exclusivamente de los mercados para alimen-
tar a su población? La respuesta debe ser también negativa si sus habitantes no quieren 293
pasar hambre, aunque no es menos cierto que también se trata de una opción. Fue la
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2020, Nº 28, PÁGS. 280-307
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TEORDER
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si no se actúa con rapidez» [en línea] <https://es.wfp.org/noticias/covid-19-duplicara-numero-personas-
hambre-si-no-se-actua>.
297
ANEXO
2020, Nº 28, PÁGS. 280-307
TEORDER
El Banco mundial creó hace años varios instrumentos de información y alerta sobre los
precios de los alimentos. Por un lado, posee un boletín, inicialmente trimestral y actual-
mente bianual, de alertas sobre el precio de los alimentos (Food Price Watch) cuya página
web no se actualiza desde 2015. Afirma disponer, además, de otros instrumentos (Crisis
Monitor, Food Riot Radar y Policy Monitor) que en la actualidad no parecen operativos,
pues no ofrecen datos desde 2015.
No obstante, el Banco Mundial participa en numerosas iniciativas, alguna de ellas sobre
información y alerta. Por ejemplo, es un importante socio en el Sistema de Información
sobre los Mercados Agrícolas (AMIS por sus siglas en inglés).
Para saber más:
– https://www.bancomundial.org/es/topic/poverty/publication/food-price-watch-
home.
299
2. INSTRUMENTOS DE ORIENTACIÓN Y POLÍTICAS
2020, Nº 28, PÁGS. 280-307
* Voluntary Guidelines to Support the Progressive Realization of the Right to Adequate Food in the Context
of National Food Security: Los jefes de Estado y de Gobierno invitaron al Consejo de la Organización
de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación a establecer en su 123º período de sesio-
nes un Grupo de Trabajo Intergubernamental en el contexto del seguimiento de la Cumbre Mundial
sobre la Alimentación, con el mandato de elaborar, con la participación de las partes interesadas y en
un período de dos años, un conjunto de directrices voluntarias para apoyar los esfuerzos de los Es-
tados miembros orientados lograr la realización progresiva del derecho a una alimentación adecuada
en el marco de la seguridad alimentaria nacional. El objetivo de estas Directrices Voluntarias es pro-
porcionar orientación práctica a los Estados en su aplicación de la realización progresiva del derecho
a una alimentación adecuada en el contexto de la seguridad alimentaria nacional a fin de lograr los
300 objetivos del Plan de Acción de la Cumbre Mundial sobre la Alimentación (FAO, 2005).
(PMA) y los representantes del Grupo asesor del CSA. El CSA celebra cada año un período
TEORDER
2.2. EL FONDO INTERNACIONAL DE DESARROLLO AGRÍCOLA
El FIDA es un organismo especializado de las Naciones Unidas creado en 1977 y, al
mismo tiempo, una institución financiera internacional que otorga préstamos subvencio-
nados y donaciones a gobiernos de países en desarrollo destinados a la realización de pro-
yectos agrícolas y de desarrollo rural. El Fondo proporciona financiación principalmente a
proyectos y programas concebidos específicamente para introducir, ampliar o mejorar los
sistemas de producción de alimentos y reforzar las políticas e instituciones conexas.
El FIDA cuenta con 177 Estados miembros, pero también son asociados a este fondo
importantes fundaciones, empresas, la Unión Europea, el Mercosur, el Banco Mundial,
varios bancos regionales de desarrollo, organizaciones no gubernamentales de acción espe-
cífica, organizaciones de productores o universidades.
Aparte de apoyar económicamente todo tipo de proyectos relacionados con la agri-
cultura, la ganadería y la pesca, el FIDA se implica directamente en el diseño de políticas
agrícolas, ganaderas, pesqueras, de alimentación y desarrollo rural. Para el FIDA, la par-
ticipación efectiva en el proceso de formulación de políticas es el proceso a través del cual
el Fondo colabora, de forma directa e indirecta, con los gobiernos asociados y otras partes
interesadas de cada país. El objetivo del Fondo es influir en las prioridades políticas o en
la formulación, aplicación y evaluación de las políticas oficiales que dan forma a las opor-
tunidades para lograr la transformación rural inclusiva y sostenible (FIDA, 2020). En esta
labor, el FIDA realiza actividades que ayudan a fortalecer la capacidad de los gobiernos
nacionales para formular y aplicar políticas y evaluar su eficacia, pero también la de las
organizaciones de comunidades rurales para participar en el diálogo sobre las políticas con
sus respectivos gobiernos. Además, interviene en todas las fases del ciclo de formulación de
las políticas: la determinación de los problemas, el diseño y la aprobación de las políticas,
su aplicación y la evaluación de su impacto y eficacia, sin condicionar su ayuda económica
a los proyectos al seguimiento de sus recomendaciones.
En todo caso, su labor es ingente: en el trienio 2016-2018, el Fondo financió proyec-
tos por 3300 millones de dólares, con sus correspondientes seguimientos y evaluaciones,
con un importante impacto en los países que más lo necesitan. Los proyectos en curso en
2018 sumaban 7050,9 millones de dólares, que se repartían entre cinco regiones: América
Latina-Caribe, África Occidental y Central, África Oriental y Meridional, Cercano Orien-
te, África del Norte y Europa, y Asia-Pacífico.
Para saber más:
– https://www.ifad.org/documents/38714170/41203550/AR2018_s_LONG.pdf/
fc1862d6-b6c2-a05c-4fd1-2b56cd39e89d. 301
– https://www.ifad.org/es/history.
2020, Nº 28, PÁGS. 280-307
– https://www.ifad.org/es/country-level-policy-engagement.
– http://revistas.uned.es/index.php/REPPP/article/view/13360/1219.
TEORDER
TEORDER
un producto concreto. Había OCM de los cereales, de las oleaginosas y proteaginosas, de
la leche, del arroz, del aceite de oliva, de frutas y hortalizas, y así hasta 21. Hoy solo existe
una OCM, la llamada OMC única, que se rige por el Reglamento (UE) Nº 1308/2013 del
Parlamento Europeo y del Consejo de 17 de diciembre de 2013.
El Reglamento 1308/2013 es un texto complejo que consta nada menos que de 232
artículos. Aunque el texto legal regula decenas de medidas de toda clase y condición, aquí
centraremos nuestra atención únicamente en las que están orientadas a resolver crisis como
las que puede plantear la pandemia de COVID-19, recogidas bajo la rúbrica «Medidas
Excepcionales» (artículo 219 y siguientes).
El Reglamento otorga poderes extraordinarios a la Comisión Europea para que esta
pueda dictar reglamentos delegados adoptando las medidas de mercado que sean necesa-
rias, dentro de un marco, cuando se produzcan perturbaciones que amenacen con producir
incrementos o bajadas significativos de los precios y que se concretan en dos ámbitos: por
una parte, una crisis alimentaria derivada de un problema sanitario alimentario y de las
consecuencias que este provoque en la confianza de los consumidores y, por otra, una crisis
derivada de desequilibrios graves en los mercados.
El artículo 220, por ejemplo, regula las medidas relacionadas con enfermedades anima-
les y con la pérdida de confianza de los consumidores debido a la existencia de riesgos para
la salud pública o la sanidad de los animales o las plantas. Se trataría de una respuesta para
hacer frente a los efectos de una crisis alimentaria de carácter sanitario.
Por su parte, el artículo 222 del Reglamento 1308/2013 autoriza a que la Comisión
permita, durante dichos periodos, no aplicar la prohibición del artículo 101.1 TFUE a los
acuerdos y decisiones de las organizaciones de productores reconocidas, de las asociaciones
de estas y de las organizaciones interprofesionales reconocidas pertenecientes a cualquiera
de los sectores a que se refiere el artículo 1, apartado 2 del Reglamento 1308/2013 siempre
que tales acuerdos y decisiones no menoscaben el correcto funcionamiento del mercado
interior, tengan como única finalidad estabilizar el sector afectado y se encuadren en una o
más de las siguientes categorías:
– retirada del mercado o distribución gratuita de sus productos;
– transformación y procesado;
– almacenamiento por operadores privados;
– medidas de promoción conjunta;
– acuerdos sobre requisitos de calidad;
303
– adquisición conjunta de insumos necesarios para combatir la propagación de plagas
2020, Nº 28, PÁGS. 280-307
cepcional: la regla general sigue siendo la aplicación del artículo 101.1 TFUE, por lo que
la interpretación y aplicación de el artículo 222 debe ser restrictiva. En segundo lugar,
porque «desequilibrios graves» es un concepto jurídico indeterminado cuya necesaria inter-
pretación queda en manos de la Comisión, y es obvio que la ambigüedad de la expresión
puede propiciar la arbitrariedad. Y, en tercer lugar, porque el apartado 2 del artículo 222
determina que el apartado 1 únicamente se aplicará si la Comisión ya ha adoptado una
de las medidas mencionadas en el capítulo I («Medidas Excepcionales»), si los productos
han sido adquiridos en el marco de una intervención pública o si se ha concedido ayuda
al almacenamiento privado al que se refiere la parte II, título II, capítulo I del Reglamento
1308/2013.
Precisamente, la crisis de la COVID-19 ha puesto a prueba este sistema de medidas.
Así, haciendo uso de sus prerrogativas, la Comisión Europea ha aprobado un conjunto
de Reglamentos de ejecución en los que ha acordado la concesión de ayudas al almace-
namiento privado de carnes de ovino y caprino, bovino, mantequilla, leche desnatada en
polvo y queso (Reglamentos de ejecución de la Comisión números 2020/595, 2020/596,
2020/597, 2020/598 y 2020/591).
El mecanismo adoptado por la UE consiste, esencialmente, en sustituir la tradicional
intervención pública —es decir, la retirada de estos productos del mercado por parte del
Estado o los Estados— por una retirada privada realizada por los particulares, a los que se
financia con ayudas para que lleven a cabo el mismo cometido. Se supone que el resultado
es el mismo, pero mucho más barato.
Para saber más:
– https://www.europarl.europa.eu/factsheets/es/sheet/107/los-instrumentos-de-la-
pac-y-sus-reformas.
– https://ec.europa.eu/info/food-farming-fisheries/farming/coronavirus-response_es.
– https://www.europarl.europa.eu/factsheets/es/sheet/108/el-primer-pilar-de-la-pac-
i-la-organizacion-comun-de-mercados-ocm-de-los-product.
2. EL MECANISMO ALIMENTARIO
El 18 de diciembre de 2008, el Parlamento Europeo y el Consejo adoptaron el Regla-
mento 1331/2008 por el que se creaba el Mecanismo Alimentario, un sistema de ayudas
304
por un importe de 1000 millones de euros que constituyó la principal respuesta de la UE
TEORDER
sobre las poblaciones locales, de acuerdo con los objetivos mundiales relativos a la
seguridad alimentaria, incluidas las normas de las Naciones Unidas en materia de
necesidades nutricionales.
iii) Fortalecer las capacidades productivas y la gobernanza del sector agrícola con el fin
de incrementar la sostenibilidad de las intervenciones.
Ejecutado a través de la FAO, el Mecanismo Alimentario, que fue extraordinariamente
útil, se aprobó solo para el trienio 2009-2011, por lo que se agotó justamente cuando se
produjo otra crisis de precios en 2011. Prestó apoyo a proyectos y programas de 23 países
en desarrollo: Afganistán, Bangladesh, Burkina Faso, Birmania/Myanmar, Burundi, Repú-
blica Centroafricana, República Democrática del Congo, Cuba, Eritrea, Etiopía, Gambia,
Guinea-Bissau, Haití, Honduras, Kenia, Liberia, Malí, Mozambique, Pakistán, Palestina,
Filipinas, Sierra Leona y Zimbabue.
El problema estriba en que este proyecto fue solo temporal. La Unión no respondió
de una forma tan contundente a la crisis de precios de 2011 ni ha anunciado que pueda
hacerlo en esta nueva crisis, más allá de las medidas de mercado ya aprobadas y comentadas
supra. La Comisión publicó en marzo de 2010 una Comunicación (Com (2010) 127 final
al Consejo y al Parlamento Europeo) sobre un marco estratégico de la UE para ayudar a
los países en vías de desarrollo a enfrentarse a los retos relativos a la seguridad alimentaria.
Su objetivo es establecer un enfoque integral por parte de la UE y sus Estados miembros
en la lucha contra el hambre y la desnutrición en el mundo en vista del progreso desigual e
insuficiente hacia la consecución de la seguridad alimentaria y los Objetivos de Desarrollo
del Milenio, que, si bien son metas tan necesarias como ambiciosas, no constituyen una
medida tan directa, quirúrgica y eficaz como lo fue en su día el Mecanismo Alimentario.
Para saber más:
– https://ec.europa.eu/commission/presscorner/detail/es/IP_09_490.
– http://www.fao.org/europeanunion/eu-projects/eu-food-facility-details/es.
ii) Una entidad de apoyo al desarrollo coordinado de los sistemas de seguridad alimen-
taria y nutricional.
iii) Una instancia que intermedia entre las necesidades de desarrollo de capacidades de
los países y regiones y los socios de desarrollo.
iv) Un organismo que promueve la adopción de decisiones oportunas, independientes
y basadas en evidencia sobre seguridad alimentaria y nutrición.
La FSIN emite un interesante Informe Global sobre Crisis Alimentarias («Global Re-
port on Food Crisis») de periodicidad anual que está a disposición del público.
Para saber más:
https://www.fsinplatform.org.
2. IFPRI-CGIAR
El International Food Policy Research Institute es un instituto internacional dedicado a
306 la investigación sobre política alimentaria. Fundado en 1975, el IFPRI trabaja para ofrecer
soluciones políticas basadas en la investigación con el objetivo de reducir de forma sosteni-
TEORDER
do en 1971 como una plataforma científica global para combatir el hambre. Dispone
también de numerosos donantes, tanto públicos como privados.
Para saber más:
– https://www.ifpri.org.
– https://www.cgiar.org.
307