Antología Literaria para El Jardín Maternal

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ISPEI SARA C.

DE ECCLESTON

PRÁCTICAS DEL LENGUAJE I EN LA EDUCACIÓN INICIAL

ANTOLOGÍA DE RELATOS Y CUENTOS

PARA NIÑOS DE JARDÍN MATERNAL

Cátedra de la Prof.

Natalia Jáuregui Lorda


CUENTOS Y RELATOS PARA NIÑOS PEQUEÑOS

CON TODO MI CORAZÓN

Esta mañana, Polo, el pequeño oso polar, va a pescar al hielo.


Mientras está ocupado en sacar un pez del agua, llega un caribú.
-¡El agua está helada! -dice el caribú-. Ten cuidado: si te resfrías, tu
mamá se pondrá triste. Ya sabes que ella te quiere con todo su corazón.
Polo está confundido.
No entiende cómo su madre puede quererlo con todo su corazón.
“Tengo que preguntárselo”, se dice a sí mismo.
Y sale del agua para volver a casa.
En el camino de vuelta, tropieza con Pimpín, su amigo, el pequeño
pingüino.
-Apareces justo cuando más te necesito -dice Polo-. Quiero preguntarte
algo: tu mamá… ¿Cómo te quiere? ¿Te quiere con todo su corazón?
Pimpín reflexiona.
La imagen de su madre arropándolo entre sus alas le pasa por la cabeza
como un rayo.
-Mi mamá me quiere con sus alas -dice Pimpín-. ¡Son tan calentitas!
Un poco más lejos, Polo se encuentra con Lunares, la pequeña foca.
-Por cierto… -susurra Polo- ¿Sabrías decirme cómo te quiere tu
mamita?
-¡Ya lo creo que sí! -responde Lunares-. Mi mamá me quiere con sus
aletas. Y, créeme, ¡es muy divertido!
Polo está cada vez más confundido.
Continúa su camino y ve a Rayo de Luna, el cachorro de lobo blanco.
Enseguida le pregunta:
-Rayo de Luna, yo sé que quieres a tu mamá, pero dime… ¿cómo te
quiere ella a ti?
Rayo de Luna se queda muy sorprendido.
-¡Qué pregunta más graciosa! -le dice-. Mi respuesta es bien sencilla: mi
mamá me quiere con sus dientes.
Simplemente, me da mordisquitos… ¿Te lo muestro?
Pimpín, el pequeño pingüino, Lunares, la pequeña foca, y Rayo de
Luna, el cachorro de lobo blanco, siguen a Polo hasta su casa.
Cuando Polo encuentra a su madre, va a frotarse contra ella.
-¡Qué piel más suave…! -dice Polo-. ¿Eso significa que me quieres con
tu piel?
-Sí -responde ella-. Y con todo mi cuerpo.
-¿Con todo tu cuerpo? No entiendo -dice Polo-. Si me lo explicaras…
-Bien… con mis ojos, por ejemplo.
-¿Con tus ojos, mami?
-¡Claro que sí! Cuando te veo venir, soy tan feliz que mis ojos se
iluminan.
-Es cierto que brillan muy fuerte. Y tu nariz también brilla… ¿Es que
me quieres con tu nariz?
-Naturalmente. Cuando te abrazo, ¡hmm…hueles tan bien!
-Entonces, con tu boca… ¿también me quieres?

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-Sí. Me encanta mordisquearte.
-¿Y con tus patas?
-¡Claro! ¡Es estupendo hacerte cosquillas y levantarte por el aire! Y no te
olvides de mi espalda y de mi panza. Te lo digo otra vez: con todo mi
cuerpo, mi pequeño Polo… ¡Y con todo mi corazón!
Polo se acurruca junto a su madre. Ha sido un día muy largo, lleno de
sorpresas, y está agotado.
-¿Sabes, mami? -dice Polo-. Yo te quiero incluso con mi sueño.
Los ojos le pesan tanto que, muy pronto, se queda dormido y… una
gran sonrisa ilumina su cara.
“¡Ah! ¡Esto es querer con el sueño!”, piensa su madre mientras lo
acaricia.
“Creo que tú también, Polo, lo sabes muy bien.
¡Me quieres con todo tu corazón!”

Jean-Baptiste Baronian – Noris CERN

CUELLO DURO

-¡Aaay! ¡No puedo mover el cuello! -gritó de repente la jirafa Caledonia.


Y era cierto: no podía mover para un costado ni para el otro: ni hacia
adelante ni hacia atrás… Su larguísimo cuello parecía almidonado.
Caledonia se puso a llorar.
Sus lágrimas cayeron sobre una flor. Sobre la flor estaba sentada una
abejita.
-¡Llueve! -exclamó la abejita. Y miró hacia arriba.
Entonces vio a la jirafa.
-¿Qué te pasa? ¿Por qué estás llorando?
-¡Buaaa! ¡No puedo mover el cuello!
-Quédate tranquila. Iré a buscar a la doctora doña vaca.
Y la abejita salió volando hacia el consultorio de la vaca.
Justo en ese momento, la vaca estaba durmiendo sobre la camilla.
Al llegar al consultorio, la abejita se le paró en la oreja y…
-Bsss…Bsss…Bsss… -le contó lo que le pasaba a la jirafa.
-¡Por fin una que se enferma! -dijo la vaca, desperezándose-. Enseguida
voy a curarla.
Entonces se puso su delantal y su gorrito blanco, y fue a la casa de la
jirafa, caminando como una sonámbula sobre sus tacos altos.
-Hay que darle masajes -aseguró más tarde, cuando vio a la jirafa-, pero
yo sola no puedo. Necesito ayuda. Su cuello es muy largo.
Entonces bostezó: -¡Muuuuuuuaaa! -y llamó al burrito.
Justo en ese momento, el burrito estaba lavándose los dientes.
Sin tragar el agua del buche debido al apuro, se subió en dos patas
arriba de la vaca.
¡Pero todavía sobraba mucho cuello para masajear!
-Nosotros dos solos no podemos -dijo la vaca.
Entonces, el burrito hizo gárgaras y así llamó al cordero.

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Justo en ese momento, el cordero estaba mascando un chicle de
pastito. Casi ahogado por salir corriendo, se subió en dos patas arriba
del burrito.
¡Pero todavía sobraba mucho cuello para masajear!
-Nosotros tres solos no podemos -dijo la vaca.
Entonces, el cordero tosió y así llamó al perro.
Justo en ese momento, el perro estaba saboreando su cuarta copa de
sidra. Bebiéndola rapidito, se subió en dos patas arriba del cordero.
¡Pero todavía sobraba mucho cuello para masajear!
-Nosotros cuatro solos no podemos -dijo la vaca.
Entonces, al perro le dio hipo y así llamó a la gata.
Justo en ese momento, la gata estaba oliendo un perfume de pimienta.
Con la nariz llena de cosquillas, se subió en dos patas arriba del perro.
¡Pero todavía hay mucho cuello para masajear!
-Nosotros cinco solos no podemos -dijo la vaca.
Entonces, la gata estornudó y así llamó a don conejo.
Justo en ese momento, don conejo estaba jugando a los dados con su
coneja y sus conejitos. Por eso se apareció con la familia entera: su
esposa y los veinticuatro hijitos en fila. Y todos ellos se treparon ligerito,
saltando de la vaca al burrito, del burrito al cordero, del cordero al
perro y del perro a la gata. Después, don conejo se acomodó en dos
patas arriba de la gata. Y sobre don conejo se acomodó su señora y más
arriba -también uno encima del otro- los veinticuatro conejitos.
-¡Ahora sí los masajes! -gritó la vaca- ¿Están listos, muchachos?
-¡Sí, doctora! -contestaron los treinta animalitos al mismo tiempo.
-¡A la una… a las dos… a las tres!
Y todos juntos comenzaron a masajear el cuello de la jirafa Caledonia al
compás de una zamba, porque la vaca dijo que la música también era
un buen remedio para calmar dolores.
Y así fue como -al rato- la jirafa pudo mover su larguísimo cuello otra
vez.
-¡Gracias, amigos! -les dijo contenta-. Ya pueden bajarse todos.
Pero no, señor. Ninguno se movió de su lugar. ¡Les gustaba mucho ser
equilibristas!
Y entonces -tal como estaban, uno encima del otro-, la vaca los fue
llevando a cada uno para su casa.
Claro que los primeros que tuvieron que bajarse fueron los conejitos,
para que los demás no perdieran el equilibrio.
Después se bajó la gata; más adelante el perro, luego el cordero y, por
último, el burro.
Y la doctora vaca volvió a su consultorio, caminando muy oronda sobre
sus tacos altos. Pero no bien llegó, se quitó los zapatos, el delantal y el
gorrito blanco, y se echó a dormir sobre la camilla.
¡Estaba cansadísima!

Elsa Bornemann

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EL GARBANZO PELIGROSO

Un día, un garbanzo peligroso se cayó debajo de la cama. Hizo kec y


despertó a la pulga que vivía sobre el gato.
La pulga hizo bú y despertó al gato que se colgó de la soga de la
campana.
La campana hizo clin clon y despertó a las palomas azules.
Las palomas hicieron rucucú y despertaron a las gallinas. Las gallinas
hicieron cloqui y despertaron a la tía Sidonia para que les diera maíz.
Tía Sidonia hizo muaaa y despertó al ratón que duerme en su zapato. Y
el ratón tropezó con el garbanzo peligroso que estaba debajo de la cama.
-Kiii -dijo el ratón, y salió volando a contar a todos que debajo de la
cama había un garbanzo peligroso que, seguramente, estaba por
explotar como una bomba.
La pulga del gato, el gato, las palomas, las gallinas y tía Sidonia salieron
corriendo de la casa y se sentaron en la vereda de enfrente a esperar
que el garbanzo peligroso hiciera Buuum.
Pero Tía Sidonia estaba cansada de esperar, tapándose los oídos, tomó
una jaula y una escoba, y valientemente fue a cazar al garbanzo
peligroso.
Y lo cazó. Y lo encerró en la jaula.
-Un garbanzo peligroso debe de ser enterrado -dijo el gato.
Cavó apuradísimo un pocito y allí fue a parar el garbanzo. Las gallinas
taparon el pozo con las patas y las palomas con el pico.
Pero entonces el garbanzo peligroso comenzó a cantar como cantaban
los garbanzos cuando están bajo tierra.
Y cantando se puso a brotar y a crecer.
Llenó el patio de hojitas, de ramas que parecían serpentinas, de flores y
de vainas de garbanzos peligrosos, redondos, redondos que ahora sirven
a los chicos para contar en la escuela y para jugar a las bolitas.

Laura Devetach

MONIGOTE EN LA ARENA

La arena estaba tibia y jugaba a cambiar de colores cuando la soplaba


el viento. Laurita apoyó la cara sobre un montoncito y le dijo:
-Por ser tan linda y amarilla te voy a dejar un regalo- y con la punta del
dedo dibujó un monigote de arena y se fue.
Monigote quedó solo, muy sorprendido. Oyó cómo cantaban el agua y el
viento. Vio las nubes acomodándose una al lado de la otra para formar
cuadros pintados. Vio las mariposas azules que cerraban las alas y se
ponían a dormir sobre los caracoles.
-Hola -dijo monigote, y su voz sonó como una castañuela de arena.
El agua lo oyó y se puso a mirarlo encantada.
-Glubi glubi, monigote en la arena es cosa que dura poco -dijo
preocupada, y dio dos pasos hacia atrás para no mojarlo-. ¡Qué
monigote más lindo, tenemos que cuidarte!

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-¿Qué? ¿Es que puede pasarme algo malo? -preguntó monigote
tirándose de los botones como hacía cuando se ponía nervioso.
-Glubi, glubi, monigote en la arena es cosa que dura poco -repitió el
agua, y se fue a avisar a las nubes que había un nuevo amigo, pero que
se podía borrar.
-Flu flu -cantaron las nubes-, monigote en la arena es cosa que dura
poco. Vamos a preguntar a las hojas voladoras cómo podemos cuidarlo.
Monigote seguía tirándose los botones y estaba tan preocupado que ni
siquiera probó los caramelitos de flor de durazno que le ofrecieron las
hormigas.
-Crucri crucri -cantaron las hojas voladoras-, monigote en la arena es
cosa que dura poco. ¿Qué podemos hacer para que no se borre?
El agua tendió lejos su cama de burbujas para no mojarlo. Las nubes se
fueron hasta la esquina para no rozarlo. Las hojas no hicieron ronda.
La lluvia no llovió. Las hormigas hicieron otros caminos.
Monigote se sintió solo solo solo.
-No puede ser -decía con su vocecita de castañuela de arena-, todos me
quieren, pero porque me quieren se van. Así no me gusta.
Hizo "cla cla cla" para llamar a las hojas voladoras.
-No quiero estar solo -les dijo-, no puedo vivir lejos de los demás, con
tanto miedo. Soy un monigote de arena. Juguemos, y si me borro, por lo
menos me borraré jugando.
-Crucri crucri -dijeron las hojas voladoras sin saber qué hacer.
Pero en eso llegó el viento y armó un remolino.
-¿Un monigote de arena? -silbó con alegría-, monigote en la arena es
cosa que dura poco. Tenemos que hacerlo jugar.
"Cla cla cla" hizo monigote porque el remolino era como una calesita.
Las hojas voladoras se colgaron del viento para dar vueltas.
El agua se acercó tocando su piano de burbujas.
Las nubes bajaron un poquito, enhebradas en rayos de sol.
Monigote jugó y jugó en medio de la ronda dorada, y rió hasta el cielo
con su voz de castañuela.
Y mientras se borraba siguió riendo, hasta que toda la arena fue una
risa que juega a cambiar de colores cuando la sopla el viento.

Laura Devetach

PURO CUENTO DEL CARACOL BÚ

Cuando el caracol Bú se cansó de su casita que parecía un cucurucho,


se la sacó y la dejó sobre una piedra. Una piedra de cuento, de un
jardín de cuento, donde todo es puro cuento.
Ese día el jardín redondo tenía un sol de girasol y tres nubes de ovejitas
blancas. Bú salió contento a buscar una casa nueva.
Debajo de un pastito encontró un grano de maíz amarillo, panzoncito y
con nariz blanca.
–¡Qué grano tan pupipu! –dijo, y se lo puso para que fuera su casa.

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Bú probaba su casa nueva por los canteros. Iba muy tranquilo,
caminando como caminan los caracoles, que es más despacito que no
sé qué, cuando saltó el sapo y lo saludó:
–¡Adiós, señora lombriz con un maíz arriba!
–¡Colelo! –contestó Bú muy ofendido, con los cuernos un poquito
colorados.
Y siguió probando su casita nueva. Después lo vio el grillo y le dijo:
–¡Adiós, señor tallarín con un maíz arriba!
–¡Colelo! –contestó Bú con los cuernos más colorados todavía.
Y siguió paseando por la hierbabuena que tenía olor verde y mucha
pelusita. Después se encontró con la tortuga, que lo saludó:
–¡Adiós, señor piolín con un maíz arriba!
–¡Colelo! –contestó Bú con los cuernos coloradísimos.
Y para que no lo confundieran más con lombrices, tallarines o piolines
con un maíz arriba, se sacó el maíz y lo guardó para adorno. Se puso a
buscar otra casa.
Se probó una cáscara de maní, pero el balcón lo tapaba entero y no
podía sacar los cuernos al sol de girasol.
Después probó un pedacito de tiza que parecía una torre. Pero no le
gustó porque no tenía campanas ni pajaritos.
Después un botón que dejaba pasar el viento. Y un papelito que se voló.
Y una hoja seca que hacía mucho ruido.
Y un jazmín cabeza para abajo.
Y una cáscara de nuez patas para arriba.
Y una caja de fósforos grande como un chanchito.
Y así, Bú dio la vuelta al jardín redondo.
Por fin, sobre una piedra, vio su cucurucho blanco que le gustó otra vez
y se lo puso.
–¡Col col! –dijo muy contento.
El cucurucho no le quedaba ni chico, ni grande, ni puntiagudo.
Entonces se lo dejó puesto. Y en la punta lo adornó con el grano de
maíz.
Cuenta el cuento del jardín redondo que cuando brilla la luna de
pastilla de naranja, Bú sale a pasear. Los bichitos lo saludan:
–¡Adiós, caracol con un maíz arriba!
Y Bú contesta: ¡Col col!
Está muy contento paseando su casa, que se pone y se saca, porque,
después de todo, ¿a quién no le gusta ponerse y sacarse su casa alguna
vez?

Laura Devetach

6
EL DUENDE DE LOS SUEÑOS

El reloj de la torre dio sus campanadas y las últimas luces se fueron


apagando en las ventanas una a una como fosforitos, y las puertas al
cerrarse se saludaban con un amistoso “hasta mañana vecina”… El
barrio se quedó dormido entre el canto de los grillos.
Entonces, por la esquina del buzón, ágil como una ardilla, apareció la
conocida silueta de Pascualito.
Pascualito, el duende que todas las noches recorre las calles con una
bolsa llena de sueños para repartir entre los chicos.
Avanza alumbrándose el camino con una luciérnaga. Lo hace
lentamente porque los sueños son muchos y le pesan.
De pronto, pasa por la puerta de una juguetería y allí se detiene al ver,
junto a la puerta, algo que le llama la atención.
“¿A ver…? ¿Qué será esto que ha quedado aquí en el suelo…?”
Trabajosamente levanta una armazón de cañitas unidas con papeles
finitos de colores.
“¡Oh… es un barrilete!, exclama sorprendido. ¡Seguro que se ha
escapado de la vidriera!”.
Lo revisa con curiosidad, lo mira por un lado y por el otro y…
“¡Qué lástima! Está roto aquí, aquí y aquí…” -dice, mientras va
señalando con sus dedos de duende las rajaduras del papel en el
cordón de la vereda pensando la manera de arreglarlo. ¡En eso se
acuerda!
Mete la mano en uno de los bolsillos de su saquito y saca un puñado de
envoltorios de caramelos todos arrugados. Los estira lo más que puede.
Los moja en el charquito de agua que lleva en el otro bolsillo y los va
pegando como estampillas sobre cada rotura. Unos sobre el papel, otros
sobre las cañitas y… ¡Listo! Queda como nuevo.
Luego, de adentro de su sombrerito, saca un carretel de hilo. Ata
cuidadosamente el barrilete al extremo de una hebra larga, muy larga,
¡larguísima! Y lo lanza contra el viento nocturno que ya ha empezado a
pasear por las calles.
Después comienza a correr. Y corre, corre por la ciudad hasta que el
barrilete se remonta como un pájaro de colores y con él, Pascualito
vuela sobre los techos de las casas, sobre las azoteas, sobre las
terrazas…
En cada chimenea suelta un puñadito de bostezos azules.
Y esa noche, todos los chicos de aquella ciudad soñaron que
remontaban grandes barriletes por el cielo estrellado. Barriletes
adornados con papelitos de caramelos, como estampillas de países
lejanos.

Marta Giménez Pastor

7
UNA TORRE DE CARACOLES

Éste es el cuento del caracol que se pasaba la noche mirando el cielo y


quejándose:
-¡Qué pena no poder ver a las estrellas de cerca!
Un día de verano se le ocurrió la idea de formar con todos los caracoles
del mundo una torre tan alta que llegara al cielo. Se lo dijo a los que
estaban cerca, y les mandó telegramas a los que estaban lejos.
De todos los países llegaron caracoles en barcos, en aviones, en trenes,
y a la noche se reunieron en medio de un campo.
Fueron subiendo uno sobre otro hasta formar una torre. El que quería
ver a las estrellas de cerca y que tenía que ser el último en subir no
tuvo fuerzas para llegar. Por suerte, pudo agarrarse de la cola de un
barrilete que lo llevó hasta lo más alto de la torre.
-¡El cielo sigue quedando muy lejos! -dijo cuando llegó.
Todos empezaron a cansarse, y la torre se movió.
-¡Nos caemos! -gritaron.
-¡Estoy en el aire! -se asustó uno.
Pero la torre no se cayó.
De pronto, una estrella bajó hasta el caracol que quería verla de cerca.
Tocó con una punta su cabecita y después subió al cielo.
La torre de caracoles se deshizo y se fueron todos.
Hay muchos caracoles parecidos, pero el que fue tocado por la estrella
es fácil de reconocer porque de noche es el único que da luz.

María Granata

CHOCO ENCUENTRA UNA MAMÁ

Choco era un pájaro muy pequeño que vivía a solas. Tenía muchas
ganas de conseguir una mamá, pero ¿quién podría serlo?
Un día decidió ir a buscar una.
Primero se encontró con la señora Jirafa.
—¡Señora Jirafa! -dijo-. ¡Usted es amarilla como yo! ¿Es usted mi
mamá?
—Lo siento -suspiró la señora Jirafa-. Pero yo no tengo alas como tú.
Choco se encontró después con la señora Pingüino.
—¡Señora Pingüino! -exclamó-. ¡Usted tiene alas como yo! ¿Será que
usted es mi mamá?
—Lo siento -suspiró la señora Pingüino-. Pero mis mejillas no son
grandes y redondas como las tuyas.
Choco se encontró después con la señora Morsa.
—¡Señora Morsa! -exclamó-. Sus mejillas son grandes y redondas como
las mías. ¿Es usted mi mamá?
—¡Mira! -gruñó la señora Morsa-. Mis pies no tienen rayas como los
tuyos, así que, ¡no me molestes!
Choco buscó por todas partes, pero no pudo encontrar una madre que
se le pareciera.

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Cuando Choco vio a la señora Oso recogiendo manzanas, supo que ella
no podía ser su madre. No había ningún parecido entre él y la señora
Oso.
Choco se sintió tan triste que empezó a llorar:
—¡Mamá, mamá! ¡Necesito una mamá!
La señora Oso se acercó corriendo para averiguar qué le estaba
pasando. Después de haber escuchado la historia de Choco, suspiró:
—¿En qué reconocerías a tu madre?
—¡Ay! Estoy seguro de que ella me abrazaría -dijo Choco entre sollozos.
—¿Así? -preguntó la señora Oso. Y lo abrazó con mucha fuerza.
—Sí..., y estoy seguro de que también me besaría -dijo Choco.
—¿Así? -preguntó la señora Oso, y alzándolo le dio un beso muy largo.
—Sí..., y estoy seguro de que me cantaría una canción y de que me
alegraría el día.
—¿Así? -preguntó la señora Oso. Y entonces cantaron y bailaron.
Después de descansar un rato, la señora Oso le dijo a Choco:
—Choco, tal vez yo podría ser tu madre.
—¿Tú? -preguntó Choco.
—Pero si tú no eres amarilla. Además no tienes alas, ni mejillas grandes
y redondas. ¡Tus pies tampoco son como los míos!
—¡Qué barbaridad! -dijo la señora Oso-. ¡Me imagino lo graciosa que me
vería!
A Choco también le pareció que se vería muy graciosa.
—Bueno -dijo la señora Oso-, mis hijos me están esperando en casa. Te
invito a comer un pedazo de pastel de manzana. ¿Quieres venir?
La idea de comer pastel de manzana le pareció excelente a Choco.
Tan pronto como llegaron, los hijos de la señora Oso salieron a
recibirlos.
—Choco, te presento a Hipo (hipopótamo), a Coco (cocodrilo) y a
Chanchi (cerdo). Yo soy su madre.
El olor agradable a pastel de manzana y el dulce sonido de las risas
llenaron la casa de la señora Oso.
Después de aquella pequeña fiesta, la señora Oso abrazó a todos sus
hijos con un fuerte y caluroso abrazo de oso, y Choco se sintió muy feliz
de que su madre fuera tal y como era.

Keiko Kasza

AL AGUA, PATATÚS

Hubo una vez un día de verano. Hacía mucho calor. Por eso, lo más
razonable era darse un buen remojón.
-¡Al agua, patos! –exclamó la mamá.
Y todos los patitos patalearon de alegría. Fueron tropezando hasta la
orilla, y luego se zambulleron en el estanque.
Todos, menos Patatús.
Mientras los demás se bañaban, él se quedó sentado abrazadito a su
toalla.
-¡Al agua, patos! –insistió la mamá, haciendo señas mojadas a Patatús.

9
Llamó y llamó. Pero Patatús tenía las plumas de punta. Las pestañas le
temblaban. Tenía tanto miedo, tanto miedo, que no podía decir ni
“cuac”.
-¡Al agua, patos! –ordenó el papá, agarrando a Patatús por el pico.
Tiró y tiró, pero Patatús no se movió. Estaba completamente patitieso.
Tenía tanto miedo, tanto miedo, que parecía una estatua.
-¡Al agua, patos! –chillaron los hermanos, salpicando a Patatús.
Se burlaron y se burlaron, pero Patatús no se enojó. Ni siquiera los
escuchó. Tenía tanto miedo, tanto miedo, que casi se puso a llorar.
Al fin, la mamá, el papá y los hermanitos se olvidaron de él.
Chapotearon, bucearon, jugaron con los flotapatos. Y se divirtieron un
montón de veces.
Patatús levantó su toalla y se fue caminando despacito.
-A todos los patos les gusta el agua -suspiró-, menos a mí.
Tenía tanto miedo, tanto miedo, que jamás iba a poder atravesar el
estanque.
Pero Patatús era muy inteligente, así que, mientras paseaba, se le
ocurrió una brillante idea.
Pasó todo el día juntando ramitas en el bosque. Después, las ató con los
juncos más largos que encontró. Las pintó con moras salvajes… Y, en
un momento, tuvo preparado un precioso bote impermeable. Arrastró
su invento hasta el agua. Se metió adentro y remó hacia donde
nadaban los demás.
-¡A bordo, patos! –invitó, con una sonrisa de felicidad.
Pero ni la mamá ni el papá ni los hermanitos quisieron subir.
Los barcos les daban tanto miedo, tanto miedo…

Gabriela Keselman

¿CUÁNDO VIENE PAPÁ?

Osvaldo en seguida supo que había llegado la primavera.


No lo adivinó por el pantalón de flores que se puso su mamá. Ni
tampoco porque le entraron ganas de hacer travesuras.
Supo que había llegado la primavera porque su papá tomó la mochila
para ir a recolectar frutillas salvajes.
De todos modos, saltando detrás de él, preguntó:
-¿Adónde vas?
-A recolectar frutillas salvajes… –respondió su papá, con prisa.
Se le hacía tarde y todavía tenía tanto que preparar…
Abrió la bolsa. Metió un pijama enorme y un cepillito para los dientes.
Luego guardó un jarabe para los estornudos y un espanta-mariposas
cariñosas.
Después, agarró un mapa especial para no perderse y las llaves de la
cueva.
Osvaldo seguía a su papá de aquí para allá. Hasta que, por fin, papá
oso dijo adiós con la mano y emprendió el camino.
El pequeño osito también dijo adiós con la mano y se quedó mirando
cómo se alejaba.

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Entonces, ocurrió algo muy extraño.
La bici de Osvaldo se fue rodando detrás de papá oso. Y se introdujo en
la mochila, tocando la bocina. Los patines y la hamaca volaron y
cayeron dentro de la bolsa. La pelota de fútbol, el libro de cuentos y el
guardabosque de peluche, también.
Osvaldo estaba tan asombrado que no podía ni cerrar la boca.
Su árbol de trepar, su roca de jugar al escondite y su hormiguero
preferido… Todas las cosas se marchaban. Desaparecían junto a su
papá.
Osvaldo intentó detener su tazón de leche (en el que decía OSVALDO),
su cuchara pringosa de miel y hasta las espinacas (que no le gustaban).
Pero no hubo manera.
La gorra que había perdido el jueves apareció, y salió disparada por el
camino. Sus medias de ver la tele fueron las siguientes. Y la tele
también se esfumó.
La mochila de papá se tragó el Sol, las estrellas y las lamparitas de
pilas.
No quedó nada. Osvaldo no podía comer, ni jugar, ni siquiera podía
portarse mal. Con el corazón inquieto, fue a buscar a su mamá.
-¿Cuándo viene papá? –le preguntó.
-Cuando los lobos aúllen veinte veces –contestó la mamá osa,
sonriendo.
Así que Osvaldo se puso a contar aullidos. Pero después del número
cinco se durmió. Cuando se despertó, tiró con insistencia del delantal
de su mamá. Y volvió a preguntar un poco más alto:
-¿Cuándo viene papá?
-Cuando la Luna se ponga redonda como un globo de cumpleaños –dijo
la mamá osa, acariciándole la cabeza.
Así que Osvaldo se acostó sobre el césped a observar el cielo. Pero la
Luna parecía una galleta mordida. Y al día siguiente era como un
cruasán escuchimizado. Y al otro, como una pestaña de jirafa.
Entonces, se levantó y fue a ver a su mamá.
-¿Cuándo viene papá? –gruñó con impaciencia.
-Cuando una ciruela madura de aquel árbol caiga justo encima de tu
nariz –dijo la mamá osa con toda seguridad.
Así que Osvaldo se plantó debajo de las ramas del ciruelo. Cerró los ojos
por si la fruta le salpicaba. Y esperó.
Pero pronto se aburrió y volvió a insistir.
-¿CUÁNDO VIENE PAPÁ? –chilló nervioso.
-¿Cuándo viene papá? –gimió preocupado.
-¿Cuándo viene papá? –lloriqueó triste.
-¿Cuándo viene papá? –susurró casi en silencio.
Se sentó en medio del sendero y apoyó la oreja en el suelo. Entonces,
escuchó un ruido conocido. Eran las pisadas de un oso grande que se
acercaba.
Osvaldo divisó a su papá que regresaba a casa. Y en ese preciso
momento, los lobos aullaron veinte veces, la Luna engordó y una ciruela
madura se espachurró contra su hocico.

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El osito dio un salto y corrió a recibirlo. Se abrazó muy fuerte a sus
rodillas y exclamó contento:
-¡Ha venido papá!
Y entonces, ocurrió algo muy extraño. Las lamparitas de pilas, las
estrellas y el Sol aparecieron de golpe. Luego lo hicieron la tele y las
medias de ver la tele, y la gorra perdida el jueves y las espinacas
(aunque no le gustaban), y la cuchara pringosa de miel y el tazón de
leche (en el que decía OSVALDO), y su hormiguero preferido y la roca de
jugar al escondite y el árbol de trepar.
Por fin, de la bolsa salieron el guardabosque de peluche, el libro de
cuentos, la pelota de fútbol, la hamaca y los patines. Y la bici, tocando
la bocina.
Cada cosa volvió a su sitio. Y Osvaldo se quedó tan asombrado que no
pudo ni cerrar la boca.
El papá oso lo levantó, le dio mil besos y lo sentó sobre sus hombros.
Mientras lo llevaba trotando hacia la cueva, se disculpó:
-¡Ay, mi osito querido!... No he tenido tiempo de buscar un regalo para
ti. Pero si hubiese podido, te habría traído el mundo entero.

Gabriela Keselman

EL POZO DE LOS DESEOS

Una ratita se encontró un día con un pozo de los deseos.


–¡Ahora, todos mis deseos podrán cumplirse! –exclamó.
Tiró una moneda dentro del pozo y pidió un deseo:
–¡Ay! –gritó el pozo.
Al día siguiente, la ratita volvió al pozo.
Tiró una moneda dentro del pozo y pidió otro deseo.
–¡Ay! –gritó el pozo.
Al día siguiente, la ratita volvió de nuevo.
Tiró otra moneda al pozo y dijo:
–Quiero que este pozo no diga nunca más ay.
–¡Ay, cómo me duele! –gritó el pozo.
–¿Qué podría hacer? Así, mis deseos nunca se cumplirán –se lamentó la
ratita.
La ratita corrió a casa y tomó la almohada de su cama.
–¡Esto podría servirme! –dijo. Y regresó corriendo al pozo.
La ratita tiró la almohada al pozo. Después, tiró una moneda al pozo y
formuló un deseo.
–¡Ah, esto está mucho mejor! –dijo el pozo.
–¡Bien! Ahora puedo empezar a pedir deseos –dijo la ratita.
Y desde aquel día, la ratita pidió muchos deseos al pozo. Y todos se
cumplieron.

Arnold Lobel

12
NUBES

Un ratoncito salió a pasear con su madre. Subieron a la cima de una


montaña y miraron al cielo.
–¡Mirá, se ven figuras en las nubes! –dijo la madre.
El ratoncito y su madre vieron muchas figuras.
Vieron un castillo…
…un conejo…
…un ratón…
–Voy a juntar unas flores –dijo la madre.
–Yo me quedaré aquí mirando las nubes –dijo el ratoncito.
El ratoncito vio en el cielo una gran nube, que se hizo más y más
grande.
La nube se convirtió en un gato. El gato se acercaba cada vez más al
ratoncito.
–¡Socorro! –gritó el ratoncito. Y se echó a correr hacia su madre.
–¡Hay un gato enorme en el cielo! ¡Tengo miedo! –lloriqueó el ratoncito.
Su madre miró al cielo y dijo:
–No te asustes. ¿Ves? El gato se ha convertido otra vez en nube.
El ratoncito vio que era cierto y se quedó más tranquilo. Ayudó a su
madre a recoger flores, pero no volvió a mirar al cielo en toda la tarde.

Arnold Lobel

RATÓN MUY ALTO Y RATÓN MUY BAJO

Había una vez un ratón muy alto y un ratón muy bajo que eran buenos
amigos.
Cuando se encontraban, Ratón Muy Alto decía:
–¡Hola, Ratón Muy Bajo!
Y Ratón Muy Bajo decía:
–¡Hola, Ratón Muy Alto!
Los dos amigos solían pasear juntos.
Cuando paseaban, Ratón Muy Alto decía:
–¡Hola, pájaros!
Y Ratón Muy Bajo decía:
–¡Hola, hormigas!
Cuando pasaban por un jardín, Ratón Muy Alto decía:
–¡Hola, flores!
Y Ratón Muy Bajo decía:
–¡Hola, raíces!
Cuando pasaban delante de una casa, Ratón Muy Alto decía:
–¡Hola, tejado!
Y Ratón Muy Bajo decía:
–¡Hola, sótano!
Un día los pescó una tormenta. Ratón Muy Alto dijo:
–¡Hola, gotas de lluvia!
Y Ratón Muy Bajo dijo:
–¡Hola, charcos!

13
Corrieron a casa para resguardarse.
–¡Hola, techo! –dijo Ratón Muy Alto.
–¡Hola, suelo! –dijo Ratón Muy Bajo.
Pronto pasó la tormenta. Los dos amigos se acercaron a la ventana.
Ratón Muy Alto aupó a Ratón Muy Bajo para que pudiese ver.
Y los dos juntos dijeron:
–¡Hola, arco iris!

Arnold Lobel

EL VIAJE

Había una vez un ratón que quería visitar a su madre. Así que compró
un coche y se dirigió a casa de su madre. Condujo y condujo y…
condujo hasta que el coche se rompió.
Pero a un lado de la ruta había una persona que vendía patines. Así que
el ratón compró un par de patines y se los puso. Patinó y patinó y
patinó hasta que las ruedas se soltaron.
Pero a un lado de la ruta había una persona que vendía botas. Así que
el ratón compró unas botas y se las puso. Caminó y caminó y caminó
hasta que las botas… se agujerearon.
Pero a un lado de la ruta había una persona que vendía zapatillas. Así
que el ratón compró un par de zapatillas. Se puso las zapatillas y corrió
y corrió y corrió hasta que las zapatillas se gastaron. Entonces se los
quitó y caminó, caminó y caminó hasta que los pies se le lastimaron
tanto que no pudo seguir andando.
Pero a un lado de la ruta había una persona que vendía pies. Así que el
ratón se quitó sus viejos pies y se puso unos nuevos. Y así anduvo
hasta llegar a casa de su madre.
Cuando llegó, su madre se alegró mucho de verlo. Lo abrazó… y le dio
un beso y le dijo:
–¡Hola, hijo! ¡Qué bien te encuentro y qué pies nuevos tan bonitos
tienes!

Arnold Lobel

UN BOTÓN PERDIDO

Sapo y Sepo se fueron a dar un largo paseo.


Caminaron por un extenso prado.
Caminaron por el bosque.
Caminaron a lo largo del río.
Al final volvieron a casa, a la casa de Sepo.
-¡Ah, maldición! -dijo Sepo-. No sólo me duelen los pies, sino que he
perdido un botón de la chaqueta.
-No te preocupes -dijo Sapo-. Volveremos a todos los sitios por donde
anduvimos. Pronto encontraremos tu botón.
Volvieron al extenso prado. Empezaron a buscar el botón entre la hierba
alta.

14
-¡Aquí está tu botón! -gritó Sapo.
-Ése no es mi botón -dijo Sepo-. Ese botón es negro. Mi botón era
blanco.
Sepo se metió el botón negro en el bolsillo.
Un gorrión bajó volando.
-Perdona -dijo el gorrión-. ¿Has perdido un botón? Yo encontré uno.
-Ése no es mi botón -dijo Sepo-. Ese botón tiene dos agujeros. Mi botón
tenía cuatro agujeros.
Sepo se metió el botón de dos agujeros en el bolsillo.
Volvieron al bosque y miraron por los oscuros senderos.
-Aquí está tu botón -dijo Sapo.
-Ése no es mi botón -dijo Sepo-. Ese botón es pequeño. Mi botón era
grande.
Sepo se metió el botón pequeño en el bolsillo.
Un mapache salió de detrás de un árbol.
-He oído que estaban buscando un botón -dijo-. Aquí tengo uno que
acabo de encontrar.
-¡Ése no es mi botón! -se quejó Sepo-. Ese botón es cuadrado. Mi botón
era redondo.
Sepo se metió el botón cuadrado en el bolsillo.
Sapo y Sepo volvieron al río.
Buscaron el botón en el fango.
-Aquí está tu botón -dijo Sapo.
-¡Ése no es mi botón! -gritó Sepo-. Ese botón es fino. Mi botón era
gordo.
Sepo se metió el botón fino en el bolsillo. Estaba muy enfadado.
Saltaba sin parar y chillaba:
-¡El mundo entero está cubierto de botones y ninguno es el mío!
Sepo se fue corriendo a casa y dio un portazo.
Allí, en el suelo, vio su botón blanco, con cuatro agujeros, grande,
redondo y gordo.
-¡Oh! -dijo Sepo-. Estuvo aquí todo el tiempo. Cuántas molestias le he
causado a Sapo.
Sepo sacó todos los botones del bolsillo. Tomó la caja de costura de la
repisa.
Sepo cosió los botones por toda la chaqueta.
Al día siguiente, Sepo le dio su chaqueta a Sapo. Sapo pensó que la
había dejado preciosa.
Se la puso y saltó de alegría.
No se cayó ni un botón.
Sepo los había cosido muy bien.

Arnold Lobel

15
UNA MONTAÑA PARA PANCHO

Había una vez un elefante chiquito que se llamaba Pancho.


En el lugar donde Pancho vivía, había pasto, algunos árboles y muchas
familias de animales. Pero ninguno tan grande como Pancho.
Cuando Pancho estaba aburrido, su mamá lo mandaba a jugar con las
jirafas.
Pero ellas eran estiradas y elegantes. No les gustaba tirarse en la tierra
como a él.
Otro día, mamá Elefanta lo mandaba a jugar con el hipopótamo.
Pero Hipo era demasiado vago para jugar con Pancho y sólo quería
sumergirse en el agua a dormir la siesta.
-Mami, ¿qué hago? -preguntaba Pancho.
Y doña Elefanta se tapaba sus enormes orejas para no escucharlo más.
Una tarde, el abuelo de Pancho le contó que, muy lejos de allí, existían
unos inmensos montones de tierra llamados montañas.
-¿Son más grandes que nosotros las montañas? -preguntó Pancho,
entusiasmado.
-Sí, mucho más grandes -le respondió su abuelo.
Desde ese día comenzó a pensar cada vez más y más en subir a una
montaña y mirar el mundo desde lo alto.
Cuando creció y se puso tan grande como su papá, se despidió de todos
y se fue a buscar su montaña soñada.
Caminó, caminó y caminó, hasta que sus ojos se toparon con un
montón de tierra que subía casi hasta el cielo.
Contentísimo, Pancho empezó a subir.
Pero sólo llevaba un corto trecho cuando dio un resbalón y, rodando,
rodando, se encontró nuevamente al pie de la montaña.
Dos enormes lagrimones cayeron de sus ojitos.
Entonces un sapo que por ahí pasaba le dijo:
-¿Por qué lloras, gigantón?
-Quiero subir a la montaña y no puedo.
-Creo que es porque estás muy gordo y pesado -le dijo el sapo, y se fue
saltando.
Entonces Pancho decidió bajar de peso.
Durante una semana comió sólo algunos pastitos, hasta que su panza
casi desapareció.
Entonces decidió intentarlo de nuevo.
Subió, subió y subió, pero las fuerzas no le alcanzaban para seguir y
tuvo que sentarse un rato. Así fue resbalando por la ladera hasta estar
otra vez al pie de la montaña.
Dos enormes lagrimones se asomaron a sus ojos.
-¿Por qué lloras? -le preguntó una hormiga que por ahí pasaba.
-Quiero subir a la montaña y no puedo.
-Estás muy flaco. Creo que las fuerzas no te alcanzan -le dijo la
hormiga, y siguió su camino.
Enojado por no poder subir a la montaña, Pancho se comió un arbusto
entero y se acostó para dormir su siesta de panza llena.
Un ratoncito que por ahí pasaba lo vio y pensó:

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-Qué enorme montaña gris. Siempre quise subir una montaña como
ésta.
Y trepando por la cola de Pancho, llegó hasta el lomo. Allí se puso a
mirar el mundo desde lo alto.
En ese mismo momento, Pancho se despertó porque algo le hacía
cosquillas en su lomo. Se puso de pie y el ratoncito sintió que el piso se
movía.
-¡¡Socorro!! -gritó el ratón, y cayó rodando, rodando.
-Me caí de la montaña -protestó el ratón.
Y Pancho le dijo:
-Yo también.
Después se contaron historias de montañas y de caídas. Así se hicieron
amigos y juntos miraron el mundo, cada uno desde su altura.

Margarita Mainé
¿DÓNDE ESTÁS, CARABÁS?

Pollito Amarillo picoteaba entre la hierba buscando ricas semillas.


De pronto se encontró con Carabás, un escarabajo marrón y reluciente
como los caramelos de café, que le dijo:
–Hola.
–Hola –contestó Pollito Amarillo. Y se quedó mirando cómo el escarabajo
trepaba por una planta de repollo y se sentaba sobre una hoja. Allí
sentado miró a Pollito Amarillo de arriba abajo, del pico a las patitas, de
las patitas al pico y le preguntó:
–¿Dónde vivís?
–En el gallinero.
–¿Al aire libre?
–Nooo. El gallinero tiene un techo que nos protege del frío, del calor, del
viento y de la lluvia pero, además, nos metemos debajo de las plumas
de mi mamá para estar más calentitos. Y vos ¿también te metés debajo
de las plumas de tu mamá?
–¡Nooo! Mi mamá no tiene plumas.
–Y, entonces, ¿dónde vivís?
–¡A que no adivinás!
–Adivinar, ¿cómo?
–Tapate los ojos, yo me escondo en mi casita y vos me buscás.
Pollito Amarillo se tapó los ojos con las alitas y esperó a que Carabás le
gritara: “¡Ya está!”.
Entonces empezó a buscar y buscar mientras preguntaba:
–¿Dónde estás, Carabás? ¿Dentro de esta flor?
–No, esa es la casa del grillo.
–¿Dentro del hueco de este árbol?
–No, esa es la casa de la ardilla.
–¿Dentro de esta cascarita redonda?
–No, esa es la casa del caracol.
–¡Ya sé! Ahí hay un nido muy chiquito. ¡Esa es tu casita! –dijo Pollito
Amarillo.

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–Nooo, esa es la casa del gorrión. ¿Cómo haría yo para llegar tan alto?
Buscá, buscá, pero no tan arriba.
–No quiero, me cansé –dijo el pollito un poco enojado.
–¿Querés que te ayude? –lo animó Carabás.
–Bueno, si me ayudás te sigo buscando. Primero… en el charquito.
–Frío, frío –dijo Carabás.
–Entonces… ¿detrás de la piedra marrón?
–Tibio, tibio –respondió Carabás.
–¡Debajo del montón de hojas secas! –exclamó Pollito Amarillo mientras
corría ligero, ligero en esa dirección.
–¡Caliente! –gritó Carabás entusiasmado.
–Aquí hay un agujerito en la tierra. Carabás, ¿estás aquí?
–¡Síii, aquí estoy! ¡Esta es mi casita!
Pollito Amarillo descubrió que Carabás y su familia vivían en una
cuevita dentro de la tierra. Ahí el frío, el calor, el viento y la lluvia
tampoco entraban porque tenía un portón de hojas y la tierra seca y
blanda era tan calentita como las plumas de su mamá.

Paulina Martínez

¿QUÉ SE PONDRÁ OSITO?

-¡Qué frío! -dijo mamá Osa-. Mira la nieve, Osito.


-Mamá Osa, tengo frío -dijo Osito.
-Vete, frío -dijo mamá Osa-, que mi Osito es mío.
Mamá Osa cosió algo para Osito.
-Mira, Osito -le dijo-. Tengo algo para ti.
-¡Qué bien! -dijo Osito.
-Es un gorro para el frío.
-¡Qué bien, qué bien, qué bien! -dijo Osito-. ¡Fuera, frío, que mi gorro es
mío!
Osito volvió a casa.
-¿Qué te pasa, Osito?
-Tengo frío -dijo Osito.
-Vete, frío -dijo mamá Osa-, que mi Osito es mío.
Mamá Osa cosió otra cosa para Osito.
-Mira, Osito -le dijo-. Tengo algo para ti.
-¡Qué bien, un abrigo para el frío! -dijo Osito-. ¡Fuera, frío, que el abrigo
es mío!
Y se fue a jugar.
Osito volvió a casa otra vez.
-¿Qué te pasa, Osito?
-Tengo frío -dijo Osito.
-Vete, frío -dijo mamá Osa-, que mi Osito es mío.
Entonces mamá Osa cosió otra cosa para Osito.
-Mira, Osito -le dijo-. Tengo algo para ti. Póntelo y no tendrás frío.
-Qué bien, qué bien, qué bien! -dijo Osito-. ¡Un pantalón para la nieve!
¡Fuera, frío, que el pantalón es mío!
Y Osito se fue a jugar.

18
Osito volvió a casa otra vez.
-¿Qué te pasa, Osito?
-Tengo frío -dijo Osito.
-Vete, frío -dijo mamá Osa-, que mi Osito es mío.
-Osito mío -dijo mamá Osa-, tienes un gorro, tienes un abrigo, tienes un
pantalón para la nieve. ¿Quieres tener también un abrigo de piel?
-¡Sí! -dijo Osito-. Quiero también un abrigo de piel.
Entonces mamá Osa le quitó el gorro, el abrigo, el pantalón para la
nieve y le dijo:
-¡Ea! Ya tienes abrigo de piel…
-¡Qué bien, qué bien, qué bien! -dijo Osito-. ¡Ya tengo un abrigo de piel!
Ahora ya no tendré frío.
Y, efectivamente, ya no tuvo frío.
¿Qué les parece?
Else Minarik

EL AUTO DE ANASTASIO

Anastasio tenía un auto amarillo con las ruedas rojas.


Corría ligerito por los caminos del campo.
–¿Puedo subir? –preguntó un hipopótamo vestido de domingo.
–Sí, podés –dijo Anastasio–. Voy a hacerte un lugarcito.
Y siguieron andando.
–¿Puedo subir? –pidió un oso hormiguero con sombrero de paja y
guitarra al hombro.
–Sí, podés –dijo Anastasio–. Vamos a hacerte un lugarcito.
Y siguieron andando.
–¿Podemos subir? –preguntaron dos zorros mochileros.
–Sí, pueden. Vamos a hacerles un lugarcito.
Y siguieron andando.
–¿Podemos subir? –preguntó un gallo dorado con la cresta roja.
Anastasio le dijo que sí y subieron el gallo, cinco gallinas y quince
pollitos.
Y siguieron andando.
–¿Puedo subir? –preguntó un sapo con anteojos negros.
–Sí –dijo Anastasio, y le hizo un lugarcito.
Y siguieron andando.
–¿Puedo subir? –preguntó una gusanita tan chiquita, pero tan chiquita,
que casi no se veía en el suelo.
–Sí, podés –dijo Anastasio.
Pero en cuanto la gusanita subió, el auto hizo ¡Puf!, se paró y ya no
siguió andando.
–Vamos a tener que empujar –dijo Anastasio.
Y entonces la gusanita
y el sapo de anteojos negros
y los quince pollitos
y las cinco gallinas…
… y el gallo de cresta roja
y los zorros mochileros

19
y el oso hormiguero con la guitarra al hombro
y el hipopótamo vestido de domingo
empujaron el auto.
–Bueno, ya llegamos –dijo Anastasio.
–Gracias –dijeron todos–. Fue un viaje muy lindo.
Y entonces todos se dijeron adiós y se fueron por acá y por allá por los
caminos del campo.

Graciela Montes
EL GLOBO AZUL

Había una vez un nene que se llamaba Fernando.


Un día Fernando le pidió a su mamá:
–Mami, ¿me inflás un globo?
Entonces la mamá buscó un globo azul y lo empezó a inflar.
–Inflame un globo bien gordo –dijo Fernando.
La mamá infló e infló y el globo azul creció y creció.
–Ya está bastante gordo –dijo la mamá.
–¡Más gordo! –dijo Fernando.
Y la mamá siguió inflando.
Y el globo azul siguió creciendo.
–Ya está muy gordo –dijo la mamá.
–¡Más gordo! ¡Más gordo! –dijo Fernando.
Y se rió porque estaba contento.
Y la mamá, para inflar, tuvo que salir al patio.
Y en el patio infló e infló y el globo creció y creció.
Y Fernando aplaudía porque estaba muy contento.
–Ya está demasiado gordo –dijo la mamá.
–¡Más gordo! ¡Más gordo! –dijo Fernando.
Y, para seguir inflando, tuvieron que salir a la calle.
–¡Qué globo tan gordo! –decían todos.
Y venían a tocarlo con la punta del dedo.
Y Fernando daba saltos y más saltos de tan contento que estaba.
–Bueno –dijo Fernando–, ya está bastante gordo.
Entonces la mamá se lo ató con un hilo bien fuerte y Fernando se fue a
pasear con el globo, de allá para acá y de acá para allá.

Graciela Montes

EL PARAGUAS DEL MAGO

Había una vez un mago que, en lugar de varita mágica, tenía un


paraguas.
Era un paraguas rojo y verde, muy grande y muy hermoso.
–Queremos caramelos –decían los chicos.
–¡Abraparaguas! –decía el mago.
Y del paraguas caían los caramelos más ricos del mundo.
–Me gustaría poder comprarle unas flores a mi novia –decía un
muchacho.

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–¡Abraparaguas! –decía el mago.
Y del paraguas caían flores de todos colores.
–¡Cómo me gustaría tener un cachorrito! –decía una nena.
–¡Abraparaguas! –decía el mago.
Y del paraguas caían cachorritos que enseguida empezaban a mover la
cola.
–¡Qué ganas de comer sandía! –decía una familia.
–¡Abraparaguas! –decía el mago.
Y del paraguas abierto caían sandías enormes y dulces.
Un día el país del mago se secó.
Hacía muchísimo calor, tanto que las flores se marchitaron…
… y se achicharraron las sandías…
… y los cachorritos se morían de sed.
–¡Que llueva! ¡Que llueva! –pedían todos.
–¡Abraparaguas! –dijo entonces el mago.
Y empezó a llover y a llover, pero… ¡debajo del paraguas!
Y el mago fue por acá y por allá, lloviendo con su paraguas.
Y, por donde él pasaba, crecían las flores.
Y las sandías se ponían gordas.
Y los chicos decían:
–¡Oia! ¡Un paraguas que llueve!

Graciela Montes

JUANITO Y LA LUNA

Había una vez una luna redonda y brillante en el cielo.


Juanito la miraba y la miraba.
Juanito quería tocar la Luna.
Quería saber si era fría o tibia o caliente.
Pero la Luna estaba alta, muy alta.
Entonces Juanito se subió al techo más alto de la casa más alta del
pueblo.
Pero la Luna estaba más alta todavía.
Entonces Juanito llevó una escalera muy alta al techo más alto…
Pero la Luna estaba mucho más alta, muchísimo más alta todavía.
Y pasó un pájaro rojo, con las alas del color del fuego.
-¿Me llevás a la Luna? -preguntó Juanito.
Y el pájaro le dijo que sí, porque era de los que llevan hasta la Luna.
Y el pájaro voló y voló. Voló más alto que las montañas más altas.
Voló más alto que las nubes blancas.
Y llegó hasta la Luna redonda y brillante.
Y Juanito tocó la Luna con las dos manos y dio una vuelta carnero. Y se
llenó el pelo de polvo lunar.
Y después le dijo al pájaro rojo: -Volvamos.
Y el pájaro rojo voló y voló hacia abajo, más abajo que las nubes
blancas, más abajo que las montañas.
Voló hasta la escalera que estaba en el techo más alto de la casa más
alta del pueblo.

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Y Juanito bajó de la escalera, y bajó del techo. Y se sentó a mirar la
Luna redonda y brillante. Y sacudió la cabeza y el polvo lunar,
despacito despacito, se fue cayendo al suelo.

Graciela Montes

EL BARQUITO DE FEDE

Federico se asomó por la ventana de su casa y vio que ya no llovía…


-¿Puedo ir un ratito a la puerta? -le preguntó a la mamá.
-Sí, pero sólo un ratito, porque ya es hora de tomar la leche -le
respondió su mami.
Federico salió y, al mirar el cordón de la vereda, se alegró al descubrir
que la lluvia había dejado de regalo un arroyito, ideal para poner un
barquito de papel.
Entró en la casa, buscó una hoja del diario del día anterior y armó uno.
Volvió a salir y puso el barquito en el agua.
Sentado como un chinito junto al cordón de la vereda, miró cómo se
alejaba sin prisa, hasta doblar en la esquina.
-¡A tomar la leche! ¡Ya está lista! -anunció la mamá dulcemente.
-¡Voy, mami! -dijo Federico y entró en la casa.
Mientras tanto, el barquito era llevado por el agua lentamente… sin
apuro…
De pronto, su paso quedó trabado por una rama que había caído en el
agua. Justo por allí pasaba Pico el mosquito.
-¡Un barco sin timonel! ¡Eso no puede ser! ¡Allá voy! -dijo entusiasmado,
y se metió como el mejor y más audaz de los marineros.
Desenganchó la rama y el barco siguió su rumbo. Al ratito, el mosquito
escuchó que alguien lo chistaba.
-¡Pssss pssss! ¡Pico! ¿Me llevás a dar un paseo?
Era la hormiga Tina, que había salido del hormiguero a buscar hojitas
para la cena.
-Bueno, subí -le dijo el mosquito-, es un día ideal para navegar.
Navegaron y navegaron, y de pronto escucharon:
-¡Pssss pssss! ¡Pico! ¿Me llevás a dar un paseo?
Era la cucaracha Paca que pasaba por allí por casualidad.
-Bueno, subí -le dijo el mosquito-, es un día ideal para navegar.
Y así iban los tres requetecontentos navegando y navegando. De pronto
escucharon:
-¡Pssss pssss! ¡Pico! ¿Me llevás a dar un paseo?
Era la mariposa Rosa, que había salido a volar para secarse las alas,
que la lluvia le había mojado.
-Bueno, subí -le dijo el mosquito-, es un día ideal para navegar.
Cantando una hermosa canción de marineros iban navegando felices
los cuatro amigos…
Con este barco plegado
Puedo ir a cualquier lado.
¡Ah! Mi barco marinero
Que me lleva adonde quiero.

22
Fede terminó de tomar la leche y se asomó por la ventana. Aplastó la
nariz contra el vidrio y tuvo que cerrar y abrir los ojos varias veces,
porque no podía creer lo que veía. Por el cordón de la vereda pasaba
navegando su barquito de papel… con un mosquito, una hormiga, una
cucaracha y una mariposa que le decían ¡CHAU! y le tiraban besitos
dulces y redondos mientras se alejaban hasta dar vuelta en la esquina,
preparados para su segunda vuelta manzana.

Edith Mabel Russo

DON FRESQUETE

Había una vez un señor todo de nieve.


Se llamaba Don Fresquete.
¿Este señor blanco había caído de la luna?
No.
¿Se había escapado de una heladería?
No.
Simplemente, lo habían fabricado los chicos, durante toda la tarde,
poniendo bolita de nieve sobre bolita de nieve.
A las pocas horas, el montón de nieve se había convertido en Don
Fresquete.
Y los chicos lo festejaron, bailando a su alrededor.
Como hacían mucho escándalo, una abuela se asomó a la puerta para
ver qué pasaba.
Y los chicos estaban cantando una canción que decía:
A la rueda de firulete
tiene frío Don Fresquete.
Como todo el mundo sabe, los señores de nieve suelen quedarse
quietitos en su lugar.
Como no tienen piernas, no saben caminar ni correr.
Pero parece que Don Fresquete resultó ser un señor de nieve muy
distinto.
Muy sinvergüenza, sí señor.
A la mañana siguiente, cuando los chicos se levantaron, corrieron a la
ventana para decirle buenos días, pero…
¡Don Fresquete había desaparecido!
En el suelo, escrito con un dedo sobre la nieve, había un mensaje que
decía:
Se ha marchado Don Fresquete
a volar en barrilete.
Los chicos miraron hacia arriba y alcanzaron a ver, allá muy lejos, a
Don Fresquete que volaba tan campante, prendido de la cola del
barrilete.
De repente parecía un ángel y de repente parecía una nube gorda.
¡Buen viaje, Don Fresquete!

María Elena Walsh

23
CUENTOS Y RELATOS PARA NIÑOS PEQUEÑOS

Índice

Baronian, Jean Baptiste


Con todo mi corazón…………………………………………………………pág. 1.
Bornemann, Elsa Isabel
Cuello duro…………………………………………………………………….pág. 2.
Devetach, Laura
El garbanzo peligroso…………………………………………………….....pág. 4.
Monigote en la arena……………………………………………..…………pág. 4.
Puro cuento del caracol Bú……………………………..…………………pág. 5.
Giménez Pastor, Marta
El duende de los sueños…………………………..……………………….pág. 6.
Granata, María
Una torre de caracoles………………………………………………………pág. 7.
Kasza, Keiko
Choco encuentra una mamá…………..………………………………….pág. 8.
Keselman, Gabriela
Al agua, Patatús…………………………………………………..……….….pág. 8
¿Cuándo viene papá?...................................................................pág. 9.
Lobel, Arnold
El pozo de los deseos…………………………………..………………….pág. 10.
Nubes………………………………………………………………………….pág. 12.
Ratón Muy Alto y Ratón Muy Bajo…………………………………..…pág. 13.
El viaje…………………………..……………………………………………pág. 13.
Un botón perdido…………………………………..………………………pág. 14.
Mainé, Margarita
Una montaña para Pancho………………………………...…………….pág. 16.
Martínez, Paulina
¿Dónde estás, Carabás?.............................................................pág. 17.
Minarik, Else
¿Qué se pondrá Osito?...............................................................pág. 18.
Montes, Graciela
El auto de Anastasio……………………………………………………….pág. 19.
El globo azul…………………..…………………………………………….pág. 20.
El paraguas del mago………………………..……………………………pág. 20.
Juanito y la luna…………………………………………..……………….pág. 21.
Russo, Edith Mabel
El barquito de Fede……………………..…………………………………pág. 22.
Walsh, María Elena
Don Fresquete……………………………………………………………….pág. 23.

24

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