4 - Cap. 2 Mario Liverani. El Antiguo Oriente
4 - Cap. 2 Mario Liverani. El Antiguo Oriente
4 - Cap. 2 Mario Liverani. El Antiguo Oriente
Oriente Próximo, en su acepción más reducida que es la de este libro, tiene una
extensión de unos 2.000.000 km2, poco menos que Europa occidental. Se trata, pues,
de un área relativamente restringida y muy compacta. No obstante, esta área se ca-
racteriza por su variedad, acentuada por el relieve y los tipos de suelo, las precipita-
ciones y el clima, la vegetación y la habitabilidad. El relieve llega a 3.500 y 4.000 m
en el Thurus, el Ponto y los Zagros, y sobrepasa los 5.000 m en Armenia (Ararat),
mientras la depresión del mar Muerto (-395m bajo el nivel del mar) es la más pro-
funda del mundo. Se suceden las cordilleras, las llanuras aluviales y a veces los de-
siertos. Del régimen pluvial mediterráneo se pasa rápidamente al clima estepario del
desierto siroarábigo, o al clima de alta montaña. Grandes ríos, como el Tigris y el
Éufrates, atraviesan zonas que si no fuera por sus aguas estarían condenadas a una
aridez casi total. Hay zonas de gran concentración demográfica, en estrecho contac-
to con otras casi despobladas.
Para dar una imagen simplificada de Oriente Próximo se suele hablar del «Cre-
ciente Fértil»: un semicírculo de tierras fértiles, de regadío, adecuadas para el asenta-
miento agrícola y urbano, se extiende desde Palestina hasta Mesopotamia, limitando
al sur (por el lado cóncavo) con el desierto siroarábigo y al norte (por el lado conve-
xo) con las tierras altas anatólicas, armenias e iraníes. Pero, si se observa con más
detalle, la realidad es más compleja, y el entremezclamiento de las distintas zonas
ecológicas está mucho más articulado. Las tierras altas están surcadas por cuencas
que reproducen en pequeño los caracteres del Creciente Fértil, y las tierras de rega-
dío están interrumpidas por cordilleras menores y franjas desérticas; las propias me-
setas áridas están jalonadas de oasis y surcadas por los uadis. La discontinuidad am-
biental es un rasgo estructural de Oriente Próximo, y un dato importante desde el
punto de vista histórico, porque supone que regiones con recursos y vocaciones dis-
tintas están entremezcladas y en estrecho contacto. Para comprender esta red de rela-
ciones se utilizan los conceptos de punto nodal, frontera y nicho.
El punto nodal es la soldadura de dos zonas distintas. A través de él pasan, en
ambas direcciones, experiencias y productos, hombres y tecnologías, elaboraciones
acordes con los caracteres de las zonas respectivas y que faltan en las adyacentes.
Por lo general, este paso implica un cambio en los «códigos» expresivos y de valores,
con un efecto de fecundación recíproca, de comparación y ajuste de los ¡esultados,
que tanto ha contribuido a la evolución de las comunidades humanas desde las fases
más antiguas. A ve~~~-fenómenos facilitados por e!_punto 11~ un des-
LIBER
LOS CARACTERES ORIGINALES 37
EX URSS
EGIPTO
50
veget. mediterránea
bosque mésico
bosque templado
bosque de estepa
estepa
desierto
-----·
-----.,;;¡300 km
LIBER
38 INTRODUCCIÓN
se verá con detalle en el tratamiento histórico); pero, por otro, corre el riesgo (por
lo menos con una apreciación rápida y desenfocada) de convertirse en un caos inex-
tricable. Entonces interviene necesariamente un proceso de simplificación de la ima-
gen, que resulta aceptable y <<Vigoroso» (es decir, esclarecedor) en la medida en que
logra explicar el mayor número posible de fenómenos históricos. Los propios prota-
gonistas antiguos de la historia propusieron y aplicaron este tipo de simplificaciones
ideológicas de la complejidad real, creando imágenes o representaciones del mundo.
La historiografía moderna se ha hecho eco muchas veces de estas representaciones,
sin advertir siquiera su carácter ideológico. Es lo que sucede sobre todo con la más
«vigorosa» de estas imágenes, la de un Oriente Próximo que sigue un esquema de
contraposición entre un núcleo y una periferia. El núcleo, el espacio central, está más
habitado y civilizado, y su centro ideal es la ciudad (que a su vez gira en torno al
templo o al palacio real), rodeada por una llanura de regadío salpicada de aldeas
agrícolas. La periferia es la franja que rodea esta llanura, de estepa o montaña, con
una población más desperdigada e inestable de pastores, fugitivos, bandidos, que
poco a poco se difumina hacia el vacío humano de zonas que sólo son útiles como
reservas de materias primas: árboles de alto tronco, metales y piedras duras. Estos
«mapas mentales» se pueden encontrar fácilmente en los textos antiguos, como la
imagen del mundo «en forma de embudo» de Gudea (c. 2100) que sitúa en el centro
del mundo a su ciudad de Lagash, y en su centro al templo de Ningirsu. De todo
el mundo circunstante afluyen las materias primas necesarias para la edificación del
templo, y esta periferia está formada por una serie de tierras o montañas, cada una
de las cuales produce un metal determinado o un tipo de árbol, y está unida a la
llanura central por un río que sirve para transportar aguas abajo las materias pri-
mas, hasta el destino final, que les da un sentido.
Esta imagen, traducida en términos historiográficos modernos, presenta un Oriente
Próximo centrado en la llanura de la Baja Mesopotamia, donde en efecto se hallan
las mayores extensiones agrícolas y concentraciones urbanas, rodeada de estepas o
montañas con una población más discontinua, subordinadas cultural y políticamen-
te al centro y suministradoras de materias primas para este último. Ahora bien, es
evidente que esta simplificación de la realidad podría ser aceptable desde el punto
de vista centralista, pero desde luego no desde el periférico. En cuanto a los protago-
nistas antiguos de la historia, esta es sin duda la visión mesopotámica, pero cada
uno de los grupos humanos asentados en otros lugares también piensan que están
en el centro de un mundo que gira en torno a ellos, y procuran que sus rasgos distin-
tivos queden en el mejor lugar, aun a costa de deformar radicalmente las caracterís-
ticas de los demás. Lo mismo sucede en la historiografía moderna con este esquema
de núcleo y periferia, que corre el riesgo de ser «mesopotamocéntrico» y sacrificar
gravemente la originalidad de otras culturas, los caracteres de otras regiones, las dis-
tintas aportaciones culturales, con sus múltiples tendencias, los complejos intercam-
bios económicos y escenarios políticos. Aunque nos inclinemos por esa visión, al me-
nos tendremos que corregirla y prestar atención a la articulación, al pluralismo y
al cambio diacrónico, localizando los numerosos y cambiantes núcleos que surgen
de vez en cuando, y sin olvidar nunca el carácter subjetivo y tendencioso del concep-
to de periferia.
A escala más modestamente descriptiva se advierte, si acaso, que entre las zonas
de densidad humana y las zonas de densidad de materias primas hay una comple-
LIBER
FIGURA 6. Material cartográfico del antiguo Oriente. Arriba, plano de un asentamiento agrí-
cola (de Nuzi, c. 2300). Centro, plano de la ciudad de Nippur (de Nippur, c. 1500). Abajo,
plano esquemático del mundo (de Sippar, c. 500).
LIBER
LOS CARACTERES ORIGINALES 41
mentariedad bastante clara, que resulta adecuada para establecer un modelo simpli-
ficado y <<Vigoroso». La densidad humana está vinculada a la producción agrícola,
por lo que se localiza en las llanuras, sobre todo si son de regadío. En los valles
aluviales (sea cual fuere su extensión y ubicación) se sitúa la mayoría de los cultivos
y asentamientos humanos. Pero carecen de materias primas: no tienen bosques (ma-
dera), pastos (lana), y tampoco tienen metales ni piedras. Estos recursos se encuen-
tran sobre todo en las montañas y en las mesetas serniáridas, zonas en las que, por
otro lado, no puede haber asentamientos urbanos ni cultivos de regadío. Entre estas
dos zonas ecológicas básicamente complementarias se establece un intercambio que
sin duda es desigual, con transferencia de bienes materiales desde las zonas de recur-
sos hasta las de poblamiento, y con transferencias (sobre todo de tipo ideológico)
en sentido contrario. Dado que la historia es ante todo historia de los grupos huma-
nos, resulta normal e inevitable que se produzca un desplazamiento de la perspectiva
hacia el punto de vista de las zonas de poblamiento denso, y una marginación de
las reservas de materias primas. Pero no conviene exagerar, so pena de romper el equi-
librio del conjunto y empobrecer el patrimonio de experiencias diversas que caracte-
rizan la historia del antiguo Oriente.
Hasta ahora hemos contemplado el paisaje del antiguo Oriente como una reali-
dad muy articulada en el espacio, pero estable en el tiempo. Dicha estabilidad sólo
es cierta de una forma muy aproximada. En efecto, se sabe que desde hace ya 10.000
años el clima de Oriente Próximo es más o menos como el actual, de modo que todo
el periodo histórico se incluye en una sola fase interglacial. Pero dentro de esta fase
hubo fluctuaciones de la cantidad de precipitaciones y la temperatura media, que
tuvieron su influencia, por lo menos, en el avance o retroceso de algunos puntos no-
dales ecológicos -por ejemplo, los de los asentamientos estables y la trashumancia
en las zonas semiáridas del borde occidental del desierto siroarábigo (Tfansjordania,
Siria interior). Pero mayores han sido los cambios provocados en el paisaje por la
actividad de los grupos humanos, que explotaron algunos recursos de una forma a
veces salvaje y desencadenaron procesos de degradación irreversibles. Destaca sobre
todo el proceso de deforestación, como se advierte al comparar los mapas que re-
construyen la cubierta «originaria» espontánea con la situación actual. La creación
de espacios para los cultivos agrícolas y los pastos en detrimento de los bosques y
la mancha arbustiva marca toda la historia de Oriente Próximo a partir del Neolíti-
co. A las primeras deforestaciones neolíticas, que formaban calveros limitados en
un paisaje todavía «intactm>, les siguieron unas deforestaciones más importantes y
definitivas en la Edad del Bronce, cuando por exigencias de la urbanización se tala-
ron también los bosques de las montañas de tronco alto (para la construcción), ade-
más de los restos de bosques de las llanuras agrícolas. Con la Edad del Hierro se
acentuó la explotación agropastoral de las zonas de montañas y cerros, donde la de-
forestación y el pastoreo excesivo llevó a la pérdida de toda la cubierta arbustiva,
al lavado del suelo (al quedar éste sin protección ante las precipitaciones) y al aflora-
miento de las rocas, con efectos irreversibles. En las llanuras de regadío las interven-
ciones fueron sobre todo de regulación y canalización de las aguas, drenaje y difu-
sión capilar, al principio también en «islas», para ir extendiéndose. Pero la red de
canales, sobre todo en la Baja Mesopotamia, pasó por varias fases de desarrollo y
destrucción, con formación de aguazales en amplias zonas; y el cultivo intensivo pro-
vocó la salinización del suelo. Por lo tanto, en la medida de lo posible hay que re-
LIBER
42 INTRODUCCIÓN
construir el paisaje real, histórico, de cada época. En algunos casos pudo haber sido
bastante similar al actual, pero en otros era muy distinto, sobre todo si el actual es
el resultado de degradaciones y desertizaciones producidas a lo largo de los siglos,
o bien de roturaciones recientes.
Para hacer una reconstrucción histórica del paisaje resultan esenciales los datos
paleobotánicos y palinológicos, que permiten identificar las principales especies ve-
getales (tanto espontáneas como cultivadas) y sus fluctuaciones proporcionales; y
también los datos propiamente arqueológicos que permiten fechar las obras hidráu-
licas (redes de canales, aterrazamiento de laderas, excavación de pozos, etc.). Thm-
bién hay datos literarios e iconográficos, y se les suele dar mucha importancia a la
hora de reconstruir el paisaje. Pero se trata de una documentación que ha pasado
por Ílltros culturales, y está llena de deformaciones más o menos intencionadas. Más
objetiva es la información proporcionada por los textos administrativos, de gran im-
portancia, sobre todo en lo que respecta a los cultivos agrícolas y la ganadería, con
buenas indicaciones cuantitativas. De todos modos, está sometida al filtro lingüísti-
co, y el problema de la tradücción exacta de la tern1inclogía antigua (botánica, zoo·
logía, tecnología) al lenguaje actual no siempre es fácil de resolver. En cambio, la
documentación de los textos «literarios)) y la iconográfica están mucho más filtra-
das cultural e ideológicamente, y deben ser hábilmente descifradas. Por lo general,
en ellas encontramos una visión muy deformada de la imagen paisajística, que su-
braya lo exótico, lo extraordinario, y altera las relaciones cuantitativas. A menudo
tienen rasgos utópicos y presentan unos paisajes que no son los reales, sino (según
el tipo de texto o monumento) paisajes administrativos, conmemorativos, normati-
vos, etc. No ilustran lo que es, sino lo que se pretende que sea o se desearía que hu-
biera sido. Estos paisajes literarios e iconográficos pertenecen a la historia de la cul-
tura (y de la ideología), más que a la del paisaje -aunque, convenientemente
descifrados, transmiten una documentación acorde con la realidad histórica.
2. EL POBLAMIENTO
periodo
Uruk Uruk Protodinástico Protodinástico
Acadio
Ur III Paleo·
Casita
Medio· Neobabilonio Seléucida Sasánida I:slá~ico Islám~co Islámico
Antiguo Tardío 1 II·III Isin-Larsa babilonio babilonio y Aqueménida y Pártico Antiguo Medto 'lllrdfo
fecha 3500- 3200· 3000· 2800· 240(). 2100- 1800· 1500- 1000· 700· 300 a.C. 200- 700- llOO- 1500-
3200 3000 2800 2400 2100 1800 1500 1000 700 300 200 d.C. 700 llOO 1500 1900
ciudades 170 ISO 550 1.300 900 1.500 900 400 100 lOO 800 1.300 400
(40 hectíreas y más) (39,7) (33,4) (52,6) (82,4) (70,0) (63,0) (59,0) (42,7) (23,9) (36,6) (33,9) (36,9) (27,4)
- - 1
~
LIBER
pequell.as ciudades 93 146 370 195 zss 540 360 165 120 465 960 1.350 540 90 lOS
(35,4) (12,4) (19,8) (22,6) (23,6) (17,6) (28,7) (34,0) (40,7) (38,4) (36,9) (47,6) (43,3)
..z~
(10-40 ha) (21,7) (32,5)
(")
0-
burgos y aldeas 331 307 252 164 261 685 531 743 396 804 1.195 1.739 1.045 198 275
(hasta 10 ha) (38,6) (34,1) (12,0) (5,2) (10,2) (14,4) (17,4) (39,7) (47,4) (29,4) (25,4) (24,7) (35,1) (52,4) (56,7)
total hectáreas 594 603 1.172 1.659 1.416 2.725 1.791 1.308 616 1.769 2.955 4.389 1.985 288 380
población
42.850 44.950 104.600 157.700 128.550 238.250 152.550 93.650 41.800 136.100 235.750 351.950 146.250 18.900 24.250
estimada
CuADRO 3. Ocupación humana en el valle bajo del Diyala. Estimaciones como en el cuadro 2.
periodo Protodinástico Acadio Ur III·Isin-Larsa Paleobabilonio Casita Mediobabilonio Neobabilonio Aqueménida Seléucida-parto
fecha 3000-2500 2500-2100 2100-1800 1800-1500 1500-1000 1000-700 700-500 500-300 300 a.C.-100 d.C.
ciudades y
181 170 176 97 42,5 10 10 - 1.030 S
pequeñas ciudades
(10 ha y más)
(64,1) (59,3) (55,2) (38,3) (31,2) (31,7) (23,5) (81,9) ""
(")
'"'l
(4-10 hectáreas) (20,5) (23,9) (23,7) (28,2) (31,6) (6,4) (4,7) (38) (11,3) ttl
~
""
!
aldeas 87 96 135 140 101,5 39 61 62 172
(hasta 4 hectáreas) (15,4) (16,8) (21,1) (33,5) (37,2) (61,9) (71,8) (62) (6,8)
total hectáreas 348 403 462 380 230 53 75 100 1.487 ""
población 28.650
28.250 31.900 25.350 13.625 3.150 4.250 5.000 125.850
estimada
- 1
t·'
g.. .¡::..
LA
46 INTRODUCCIÓN
t"'
Paleolítico Mesolítico Neolítico Neolítico Bronce Bronce Bronce Hierro I Clásico Helenístico oCll
Superior Inicial Tardío Antiguo Medio Tardío
(")
30.000 9000 6500 5000 3000 2000 1500 1150 650 300
~
(")
,...,¡
LIBER
Longevidad de los adultos: varones 33,3 32,0 33,6 33,9 33,7 36,3 39,4 38,6 45,0 42,4
t'l1
mujeres 28,7 24,9 29,8 28,6 29,5 30,8 32,1 31,3 36,2 36,5 ~Cll
Promedio de partos, por mujer 4,7 4,0 4,9 4,3 4,0 5,1 4,7 3,7 4,3 3,6 o
Muertos al nacer, por mujer 2,6 2,0 2,3 2,0 2,1 2,8 2,4 2,2 1,6 2,0 e:
o
Supervivientes, por mujer 2,1 2,0 2,6 2,3 1,9 2,3 2,3 1,5 2,7 1,6 z
Recién nacidos muertos, por 10 adultos 6,0 6,0 6,5 6,0 6,5 8,0 7,0 7,5 5,0 7,0 ~
t'l1
Cll
Niños muertos, por 10 adultos 6,0 5,0 6,0 4,0 5,0 5,0 4,5 3,5 3,0 3,0
~
-...)
48 INTRODUCCIÓN
mos y rendimientos que hoy nos parecen irrisorios, pero sencillamente son el reflejo
de la mala nutrición y la salud precaria. Si pensamos en las realizaciones de estas
poblaciones y las relacionamos con sus condiciones de vida, lo asombroso no son
las crisis periódicas, sino la posibilidad misma de lograr semejantes resultados. La
visión que tenemos del antiguo Oriente Oas ciudades, Jos templos, las obras de arte
y el desarrollo técnico) es el fruto de una tenaz lucha por la supervivencia, y del fuer-
te control físico e ideológico que ejercieron sobre la población unas organizaciones
sociopolíticas capaces de movilizar el trabajo forzoso y los grandes recursos.
Por último, sobre todo para evitar equívocos, conviene decir algo sobre los as-
pectos antropológico y lingüístico del poblamiento. Desde el punto de vista antropo-
lógico, cuando los datos disponibles son suficientes para hacer cuantificaciones en
diacronía, lo que más sorprende es la estabilidad del poblamiento, que perdura hasta
nuestros días. Es un indicio de que el poblamiento humano básico tuvo lugar en fe-
chas muy antiguas, y a partir del Neolítico experimentó sobre todo una dinámica
interna (es decir, demográfica en sentido estricto), o desplazamientos dentro del área
(migratorios o simplemente estacionales). Las «invasiones» y las «migraciones» que
tanto ha tenido en cuenta la historiografía decimonónica debieron ser, por lo gene-
ral, de escasa entidad numérica, con una influencia marginal en el patrimonio gené-
tico, por lo que el tipo antropológico preponderante debió reabsorberlas con facili-
dad. La importancia y eficacia de los hechos migratorios son mucho más culturales
que genéticas, lo cual tiene fácil explicación si los que se desplazan son sectores esco-
gidos (militares, técnicos, religiosos, etc.) muy activos en los terrenos cultural y polí-
tico, pero irrelevantes en número comparados con la mayoría silenciosa e inmóvil
de la población agropastoral de base.
El análisis en diacronía de la geografía lingüística del antiguo Oriente produce
la misma impresión, y más teniendo en cuenta que la lengua es un elemento cuiturai,
y por lo tanto más móvil que el elemento genético y antropológico, ya que se puede
transmitir por aprendizaje y cambia con el paso del tiempo. En el terreno lingüístico,
desde la primera documentación escrita nos encontramos con poblaciones semitas
instaladas en la parte cóncava del Creciente Fértil, donde permanecerán siempre (hasta
hoy) sin retroceder nunca ni sobrepasar el punto nodal entre la llanura y la montañ.a,
al pie del Thurus y de los Zagros. Lo que cambia es la articulación lingüística y dia-
lectal dentro de la compacta área semítica (con el nivel más antiguo eblaíta y paleoa-
cadio sumergido de vez en cuando por las oleadas de amorreización, arameización
y arabización); pero su límite, ya en e! II! milePio a.C., no era diferente del que hoy
separa a las poblaciones arabófonas de las turcas o íraníes de las tierras altas. En
cambio, en la vertiente exterior del Creciente Fértil se conocen poblaciones de lengua
indoeuropea, de tipo occidental en el sector anatólico y de tipo oriental en el iraní.
Estas poblaciones -dotadas de una propulsión lenta pero continua hacia el sur-
van ocupando la franja interpuesta entre ellas y el área semítica, que cuando empie-
za la documentación está ocupada por poblaciones de otra lengua (ni semíticas ni
indoeuropeas), pero en parte emparentadas con ellas: sumerios, elamitas, hurritas
y otros peor documentados. Esta franja lingüística intermedia está destinada a desa-
parecer, siendo asimilada y suplantada poco a poco por los dos grupos más amplios
y dinámicos, aunque resiste algo más en los nichos protegidos de ias montañ.as de
Armenia y Transcaucasia.
Como puede verse, estos cambios de las grandes unidades etnolingüísticas tienen
LIBER
LOS CARACTERES ORIGINALES 49
3. EL DESARROLW TECNOLóGICO
En nuestra visión tradicional del antiguo Oriente hay cierta contradicción entre
el tópico del estancamiento y el de la prioridad inventiva. Por un lado, existe la idea
de que Oriente (y en concreto el Oriente Próximo antiguo) es siempre igual a sí mis-
mo -por causas sociopolíticas que ahogan y anulan toda originalidad creadora-
Y que, si acaso, se vio fecundado de forma tardía por las aportaciones occidentales.
Aun prescindiendo de las sistematizaciones teóricas de este tópico, si nos limitamos
a leer los manuales de historia oriental antigua tendremos la impresión de que a lo
largo de siglos y milenios no cambió nada en cuanto a modo de vida y recursos tec-
nológicos, de manera que si el libro se descompagina y una parte que habla de Sar-
gón de Akkad va a parar entre las que hablan de Sargón 11 de Asiria, ni siquiera
nos damos cuenta. La dificultad de orientación y memorización en una secuencia
de dinastías que aparecen y desaparecen, de ciudades fundadas y destruidas, de pue-
blos que irrumpen y son asimilados, nos da la impresión de que son ciclos que se
repiten sin estar iluminados por el cambio más significativo, que es el cultural, en
el sentido más amplio del término: desde las técnicas hasta la ideología.
Por otro lado, sin embargo, existe la idea de que Oriente Próximo es el lugar don-
de por primera vez se formularon y pusieron en práctica las tecnologías básicas de
la mayor parte de los sectores de la cultura antigua, desde la producción de alimento
hasta la escritura, pasando por la metalurgia y la construcción. Si nos remontamos
hacia atrás en la historia de cada una de las técnicas, llegamos a una «invención»
de Oriente Próximo (concretamente sumeria), que convierte a esa región en la «cuna))
de la civilización, el lugar de nacimiento de todos los hechos culturales que, tras una
serie de modificaciones y mejoras, han llegado hasta nosotros y constituyen nuestra
propia cultura.
Hay mucha mitificación en ambos puntos de vista: el mito del estancamiento orien-
tal sirve, en último término, para crear el mito del «milagro griego» con el que se
inició el dinamismo cultural típico de Occidente; y el mito de la «cuna de la civiliza-
ción» recalca, por polarización (pero al mismo tiempo por continuismo), nuestro
papel de punto de llegada, de vanguardia del progreso mundial. Una combinación
e historización parcial y aproximada de los dos tópicos asigna al antiguo Oriente
un papel creador e impulsor del progreso humano, pero confinado a una edad remo-
ta Y seguido de una especie de esclerosis e insistencia en realizaciones que, mientras
tanto, debido al lastre del despotismo y la visión mágica, se habían vuelto ineficaces,
incapaces de servir de base a un progreso posterior.
Una historización más radical y menos preconcebida del desarrollo técnico y cul-
LIBER
4.-UVER.ANI
50 INTRODUCCIÓN
tural del antiguo Oriente nos da una visión más compleja. Aparecen de vez en cuan-
do zonas y ambientes dotados de ímpetu innovador, y fases caracterizadas por el in-
tento de organización y normalización. En conjunto, el cambio tecnológico es muy
notable, aunque repartido a lo largo de los milenios: típico elemento de «larga dura-
ción» por su propia naturaleza, y por el hecho de que las condiciones demográficas
y econówicas específicas hacen que la in_rnensa mayoría de los recursos se destinen
a la mera y difícil supervivencia y reproducción de lo existente. Thmbién hay crisis
y recaídas, hay una discontinuidad en el tiempo y en el espacio. Sobre todo, hay un
condicionamiento mutuo -no podía ser de otro modo- entre los distintos sectores
culturales y los sistemas productivos, políticos, ideológicos y religiosos. Las ideolo-
gías religiosas (desde la visión mágica de las conexiones causales y las curaciones,
hasta la ubicación de la salvación en un mundo de ultratumba) guardan relación con
la escasa posibilidad de intervención humana en buena parte de los hechos natura-
les, pero a su vez condicionan el desarrollo tecnológico y el control sociopolítico de
los recursos.
En líneas generales hay tres grandes fases innovadoras. La primera es muy pro-
longada, y se sitúa antes del periodo histórico que aquí estudiamos: es la fase de
la «revolución neolítica», con la aparición de las técnicas básicas de la producción
de alimento (agricultura y ganadería), con su correspondiente utillaje (instrumentos,
recipientes, etc.) y ambiente residencial (casas, poblados). La segunda fase es la <<re-
volución urbana>>, en los albores de la Edad del Bronce, con la aparición de las téc-
nicas de control y registro (que culminan en la escritura), las técnicas especializadas
(artesanos de plena dedicación) y la reproducción en serie, y la ampliación del hori-
zonte residencial (ciudades) y el marco político de control (estado ciudadano). La
tercera fase está a caballo entre la Edad del Bronce Thrdía y la primera Edad del Hie-
rro. Durante esta fase se difunden innovaciones como el alfabeto o la metalurgia del
hierro, que tienen un carácter en cierto modo «democratizador» si se comparan con
la centralización del palacio y el templo, propia de la fase anterior. Thmbién acentúa
la intervención de los ámbitos sociales y geográficos «marginales» frente al centra-
lismo urbano. Pero entre las fases innovadoras no hay estancamiento, y los giros in-
novadores nunca son repentinos, sino que se preparan de forma lenta y trabajosa.
En cualquier caso, conviene matizar el centralismo y la prioridad de Oriente Pró-
ximo, su papel de vanguardia en el progreso mundial. En el caso de la «revolución
neolítica», porque ésta sin duda tuvo lugar en una zona amplia y duró mucho tiem-
po, abarcando zonas exteriores a Oriente Próximo y concretándose en distintas ten-
dencias. En el caso de la «revolución urbana», porque al polo bajomesopotámico,
a medida que pasaba el tiempo, se fueron sumando (con caracteres distintos cada
vez) otros polos situados en otras zonas. En el caso de la Edad del Hierro, porque
ya en el umbral del 1 milenio a.C. Oriente Próximo está insertado en una red de con-
tactos culturales, y tan pronto los recibe y reelabora como los renueva de su cosecha
y los propaga. Si hay una línea de desarrollo en los lugares favorecidos por el desa-
rrollo tecnológico (o en los ambientes que lo impulsan más claramente), esta línea
va desde una preponderancia de los puntos nodales entre zonas ecológicas comple-
mentarias, donde tuvieron lugar las innovaciones neolíticas, pasando por los centros
urbanos, donde tuvieron lugar las innovaciones al comienzo de la Edad del Bronce
(con su concentración de la producción y del control político y administrativo en
las grandes organizaciones centradas en los palacios y los templos), hasta las rutas
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LOS CARACTERES ORIGINALES 51
construcción registro
ganadería agricultura
artesanía
8000
cabras
cereales, leguminosas adobes primeras sefiales
enlucido. drenaje
ovejas, cerdos
7000
metal martillado
bóvidos, asnos tejidos (lana)
cerámica a mano
6000
primeros sellos
lino de estampilla
5000
riego aluvial
escritura silábica
2500
ladrillos
2000
vidrio
caballo
1500
alfabeto
riego en altura hierro
bancales
camello, dromedario
1000
algodón
500
LIBER
LOS CARACTERES ORIGINALES 53
Se podrían poner otros ejemplos: todos los casos, colocados en columnas enfren-
tadas, pondrían en evidencia, con las diversidades específicas de cada uno, los carac-
teres y las tendencias básicas comunes a las grandes etapas históricas. No hay, pues
una tecnología unitaria del antiguo Oriente, sino más bien una variedad regional, una
penetración y disponibilidad diferenciadas con arreglo a las franjas socioeconómi-
cas, y sobre todo hay una variabilidad diacrónica. Pese a las crisis y a las caídas en
picado que tienen lugar en varios lugares y periodos, la tendencia de fondo es la puesta
a punto de técnicas cada vez más adecuadas para dominar el medio circunstante,
y a sacar provecho de los escasos recursos disponibles. La selección y concentración,
por un lado, y la diversificación de los intentos, por otro, son dos líneas estratégicas
que coexisten, prevaleciendo una u otra según la organización política y productiva.
Pero el grado de readaptación de las técnicas de Oriente Próximo cuando sean utili-
zadas en otras partes, no es mayor, en realidad, que el grado de cambio y reutiliza-
ción al que se han visto ya sometidas en el transcurso de los tres milenios que aquí
examinamos. La variable tecnológica no es unívoca ni independiente, y se debe refe-
rir a las otras variables; pero es de primordial importancia para apreciar en términos
reales los acontecimientos políticos y militares, los sistemas económicos y las rela-
ciones sociales dominantes.
4. EL MODO DE PRODUCCIÓN
cos, ahora que la difusión de los análisis de los materiales permite conocer con más
precisión las zonas de origen, los procedimientos de transformación y las líneas de
difusión. Por desgracia, la documentación paleobotánica y paleozoológica (decisi-
vas para una reconstrucción concreta de la producción agrícola y zootécnica) y los
análisis de materiales (decisivos para una reconstrucción concreta de las técnicas ar-
tesanales y las redes comerciales), a los que se recurre profusamente para las fases
pre y protohistórica, pierden poco a poco importancia para ios periodos históricos,
como si disponer de una documentación escrita hiciera menos necesario disponer
de una documentación científica y técnica. Por supuesto, es más bien al contrario:
sólo comparando las dos series documentales se puede tener un conocimiento segu-
ro. La taxonomía de los textos y las cuentas administrativas son hechos abstractos
si no sabemos a qué se refieren en concreto, y la documentación físico-naturalista
es difícil de historizar si no se recuperan los sistemas de interpretación antiguamente
en vigor.
una oposición entre cosmos y caos, entre civilización y barbarie, entre vida y muerte,
entre sujetos activos y objetos pasivos de la actividad política, militar y económica.
La base del carácter positivo del centro es su conexión con el mundo divino, garanti-
zada por los buenos oficios del soberano reinante; mientras que los pueblos vecinos,
«sin dioses» y absurdamente reacios a ser conquistados y ordenados por el único
poder legítimo, están condenados a la función de proveedores (voluntarios o no) de
materias primas y trabajo servil. A no ser que la caótica periferia presione peligrosa-
mente sobre el cosmos central, en cuyo caso el soberano erige una barrera de protec-
ción y seguridad para sus súbditos. La misma contraposición entre cualidades posi-
tivas y negativas se puede presentar en un sentido diacrónico, siguiendo un típico
esquema de tres tiempos: está el tiempo positivo de los orígenes, cuando el mundo
sale bien ordenado de la acción creadora de los dioses y de la acción organizadora
de los primeros reyes antiguos y de los héroes inventores. Luego aparece un parénte-
sis negativo, con unos sucesores malvados e ineficientes (por lo tanto ilegítimos) que
sumen el país interior en una catástrofe o un caos que deberían ser exclusivos de la
periferia. Por suerte, aparece luego el rey actual, legítimo y fuerte, victorioso y justo,
que restablece la correcta relación entre el mundo divino y el mundo humano, de-
vuelve el orden y la prosperidad, y desde el momento de su entronización asegura
que el paréntesis se ha terminado, que la correcta organización original se ha resta-
blecido y la seguridad vuelve al reino.
Todo este aparato celebrativo va dirigido al público interior del país, que de he-
cho desconoce prácticamente cuanto sucede en las regiones lejanas y no puede hacer
comparaciones objetivas, al estar monopolizada toda la información por los deten-
tadores del poder. Pero cuando, por necesidades de comercio o diplomacia, hay que
encararse con otros centros de poder, el lenguaje tiene que ser completamente distin-
to, de carácter recíproco, no ya centralizado, basado en relaciones paritarias, no ya
unívocas. Entonces se emplea el lenguaje de la fraternidad, de la igualdad, del reco-
nocimiento mutuo de los intereses y las esferas de control. Entonces la salvaguardia
del propio poder pasa por el reconocimiento del poder ajeno. Los mismos actos o
hechos de naturaleza comercial, militar o política, que eran presentados al público
interior en términos de hegemonía y subordinación, se presentan al interlocutor ex-
terior en términos de igualdad. No hay nada que demuestre mejor el carácter ideoló-
gico del razonamiento político que la posibilidad de comparar las diferentes y opuestas
versiones del mismo episodio en textos dirigidos al público interior (inscripciones reales
celebrativas) y al interlocutor exterior (cartas, tratados). Ambas versiones son ideo-
lógicas y tendenciosas, pero en direcciones opuestas: las dos utilizan los hechos ma-
teriales para construir sus respectivos sistemas de relaciones políticas, las dos recu-
rren a connotaciones o metáforas totalizadoras, de modo que las relaciones políticas
«reales» no son algo intermedio, sino sencillamente distinto en cada caso.
La propaganda política nos da, pues, una visión que tiene su coherencia; si acaso
peca de exceso de coherencia, de estar expresada en términos absolutamente tajan-
tes. Pero esta no es ni puede ser nuestra visión, nuestra reconstrucción. El razona-
miento político, por su propia naturaleza, es parcial, tendencioso, menciona y calla,
pondera y disminuye, connota positiva o negativamente los distintos materiales his-
tóricos según lo que se proponga. Pero también es parcial en el sentido de representar
siempre, y sólo, el punto de vista de una parte, la del detentador del poder, y jamás
el de sus adversarios o sus subordinados, el del vencedor y nunca el del vencido. El
LIBER
60 INTRODUCCIÓN
y situación real política. En tercer lugar, hay que conectar de forma convincente este
nivel ideológico con el de las estructuras sociales y la cultura material. No porque
la primera sea la «superestructura» de las demás, determinada por ellas, sino porque
entre todas existen interrelaciones, condicionamientos cruzados, de carácter en últi-
ma instancia funcional, que sólo si son recuperados dan la clave para la compren-
sión real de las culturas antiguas.
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