Doña Ballena Va Al Zoológico

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Doña Ballena

va al zoológico
y otras fábulas
David Martín del Campo

Ilustraciones de Diego Álvarez


Doña Ballena va
al zoológico
y otras fabulas
David Martín del Campo

Ilustraciones de
Diego Álvarez
Martín del Campo, David
Doña Ballena va al zoológico, y otras fábulas / David Martín del
Campo ; ilus. de Diego Álvarez. – 2a ed. – México : Ediciones SM, 2016
104 p. ; 19 x 12 cm. – (El barco de vapor. Azul ; 31 M)

ISBN: 978-607-24-2078-6

1. Cuentos mexicanos. 2. Fábulas. 3. Humor – Literatura infantil.


I. Álvarez, Diego, il. II. t. III. Ser.

Dewey 863 M37

Ilustraciones: Diego Álvarez


Edición: Federico Ponce de León

Primera edición, 2010


Segunda edición, 2016
D. R. © SM de Ediciones, S. A. de C. V., 2010
Magdalena 211, colonia del Valle,
03100, Ciudad de México
Tel.: (55) 1087 8400
Para conocer SM, su fondo editorial y sus servicios:
www.ediciones-sm.com.mx

ISBN 978-607-24-2078-6
ISBN 978-968-779-176-0 de la colección El Barco de Vapor

Miembro de la Cámara Nacional de la Industria Editorial Mexicana


Registro número 2830

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Impreso en México / Printed in Mexico


Este libro pertenece a:
Doña Ballena va al Zoológico

TANTO LE HABÍAN PLATICADO que decidió


visitarlo. “No es posible que nunca hayas ido
al zoológico.” “Hay canguros, pingüinos, tigres,
cocodrilos y hasta cacatúas.” “Es lo máximo.”
Doña Ballena estaba muy inquieta por lo
que le habían contado: “Ahí podrás admirar
al elefante, que es el animal más grande del
mundo”.
—¿Más grande que yo? —preguntó casi
ofendida.
—Es lo que dice la guía del zoológico —le
contestó su vecina—. Todo el tiempo está co-
miendo cacahuates.
Por todo eso, doña Ballena decidió visitarlo.
Se pintó un poco los labios, se puso su mejor
collar y los guantes. También un sombrerito
amarillo. “El zoológico, ¡qué emoción!”, se dijo
al salir de casa.

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Minutos después llegó a la parada del auto-
bús. El sol comenzaba a entibiar la mañana, así
que abrió la sombrilla. Al poco rato apareció
el ómnibus y doña Ballena lo abordó. Apenas
si cupo, y como no halló asientos disponibles,
tuvo que viajar de pie.
La ballena iba realmente fascinada, sujetán-
dose en los tubos del techo, y comenzó a cantu-
rrear: “Voy al zoo, voy al zoo, voy al zoo; mmm,
mmm, mmm…”. ¿No se daban cuenta los demás
de su fabuloso paseo? Algunos pasajeros junto a
ella iban medio apretados, y es que doña Ballena
no era precisamente livianita. Incluso el autobús
marchaba un poco ladeado, pero nadie decía nada,
porque lo principal es ser respetuoso. “Voy al
zoo, voy al zoo, voy al zoo; mmm, mmm, mmm”,
siguió canturreando para ver si alguien le hacía
conversación, y como no, dijo en voz alta:
—El elefante no es el más grande del mundo.
Nadie le contestó. Hay gente que habla sola
y es feliz a su manera, aunque también hay
personas que casi nunca dicen nada. Fue cuando
un ratón, que viajaba sentado casi debajo de
ella, comentó:

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—Claro que es el más grande. Yo lo he visto.
—¿Ah, sí? —doña Ballena infló el pecho, se
paró de puntitas—. ¿Más grande, por ejemplo,
que yo?
El ratón hizo a un lado el periódico que iba
leyendo. Se volvió para mirarla.
—Claro, señora. Se lo digo yo, que lo he visto
en el zoológico. Más grande que un camello,
incluso que un hipopótamo; aunque déjeme
decirle que para mí todos son más grandes.
—Mmm —repuso doña Ballena—.
Luego hay gente de opiniones pequeñitas. Per-
sonas que no miran lo maravilloso que tiene el
mundo. Hay que ver la vida con ojos de grandeza.
El ratoncito gruñó. Dobló su periódico y
amablemente dijo a esa parlanchina pasajera:
—Señora, ¿se quiere usted sentar? Supongo
que viene un poco cansada.
Doña Ballena aceptó la invitación. Se aco-
modó en el asiento con grandes esfuerzos y
enseguida comenzó a transpirar. Buscó su aba-
nico en el bolso y durante todo el trayecto fue
abanicándose mientras canturreaba: “Voy al
zoo, voy al zoo; mmm, mmm”.

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Por fin, poco después, llegó al parque de los
animales. Doña Ballena iba muy contenta; ya
nadie le diría que no había ido nunca. Se compró
un algodón de azúcar y lo comenzó a disfrutar:
“Mmm, qué rico. Mmm, mmm, mmm”.
Paseó por todo el zoológico. En la primera
jaula vio a las cebras, que le parecieron los
presos de una cárcel. Más adelante observó a
los papagayos, muy presumidos con sus largas
plumas. Luego descubrió a las panteras, que
de noche seguramente tropezarían unas con
otras. Finalmente se detuvo en el acuario de
las focas.
Eran lo más admirable del parque, pues na-
daban maravillosamente, saltaban en el agua
y aplaudían al salir del estanque. Al final, por
fin, llegó al pabellón del elefante.
Al centro de una terraza protegida por una
alambrada, el viejo elefante balanceaba su trom-
pa. A ratos alzaba una pata. Doña Ballena leyó el
letrero donde se afirmaba que ese paquidermo
era natural de África y pesaba cinco toneladas.
De pronto el elefante dejó todo y avanzó hasta
la reja.

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—Buenas tardes, señora —dijo a doña Ba-
llena—. Usted sí que es grande.
—¿Le parece, señor? —preguntó ella mien-
tras cerraba la sombrilla con la que se protegía
del sol.
—Sí, es grande. Muy grande. Grandísima
—insistió el elefante.
—Ah, sí, claro —volvió a abanicarse, muy
vanidosa—. Con decirle que no duermo en
una, sino en nueve camas, muy pegaditas. Y
para bañarme hay que llamar a los bomberos.
—Me imagino —dijo el elefante—. Usted
es grande, muy grande, y supongo que también
muy feliz.
—Bueno, feliz, lo que se dice feliz de la gran
felicidad… no tanto. Si le contara los problemas
que tengo para conseguir un par de zapatos,
para ponerme la piyama o para meter el hilo en
las agujas. Problemas naturales de mi tamaño.
—Pero usted, señora, es grande. Muy grande,
y supongo que también muy importante.
La ballena se ruborizó. Nunca nadie le había
dicho esas cosas. Abrió y cerró la sombrilla
varias veces.

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—Sí, claro. La gente me considera muy im-
portante porque cuando hacen fiestas… Bueno,
casi nadie me invita a las fiestas porque siempre
termino rompiendo las sillas. Y sí, claro, cuando
la gente organiza un baile… Bueno, yo no bailo
mucho; es que cuando piso a mi pareja deben
llamar a la ambulancia. Y cuando hay una
boda… Oiga, es cierto, nadie me ha invitado
nunca a una boda.
—Pero usted es grande, señora Ballena. ¿No
vino a comprobarlo?
Qué listo era ese elefante. Enrollaba y des-
enrollaba su trompa como si fuera un yoyo.
—Sí, muy grande soy —repitió doña Ballena.
Luego no supo qué más decir.
—¿No le parece? —volvió a intervenir el
elefante—. Siempre están hablando de esas bo-
berías: grande y chico y gordo y flaco y alto y
chaparro. Como si eso fuera lo principal. Lo im-
portante, lo realmente importante, es otra cosa.
—Lo importante es otra cosa —repitió doña
Ballena.
El elefante dejó la reja y regresó al centro del
terreno, donde había un montón de cacahuates

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Comenzó a comerlos con su larga trompa:
los arrojaba al aire y luego los atrapaba con la
boca. Estuvo así un rato, muy animado, hasta
que decidió regresar con la ballena.
—No la veo muy contenta, señora.
—Será el calor —se quejó la visitante.
Volvió a abanicarse—. Nunca antes había
venido al zoológico.
—¿Y qué le ha parecido?
—Muy interesante y divertido. Estuve vien-
do a los monos, a los loritos, a las nutrias, tan
juguetonas.
—Ya lo dijo usted, señora —la interrumpió
el elefante—. Lo importante no es ser grande,
como nosotros, o pequeño, como los loros. Lo
importante es eso, interesarse en algo y diver-
tirse con todo, ¿no cree usted?
De regreso a casa, doña Ballena volvió a to-
mar el autobús. Ya conocía el parque zoológico,
donde incluso había conversado con el elefante.
Además, se había comprado aquel delicioso
algodón de azúcar.
El ómnibus iba lleno, de modo que volvió a
viajar de pie y un poco apretujada. “Fui al zoo,

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Se pasean por estas siete
fábulas, que tienen más
7+ diversión que moraleja,
varios personajes difíciles
de olvidar, como la ballena
que tiene curiosidad por
ver si el elefante es tan
grande como le han dicho,
el león que no ruge como
todos esperaban, la oveja
de los sueños, un ogro y su
conejo, por mencionar solo
unos cuantos.

En todas
estas historias, un
poco animales y un poco
humanas, el lector podrá
encontrar un buen espejo.

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