Taller 2 de La Narracion
Taller 2 de La Narracion
Taller 2 de La Narracion
ESPAÑOL
GRUPO 1.1
“TALLER 2 DE LA NARRACION”
ELABORADO POR:
GALILEA RIVERA
LAURA SANTANA
RACHELL ORTEGA
SHTEFANI MORENO
12/09/2021
En qué tiempo se narran los fragmentos que se mencionan a continuación
Confusas y revueltas, las vigas del techo se iban colocando en su lugar. Los
pomos de medicina, las borlas de damasco, el escapulario de la cabecera, los
daguerrotipos, las palmas de la reja, salieron de sus nieblas.
Durmió algunas horas despertó bajo la mirada negra y cejuda del padre Anastasio.
De franca, detallada, poblada de pecados, la confesión se hizo requicente,
penosa, llena de escondrijos.
César Sigue a Pompeyo a Egipto, pero cuando llega allí todo ha terminado y se le
presenta la cabeza de su adversario en una bandeja. Desembarca en Alejandría
con un pequeño escuadrón. Necesita medios para continuar la lucha, ya que la
muerte de Pompeyo no significa todavía el fin de la oposición republicana; Egipto,
país rico, debe proporcionárselos. Con el propósito de recuperar las deudas de
Tolomeo a Auleletes, César pretende del gobierno Egipcio gruesas sumas, para
pagar las cuales fue necesario recurrir a los ornamentos del templo y al tesoro de
la corte. Esto suscita un gran descontento entre la población de Alejandría,
malestar que se manifiesta fuertemente cuando César, interviniendo la cuestión
dinástica en calidad de árbitro y sensible a los atractivos de la reina, reconcilia a
hermana y hermano y permite a Cleopatra regresar al trono egipcio. La población
de Alejandría, en cambio, sostiene a Tolomeo.
Yo, Rajá, tigre real de Bengala, voy a contar en lenguaje humano cómo me
vengué de mi dueño, el domador Kimberley, que me amansó.
¡Yo, Rajá tigre manso! Este fue su error. Considerábamos muy satisfecho de mi
docilidad, de mi dulzura al permitirle hundir su cabeza en mi boca… Pero antes es
menester que recuerde cómo fui cazado, y esto dará razón de cuánto oprobio y
ardiendo sed de venganza resecó mi alma de fiera real en mis cinco años de
cautiverio.
Nací en los contrafuertes del Ramahal, a quince leguas del Ganges, lo que
equivale a decir en el corazón mismo de Bengala. Mi padre era el orgullo de los
tigres de la comarca, y por consiguiente gozaba entre los hombres de la más
sombría fama.
¿Tenía derecho a hacerlo? No, no tenía derecho. Pero No le era fácil desalojar del
cerebro la idea de que, por aquella coincidencia de fechas, hubiera sido tal vez
hermoso poderle enviar a Maura una carta, alguna nota.
Pero era imposible. No se podía correr el más mínimo riesgo. En el portafolio que
le entregarían a Sandro solo irían (convenientemente disimulados en el forro
interior) los seis microfilmes. Nada más.
Le dio dos o tres ansiosas chupadas al cigarrillo y luego lo aplastó en uno de los
ceniceros de la Cinzano que había sobre el mostrador. Sentía la boca
amarga, había fumado en exceso y llevaba consumidas ese día más de veinte
tazas de café. Además, no había comido. Pero no tenía hambre. Ni sueño. Solo se
sentía cansado. Viejo y cansado.
Cuando tres días antes, en uno de los cuartos del motel Siesta en Key Largo (a la
izquierda de la carretera, viajando desde Miami hacia el sur, a unas dos millas del
primer puente de la cayería) había recibido el cifrado de Ciro, se sintió alegre y
triste sucesivamente. Alegre porque su estancia en Canadá coincidiría con su
aniversario de bodas, y tal vez podría enviarle una postal a Maura con otro
nombre, escribiendo con la zurda, quizás diciéndole alguna tontada (pero ella
descubriría bajo la letra torcida y bajo las absurdas tonterías, el calor su corazón
…); triste, porque casi en enseguida desechó la idea…
Usted no podía, no pudo saber que había regresado a mi habitación, que estaba al
lado de mi mujer dormida (el diario de la noche caído sobre su rostro), que el cielo
nocturno penetraba lentamente en mí, que a mí solo conjuro usted perdió su
sinrazón de ser y que, no obstante ello, ayer, tal vez esa misma noche, hubiera
jugado de nuevo a imaginar y me represente golpeando a su puerta y la imagine
recibiéndome -sí, exactamente así- con su invencible, antigua risa de Los Pinos,
con otro traje azul de cuello blanco, con sus queridas manos afiladas y tibias. Y
usted me dijo: «Lo esperaba» o también «Voy a presentarle a mi marido. Le
gustan las mismas cosas que a usted.» Y usted cerró la puerta y entonces fui yo el
inexistente. Porque no salí nunca, nunca, nunca, aunque el tiempo se hartó de
correr y yo descanse en el sillón adusto o contemple a mis anchas el perfecto
Renoir o tome en mis manos el irrisorio pescador de marfil y tras de contemplarlo
durante cuatro siglos, lo deposite con cuidado, casi con ternura, sobre el
desguarnecido estante de ébano.