Derrida Jacques La Diseminacion
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La diseminación
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Caracas 15.28010 Madrid
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Primera edición, 1975
Séptima edición, 1997
ISBN: 84-245-0145-4
DepósitoLegai:M- 33560 -1997
5
Aufheben (sobre esta traducción, cf. «Le puits et
la pyramide», en Hegel et la pensée moderne, P. U. F., 1970).
El movimiento por el que Hegel determina la diferencia
en contradicción («Der Unterschied überhaupt ist schon
der Widerspruch an sich», Ciencia de la lógica II, I, capí-
tulo 2, C) está justamente destinado a hacer posible el es-
tablecimiento último (onto-teo-teleo-lógico) de la diferencia.
La diferenzia —que no es, pues, la contradicción dialéctica
en ese sentido hegeliano— señala el límite crítico de los po-
deres idealizantes del establecimiento por doquiera pue-
den, directa o indirectamente, operar. Inscribe la contra-
dicción más bien, resultando irreductiblemente diferencián-
te y diseminante, la diferencia, las contradicciones. Seña-
lando el movimiento «productor» (en el sentido de la eco-
nomía general y teniendo en cuenta la pérdida de presen-
cia) y diferenciante; el «concepto» económico de la dife-
rencia no reduce, pues, las contradicciones a la homoge-
neidad de un solo modelo. Es lo contrario lo que siempre
puede ocurrir cuando Hegel hace de la diferencia un mo-
mento de la contradicción general. Esta es siempre en su
fondo onto-teológica. Igual que la reducción a la diferencia
de la economía compleja y general de la diferenzia. (Nota
residual y retrasada para un post-facio.)
un pasado— que, en una falsa apariencia de pre-
s e n t e , " un autor oculto y todopoderoso, con pleno
dominio de su producto, presenta al lector como fu-
turo suyo. Esto es lo que he escrito, después leído
y que escribo que van ustedes a leer. Después de lo
cual podrán ustedes tomar posesión de este prefa-
cio, que en suma ahora no leen, aunque, habiéndolo
leído, ya se hayan anticipado a todo lo que le sigue
y pueden casi dispensarse de leerlo. El pre del pre-
facio hace presente el porvenir, lo representa, lo
aproxima, lo aspira y adelantándolo lo pone delan-
te. Lo reduce a la forma de presencia manifiesta.
Operación esencial e irrisoria: no sólo porque la
escritura no se mantiene en ninguno de esos tiem-
pos (presente, pasado o futuro en tanto que presen-
tes modificados); no sólo porque se limitaría a efec-
tos discursivos de querer-decir, sino porque anula-
ría, al extraer un solo núcleo temático o una sola
tesis directriz, el desplazamiento textual que se ope-
ra «aquí». (¿Aquí? ¿Dónde? La cuestión del aquí se
halla explícitamente escenificada en la disemina-
ción.) Si se estuviese, en efecto, justificado para ha-
cerlo, habría, desde ahora, que adelantar que una de
las tesis —hay más de una— inscritas en la disemi-
nación es justamente la imposibilidad de reducir un
texto como tal a sus efectos de sentido, de contenido,
de tesis o de tema. No la imposibilidad, quizá, ya que
ser hace normalmente, sino la resistencia —diremos
fa restancia— de una escritura que no se hace más
de lo que se deja hacer.
•SvEsto no es, pues, un prefacio, si al menos se en-
ticehde por ello un índice, un código o un sumario
razonado de significados eminentes, ni un índice de
Fas^ palabras claves o de los nombres propios.
¿Pero qué hacen los prefacios? ¿Su lógica no es
más sorprendente? ¿No habrá que reconstruir un
día su historia y su tipología? ¿Forman un género?
¿Se reagrupan según la necesidad de determinado
predicado común o son de otro modo y en sí mis-
mos compartidos?
No se contestará a estas preguntas, al menos se-
gún el modo finalmente de la declaración. Pero, por
el camino, un protocolo habrá —destruyendo ese
futuro anterior— ocupado el lugar preocupante del
prefacio (6). Si se insiste para que ese protocolo esté
ya fijado en una representación, digamos por ade-
lantado que tendría, con algunas complicaciones su-
plementarias, la estructura de un bloque mágico.
Siempre se han escrito los prefacios, al parecer,
8
El prefacio no expone la fachada frontal o pream-
bular de un espacio. No exhibe la primera cara o la super-
ficie de un desarrollo que se dejaría pre-ver y presentar.
Es el adelanto de un habla (praefatio, prae-fari). A tal anti-
cipación discursiva, el protocolo sustituye el monumento
de un texto: primera página pegada por encima de la aper-
tura —la primera página— de un registro o de un conjunto
de actos. En todos los contextos en que interviene, el pro-
tocolo reúne las significaciones de la fórmula (o del formu-
lario), de la precedencia y de la escritura: de la prescrip-
ción. Y mediante su «collage», el protocolon divide y des-
hace la pretensión inaugural de la primera página, como
de todo incipit. Todo comienza entonces —ley de la disemi-
nación— por una doblez. Ciertamente, si el protocolo se
resumiese en el collage de una hoja sencilla (por ejemplo,
el anverso/reverso del signo), se volvería a convertir en
prefacio, según un orden en el que se reconoce la gran ló-
gica. No escapa a ello más que para formar bloque, y má-
gicamente, es decir, según la «gráfica» de una muy distinta
estructura: ni profundidad ni superficie, ni sustancia ni
fenómeno, ni en sí ni para sí.
(Fuera del libro entonces estaría —por ejemplo— el es-
bozo protocolar de una introducción oblicua a los dos tra-
tados (tratamientos, más bien, y tan extrañamente contem-
poráneos: de su propia práctica, en primer lugar) más no-
tables, indefinidamente notables, de lo pre-escrito: esas dos
máquinas musicales que son, tan diferentemente como re-
sulta posible, el Pré o la Fábrica del pré, de Francis Ponge;
Fugue, de Roger Laporte.)
pero también los prólogos, introducciones, prelimi-
nares, preámbulos y prolegómenos, con vistas a su
propia desaparición. Llegado al límite del pre- (que
presenta y precede o más bien adelanta la produc-
ción presentativa y, para poner ante la vista lo que
aún no es visible, debe hablar, predecir y predicar),
el trayecto debe a su término anularse. Pero esta
sustracción deja una señal de la desaparición, un
resto que se añade al texto subsiguiente y no se deja
resumir por completo. Tal operación parece, pues,
contradictoria, y lo mismo ocurre con el interés que
en ella se pone. ¿Pero existe un prefacio?
Por una parte —es de pura lógica—, ese resto de
escritura resulta anterior y exterior al desarrollo del
contenido que anuncia. Precediendo a lo que debe
poder presentarse a sí mismo, cae como una corteza
hueca y un desperdicio formal, momento de la se-
quedad o de la charlatanería, a veces una y otra
cosa al mismo tiempo. Desde un punto de vista que
nó puede ser, en último recurso, más que el de la
ciencia de la lógica, Hegel descalifica así al prefa-
cio. La exposición filosófica tiene como esencia po-
der y deber prescindir del prefacio. Es lo que la dis-
tingue de los recursos empíricos (ensayos, conversa-
ciones, polémicas), de las ciencias filosóficas par-
ticulares y de las ciencias determinadas, sean mate-
máticas o empíricas. Hegel insiste en ello incansa-
blemente en los «prefacios» que abren sus tratados
4prefacios de cada edición, introducciones, etc.). An-
tresnncluso que la Introducción (Einleitung) a la Fe-
nomenología del espíritu, anticipación circular de la
critica de la certeza sensible y del origen de la fe-
itomenalidad, anuncie «la presentación del saber
que aparece» (die Darstellung des erscheinenden
Wissens), un Prefacio (Vorrede) nos habrá preveni-
do contra su propio estatuto de prólogo:
11
Esta vez no se trata sólo del camino de Descartes.
La crítica apunta también a Spinoza. La Introducción a la
Lógica lo precisa remitiendo al Prefacio a la Fenomenolo-
gía del espíritu: «ha. matemática pura tiene también su
método que conviene a sus objetos abstractos y a la deter-
minación cuantitativa bajo, la cual los. considera exclusi-
vamente. Sobre este método, y eri general sobre el papel
subordinado de la cientificidad que puede encontrar sitio
en la matemática, he dicho lo esencial en el Prefacio a la
Fenomenología del, espíritu;.: pera se, les considerará aún
con .más detenimiento, en í:el interior de la Lógica, SPINOZA,
WOLFF y otros se h ^ .dejado extraviar aplicándolos a la
filosofía y tomando 5 eF; camino exterior de la cantidad sin
concepto (den átisserlichen Gang der begrifflosen Quan-
titat) portel cáirimoi'delconcepto^lo que es en sí y para
sí contradictorio.»!
y se engendra a sí misma en la Lógica. Allí es, en la
Lógica, donde el prólogo debe y puede desaparecer.
Hegel lo había dicho en el Prefacio de la Fenomeno-
logía del espíritu. ¿Por qué lo repite, no obstante,
en la Introducción a la Ciencia de la lógica? ¿Qué
hay aquí del «acontecimiento» textual? ¿De este dí-
grafo?
18
Se conoce mejor la continuación (El capital, L. I).
Cf. también la. Advertencia de Althusser a la edición Gar-
nier-Flammarion del Capital (1969), sobre todo las pági-
nas 18-23, y. Sollers:, «Lénine et le matérialisme philoso-
phique», en Tel Quel núm. 43.
19
Sobré el empirismo como forma o máscara filosófi-
cas del desbroce heterológico, cf., por ejemplo, l'Ecriture
£t la différence, pp.,224 ss.; De la grammatologie, «L'exor-
reflexión especular de la filosofía que no puede ins-
cribir (comprender) su exterior más que asimilán-
dose la imagen negativa, y la diseminación se escri-
be sobre el reverso —el azogue— de ese espejo. No
sobre su fantasma derrocado. Ni en el orden triá-
dico y simbólico de su sublimación. Se trata de sa-
, ber lo que, escribiéndose bajo la máscara del empi-
r i s m o , derrocando a la especulación, hace también
otra cosa y hace impracticable una detección hege-
Iiana del prefacio. Esta cuestión debe imponer Iec-
íturas prudentes, diferenciadas, lentas, estratifica-
das. Deberá referirse, por ejemplo, al motivo del
«comienzo» en el texto de Marx. Aunque reconozca,
como lo hace Hegel en la gran Lógica, que «en to-
das las ciencias el comienzo es arduo» (Prefacio dé-
la primera edición del Capital. 1867), Marx tiene
una relación muy distinta con la escritura de sus.
introducciones. Lo que ante todo pretende evitar es
la anticipación formal. Hegel también, desde luego.
Pero aquí, el «resuItado« que se espera, el que debe-
preceder y condicionar a la introducción, no es una.
determinación pura del concepto, y menos aún un
«fundamento».
¿Se debe únicamente a que se trata de lo que-
Hegel habría llamado una ciencia particular? ¿Y la
economía política es una ciencia regional? (20).
En cualquier caso, sigue ocurriendo que la for-
ma prefacial no se deja ya con facilidad interiorizar
en la aprioridad lógica del libro y en su Darstellung.
a = a
+ a II — a
+ +
+ a —a
-K +
36
Y por una permutación literal, a la que hay que en-
tregarse aquí, al fuego. Esta consumación, como la del hi-
men, no comienza ni acaba nunca. En lo que su identidad
se des-gasta. «Pueden quemar la biblioteca de Alejandría.
Por encima y fuera de los papiros existen fuerzas: nos qui-
tarán durante algún tiempo la facultad de recobrar e s l s
fuerzas; no suprimirán su energía» (Artaud, Oeuvres com-
pletes, t. IV, pág. 14).
Fiesta y fuegos artificiales, gasto, consumación o simu-
lacro, sería bien ingenuo el atribuirles, con una pasión que
ya hablaría por sí misma, la inocencia, la esterilidad y la
impotencia de una forma. Al final de la Música y las Le-
tras, que devuelve siempre a la literatura a la fiesta, ¿se
trata de hacer surgir el simulacro del suelo o de transfor-
mar el suelo mismo en simulacro? Ya no habría fiesta, lite-
ratura o simulacro si se pudiese saber con toda certeza:
«Minad esas substrucciones, cuando la oscuridad ofenda
su perspectiva, no — alinead farolas, para ver: se trata de
que vuestros pensamientos exijan del suelo un simulacro.»
Y para propagar esto:
«Para qué sirve eso —
Para jugar.
En vista de que una atracción superior como de un va-
cío, tenemos derecho, el tirar de nosotros por el fastidio,
respecto a cosas si se estableciesen como sólidas y prepon-
derante— desatinadamente las separa hasta llenarse de
ellas y así dotarlas de resplandores, a través del espacio
vacante, en fiestas a voluntad y solitarias» (pág. 647)
Estas notas, como postdata a una conferencia, e incluso
sobre el género de la conferencia:
«... En vista de que una atracción superior...
Pirotécnico no menos que metafísico, ese punto de vis-
ta; pero un fuego artificial, a la altura y a ejemplo del pen-
samiento, esparce el goce ideal» (pág. 655).
Una lectura suplementaria lo haría aparecer: se trata de
trabajar en poner o desmontar un andamio, un andamiaje:
Será necesario para cambiar, en el espacio de un lapso, el,
sol de Platón por la araña de Mallarmé.
El más-allá de la literatura — o nada.
visación. El azar o la tirada de dados que «abren»
determinado texto no contradicen la necesidad ri-
gurosa de su disposición formal. El juego es aquí la
unidad del azar y de la regla, del programa y de su
resto o de su exceso. Ese juego no se llamará aún
literatura o libro más que exhibiendo la cara nega-
tiva y atea (fase insuficiente, pero indispensable del
vuelco), la cláusula final del mismo proyecto que se
apoya ahora en la encuademación del libro cerrado,,
cumplimiento soñado y conflagración cumplida. Ta-
les son las notas programáticas a que tiende el Li-
bro de Mallarmé. El lector debe saber desde ese ma-
nifiesto ahora que serán objeto del presente tratado.
Reconocer la plenitud y la identidad consigo de
la naturaleza: «Sabemos, cautivos de una fórmula
absoluta que, ciertamente, no es más que lo que es
[...]. La Naturaleza tiene lugar, no se puede añadir
nada a ello.» Si nos limitásemos a esa cautividad,
cautividad de fórmula y de saber absoluto, no se po-
dría pensar nada para añadir al todo, ni aunque fue»
se para cumplirlo o pensarlo como tal, y ni siquiera
su imagen o su doble mimético, que también forma-
ría parte del todo en el gran libro natural.
Pero si la fórmula de ese saber absoluto se deja
pensar, poner en cuestión, el todo es cuestión enton-
ces de una «parte» más grande que él, extraña sus-
tracción de una observación cuya teoría lleva la di-
seminación y que le constituye en necesidad como
efecto de totalidad.
Con esta condición la «literatura» sale del libro.
El Libro de Mallarmé ha salido del Libro. Se dis-
ciernen en él, sin duda, las huellas de filiación más
visible que le hace descender de la biblia. Dibujo,,
al menos, de la de Novalis. Pero por simulacro afir-
mado y puesta en escena teatral, por efracción de
la observación, ha surgido: le escapa sin regreso, no
le devuelve (ya) su imagen, ya no es un objeto aca-
bado y planteado, que descansa en el espacio de la
biblioteca.
Todo desciframiento debe desdoblarse. Por ejem-
plo, para esas medallas que ya han circulado mucho:
Mi tortura, mi placer.
En el libro para «no ver nada», «sin saberlo»,
«sin saberlo» (dos veces). Una interpretación unila-
teral sacaría la conclusión de la unidad de la Natu-
raleza (el mundo en totalidad) y del Libro (encua-
demación voluminosa de toda escritura). Si no fue-
se dada, esa unidad sólo habría que reconstruirla.
Su programa teológico, interiorizado y reasimilado
por el círculo de su despliegue, no dejaría a la se-
paración prefacial más que el lugar de la ilusión y
el tiempo de una provisión. Como si —aquí mismo—
el prefacio pudiese instalarse tranquilamente en la
amplia presencia de su futuro anterior y en el modo
de ese discurso de asistencia del que más tarde da-
remos la definición.
Ahora, b a j o su forma de bloque protocolario, el
prefacio está por doquier, es más grande que el li-
bro. La «literatura» indica también —prácticamen-
te— el-más-allá del todo: la «operación», la inscrip-
ción que transforma al todo en parte tiene que ser
completada o suplida. Tal suplementariedad abre el
«juego literario» en que desaparece, con la «litera-
tura», la figura del autor. «Sí, que exista la Litera-
tura y, si se quiere, sola, con excepción de todo.
Cumplimiento, al menos, a quien no va nombre me-
jor dado» (pág. 646).
Este cumplimiento desplaza al complemento en-
ciclopédico de Novalis. Sin duda, la literatura apun-
ta también, en apariencia, a llenar una falta (un
hueco) en un todo que por esencia no debería fal-
tarse (a) sí mismo. Pero es también la excepción de
todo: a la vez la excepción en el todo, la falta en sí
en el todo, y la excepción de todo, lo que existe solo,
sin nada distinto, a excepción de todo. Pieza que, en
y fuera del todo, señala al otro, al otro inconmen-
surable al todo.
Lo que interrumpe la literatura: ésta no existe,
puesto que no hay nada fuera del todo. Existe, pues-
to que hay una «excepción de todo», un fuera del
todo, a saber una especie de sustracción sin falta.
Y puesto que existe sola, el todo no es nada, la nada
es todo («nada era en efecto más real»). Esa nada
de más, ese más de menos abre el orden del sentido
(de lo que es), aunque sea polisémico, a la ley des-
concertante de la diseminación. Da lugar, desde el
protocolo de la práctica «literaria», a una nueva pro-
blemática del ser y del sentido (3T)-
37
«... Es, sí, por lo que se refiere a esa palabra misma,
es...» (Carta a Viélé-Griffm, 8 agosto 1891). Una vez más,
para amortiguar el siguiente golpe, la cuestión del prefacio
es la cuestión del ser vuelta a poner sobre el andamio o «el
tablado de los prefacistas» (pág. 364). Cuestión del Libro-
Naturaleza como Logos, círculo del epílogo y del prolegó-
meno. Prefacio a «Vathek»: «...causa de que no se quiera
oír nada más del Prefacio, atento a saber por sí mismo.
El más-allá del todo, otro nombre del texto en
tanto que resiste a toda ontología, de cualquier ma-
nera que determine a lo que es en su ser y en su
presencia, no es un primum movens. Imprime, sin
embargo, al todo desde el «interior» del sistema en
que señala sus efectos de columna vacía e inscrita,
un movimiento de ficción.
Ritma el placer y el ensayo según un corte múl-
tiple.
¿Qué leer a través de ese sintagma: la señal «cor-
te» o la copa de «Mallarmé»?
La diseminación (se) produce (en) eso: corte de
placer.
A recibir en la interrupción entre las dos partes
de cada uno de los tres textos.
Y aquí mismo, quitado el pretexto:
38
Por ejemplo: «El amor antes del himen se parece
a un prefacio demasiado corto delante de un libro sin fin»
(Petit Senn).
LA FARMACIA DE PLATON
116
un organismo engendrado. Un organismo: un cuer-
po propio diferenciado, con un centro y extremida-
des, articulaciones, una cabeza y pies. Para ser «con-
veniente», un discurso escrito debería someterse
como el propio discurso vivo a las leyes de la vida.
La necesidad logográfica (ananké logografiké) de-
bería de ser análoga a la necesidad biológica o más
bien zoológica. Sin lo cual, ¿no?, ya no tiene ni pies
ni cabeza. Se trata de estructura y de constitución
en el riesgo, corrido por el logos, de perder por es-
critura tanto sus pies como su cabeza:
SÓCRATES: ¿Pero qué decir por otra parte? ¿No
tiene aspecto de haber arrojado en un montón
confuso los elementos del tema (ta tu logu)? ¿O
es que existe alguna evidente necesidad que obli-
gue a lo que viene en segundo lugar en su dis-
curso a ser puesto en el segundo lugar, en vez
de cualquier otra cosa de las que ha dicho? En
cuanto a mí, como no entiendo nada, he tenido
la impresión de que, honradamente, las iba di-
ciendo según le llegaban al escritor, ¿Sabes tú
de alguna necesidad logográfica que le haya obli-
gado a alinear así los elementos uno tras otro?
FEDRO: ¡Eres muy amable juzgándome capaz de
discernir con tal precisión sus intenciones!
SÓCRATES: Por lo menos, sí que creo que tú afir-
marías esto: que todo discurso (logon) debe de
estar constituido (sinestanai) como un ser ani-
mado (ósper zóon): tener un cuerpo qüe sea suyo,
para no resultar sin pies ni cabeza, sino tener un
medio y dos extremos, y que hayan sido escri-
tos de forma que se acuerden entre sí y con el
todo (264 be).
Ese organismo engendrado debe de ser bien na-
cido, de buena raza: «¡guennaia », así es como in-
terpelaba Sócrates, recordemos, a los logoi, esas
«nobles criaturas». Eso implica que ese organismo,
puesto que es engendrado, tenga un principio y un
fin. La exigencia de Sócrates se vuelve aquí precisa
e insistente: un discurso debe tener un principio y
un fin, empezar por el principio y terminar por el
final: «Está muy lejos, me parece, de hacer lo que
pretendemos, el hombre que no coge el tema por el
principio, sino más bien por el final, intentando re-
correrlo nadando de espaldas y hacia átrás, y que
empieza por lo que el enamorado diría a su amada
cuando ya hubiese terminado» (264 a). Las implica-
ciones y las consecuencias de semejante norma son
enormes, pero lo bastante evidentes como para que
no insistamos en ellas. Resulta que el discurso ha-
blado se comporta como una persona asistida en su
origen y presente en lo suyo propio. Logos: «Sermo
tanquam persona ipse loquens», dice un Léxico pla-
tónico ( ). Como toda persona, el logos-zoon tiene
10
un padre.
Pero ¿qué es un padre
¿Debe suponérsele conocido y con este término
—conocido— aclarar el otro término, con lo que
nos precipitaríamos a aclarar como una metáfora?
Se diría entonces que el origen o la causa del logos
es comparado a lo que sábemos que es la causa de
un hijo vivo, su padre. Se comprendería o imagina-
ría el nacimiento y el proceso del logos a partir de
un terreno extraño a él, la transmisión de la vida
o las relaciones de generación. Pero el padre no es
el engendrador, el procreador «real» antes y fuera
de toda relación de lenguaje. ¿En qué se distingue,
en efecto, la relación padre/hijo de la relación cau-
( ) FR. AST.,
10 Lexique platonicien. Cf. también Z. PARAIN,
Essai sur le logos platonicien, 1942, pág. 211, y P. Louis, Les
Métaphores de Platón, 1945, págs. 43-44.
sa/efecto o engendrador/engendrado, sino por la
instancia del logos? Sólo un poder de discjurso tiene
un padre. El padre es siempre el padre de un ser
vivo/que habla. Dicho de otro modo, es a partir del
logos cómo se anuncia y se da a pensar algo como
la paternidad. Si hubiese una simple metáfora en la
locución «padre del logos», la primera palabra, que
parecería la más familiar, recibiría, sin embargo, de
la segunda más significación de la que ella le trans-
mitiría. La primera familiaridad tiene siempre al-
guna relación de cohabitación con el logos. Los se-
res-vivos, padre e hijo, se nos anuncian, se relacio-
nan mutuamente en la domesticidad del logos. De
donde no se sale, a pesar de las apariencias, para
pasar, por «metáfora», a un dominio extranjero en
que se encontrarían padres, hijos, seres vivos, toda
suerte de seres perfectamente cómodos para expli-
car a quien no lo supiera, y por comparación, lo
que pasa con el logos, esa cosa extraña. Aunque ese
hogar sea el hogar de toda metaforicidad, «padre
del logos» no es una simple metáfora. Habría una
para enunciar cómo un ser vivo incapaz de lenguaje,
si nos obstinamos aún en creer en algo de esa clase,
tiene un padre. Hay, pues, que proceder a la inver-
sión general de todas las direcciones metafóricas,
no preguntar si un logos puede tener un padre, sino
comprender que aquello de lo que el padre preten-
de ser el padre no puede ir sin la posibilidad esen-
cial del logos.
El logos deudor de un padre, ¿qué quiere decir?
¿Cómo al menos leerlo en la capa del texto platóni-
co que aquí nos interesa?
La figura del padre, es sabido, es igualmente la
del bien (ágazon). El logos representa a pquello de
lo que es deudor, el padre, que es también un jefe,
un capital y un bien. Omás bien el jefe, el capital, el
bien. Pater quiere decir en griego todo eso a la vez.
Ni los traductores ni los comentaristas de Platón
parecen haberse dado cuenta del juego de esos es-
quemas. Es muy difícil, reconozcámoslo, respetarlo
en una traducción, y así se explica, por lo menos,
el hecho de que no se le haya interrogado nunca.
Así, en el momento en que, en la República (V, 506 e),
Sócrates renuncia a hablar del bien mismo, propone
inmediatamente reemplazarlo por su ékgonos, por
su hijo, su retoño:
«... dejemos ahí por ahora la investigación
del bien tal como es en sí mismo; me parece de-
masiado elevado para que el impulso que tene-
mos nos lleve ahora hasta la concepción que yo
me formo de él. Pero sí quiero deciros, si os pa-
rece, lo que creo que es el retoño (ékgonos) del
bien y su imagen más parecida; si no, dejemos
la cuestión.
Pues bien, dijo, habla; ya te harás perdonar
otra vez explicándonos lo que es el padre.
Quieran 'los dioses, respondí, yo pagar, y
vosotros recibir esa explicación que os debo, en
lugar de limitarnos, como lo hacemos, a sus in-
tereses (tokus). Tomad pues ese fruto, ese reto-
ño del bien en sí (tókon te kaí ékgonon autú tu
agazú).»
Tokos, que está aquí asociado a ékgonos, signi-
fica la producción y el producto, el nacimiento y el
hijo, etc. Esta palabra funciona con ese sentido de
los dominios de la agricultura, de las relaciones de
parentesco y de las operaciones fiduciarias. Ningu-
no de esos dominios escapa, ya lo veremos, a la in-
versión y a la posibilidad de un íógos.
En tanto que producto, el tókos es tanto el hijo,
la carnada humana o animal, como el fruto de la
simiente confiada al campo, como el interés de un
capital; es un rédito. Se puede seguir en el texto
platónico la distribución de todas esas significacio-
nes. El significado de pater es incluso en ocasiones
inclinado en el sentido exclusivo* de capital finan-
ciero. En la República incluso, y no lejos del pasaje
que acabamos de citar. Uno de los defectos de la
democracia consiste en el papel que algunos hacen
representar en ella al capital: «Y sin embargo esos
usureros que van con la cabeza gacha, sin ver apa-
rentemente a esos desdichados, hieren con su agui-
jón, es decir, con su dinero, a todos los restantes
ciudadanos que se exponen a ellos, y, centuplicando
los intereses de su capital (tu pairos ekgonus tokus
pollaplasius), multiplican en el Estado los zánganos
y los bribones» (555 e).
Ahora, de ese padre, de ese capital, de ese bien,
de ese origen del valor y de los seres que aparecen,
no se puede hablar simple o directamente. Primero
porque no se les puede mirar más al rostro que al
sol. Relean aquí, respecto a ese cegamiento ante el
rostro del sol, el célebre pasaje de la República
(VII, 515 c ss.).
Así, pues, Sócrates evocará únicamente al sol
sensible, hijo parecido y análogon del sol inteligi-
ble: «Pues bien, ahora, entérate, dije, es al sol a
quien me refería como a hijo del bien (ton tu agazu
ekgonon), que el bien ha engendrado a semejanza
suya (on tagazon eguenne sen analogon), y que es,
en el mundo visible, con relación a la vista y a los
objetos visibles, lo que el bien e$ en el mundo inte-
ligible, en relación a la inteligencia y a los objetos
inteligibles» (508 c).
¿Cómo intercede el logos en esta analogía éntre
el padre y el hijo, el numene y el oromene?
El bien, en la figura visible-invisible del padre,
del sol, del capital, es el origen de los onta, de su
aparición y de su llegada al logos, quien a la vez los
reúne y los distingue: «Hay gran número de cosas
bellas, gran número de cosas buenas, gran número
de todo tipo de otras cosas, cuya existencia afirma-
mos y que distinguimos en el lenguaje» (einai fu-
men te kai diozizomen tó logó) (507 b).
El bien (el padre, el sol, el capital) es, pues, la
fuente oculta, iluminadora y cegadora, del logos. Y
como no se puede hablar de lo que permite hablar
(prohibiendo que se hable de él o que se le hable
cara a cara), se hablará únicamente de lo que habla
y de las cosas de que, a excepción de una sola, se
habla constantemente. Como no se puede dar cuen-
ta o razón de aquello respecto a lo cual el logos
(cuenta o razón: vatio) es responsable o deudor, co-
mo no se puede contar el capital y mirar al jefe a la
cara, habrá que, por operación discriminativa y dia-
crítica, contar el plural de los intereses, de los ré-
ditos, de los productos, de los retoños: «Pues bien,
dijo, habla (legue); otra vez te harás perdonar ex-
plicándonos lo que es él padre. Quieran los dio-
ses, respondí, que podamos, yo pagar y vosotros
recibir esa explicación que os debo, en lugar de li-
mitarnos, como lo hacemos, a sus intereses. Tomad,
pues, este fruto, este retoño del bien en sí; pero te-
ned cuidado no os vaya yo a engañar sin querer,
dándoos una cuenta (ton logon) equivocada de los
intereses (tu toku)» (507 a).
De este pasaje retendremos también que con la
cuenta (logos) de los suplementos (ál padre-capital-
bien- origen, etc.), con lo que viene después del uno
en el movimiento mismo en que se ausenta y se
vuelve invisible, pidiendo así ser suplido, con la di-
ferencia y la diacriticidad, Sócrates presenta o des-
cubre la posibilidad siempre abierta del kibdeton,
lo que resulta falsificado, alterado, mentiroso, en-
gañador, equívoco. Tened cuidado, dice, de que no
os vaya yo a engañar dándoos una cuenta falsifica-
da de los intereses (kibdelon apodidus ton logon tu
toku). Kibdeleuma, es la mercancía falsificada. El
verbo correspondiente (kibdeleuó) significa «alterar
una moneda o una mercancía, y, por extensión, ser
de mala fe».
Este recurso al logos, ante el miedo a resultar
cegado por la intuición directa del rostro del padre,
del bien, del capital, del origen del ser en sí, de la
forma de las formas, etc., ese recurso al logos como
a lo que nos mantiene a resguardo del sol, a resguar-
do bajo él y de él, Sócrates lo propone en otro lu-
gar, en el orden análogo de lo sensible o de lo visi-
ble; citaremos largamente ese texto. Aparte de su
interés propio, tiene, en efecto, en la traducción
consagrada, siempre la de Robin, deslizamientos,
si se puede decir, muy significativos ( ). Se trata,
n
i
( ) Cf.: S. MORENZ, La Religión égyptienne, Payot, 1962,
14
cial, para crear, no tuvo más que hablar, y los seres y las
cosas evocados nacieron a su voz¿, etc.
( ) Cf.: MORENZ, op. cit., pág. 46, y SAUNERON, quien
16
passim.
( ) ERMAN, op. cit., pág. 81.
28
( ) Ibid.
29
escena de la titulación regia, reproducida en los ba-
jorrelieves de numerosos templos: el rey está sen-
tado bajo una persea, mientras Zot y Seshat inscri-
ben su nombre en las hojas de un árbol sagrado ( ). 30
gina 65; MORENZ, op. cit., pág. 54; FESTUGIÉRE, op. cit., pá-
gina 67.
misma, pasa a su contrario y ese dios-mensajero
es ciertamente un dios del paso absoluto entre los
opuestos. Si tuviese una identidad —pero justamen-
te es el dios de la no-identidad—, sería esa coinci-
áentia oppositorum a la que en seguida recurrire-
mos. Distinguiéndose de su otro, Zot le imita tam-
bién, se hace su señal y su representante, le obe-
dece, se conforma a él, le reemplaza, si es preciso
por la violencia. El es, pues, el otro del padre, el
padre y el movimiento subversivo del reemplazo. El
dios de la escritura es, pues, a la vez su padre, su
hijo y él. No se deja asignar un puesto fijo en el
juego de las diferencias. Astuto, inaprehensible, en-
mascarado, conspirador, bromista, como Hermes,
no es un rey ni un esclavo; una especie de comodín
más bien, un significante disponible, una carta neu-
tra, que da juego al juego.
Ese dios de la resurrección se interesa menos
por la vida o por la muerte que por la muerte como
repetición de la vida y por la vida como repetición
de la muerte, por el despertar de la vida y por la
vuelta a empezar de la muerte. Es lo que significa el
número cuyo inventor y patrón también es. Zot re-
pite todo en la suma del suplemento: supliendo al
sol, es otro que el sol y el mismo que él; otro que
el bien y el mismo que él, etc. Ocupando siempre el
lugar que no es el suyo, y que por lo tanto podemos
llamar el lugar del muerto, no tiene ni puesto ni
nombres propios. Su propiedad es la impropiedad,
la indeterminación flotante que permite la sustitu-
ción y el juego. El juego, del que también es el in-
ventor, como recuerda el mismo Platón. Se le debe
el juego de dados (quibéia) y el trictrac (petteia)
(274 d). Sería el movimiento mediador de la dialéc-
tica si no le imitase también, impidiéndole con ese
doblaje irónico, indefinidamente, el que se termine
en cualquier cumplimiento final o en cualquier re-
apropiación escatológica. Zot no está nunca presen-
te. En ninguna parte aparece en persona. Ningún
estar-allí le pertenece como propio.
Todos sus actos estarán marcados por esa ambi-
valencia inestable. Ese dios del cálculo, de la arit-
mética y de la ciencia racional ( ) gobierna tam-
37
( ) MORJSNZ,
37 op. cit., pág. 95. Otra compañera de Zot,
Maát, diosa de la verdad. Es también «la hija de Re, la
dueña del cielo, la que gobierna el doble país, el ojo de Re
que no tiene igual». A. Erman, en la página que le consa-
gra, escribe en particular lo siguiente: «...se le atribuye
como insignia, Dios sabe por qué motivo, una pluma de
buitre» (pág. 82).
(AS) VANDIER, op. cit., págs. 71 ss. Cf. en especial: FES-
TUGIÉRE, op. cit., págs. 287 ss. Numerosos textos sobre Zot
inventor de la magia se hallan reunidos en ellas. Uno co-
mienza de la siguiente forma, lo cual nos interesa aquí
muy especialmente: «Fórmula para recitajr delante del
sol: "Yo soy Zot, el inventor y el creador de los filtros y
de las letras"», etc. (pág. 292).
( ) VANDIER, op. cit., pág. 230. La criptografía, la me-
39
4. EL FÁRMACON
(«La Parole dite», núm. 90, octubre 1964). Sobre este pasaje
del Elogio, sobre las relaciones entre celgó y peizó, del
encanto y la persuasión, sobre su uso en Homero, Esquilo
y Platón, cf.: DIÉS, op. cit., págs. 116-117,
absoluto, realiza obras muy divinas. Pues puede
apaciguar el terror y alejar la tristeza, hace na-
cer la alegría y aumenta la piedad...».
«La persuasión que entra en el alma mediante el
discurso», tal es el fármacon y tal es el nombre que
utiliza Gorgias:
«El poder del discurso (tu logu dínamis) tie-
ne la misma relación (ton autón de logon) con la
disposición del alma (pros ten tes psijés taxin)
que la disposición de las drogas (ton farmacón
taxis) con la naturaleza de los cuerpos (ten ton
somatón físin). Igual que ciertas drogas evacúan
del cuerpo determinados humores, cada cual el
suyo, y unas detienen la enfermedad, otras la
vida; igual ciertos discursos afligen y otros re-
gocijan; unos aterrorizan y otros enardecen a
sus oyentes; otros mediante una mala persuasión
drogan el alma y la embrujan (ten psijen efarma-
keusan kai exegoeteusan).»
Se habrá reflexionado, al pasar, en que la rela-
ción (analogía) entre la relación /ogos/alma y la re-
lación fármacon!cuerpo es designada como logos.
El nombre de la relación es el mismo que el de uno
de sus términos. El fármacon está comprendido en
la estructura del logos. Esta comprensión es un do-
minio y una decisión.
5. EL FARMAKEUS
(215 cd).
Esta voz desnuda y sin órgano no podemos im-
pedir que penetre más que tapándonos los oídos,
como Ulises cuando escapó a las Sirenas (216 a).
El fármacon socrático actúa también como un
veneno, como una ponzoña, como una mordedura
de víbora (217-218). Yla mordedura socrática es peor
que la de las víboras, pues su huella invade el alma.
Lo que hay de común, en todo caso, entre el habla
socrática y la poción venenosa es que penetran, para
apoderarse de ella, en la interioridad más oculta del
alma y del cuerpo. El habla demoníaca de ese tau-
maturgo arrastra a la mania filosófica y a transpor-
(46) «Voz desusada, desvalida, etc.»; psilois logos tiene
también el sentido de argumento abstracto o de afirma-
ción simple y sin pruebas (cf.: Teeteto, 165 a).
tes dionisíaeos (218 b). Ycuando no actúa como el
veneno de la víbora, el sortilegio farmacéutico de
Sócrates provoca una especie de narcosis, embota
y paraliza en la aporía, como la descarga del pez-
torpedo (narké):
MENON: Sócrates, me había enterado de oídas,
antes de conocerte, de que no hacías otra cosa
que encontrar por doquier las dificultades y ha-
cérselas descubrir a los demás. En este mismo
momento veo perfectamente, por no sé qué ma-
gia ni qué drogas, por tus hechizos, que me has
embrujado tan perfectamente que tengo la ca-
beza llena de dudas (goeteueis me kai farmatteis
kai atejnós katepadeis, óste meston aporias gue-
gonenai). [Se habrá advertido que acabamos de
citar la traducción Budé]. Me atrevería a decir,
si me permites la broma, que me recuerdas, tanto
por el aspecto (eidos) como por todo lo demás,
a ese ancho pez que se llama torpedo (narké).
Que entumece de inmediato a quienquiera que se
le acerque y le toque; tú me has hecho experi-
mentar un efecto semejante, [me has aturdido].
Sí, estoy verdaderamente aturdido en cuerpo y
alma, y soy incapaz de replicarte [... ] Tienes
toda la razón, créeme, en no querer ni navegar
fuera de aquí: en una ciudad extranjera, con se-
mejante conducta, no tardarías en ser detenido
como un brujo (goes) (80 a b).
Sócrates detenido como brujo (goes o farma-
keus): tengamos paciencia.
¿Qué ocurre con esta analogía qué incesante-
mente relaciona el fármakon socrático con el fár-
macon sofístico y, proporcionándoles mutuamente,
nos hace pasa}: indefinidamente de uno a otro? ¿Có-
mo distinguirlos?
La ironía ho consiste en deshacer un encanta-
miento sofístico, en deshacer una sustancia o un?
poder ocultos por el análisis y la pregunta. No con-
siste en desmontar la seguridad charlatanesca de
un farmakeus desde la instancia obstinada de una
razón transparente y de un lagos inocente. La iro-
nía socrática precipita un fármacon en contacto con
otro fármacon. Más bien, invierte su poder y vuelve
la superficie de un fármacon ( ). Tomando así no-
47
6. EL FARMACOS
« En resumen
| en lugar de una hoja que poseería cada uno —
III no habrá,
y yo guardaré el todo...» [131(A)]
<c identidad del | ¿es empezar
lugar y de la hoja por el final? |
de la sesión y del volumen...» (pág. 138). [94(A)]
EL ANTRO DE RALLARME
o también EL « E N T R E » DE MALLARMÉ
o también EL ENTREDÓS «MALLARME»*
22 A
el huevo iglesia
.V V. .V V.
necesidad de plegar ¡ [77 (B)]
fin I vuelta
de la misma — pero casi otra [78 (B)]
folletín —
pliegue a cada lado
y causa de eso
vueltos, en la hendidura suma de una
hoja en sentido inverso
contra
| muerte
¿renacimiento?
por +
[ no se vuelve a encontrar
nunca un pliegue en el sentido
contrario — hay otra hoja
para responder a la posibilidad
I de ese otro sentido
un semi-lugar y un semi-dios—
regreso de las reglas—
mimo/medio = menos/millar
(que allí lo lee/quien lo allí) (liga)
en seguida en depósito: callarse
líneas: frases-puntos, que/con, sor-presa ligada—
en el tiempo citado, lujo de silencio a machamartillo: un si
lance en qu'or*—
condición de hélice a la mirada hojeada, dados lisos—»
* [ = un si lanza en que oro; un silencio en coro.]
En el título de esta sesión, suspendiendo el PLIE-
GUE, encontraríais el empleo de tal exergo:
«¿Y separarme de la idea del ser es hacer uno o
mantenerse fuera de ello? Creo que es mantenerse
fuera dentro, estando en ello, y estar en ello no es
mantenerse por encima del Mal, sino dentro y ser
el Mal mismo, el Mal que tuvo Dios que hartar, el
himen de la Altivez, que es que el pliegue no fue
nunca un pliegue...» (31).
Como en el Doble asesinato en la calle Morgue,
que empieza con una teoría de los juegos y, hay
que reelerlo todo, un elogio del «analista» que «se
apasiona por los enigmas, los juegos de palabras,
los jeroglíficos», se trata, con el pliegue, de operar
desplazando a la última cita de la nueva: «de negar
lo que es, y de explicar lo que no es». Edgar Poe:
«El caso literario absoluto», decía Mallarmé. Es
también el único nombre propio que aparece, al pa-
recer, en las notas para el «Libro». ¿Resulta insig-
nificante? En una hoja (32) cuyas palabras aparecen
tachadas:
acabar
conciencia
Y. esfuerzos 4-
+
calle
+
infancia
doble
su.
multitud +
+ un -— crimen — alcantarilla
¿Dejamos la pluma?
En el último parágrafo de la misma nota, pará-
grafo tan disociado del que hemos citado, del que
está separado por todo un desarrollo, Richard aña-
de una precisión «fonética». Todo hace pensar que
la considera como una curiosidad un poco acceso-
ria: «Fonéticamente, en fin, «pluma» debía prestár-
sele a Mallarmé para un juego muy rico de asocia-
ciones imaginarias. Algunas notas publicadas por
Bonniot en fuera-de-texto a Igitur (París, N. R. F.,
1925) muestran que esa sola palabra estaba ligada
a un ensueño sobre los pronombres personales (aso-
ciándola al sueño de subjetividad) y a la imagen co-
nexa de brote («plus je — plume — plume je — plu-
me jet»). Pluma es también prima de palma.» (pá-
gina 446); las notas de Bonniot son citadas igual-
mente por Cohn (pág. 253). Reproducimos esa pá-
gina ( ai ). Aun suponiendo, lo que nos cuidamos mu-
/
e
(s LlMná^
jJUv) tht*
¡JU
Me
JJm^Í, a etZ?
idvJ* A.
t L
del arco iris, una membrana del ojo («La conjuntiva se ex-
tiende por encima de todo el blanco del ojo hasta el circula
llamado iris», Paré), etc.
¿Y qué es lo que decide la lectura?
Desplazada casi al azar —pero es la ley, pues es precisa
con el delirio la escritura—, dislocada, desmembrada, la
«palabra» se transforma y se asocia indefinidamente. EL
dado lee la idea, el dosel, techo de la cama, techo y tumba;
dedal para coser todos los tejidos, velos, gasas, paños j|
mortajas de todos los lechos de Mallarmé,, «lee en las pa¿
ginas de vitela», «ausencia eterna de cama» («lecho vacío»;
«sepultado»,, «abolido»,, «litigio», etc.). El/lit. Il/la I. Se
invierte en. (él)-lecho.vSe separa en la I «... de donde sobre;
saltó su delirio hasta una. cima / marchita / por la rieutralij
dad idéntica de la sima /.NADA de la memorable crisis...».
TRANCE PARTITURA (2)
Mallarmé.
Artaud.
LA DISEMINACION
no tanto
que no enumere
sobre alguna superficie vacante y superior
el choque sucesivo
sideralmente
de una cuenta total en formación
DESENCADENAMIENTO, S. M. 1. Puesta en
marcha automática de un mecanismo.
2. Todo dispositivo que, por su posición,
detiene o deja producir el movimiento
de una máquina. 3. Acción de ponerle
en la posición que permite andar a la
máquina.
DESENCADENAR,v. a. 1. Alzar el pestillo de
Tüía puerta para abrirla... 2. Operar el
desencadenamiento. R. En la Baja Nor-
mandía, se dice popularmente por: ha-
blar. «Ha estado una hora sin desenca-
denar» (sin despegar los labios).
Littré.
2. E L DISPOSITIVO o MARCO
3. E L CORTE
Libro, |
'««Los cuatro volúmenes son un | el mismo,
presentado dos veces en tanto que sus dos mitades,
primera del uno y última, del otro yuxtapuestas a
¡última y primera del uno y del otro: y poco a
ípoco su unidad se revela, con ayuda de ese trabajo de
Comparación
(4)
5. L o ESCRITO, LA PANTALLA, EL E S T U C H E
«SI
HUBIESE
surgido Estelar
SERIA
peor
no
más ni menos
indiferentemente sino tanto
NADA
EXCEPTUADO
en la altitud
QUIZA
EXISTIERA
SE CIFRASE
ILUMINASE
EL AZAR
NO HABRA TENIDO LUGAR
COMO EL LUGAR
UNA CONSTELACION
fría de olvido y de falta de uso
no tanto
que no enumere
en alguna superficie vacante y superior
el choque sucesivo
sideralmente
de una cuenta total en formación.
«que no enumere:
La constelación no es fría hasta el punto de no
dar ninguna señal de vida en el número de las es-
trellas que la componen; ese sentido de fertilidad
continuada del lugar-madre (mezcla andrógina de
estrellas y de cielo: con y st) está apoyado por los
elementos. madre, ella, el caudal que ella, la ligazón
no, y el elemento nu recuerda la desnudez de la pro-
creación (tanto en el plano físico como en el plano
mental) y esto concuerda con otra significación de
madre: «adj. fem. pura» (Larousse). El elemento ma-
dre es utilizado conscientemente, como lo muestra
la rima [francesa] «enumero-madre» («Se encuen-
tran aquí, felicidades que enumero / El gran mar
con pequeña madre» Sur des galets d'Honfleur) y
la expresión «la Musa desnuda y madre» (Prefacio a
las Uvas azules y grises) proporciona una excelente
indicación de uno de los niveles de significación...
El parto, Tirada de dados final, proviene de un pro-
creador andrógino: la naturaleza, resumida en la
constelación; sus productos son estadios ulteriores
de sí misma en devenir simbolizados por la guirnal-
da de estrellas individuales de la Osa, esas estrellas
son ambiguamente productos masculinos: esper-
mas, y femeninos: huevos, o las dos cosas a la vez:
hijos, y las tres ideas están resumidas en la palabra
simiente: la letra m de enumere es, pues, un buen
ejemplo de «M traduce el poder de hacer, y por lo
tanto la alegría masculina y maternal... el núme-
ro...» (Las palabras inglesas)... La idea de estrellas
como simientes es tradicional en poesía, cf. «tu char-
la siembra de pedrerías mi invierno interno» (Carta
a Cazalis, 4 dic. 1868). Las simientes-estrellas serán
relacionadas con la leche masculina y femenina en
asociación con la vía láctea, ver más adelante suce-
sivo...
el choque sucesivo
El propio «juego supremo», el acto, o sus pro-
ductos, sus hijos, las estrellas de la constelación en
formación pon vistas a la cuenta total.
Ese choque erótico con vistas a una consuma-
ción es ampliamente confirmado por: «la saluta-
ción maquinal infligida, por el choque del instru-
mento, incesantemente, hacia la Suma» (Confronta-
ción), sobre todo si nos acordamos de «esa pala y
ese pico, sexuales — cuyo metal, resumiendo la fuer-
za pura del trabajador, fecunda los terrenos» (Con-
flictos). El valor «diseminante» de la s resulta aquí
muy apropiado, sucesivo en el sentido literal de di-
seminación: sembrar granos: observar el «incesan-
temente» en el pasaje que acabamos de citar e «in-
cesante», en «el vaivén sucesivo incesante» (En cuan-
to al libro)...»;
igualmente, pues, cada secuencia del texto, por
ese efecto de espejo germinal y deformante, com-
prende cada vez otro texto que la comprende al mis-
mo tiempo, de forma que en una de esas partes que
son más pequeñas que ellas y más grandes que el
todo que reflejan, un alojamiento está asegurado al
enunciado teórico de esta ley. Ese enunciado no po-
dra además escapar a la ley de recurrencia y de des-
plazamiento metafórico en los que, elementalmente,
a la vez término y medio, se expropia a sí mismo:
Drama: ... «pero ella segrega su propio medio...»
... «... El está en la noche que él es...»
Números: «3.19. ... Materia cada vez más dife-
renciada, ácida, que no deja de morder sobre su
propio fuego—»
«i. 77; .. . Yo podía sin- embargo transformar lo
que ocurría, al no estar ya detenido en una única
superficie, viendo por el contrario a los organismos
funcionar constantemente a varios niveles, como
hojeados y superpuestos a sí mismos, recargados co-
mo baterías sumergidas en su propio ácido elabo-
rado o neutralizado, atravesando y siendo atravesa-
dos, modificando y siendo modificados...»
No intentéis «intuiciones» temporales o variacio-
nes impracticables; habréis quizá declinado mejor
ese imperfecto de doble fondo y de pluscuampresen-
te dibujando la figura del cuadrángulo, complicada
con la estructura de un espejo insólito. De un es-
pejo que viene a ser, a pesar de la imposibilidad an-
tes planteada, su fuente, como un eco que precede-
ría de alguna manera al origen a que parece respon-
der, no estando constituidos lo «real«, lo «origina-
rio», lo «verdadero», el «presente» más que de vuel-
ta a partir de la duplicación en la que sólo pueden
surgir. Por eso es por lo que el «eco» es «incisión»
(1. 5). El «efecto» se convierte en la causa. Una pa-
labra que no se repitiese, un signo único, ¡sor ejem-
plo, no sería uno. No se convierte así en lo que es
más que en la posibilidad de su reedición.
«/. 77. ... cada palabra hallaba el eco que era su
causa.»
¿Dónde está aquí el presente? ¿El presente pa-
sado? ¿El presente futuro? ¿«Vosotros»? ¿«Yo»?
«Nosotros» habrá estado en el imperfecto de ese eco.
6. E L DISCURSO DE ASISTENCIA
I
1i
i Hasta ese momento
tirar sobre hermoso papel
o editar aparte —
buscar —
7. LA ANTE-PRIMERA VEZ
X
X X
(X)
tiene una casilla vacía para el instante imposible
de vivir, la suerte... Y, sin embargo, voy por ese
dédalo de muertes [...] damos vueltas transformán-
donos por ese laberinto sin aire y abierto en el ai-
re...» Luego: «i. 77. ... "Les hacen aparecer sirvién-
dose del fuego (arriba, cielo) sobre la parte baja cua-
drada (tierra) del caparazón" / ...»), de tal suerte
que el cuadrado de escritura informa a la vez a los
plenos de escritura y a los blancos de esa casilla u
hoja vacía que recibe como su simiente
en el cual está
desarrollada esta hoja ausente
Las sesiones van de 4 en 4
y forman así un conjunto
XI. E L EXCEDENTE
se habría dicha
que formaban los cuadros en ruinas de una historia
desaparecida y que el propio aire había incidido la
piedra para depositar en ella los pensamientos de la
piedra que la piedra no podía ver...»
(Habréis comparado esa Y griega a la I china de
la secuencia 3, luego a cierta V) «El anillo que le"
rodea, en la parte que está cerca de nuestra posi-
ción, está marcado con una hendidura longitudinal:
que, en efecto, le da vida, visto desde nuestra ref
gión, la apariencia vaga de una Y mayúscula... poa
demos decir de nuestro Sol que está positivamente
situado sobre el punto de la Y en que se encuentrari
las tres líneas que la componen, e, imaginándonos
a esa letra como dotada.de cierta solidez, de cierto
espesor, muy mínimo en comparación con su ; ilói|
gitud, podemos decir que nuestra posición está óag
el medio de ese espesor. Imaginándonos que esta-
mos así situados, ya no tendremos que hacer nin-
gún esfuerzo para darnos cuenta de los fenómenos
en cuestión, que son únicamente fenómenos de pers-
pectiva.»
Números indescifrables por el hecho mismo de
que habrán sido inscripciones de fachada —pero de
fachadaS (S diseminándoos, «S, dije, es la letra ana-
lítica; disolvente y diseminante, por excelencia...
en ella encuentro la ocasión de afirmar la existen-
cia, fuera del valor verbal tanto como del puramen-
te jeroglífico, del habla o del libro mágico, de una
secreta dirección confusamente indicada por la or-
tografía...») entre las cuales vuestra lectura será re-
percutida, escapándose finalmente a sí misma. Co-
lumna dividida, Números incansablemente extraí-
dos de la cripta en la que los habréis creído enco-
frados. Indescifrables porque es únicamente en
vuestra representación donde adoptaban el aplomo
de un criptograma que oculta en sí el secreto de un
sentido o de una referencia. X: no por la descono-
cida, sino por el quiasmo. Texto ilegible porque úni-
camente legible. Intraducibie por la misma razón.
Lo que allí se inscribía con la punta del cuchillo no
habrá podido ser dicho, traducido, retomado en un
discurso interpretativo, pues nada pertenecía allí al
orden del sentido discursivo o del querer-decir. In-
des-cifrable, pues, porque
1. lo que encadena el texto al número y a su
cifra (a determinada escritura que no dice, que no
habla ya) no se deja descomponer, des-hacer, desco-
ser; descifrar;
2. algo, alguna parte en él, algo que no es nada
¡y que no tiene lugar, no se deja ya contar, narrar,
^numerar, cifrar, descifrar.
Estas dos proposiciones se vuelven una contra
otra, se desdoblan y se contradicen una a la otra.
Forman un círculo cuadrado: los Números serían
indescifrables porque algo en ellos excede a la ci-
fra; y sin embargo serían indescifrables porque todo
en ellos está no cifrado, sino de cifra. Indescifrables
porque numerables, indescifrables porque innume-
rables. Inscripción contra — dicción a releer. Círcu-
lo de la cuadratura.
En primer lugar, está el pensamiento más fácil
en apariencia, lo innumerable como «multitud» nu-
merosa no es nada extraño a la esencia del número.
Se pueden pensar sin contradicción los números in-
numerables. Los Números se mantienen siempre en
relación con la diseminación sin límite —de los gér-
menes, de la multitud, del pueblo, etc. (el et coetera
mismo que, con la modificación que le fue antes im-
puesta, compone el primer ideograma (qúnzhóng),
después del del cuadrado): «2. 22. ... Millones de
corazones latiendo, millones de pensamientos dis-
frazándose — y aquí, entrada del espacio, de las ma-
sas » Lo innumerable es aquí el gran
número como fuerza que no se deja ni contar, ni
clasificar ni representar ni dominar, fuerza que exr
cede siempre a la especulación o al orden de la clase
dominante, y hasta a su propia representación".
«2. 42. ...Y volvía a ver yola plaza cubierta de bru-
ma, a los trabajadores reunidos con sus banderásr
sus armas, y bajo la niebla blanca las manchas rojas
de los paños desplegándose, respondiendo así a la
llamada... Innumerables al alba, innumerables y por•
el momento al margen, vigilados, ciegos en la fuer-
za que pasa por ellos sin ser frenada, única posibiliÁ
dad del pensamiento multiplicado, violento... Yo spm
taba mi presa...». Sometido a esa fuerza —fuerzas
del número innumerable— el número numerable
(del cuadrado cerrado o de la cuarta superficie no
descontada) sujeta mal la barandilla. Juega un pa-
pel reactivo, opone su orden y sus marcos al vaga-
bundeo seminal. Se agota controlándolo, se quiebra
haciéndole frente
Pero todo eso ocurre entre los números. Lo innu-
merable que parece hacer saltar los marcos o saltar
por encima del marco, habréis podido tenerlo en
cuenta. Lo innumerable no viene simplemente a exce- -
der o desbordar el orden numeral sobre sus fronte-
ras, desde el exterior. Lo trabaja en su interior. El ex-
cedente pertenece de alguna manera a la columna de
los números, a su estar a plomo. El número está
siempre más allá o más acá de sí mismo, en la «dis-
tancia» que sabe leer la máquina. El exceso y la ca-
rencia proliferan y se condicionan mutuamente en
la articulación suplementaria del uno y del otro. «El
exceso en todo es un defecto.» «3. 75. ... ¡ '¿Quién
es capaz de presentar su excedente a lo que fal-
ta?' •/ ...» Igualmente la huella no se traza más que
en la desaparición de su propia «presencia» de tal
suerte que el trazado no es simplemente el otro y el
exterior de la desaparición. Inscripción contra-dic-
ción. El número, la huella, el marco son, pues, ellos
.mismos y su propio desborde. El Parque cuadricu-
laba ya un «silencio qüe encierra sin dejar huellas»
y que está también, no obstante, sometido «a mar-
chas interminables». El Drama consigna también
muy regularmente la desaparición y la confusión de
las huellas, «el fluir sin huellas, sin bordes». Esa re-
lación con la ausencia de huellas, con lo innumera-
ble —que es también lo innombrable— se señala en
los Números como relación con lo que se llama mi
muerte. Es constitutivo de mi «unidad», es decir, de
mi inscripción y de mi sustitución en la serie de los
números.
Condición de posibilidad y de imposibilidad de
la subjetividad trascendental. Unidad descifrable-in-
descifrable: «2. 10. ... Yo debía a la vez señalar que
era unidad entre otras, pero una unidad imposible
de cifrar, perpetuamente excitada por su propio
fin... Mi muerte, en efecto, comenzaba a hincharse
en el fondo, y para ir lejos — »
La recensión, como la de-nominación, hace y des-
hace, articula y desmembra, con un único y mismo
gesto, el número y el nombre, los delimita en los re-
bordes sin cesar arrimados del sin-borde, del exce-
dente, del sobrenombre. El estuche se abre y se cie-
rra por ahí. Los números y los nombres faltan a la
producción de la escritura, cooperando a ella con
ese hecho, provocando en ella la superproducción
—y una plusvalía— sin la cual ninguna marca se re-
gistra jamás, «i. 41. ... no había ya explicación para
decir lo que me pasaba... Yo estaba en el desarro-
llo y en el despliegue, y lo que se explica aquí, en
mi lugar, debe ser vuelto a decir de otra manera,
destruido... Quedaba yo vuelto hacia el foso que no
pasa por los ojos, que no podría por un instante
transformarse en huella y en número, hacia él nu-
do, el yugo, el barranco, la inutilidad de las pala-
bras 'nudo',; 'yugo', 'barranco'...»- •?
Igual que la cuarta superficie, que forma parié
del cuadrado, refleja, deforma y abre el todo ende-
rezado, da a ver sin ser vista, igual que cada, ángulo
de cuadrado pertenece a la totalidad de la superfi-
cie; pero la multiplica: replegándola sobre sí misma
—partiéndola en vez1 de curvarla--, la re-marca, la
cierra y la fractura al mismo tiempo permitiendo
siempre disponer en ella una superficie de asisten-
cia suplementaria, lateralidad proliferante que da a
ver lo que no tiene nada que ver, igualmente el ex-
cedente forma parte del número y pertenece al me-
dio que excede. Hace proliferar el excedente en su
invisible columna. La columna de las palabras, la
columna de los números es así supernumeraria. Es
el elemento (el término y el éter) supernumerario de
los números, alzada, (en) medio de la esfera solar,
a .pérdida de vista. «4. 36. (... Ahora bien, este pen-
samiento no se encuentra: viene a la masa en que,
sin embargo, el furor se retiene como un torrente
cambiado y formado en columna de palabras y está
precisamente en el signo que está de más — ) —
(dong: pene).
Esa columna invisible, que os arriesgáis a iden-
tificar con el «medio en que las cifras ya no tienen
nada que ver — (3. 59), ¡es a la vez indecidiblemen-
te, de un indecidible que propaga sus efectos en ca-
dena, único e innumerable. No dominable en su al-
tura, incontrolable en su extensión. Es única e innu-
merable como lo que se llama presente. Lo único
—lo que no se repite— no tiene unidad, puesto que
no se repite. Sólo lo que se repite en su identidad
puede tener una unidad. Lo único no tiene pues, no
es una unidad. Lo único es pues el ápeiron, lo ilimi-
tado, la multitud, el imperfecto. Y, sin embargo, la
cadena de los números está formada por únicos. In-
tentad pensar al único en plural, como tal, y al «úni-
co Número que no puede ser otro». Veréis nacer
«miles de millones de relatos» y comprenderéis que
un mismo término puede germinar dos veces —co-
lumna geminada— diseminándose en la sobrepro-
ducción. «Oh triple camino [...] Oh himen, himen
[«vicioso pero sagrado», fijo pero reventado, como
una pantalla brillante, como un ojo (1. 45)] me has
dado la vida y después de habérmela dado, has he-
cho germinar una segunda vez la misma simiente;
has mostrado a la luz a padres hermanos de sus hi-
jos, hijos hermanos de sus padres, esposas a la vez
mujeres y madres de su marido, y todas las mayo-
res acciones vergonzosas que pueden existir entre
los hombres.» «... innumerables son las noches y los
días que en su marcha el tiempo innumerable da a
luz [« / «el tiempo es tan ajeno al número mismo
como los caballos y los hombres son diferentes de
los números que los cuentan y diferentes entre sí»
/ »] durante el transcurso de los cuales, a golpe de
lanza, destruirán la amigable concordia de hoy, con
un pretexto frivolo. Entonces, en su sueño, oculto
bajo la tierra, mi frío cadáver por el brazo aparta-
do del secreto que detenta, más bien que jugar co-
mo maníaco canoso beberá un día su sangre calien-
te, si Zeus es aún Zeus y si Febo, su hijo resulta ve-
raz. Pero —pues no tengo ganas de revelar lo que
no hay que decir—, déjame quedarme en donde em-
pecé, observa únicamente tu promesa y nunca digas
que has recibido en Edipo a un inútil habitante de
ese. país, si es que los dioses no me mienten» (en Co-
lona). Pues «el mundo es el juego de Zeus o, en tér-
minos físicos, fuego consigo mismo. El Uno no es
al mismo tiempo lo Múltiple más que en ese senti-
do». El fuego juega siempre con el fuego.
Como los Números se emplean en torno a esa ex-
cedentaria e invisible columna, en ella, quien no tie-
ne nada que ver con la operación se quejará legíti-
mamente de no tener nada que ver. Ni que toma r
En efecto. Se habrá quejado ya aquí o allá, agarra-
do a su lengua materna, observador pero ciego, por-
que ciego," en el cegamiento, en su columna partida^
que "impide la lectura, de semana en semana... «eF
folletón, que rige la generalidad de las columnas...
de las columnas de mercancías...» ¿Pero quién ha
muerto? habrá preguntado completamente desnudo.
«La simpatía iría al diario colocado al resguardo
de ese tratamiento: su influencia, no obstante, es
enfadosa, se impone al organismo, complejo, reque-
rido por la literatura, al divino libro, una monoto-
nía — siempre la insoportable columna que se con-
tentan con distribuir allí, en dimensiones de página,
cien y cien veces.»
«4.48. (... Ahora comenzáis a comprender lo que
esta novela persigue en la ciencia de su rodeo, sabéis
ahora lo que es el rechazo de todo nacimiento, el
cálculo que os hace dar con los ojos bien abiertos
en otras relaciones) — »
Habréis únicamente comenzado. Había que vol-
ver a empezar. «lo que se explica aquí, en mi lugar,
debe ser vuelto a decir de otra manera, destruido
(1. 14)», «Las Lecturas no tienen otra finalidad que
mostrar esas relaciones científicas». Habréis dado
con los ojos bien abiertos en otras relaciones, tal
era la cadencia del excedente cantado a voz en grito.
Los límites del cuadrado o del cubo, despliegue y
repliegue indefinidamente especulares del espectácu-
lo, no habrán sido límites. Lo que allí se detenía, ya
practicaba como una abertura, el espacio de su re-
inscripción, dejándose ya cercar, asediar por otro
poliedro. Había otra geometría futura. Muy distinta.
La misma.
Para empezar a comprender, «había pues que
volver a pasar por todos los puntos del circutio, por
su red a la vez oculta y visible e intentar reavivar
simultáneamente su memoria como la de un agoni-
zante llegado al momento decisivo...» (3. 87).
(1 + 2 + 3 + 4)'* veces. Por lo menos.
Apartándose de sí misma, formándose allí toda, casi sin
descanso, la escritura con un solo trazo reniega y reconoce
la deuda. Hundimiento extremo de la firma, lejos del centro,
e incluso de los secretos que allí se comparten para dispersar
hasta su ceniza.
Aunque la letra goce de fortaleza en sólo esa indirec-
ción, y poder siempre faltar le suceda, no lo utilizaré como
pretexto para ausentarme de la puntualidad de una dedica-
toria: R. Gasché, J. J. Goux, J. C. Lebenszteyn, J. H. Miller,
otros, ahí está la ceniza, reconocerán, quizá, lo que intervie-
ne aquí de su lectura.
Diciembre de 1971
FUERA-DE-LIBRO, prefacios ..... . 5
LA FARMACIA DE PLATóN . . . . . . . .. 91
l. l. Farmacea ... .. . .. . ... ... ... ... 96
2. El padre del logos .. . .. . . .. . .. . .. .. . 110
3. La inscripción de los hijos: Zeuz,
Hermes, Zot, Nabu, Nebo . . . . . . 124
4. El fármacon . .. .. . .. . ... ... ... ... 140
S. El farrnakeus . . . . .. .. . . . . . . . .. . 175
n. 6. El fármacos .. . .. . .. . . .. .. . .. . . .. 192
7. Los ingredientes: el afeite, el fantas-
ma, la fiesta . . . . .. .. . .. . . . . . . . .. . . . . 203
8. La herencia del fármacon: la escena
de familia . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 216
9. El juego: del fármacon a la letra y
del cegamiento al suplemento . . . . . . 237
f.-A DOBLE SESIÓN . . . . . . . . . .. . . . . .. . . . . . . . . . . . . . 263
l. ... ... ... ... ... ... .. . ... ... ... ... ... ... ... 265
11 ........... ... . 341
J..A DISEMINACIÓN .. . ... .. . . . . . . . .. . . . . .. . . .. . .. 429
·1. l. El desencadenamiento ... f.. . . . . 432
2. El dispositivo o marco . . . . . . . . . . . . 441
3. El corte ... . . . . . . .. . ... . .. . .. .. . ... 447
4. El doble fondo del pluscuampre-
sente ... ... ... ... ... .. . ... ... .. . ... 457
S. Lo escrito, la pantalla, el estuche .. . 468
6. El discurso de asistencia . . . . . . 484
,1. 7. La ante-primera vez . . . . . . . . . 493
8. La columna . . . . .. . . . .. . .. . . . . . . . 509
9. La encrucijada del «Este» 521
10. Los injertos, regreso al sobrehi-
lado ... ... .. . ... ... ... 533
11. El excedente . . . . . . . . . 538