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HISTORIA PRAGMÁTICA O DEL REENCUENTRO ENTRE HISTORIA

SOCIAL E HISTORIA CULTURAL


Simona Cerutti*

En este artículo, me gustaría reflexionar sobre la relación entre historia social e


historia cultural, sobre las razones del antagonismo que las ha separado durante mucho
tiempo, así como sobre las que hoy explican una nueva convergencia entre ellas 1.
Dirigiré esta reflexión desde un campo particular que me es familiar, el de la
microstoria: es decir, una de las escasamente frecuentes corrientes historiográficas del
siglo XX que ha visto la coexistencia a su interior, de orientaciones enfocadas por un
lado, a reconstruir una contextualización social de los objetos históricos y, por otro lado,
a inscribir esos mismos objetos en los contextos culturales de los que fueron la
expresión y, al mismo tiempo, ayudaron a esclarecerlos 2. Según muchos comentaristas,
la existencia de un “alma social” y un “alma cultural” de la microstoria habría sido
evidente desde el principio, pero no habría sido suficientemente explicitada. Más allá de
la opción común de reducir la escala de análisis, las dos corrientes habrían perseguido,
de hecho, diferentes métodos y objetivos. Los “historiadores científicos” y los
“narrativos” –los investigadores de explicaciones (la versión “social” de la microstoria)
y los investigadores de interpretaciones (su versión “cultural”) 3– habrían cohabitado sin
interrogarse demasiado por sus respectivos enfoques.
La reflexión insuficiente sobre la relación entre las dos orientaciones habría
tenido serias consecuencias para la microstoria; en particular, habría estado el origen de
su dominio menor en el campo historiográfico italiano 4. Pero más allá de este campo en
particular, las relaciones entre la historia social e historia cultural merecen ser
analizadas más de cerca, especialmente porque en los últimos años, ha surgido una
nueva convergencia y parecen posibles nuevos acercamientos entre ellos. Para volver al
caso de la microstoria, el problema de la contextualización cultural se ha manifestado, a
partir de los años noventa, con los historiadores “sociales” (continuaré usando esta
etiqueta por convención) con una nueva urgencia, como lo demuestra el renovado
interés por la historia intelectual. Esta tendencia es evidente en la orientación de la
revista Quaderni Storici, que recientemente dedicó un gran espacio a la cultura jurídica
del Antiguo Régimen, así como a las “culturas” del mercado y el intercambio. Al
trabajar en el camino seguido por la microstoria, me propongo cuestionar más
generalmente las razones de la distancia así como las condiciones del encuentro entre
historia social e historia cultural.

Análisis “sociales” y análisis “culturales”

Permítanme comenzar por aclarar algunos elementos de fondo. Evidentemente,


las diferencias entre contextualización social y contextualización cultural como
prácticas de investigación en microstoria no reflejaban diferentes intereses analíticos.
Ninguna de las dos posiciones que he mencionado pensó en seguir un camino
disciplinario centrado en ideas o comportamientos (pies o cabeza, por así decirlo) en sí
mismas. Por el contrario, ambas persiguieron los mismos objetivos. La decisión de
limitar el campo de observación y buscar meticulosamente a los protagonistas
individuales de los procesos históricos fue una reacción contra la arrogancia del sentido
común histórico que dictaba, desde el exterior, cronologías, marcos de referencia,
categorías analíticas, creando, a menudo, grandes anacronismos.
El “nombre” y el “cómo” (“il nome e il come”) fueron un punto de partida
esencial para ambas corrientes de la microstoria5. Una fuerte convicción rigió estos
análisis: el hecho de que las relaciones y los vínculos daban acceso no solo al contexto
de los intercambios más inmediatos (de bienes o de información), sino también a los
contextos normativos y culturales. Las normas y modelos culturales eran productos a
través de la red de obligaciones, expectativas, reciprocidades, recursos que aparecieron
en el horizonte de los actores. El recorrido biográfico era considerado como un contexto
“pertinente” (es decir, no anacrónico), social y cultural al mismo tiempo. Además, para
el investigador, esto constituía un banco de pruebas y de control de su propia manera de
proceder, que requería preservarlo de algunas tentaciones peligrosas: en particular, la de
separar, en el análisis, las acciones de las culturas (expresadas por caso, en las
creencias); de cambiar la escala de análisis o de método al realizar este deslizamiento
tan frecuente, del singular de las acciones –este contrato, este matrimonio- al plural
indeterminado de las “culturas” (la idea de mercado se extendió a mediados del siglo
XVIII, extraído de obras contemporáneas). Existió una desconfianza explícita hacia una
reconstitución de la “cultura” desde el conocimiento del investigador, pues a partir de
las ideas inscritas de manera abusiva en el contexto analizado para evocar un “clima de
época” plausible. En relación con estas formas de hacer las cosas, la microstoria
“social” se ha construido como una práctica empírica y analítica.
Me gustaría destacar un punto aquí (por razones que aparecerán claramente más
adelante): la idea de mantener un punto de vista egocéntrico significó definir un
contexto apropiado de análisis, que no estaba basado en los conocimientos del
investigador sobre lo que pensó que era el mundo de la época, sino más bien en la
experiencia de los propios actores (ya que el investigador había podido reconstruirlo).
Sin embargo, lo que no era tenido en cuenta como inherente al método fue el punto de
vista de los actores sobre su propia experiencia, su “versión de los hechos”. En realidad,
el análisis de los modelos sociales, económicos y culturales tenía como objetivo corregir
las afirmaciones que los mismos actores daban de su propia experiencia. La acción de
los actores –su libertad- era individualizada esencialmente en la manipulación de las
normas sociales6. Tal vez era esta idea de manipulación la que legitimó la desconfianza
del investigador en cuanto a las declaraciones de los actores sociales. La reconstitución
objetiva de los recursos o las restricciones impuestas a las estrategias de los actores
hacía del trabajo del historiador el de un revisor crítico de su propia versión de los
hechos.
Es alrededor de este vínculo establecido entre comportamientos y culturas, entre
trayectorias sociales y recursos culturales, que se ha profundizado una distancia al
interior del campo de la microstoria. Las críticas de la corriente “social” en los trabajos
de Carlo Ginzburg sobre la cultura popular se apoyaron precisamente en estos
argumentos. Como lo señaló Edoardo Grendi7, el desciframiento de las creencias de
Menocchio [el molinero de queso y los gusanos] e I Benandanti8 fue esencialmente en el
campo de la elaboración intelectual. Las vicisitudes biográficas de Menocchio (las que
el historiador pudo reconstruir) no eran más que “huellas” de las cuales el análisis pudo
partir para reconstruir una cosmología compleja. Un trampolín: un punto de partida que
ha quedado atrás. Me parece, por lo tanto, que es incorrecto hablar de un “alma cultural”
y de un “alma social” de la microstoria. Creo que las diferencias no se limitan a la
cuestión del campo disciplinario, ni siquiera a la del objeto de estudio elegido. Ellas
conciernen a la jerarquía otorgada a los comportamientos y a las relaciones sociales en
la reconstrucción del contexto de análisis de los modelos culturales.

Contextualizaciones

¿Ha logrado el acercamiento “social” mantener su promesa? ¿Se las ha arreglado


para construir contextualizaciones “puntuales”, es decir, no anacrónicas? ¿Han
restaurado estas contextualizaciones los complejos vínculos entre las relaciones sociales
y los modelos culturales? Finalmente, en esta concepción de qué es la cultura, ¿se le ha
dado un lugar a la producción intelectual o se la ha considerado externa al análisis de los
comportamientos sociales? El debate sobre estas preguntas ha tenido lugar entre los
micro-historiadores, pero también fuera de este estrecho círculo, entre los historiadores
sociales en general. Intentemos seguirlo tomando el caso del camino de uno de los
historiadores más importantes del siglo XX, Edward P. Thompson, que ha tenido una
gran influencia en los micro-historiadores9. Thompson ha abordado la relación entre las
personas y la cultura, entre la acción social y los patrones culturales y entre la historia
de las ideas y la historia de la conducta de una manera que ahora me parece que es un
síntoma de las limitaciones que la historia social se ha impuesto a sí misma,
impidiéndole completar todas sus promesas. Paradójicamente, estos límites fueron el
resultado de una concepción reductiva del significado de la acción social, que ha
afectado la calidad de las preguntas sobre las relaciones entre acción y modelos
intelectuales y culturales.
La “cultura” en el centro de la atención de Thompson era, sobre todo, la cultura
jurídica que estaba expresada en una pluralidad de campos diferentes por la clase
popular inglesa, y que había sido objeto de graves conflictos en la Inglaterra del siglo
XVIII. El proyecto Thompson es bien conocido y extraordinariamente importante. Se
trata de sustraer las diversas costumbres “populares” del proceso paternalista, de
folkclorización; de devolver a las acciones (desde las revueltas por el pan hasta la venta
de las esposas, desde las cartas anónimas a las incursiones de los cazadores furtivos) el
sentido y las reivindicaciones que habían sido el motor, pero que habían sido olvidados
y negados. Thompson investiga los sistemas de significado que subyacen en varias
formas de acción, a fin de interrogar la “estructura cognitiva de los alborotadores”, o
bien de los autores de cartas anónimas. Se trata de descubrir esas “premisas esenciales”
que guiaron a la gente en el siglo XVIII. Estas premisas esenciales, sugiere Thompson,
podrían ser “expresadas en los simples términos bíblicos del ‘amor’ y de la ‘caridad’”, o
incluso en términos “que podrían no tener mucho que hacer con una educación
cristiana, sino que surgen de los intercambios elementales de la vida material”10.
Esta última oración revela esta concepción particular de la cultura a la que me he
referido: una cultura anclada en la práctica de los intercambios, donde el peso de la
tradición puede estar presente, pero también puede ser muy distante y, finalmente,
fuente de malentendido para el historiador. De estas premisas nació este proyecto de
“exploración” histórica que hace la extraordinaria originalidad del trabajo de
Thompson11 y que procede de la investigación de testimonios “directos” tanto como de
posibles cambios sociales. Las personas son portadoras de una cultura jurídica cuyas
raíces no se derivan de los textos de la “alta cultura”, sino más bien de las transacciones
sociales. La tarea de los historiadores es revelar esta cultura y, por lo tanto, buscar las
expresiones más puras. Las hipótesis implícitas son, por lo tanto, que existe una cultura
popular, que las fuentes o esta cultura popular se expresan igualmente, que el
historiador debe ubicarlas para poder, luego, interpretarlas.
La idea de fuentes “directas” es ciertamente interesante y rica. Está en el origen
de la gran fascinación que el trabajo de Thompson ha ejercido sobre Edoardo Grendi.
No es casual que ambos historiadores hayan trabajado en una fuente que parece cumplir
con este criterio: las cartas anónimas (por un lado, las publicadas por la London Gazette
en el siglo XVIII, por el otro, las enviadas a los oficiales genoveses en el siglo XVII),
que se presentan como una fuente directa y no contaminada. Como señala el propio
Grendi, la tradición de esta búsqueda de concepciones populares de la justicia se
remonta a Vico y Blake y, sobre todo, a Karl Marx12; y, por supuesto, no es inútil evocar
a Savigny y a los hermanos Grimm. Esta es la tradición de la escuela del derecho
histórico, que busca revivir las raíces populares del derecho: la primera fuente de
inspiración de Thompson e incluso de Marx, discípulo de Savigny 13. A partir de esta
tradición intelectual, Thompson adopta un presupuesto crucial, el carácter popular de las
culturas “alternativas”; es decir, la existencia de un vínculo entre la plebe (todos los
grupos excluidos del poder) y las concepciones del derecho que son “distintas” a las
legitimadas por los textos.
Obviamente, la adopción de este punto de vista equivale a reducir el interés del
historiador por la “alta cultura”. Trabajando sobre las concepciones populares de la
economía moral del siglo XVIII, Thompson se formuló preguntas acerca de la
existencia de formalizaciones de esta idea de mercado y de intercambio en el
pensamiento económico contemporáneo. Pero el problema no ha sido profundizado; el
marco de la interpretación es el de una forma de intercambio social dominada por
controles paternalistas y moderado por la presión desde abajo. En este enfoque, uno
entiende por qué la referencia a una tradición académica sería “potencialmente
engañosa”. No hay ninguna razón para que los historiadores sociales se sientan
preocupados por las teorías académicas del mercado. Al ser confrontado con los
disturbios y otras expresiones de la cultura popular, que permanecen en los archivos con
el objeto de volver a trazar la red de relaciones sociales y lazos de poder, mientras que
ellos dejan las bibliotecas a los historiadores de las ideas.
Un presupuesto subyace en este enfoque: los comportamientos serían solo
traducciones de experiencias e intereses de grupos específicos; por lo tanto, serían solo
el reflejo de la estructura social (de clase) así como los vehículos de la cultura del
grupo. Esta concepción de la experiencia y esta lectura de los comportamientos en
Thompson han suscitado recientemente críticas reflexivas. A pesar de su intención
declarada de no tomar los grupos por “cosas”, sino antes bien considerar el proceso de
formación, Thompson refiere en realidad a una concepción reductiva de la experiencia.
Esta se construye esencialmente en las relaciones de producción y la jerarquía social
resultante. La acción popular, que está en el centro de sus análisis, es precisamente la
expresión de una estructura de poder objetivo y, por lo tanto, de una experiencia de
dominación compartida. Las acciones remiten a esta estructura social; ellas atraviesan a
los actores para replegarse en la sociedad. El contexto de la interpretación de Thompson
es, pues, estrictamente social; y la cultura que se tiene en cuenta es la cultura de la
subordinación14.
Uno podría pensar que, precisamente en estos puntos, la distancia entre los
análisis “micro-históricos” y las investigaciones conducidas por Thompson sería mayor.
Después de todo, uno de los cuestionamientos que originaron varios estudios micro-
históricos concernía a la composición de los grupos sociales (la clase obrera a principios
del siglo XX o las corporaciones de oficios de los siglos XVII y XVIII15. El análisis
detallado de las opciones y estrategias individuales colocó en discusión la existencia de
identidades y afiliaciones automáticas. La reconstitución del espacio social a partir de
trayectorias individuales advirtió contra todo deslizamiento cómodo entre individuos y
grupos sociales. Era necesario producir categorías que fueran auténticamente relevantes
y no anacrónicas.
Sin embargo, este objetivo solamente se ha logrado parcialmente. No quiero
decir simplemente que una investigación en particular o una reconstrucción particular
tuvo más éxito que otra: el problema me parece más radical. El contexto tomado en
cuenta por estos análisis de microstoria era inadecuado.
Este contexto quedaba fuera de la experiencia de los actores. La reconstrucción
de biografías individuales no garantiza, en sí misma, la capacidad de realizar un análisis
“interno”. Estas reconstrucciones históricas estaban organizadas en torno al concepto de
“estrategia”, un término muy cargado de contenido hiper-racionalista, que tiende a
reducir el comportamiento a investigaciones que maximizan los beneficios.
En los últimos años, los micro-historiadores a menudo han notado los efectos
anacrónicos del concepto. En otras palabras, una herramienta metodológica que había
sido introducida para rastrear los contextos pertinentes “desde el punto de vista de los
actores” está paradójicamente sumergida en direcciones que probablemente están
completamente fuera de contacto con la mentalidad contemporánea. Además, el
concepto de estrategia alienta a los historiadores a situar sus análisis en un plano a la
vez externo y superior a la “versión de los hechos” propia de los actores. El diseño de
redes, el mapeo de enlaces –en tanto procedimientos tomados de análisis sociológicos–
nos invitan a concebir la investigación como un proceso de “revelación” a los actores de
las restricciones que limitan o permiten sus acciones, más allá de sus propias
declaraciones y más allá de su propia conciencia16.
Por otro lado, la dirección de estas mismas acciones ya está predeterminada por
el “marco estratégico” que dicta operaciones de manipulación de las normas sociales,
cuya característica es ser mutuamente contradictorias. Las normas y los
comportamientos, la cultura y la acción están situadas, después de todo, en diferentes
terrenos17.

Normas y prácticas

En lo que a mí respecta, es precisamente mi insatisfacción con el concepto de


estrategia, con la idea de maximización que presupone, y con la relación que crea entre
el investigador y su objeto de investigación, que me ha llevado a repensar que era un
análisis “interno” (emic) basado en el lenguaje y la lógica de los propios actores 18. Este
trayecto crítico se he esclarecido una vez que, durante la investigación, se ha
confirmado una nueva concepción de lo que constituía mi unidad de análisis, es decir,
los comportamientos, las acciones de los individuos. Mi campo de investigación estaba
constituido por las formas de justicia de la era moderna considerados “menores”, un
tema muy apreciado en la historia social y particularmente en E. P. Thompson, con
quien mi investigación está tan profundamente endeudada. Sin embargo, es
precisamente sobre este campo que las mayores diferencias se han ampliado. Lo que me
pareció emerger de los casos judiciales que he analizado (casos civiles menores, la
mayoría de las veces referidos a créditos o intercambios de bienes), era que los
comportamientos registrados en las fuentes no podían interpretarse como expresiones de
la estructura social. Estas acciones no eran tan reveladoras de determinaciones
objetivas, sino que antes bien expresaban demandas, intenciones y propuestas. Las
revueltas y disturbios, pero también los contratos, las ventas y los conflictos que
llenaron las fuentes judiciales no podían ser interpretados como meras reproducciones
de las relaciones de dominación. Estas diferentes acciones eran tanto reivindicaciones
activas de derechos como demandas de legitimación de esos derechos. En resumen, era
menos la estructura de la sociedad que se manifestaba en las fuentes que las
interpretaciones en cuanto a la forma en que esta estructura social debería haber
intentado llegar a un acuerdo sobre esas interpretaciones; estrategias para legitimarlas.
Este carácter creador de la acción ha sido nutrido, en la sociedad del Antiguo
Régimen, por una cultura particular –la cultura de la jurisdicción, que otorga a la acción
la capacidad de transformar las condiciones legales, de asignar papeles y derechos 19. En
estas sociedades, más que la titularidad de la propiedad, lo que cuenta es la situación de
facto: la familiaridad con el objeto, el hecho de tener el uso habitual del mismo. Más
que haber sido designado formalmente para un cargo o un puesto, es el hecho de “actuar
en...” lo que afecta el estatuto de alguien. En este sentido, las acciones no son “la cara
obvia de una razón latente”20, ni el espejo de edificios sociales construidos en otros
lugares, ni el reflejo de normas externas. Las acciones son modalidades de construcción
de estos edificios sociales, de esas razones, de esas lógicas y de esas normas. Ellas
incorporan una actividad interpretativa de las posibilidades de movimiento, así como su
legitimación. Visto de esta manera, la relación entre prácticas y normas cambia
profundamente.
Este encuentro entre la cultura jurídica de las sociedades del Antiguo Régimen y
las teorías de la acción presentadas por una parte de la sociología y la
etnometodología21, aunque paradójico –o quizás en razón incluso de esa paradoja- es
muy fructífera. Es una perspectiva que ha brindado a algunos historiadores la capacidad
de hacer contribuciones significativas al debate general, en humanidades sobre la
relación entre las normas y las prácticas y la idoneidad de concebir el comportamiento
en términos de cumplimiento no reflejado en una regla (sobre el debate de lo que
significa “seguir una regla”22. Por encima de todo, tener en cuenta el carácter creador de
la acción desalienta cualquier asociación mecánica e irreflexiva entre estructura social,
acción y cultura. Para permanecer en el dominio del derecho, es evidente que cualquier
grupo social estaba atravesado por una pluralidad de ideas de justicia; por caso, las ideas
de derecho natural y de derecho positivo podrían ser invocadas por comerciantes,
abogados y trabajadores en diversas situaciones. No era tanto la condición social de las
personas que determinaban el recurso a uno u otro de esos sistemas de legitimación,
como las posiciones particulares que ellas ocuparon en un momento preciso (su lugar de
residencia, su estabilidad o movilidad en el territorio, su posición en el mercado, entre
otras). En otras palabras, cada cultura jurídica no se correspondía con un grupo social
con sus propios intereses y experiencias, sino que una cultura jurídica podía ser
movilizada por diferentes individuos, unidos por objetivos comunes 23, cuando ellos
actuaban como consumidores, los campesinos del siglo XVIII en la región del Lazio
podían usar el lenguaje de la economía moral y del derecho natural; pero estos mismos
campesinos pudieron usar el lenguaje a su favor cuando vendían sus productos en el
mercado24. No hay nada automático o irreflexivo en las acciones, ni en las estrategias
utilizadas para legitimarlas. El mundo social –es decir, el mundo de las acciones– es un
mundo interpretativo. Acción e interpretación no pueden estar separadas.
Esto implica que para reconstruir la pluralidad de concepciones de la justicia que
coexisten en la sociedad del Antiguo Régimen, no es necesario –y quizás ni siquiera
pertinente– investigar fuentes “directas”, es decir, fuentes que están relativamente no
contaminadas o no institucionalizadas. Como cualquier acción, las fuentes que utiliza el
historiador a menudo son (no siempre) documentos que afirman algo (en lugar de
describirlo). Los actos notariales, las peticiones, los juicios, el intercambio epistolar e
incluso fuentes aparentemente neutrales, como los documentos demográficos,
constituyen en realidad muchos reclamos jurídicos 25. La fuente, por lo tanto, nos habla
de su objeto y es al mismo tiempo un texto narrativo, como Bloch ha comentado 26. Sin
embargo, esto no es simplemente cierto en el sentido de que cualquier fuente está escrita
en un género literario definido. La “narración” incorpora reivindicaciones de verdad y
de legitimidad, así pues todo un trabajo intelectual de interpretación de ideas de lo
“certero” y lo “legítimo”, así como operaciones de construcción de la legitimidad que
no se reducen a técnicas retóricas, sino que se nutren de intercambios, de relaciones, de
objetos (lo sabemos bien, la construcción de la legitimidad no es solo una cuestión de
palabras).
Ahora bien, en esta visión de las fuentes, las preguntas que debemos formularles
–¿qué reclamos de legitimidad expresan? ¿A quién se dirigen estas reivindicaciones?
¿De qué manera?– también son relevantes tanto para las fuentes “directas” como para
aquellas que nos parecen (y probablemente estén) más “contaminadas”.
Esta dimensión de la legitimación como la defiendo es, me parece,
completamente ajena al ala social de la microhistoria (como lo representa Grendi). Este
enfoque implica, en relación con el objeto de estudio, una distancia diferente a la
tradicionalmente adoptada por los micro-historiadores “sociales”. Ella permite, como
dice Luc Boltanski, “no renunciar a las ilusiones de los actores”. El análisis no es una
“corrección” de la versión de los hechos de los actores, o una revelación a los actores de
una realidad que se presume que ellos han desconocido (especialmente en cuanto a las
restricciones objetivas que determinan sus acciones). La cuestión es más bien
reconstituir su capacidad para tornar comprehensibles, aceptables y legítimas sus
propias acciones y argumentos. Para utilizar nuevamente las palabras de Boltanski, la
pregunta es “tomar a las personas en serio”; tener en cuenta, en el análisis, tanto sus
acciones como sus intenciones27.
Es esta perspectiva la que ha llevado a varios historiadores sociales
(incluyéndome a mí) a prestar un nuevo interés a esta dimensión cultural e intelectual
que habían descuidado anteriormente. La actividad de legitimación de los argumentos y
acciones requiere que los actores sociales movilicen un bagaje de conocimientos e
interpretaciones, recursos culturales y materiales, así como una capacidad para
manipularlos. En esta perspectiva, la biblioteca ya no es solamente un recurso propio
del historiador social, que permanece fuera del campo de análisis. Ella deviene en un
elemento constitutivo del análisis social, de la misma manera que las estrategias, los
objetos, las elecciones económicas, las elecciones matrimoniales, entre otras. Entonces,
lo quieran o no, los cultores de la historia “científica” y “narrativa”, historiadores
sociales e historiadores de las ideas deben aliarse.
La idea que surge de esta perspectiva es aquella de una cultura “operativa”, para
usar los términos de Renata Ago28; una cultura “pragmática”, podríamos decir. A saber,
una cultura cuyos términos y referencias doctrinarias frecuentemente permanecen en las
sombras, mientras que ella se encuentra inscrita en las acciones que los archivos
registran. “Femmes marchandes et culture scolastique”29, “Magistrats et Baconiens”30
son títulos provocativos pero sinceros (es decir, reveladores de intentos de lecturas
multidimensionales, sociales y culturales) que aparecen en los últimos números de
Quaderni Storici dedicados a un tema que tradicionalmente mantenía en suspenso la
microhistoria: el derecho31. De hecho, en los últimos años, la revista mencionada ha
publicado varios artículos dedicados a diferentes aspectos de la cultura jurídica. Los
títulos aparecidos son significativos: derechos de propiedad, ciudadanía, procedimientos
judiciales. La idea que ha guiado estas elecciones es que el derecho es una gramática
contextual ampliamente compartida por hombres y mujeres de las sociedades modernas;
una especie de “antropología de la Europa moderna” como ha sido descripto 32. Estos
números de la revista (más exitosos en algunos casos que en otros) tienen un doble
propósito. En primer lugar, se trata de explorar la cultura del derecho (por lo tanto, de
un sistema normativo altamente formalizado en trabajos académicos) en su utilización
contextual, situada, “local”; es decir, en el uso que los hombres y mujeres hicieron de
ella –de manera explícita– en sus reivindicaciones como, más generalmente, en sus
interacciones cotidianas con las cosas, las personas y los bienes. Esto implica que
traemos a la luz procesos de selección –o bien de combinación- de tradiciones jurídicas
que se han realizado en un lugar y en un momento preciso (¿Por qué? ¿Cómo? ¿Por
quién?). En segundo lugar, tener en cuenta las relaciones recíprocas existentes entre las
normas formales y las prácticas sociales implica que abandonemos la concepción del
patrimonio jurídico como un recurso “dado”, fijado en los textos jurídicos (aunque a
veces sean objeto de manipulación). Las prescripciones existen en la “protección de las
prácticas mismas para ser aceptadas como legítimas”; en las operaciones locales
(situadas) de “construcción de significado”. En este sentido, el análisis de las normas es
parte del análisis de los vínculos sociales33. La relación entre normas y prácticas es una
relación de reciprocidad, cada una de las cuales influye en la otra. El campo de la
legitimidad es más amplio que el campo de la legalidad; a menudo, el primero alimenta
al segundo. La circularidad de esta relación tiene implicaciones políticas e intelectuales
de gran importancia.

El punto de vista de los actores

Estas proposiciones dialogan de manera implícita con otras posturas


metodológicas. La capacidad de las prácticas sociales para constituirse en “precedentes”
–y así, bajo ciertos sistemas legales, en normas– es una respuesta, me parece, a estos
análisis que, muy atentos a los procesos de legitimación, los consideran, sin embargo,
esencialmente como operaciones de armado entre tradiciones culturales aprendidas.
Estoy pensando en particular en el trabajo de Luc Boltanski, con quien, además, mi
deuda intelectual es grande34. Las gramáticas utilizadas por los individuos para legitimar
sus propios argumentos descansan en un repertorio limitado de textos fundamentales
identificados por Boltanski como el cimiento del vínculo social (en este sentido,
Boltanski traza un puente original entre la sociología y la historia de las ideas). En otras
palabras, el contexto de legitimación es externo a la acción: sus fuentes son autoridades
externas. Desde esta perspectiva, me parece que reproduce una idea impersonal,
imprecisa y, en última instancia, consensuada del horizonte cultural. Obviamente, por el
contrario, la esfera de legitimidad no es un asunto de consenso, sino un campo donde la
competencia y el conflicto son a menudo feroces. Sistemas culturales enteros han
desaparecido de los recuerdos y han sido deslegitimados. Para no reducir la actividad de
los actores a simples ejercicios de “hágalo usted mismo”, y para interrogar las formas
múltiples y cambiantes de los sistemas de legitimidad, debemos enfocarnos en el
proceso mediante el cual esos sistemas son construidos tanto como las normas, y
explorar cómo interactúan ambos.
También es necesario examinar los procesos de selección a los que están
sometidas las tradiciones intelectuales en lugares particulares y en momentos precisos.
Los “procesos de selección” a los que a la historia cultural se le dificulta, a menudo,
prestar la atención necesaria. Pienso, en particular, en procedimientos muy refinados de
contextualización cultural, que son extremadamente sensibles a la pluralidad de
tradiciones culturales, que son conscientes del problema de la selección entre diferentes
tradiciones pero que, en mi opinión, no prestan suficiente atención a la manera en que
esa selección se opera. Carlo Ginzburg, en particular, ha seguido con gran coherencia un
método de análisis que ha presentado tanto en su propia investigación sobre las
relaciones entre culturas como en sus escritos metodológicos e historiográficos 35. En el
siguiente párrafo, analizaré algunos presupuestos que me parecen estar en la base de sus
últimos trabajos y sugeriré que la separación entre análisis social y análisis cultural (que
nunca había sido realmente apropiado, incluso en el pasado) sigue siendo
completamente inadecuado para describir las diferencias entre los métodos de análisis
que aún persisten en microstoria, a pesar del nuevo potencial de convergencia. Estas
diferencias refieren a la relación que los investigadores adoptan con su objeto de
investigación, dependen del lugar donde los investigadores sitúan su autoridad en
relación con los actores sociales y de donde ellos extraen sus categorías de análisis. En
otras palabras, el problema es como relacionar un análisis emic y un análisis etic.
La cuestión no es establecer la legitimidad de una de estas perspectivas en contra
de la otra, ni oponerse a las ortodoxias analíticas (emic como la única dimensión
legítima). El problema es más radical y lo diría de esta manera: ¿qué es un método de
análisis “interno” y dónde puede aplicarse? ¿El hecho de tener en cuenta el punto de
vista de los actores tiene que detenerse en el contexto inmediato de sus
comportamientos, o puede este método (si se moviliza) cuando el objeto de análisis es
más amplio e incluye los modelos culturales y normativos que los inspiran y expresan?
En otras palabras, emic y etic son dos procedimientos analíticos, como creo, o son dos
contextos (uno de ellos es el contexto más inmediato en el que surgen los
comportamientos y donde los actores activan modelos culturales? ¿El otro más lejano y
profundo, donde se construyen modelos culturales?
Creo que esta segunda concepción domina los procedimientos analíticos
utilizados por Carlo Ginzburg en la mayoría de sus investigaciones recientes. Estas
regularmente giran en torno a una serie de supuestos. En primer lugar: el análisis de
cualquier fenómeno social requiere la movilización de una pluralidad de contextos,
porque cada objeto está compuesto de una serie de capas, es decir, de una cantidad de
elementos que apoyan sus raíces en cronologías de diferentes profundidades. En
segundo lugar: el trabajo de exploración de estas variadas cronologías se coloca al
servicio de la reconstitución de “experiencias” vividas; las cuales, según Ginzburg, “no
se agotan ni en la experiencia consciente ni en lo que ha dejado huellas en la
documentación” sino que también se componen de una dimensión inconsciente que
debe tenerse en cuenta36. Finalmente y en relación con este último punto, es necesario
llevar a cabo “juegos de escala”, es decir, las variaciones del ángulo de análisis, que
permiten al investigador tener una distancia crítica. Ésta posibilita la visibilización de lo
que no estaba presente en la conciencia de los actores pero que, sin embargo, era
constitutivo de sus experiencias37. Estos tres puntos cardinales constituyen, en el trabajo
de Carlo Ginzburg, una “cadena documental”, es decir, un recorrido que, a partir del
documento, identifica progresivamente los contextos en los que se registran sus análisis.
Esta identificación procede de una manera que podemos llamar concéntrica –pasando
gradualmente del sentido que los actores dieron al fenómeno en cuestión al sentido más
remoto e insospechado que escapó a su comprensión consciente y que fue construído
mediante comparaciones. No a pesar de la distancia sino gracias a ella38.
Una función central es atribuida a este último nivel de análisis, porque aquí es
donde radica el significado último de las acciones y creencias; como Perry Anderson ha
argumentado –con razón, creo- para Ginzburg, cuanto más profundo es algo, más
significativo se torna39. Ginzburg ha perseguido esta estrategia de análisis con una
coherencia cada vez mayor en los últimos años, desde su investigación del sabbat hasta
el trabajo más reciente sobre iconografía política. Esta estrategia apunta, en el análisis
final, a aprovechar las potencialidades heurísticas que se incluyen en la condición de
expatriación; el asombro frente a los sistemas de significado y contextos que están
resueltamente fuera de la conciencia (de los actores, del investigador y del lector que
está invitado a compartir esta experiencia de descubrimiento) 40. Lo más profundo e
impensado de los pasados se encuentra entre nosotros, un invitado de piedra, sentado,
invisible, en nuestra mesa.

Distancia y comparación

Lo que me parece problemático en este enfoque, no es la distancia


explícitamente tomada por el investigador en relación con su objeto. Si hay un punto en
el que los análisis de Carlo Ginzburg me han modificado definitivamente, es el de la
efectividad de esa distancia que se expresa a través de la extraordinaria riqueza de la
mirada comparativa. Me parece que en este enfoque no ha sido definido con suficiente
claridad qué reglas presiden esa operación de distanciamiento. Es al mismo tiempo una
cuestión de procedimientos de análisis y de concepción de lo que es la cadena
documental.
Una vez que se ha completado el primer círculo de contextualización, las
acciones y creencias son proyectadas en un contexto cultural cuya relevancia está
diseñada enteramente por el conocimiento del investigador. Por lo tanto, la cadena
documental se detiene solamente en el momento en que únicamente el investigador
decide. Nada en el objeto de estudio (una vez que se completa la etapa inicial de análisis
del contexto inmediato) puede establecer límites al investigador o instituir controles
sobre sus elecciones. Por caso, la reconciliación entre el famoso póster en el que Lord
Kitchener exhorta a los jóvenes británicos a alistarse en 1914 y el pasaje de la Historia
Natural de Plinio el Viejo con respecto a las representaciones de Minerva y Alejandro
Magno, sigue un camino completamente trazado por el autor (en este caso, a través de
un diálogo abierto con Aby Warburg)41. Los materiales que crean el cambio de escenario
y suscitan, por segunda vez, estos procedimientos de “revelación” de afinidades
inesperadas entre diferentes objetos, han sido introducidos en el campo de investigación
y fueron seleccionados por el investigador. En resumen, el objeto utiliza al autor para
buscar su lectura más auténtica (o al menos la más profunda) pero no puede detener o
contradecir su análisis. Lo mismo es cierto, me parece, para el lector.
Lo que es problemático en este enfoque no es, repito, la distancia establecida
entre el investigador y su objeto de estudio, y mucho menos el uso de la comparación
(la dimensión que podríamos llamar etic). Es más bien una concepción que me parece
reductiva del análisis contextual y social. Esta se considera reveladora solamente para
usos en que los actores crean imágenes y creencias; mientras que el problema del
“carácter original” de esas mismas imágenes y creencias se transfiere a otro nivel de
análisis, a un plan que trasciende a los actores en términos de lugar, período histórico,
etc. La separación entre estos dos momentos del análisis está marcada y preconcebida 41.
Y, sin embargo, el momento de descubrimiento, asombro y “desorientación”, cargado
de implicaciones hermenéuticas, también podría tener lugar en el contexto inmediato, si
solo el investigador prestara atención a este trabajo intenso de selección en el que se
involucran los actores y que determina la supervivencia, por caso, de una imagen o
creencia particular en lugar de otra; lo que explica el por qué y el cómo de esta
transmisión así como las transformaciones padecidas en el tiempo. El enfoque que
sugiero implica “tener en cuenta la ilusión de los actores” 42; lo que significa atender a su
actividad de elección y selección entre las tradiciones culturales, lo que posibilita la
supervivencia de algunos y condena a otros al olvido. Esta actividad de selección traza
un contexto cultural que está “controlado”; no en el sentido de que está limitado en su
alcance cronológico (un enfoque como el que defiendo permite el uso de las tradiciones
culturales más antiguas) sino en el sentido de que su relevancia no está simplemente
determinada por el conocimiento del investigador, sino más bien por los itinerarios
seguidos por los actores. La cadena documental, en este enfoque, no es circular y
centrífuga (surge de los actores y se aleja cada vez más, a lo largo de caminos que
dependen del campo de competencia del investigador). Esa cadena está construida sobre
la base de las relaciones que los actores han establecido con la tradición, con el texto,
con la creencia en cuestión; dado que la cultura no se reduce a una herencia, también
está hecha de creaciones contemporáneas. En otras palabras, la cadena documental en la
que estoy pensando es emic, construida desde el punto de vista de los actores. Emic es
un método de análisis, no el contexto inmediato de comportamiento. Me parece que esta
es la diferencia más significativa entre los análisis “sociales” y “culturales”.

Culturas situadas
Un método de análisis es también un procedimiento para controlar posibles
interpretaciones. Como cualquier procedimiento de control, pauta límites a la
exploración de contextos que están muy alejados e incomunicados. El sacrificio de estos
contextos, sin embargo, ofrece ventajas que me parecen importantes. La primera es
romper un círculo lógico que tiende a limitar el análisis. El procedimiento de
“desvelamiento” del significado oculto presupone, por supuesto, que consideremos que
los actores no son conscientes de las raíces profundas de su experiencia. Esta ignorancia
solo la supone el investigador que, al no haber intentado rastrear el trabajo de selección
creativa realizado por los actores, no se ha dado ninguna forma de confirmarla o
refutarla. Sin embargo, en esta supuesta ignorancia, una consecuencia importante se
establece: nuestro pasado actúa más allá de la memoria y la intención. Los mitos nos
piensan43. Dado el procedimiento de análisis, este es inevitablemente el caso.
La segunda ventaja que presenta la reconstitución de contextos culturales a partir
de la actividad de selección de los actores, es que permite al historiador descubrir
nuevos objetos, “manufacturas” que se han producido en diferentes momentos y lugares
específicos. Y así, descubrir tradiciones culturales que no están construidas sobre textos,
antiguos o modernos y cuya génesis solamente puede entenderse mediante la
reconstitución de las relaciones entre acción y legitimación, entre culturas y
comportamientos; entre pies y cabeza. Como he dicho, esto tiene que ver con la cuestión
de la posibilidad de “ser sorprendido” en lugar de “sorprender” a los actores en su
revelación en lo que ellos suponen que desconocen.
Recientemente, me he enfrentado a un caso de creación de una tradición cultural
que surgía de procesos de elección y selección que eran “locales”, es decir, bien
ubicados en el tiempo y el espacio. Fueron comprensibles solo después de un análisis de
las acciones (no solo discursos o escritos) realizados por hombres y mujeres en los
tribunales civiles de una ciudad del Antiguo Régimen44. El procedimiento sumario se
había sido adoptado en varios tribunales fue relativamente poco costoso y en su mayoría
informal. La presencia de abogados estaba prohibida, tanto como sus alegatos, mientras
que la sentencia se basaba únicamente en las declaraciones de las partes en la
controversia. Estas últimas presentaban sus propias razones al exponer con el mayor
detalle sus acciones –la venta, la compra, el préstamo– cuya legitimidad no dependía de
su conformidad a una regla sino del hecho de haber tenido lugar en un contexto general
de consenso, “sin conflicto”. Era un procedimiento que legitimaba las prácticas sociales
como fuentes del derecho: una forma de justicia supralocal que permitía a los
comerciantes y otras personas itinerantes (pero también figuras legalmente débiles,
como viudas y menores de edad) tener acceso a un juicio equitativo basado en la
legitimidad acordada a sus meras acciones (antes que a su saber local de la ley y de las
costumbres). Este procedimiento y sus principios tienen sus raíces en una tradición muy
antigua, que se remonta al jusnaturalismo escolástico y a la concepción de la “razón
práctica” teorizada en sus obras por Tomás de Aquino. Para comprender el
funcionamiento de estos derechos así como la concepción de la justicia expresada por
tantos hombres y mujeres durante gran parte de la época moderna, fue necesario retomar
a esta tradición. Sin embargo, esta referencia estaba lejos de ser suficiente. Esa tradición
fue evocada como fuente de legitimación de acciones y demandas de justicia; al mismo
tiempo, esas mismas acciones y reivindicaciones construían un contexto en el cual la
tradición era reformulada, recreada y transformada.
El análisis detallado del funcionamiento de los procesos, así como la
reconstitución de los intereses (no solo económicos) de los diversos protagonistas
involucrados (el público de la corte, así como los abogados y magistrados), han sido
operaciones esenciales para comprender no únicamente el uso que se hace de una
tradición cultural, sino también la forma en que es recreada. De hecho, durante esos
años, el jusnaturalismo escolástico se entrelazó con otras tradiciones culturales, cuyo
acercamiento parece altamente improbable para el historiador de las ideas. El contexto
en el que el procedimiento sumario había podido disfrutar de un nuevo éxito era el de
una crítica al formalismo del procedimiento judicial, que se torna extremadamente
virulento en el Piamonte en la primera mitad del siglo XVIII.
La tradición del derecho natural había sido movilizada de ese modo en oposición
a la formalidad legal y los abusos de poder de los abogados. Al mismo tiempo, sin
embargo, la referencia se hace constante a una tradición aparentemente diferente hasta
incompatible con la primera, aquella del empirismo de Bacon que se manifestaba, en el
ámbito jurídico, en el rechazo a priori de las doctrinas jurídicas a favor de la
investigación empírica sobre las características de cada caso particular. Así, e
inesperadamente, el pensamiento escolástico y el empirismo baconiano coexistieron
creando una “tradición cultural” que no habría encontrado ningún rastro en la historia
del pensamiento jurídico. Un contexto político y social particular (compuesto por la
voluntad de un gran número de hombres y mujeres para presentar su propio caso en la
justicia y para resolver sus disputas “brevemente”, “sin el ruido” de los abogados, así
como por luchas internas en la comunidad de abogados) había conducido a la creación
de una tradición cultural específica. En este caso, no nos hemos encontrado ante una
forma de manipulación de los recursos culturales existentes, ni a las operaciones de
mero bricolaje de las ideas pensadas por otros. El entrelazamiento de la acción y de las
legitimaciones había producido una forma cultural genuinamente original.
Veo en esta investigación una contribución al proyecto micro-histórico de
construcción de una historia cultural e intelectual que, finalmente, es singular y
localizada. Una historia donde la distancia entre la cabeza y los pies no se establece a
priori, y donde lo que prevalece es lo “maravilloso” despertado en el investigador por
las extraordinarias habilidades creativas de las personas que constituyen sus objetos de
análisis.
**
Simona Cerutti, “Histoire pragmatique, ou de la rencontre entre histoire sociale et histoire culturelle” en Tracés.
Revue de Sciences humaines, 15, 2008, pp. 147-168.  Traducido del francés por Miguel Ángel Ochoa.
11
Este artículo es un primer paso en una investigación en curso que he seguido en los últimos años sobre la naturaleza
de la documentación histórica. Me gustaría aprovechar esta oportunidad para expresar mi gran deuda intelectual con
Giovanni Levi y Carlo Ginzburg y, para honrar la memoria de Edoardo Grendi.
22
El primer autor, que yo sepa, que ha señalado explícitamente este problema es Alberto Banti, “ Storie e microstorie:
L’histoire sociale contemporaine en Italie” en Genèses, Nro. 3, mars, 1991, pp. 134-147; la existencia de estas dos
“almas” se habría manifestado claramente cuando apareció el ensayo de Carlo Ginzburg, “Spie. Radici di un paradigma
indiziario” en Rivista d i storia contemporanea, 7, 1978, pp. 1-14, una versión ampliada fue publicada con el mismo
nombre en Aldo Gargani (a cura di), Crisi della ragione. Nuovi modeli rapporto tra sapere e attività umane, Torino,
Einaudi, 1979, pp. 1-30, finalmente ese texto quedó incluido y publicado en español en Carlo Ginzburg, Mitos,
emblemas e indicios. Morfología e historia, Barcelona, Gedisa, 1999, pp. 138-175 [N. del T]; véase también Edoardo
Grendi, “Ripensare la microstoria?” en Quaderni Storici, Vol. 29, (2), Nro. 86, 1994, pp. 530-549, Jacques Revel,
“Micro-analisi e costruzione del sociale” en Quaderni Storici, vol. 29 (2), Nro. 86, 1994, pp. 539-549.
33
Alberto Banti, “Storie e microstorie…”, Op. Cit.; la distinción entre “historia académica” e “historia narrativa”
proviene del famoso ensayo de Stone: Lawrence Stone, “The Revival of Narrative: Reflections on a New Old History”
en Past & Present, Nro. 85, nov., 1979, pp. 3-24.
44
Alberto Banti, “Storie e microstorie…”, Op. Cit.
55
Carlo Ginburg – Carlo Poni, “Il nome e il come: scambio ineguale e mercato storiografico” en Quaderni Storici, Nro.
40, 1070, pp. 181-190.
66
Simona Cerutti, “Normes et pratiques, ou de la légitimité de leur opposition” en Bernand Lepetit (ed.), Les formes de
l’expérience. Une autre histoire sociale, Paris, Albin Michel, 1995, pp. 127-149.
77
Edoardo Grendi, “E. P. Thompson e la ‘cultura plebea’” en Quaderni Storici, vol. 29 (1), 1994, Nro. 85, pp. 235-248.
88
Carlo Ginzburg, I benandanti. Stregoneria e culti agrari tra Cinquecento e Seicento, Torino, Einaudi, 1966.
99
Edward P. Thompson, “Anthropology and the discipline of historical context” en Midland History, Nro. 1, 1972, pp.
41-55. Una colección de ensayos de Thompson fue publicado por Grendi en 1981 y publicada como uno de los
primeros volúmenes de la serie Microstorie de Einaudi.
1010
El subrayado me pertenece: Edward P. Thompson, Customs in Common, London, Merlin Press, 1991, p. 350.
1111
Edward P. Thompson, Op. Cit., pp. vii-xxxvi.
1212
Edoardo Grendi, “E. P. Thompson e la ‘cultura plebea’” en Op. Cit., p. 241.
1313
Louis Assier-Andrieu, Le droit dans les sociétés humaines, Paris, Nathan, 1996, pp. 188 y ss.
1414
Harvey Kaye J. and Keith McClelland (ed.), E. P. Thompson. Critical Perspectives, Philadelphia, Temple
University Press, 1990; William H. Sewell Jr., “How classes are made: critical reflections on E. P. Thompson’s theory
of working class formation” en Harvey Kaye J. and Keith McClelland (ed.), E. P. Thompson…, pp. 50-77; Simona
Cerutti, “Processus et expérience: individus, groupes et identités à Turin au xvii e siècle” en Jacques Revel (ed.), Jeux
d’échelles. La micro-analyse à l’expérience, Paris, Gallimard, 1990, pp. 161-186.
1515
Maurizio Gribaudi, Itinéraires ouvriers. Espaces et groupes sociaux à Turin au début du XXe siècle, Paris, EHESS,
1987; Simona Cerutti, La ville et les métiers. Naissance d’un langage corporatif (Turin, 17e-18e siècles), Paris,
EHESS, 1990.
1616
En este punto del método véase: Simona Cerutti, “Processus et expérience: individus, groupes et identités à Turin au
xviie siècle” en Jacques Revel (ed.), Op. Cit.
1717
Ibídem.
1818
La distinción emic / etic ha sido establecida por el lingüista Kenneth Pike a partir de los sufijos de las palabras
fonéticas y fonémicas. En el debate antropológico, esta distinción designa dos estrategias de análisis diferentes: el
enfoque emic está fundado en las categorías y el lenguaje de los actores; el enfoque etic, sobre las categorías del
investigador Kenneth L. Pike, Language in Relation to a Unifi ed Th eory of the Structure of Human Behavior,
Glendale, Summer Institute of Linguistic, 1954-1960. Ginzburg ha sido el primero en llamar mi atención sobre esta
distinción. Sobre el debate antropológico, ver Marvin Harris, “History and signifi cance of the emic/etic distinction” en
Annual Review of Anthropology, Nro. 5, 1976, pp. 329-350, pero también Jean-Pierre Olivier de Sardan, “Emique” en
L’Homme, Nro. 147, 1998, p. 151-166.
1919
Pietro Costa, Iurisdictio. Semantica del potere politico nella pubblicistica medievale (1100-1433), Milano, Giuffre,
1969; Paolo Grossi, L’ordine giuridico medievale, Bari, Laterza, 2000; Angelo Torre, Il consumo di devozioni.
Religione e comunità nelle campagne di Ancien Régime, Venise, Marsiglio, 1995.
2020
Albert Ogien, “Decrire ou expliquer: notes sur une mauvaise querelle de methode” en Werner Ackermann et al.
(ed.), Décrire: un impératif? Description, explication, interprétation en sciences sociales, Paris, EHESS, 1985, T. 1, pp.
78-100.
2121
Harold Garfinkel and Harvey Sacks, “On formal structures of practical actions” en Theoretical Sociology, J.
McKinney et E. Tyriakin ed., New York, Appleton Century Crofts, 1970.
2222
Alain Cottereau, “Justice et injustice ordinaire sur les lieux de travail d’après les audiences prud’hommales” en Le
Mouvement social, Nro. 141, 1987, pp. 25-59; Alain Cottereau, “Théories de l’action et notion de travail. Notes sur
quelques difficultés et quelques perspectives” en Sociologie du travail, Nro. 94, 1994, pp. 73-89.  Ver
también L’économie des conventions, el número especial de la Revue économique, Nro. 40 (2), 1989; Les conventions,
el número especial de Réseaux, Nro. 62, novembre-décembre 1993. Ver en varios volúmenes de la colección Raisons
pratiques (EHESS), que han sido consagrados a las relaciones entre acción y legitimación, en particular el Nro. 1, 1990
(Les formes de l’action) y el Nro. 3, 1992 (Pouvoir et légitimité).
2323
Un análisis cercano a aquel de la economía moral de Thompson: Renata Ago, “Ruoli familiari e statuto giuridico”
en Quaderni Storici, Vol. 30 (1), Nro. 88, 1995, pp. 111-133.
2424
Renata Ago, “Popolo e papi. La crisi del sistema annonario” en Subalterni in tempo di modernizzazione. Nove studi
sulla società romana nell’Ottocento, Milano, Franco Angeli, 1985, pp. 17-47.
2525
Carmen Beatriz Loza, “De la classifi cation des Indiens a la refutation en justice (Yucay, Andes peruviennes, 1493-
1574) ” en Histoire et mesure, Vol. XII (3/4), 1997, pp. 361-386. Sobre las fuentes y sus reclamos de legitimidad:
Enrico Artifoni e Angelo Torre (ed.), “Erudizione e fonti. Storiografi e della rivendicazione” en Quaderni Storici, Vol.
31 (3), Nro. 93, 1996; Angelo Torre, Il consumo di devozioni…
2626
Marc Bloch, Apologie pour l’histoire ou Métier d’historien, Paris, Armand Colin, 1949.
2727
Luc Boltanski, L’Amour et la Justice comme compétences, Paris, Metailie, 1990. Ver también Isabelle Thireau et
Wang Hanssheng (eds.), Disputes au village chinois. Formes du juste et recompositions locales des espaces normatifs ,
Paris, MSH, 2001.
2828
Renata Ago, “Ruoli familiari e statuto giuridico” en Op. Cit.
2929
Ibídem.
3030
Simona Cerutti, Procedura sommaria. Pratiche e ideali di giustizia in una società di Ancien Régime (Torino, XVIII
secolo), Milano, Feltrinelli. 2003.
3131
Louis Quere, “Le tournant descriptif en sociologie” en Current Sociology, Vol. 40, Nro. 1, 1992, pp. 139-165.
3232
Bartolomé Clavero, “Historia y antropología. Por una epistemología del derecho moderno” en Joaquín Cerdà y
Ruiz-Funes et Pablo Salvador-Coderch (eds), Seminario e historia del derecho y derecho privado. Nuevas técnicas de
investigación, Barcelona, Universidad Autónoma de Barcelona, 1985; Antonio M. Hespahna, Panorama historico da
cultura juridica europea, Lisboa, Cosmos, 1999.
3333
Ver Quaderni Storici, Nro. 88 (1), abril 1995; Nro. 89 (2), agosto 1995; Nro. 101 (2), 1999.
3434
Simona Cerutti, “Pragmatique et histoire. Ce dont les sociologues sont capables” en Annales ESC, Année 46, Nro. 6,
1991, pp. 1437-1445.
3535
Carlo Ginzburg, “Microstoria: due o tre cose che so di lei” en Quaderni Storici, Nro. 86 (2), 1994, pp. 511-539.
Entre sus trabajos más recientes véase: Carlo Ginzburg, No Island is an Island. Four Glances at English Literature in a
World Perspective, New York, Columbia University Press, 2000; Carlo Ginzburg, Rapporti di forza. Storia, retorica,
prova, Milano, Feltrinelli, 2000; Carlo Ginzburg, “‘Your country needs you’: a case study in political iconography” en
History Workshop Journal, automne, pp. 1-22.
3636
“En la evidencia etnográfica –directa o reelaborada– de rituales de transgresión funeraria, la distinción entre estos
niveles de interpretación está lejos de ser clara”. Al mismo tiempo, el papel de la comparación se vuelve esencial: “A
través de la comparación, se hace posible, en principio, reconstruir un significado que no es menos auténtico que el
encarnado en la experiencia vivida. Esto último no se reduce a la experiencia consciente ni a lo que dejó rastros en los
documentos”. Carlo Ginzburg, “Saccheggi rituali. Premessa a una ricerca in corso” en Quaderni Storici, Nro. 65 (2),
1987, p. 630. Con posterioridad el historiador italiano profundiza la temática en Carlo Ginzburg, Storia notturna. Una
decifrazione del sabba, Turin, Einaudi, 1989.
3737
Las diferentes concepciones de la experiencia constituyen un importante campo de confrontación. He encontrado en
V. Turner y E. Bruner reflexiones muy ricas de las posiciones expresadas por W. Dilthey. Lo discutí en un trabajo mío.
Victor W. Turner and Edward M. Bruner (ed.), The Anthropology of Experience, Urbana, University of Illinois Press,
1986; Simona Cerutti, “Le ‘linguistic turn’ en Angleterre. Notes sur un débat et ses censures” en Enquête, Nro. 5, 1997,
p. 125-140.
3838
Carlo Ginzburg, Occhiacci di legno. Nove riflessioni sulla distanza, Milan, Feltrinelli, 1998.
3939
Para justificar esta afirmación, Anderson se refiere a una cita de Celine encontrada al comienzo de El queso y los
gusanos: “Todo lo que es interesante está sucediendo en las sombras” (p. 223). La primera versión de este ensayo se
publicó en italiano en la revista Micromega, con una respuesta de Ginzburg que simplemente confirma la interpretación
de Anderson, refiriéndose al proverbio: “El significado de las cosas nunca está en su superficie”. Perry Anderson,
“Nocturnal enquiry: Carlo Ginzburg” en Perry Anderson, A Zone of Engagement, Londres, Verso, 1992, pp. 207-229;
Carlo Ginzburg, “Buone vecchie cose o cattive cose nuove” en Micromega, Nro. 3, 1991, pp. 225-229.
4040
Al respecto leer el prefacio de Carlo Ginzburg, Rapporti di forza… Op. Cit.
4141
Carlo Ginzburg, No Island is an Island…
4141
¿Corresponde al “demonio de los orígenes” o a la “obsesión embriogénica”? Para usar los propios términos de Marc
Bloch.
4242
Luc Boltanski Luc et Laurent Thevenot, Les économies de la grandeur, Paris, PUF, 1987.
4343
Carlo Ginzburg, “‘Your country needs you’: a case study in political iconography” en Op. Cit.
4444
Simona Cerutti, Procedura sommaria..., Op. Cit.

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