Salvador Novoel Narrador El Confidente
Salvador Novoel Narrador El Confidente
Salvador Novoel Narrador El Confidente
1 septiembre, 1992
Salvador Novo soñó siempre escribir una novela y no pudo realizar este sueño. Pero de esta
imposibilidad, de este fantasma a medio camino entre el orgullo y el deseo indeciso,
proviene en buena parte su vida novelesca y su práctica, a lo largo de los años, de un género
de escritura multiforme y personal mediante el que dominó al fantasma y se reconcilió con
aquella imposibilidad. Sus intentos de escribir novela se resumen en El joven, un trozo
narrativo que concluyó en 1923 y publicó en 1928, y en el fragmento de una obra que se
llamaría Lota de loco, que escribió en 1929 y publicó en 1931. Entrevistado en la vejez
sobre estos intentos dirá del primero: “Es un folleto inmundo, por supuesto que no en el
terreno de la estética. Es un poco el resumen de mi regreso a México en 1917, y de mi vida
estudiantil. Narra mis primeros esponsales con la gran ciudad”. El segundo intento lo verá
así: “Es una novela un tanto huxleyana. Sucede en la ciudad de México, y cuenta los
amoríos de una taquígrafa con un tipo, el cual se enreda con el hermano de ella. Era un
tanto atrevida para su época. Tal vez por eso la dejé a medio hacer”.
Desde los dieciséis años de edad, Salvador Novo fue consciente del poder prospectivo y
reafirmador de la escritura: a través de ella se reflejaba su temperamento moderno y su
diferencia homosexual. Esto queda claro por el siguiente testimonio de sus Memorias: “por
emplear el tiempo, y todavía persuadido (a pesar de las constantes, caudalosas
comprobaciones en contrario) de la singularidad excepcional de mi carácter, empecé a
escribir una minuciosa y romántica autobiografía novelada que titularía ‘Yo’”. Novo
destruyó esta primera confesión, que retomará décadas más tarde con sus Memorias, pero
en ese cuaderno indiscreto se encontraban ya los componentes distintivos de su obra: el
empeño íntimo, el afán protagónico, el relato conversatorio y el cariz confidencial o
provocador. Durante treinta años, Novo escribió al menos veinticinco mil cuartillas de
poesía, ensayos, artículos y crónicas, que eligió llamar “Diario” o “Cartas”, y cuyo perfil,
con el tiempo, se le revelaría como una “novela por entregas”.
Bajo el acoso de las normas morales que prescribían la entereza familiar, la monogamia
heterosexual, la decencia, el trabajo y la fortaleza varonil, Salvador Novo supo desarrollar
una inteligencia culta y desenfadada, que transitaba del alarde público a la clandestinidad,
de las revelaciones al secreto. De ahí su gusto por los lugares de cita o encuentro exclusivo,
los consabidos “estudios”, los velos y las máscaras, los encubrimientos y las palabras como
signos de afecto o tráfico íntimo y grupal. Este juego oponente fue el emblema de la
juventud de Novo que acudió, sobre todo a finales de los años veinte y principios de los
treinta, al uso en la escritura del anónimo y el seudónimo, de las suplantaciones, los libelos,
las parodias, los epigramas y los versos satíricos. Por ejemplo, entre enero y marzo de
1929, Salvador Novo publicó en el diario Excélsior una columna de humor que tituló
“Consultorio” y firmaba “A cargo del Niño Fidencio”. En 1926, con sus sonetos satíricos
contra Diego Rivera, se hizo notorio su ingenio verbal que culminará hacia 1932, cuando se
hará pública la existencia de un libro dedicado a tal oficio. Otra muestra del juego oponente
de Novo se encuentra en el envío al diario La Prensa de 1933 de una carta “firmada” por el
escritor Rubén M. Campos, y en la que se impugnaba el afán protagónico de… Salvador
Novo. Días después, el mismo diario publicó una carta, esta sí de Campos, en la que negaba
ser el autor de la primera y protestaba contra “la mendacidad del falsario” que la había
escrito. Así, Novo creó a su alrededor un aura pública que se beneficiaba de las
admiraciones y los temores ajenos, e incluso era capaz de escribir, bajo su firma, este elogio
de sí mismo destinado a los lectores de Excélsior del 19 de mayo de 1933:
Instruido en las más graves disciplinas estéticas, Salvador Novo, norteño de La Laguna, ha
ido formándose un perfil que suscita la atención, el interés y la curiosidad; su carrera como
escritor, todavía breve, es un extraordinario caso de fortuna literaria: dentro de pocos años
su nombre pasará, en la crítica, junto a los de Alfonso Reyes, Mariano Azuela, Martín Luis
Guzmán. Con una amplitud, con una agilidad que es prueba de lo vivo de su ingenio y de su
talento, así como de su suerte, Novo continúa, modernizándola, la tradición mexicana que
quiere que los literatos sirvan al Estado: es Jefe del Departamento de Publicidad, en la
Secretaría de Relaciones Exteriores.
Si con los años Novo llegó a reincidir en estos juegos, será siempre como un eco de
aquellos fervores juveniles.
Salvador Novo se inició en la burocracia en la Secretaría de Educación, bajo las órdenes del
secretario J. M. Puig Casauranc; luego, entre 1929 y 1932, trabajó en la Secretaría de
Industria, Comercio y Trabajo, convocado por su titular, Ramón P. de Negri. Esa tradición
mexicana de los literatos al servicio del Estado de la que Novo hablaba, fue un rasgo
generacional, que en el caso de Jaime Torres Bodet se mostró precoz y vitalicio. Torres
Bodet fue secretario de la Escuela Nacional Preparatoria y secretario particular de José
Vasconcelos en 1921; Jefe del Departamento de Bibliotecas de la Secretaría de Educación
de 1922 a 1924; secretario particular del Jefe de Salubridad Bernardo J. Gastélum entre
1925 y 1929 y, a partir de estas fechas ingresó en el servicio exterior hasta ascender a
subsecretario de Relaciones Exteriores a principios de los años cuarenta. En 1943 ocupó la
Secretaría de Educación Pública y, con el gobierno alemanista, volvió a Relaciones
Exteriores como secretario. Más tarde fue representante y embajador de México en el
extranjero, y al llegar a la presidencia Adolfo López Mateos lo nombró secretario de
Educación Pública. Novo, en cambio, luego de su paso por Relaciones Exteriores en los
años treinta aceptó un nombramiento oficial hasta 1946, en que asume la Dirección de
Teatro del Instituto Nacional de Bellas Artes. En la vejez, Salvador Novo guardaba este
recuerdo de Jaime Torres Bodet:
En mi único distanciamiento con él,* quemé todos los libros suyos de mi biblioteca.
Cuando Vasconcelos llegó a la Secretaría de Educación Pública nombró a Jaime jefe del
Departamento de bibliotecas. Allí nos reuníamos: llegábamos todas las mañanas, a eso de
las once. En estas páginas seconflagró la revista La Falange. Jaime llevó a trabajar a su lado
a todo el grupo: Bernardo Ortiz de Montellano, Enrique González Rojo, José Gorostiza y
Xavier Villaurrutia. Con todos ellos me hablaba de tú, menos con el.(…) Jaime no ha
tenido vida, ha tenido desde pequeño biografía.
Novo, que en cambio opinaba que él sí había tenido vida, porque la biografía de un hombre
como él “heriría las buenas costumbres”, recibió de Jaime Torres Bodet el siguiente
recuerdo de aquellos años en su Autobiografía:
Novo, más humano y menos estricto que Villaurrutia, usaba en aquellos años una cabellera
que la vida le ha dado derecho a recuperar; obtenía de sus maestros más venerables, como
don Ezequiel, consejos que comentaba con irónico escepticismo y nos sorprendía a todos
por la plasticidad de una inteligencia que, a fuerza de ser flexible, parecía dócil, pero que
no abandonaba jamás las aptitudes intransferibles que habrían de constituir, con el tiempo,
su mejor mérito.
Novo juzgaba insoportable el talante marmóreo que distinguió la vida y obra de Torres
Bodet, aunque este sentimiento no impidió una amistad permanente entre ambos.
Nada… Labor burocrática. Tengo comenzada una novela compleja y de complejo. Un tema
virgen en nuestra literatura mexicana. Se trata de un hermano y una hermana que
encuentran el amor en una misma persona. Escribí los primeros capítulos. No pude seguir
porque me faltó la serenidad precisa. Pero algún día la concluiré. Durante bastante tiempo
estudié los tipos documentales… Los vi venir cerca de mí y los observé. Ahora los he
perdido de vista… Mientras tanto yo me analizo, me escudriño y me estudio. Este
autoanálisis me ha de proporcionar mucho material para la obra. (…) Yo no sé escribir sino
de mí.(…) Y ya ve, lo más interesante en la literatura actual, es aquello que se escribe
autobiográficamente. Vivo en constante autoanálisis. Tengo la suficiente lealtad conmigo
mismo para interpretarme en lo mas íntimo. Todo mi caudal psíquico lo analizo
atentamente. Mi carácter, mi conducta, mis actitudes morales, deseos, pasiones,
preferencias, inquietudes, desde lo más frívolo a lo más profundo, lo someto a un
apremiante ¿porqué?
Las reflexiones del Novo de 1933 expresan su dilema central ante la vida y la literatura:
entre el narrador y el confidente se cerró el nudo complejo que obstaculizó, bajo el acoso
circundante de la moral pública, el desenlace de la novela Lota de loco. Las dualidades y
triangulaciones de la novela proyectaban “el caudal psíquico” del joven Novo que analizaba
el escritor Novo. Es obvio que al final los propósitos terapéuticos que entrañaba la novela
impidieron la plenitud literaria.
La plática con el periodista Núñez Alonso se dio cuando, a decir de éste, Novo era una
figura inquietante y agresiva: “Se le teme, se le huye o se le acepta deliberadamente. Se
huye de la persona por previsión. Se teme su juicio, su crítica”. Así, en otro momento el
entrevistador le pregunta a Novo: “¿Y esos terribles sonetos que usted ha escrito?”. El
testimonio de Núnez Alonso es un hallazgo que vale reproducir. Ante aquella pregunta:
Novo se sienta. Antes lanza una mirada vigilante hacia la puerta que comunica al portal.
Una visita inoportuna podría oír poesía que no es panegírica precisamente. Y lee… uno,
dos, cinco, diez, hasta sesenta sonetos. Perfectos en ejecución, íntegros en la intención,
despiadados en el concepto. Nadie se salva. Ni Sor Juana. Todo bicho viviente en el
mundillo artístico y literario tiene su soneto que Novo ha escrito como el más agrio de los
poetas epitafistas. Y lo grave es que algunas personas que se mueven y viven entre nosotros
están muertas, sin resurrección posible, en los sonetos de Novo. Despiadados, hirientes,
aniquiladores.(…) Salvador Novo lee los sonetos como si fuera un hallazgo de inestimable
valor que él hubiera hecho. Los lee como si no fueran suyos, como la obra maestra de
literatura por él preferida. En esto también es admirable este joven e ilustre escritor. En los
sonetos, Novo supera el entusiasmo del lector a la satisfacción del autor.
Antes de que Novo guardara en su cajón secreto aquellos sonetos satíricos, Núnez Alonso
le preguntó si se publicarían éstos alguna vez. Novo respondió:
Serán mi obra póstuma. Constituyen una historia satírica completa del México actual. Un
estupendo documento. No se publicarán sino a mi muerte. Además si trascendieran al
público, alguno de estos individuos me mataba. Así es que nadie los librará de su condición
de mortaja.
En 1955 y luego en 1970, Salvador Novo decidió publicar, en un libro quevediano que
tituló Sátira, algunos materiales de aquella vena; pero la “historia satírica completa” de que
Novo hablaba no ha vuelto a aparecer. Por fortuna, entre los papeles que dejó al morir se
encuentra un soneto, sin duda compañero de los que escuchó Núñez Alonso en 1933, y que
se ocupa de Jaime Torres Bodet. Muertos los protagonistas del episodio y a dieciocho años
del fallecimiento de Novo, es posible cumplir, al menos en parte, con su voluntad expresa
al respecto, y recordar al mismo tiempo que Novo jamás escribió nada contra nadie que no
hubiera escrito también contra sí mismo. El soneto se llama “Jaime Torres” y dice así:
Exclamó la comunidat
al escuchar la novedat:
“¿dejar de ser analfabet
para leer a Torres Bodet?
Francamente ¡qué atrocidat!”.
Estos desahogos satíricos no impidieron que Novo sostuviera su amistad con Torres Bodet
hasta el fin. Una muestra de tal amistad puede hallarse en la cercanía que representaba el
ser sobrevivientes del grupo Contemporáneos. En una carta desconocida de Salvador Novo
a su también amigo el empresario de Monterrey Carlos Guajardo, con fecha del 31 de julio
de 1968, se lee el siguiente testimonio:
Del Club de los Cumpleaños ya le he hablado. Lo instituyó Jaime Torres Bodet hace dos
años, en el suyo; y sus escasos miembros (nueve en total: los Torres Bodet, Jaime y
Josefina; los Gorostiza, Pepe y Josefina; los Fournier, Raoul y Carito; y los Villaseñor,
Eduardo y Laura, más yo soltero) se obligan a invitar a comer al grupo en sus respectivos
cumpleaños. Ayer, pues, me visitaron. Mesa redonda y minuta sencilla: blinis con caviar,
suprema de apio, langosta a la armoricaine, quesos y crepes Suzette. Y para facilidad de
escanciamiento, champagne rosée con todo.
Pero ya todos somos, mas o menos, una birria. Jaime llegó pálido al subir a su coche, se
sintió mareado; un cognac medio lo compuso, pero casi no habló durante la comida. En
cuanto a Pepe, camina arrastrando los pies como un ancianito. Temo que esta decadencia
sea psicótica: coincide en ambos con la pérdida del poder político, que echan tanto de
menos. Raoul nos tomó a todos la presión después de comer, y me increpó: “Eres un
sinvergüenza: tienes presión de 20 años: 80-120″. Es posible: pero no todo es presión para
una llanta tan rodada.
Con usted quiero confesarme, quitarme todas las máscaras y los vendajes de la circulación
pública, descender de lodos los pedestales de merengue en que me han encumbrado
premios, distinciones, alabanzas, aplausos, etc., y confiarle la desoladora convicción de que
mi vida como escritor ha sido un verdadero fracaso. No quiero por esto decir que no vaya a
pasar o que no haya ingresado ya en la historia de las letras mexicanas como un pequeño
fenómeno de fecundidad y versatilidad, de ingenio, etc., etc.; lo que quiero decir es que sin
jactancia creo haber sido dotado por la naturaleza y bendecido por Dios, con facultades de
imaginación, sensibilidad y capacidad creadora que no he sabido aprovechar debidamente
en la producción de la Obra Maestra con que todos soñamos y con que todo artista debe
tender a justificar su presencia transitoria en el mundo. He sucumbido al halago de la
facilidad con que me ha sido dable realizar cualquier cosa que emprenda: he sucumbido
también al llamado de todas las sirenas que me convocaban a desperdiciar mi tiempo y mi
talento en pequeñas empresas, colaboraciones y otras basuras que se han llevado la mayor
parte de mi vida y ocupan la mayor parte de mi bibliografía.
En ese balance crepuscular, Novo enfrentaba el nudo básico de sus propósitos literarios y
vitales: el anhelo autobiográfico, el sueño de la novela que nunca escribió, el hallazgo de su
propia vida como una obra de arte, más bien como una novela. Así lo expresa en la misma
carta a Guajardo:
Soñé siempre, por ejemplo, con escribir una novela, y la pensé y estructuré hace
muchísimos años de una manera tal que habría sido una verdadera revelación en su tiempo.
Pasados los años, si ahora publicara lo entonces escrito o realizara lo entonces planeado,
nos encontraríamos con un adefesio fuera de toda moda, así de mucho ha avanzado no sé si
degenerándose o superándose, el género novelístico. Pero estoy persuadido de que mi vida
sí ha sido una verdadera y grandiosa novela. He visitado tantas atmósferas, conocido a
tantas gentes, visto discurrir tantos episodios de la historia moderna de México,
transformarse a la ciudad, etc., que una autobiografía sería quizás mi mejor y más sincera y
valiosa novela. Ojalá tenga todavía tiempo de concluirla, y digo concluirla porque la tengo
comenzada e interrumpida desde hace 22 años.
Bibliografía
· Campos, Rubén M., “Don Rubén M. Campos no escribió ninguna carta y protesta”, carta,
La Prensa, 30 de junio de 1933.
“Consultorio”, A cargo del Niño Fidencio (seud.), Excélsior, enero a marzo de 1929.
“Por la honestidad de las letras mexicanas. Salvador Novo y Alfonso Reyes”, carta, La
Prensa, 22 de mayo de 1933.
. Núñez, Alonso, A., “Salvador Novo visto y oído por mí”, El Universal Ilustrado, 25 de
febrero de 1932.
. Torres Bodet, Jaime, Obras escogidas, México, FCE, 1983, 1120 pp.
* Alfonso Taracena escribió una versión de ese distanciamiento: “Había unos perros que no
dejaban dormir a los vecinos de su rumbo, ni a él [Novo], por supuesto. Quiso poner el
remedio y se dirigió por correo a Torres Bodet, secretario particular o algo así, del jefe del
departamento de Salubridad, el Dr. Bernardo Gastélum, a quien antes había tratado en la
Secretaría de Educación a raíz de la renuncia de Vasconcelos. Torres Bodet se limitó a
contestarle enviándole unos versos suyos para la revista de Novo, Ulises. Viendo Novo que
su correligionario Jaime rehuída librar a la sociedad de los ladridos de unos canes, resolvió
evitar allá la lectura de los poemas de Torres Bodet”.(El Universal, 4 de mayo de 1992)