Antología Literaria para El Jardín Maternal
Antología Literaria para El Jardín Maternal
Antología Literaria para El Jardín Maternal
DE ECCLESTON
Cátedra de la Prof.
1
-Sí. Me encanta mordisquearte.
-¿Y con tus patas?
-¡Claro! ¡Es estupendo hacerte cosquillas y levantarte por el aire! Y no te
olvides de mi espalda y de mi panza. Te lo digo otra vez: con todo mi
cuerpo, mi pequeño Polo… ¡Y con todo mi corazón!
Polo se acurruca junto a su madre. Ha sido un día muy largo, lleno de
sorpresas, y está agotado.
-¿Sabes, mami? -dice Polo-. Yo te quiero incluso con mi sueño.
Los ojos le pesan tanto que, muy pronto, se queda dormido y… una
gran sonrisa ilumina su cara.
“¡Ah! ¡Esto es querer con el sueño!”, piensa su madre mientras lo
acaricia.
“Creo que tú también, Polo, lo sabes muy bien.
¡Me quieres con todo tu corazón!”
CUELLO DURO
2
Justo en ese momento, el cordero estaba mascando un chicle de
pastito. Casi ahogado por salir corriendo, se subió en dos patas arriba
del burrito.
¡Pero todavía sobraba mucho cuello para masajear!
-Nosotros tres solos no podemos -dijo la vaca.
Entonces, el cordero tosió y así llamó al perro.
Justo en ese momento, el perro estaba saboreando su cuarta copa de
sidra. Bebiéndola rapidito, se subió en dos patas arriba del cordero.
¡Pero todavía sobraba mucho cuello para masajear!
-Nosotros cuatro solos no podemos -dijo la vaca.
Entonces, al perro le dio hipo y así llamó a la gata.
Justo en ese momento, la gata estaba oliendo un perfume de pimienta.
Con la nariz llena de cosquillas, se subió en dos patas arriba del perro.
¡Pero todavía hay mucho cuello para masajear!
-Nosotros cinco solos no podemos -dijo la vaca.
Entonces, la gata estornudó y así llamó a don conejo.
Justo en ese momento, don conejo estaba jugando a los dados con su
coneja y sus conejitos. Por eso se apareció con la familia entera: su
esposa y los veinticuatro hijitos en fila. Y todos ellos se treparon ligerito,
saltando de la vaca al burrito, del burrito al cordero, del cordero al
perro y del perro a la gata. Después, don conejo se acomodó en dos
patas arriba de la gata. Y sobre don conejo se acomodó su señora y más
arriba -también uno encima del otro- los veinticuatro conejitos.
-¡Ahora sí los masajes! -gritó la vaca- ¿Están listos, muchachos?
-¡Sí, doctora! -contestaron los treinta animalitos al mismo tiempo.
-¡A la una… a las dos… a las tres!
Y todos juntos comenzaron a masajear el cuello de la jirafa Caledonia al
compás de una zamba, porque la vaca dijo que la música también era
un buen remedio para calmar dolores.
Y así fue como -al rato- la jirafa pudo mover su larguísimo cuello otra
vez.
-¡Gracias, amigos! -les dijo contenta-. Ya pueden bajarse todos.
Pero no, señor. Ninguno se movió de su lugar. ¡Les gustaba mucho ser
equilibristas!
Y entonces -tal como estaban, uno encima del otro-, la vaca los fue
llevando a cada uno para su casa.
Claro que los primeros que tuvieron que bajarse fueron los conejitos,
para que los demás no perdieran el equilibrio.
Después se bajó la gata; más adelante el perro, luego el cordero y, por
último, el burro.
Y la doctora vaca volvió a su consultorio, caminando muy oronda sobre
sus tacos altos. Pero no bien llegó, se quitó los zapatos, el delantal y el
gorrito blanco, y se echó a dormir sobre la camilla.
¡Estaba cansadísima!
Elsa Bornemann
3
EL GARBANZO PELIGROSO
Laura Devetach
MONIGOTE EN LA ARENA
4
-¿Qué? ¿Es que puede pasarme algo malo? -preguntó monigote
tirándose de los botones como hacía cuando se ponía nervioso.
-Glubi, glubi, monigote en la arena es cosa que dura poco -repitió el
agua, y se fue a avisar a las nubes que había un nuevo amigo, pero que
se podía borrar.
-Flu flu -cantaron las nubes-, monigote en la arena es cosa que dura
poco. Vamos a preguntar a las hojas voladoras cómo podemos cuidarlo.
Monigote seguía tirándose los botones y estaba tan preocupado que ni
siquiera probó los caramelitos de flor de durazno que le ofrecieron las
hormigas.
-Crucri crucri -cantaron las hojas voladoras-, monigote en la arena es
cosa que dura poco. ¿Qué podemos hacer para que no se borre?
El agua tendió lejos su cama de burbujas para no mojarlo. Las nubes se
fueron hasta la esquina para no rozarlo. Las hojas no hicieron ronda.
La lluvia no llovió. Las hormigas hicieron otros caminos.
Monigote se sintió solo solo solo.
-No puede ser -decía con su vocecita de castañuela de arena-, todos me
quieren, pero porque me quieren se van. Así no me gusta.
Hizo "cla cla cla" para llamar a las hojas voladoras.
-No quiero estar solo -les dijo-, no puedo vivir lejos de los demás, con
tanto miedo. Soy un monigote de arena. Juguemos, y si me borro, por lo
menos me borraré jugando.
-Crucri crucri -dijeron las hojas voladoras sin saber qué hacer.
Pero en eso llegó el viento y armó un remolino.
-¿Un monigote de arena? -silbó con alegría-, monigote en la arena es
cosa que dura poco. Tenemos que hacerlo jugar.
"Cla cla cla" hizo monigote porque el remolino era como una calesita.
Las hojas voladoras se colgaron del viento para dar vueltas.
El agua se acercó tocando su piano de burbujas.
Las nubes bajaron un poquito, enhebradas en rayos de sol.
Monigote jugó y jugó en medio de la ronda dorada, y rió hasta el cielo
con su voz de castañuela.
Y mientras se borraba siguió riendo, hasta que toda la arena fue una
risa que juega a cambiar de colores cuando la sopla el viento.
Laura Devetach
5
Bú probaba su casa nueva por los canteros. Iba muy tranquilo,
caminando como caminan los caracoles, que es más despacito que no
sé qué, cuando saltó el sapo y lo saludó:
–¡Adiós, señora lombriz con un maíz arriba!
–¡Colelo! –contestó Bú muy ofendido, con los cuernos un poquito
colorados.
Y siguió probando su casita nueva. Después lo vio el grillo y le dijo:
–¡Adiós, señor tallarín con un maíz arriba!
–¡Colelo! –contestó Bú con los cuernos más colorados todavía.
Y siguió paseando por la hierbabuena que tenía olor verde y mucha
pelusita. Después se encontró con la tortuga, que lo saludó:
–¡Adiós, señor piolín con un maíz arriba!
–¡Colelo! –contestó Bú con los cuernos coloradísimos.
Y para que no lo confundieran más con lombrices, tallarines o piolines
con un maíz arriba, se sacó el maíz y lo guardó para adorno. Se puso a
buscar otra casa.
Se probó una cáscara de maní, pero el balcón lo tapaba entero y no
podía sacar los cuernos al sol de girasol.
Después probó un pedacito de tiza que parecía una torre. Pero no le
gustó porque no tenía campanas ni pajaritos.
Después un botón que dejaba pasar el viento. Y un papelito que se voló.
Y una hoja seca que hacía mucho ruido.
Y un jazmín cabeza para abajo.
Y una cáscara de nuez patas para arriba.
Y una caja de fósforos grande como un chanchito.
Y así, Bú dio la vuelta al jardín redondo.
Por fin, sobre una piedra, vio su cucurucho blanco que le gustó otra vez
y se lo puso.
–¡Col col! –dijo muy contento.
El cucurucho no le quedaba ni chico, ni grande, ni puntiagudo.
Entonces se lo dejó puesto. Y en la punta lo adornó con el grano de
maíz.
Cuenta el cuento del jardín redondo que cuando brilla la luna de
pastilla de naranja, Bú sale a pasear. Los bichitos lo saludan:
–¡Adiós, caracol con un maíz arriba!
Y Bú contesta: ¡Col col!
Está muy contento paseando su casa, que se pone y se saca, porque,
después de todo, ¿a quién no le gusta ponerse y sacarse su casa alguna
vez?
Laura Devetach
6
EL DUENDE DE LOS SUEÑOS
7
UNA TORRE DE CARACOLES
María Granata
Choco era un pájaro muy pequeño que vivía a solas. Tenía muchas
ganas de conseguir una mamá, pero ¿quién podría serlo?
Un día decidió ir a buscar una.
Primero se encontró con la señora Jirafa.
—¡Señora Jirafa! -dijo-. ¡Usted es amarilla como yo! ¿Es usted mi
mamá?
—Lo siento -suspiró la señora Jirafa-. Pero yo no tengo alas como tú.
Choco se encontró después con la señora Pingüino.
—¡Señora Pingüino! -exclamó-. ¡Usted tiene alas como yo! ¿Será que
usted es mi mamá?
—Lo siento -suspiró la señora Pingüino-. Pero mis mejillas no son
grandes y redondas como las tuyas.
Choco se encontró después con la señora Morsa.
—¡Señora Morsa! -exclamó-. Sus mejillas son grandes y redondas como
las mías. ¿Es usted mi mamá?
—¡Mira! -gruñó la señora Morsa-. Mis pies no tienen rayas como los
tuyos, así que, ¡no me molestes!
Choco buscó por todas partes, pero no pudo encontrar una madre que
se le pareciera.
8
Cuando Choco vio a la señora Oso recogiendo manzanas, supo que ella
no podía ser su madre. No había ningún parecido entre él y la señora
Oso.
Choco se sintió tan triste que empezó a llorar:
—¡Mamá, mamá! ¡Necesito una mamá!
La señora Oso se acercó corriendo para averiguar qué le estaba
pasando. Después de haber escuchado la historia de Choco, suspiró:
—¿En qué reconocerías a tu madre?
—¡Ay! Estoy seguro de que ella me abrazaría -dijo Choco entre sollozos.
—¿Así? -preguntó la señora Oso. Y lo abrazó con mucha fuerza.
—Sí..., y estoy seguro de que también me besaría -dijo Choco.
—¿Así? -preguntó la señora Oso, y alzándolo le dio un beso muy largo.
—Sí..., y estoy seguro de que me cantaría una canción y de que me
alegraría el día.
—¿Así? -preguntó la señora Oso. Y entonces cantaron y bailaron.
Después de descansar un rato, la señora Oso le dijo a Choco:
—Choco, tal vez yo podría ser tu madre.
—¿Tú? -preguntó Choco.
—Pero si tú no eres amarilla. Además no tienes alas, ni mejillas grandes
y redondas. ¡Tus pies tampoco son como los míos!
—¡Qué barbaridad! -dijo la señora Oso-. ¡Me imagino lo graciosa que me
vería!
A Choco también le pareció que se vería muy graciosa.
—Bueno -dijo la señora Oso-, mis hijos me están esperando en casa. Te
invito a comer un pedazo de pastel de manzana. ¿Quieres venir?
La idea de comer pastel de manzana le pareció excelente a Choco.
Tan pronto como llegaron, los hijos de la señora Oso salieron a
recibirlos.
—Choco, te presento a Hipo (hipopótamo), a Coco (cocodrilo) y a
Chanchi (cerdo). Yo soy su madre.
El olor agradable a pastel de manzana y el dulce sonido de las risas
llenaron la casa de la señora Oso.
Después de aquella pequeña fiesta, la señora Oso abrazó a todos sus
hijos con un fuerte y caluroso abrazo de oso, y Choco se sintió muy feliz
de que su madre fuera tal y como era.
Keiko Kasza
AL AGUA, PATATÚS
Hubo una vez un día de verano. Hacía mucho calor. Por eso, lo más
razonable era darse un buen remojón.
-¡Al agua, patos! –exclamó la mamá.
Y todos los patitos patalearon de alegría. Fueron tropezando hasta la
orilla, y luego se zambulleron en el estanque.
Todos, menos Patatús.
Mientras los demás se bañaban, él se quedó sentado abrazadito a su
toalla.
-¡Al agua, patos! –insistió la mamá, haciendo señas mojadas a Patatús.
9
Llamó y llamó. Pero Patatús tenía las plumas de punta. Las pestañas le
temblaban. Tenía tanto miedo, tanto miedo, que no podía decir ni
“cuac”.
-¡Al agua, patos! –ordenó el papá, agarrando a Patatús por el pico.
Tiró y tiró, pero Patatús no se movió. Estaba completamente patitieso.
Tenía tanto miedo, tanto miedo, que parecía una estatua.
-¡Al agua, patos! –chillaron los hermanos, salpicando a Patatús.
Se burlaron y se burlaron, pero Patatús no se enojó. Ni siquiera los
escuchó. Tenía tanto miedo, tanto miedo, que casi se puso a llorar.
Al fin, la mamá, el papá y los hermanitos se olvidaron de él.
Chapotearon, bucearon, jugaron con los flotapatos. Y se divirtieron un
montón de veces.
Patatús levantó su toalla y se fue caminando despacito.
-A todos los patos les gusta el agua -suspiró-, menos a mí.
Tenía tanto miedo, tanto miedo, que jamás iba a poder atravesar el
estanque.
Pero Patatús era muy inteligente, así que, mientras paseaba, se le
ocurrió una brillante idea.
Pasó todo el día juntando ramitas en el bosque. Después, las ató con los
juncos más largos que encontró. Las pintó con moras salvajes… Y, en
un momento, tuvo preparado un precioso bote impermeable. Arrastró
su invento hasta el agua. Se metió adentro y remó hacia donde
nadaban los demás.
-¡A bordo, patos! –invitó, con una sonrisa de felicidad.
Pero ni la mamá ni el papá ni los hermanitos quisieron subir.
Los barcos les daban tanto miedo, tanto miedo…
Gabriela Keselman
10
Entonces, ocurrió algo muy extraño.
La bici de Osvaldo se fue rodando detrás de papá oso. Y se introdujo en
la mochila, tocando la bocina. Los patines y la hamaca volaron y
cayeron dentro de la bolsa. La pelota de fútbol, el libro de cuentos y el
guardabosque de peluche, también.
Osvaldo estaba tan asombrado que no podía ni cerrar la boca.
Su árbol de trepar, su roca de jugar al escondite y su hormiguero
preferido… Todas las cosas se marchaban. Desaparecían junto a su
papá.
Osvaldo intentó detener su tazón de leche (en el que decía OSVALDO),
su cuchara pringosa de miel y hasta las espinacas (que no le gustaban).
Pero no hubo manera.
La gorra que había perdido el jueves apareció, y salió disparada por el
camino. Sus medias de ver la tele fueron las siguientes. Y la tele
también se esfumó.
La mochila de papá se tragó el Sol, las estrellas y las lamparitas de
pilas.
No quedó nada. Osvaldo no podía comer, ni jugar, ni siquiera podía
portarse mal. Con el corazón inquieto, fue a buscar a su mamá.
-¿Cuándo viene papá? –le preguntó.
-Cuando los lobos aúllen veinte veces –contestó la mamá osa,
sonriendo.
Así que Osvaldo se puso a contar aullidos. Pero después del número
cinco se durmió. Cuando se despertó, tiró con insistencia del delantal
de su mamá. Y volvió a preguntar un poco más alto:
-¿Cuándo viene papá?
-Cuando la Luna se ponga redonda como un globo de cumpleaños –dijo
la mamá osa, acariciándole la cabeza.
Así que Osvaldo se acostó sobre el césped a observar el cielo. Pero la
Luna parecía una galleta mordida. Y al día siguiente era como un
cruasán escuchimizado. Y al otro, como una pestaña de jirafa.
Entonces, se levantó y fue a ver a su mamá.
-¿Cuándo viene papá? –gruñó con impaciencia.
-Cuando una ciruela madura de aquel árbol caiga justo encima de tu
nariz –dijo la mamá osa con toda seguridad.
Así que Osvaldo se plantó debajo de las ramas del ciruelo. Cerró los ojos
por si la fruta le salpicaba. Y esperó.
Pero pronto se aburrió y volvió a insistir.
-¿CUÁNDO VIENE PAPÁ? –chilló nervioso.
-¿Cuándo viene papá? –gimió preocupado.
-¿Cuándo viene papá? –lloriqueó triste.
-¿Cuándo viene papá? –susurró casi en silencio.
Se sentó en medio del sendero y apoyó la oreja en el suelo. Entonces,
escuchó un ruido conocido. Eran las pisadas de un oso grande que se
acercaba.
Osvaldo divisó a su papá que regresaba a casa. Y en ese preciso
momento, los lobos aullaron veinte veces, la Luna engordó y una ciruela
madura se espachurró contra su hocico.
11
El osito dio un salto y corrió a recibirlo. Se abrazó muy fuerte a sus
rodillas y exclamó contento:
-¡Ha venido papá!
Y entonces, ocurrió algo muy extraño. Las lamparitas de pilas, las
estrellas y el Sol aparecieron de golpe. Luego lo hicieron la tele y las
medias de ver la tele, y la gorra perdida el jueves y las espinacas
(aunque no le gustaban), y la cuchara pringosa de miel y el tazón de
leche (en el que decía OSVALDO), y su hormiguero preferido y la roca de
jugar al escondite y el árbol de trepar.
Por fin, de la bolsa salieron el guardabosque de peluche, el libro de
cuentos, la pelota de fútbol, la hamaca y los patines. Y la bici, tocando
la bocina.
Cada cosa volvió a su sitio. Y Osvaldo se quedó tan asombrado que no
pudo ni cerrar la boca.
El papá oso lo levantó, le dio mil besos y lo sentó sobre sus hombros.
Mientras lo llevaba trotando hacia la cueva, se disculpó:
-¡Ay, mi osito querido!... No he tenido tiempo de buscar un regalo para
ti. Pero si hubiese podido, te habría traído el mundo entero.
Gabriela Keselman
Arnold Lobel
12
NUBES
Arnold Lobel
Había una vez un ratón muy alto y un ratón muy bajo que eran buenos
amigos.
Cuando se encontraban, Ratón Muy Alto decía:
–¡Hola, Ratón Muy Bajo!
Y Ratón Muy Bajo decía:
–¡Hola, Ratón Muy Alto!
Los dos amigos solían pasear juntos.
Cuando paseaban, Ratón Muy Alto decía:
–¡Hola, pájaros!
Y Ratón Muy Bajo decía:
–¡Hola, hormigas!
Cuando pasaban por un jardín, Ratón Muy Alto decía:
–¡Hola, flores!
Y Ratón Muy Bajo decía:
–¡Hola, raíces!
Cuando pasaban delante de una casa, Ratón Muy Alto decía:
–¡Hola, tejado!
Y Ratón Muy Bajo decía:
–¡Hola, sótano!
Un día los pescó una tormenta. Ratón Muy Alto dijo:
–¡Hola, gotas de lluvia!
Y Ratón Muy Bajo dijo:
–¡Hola, charcos!
13
Corrieron a casa para resguardarse.
–¡Hola, techo! –dijo Ratón Muy Alto.
–¡Hola, suelo! –dijo Ratón Muy Bajo.
Pronto pasó la tormenta. Los dos amigos se acercaron a la ventana.
Ratón Muy Alto aupó a Ratón Muy Bajo para que pudiese ver.
Y los dos juntos dijeron:
–¡Hola, arco iris!
Arnold Lobel
EL VIAJE
Había una vez un ratón que quería visitar a su madre. Así que compró
un coche y se dirigió a casa de su madre. Condujo y condujo y…
condujo hasta que el coche se rompió.
Pero a un lado de la ruta había una persona que vendía patines. Así que
el ratón compró un par de patines y se los puso. Patinó y patinó y
patinó hasta que las ruedas se soltaron.
Pero a un lado de la ruta había una persona que vendía botas. Así que
el ratón compró unas botas y se las puso. Caminó y caminó y caminó
hasta que las botas… se agujerearon.
Pero a un lado de la ruta había una persona que vendía zapatillas. Así
que el ratón compró un par de zapatillas. Se puso las zapatillas y corrió
y corrió y corrió hasta que las zapatillas se gastaron. Entonces se los
quitó y caminó, caminó y caminó hasta que los pies se le lastimaron
tanto que no pudo seguir andando.
Pero a un lado de la ruta había una persona que vendía pies. Así que el
ratón se quitó sus viejos pies y se puso unos nuevos. Y así anduvo
hasta llegar a casa de su madre.
Cuando llegó, su madre se alegró mucho de verlo. Lo abrazó… y le dio
un beso y le dijo:
–¡Hola, hijo! ¡Qué bien te encuentro y qué pies nuevos tan bonitos
tienes!
Arnold Lobel
UN BOTÓN PERDIDO
14
-¡Aquí está tu botón! -gritó Sapo.
-Ése no es mi botón -dijo Sepo-. Ese botón es negro. Mi botón era
blanco.
Sepo se metió el botón negro en el bolsillo.
Un gorrión bajó volando.
-Perdona -dijo el gorrión-. ¿Has perdido un botón? Yo encontré uno.
-Ése no es mi botón -dijo Sepo-. Ese botón tiene dos agujeros. Mi botón
tenía cuatro agujeros.
Sepo se metió el botón de dos agujeros en el bolsillo.
Volvieron al bosque y miraron por los oscuros senderos.
-Aquí está tu botón -dijo Sapo.
-Ése no es mi botón -dijo Sepo-. Ese botón es pequeño. Mi botón era
grande.
Sepo se metió el botón pequeño en el bolsillo.
Un mapache salió de detrás de un árbol.
-He oído que estaban buscando un botón -dijo-. Aquí tengo uno que
acabo de encontrar.
-¡Ése no es mi botón! -se quejó Sepo-. Ese botón es cuadrado. Mi botón
era redondo.
Sepo se metió el botón cuadrado en el bolsillo.
Sapo y Sepo volvieron al río.
Buscaron el botón en el fango.
-Aquí está tu botón -dijo Sapo.
-¡Ése no es mi botón! -gritó Sepo-. Ese botón es fino. Mi botón era
gordo.
Sepo se metió el botón fino en el bolsillo. Estaba muy enfadado.
Saltaba sin parar y chillaba:
-¡El mundo entero está cubierto de botones y ninguno es el mío!
Sepo se fue corriendo a casa y dio un portazo.
Allí, en el suelo, vio su botón blanco, con cuatro agujeros, grande,
redondo y gordo.
-¡Oh! -dijo Sepo-. Estuvo aquí todo el tiempo. Cuántas molestias le he
causado a Sapo.
Sepo sacó todos los botones del bolsillo. Tomó la caja de costura de la
repisa.
Sepo cosió los botones por toda la chaqueta.
Al día siguiente, Sepo le dio su chaqueta a Sapo. Sapo pensó que la
había dejado preciosa.
Se la puso y saltó de alegría.
No se cayó ni un botón.
Sepo los había cosido muy bien.
Arnold Lobel
15
UNA MONTAÑA PARA PANCHO
16
-Qué enorme montaña gris. Siempre quise subir una montaña como
ésta.
Y trepando por la cola de Pancho, llegó hasta el lomo. Allí se puso a
mirar el mundo desde lo alto.
En ese mismo momento, Pancho se despertó porque algo le hacía
cosquillas en su lomo. Se puso de pie y el ratoncito sintió que el piso se
movía.
-¡¡Socorro!! -gritó el ratón, y cayó rodando, rodando.
-Me caí de la montaña -protestó el ratón.
Y Pancho le dijo:
-Yo también.
Después se contaron historias de montañas y de caídas. Así se hicieron
amigos y juntos miraron el mundo, cada uno desde su altura.
Margarita Mainé
¿DÓNDE ESTÁS, CARABÁS?
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–Nooo, esa es la casa del gorrión. ¿Cómo haría yo para llegar tan alto?
Buscá, buscá, pero no tan arriba.
–No quiero, me cansé –dijo el pollito un poco enojado.
–¿Querés que te ayude? –lo animó Carabás.
–Bueno, si me ayudás te sigo buscando. Primero… en el charquito.
–Frío, frío –dijo Carabás.
–Entonces… ¿detrás de la piedra marrón?
–Tibio, tibio –respondió Carabás.
–¡Debajo del montón de hojas secas! –exclamó Pollito Amarillo mientras
corría ligero, ligero en esa dirección.
–¡Caliente! –gritó Carabás entusiasmado.
–Aquí hay un agujerito en la tierra. Carabás, ¿estás aquí?
–¡Síii, aquí estoy! ¡Esta es mi casita!
Pollito Amarillo descubrió que Carabás y su familia vivían en una
cuevita dentro de la tierra. Ahí el frío, el calor, el viento y la lluvia
tampoco entraban porque tenía un portón de hojas y la tierra seca y
blanda era tan calentita como las plumas de su mamá.
Paulina Martínez
18
Osito volvió a casa otra vez.
-¿Qué te pasa, Osito?
-Tengo frío -dijo Osito.
-Vete, frío -dijo mamá Osa-, que mi Osito es mío.
-Osito mío -dijo mamá Osa-, tienes un gorro, tienes un abrigo, tienes un
pantalón para la nieve. ¿Quieres tener también un abrigo de piel?
-¡Sí! -dijo Osito-. Quiero también un abrigo de piel.
Entonces mamá Osa le quitó el gorro, el abrigo, el pantalón para la
nieve y le dijo:
-¡Ea! Ya tienes abrigo de piel…
-¡Qué bien, qué bien, qué bien! -dijo Osito-. ¡Ya tengo un abrigo de piel!
Ahora ya no tendré frío.
Y, efectivamente, ya no tuvo frío.
¿Qué les parece?
Else Minarik
EL AUTO DE ANASTASIO
19
y el oso hormiguero con la guitarra al hombro
y el hipopótamo vestido de domingo
empujaron el auto.
–Bueno, ya llegamos –dijo Anastasio.
–Gracias –dijeron todos–. Fue un viaje muy lindo.
Y entonces todos se dijeron adiós y se fueron por acá y por allá por los
caminos del campo.
Graciela Montes
EL GLOBO AZUL
Graciela Montes
20
–¡Abraparaguas! –decía el mago.
Y del paraguas caían flores de todos colores.
–¡Cómo me gustaría tener un cachorrito! –decía una nena.
–¡Abraparaguas! –decía el mago.
Y del paraguas caían cachorritos que enseguida empezaban a mover la
cola.
–¡Qué ganas de comer sandía! –decía una familia.
–¡Abraparaguas! –decía el mago.
Y del paraguas abierto caían sandías enormes y dulces.
Un día el país del mago se secó.
Hacía muchísimo calor, tanto que las flores se marchitaron…
… y se achicharraron las sandías…
… y los cachorritos se morían de sed.
–¡Que llueva! ¡Que llueva! –pedían todos.
–¡Abraparaguas! –dijo entonces el mago.
Y empezó a llover y a llover, pero… ¡debajo del paraguas!
Y el mago fue por acá y por allá, lloviendo con su paraguas.
Y, por donde él pasaba, crecían las flores.
Y las sandías se ponían gordas.
Y los chicos decían:
–¡Oia! ¡Un paraguas que llueve!
Graciela Montes
JUANITO Y LA LUNA
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Y Juanito bajó de la escalera, y bajó del techo. Y se sentó a mirar la
Luna redonda y brillante. Y sacudió la cabeza y el polvo lunar,
despacito despacito, se fue cayendo al suelo.
Graciela Montes
EL BARQUITO DE FEDE
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Fede terminó de tomar la leche y se asomó por la ventana. Aplastó la
nariz contra el vidrio y tuvo que cerrar y abrir los ojos varias veces,
porque no podía creer lo que veía. Por el cordón de la vereda pasaba
navegando su barquito de papel… con un mosquito, una hormiga, una
cucaracha y una mariposa que le decían ¡CHAU! y le tiraban besitos
dulces y redondos mientras se alejaban hasta dar vuelta en la esquina,
preparados para su segunda vuelta manzana.
DON FRESQUETE
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CUENTOS Y RELATOS PARA NIÑOS PEQUEÑOS
Índice
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