Venezuela y Colombia

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Organización del espacio

Venezuela y Colombia, comparten más de 2.200 kilómetros de límite, las fronteras son
tan diversas como variada es la topografía a lo largo de esa línea imaginaria que
divide ambos países. En su mayoría, son espacios despoblados o poco habitados,
debido en alguna medida a lo topográfico: la secuencia geográfica lleva de la selva
amazónica del sur, a los llanos en los límites entre Apure y Arauca, a los Andes
tachirenses y Norte santandereanos, hasta las tierras áridas de la Península Guajira.
La otra razón del poco poblamiento es la concepción tradicional, muy arraigada, de la
frontera entendida como periférica con respecto al centro del país al que salvaguarda,
es decir, cumple una función protectora de la soberanía del Estado, de manera que la
idea predominante es mantenerla poco desarrollada y relativamente aislada.

Esta noción geográfica, teórica y tradicional de la frontera colombo-venezolana, se


rompe en los límites entre el Departamento Norte de Santander y el Estado
Táchira, debido a diversas razones: en la zona existe, en medio de las montañas, una
depresión geográfica, que ha permitido por siglos el contacto entre los lados
colombiano y venezolano. De otra parte, la región posee unos vínculos históricos
fuertemente arraigados en sus habitantes.

De hecho, hasta finales del siglo XIX, la región se consideró a sí misma como única y
distinta, en varios sentidos, con respecto a los países. Táchira y Norte de Santander
tenían economías complementarias, las familias se unían entre sí, se estudiaba y vivía
a un lado u otro de la frontera, y se comunicaban con el mundo directamente a través
del puerto de Maracaibo; así, debido al intercambio y el tránsito que se producía entre
los pobladores de uno y otro lado, el comercio, las migraciones y el transporte
transfronterizo tuvieron un amplio desarrollo

Esta región fronteriza presenta desde hace algunos años una visión de ilegalidad y
violencia debido a fenómenos como el contrabando, las bandas criminales, la pobreza
y una escasa aplicación de unas políticas claras; esta situación ha propiciado en el
gobierno colombiano el diseño de una serie de estrategias para superar el
estancamiento y las crisis económicas en que se ha visto inmersa la ciudad, sin que se
vean los resultados previstos. Estas medidas están plasmadas en leyes, acuerdos,
proyectos o programas que no han sido aprovechados por los actores a quienes van
dirigidos.

Con el cierre de la frontera colombo-venezolana en el mes de Agosto de 2015, se ha


venido presentando una crisis económica y social en la región, el comercio binacional
decayó, los empresarios de ambos países han resultado afectados y muchas familias
aún afrontan innumerables dificultades a pesar de darse paso peatonal a finales del
mes de Agosto de 2016 e iniciar el paso nocturno de camiones con productos en el
mes de Septiembre del mismo año.

Pero el cierre de las fronteras no solo no disminuyó los problemas de violencia, sino
que ha dado origen a muchos otros, en especial el aumento de la corrupción, del
contrabando y de los problemas sociales de la región. Cerrar la frontera también cerró
el aliviadero que significaba para los venezolanos pasar para abastecerse de los
bienes más básicos. Pero, como demuestra la frontera con Brasil, mantenerla abierta
sin políticas públicas de seguridad tampoco acaba con los conflictos. Lo cierto es que
los gobiernos locales no tienen la estructura para abordar los problemas de la región,
por lo que se hacen imprescindibles políticas públicas transnacionales de seguridad
ciudadana.

La presencia de grupos irregulares sin duda marca la dinámica del poder y la violencia.
La ilegalidad se apropió del control de los territorios: se trafican minerales, se cobran
«vacunas», se contrabandea ganado, comida, gasolina, medicinas, cauchos y carros,
se reclutan jóvenes ofreciéndoles «un trabajo más lucrativo» que los que ofrece el
aparato productivo legal en crisis. Cualquier intento de resolución binacional ante
problemas tan graves ha quedado como papel mojado. Por otra parte, ese esquema
de economía ilegal y de una vida asociada a diversas prácticas irregulares en las
fronteras penetró en el resto del país y se convirtió en un problema de seguridad
ciudadana. Todos estos factores hacen que el venezolano vulnerable emigre en las
condiciones más desventajosas y peligrosas, para luego descubrir que Colombia (o
Ecuador o Perú) tampoco son el espacio que imaginaba, que cambia unos problemas
por otros más graves y que debe lidiar ahora con su tristeza, su soledad y su estatus
ilegal.

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