Poemas Sesión 4

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Los heraldos negros

César Vallejo

Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé!

Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,

la resaca de todo lo sufrido

se empozara en el alma… ¡Yo no sé!

Son pocos; pero son… Abren zanjas oscuras

en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.

Serán tal vez los potros de bárbaros Atilas;

o los heraldos negros que nos manda la Muerte.

Son las caídas hondas de los Cristos del alma

de alguna fe adorable que el Destino blasfema.

Esos golpes sangrientos son las crepitaciones

de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.

Y el hombre… Pobre… ¡pobre! Vuelve los ojos, como

cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;

vuelve los ojos locos, y todo lo vivido

se empoza, como charco de culpa, en la mirada.

Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé!


Ágape

Hoy no ha venido nadie a preguntar;


ni me han pedido en esta tarde nada.

No he visto ni una flor de cementerio


en tan alegre procesión de luces.
Perdóname, Señor: qué poco he muerto!

En esta tarde todos, todos pasan


sin preguntarme ni pedirme nada...

Y no sé qué se olvidan y se queda


mal en mis manos, como cosa ajena.

He salido a la puerta,
y me da ganas de gritar a todos:
Si echan de menos algo, aquí se queda!

Porque en todas las tardes de esta vida,


yo no sé con qué puertas dan a un rostro,
y algo ajeno se toma el alma mía.

Hoy no ha venido nadie;


y hoy he muerto qué poco en esta tarde!

Los dados eternos

Para Manuel González Prada, esta emoción bravía y selecta,

una de las que, con más entusiasmo, me ha aplaudido el gran maestro.

Dios mío, estoy llorando el ser que vivo;

me pesa haber tomándote tu pan;

pero este pobre barro pensativo

no es costra fermentada en tu costado:

¡tú no tienes Marías que se van!


Dios mío, si tú hubieras sido hombre,

hoy supieras ser Dios;

pero tú, que estuviste siempre bien,

no sientes nada de tu creación.

Y el hombre sí te sufre: ¡el Dios es él!

Hoy que en mis ojos brujos hay candelas,

como en un condenado,

Dios mío, prenderás todas tus velas,

y jugaremos con el viejo dado...

Tal vez ¡oh jugador! al dar la suerte

del universo todo,

surgirán las ojeras de la Muerte,

como dos ases fúnebres de lodo.

Dios mío, y esta noche sorda, oscura,

ya no podrás jugar, porque la Tierra

es un dado roído y ya redondo

a fuerza de rodar a la aventura,

que no puede parar sino en un hueco,

en el hueco de inmensa sepultura.

Espergesia

Yo nací un día
que Dios estuvo enfermo.

Todos saben que vivo,

que soy malo; y no saben

del diciembre de ese enero.

Pues yo nací un día

que Dios estuvo enfermo.

Hay un vacío

en mi aire metafísico

que nadie ha de palpar:

el claustro de un silencio

que habló a flor de fuego.

Yo nací un día

que Dios estuvo enfermo.

Hermano, escucha, escucha…

Bueno. Y que no me vaya

sin llevar diciembres,

sin dejar eneros.

Pues yo nací un día

que Dios estuvo enfermo.

Todos saben que vivo,


que mastico… Y no saben

por qué en mi verso chirrían,

oscuro sinsabor de féretro,

lúyidos vientos

desenroscados de la Esfinge

preguntona del Desierto.

Todos saben… Y no saben

que la luz es tísica,

y la Sombra gorda…

Y no saben que el Misterio sintetiza…

que él es la joroba

musical y triste que a distancia denuncia

el paso meridiano de las lindes a las Lindes.

Yo nací un día

que Dios estuvo enfermo,

grave.

Piedra Negra Sobre Una Piedra Blanca

Me moriré en París con aguacero,


un día del cual tengo ya el recuerdo.
Me moriré en París -y no me corro-
tal vez un jueves, como es hoy, de otoño.

Jueves será, porque hoy, jueves, que proso


estos versos, los húmeros me he puesto
a la mala y, jamás como hoy, me he vuelto,
con todo mi camino, a verme solo.

César Vallejo ha muerto, le pegaban


todos sin que él les haga nada;
le daban duro con un palo y duro

también con una soga; son testigos


los días jueves y los huesos húmeros,
la soledad, la lluvia, los caminos…

Proverbios y cantares

Antonio Machado

Nunca perseguí la gloria ni dejar en la memoria de los hombres mi canción; yo


amo los mundos sutiles, ingrávidos y gentiles como pompas de jabón. Me gusta
verlos pintarse de sol y grana, volar bajo el cielo azul, temblar súbitamente y
quebrarse.

XXIX

Caminante, son tus huellas el camino, y nada más; caminante, no hay camino,
se hace camino al andar. Al andar se hace camino, y al volver la vista atrás se
ve la senda que nunca se ha de volver a pisar. Caminante, no hay camino, sino
estelas en la mar.

XLIV

Todo pasa y todo queda; pero lo nuestro es pasar, pasar haciendo caminos,
caminos sobre la mar.

XLVI

Anoche soñé que oía

a Dios gritándome: ¡Alerta!

Luego era Dios quien dormía,


y yo gritaba: ¡Despierta!

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