El Renacimiento
El Renacimiento
El Renacimiento
Renacimiento es el nombre dado a un amplio movimiento cultural que se produjo en Europa Occidental durante
los siglos XV y XVI. Fue un período de transición entre la Edad Media y los inicios de la Edad Moderna. Sus
principales exponentes se hallan en el campo de las artes, aunque también se produjo una renovación en las
ciencias tanto naturales como humanas. La ciudad de Florencia, en Italia, fue el lugar de nacimiento y desarrollo
de este movimiento, que se extendió después por toda Europa. El Renacimiento fue fruto de la difusión de las
ideas del humanismo, que determinaron una nueva concepción del hombre y del mundo. El término
«renacimiento» se utilizó reivindicando ciertos elementos de la cultura clásica griega y romana, y se aplicó
originariamente como una vuelta a los valores de la cultura grecolatina y a la contemplación libre de la naturaleza
tras siglos de predominio de un tipo de mentalidad más rígida y dogmática establecida en la Europa medieval. En
esta nueva etapa se planteó una nueva forma de ver el mundo y al ser humano, con nuevos enfoques en los
campos de las artes, la política, la filosofía y las ciencias, sustituyendo el teocentrismo medieval por el
antropocentrismo.
En ese sentido, el historiador y artista Giorgio Vasari formuló una idea determinante: el nuevo nacimiento del arte
antiguo (Rinascita), que presuponía una marcada conciencia histórica individual, fenómeno completamente nuevo.
De hecho, el Renacimiento rompió, conscientemente, con la tradición artística medieval, a la que calificó como un
estilo de bárbaros, que más tarde recibirá el calificativo de Gótico. Sin embargo, los cambios tanto estéticos como
en cuanto a la mentalidad fueron lentos y graduales. El concepto actual de renacimiento será formulado tal y como
hoy lo entendemos en el siglo XIX por el historiador Jules Michelet.
Desde una perspectiva de la evolución artística general de Europa, el Renacimiento significó una «ruptura» con la
unidad estilística que hasta ese momento había sido «supranacional». El Renacimiento no fue un fenómeno
unitario desde los puntos de vista cronológico y geográfico: su ámbito se limitó a la cultura europea y a los
territorios americanos recién descubiertos, a los que las novedades renacentistas llegaron tardíamente. Su
desarrollo coincidió con el inicio de la Edad Moderna, marcada por la consolidación de los estados europeos, los
viajes transoceánicos que pusieron en contacto a Europa y América, la descomposición del feudalismo, el ascenso
de la burguesía y la afirmación del capitalismo. Sin embargo, muchos de estos fenómenos rebasan por su
magnitud y mayor extensión en el tiempo el ámbito renacentista.
Contexto histórico. El Renacimiento marca el inicio de la Edad Moderna, un período histórico que por lo general
se suele establecer entre el Descubrimiento de América en 1492 y la Revolución Francesa en 1789, y que, en el
terreno cultural, se divide en el Renacimiento (siglos XV y XVI) y el Barroco (siglos XVII y XVIII), con subdivisiones
como el manierismo, el rococó y el neoclasicismo. Otros historiadores sitúan la fecha de inicio en 1453, con la
Caída de Constantinopla, o bien remarcan un hecho trascendental como la invención de la imprenta (hacia 1440
aproximadamente, de la mano de Johannes Gitenberg).
Los antecedentes históricos del Renacimiento cabe situarlos en la decadencia del mundo medieval ocurrida a lo
largo del siglo XV por diversos factores, como el declive del Sacro Imperio Romano Germánico, el debilitamiento
de la Iglesia Católica a causa de los cismas y los movimientos heréticos —que darían origen a la Reforma
protestante—, la profunda crisis económica derivada del anquilosamiento del sistema feudal, y la decadencia de
las artes y las ciencias, lastradas por una teología escolástica sumida en el escepticismo.3
Frente a esta decadencia, los principales centros académicos europeos buscaron regenerarse a través del retorno
a los valores de la cultura clásica grecorromana. A su vez, comenzó a fraguarse una nueva sociedad
fundamentada en el auge de los nuevos estados centralizados, con poderosos ejércitos y administraciones
burocratizadas –inicio del autoritarismo monárquico preconizado por Maquiavelo- así como en el crecimiento
demográfico y una economía centrada en una nueva clase social emergente, la burguesía, que puso los cimientos
del capitalismo y una economía mercantil y preindustrial; todo ello coadyuvado por el progreso técnico y científico
experimentado durante este período, fundamentado en la imprenta y la consiguiente velocidad de difusión de las
novedades.4 Surgió así una visión del mundo más antropocéntrica, desligada de la religión y
el teocentrismo medieval, en la que el hombre y los avances científicos supondrán la nueva forma de valorar el
mundo: el humanismo, un término inicialmente aplicado a los especialistas en disciplinas grecolatinas (derecho,
retórica, teología y arte), que se haría extensivo a filósofos, artistas, científicos y cualquier estudioso de las
diversas ramas del conocimiento que comenzaron entonces a aglutinarse en un concepto de cultura general.3
En Italia, el epicentro de la cultura renacentista, la división del territorio en ciudades-estado con diferentes
regímenes políticos –repúblicas como Florencia o Venecia, estados monárquicos como Milán y Nápoles o el
dominio papal en Roma- propició el ascenso de una élite económica que patrocinó la cultura y el arte como
instrumentos de propaganda del estado, cada uno rivalizando con los demás en magnificencia y esplendor. La
educación se volvió más accesible, dejando de estar circunscrita al clero, y se favoreció el debate intelectual, con
la fundación de universidades y el patrocinio de la literatura.5
Por su parte, el siglo XVI estaría marcado por los grandes descubrimientos geográficos iniciados con la llegada de
Colón a América en 1492 (establecimiento de la ruta del Cabo por Vasco da Gama, 1498; vuelta al mundo de
Magallanes, 1519-1521; desembarco de Cortés en México, 1519; conquista de Perú por Pizarro, 1530-1533), así
como por la ruptura de la unidad cristiana causada por la Reforma protestante de Martín Lutero (1520), el
desarrollo de la ciencia y la técnica (Nova Scientia de Tartaglia, 1538; De revolutionibus de Copérnico, 1543;
Anatomía de Vesalio, 1543) la expansión del humanismo (Erasmo de Róterdam, Giovanni Pico della
Mirandola, Ludovico Ariosto, Tomás Moro, Juan Luis Vives, François Rabelais)
España. En España, el cambio ideológico no es tan extremo como en otros países; no se rompe abruptamente
con la tradición medieval, por ello se habla de un Renacimiento español más original y variado que en el resto de
Europa. Así, la literatura acepta las innovaciones italianas (Dante y Petrarca), pero no olvida la poesía
del Cancionero y la tradición anterior. En cuanto a las artes plásticas, el Renacimiento hispano mezcló elementos
importados de Italia –de donde llegaron algunos artistas, como Paolo de San Leocadio, Pietro
Torrigiano o Doménico Fancelli- con la tradición local, y con algunos otros influjos –lo flamenco, por ejemplo,
estaba muy de moda en la época por las intensas relaciones comerciales y dinásticas que unían estos territorios a
España.
Las innovaciones renacentistas llegaron a España de forma muy tardía: hasta la década de 1520 no se encuentran
ejemplos acabados de las mismas en las manifestaciones artísticas, y tales ejemplos son dispersos y minoritarios.
No llegaron a España plenamente, pues, los ecos del Quattrocento italiano —solo por obra de la
familia Borja aparecen artistas y obras de esa época en el área levantina—, lo que determina que el arte
renacentista español pase casi abruptamente del gótico al manierismo.
En el campo de la arquitectura,
tradicionalmente se distinguen tres periodos:
plateresco (siglo XV – primer cuarto de siglo
XVI), purismo o estilo italianizante (primera
mitad del XVI) y estilo herreriano (a partir de
1559-mediados del siglo siguiente). En el
primero de ellos, lo renaciente aparece de
forma superficial, en la decoración de las
fachadas, mientras que la estructura de los
edificios sigue siendo gotizante en la El Escorial. Estilo Herreriano
Altar de monasterio mayoría de los casos. Lo más característico
cisterciense Estilo
Plateresco del plateresco es un tipo de decoración menuda, detallista y abundante, semejante a la
labor de los plateros, de donde deriva el nombre. El núcleo fundamental de esta corriente fue la ciudad
de Salamanca, cuya Universidad y su fachada son el paradigma del estilo. Arquitectos destacados del mismo
fueron Rodrigo Gil de Hontañón y Juan de Álava. El purismo representa una fase más avanzada de la
italianización de la arquitectura. El palacio de Carlos V en la Alhambra de Granada, obra de Pedro de Machuca, es
ejemplo de ello. El foco principal de este estilo se situó en Andalucía, donde además del citado palacio destacaron
los núcleos de Úbeda y Baeza y arquitectos como Andrés de Vandelvira y Diego de Siloé. Finalmente, apareció
el estilo escurialense o herreriano, original adaptación del manierismo romano caracterizada por la desnudez y el
gigantismo arquitectónico. La obra fundamental fue el palacio-monasterio de
El Escorial, trazado por Juan Bautista de Toledo y Juan de Herrera, sin duda
la obra más ambiciosa del Renacimiento hispano. Lo escurialense traspasó
el umbral cronológico del siglo XVI llegando con gran vigencia a la
época barroca.
En escultura, la tradición gótica mantuvo su hegemonía durante buena parte
del siglo XVI. Los primeros ecos del nuevo estilo
corresponden por lo general a artistas venidos de
fuera, como Felipe Vigarny o Domenico Fancelli, que
trabajó al servicio de los Reyes Católicos, esculpiendo
su sepulcro (1517). No obstante, pronto surgieron
artistas locales que asimilaron las novedades italianas, adaptándolas al gusto hispano,
como Bartolomé Ordóñez y Damián Forment. En una fase más madura del estilo surgieron
grandes figuras, creadoras de un peculiar manierismo que sentó las bases de la posterior
escultura barroca: Juan de Juni y Alonso Berruguete son los más destacados.
La resurrección de Cristo.
La pintura renacentista española está determinada igualmente por el pulso que mantiene la herencia del gótico con
los nuevos modos venidos de Italia. Esta dicotomía se aprecia en la obra de Pedro Berruguete, que trabajó
en Urbino al servicio de Federico de Montefeltro, y Alejo Fernández. Posteriormente aparecieron artistas
conocedores de las novedades italianas coetáneas, como Vicente Macip o su hijo Juan de Juanes –influidos
por Rafael-, Luis de Morales, Juan Fernández de Navarrete o los leonardescos Fernando Yáñez de la Almedina y
Hernán de los Llanos. Pero la gran figura del Renacimiento español, y uno de los pintores más originales de la
historia, se inscribe ya en el manierismo, aunque rebasando sus límites al crear un universo estilístico propio: El
Greco.
Arte colonial hispanoamericano. Las primeras muestras de arquitectura colonial en América tuvieron, al igual
que en la metrópoli, cierta pervivencia de rasgos góticos, si bien pronto empezaron a llegar las nuevas corrientes
que se producían en España, como el purismo y el plateresco (Catedral de Santo Domingo). Al iniciarse la
colonización, la arquitectura que se desarrolló principalmente fue de signo religioso: por orden real, el primer
edificio que se debía construir en cualquier nueva ciudad debía ser una iglesia. Durante la primera mitad del
siglo XVI fueron las órdenes religiosas las encargadas de la edificación de numerosas iglesias en México,
preferentemente un tipo de iglesias fortificadas, en un conjunto almenado con iglesia, convento, un atrio y una
capilla abierta (llamadas “capillas de indios”) como el Convento de Tepeaca, el de Huejotzingo y el de San Gabriel
en Cholula. A mediados de siglo, se empezaron a construir las primeras grandes catedrales como las de México,
Puebla y Guadalajara. Se sigue por lo general la planta rectangular con testero plano, tomando como modelos la
Catedral de Sevilla, la de Jaén y la de Valladolid. En Perú, en 1582 se inició la Catedral de Cuzco y en 1592, la de
Lima, ambas obras del extremeño Francisco Becerra. En Argentina, destaca la Catedral de Córdoba, obra del
jesuita Andrés Blanqui.
Las primeras muestras de pintura colonial fueron las de escenas religiosas elaboradas por maestros anónimos,
realizadas con medios precolombinos, con tintas vegetales y minerales y telas de trama áspera e irregular.
Destacaron las imágenes de la Virgen con el Niño, con una iconografía de raíces autóctonas donde, por ejemplo,
se representaban los arcángeles como arcabuceros contemporáneos. La producción artística hecha en Nueva
España por indígenas en el siglo XVI es denominada arte indocristiano. Adentrado el siglo XVI surgieron los
grandes frescos murales, de carácter popular. Desde mediados de siglo empezaron a llegar, procedentes
de Sevilla, maestros españoles (Alonso Vázquez, Alonso López de Herrera), flamencos (Simon Pereyns) e
italianos (Mateo Pérez de Alesio, Angelino Medoro).78
En escultura, las primeras muestras fueron nuevamente en el terreno religioso, confeccionadas generalmente en
madera recubierta con yeso y decorada con encarnación –aplique directo del color– o estofado –sobre un fondo de
plata y oro. A principios del siglo XVII nacieron las primeras escuelas locales, como la quiteña, la cuzqueña y la
chilota, destacando la labor patrocinadora de la orden jesuita.
Literatura. La literatura renacentista se desarrolló en torno al humanismo, la nueva teoría que destacaba el papel
primordial del ser humano sobre cualquier otra consideración, especialmente la religiosa. En esta época, el mundo
de las letras recibió un gran impulso con la invención de la imprenta por Gutenberg, hecho que propició el acceso a
la literatura por un público más mayoritario. Ello conllevó a una mayor preocupación por la ortografía y la
lingüística, surgiendo los primeros sistemas de gramática en lenguas vernáculas (como la española de Elio
Antonio de Nebrija) y apareciendo las primeras academias de lenguas nacionales.
La nueva literatura se inspiró como el arte en la tradición clásica grecolatina, aunque también recibió una gran
influencia de la filosofía neoplatónica desarrollada contemporáneamente en Italia. Por otro lado, refleja el nuevo
ideal de hombre renacentista, que se ejemplifica en la figura del «cortesano» definida por Baldassare Castiglione:
debía de dominar las armas y las letras por igual, y tener «buena gracia» o naturalidad sin artificio.
En Italia, cuna del nuevo estilo, perduraban aún los ecos de tres grandes autores medievales considerados a
veces precursores del nuevo movimiento: Dante, Petrarca y Boccaccio. Entre los literatos surgidos en esta era
conviene destacar a: Ángelo Poliziano, Mateo María Boiardo, Ludovico Ariosto, jacopo Sannazaro, Pietro Bembo,
Baldassare Castiglione, Torquato Tasso, Nicolás Maquiavelo y Pietro Aretino. Su influencia se denotó en Francia,
donde descollaron François Rabelais, Pierre Ronsard, Michel de Montaigne y Joachim du Bellay. En Alemania, la
reforma protestante impuso una mayor austeridad y una temática religiosa, cultivada por Ulrich von Hutten,
Sebastian Brant y Hans Sachs. En Inglaterra, cabe citar a Tomás Moro; Edmund Spenser, Michael Drayton,
George Chapman, Henry Howard y Thomas Wyatt. En Portugal se halla la figura predominante de Luis de
Camões.
En España comenzó una edad dorada de las letras, que se prolongaría hasta el siglo XVII: la poesía, influida por la
italiana del stil nuovo, contó con las figuras de Garcilaso de la Vega, fray Luis de León, San Juan de la Cruz y
Santa Teresa de Jesús; en su prosa surgieron los libros de caballerías (Amadís de Gaula, 1508) y se inició el
género de la picaresca con el Lazarillo de Tormes (1554), mientras que despuntó la obra de Miguel de
Cervantes, el gran genio de las letras españolas, autor del inmortal Don Quijote (1605).
1599 Gobierna Felipe III. Primera parte de Guzmán de Alfarache de Mateo Alemán.
Primera parte de El Quijote de Cervantes (1605). Se publica
el Quijote de Avellaneda (1614). Segunda parte de El Quijote
de Cervantes (1615)
1621-
1665 Gobierna Felipe IV. El Buscón de Quevedo (1626).
LA ORGANIZACIÓN SOCIAL
Si bien durante esa época se mantiene la división medieval en estamentos –nobleza, clero y Estado llano-,
aparecen cambios como consecuencia del movimiento de ascenso de la burguesía (comerciantes
enriquecidos en el campo económico e intelectuales humanistas en el intelectual). En el terreno de la nobleza,
se distinguen, entre grandes títulos, caballeros e hidalgos. El hidalgo empobrecido (como lo es don Quijote)
goza todavía de ciertos privilegios de su clase, pero al no poseer dinero, no tiene poder.
Sin embargo, el comerciante enriquecido y el judío converso acceden a un nivel social que los límites rígidos
de la organización de la sociedad de la época no permitían. Frente al lugar de los “cristianos nuevos”, el
todavía latente mundo medieval reclama que se demuestre la “limpieza de sangre” como condición para
pertenecer y ser reconocido en ciertos ámbitos.
LA APAPICION DEL PÍCARO
En la Europa moderna, la expropiación de tierras a los grandes feudos y a liberación del vasallo dejan al
campesinado sin la protección del señor. Por otra parte, esta mano de obra “libre” no es absorbida por la
manufactura naciente con la misma velocidad con que es expulsada de su mundeo anterior. Una parte
importante de este sector social se convierte en “marginal”. Desde fines del siglo XV y durante todo el XVI, la
legislación europea evidencia la necesidad de protegerse de estos vagabundos, pícaros y bandoleros que la
misma sociedad produjo.
En España, las condiciones adversas en que viven los campesinos (como resultado de los altos impuestos y la
visión deshonrosa que las clases altas tienen sobre la tarea manual) traen como consecuencia que los campos
se despueblen y que las grandes masas se trasladen a las ciudades. En muchos casos, esta migración produce
el aumento en la cantidad de mendigos y delincuentes. La crisis se produce entonces, como otro aspecto más
de la decadencia española durante los siglos XVI y XVII. El sentimiento de desengaño, típico del barroco,
construirá diferentes versiones (de nostalgia, de denuncia, de renovación) sobre la zozobra que se vive en esta
época de ruptura del modelo medieval y nacimiento de la sociedad de clases y la economía capitalista.
LA PROSA DE LOS SIGLOS XVI Y XVII
Además de la prosa didáctica y de la prosa histórica que se escriben en esta época, en España se destaca el
dominio de la prosa de ficción, territorio de la novela. Esto marca una diferencia con respecto al resto de
Europa, por lo que podemos afirmar que la entrada de la narrativa moderna es fundamentalmente española.
- La prosa didáctica: un grupo de escritores de línea erasmista1 defiende la Literatura al servicio de la
educación y critica la ficción que se independiza de la función didáctica. En este tipo de prosa se incluye La
perfecta casada de Fray Luis de león.
- La prosa histórica: la función de la prosa histórica es registrar la conquista de América. Entre los
historiadores de Indias se destaca Bernal Díaz del Castillo, autor de la Verdadera historia de los sucesos de
la conquista de Nueva España.
LA FICCIÓN, LA NOVELA
En los siglos XVI y XVII, el término novela se refería a narraciones breves como las incluidas en el
Decamerón de Boccaccio. Este es el caso de las Novelas ejemplares de Cervantes. Las narraciones más
extensas no tenían un nombre definido. Se las denominaba “tratado”, “libro”, “vida”, “historia”. No obstante, la
crítica aplica a todas el término novela desde una definición posterior del término.
La novela es un texto literario en que se narra la historia problemática (y ficcional) de un individuo o
protagonista, con su universo. Los tipos de novela del siglo XVI son amatoria o sentimental, dialogada (cuyo
modelo es La Celestina, 1499), pastoril, bizantina, morisca, de caballerías, picaresca (como el Lazarillo) y
como anuncio de la nueva narrativa, la novela moderna (como El Quijote).
LA NOVELA DE CABALLERÍAS
El libro de caballerías tiene una tradición medieval de amplia repercusión. Procede de dos grandes ciclos
franceses y bretones: el ciclo artúrico, que relata las proezas de los caballeros del rey Arturo y el ciclo
carolingio, que narra las aventuras de los caballeros de Carlomagno.
Ambos ciclos fueron muy difundidos en España. A principios del siglo XVI, se escribió uno de los más grandes
libros del género: el Amadís de Gaula. La primera edición conocida es la versión, refundida por Garcí
Rodríguez de Montalvo, en 1508, pero se sabe que existieron ediciones anteriores. El Amadís tuvo gran
impacto y generó la escritura de casi un centenar de libros de caballerías.
Se presentan como relatos históricos escritos por un historiador, en alguna lengua exótica; el autor aparece
como el traductor. Imitan la lengua medieval, se imprimen generalmente en letra gótica y con un gran formato.
Fueron la lectura predilecta de la nobleza hasta mediados del siglo XVI y más adelante, su tema interesó
también a las clases inferiores. Solían leerse en voz alta frente a un público.
ALGUNOS TIPOS DE NOVELA
La novela pastoril. Su intertexto son los idilios, las bucólicas, las églogas. En un mundo natural idealizado,
pastores-cortesanos experimentan el amor y su pérdida. España toma el modelo italiano de L’Arcadia (1502)
de Jacobo Sannazaro. En la producción española, responden a este género Los siete libros de Diana de
Jorge de Montemayor, Diana enamorada de Gil Polo (1563) y La Galatea de Cervantes (1585).
La novela bizantina. Llamada también novela griega o de aventuras, el modelo aparece en la época tardía de
la Antigua Grecia. Algunas se publican en el siglo XVI y se traducen al latín y al italiano. En estos relatos, la
aventura y el encuentro/separación alternativos de la pareja de enamorados construyen tramas complejas,
cuyo final convencional es el matrimonio de los protagonistas.
La novela morisca. El mundo árabe es literaturizado luego de la Reconquista. La principal novela morisca del
siglo XVI es la Historia de Abencerraje y de la hermosa Jarifa, que apreció inserta en la Diana de
Montemayor. Las historias de cautivos cristianos en el norte de áfrica también se ambientan en el mundo
árabe.
LA NOVELA PICARESCA
1
Por Erasmo de Rotterdam (1466-1536)
Se considera “novela picaresca” a un género español constituido por el texto fundante el Lazarillo, que fue
escrito alrededor de 1523 (la primera edición conocida es de 1554), el Guzmán de Alfarache de Mateo
Alemán (primera parte de 1599 y segunda de 1604) y El Buscón de Quevedo (escrito entre 1604 y 1612,
editado en 1626). Otros textos se ubican en la serie de lo picaresco, pero varían los elementos clave del
género. La crítica ha reconocido en esas tres novelas los rasgos genéricos específicos.
Entre las características constitutivas de la picaresca se destacan:
- Es un relato autobiográfico ficticio, con un narrador en primera persona, quien, a diferencia del héroe y
caballeresco (cuyas hazañas interesan a otros narradores), sólo puede narrar él mismo su historia de
ignominia.
- El antihonor es la base de la identidad del pícaro. El narrador refiere su linaje como un opuesto al de la
nobleza. Lázaro es hijo de un molinero ladrón exiliado y de una mujer que se amanceba con un negro, que
también roba. Guzmán es hijo de un mercader bastardo, judío y sodomita, y de una prostituta. Y los padres de
Pablos, el personaje de Quevedo, son un barbero ladrón condenado a la horca –el verdugo será su propio
hermano- y una alcahueta judía castigada por bruja en las cárceles de la Inquisición.
- La marginalidad es una consecuencia del origen. Los protagonistas buscan comida o dinero y acceden a
ellos a través del hurto y la estafa, parodia de todo “negocio”.
- El pensamiento crítico: la novela picaresca problematiza (tanto en los personajes que conoce el antihéroe
como en él mismo) la condición del hombre y sobre todo, la del español, que es testigo de la caída de los
valores tradicionales y del triunfo del dinero.
EL AUTOR ANÓNIMO DEL LAZARILLO
La Vida del Lazarillo de Tormes es una obra anónima publicada en 1554. Si bien la autoría se les atribuyó a
varios escritores, este dato se desconoce. Tal vez se quiso ocultar su nombre por miedo a la censura y a
posibles persecuciones ya que en la novela se critica a la Iglesia. En efecto, estuvo incluida en el “Índice de
libros prohibidos” aunque finalmente se autorizó una versión en la que se suprimieron los tramos más
comprometidos. Sin embargo, una parte de la crítica sostiene que el anonimato no respondía en aquel marco
cultural a las causas del ocultamiento del nombre del autor.
EL LAZARILLO
El libro se presenta como una carta dirigida a “vuesa merced”. Está dividido en siete tratados y tiene un
prólogo (cuyo enunciador es Lázaro) en el que se dicen el objeto de la historia y la intención.
En el argumento, se narra cómo el pícaro deja su casa y pasa por varios amos (representantes de distintos
tipos sociales) de quienes aprende a sobrevivir. Al final, Lázaro, pregonero de Toledo, logra una posición
desahogada a costa de aceptar que su mujer mantenga relaciones con el arcipreste, del que es criada.
El Lazarillo incluye la figura folclórica del “mozo de ciego”. La Literatura crea una ficción como soporte de ese
mozo, le da nombre (“Lázaro”), identidad, y él se sale de la Literatura y se convierte en un personaje mítico.
Además, se pueden considerar la épica y la novela de caballerías como intertextos parodiados o mostrados al
revés.
LA NOVELA REALISTA
En la historia de sus recepciones, el Lazarillo ha sido leído como primera novela moderna por ser la primera
novela realista, pero también como “libro de burlas”. “Realista” no quiere decir “real” ni basada en “hechos
reales” sino la representación de un mundo en el que no aparece la ensoñación ni la magia ni “lo extraño”
(hadas o magos). En el realismo de la picaresca, la burla sirve a la crítica social. El Lazarillo noveliza lo popular
realísticamente. Inaugura una nueva narrativa al proponer como protagonista al hombre de pueblo, por un lado,
proveniente del folclore y por el otro, referencia del marginal real como un producto de los comienzos de la
crisis.
Pues sepa Vuesa Merced ante todas cosas que a mí llaman Lázaro de Tormes, hijo de Tomé González y de
Antona Pérez, naturales de Tejares, aldea de Salamanca. Mi nacimiento fue dentro del río Tormes, por la cual
causa tomé el sobrenombre, y fue de esta manera. Mi padre, que Dios perdone, tenía cargo de proveer una
molienda de una aceña, que está ribera de aquel río, en la cual fue molinero más de quince años; y estando mi
madre una noche en la aceña, preñada de mí, tomóle el parto y parióme allí: de manera que con verdad puedo
decir nacido en el río. Pues siendo yo niño de ocho años, achacaron a mi padre ciertas sangrías 2 mal hechas en
los costales de los que allí a moler venían, por lo que fue preso, y confesó y no negó y padeció persecución por
2
Hurtos en los sacos (costales) de harina.
justicia. Espero en Dios que está en la Gloria, pues el Evangelio los llama bienaventurados 3. En este tiempo se
hizo cierta armada contra moros, entre los cuales fue mi padre, que a la sazón estaba desterrado por el desastre
ya dicho, con cargo de acemilero de un caballero que allá fue, y con su señor, como leal criado, feneció su vida.
Mi viuda madre, como sin marido y sin abrigo se viese, determinó arrimarse a los buenos por ser uno de ellos, y
vínose a vivir a la ciudad, y alquiló una casilla, y metióse a guisar de comer a ciertos estudiantes, y lavaba la ropa a
ciertos mozos de caballos del Comendador de la Magdalena, de manera que fue frecuentando las caballerizas.
Ella y un hombre moreno de aquellos que las bestias curaban, vinieron en conocimiento4. Éste algunas veces se
venía a nuestra casa, y se iba a la mañana; otras veces de día llegaba a la puerta, en achaque de comprar
huevos, y entrábase en casa. Yo al principio de su entrada, pesábame con él y habíale miedo, viendo el color y
mal gesto que tenía; mas de que vi que con su venida mejoraba el comer, fuile queriendo bien, porque siempre
traía pan, pedazos de carne, y en el invierno leños, a que nos calentábamos. De manera que, continuando con la
posada y conversación, mi madre vino a darme un negrito muy bonito, el cual yo brincaba y ayudaba a calentar. Y
acuérdome que, estando el negro de mi padre trebejando con el mozuelo, como el niño vía a mi madre y a mí
blancos, y a él no, huía dél con miedo para mi madre, y señalando con el dedo decía: «¡Madre, coco!». Respondió
él riendo: «¡Hideputa!». Yo, aunque bien muchacho, noté aquella palabra de mi hermanico, y dije entre mí:
«¡Cuántos debe de haber en el mundo que huyen de otros porque no se ven a sí mismos!»
Quiso nuestra fortuna que la conversación del Zaide, que así se llamaba, llegó a oídos del mayordomo, y hecha
pesquisa, hallóse que la mitad por medio de la cebada, que para las bestias le daban, hurtaba, y salvados, leña,
almohazas5, mandiles, y las mantas y sábanas de los caballos hacía perdidas, y cuando otra cosa no tenía, las
bestias desherraba, y con todo esto acudía a mi madre para criar a mi hermanico. No nos maravillemos de un clérigo
ni fraile, porque el uno hurta de los pobres y el otro de casa para sus devotas y para ayuda de otro tanto, cuando a un
pobre esclavo el amor le animaba a esto. Y probósele cuanto digo y aun más, porque a mí con amenazas me
preguntaban, y como niño respondía, y descubría cuanto sabía con miedo, hasta ciertas herraduras que por
mandado de mi madre a un herrero vendí.
Al triste de mi padrastro azotaron y pringaron6., y a mi madre pusieron pena por justicia, sobre el acostumbrado
centenario7, que en casa del sobredicho Comendador no entrase, ni al lastimado Zaide en la suya acogiese. Por
no echar la soga tras el caldero8, la triste se esforzó y cumplió la sentencia; y por evitar peligro y quitarse de malas
lenguas, se fue a servir a los que al presente vivían en el mesón de la Solana; y allí, padeciendo mil
importunidades, se acabó de criar mi hermanico hasta que supo andar, y a mí hasta ser buen mozuelo, que iba a
los huéspedes por vino y candelas y por lo demás que me mandaban.
En este tiempo vino a posar al mesón un ciego, el cual, pareciéndole que yo sería para adiestrarle, me pidió a mi
madre, y ella me encomendó a él, diciéndole como era hijo de un buen hombre, el cual por ensalzar la fe había
muerto en la de los Gelves9, y que ella confiaba en Dios no saldría peor hombre que mi padre, y que le rogaba me
tratase bien y mirase por mí, pues era huérfano. Él le respondió que así lo haría, y que me recibía no por mozo
sino por hijo. Y así le comencé a servir y adiestrar a mi nuevo y viejo amo. Como estuvimos en Salamanca algunos
días, pareciéndole a mi amo que no era la ganancia a su contento, determinó irse de allí; y cuando nos hubimos de
partir, yo fui a ver a mi madre, y ambos llorando, me dio su bendición y dijo: «Hijo, ya sé que no te veré más.
Procura ser bueno, y Dios te guíe. Criado te he y con buen amo te he puesto. Válete por ti». Y así me fui para mi
amo, que esperándome estaba. Salimos de Salamanca, y llegando a la puente, está a la entrada de ella un animal
de piedra, que casi tiene forma de toro, y el ciego mandóme que llegase cerca del animal, y allí puesto, me dijo:
«Lázaro, llega el oído a este toro, y oirás gran ruido dentro de él».
Yo simplemente llegué, creyendo ser así; y como sintió tenía la cabeza par de la piedra, afirmó recio la mano y
diome una gran calabazada en el diablo del toro, que más de tres días me duró el dolor de la cornada, y díjome:
«Necio, aprende que el mozo del ciego un punto ha de saber más que el diablo», y rió mucho la burla.
Parecióme que en aquel instante desperté de la simpleza en que como niño dormido estaba. Dije entre mí:
«Verdad dice éste, que me cumple avivar el ojo y avisar, pues solo soy, y pensar cómo me sepa valer».
Comenzamos nuestro camino, y en muy pocos días me mostró jerigonza, y como me viese de buen ingenio,
holgábase mucho, y decía: «Yo oro ni plata no te lo puedo dar, mas avisos para vivir muchos te mostraré». Y fue
3
En el Evangelio de San Mateo, se dice que el Cielo será para aquellos que padecieron persecución injusta; el padrastro de Lázaro padeció
persecución por haber robado.
4
Conocerse, en esa época, significaba tener relaciones sexuales.
5
Cepillos para limpiar a los caballos.
6
Pringar era un castigo que consistía en derramar tocino derretido al fuego sobre las heridas producidas por los azotes.
7
Castigo de cien azotes.
8
Echar la soga tras el caldero: perderlo todo.
9
Expedición contra musulmanes llevada a cabo en esa isla del Norte de África.
así, que después de Dios éste me dio la vida, y siendo ciego me alumbró y adiestró en la carrera de vivir. Huelgo
de contar a Vuesa Merced estas niñerías para mostrar cuánta virtud sea saber los hombres subir siendo bajos, y
dejarse bajar siendo altos cuánto vicio.
Pues tornando al bueno de mi ciego y contando sus cosas, Vuesa Merced sepa que desde que Dios crió el mundo,
ninguno formó más astuto ni sagaz. En su oficio era un águila; ciento y tantas oraciones sabía de coro10,: un tono
bajo, reposado y muy sonable que hacía resonar la iglesia donde rezaba, un rostro humilde y devoto que con muy
buen continente ponía cuando rezaba, sin hacer gestos ni visajes con boca ni ojos, como otros suelen hacer. Allende
de esto, tenía otras mil formas y maneras para sacar el dinero. Decía saber oraciones para muchos y diversos
efectos: para mujeres que no parían, para las que estaban de parto, para las que eran malcasadas, que sus maridos
las quisiesen bien; echaba pronósticos a las preñadas, si traía hijo o hija. Pues en caso de medicina, decía que
Galeno no supo la mitad que él para muela, desmayos, males de madre. Finalmente, nadie le decía padecer alguna
pasión, que luego no le decía: «Haced esto, haréis esto otro, cosed tal yerba, tomad tal raíz». Con esto andábase
todo el mundo tras él, especialmente mujeres, que cuanto les decían creían. De estas sacaba él grandes provechos
con las artes que digo, y ganaba más en un mes que cien ciegos en un año.
Mas también quiero que sepa vuestra merced que, con todo lo que adquiría, jamás tan avariento ni mezquino
hombre no vi, tanto que me mataba a mí de hambre, y así no me demediaba de lo necesario11. Digo verdad: si con
mi sotileza y buenas mañas no me supiera remediar, muchas veces me finara de hambre; mas con todo su saber
y aviso le contaminaba12 de tal suerte que siempre, o las más veces, me cabía lo más y mejor.
15
vacío.
16
Napeas y dríades: ninfas de los valles y los bosques respectivamente.
17
Caballo alado que monta Astolfo en Orlando furioso de Ariosto.
18
Frontino es otro caballo que aparece en Orlando furioso.
19
Se hace referencia aquí a que el rucio (el asno) de Sancho ha sido robado.
-Digo, Sancho -respondió don Quijote-, que sea como tú quisieres, que no me parece mal tu designio; y digo
que de aquí a tres días te partirás, porque quiero que en este tiempo veas lo que por ella hago y digo, para
que se lo digas.
-Pues, ¿qué más tengo de ver -dijo Sancho- que lo que he visto?
-¡Bien estás en el cuento! -respondió don Quijote-. Ahora me falta rasgar las vestiduras, esparcir las armas y
darme de calabazadas por estas peñas, con otras cosas deste jaez que te han de admirar.
-Por amor de Dios -dijo Sancho-, que mire vuestra merced cómo se da esas calabazadas; que a tal peña
podrá llegar, y en tal punto, que con la primera se acabase la máquina desta penitencia; y sería yo de parecer
que, ya que vuestra merced le parece que son aquí necesarias calabazadas y que no se puede hacer esta
obra sin ellas, se contentase, pues todo esto es fingido y cosa contrahecha y de burla, se contentase, digo,
con dárselas en el agua, o en alguna cosa blanda, como algodón; y déjeme a mí el cargo, que yo diré a mi
señora que vuestra merced se las daba en una punta de peña más dura que la de un diamante.
-Yo agradezco tu buena intención, amigo Sancho -respondió don Quijote-, mas quiérote hacer sabidor de
que todas estas cosas que hago no son de burlas, sino muy de veras; porque de otra manera, sería
contravenir a las órdenes de caballería, que nos mandan que no digamos mentira alguna, pena de relasos 20, y
el hacer una cosa por otra lo mesmo es que mentir. Ansí que, mis calabazadas han de ser verdaderas, firmes
y valederas, sin que lleven nada del sofístico ni del fantástico. Y será necesario que me dejes algunas hilas 21
para curarme, pues que la ventura quiso que nos faltase el bálsamo que perdimos.
-Más fue perder el asno -respondió Sancho-, pues se perdieron en él las hilas y todo. Y ruégole a vuestra
merced que no se acuerde más de aquel maldito brebaje; que en sólo oírle mentar se me revuelve el alma, no
que el estómago. Y más le ruego: que haga cuenta que son ya pasados los tres días que me ha dado de
término para ver las locuras que hace, que ya las doy por vistas y por pasadas en cosa juzgada, y diré
maravillas a mi señora; y escriba la carta y despácheme luego, porque tengo gran deseo de volver a sacar a
vuestra merced deste purgatorio donde le dejo.
-¿Purgatorio le llamas, Sancho? -dijo don Quijote-. Mejor hicieras de llamarle infierno, y aun peor, si hay otra
cosa que lo sea.
-Quien ha infierno -respondió Sancho-, nula es retencio22, según he oído decir.
-No entiendo qué quiere decir retencio -dijo don Quijote.
-Retencio es -respondió Sancho- que quien está en el infierno nunca sale dél, ni puede. Lo cual será al revés
en vuestra merced, o a mí me andarán mal los pies, si es que llevo espuelas para avivar a Rocinante; y
póngame yo una por una23 en el Toboso, y delante de mi señora Dulcinea, que yo le diré tales cosas de las
necedades y locuras, que todo es uno, que vuestra merced ha hecho y queda haciendo, que la venga a poner
más blanda que un guante, aunque la halle más dura que un alcornoque; con cuya respuesta dulce y
melificada volveré por los aires, como brujo, y sacaré a vuestra merced deste purgatorio, que parece infierno y
no lo es, pues hay esperanza de salir dél, la cual, como tengo dicho, no la tienen de salir los que están en el
infierno, ni creo que vuestra merced dirá otra cosa.
-Así es la verdad -dijo el de la Triste Figura-; pero, ¿qué haremos para escribir la carta?
-Y la libranza pollinesca también -añadió Sancho.
-Todo irá inserto -dijo don Quijote-; y sería bueno, ya que no hay papel, que la escribiésemos, como hacían
los antiguos, en hojas de árboles, o en unas tablitas de cera; aunque tan dificultoso será hallarse eso ahora
como el papel. Mas ya me ha venido a la memoria dónde será bien, y aun más que bien, escribilla: que es en
el librillo de memoria que fue de Cardenio; y tú tendrás cuidado de hacerla trasladar en papel, de buena letra,
en el primer lugar que hallares, donde haya maestro de escuela de muchachos, o si no, cualquiera sacristán
te la trasladará; y no se la des a trasladar a ningún escribano, que hacen letra procesada 24, que no la
entenderá Satanás.
-Pues, ¿qué se ha de hacer de la firma? -dijo Sancho.
-Nunca las cartas de Amadís se firman -respondió don Quijote.
-Está bien -respondió Sancho-, pero la libranza forzosamente se ha de firmar, y ésa, si se traslada, dirán que
la firma es falsa y quedaréme sin pollinos.
-La libranza irá en el mesmo librillo firmada; que, en viéndola, mi sobrina no pondrá dificultad en cumplilla. Y,
en lo que toca a la carta de amores, pondrás por firma: "Vuestro hasta la muerte, el Caballero de la Triste
20
Relapso: reincidencia en una falta ya sancionada.
21
Vendas.
22
Sancho dice mal: confunde una frase que se decía en la iglesia en el Oficio de Difuntos.
23
Una por una: de hecho.
24
Letra muy difícil de leer que se usaba en los procesos.
Figura". Y hará poco al caso que vaya de mano ajena, porque, a lo que yo me sé acordar, Dulcinea no sabe
escribir ni leer, y en toda su vida ha visto letra mía ni carta mía, porque mis amores y los suyos han sido
siempre platónicos, sin estenderse a más que a un honesto mirar. Y aun esto tan de cuando en cuando, que
osaré jurar con verdad que en doce años que ha que la quiero más que a la lumbre destos ojos que han de
comer la tierra, no la he visto cuatro veces; y aun podrá ser que destas cuatro veces no hubiese ella echado
de ver la una que la miraba: tal es el recato y encerramiento con que sus padres, Lorenzo Corchuelo, y su
madre, Aldonza Nogales, la han criado.
-¡Ta, ta! -dijo Sancho-. ¿Que la hija de Lorenzo Corchuelo es la señora Dulcinea del Toboso, llamada por
otro nombre Aldonza Lorenzo?
-Ésa es -dijo don Quijote-, y es la que merece ser señora de todo el universo.
-Bien la conozco -dijo Sancho-, y sé decir que tira tan bien una barra como el más forzudo zagal de todo el
pueblo. ¡Vive el Dador, que es moza de chapa, hecha y derecha y de pelo en pecho, y que puede sacar la
barba del lodo25 a cualquier caballero andante, o por andar, que la tuviere por señora! ¡Oh hideputa, qué rejo 26
que tiene, y qué voz! Sé decir que se puso un día encima del campanario del aldea a llamar unos zagales
suyos que andaban en un barbecho de su padre, y, aunque estaban de allí más de media legua, así la oyeron
como si estuvieran al pie de la torre. Y lo mejor que tiene es que no es nada melindrosa, porque tiene mucho
de cortesana: con todos se burla y de todo hace mueca y donaire. Ahora digo, señor Caballero de la Triste
Figura, que no solamente puede y debe vuestra merced hacer locuras por ella, sino que, con justo título,
puede desesperarse y ahorcarse; que nadie habrá que lo sepa que no diga que hizo demasiado de bien,
puesto que le lleve el diablo. Y querría ya verme en camino, sólo por vella; que ha muchos días que no la veo,
y debe de estar ya trocada, porque gasta mucho la faz de las mujeres andar siempre al campo, al sol y al aire.
Y confieso a vuestra merced una verdad, señor don Quijote: que hasta aquí he estado en una grande
ignorancia; que pensaba bien y fielmente que la señora Dulcinea debía de ser alguna princesa de quien
vuestra merced estaba enamorado, o alguna persona tal, que mereciese los ricos presentes que vuestra
merced le ha enviado: así el del vizcaíno como el de los galeotes, y otros muchos que deben ser, según
deben de ser muchas las vitorias que vuestra merced ha ganado y ganó en el tiempo que yo aún no era su
escudero. Pero, bien considerado, ¿qué se le ha de dar a la señora Aldonza Lorenzo, digo, a la señora
Dulcinea del Toboso, de que se le vayan a hincar de rodillas delante della los vencidos que vuestra merced le
envía y ha de enviar? Porque podría ser que, al tiempo que ellos llegasen, estuviese ella rastrillando lino, o
trillando en las eras, y ellos se corriesen de verla, y ella se riese y enfadase del presente.
-Ya te tengo dicho antes de agora muchas veces, Sancho -dijo don Quijote-, que eres muy grande hablador,
y que, aunque de ingenio boto, muchas veces despuntas de agudo. Mas, para que veas cuán necio eres tú y
cuán discreto soy yo, quiero que me oyas un breve cuento. «Has de saber que una viuda hermosa, moza,
libre y rica, y, sobre todo, desenfadada, se enamoró de un mozo motilón 27, rollizo y de buen tomo. Alcanzólo a
saber su mayor, y un día dijo a la buena viuda, por vía de fraternal reprehensión: ''Maravillado estoy, señora, y
no sin mucha causa, de que una mujer tan principal, tan hermosa y tan rica como vuestra merced, se haya
enamorado de un hombre tan soez, tan bajo y tan idiota como fulano, habiendo en esta casa tantos maestros,
tantos presentados28 y tantos teólogos, en quien vuestra merced pudiera escoger como entre peras, y decir:
"Éste quiero, aquéste no quiero"''. Mas ella le respondió, con mucho donaire y desenvoltura: ''Vuestra merced,
señor mío, está muy engañado, y piensa muy a lo antiguo si piensa que yo he escogido mal en fulano, por
idiota que le parece, pues, para lo que yo le quiero, tanta filosofía sabe, y más, que Aristóteles''». Así que,
Sancho, por lo que yo quiero a Dulcinea del Toboso, tanto vale como la más alta princesa de la tierra. Sí, que
no todos los poetas que alaban damas, debajo de un nombre que ellos a su albedrío les ponen, es verdad que
las tienen. ¿Piensas tú que las Amariles, las Filis, las Silvias, las Dianas, las Galateas, las Alidas y otras tales
de que los libros, los romances, las tiendas de los barberos, los teatros de las comedias, están llenos, fueron
verdaderamente damas de carne y hueso, y de aquéllos que las celebran y celebraron? No, por cierto, sino
que las más se las fingen, por dar subjeto29 a sus versos y porque los tengan por enamorados y por hombres
que tienen valor para serlo. Y así, bástame a mí pensar y creer que la buena de Aldonza Lorenzo es hermosa
y honesta; y en lo del linaje importa poco, que no han de ir a hacer la información dél para darle algún hábito,
y yo me hago cuenta que es la más alta princesa del mundo. Porque has de saber, Sancho, si no lo sabes,
que dos cosas solas incitan a amar más que otras, que son la mucha hermosura y la buena fama; y estas dos
25
Sacar la barba del lodo: sacar de un apuro, socorrer.
26
robustez.
27
tonto.
28
Teólogos que aún no recibieron el grado de maestros.
29
tema.
cosas se hallan consumadamente en Dulcinea, porque en ser hermosa ninguna le iguala, y en la buena fama,
pocas le llegan. Y para concluir con todo, yo imagino que todo lo que digo es así, sin que sobre ni falte nada; y
píntola en mi imaginación como la deseo, así en la belleza como en la principalidad, y ni la llega Elena, ni la
alcanza Lucrecia, ni otra alguna de las famosas mujeres de las edades pretéritas, griega, bárbara o latina. […]