4 - Cap. 2 Mario Liverani. El Antiguo Oriente

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2.

LOS CARACTERES ORIGINALES

l. REALIDAD ECOlÓGICA Y MAPAS MENTALES

Oriente Próximo, en su acepción más reducida que es la de este libro, tiene una
extensión de unos 2.000.000 km2, poco menos que Europa occidental. Se trata, pues,
de un área relativamente restringida y muy compacta. No obstante, esta área se ca-
racteriza por su variedad, acentuada por el relieve y los tipos de suelo, las precipita-
ciones y el clima, la vegetación y la habitabilidad. El relieve llega a 3.500 y 4.000 m
en el Thurus, el Ponto y los Zagros, y sobrepasa los 5.000 m en Armenia (Ararat),
mientras la depresión del mar Muerto (-395m bajo el nivel del mar) es la más pro-
funda del mundo. Se suceden las cordilleras, las llanuras aluviales y a veces los de-
siertos. Del régimen pluvial mediterráneo se pasa rápidamente al clima estepario del
desierto siroarábigo, o al clima de alta montaña. Grandes ríos, como el Tigris y el
Éufrates, atraviesan zonas que si no fuera por sus aguas estarían condenadas a una
aridez casi total. Hay zonas de gran concentración demográfica, en estrecho contac-
to con otras casi despobladas.
Para dar una imagen simplificada de Oriente Próximo se suele hablar del «Cre-
ciente Fértil»: un semicírculo de tierras fértiles, de regadío, adecuadas para el asenta-
miento agrícola y urbano, se extiende desde Palestina hasta Mesopotamia, limitando
al sur (por el lado cóncavo) con el desierto siroarábigo y al norte (por el lado conve-
xo) con las tierras altas anatólicas, armenias e iraníes. Pero, si se observa con más
detalle, la realidad es más compleja, y el entremezclamiento de las distintas zonas
ecológicas está mucho más articulado. Las tierras altas están surcadas por cuencas
que reproducen en pequeño los caracteres del Creciente Fértil, y las tierras de rega-
dío están interrumpidas por cordilleras menores y franjas desérticas; las propias me-
setas áridas están jalonadas de oasis y surcadas por los uadis. La discontinuidad am-
biental es un rasgo estructural de Oriente Próximo, y un dato importante desde el
punto de vista histórico, porque supone que regiones con recursos y vocaciones dis-
tintas están entremezcladas y en estrecho contacto. Para comprender esta red de rela-
ciones se utilizan los conceptos de punto nodal, frontera y nicho.
El punto nodal es la soldadura de dos zonas distintas. A través de él pasan, en
ambas direcciones, experiencias y productos, hombres y tecnologías, elaboraciones
acordes con los caracteres de las zonas respectivas y que faltan en las adyacentes.
Por lo general, este paso implica un cambio en los «códigos» expresivos y de valores,
con un efecto de fecundación recíproca, de comparación y ajuste de los ¡esultados,
que tanto ha contribuido a la evolución de las comunidades humanas desde las fases
más antiguas. A ve~~~-fenómenos facilitados por e!_punto 11~ un des-
LIBER
LOS CARACTERES ORIGINALES 37

EX URSS

EGIPTO

50

veget. mediterránea
bosque mésico
bosque templado
bosque de estepa
estepa
desierto

-----·
-----.,;;¡300 km

FIGURA 5. Los fundamentos ecológicos. Arriba, cantidad anual de precipitaciones. Abajo,


vegetación natural (posglacial).

LIBER
38 INTRODUCCIÓN

plazamiento físico de los núcleos huJ!l_anos. Un caso típico es la trashumancia de


los pastores que aprovechan los puntos nodales de tipo montaiía/llanura o de tipo
valle de regadío/estepa árida. Pero más a menudo los grupos humanos, aun.siendo
estables, sacan provecho a su ubicacTóri juñto-ar-pumo nodal mediante un a;eso
privilegiadoª recursos variados ycoínPiementartos. El @aul de que las ¡:r¡¡otJ; no-
dales séan-};úJÚple~-y-cerciiiosuñCis-a·offos mañtieneun fuerte dinamismo cultural
en tmfa -iaregTónde-Óriente PróximO.~~-~
El concepto de frontera es distinto. Tiene caracteres más histórico-culturales que
ecológicos, más de imagen que de realidad. La zona fronteriza es la marginal y ter-
minal de un núcleo cultural determinado, al otro lado de la cual -según los miem-
bros de la comunidad interior- está la nada, el vacío, o bien lo radicalmente distin-
to (y por lo general inferior), el territorio apetecible para la explotación de materias
primas mediante el intercambio desigual, hasta llegar a formas de conquista militar
y expansión imperial. Mientras el punto nodal es biunívoco, la frontera es de una
dirección, es un punto de vista. Y mientras el punto nodal tiende a ser estable, al
hallarse integrado en los caracteres físicos y económicos, ia frontera tiende a ser mó-
vil, objeto de una propulsión hacia adelante si el núcleo central es fuerte, pero tam-
bién de violación y colapso si las fuerzas «caóticas» exteriores hacen que su mayor
movilidad y número prevalezcan sobre la calidad y estabilidad del país central. Pero
incluso dentro de éste puede haber fronteras (fronteras interiores) que por los avata-
res históricos se van convirtiendo en «fronteras invisibles». Estas fronteras no se pue-
den trazar en un mapa, no tienen rasgos físicos apreciables, pero se encuentran en
la diversidad cultural: fronteras lingüísticas o religiosas, de modos de producción y
modos de vida, de ideologías políticas, y de estructuras familiares y sociales.
El concepto de nicho (ecológico y cultural) es opuesto. Subraya el valor de ciertas
zonas compactas y coherentes delimitadas por puntos nodales más o menos próxi-
mos, y protegidas del medio que las rodea, de tal forma que desarrollan al máximo
sus posibilidades productivas y organizativas. El nicho puede ser pequeiio (un valle
entre montaiías, un oasis), tan pequeiio que en las dimensiones de los fenómenos
económicos e históricos a los que hoy estamos acostumbrados no podría desempe-
ñar ninguna función autónoma y específica. Pero conviene recordar que la dimen-
sión de los fenómenos del Oriente Próximo protohistórico y de la historia preclásica
es muy reducida. Las concentraciones humanas, la acumulación de excedentes, la
ordenación territorial, las competencias artesanales y los contactos comerciales pue-
den tener un papel históricamente reievante aunque estén circunscritos a á.Iubitos cuan-
titativos muy modestos. Por eso, un nicho pequeiio pero bien resguardado y con bue-
nos puntos nodales puede ser un polo de desarrollo bastante eficaz, más que otro
nicho mayor pero más disgregado. En cambio, este último tendrá un papel destaca-
do cuando la red de comunicaciones sea más eficaz, la población más compacta y
las necesidades de recursos exteriores se hayan agudizado. Así pues, las dimensiones
óptimas de un nicho varían en función de las condiciones históricas: el pequeño oasis
de Jericó es un nicho óptimo para la dimensión de los fenómenos del Neolítico, mien-
tras que en la Edad del Hierro cobra sentido un nicho como Asiria, que incluye mu-
chas ciudades.
Oriente Próximo, con esta articulación interna y externa por nichos, alcanza una
complejidad que, por un lado, permite dar razón de la pluralidad de las estrategias
de desarrollo, del mudable cuadro político, del constante intercambio cultural (como
LIBER
LOS CARACTERES ORIGINALES 39

se verá con detalle en el tratamiento histórico); pero, por otro, corre el riesgo (por
lo menos con una apreciación rápida y desenfocada) de convertirse en un caos inex-
tricable. Entonces interviene necesariamente un proceso de simplificación de la ima-
gen, que resulta aceptable y <<Vigoroso» (es decir, esclarecedor) en la medida en que
logra explicar el mayor número posible de fenómenos históricos. Los propios prota-
gonistas antiguos de la historia propusieron y aplicaron este tipo de simplificaciones
ideológicas de la complejidad real, creando imágenes o representaciones del mundo.
La historiografía moderna se ha hecho eco muchas veces de estas representaciones,
sin advertir siquiera su carácter ideológico. Es lo que sucede sobre todo con la más
«vigorosa» de estas imágenes, la de un Oriente Próximo que sigue un esquema de
contraposición entre un núcleo y una periferia. El núcleo, el espacio central, está más
habitado y civilizado, y su centro ideal es la ciudad (que a su vez gira en torno al
templo o al palacio real), rodeada por una llanura de regadío salpicada de aldeas
agrícolas. La periferia es la franja que rodea esta llanura, de estepa o montaña, con
una población más desperdigada e inestable de pastores, fugitivos, bandidos, que
poco a poco se difumina hacia el vacío humano de zonas que sólo son útiles como
reservas de materias primas: árboles de alto tronco, metales y piedras duras. Estos
«mapas mentales» se pueden encontrar fácilmente en los textos antiguos, como la
imagen del mundo «en forma de embudo» de Gudea (c. 2100) que sitúa en el centro
del mundo a su ciudad de Lagash, y en su centro al templo de Ningirsu. De todo
el mundo circunstante afluyen las materias primas necesarias para la edificación del
templo, y esta periferia está formada por una serie de tierras o montañas, cada una
de las cuales produce un metal determinado o un tipo de árbol, y está unida a la
llanura central por un río que sirve para transportar aguas abajo las materias pri-
mas, hasta el destino final, que les da un sentido.
Esta imagen, traducida en términos historiográficos modernos, presenta un Oriente
Próximo centrado en la llanura de la Baja Mesopotamia, donde en efecto se hallan
las mayores extensiones agrícolas y concentraciones urbanas, rodeada de estepas o
montañas con una población más discontinua, subordinadas cultural y políticamen-
te al centro y suministradoras de materias primas para este último. Ahora bien, es
evidente que esta simplificación de la realidad podría ser aceptable desde el punto
de vista centralista, pero desde luego no desde el periférico. En cuanto a los protago-
nistas antiguos de la historia, esta es sin duda la visión mesopotámica, pero cada
uno de los grupos humanos asentados en otros lugares también piensan que están
en el centro de un mundo que gira en torno a ellos, y procuran que sus rasgos distin-
tivos queden en el mejor lugar, aun a costa de deformar radicalmente las caracterís-
ticas de los demás. Lo mismo sucede en la historiografía moderna con este esquema
de núcleo y periferia, que corre el riesgo de ser «mesopotamocéntrico» y sacrificar
gravemente la originalidad de otras culturas, los caracteres de otras regiones, las dis-
tintas aportaciones culturales, con sus múltiples tendencias, los complejos intercam-
bios económicos y escenarios políticos. Aunque nos inclinemos por esa visión, al me-
nos tendremos que corregirla y prestar atención a la articulación, al pluralismo y
al cambio diacrónico, localizando los numerosos y cambiantes núcleos que surgen
de vez en cuando, y sin olvidar nunca el carácter subjetivo y tendencioso del concep-
to de periferia.
A escala más modestamente descriptiva se advierte, si acaso, que entre las zonas
de densidad humana y las zonas de densidad de materias primas hay una comple-
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FIGURA 6. Material cartográfico del antiguo Oriente. Arriba, plano de un asentamiento agrí-
cola (de Nuzi, c. 2300). Centro, plano de la ciudad de Nippur (de Nippur, c. 1500). Abajo,
plano esquemático del mundo (de Sippar, c. 500).
LIBER
LOS CARACTERES ORIGINALES 41

mentariedad bastante clara, que resulta adecuada para establecer un modelo simpli-
ficado y <<Vigoroso». La densidad humana está vinculada a la producción agrícola,
por lo que se localiza en las llanuras, sobre todo si son de regadío. En los valles
aluviales (sea cual fuere su extensión y ubicación) se sitúa la mayoría de los cultivos
y asentamientos humanos. Pero carecen de materias primas: no tienen bosques (ma-
dera), pastos (lana), y tampoco tienen metales ni piedras. Estos recursos se encuen-
tran sobre todo en las montañas y en las mesetas serniáridas, zonas en las que, por
otro lado, no puede haber asentamientos urbanos ni cultivos de regadío. Entre estas
dos zonas ecológicas básicamente complementarias se establece un intercambio que
sin duda es desigual, con transferencia de bienes materiales desde las zonas de recur-
sos hasta las de poblamiento, y con transferencias (sobre todo de tipo ideológico)
en sentido contrario. Dado que la historia es ante todo historia de los grupos huma-
nos, resulta normal e inevitable que se produzca un desplazamiento de la perspectiva
hacia el punto de vista de las zonas de poblamiento denso, y una marginación de
las reservas de materias primas. Pero no conviene exagerar, so pena de romper el equi-
librio del conjunto y empobrecer el patrimonio de experiencias diversas que caracte-
rizan la historia del antiguo Oriente.
Hasta ahora hemos contemplado el paisaje del antiguo Oriente como una reali-
dad muy articulada en el espacio, pero estable en el tiempo. Dicha estabilidad sólo
es cierta de una forma muy aproximada. En efecto, se sabe que desde hace ya 10.000
años el clima de Oriente Próximo es más o menos como el actual, de modo que todo
el periodo histórico se incluye en una sola fase interglacial. Pero dentro de esta fase
hubo fluctuaciones de la cantidad de precipitaciones y la temperatura media, que
tuvieron su influencia, por lo menos, en el avance o retroceso de algunos puntos no-
dales ecológicos -por ejemplo, los de los asentamientos estables y la trashumancia
en las zonas semiáridas del borde occidental del desierto siroarábigo (Tfansjordania,
Siria interior). Pero mayores han sido los cambios provocados en el paisaje por la
actividad de los grupos humanos, que explotaron algunos recursos de una forma a
veces salvaje y desencadenaron procesos de degradación irreversibles. Destaca sobre
todo el proceso de deforestación, como se advierte al comparar los mapas que re-
construyen la cubierta «originaria» espontánea con la situación actual. La creación
de espacios para los cultivos agrícolas y los pastos en detrimento de los bosques y
la mancha arbustiva marca toda la historia de Oriente Próximo a partir del Neolíti-
co. A las primeras deforestaciones neolíticas, que formaban calveros limitados en
un paisaje todavía «intactm>, les siguieron unas deforestaciones más importantes y
definitivas en la Edad del Bronce, cuando por exigencias de la urbanización se tala-
ron también los bosques de las montañas de tronco alto (para la construcción), ade-
más de los restos de bosques de las llanuras agrícolas. Con la Edad del Hierro se
acentuó la explotación agropastoral de las zonas de montañas y cerros, donde la de-
forestación y el pastoreo excesivo llevó a la pérdida de toda la cubierta arbustiva,
al lavado del suelo (al quedar éste sin protección ante las precipitaciones) y al aflora-
miento de las rocas, con efectos irreversibles. En las llanuras de regadío las interven-
ciones fueron sobre todo de regulación y canalización de las aguas, drenaje y difu-
sión capilar, al principio también en «islas», para ir extendiéndose. Pero la red de
canales, sobre todo en la Baja Mesopotamia, pasó por varias fases de desarrollo y
destrucción, con formación de aguazales en amplias zonas; y el cultivo intensivo pro-
vocó la salinización del suelo. Por lo tanto, en la medida de lo posible hay que re-
LIBER
42 INTRODUCCIÓN

construir el paisaje real, histórico, de cada época. En algunos casos pudo haber sido
bastante similar al actual, pero en otros era muy distinto, sobre todo si el actual es
el resultado de degradaciones y desertizaciones producidas a lo largo de los siglos,
o bien de roturaciones recientes.
Para hacer una reconstrucción histórica del paisaje resultan esenciales los datos
paleobotánicos y palinológicos, que permiten identificar las principales especies ve-
getales (tanto espontáneas como cultivadas) y sus fluctuaciones proporcionales; y
también los datos propiamente arqueológicos que permiten fechar las obras hidráu-
licas (redes de canales, aterrazamiento de laderas, excavación de pozos, etc.). Thm-
bién hay datos literarios e iconográficos, y se les suele dar mucha importancia a la
hora de reconstruir el paisaje. Pero se trata de una documentación que ha pasado
por Ílltros culturales, y está llena de deformaciones más o menos intencionadas. Más
objetiva es la información proporcionada por los textos administrativos, de gran im-
portancia, sobre todo en lo que respecta a los cultivos agrícolas y la ganadería, con
buenas indicaciones cuantitativas. De todos modos, está sometida al filtro lingüísti-
co, y el problema de la tradücción exacta de la tern1inclogía antigua (botánica, zoo·
logía, tecnología) al lenguaje actual no siempre es fácil de resolver. En cambio, la
documentación de los textos «literarios)) y la iconográfica están mucho más filtra-
das cultural e ideológicamente, y deben ser hábilmente descifradas. Por lo general,
en ellas encontramos una visión muy deformada de la imagen paisajística, que su-
braya lo exótico, lo extraordinario, y altera las relaciones cuantitativas. A menudo
tienen rasgos utópicos y presentan unos paisajes que no son los reales, sino (según
el tipo de texto o monumento) paisajes administrativos, conmemorativos, normati-
vos, etc. No ilustran lo que es, sino lo que se pretende que sea o se desearía que hu-
biera sido. Estos paisajes literarios e iconográficos pertenecen a la historia de la cul-
tura (y de la ideología), más que a la del paisaje -aunque, convenientemente
descifrados, transmiten una documentación acorde con la realidad histórica.

2. EL POBLAMIENTO

La variedad de paisajes que caracteriza a Oriente Próximo se traduce en un po-


blamiento humano de acentuada discontinuidad espacial, todavía mayor en la anti-
güedad que la que advertimos hoy. Por lo general, la población se concentra en las
llaüuras alüviales y en los nichos entre montañas más favorecidos, ocupa importan-
tes zonas de cerros y mesetas (por lo menos en algunas fases históricas), y se aparta
de la montaña boscosa y de la estepa árida, donde suele haber una ocupación esta-
cional, móvil, poco importante en número. Las propias llanuras aluviales están ha-
bitadas en la medida en que son roturadas y cultivadas, de modo que en ellas se repi-
te, a escala reducida, la misma discontinuidad espacial, con «islas» drenadas y regadas
(que cuentan con asentamientos e incluso con ciudades) en un territorio inutilizado
de hecho, aunque susceptible de ser explotado.
En general se pueden enunciar los siguientes principios: 1) sobra tierra para la
población; 2) el agua disponible es lo que permite preparar la tierra para hacerla pro-
ductiva; 3) pero es el trabajo humano (proporcional al dato demográfico básico por
el multiplicador de la organización sociopolítica) lo que hace posible la organiza-
ción infraestructura! de las aguas y la tierra para su explotación continuada. Los tres
LIBER
LOS CARACTERES ORIGINALES 43

elementos -tierra, agua, trabajo- se condicionan mutuamente, y el poblamiento,


condicionado por los recursos alimentarios, condiciona a su vez su producción. El
proceso de dilatación demográfica es, pues, lento y trabajoso (ningún factor puede
dar un salto hacia adelante si no «espera» a que los demás sean adecuados), y puede
llegar a ser precario y reversible cuando intervienen factores negativos, de crisis.
A la discontinuidad espacial se suma una discontinuidad diacrónica del desarro-
llo demográfico, no menos llamativa. La historia de cada asentamiento, tal como
se desprende de la estratigrafía de excavación, es una sucesión de fases de construc-
ción y destrucción, de ocupación y abandono, a veces prolongado. Y sumando las
historias de todos los asentamientos de cada yacimiento en una historia demográfica
regional, sigue habiendo una alternancia de fases de desarrollo, en las que prevaleció
la influencia de factores positivos (de producción y reproducción), y fases regresivas
o incluso de colapso vertical, en las que prevaleció la influencia de factores negativos.
A veces las crisis se deben a hechos naturales contra los que no había defensa
posible, por lo menos con los medios tecnológicos de la época, como terremotos,
sequías, inundaciones, epidemias e incendios. Pero dejando a un lado estos elemen-
tos «naturales>>, que estadísticamente se reparten al azar (en el tiempo, cuando no
en el espacio) y son una especie de condicionamiento previo del desarrollo, existen
factores propiamente humanos, estrategias de desarrollo que no por ser, en general,
inconscientes, son menos determinantes. El primer factor es estrictamente cuantita-
tivo. Una comunidad de dimensiones reducidas tiene menos posibilidades de sobre-
vivir, corre un riesgo mayor de sucumbir a crisis violentas, y también tiene menos
posibilidades de perpetuarse en un juego combinatorio alterado por vínculos físicos
y culturales (incompatibilidades matrimoniales, endogamia, edad matrimonial, etc.).
Sin duda, una comunidad más numerosa acusa mejor las crisis menores (puede que-
dar diezmada, pero sin extinguirse), conservando una adecuada base de recupera-
ción y ofreciendo a sus miembros un número mayor de opciones y compensaciones
más frecuentes. Pero una comunidad más amplia también deberá tener una estructu-
ra más compleja, que estará más expuesta a crisis mayores y colapsos importantes
(sobre todo en su componente de no productores de alimento).
El segundo factor es propiamente estratégico, de elección entre dos posibles mo-
delos. Hay un modelo de desarrollo más lento -casi imperceptible- pero más se-
guro, que tiende a conservar lo que ya existe, más que al incremento cuantitativo o
a la mejora cualitativa. Este modelo, arraigado sobre todo en las pequeñ.as comuni-
dades agropecuarias (de aldea o de grupo trashumante), toma como parámetro de
su desarrollo los picos bajos de la curva anual alterna de producción de alimento.
Renuncia a proyectos de desarrollo y tiende a conservar intacta su reserva de recursos
(ganado, tierras). Por el contrario, hay un modelo de desarrollo más acelerado, adop-
tado sobre todo en las ciudades, que tiene como rasgos característicos la concentra-
ción de los excedentes y la especialización laboral. Este modelo tiende a crecer y di-
versificarse, y para ello debe utilizar al máximo los recursos, y sobreexplotar los medios
de producción y las fuerzas de trabajo: diezmando rebañ.os, regando demasiado, cul-
tivando sin interrupción (hasta provocar la salinización y el empobrecimiento de los
suelos), exigiendo flujos de trabajo y excedentes alimentarios que cuando son excesi-
vos agotan la propia fuente. A este segundo modelo le debemos las grandes realiza-
ciones culturales del antiguo Oriente (ciudades con templos y palacios, artesanía ar-
tística, archivos, murallas, canales, etc.), pero está bastante más expuesto que el otro
LIBER
t
CUADRO 2. Ocupación humana en la zona de Nippur. En cada casilla la primera cifra es el total de hectáreas de asentamientos, la segunda
es el porcentaje de la población estimada (respecto del total del periodo). La población se ha estimado con una tasa de 100 personas por hectárea
en las clases «ciudades» y «pequeñas ciudades», de 50 por hectárea en las clases «burgos» y «aldeas».

periodo
Uruk Uruk Protodinástico Protodinástico
Acadio
Ur III Paleo·
Casita
Medio· Neobabilonio Seléucida Sasánida I:slá~ico Islám~co Islámico
Antiguo Tardío 1 II·III Isin-Larsa babilonio babilonio y Aqueménida y Pártico Antiguo Medto 'lllrdfo

fecha 3500- 3200· 3000· 2800· 240(). 2100- 1800· 1500- 1000· 700· 300 a.C. 200- 700- llOO- 1500-
3200 3000 2800 2400 2100 1800 1500 1000 700 300 200 d.C. 700 llOO 1500 1900

ciudades 170 ISO 550 1.300 900 1.500 900 400 100 lOO 800 1.300 400
(40 hectíreas y más) (39,7) (33,4) (52,6) (82,4) (70,0) (63,0) (59,0) (42,7) (23,9) (36,6) (33,9) (36,9) (27,4)
- - 1

~
LIBER

pequell.as ciudades 93 146 370 195 zss 540 360 165 120 465 960 1.350 540 90 lOS
(35,4) (12,4) (19,8) (22,6) (23,6) (17,6) (28,7) (34,0) (40,7) (38,4) (36,9) (47,6) (43,3)

..z~
(10-40 ha) (21,7) (32,5)
(")
0-
burgos y aldeas 331 307 252 164 261 685 531 743 396 804 1.195 1.739 1.045 198 275
(hasta 10 ha) (38,6) (34,1) (12,0) (5,2) (10,2) (14,4) (17,4) (39,7) (47,4) (29,4) (25,4) (24,7) (35,1) (52,4) (56,7)

total hectáreas 594 603 1.172 1.659 1.416 2.725 1.791 1.308 616 1.769 2.955 4.389 1.985 288 380

población
42.850 44.950 104.600 157.700 128.550 238.250 152.550 93.650 41.800 136.100 235.750 351.950 146.250 18.900 24.250
estimada
CuADRO 3. Ocupación humana en el valle bajo del Diyala. Estimaciones como en el cuadro 2.

periodo Protodinástico Acadio Ur III·Isin-Larsa Paleobabilonio Casita Mediobabilonio Neobabilonio Aqueménida Seléucida-parto

fecha 3000-2500 2500-2100 2100-1800 1800-1500 1500-1000 1000-700 700-500 500-300 300 a.C.-100 d.C.

ciudades y
181 170 176 97 42,5 10 10 - 1.030 S
pequeñas ciudades
(10 ha y más)
(64,1) (59,3) (55,2) (38,3) (31,2) (31,7) (23,5) (81,9) ""
(")

burgos 116 137 !51 143 86 4 4 38 285 ~


LIBER

'"'l
(4-10 hectáreas) (20,5) (23,9) (23,7) (28,2) (31,6) (6,4) (4,7) (38) (11,3) ttl
~
""

!
aldeas 87 96 135 140 101,5 39 61 62 172
(hasta 4 hectáreas) (15,4) (16,8) (21,1) (33,5) (37,2) (61,9) (71,8) (62) (6,8)

total hectáreas 348 403 462 380 230 53 75 100 1.487 ""

población 28.650
28.250 31.900 25.350 13.625 3.150 4.250 5.000 125.850
estimada
- 1

t·'
g.. .¡::..
LA
46 INTRODUCCIÓN

a colapsos verticales, a desastres provocados por proyectos que exigen demasiado de


los escasos y variables recursos materiales y humanos.
También forma parte de este segundo modelo la guerra, entendida como una for-
ma (la forma extrema) de hacerse con recursos y ampliar el ámbito de control políti-
co. El momento propiamente militar siempre tiene efectos negativos en el saldo de-
mográfico (matanzas y descenso de la natalidad) y productivo (destrucción). Pero
ei momento politico de ia anexión y reorganización de ios territorios conquistados
puede tener efectos positivos, ya que supone una ampliación de la comunidad y esta-
blece una relación integrada entre territorios distintos, y con ello responde a los dos
factores antes mencionados, el crecimiento y el ritmo de desarrollo. Ahora bien, si
está claro que la guerra «le conviene» al vencedor (en sus aspectos demográfico y
productivo) y «no le conviene» al vencido, hay que estudiar sus efectos sobre el con-
junto territorial y humano que forman ambos contendientes, y valorar si y hasta qué
punto con el paso del tiempo su efecto negativo inmediato se ve compensado y sirve
para aumentar la escala de los fenómenos.
En general, si el modelo de desarrollo es lento, se puede representar con una lí-
nea que va subiendo de forma lenta pero constante; el modelo de desarrollo acelera-
do se puede representar con una línea que sube deprisa pero tiene bajones bruscos
de vez en cuando. Si se tienen en cuenta los picos altos de este diagrama, no cabe
duda de que la línea continua del primero se queda muy atrás. Pero si se tienen en
cuenta los picos bajos, a grandes rasgos ambos acaban coincidiendo. Las fases de
desarrollo acelerado (urbano, con una dirección política, agresivo en lo económico
y en lo militar) no pueden mantenerse indefinidamente, de modo que su crisis es un
elemento estructural, no accidental, pero que en cualquier caso sienta las bases para
momentos posteriores de desarrollo.
Por otro lado, estos picos de desarrollo del segundo modelo (que se suele valorar
en exceso, al estar muy documentado con textos y datos arqueológicos) están alter-
nados y aislados en el tiempo y en el espacio, mientras que el desarrollo demográfico
«normal» corresponde más bien al ritmo lento del primer modelo. Este ritmo es bas-
tante moderado, al estar condicionado por dos factores: 1) una elevada mortalidad
infantil, que prácticamente anula la elevada natalidad; 2) una duración media de la
vida tan baja que afecta seriamente a la fase fecunda. En una comunidad en la que
se vive un promedio de 25 o 30 años, a la pareja tiene que darle tiempo para engen-
drar un número tal de hijos que, una vez restados los que mueren en los primeros
años, y en cualquier caso antes de que a su vez tengan hijos, queden por lo menos
dos. En caso contrario la comunidad se encaminará hacia la extinción. La respuesta
social es bajar al máximo la edad del matrimonio para las mujeres (aprovechando
así el periodo fértil) y dosificar la endogamia y la exogamia, la monogamia y la poli-
gamia, para lograr el máximo rendimiento demográfico. Sin embargo, las respuestas
sociales y culturales sólo pueden contrarrestar hasta cierto punto la situación física,
que obviamente está determinada por los factores sanitario y alimentario. La morta-
lidad infantil, la mortalidad por parto y las epidemias recurrentes son barreras insu-
perables para la situación sanitaria y alimentaria del antiguo Oriente. Al dato de una
población poco densa y discontinua se suma el de una vida corta, y también el de
üna vida precaria, marcada por la desnütrición y las enfermedades endémicas (sobre
todo gastrointestinales: se bebe agua de pozo o de río). En el antiguo Oriente el hombre
vive poco tiempo, vive mal, hambriento y enfermo, y por ello trabaja con unos rit-
LIBER
CUADRO 4. Duración de la vida, fecundidad y mortalidad infantil (área egeoanatólica).

t"'
Paleolítico Mesolítico Neolítico Neolítico Bronce Bronce Bronce Hierro I Clásico Helenístico oCll
Superior Inicial Tardío Antiguo Medio Tardío
(")
30.000 9000 6500 5000 3000 2000 1500 1150 650 300
~
(")
,...,¡
LIBER

Longevidad de los adultos: varones 33,3 32,0 33,6 33,9 33,7 36,3 39,4 38,6 45,0 42,4
t'l1
mujeres 28,7 24,9 29,8 28,6 29,5 30,8 32,1 31,3 36,2 36,5 ~Cll
Promedio de partos, por mujer 4,7 4,0 4,9 4,3 4,0 5,1 4,7 3,7 4,3 3,6 o
Muertos al nacer, por mujer 2,6 2,0 2,3 2,0 2,1 2,8 2,4 2,2 1,6 2,0 e:
o
Supervivientes, por mujer 2,1 2,0 2,6 2,3 1,9 2,3 2,3 1,5 2,7 1,6 z
Recién nacidos muertos, por 10 adultos 6,0 6,0 6,5 6,0 6,5 8,0 7,0 7,5 5,0 7,0 ~
t'l1
Cll
Niños muertos, por 10 adultos 6,0 5,0 6,0 4,0 5,0 5,0 4,5 3,5 3,0 3,0

~
-...)
48 INTRODUCCIÓN

mos y rendimientos que hoy nos parecen irrisorios, pero sencillamente son el reflejo
de la mala nutrición y la salud precaria. Si pensamos en las realizaciones de estas
poblaciones y las relacionamos con sus condiciones de vida, lo asombroso no son
las crisis periódicas, sino la posibilidad misma de lograr semejantes resultados. La
visión que tenemos del antiguo Oriente Oas ciudades, Jos templos, las obras de arte
y el desarrollo técnico) es el fruto de una tenaz lucha por la supervivencia, y del fuer-
te control físico e ideológico que ejercieron sobre la población unas organizaciones
sociopolíticas capaces de movilizar el trabajo forzoso y los grandes recursos.
Por último, sobre todo para evitar equívocos, conviene decir algo sobre los as-
pectos antropológico y lingüístico del poblamiento. Desde el punto de vista antropo-
lógico, cuando los datos disponibles son suficientes para hacer cuantificaciones en
diacronía, lo que más sorprende es la estabilidad del poblamiento, que perdura hasta
nuestros días. Es un indicio de que el poblamiento humano básico tuvo lugar en fe-
chas muy antiguas, y a partir del Neolítico experimentó sobre todo una dinámica
interna (es decir, demográfica en sentido estricto), o desplazamientos dentro del área
(migratorios o simplemente estacionales). Las «invasiones» y las «migraciones» que
tanto ha tenido en cuenta la historiografía decimonónica debieron ser, por lo gene-
ral, de escasa entidad numérica, con una influencia marginal en el patrimonio gené-
tico, por lo que el tipo antropológico preponderante debió reabsorberlas con facili-
dad. La importancia y eficacia de los hechos migratorios son mucho más culturales
que genéticas, lo cual tiene fácil explicación si los que se desplazan son sectores esco-
gidos (militares, técnicos, religiosos, etc.) muy activos en los terrenos cultural y polí-
tico, pero irrelevantes en número comparados con la mayoría silenciosa e inmóvil
de la población agropastoral de base.
El análisis en diacronía de la geografía lingüística del antiguo Oriente produce
la misma impresión, y más teniendo en cuenta que la lengua es un elemento cuiturai,
y por lo tanto más móvil que el elemento genético y antropológico, ya que se puede
transmitir por aprendizaje y cambia con el paso del tiempo. En el terreno lingüístico,
desde la primera documentación escrita nos encontramos con poblaciones semitas
instaladas en la parte cóncava del Creciente Fértil, donde permanecerán siempre (hasta
hoy) sin retroceder nunca ni sobrepasar el punto nodal entre la llanura y la montañ.a,
al pie del Thurus y de los Zagros. Lo que cambia es la articulación lingüística y dia-
lectal dentro de la compacta área semítica (con el nivel más antiguo eblaíta y paleoa-
cadio sumergido de vez en cuando por las oleadas de amorreización, arameización
y arabización); pero su límite, ya en e! II! milePio a.C., no era diferente del que hoy
separa a las poblaciones arabófonas de las turcas o íraníes de las tierras altas. En
cambio, en la vertiente exterior del Creciente Fértil se conocen poblaciones de lengua
indoeuropea, de tipo occidental en el sector anatólico y de tipo oriental en el iraní.
Estas poblaciones -dotadas de una propulsión lenta pero continua hacia el sur-
van ocupando la franja interpuesta entre ellas y el área semítica, que cuando empie-
za la documentación está ocupada por poblaciones de otra lengua (ni semíticas ni
indoeuropeas), pero en parte emparentadas con ellas: sumerios, elamitas, hurritas
y otros peor documentados. Esta franja lingüística intermedia está destinada a desa-
parecer, siendo asimilada y suplantada poco a poco por los dos grupos más amplios
y dinámicos, aunque resiste algo más en los nichos protegidos de ias montañ.as de
Armenia y Transcaucasia.
Como puede verse, estos cambios de las grandes unidades etnolingüísticas tienen
LIBER
LOS CARACTERES ORIGINALES 49

el ritmo y la envergadura de los fenómenos de larga duración. Con respecto a ellos,


los momentos migratorios documentados históricamente son epifenómenos cuyo al-
cance es más ideológico que cuantitativo. Las alteraciones importantes de este mar-
co, con la asimilación de grupos enteros, el retroceso de las fronteras lingüísticas y
la aparición de subdivisiones internas tienen lugar al margen de la percepción y la
memoria humanas, y por lo tanto al margen de la documentación de hechos históri-
cos, con la que, arbitrariamente y de una forma simplista, se suelen vincular dema-
siado a menudo.

3. EL DESARROLW TECNOLóGICO

En nuestra visión tradicional del antiguo Oriente hay cierta contradicción entre
el tópico del estancamiento y el de la prioridad inventiva. Por un lado, existe la idea
de que Oriente (y en concreto el Oriente Próximo antiguo) es siempre igual a sí mis-
mo -por causas sociopolíticas que ahogan y anulan toda originalidad creadora-
Y que, si acaso, se vio fecundado de forma tardía por las aportaciones occidentales.
Aun prescindiendo de las sistematizaciones teóricas de este tópico, si nos limitamos
a leer los manuales de historia oriental antigua tendremos la impresión de que a lo
largo de siglos y milenios no cambió nada en cuanto a modo de vida y recursos tec-
nológicos, de manera que si el libro se descompagina y una parte que habla de Sar-
gón de Akkad va a parar entre las que hablan de Sargón 11 de Asiria, ni siquiera
nos damos cuenta. La dificultad de orientación y memorización en una secuencia
de dinastías que aparecen y desaparecen, de ciudades fundadas y destruidas, de pue-
blos que irrumpen y son asimilados, nos da la impresión de que son ciclos que se
repiten sin estar iluminados por el cambio más significativo, que es el cultural, en
el sentido más amplio del término: desde las técnicas hasta la ideología.
Por otro lado, sin embargo, existe la idea de que Oriente Próximo es el lugar don-
de por primera vez se formularon y pusieron en práctica las tecnologías básicas de
la mayor parte de los sectores de la cultura antigua, desde la producción de alimento
hasta la escritura, pasando por la metalurgia y la construcción. Si nos remontamos
hacia atrás en la historia de cada una de las técnicas, llegamos a una «invención»
de Oriente Próximo (concretamente sumeria), que convierte a esa región en la «cuna))
de la civilización, el lugar de nacimiento de todos los hechos culturales que, tras una
serie de modificaciones y mejoras, han llegado hasta nosotros y constituyen nuestra
propia cultura.
Hay mucha mitificación en ambos puntos de vista: el mito del estancamiento orien-
tal sirve, en último término, para crear el mito del «milagro griego» con el que se
inició el dinamismo cultural típico de Occidente; y el mito de la «cuna de la civiliza-
ción» recalca, por polarización (pero al mismo tiempo por continuismo), nuestro
papel de punto de llegada, de vanguardia del progreso mundial. Una combinación
e historización parcial y aproximada de los dos tópicos asigna al antiguo Oriente
un papel creador e impulsor del progreso humano, pero confinado a una edad remo-
ta Y seguido de una especie de esclerosis e insistencia en realizaciones que, mientras
tanto, debido al lastre del despotismo y la visión mágica, se habían vuelto ineficaces,
incapaces de servir de base a un progreso posterior.
Una historización más radical y menos preconcebida del desarrollo técnico y cul-
LIBER

4.-UVER.ANI
50 INTRODUCCIÓN

tural del antiguo Oriente nos da una visión más compleja. Aparecen de vez en cuan-
do zonas y ambientes dotados de ímpetu innovador, y fases caracterizadas por el in-
tento de organización y normalización. En conjunto, el cambio tecnológico es muy
notable, aunque repartido a lo largo de los milenios: típico elemento de «larga dura-
ción» por su propia naturaleza, y por el hecho de que las condiciones demográficas
y econówicas específicas hacen que la in_rnensa mayoría de los recursos se destinen
a la mera y difícil supervivencia y reproducción de lo existente. Thmbién hay crisis
y recaídas, hay una discontinuidad en el tiempo y en el espacio. Sobre todo, hay un
condicionamiento mutuo -no podía ser de otro modo- entre los distintos sectores
culturales y los sistemas productivos, políticos, ideológicos y religiosos. Las ideolo-
gías religiosas (desde la visión mágica de las conexiones causales y las curaciones,
hasta la ubicación de la salvación en un mundo de ultratumba) guardan relación con
la escasa posibilidad de intervención humana en buena parte de los hechos natura-
les, pero a su vez condicionan el desarrollo tecnológico y el control sociopolítico de
los recursos.
En líneas generales hay tres grandes fases innovadoras. La primera es muy pro-
longada, y se sitúa antes del periodo histórico que aquí estudiamos: es la fase de
la «revolución neolítica», con la aparición de las técnicas básicas de la producción
de alimento (agricultura y ganadería), con su correspondiente utillaje (instrumentos,
recipientes, etc.) y ambiente residencial (casas, poblados). La segunda fase es la <<re-
volución urbana>>, en los albores de la Edad del Bronce, con la aparición de las téc-
nicas de control y registro (que culminan en la escritura), las técnicas especializadas
(artesanos de plena dedicación) y la reproducción en serie, y la ampliación del hori-
zonte residencial (ciudades) y el marco político de control (estado ciudadano). La
tercera fase está a caballo entre la Edad del Bronce Thrdía y la primera Edad del Hie-
rro. Durante esta fase se difunden innovaciones como el alfabeto o la metalurgia del
hierro, que tienen un carácter en cierto modo «democratizador» si se comparan con
la centralización del palacio y el templo, propia de la fase anterior. Thmbién acentúa
la intervención de los ámbitos sociales y geográficos «marginales» frente al centra-
lismo urbano. Pero entre las fases innovadoras no hay estancamiento, y los giros in-
novadores nunca son repentinos, sino que se preparan de forma lenta y trabajosa.
En cualquier caso, conviene matizar el centralismo y la prioridad de Oriente Pró-
ximo, su papel de vanguardia en el progreso mundial. En el caso de la «revolución
neolítica», porque ésta sin duda tuvo lugar en una zona amplia y duró mucho tiem-
po, abarcando zonas exteriores a Oriente Próximo y concretándose en distintas ten-
dencias. En el caso de la «revolución urbana», porque al polo bajomesopotámico,
a medida que pasaba el tiempo, se fueron sumando (con caracteres distintos cada
vez) otros polos situados en otras zonas. En el caso de la Edad del Hierro, porque
ya en el umbral del 1 milenio a.C. Oriente Próximo está insertado en una red de con-
tactos culturales, y tan pronto los recibe y reelabora como los renueva de su cosecha
y los propaga. Si hay una línea de desarrollo en los lugares favorecidos por el desa-
rrollo tecnológico (o en los ambientes que lo impulsan más claramente), esta línea
va desde una preponderancia de los puntos nodales entre zonas ecológicas comple-
mentarias, donde tuvieron lugar las innovaciones neolíticas, pasando por los centros
urbanos, donde tuvieron lugar las innovaciones al comienzo de la Edad del Bronce
(con su concentración de la producción y del control político y administrativo en
las grandes organizaciones centradas en los palacios y los templos), hasta las rutas
LIBER
LOS CARACTERES ORIGINALES 51

comerciales (tanto marítimas como caravaneras), crisoles y focos de difusión de las


innovaciones tecnológicas de la Edad del Hierro.
Esta línea de desarrollo corta transversalmente. como se puede ver, la oposición
y complementariedad entre distintos centros de trabajo que representan los centros
potenciales de difusión de la innovación tecnológica. A partir de la primera urbani-
zación, los talleres artesanales del palacio real son lugares privilegiados. En ellos,
la mano de obra especializada que trabaja a tiempo completo, la afluencia de mate-
rias primas gracias a la tributación interna y al comercio a larga distancia, y la pre-
sencia de un gran comprador público, el propio palacio (o el templo), son las condi-
ciones necesarias (que no se han dado antes) para que se elaboren técnicas cada vez
más especializadas, cada vez más refinadas, cada vez más apropiadas para una pro-
ducción repetitiva a gran escala. Pero al margen de los talleres palatinos subsisten
ambientes tecnológicos «marginales», tanto en sentido topográfico como social, que
utilizan sus propias técnicas alternativas y forman así unos «depósitos» que podrán
ser aprovechados por los ambientes política y económicamente centrales, cuando el
cambio de las condiciones sociales, las relaciones regionales y las formas acultura-
doras (y deculturadoras) lo permitan o requieran.
La ubicación de estos (y otros) factores en un sistema global de interacción es
una tarea ardua, que todavía está por hacer y en gran parte por imaginar. No es po-
sible hacer aquí una síntesis, que resultaría inmadura. Conviene remitirse para cada
aspecto a los tratados históricos detallados. Por ejemplo, y para aclarar el tipo de
aproximación que nos parece adecuado, abordaremos rápidamente el caso de la ga-
nadería. Durante la fase neolítica hay un lento proceso de domesticación de bastan-
tes especies animales (incluyendo varios experimentos que se acabaron dejando, por-
que requerían demasiados esfuerzos); esto sucedió en el marco de la comunidad de
aldea y con arreglo a necesidades que se hacían sentir a escala reducida, de núcleo
familiar y de poblado (desde la alimentación hasta la producción textil, pasando por
el trabajo agrícola y el transporte). Con la primera urbanización tiene lugar la con-
centración de la producción por parte de las grandes organizaciones o en función
de ellas: auge especial de la cría de ganado lanar, relacionado con la industria textil,
aparición de mecanismos de concentración y conservación del producto en función
de las grandes aglomeraciones urbanas, y consiguiente reorganización de las unida-
des productivas. Al final de la Edad del Bronce entran en los grandes circuitos otras
especies que se venían domesticando desde hacía tiempo en ambientes «marginales»,
y ahora, con las nuevas necesidades militares y comerciales, pasan a un primer pla-
no: primero el caballo, y poco después el camello y el dromedario.
Un segundo ejemplo, la metalurgia: en el ámbito de la aldea, durante el periodo
Calcolítico, se ponen a punto las técnicas básicas de la fusión y se experimentan las
primeras aleaciones, siempre en cantidades moderadas. Con la primera urbanización
se produce la elección fundamental del bronce, la concentración de la producción
en los talleres de los palacios, el crecimiento desmesurado del comercio a larga dis-
tancia («administrado» desde los palacios) para conseguir los metales, y la orienta-
ción de la producción a las necesidades del armamento y del equipamiento para el
trabajo en los palacios. Cuando, a finales de la Edad del Bronce, desaparecen los
talleres palatinos y se hunde el comercio palatino del cobre y del estaño, aparece la
metalurgia del hierro de carácter «democratizador», en el sentido de que requiere
un utillaje más sencillo y el mineral está repartido de una forma más capilar.
LIBER
52 INTRODUCCIÓN

CUADRO 5. Esquema general del desarrollo tecnológico.

construcción registro
ganadería agricultura
artesanía
8000
cabras
cereales, leguminosas adobes primeras sefiales
enlucido. drenaje
ovejas, cerdos
7000
metal martillado
bóvidos, asnos tejidos (lana)
cerámica a mano
6000

primeros sellos
lino de estampilla

5000
riego aluvial

arado de tracción animal metal fundido


4000
vid, olivo
palmera datilera
cobre arsenical
cretulae + sefiales
3500
cilindrosellos
canalización extensiva cerámica a tomo pesos y medidas
escritura logográfica
bronce
3000

escritura silábica

2500

ladrillos

2000
vidrio

caballo
1500
alfabeto
riego en altura hierro
bancales
camello, dromedario
1000

algodón

500

LIBER
LOS CARACTERES ORIGINALES 53

Se podrían poner otros ejemplos: todos los casos, colocados en columnas enfren-
tadas, pondrían en evidencia, con las diversidades específicas de cada uno, los carac-
teres y las tendencias básicas comunes a las grandes etapas históricas. No hay, pues
una tecnología unitaria del antiguo Oriente, sino más bien una variedad regional, una
penetración y disponibilidad diferenciadas con arreglo a las franjas socioeconómi-
cas, y sobre todo hay una variabilidad diacrónica. Pese a las crisis y a las caídas en
picado que tienen lugar en varios lugares y periodos, la tendencia de fondo es la puesta
a punto de técnicas cada vez más adecuadas para dominar el medio circunstante,
y a sacar provecho de los escasos recursos disponibles. La selección y concentración,
por un lado, y la diversificación de los intentos, por otro, son dos líneas estratégicas
que coexisten, prevaleciendo una u otra según la organización política y productiva.
Pero el grado de readaptación de las técnicas de Oriente Próximo cuando sean utili-
zadas en otras partes, no es mayor, en realidad, que el grado de cambio y reutiliza-
ción al que se han visto ya sometidas en el transcurso de los tres milenios que aquí
examinamos. La variable tecnológica no es unívoca ni independiente, y se debe refe-
rir a las otras variables; pero es de primordial importancia para apreciar en términos
reales los acontecimientos políticos y militares, los sistemas económicos y las rela-
ciones sociales dominantes.

4. EL MODO DE PRODUCCIÓN

El interés por las cuestiones histórico-económicas se ha despertado en los estu-


dios sobre el antiguo Oriente lo bastante tarde como para evitar la polémica (que
llegó a ser crucial en los estudios de historia antigua) entre «modernistas» y «primi-
tivistas», es decir, entre partidarios de una reconstrucción que echaba mano de los
instrumentos analíticos de la moderna economía política, y los partidarios de una
reconstrucción que más bien tomaba como modelo formas elementales del desarro-
llo socioeconómico. Actualmente, la gran masa de datos útiles para la reconstruc-
ción de la economía del antiguo Oriente (en sus variedades regionales y temporales)
es objeto de una intensa valoración y análisis, pero por lo general en el aspecto es-
trictamente filológico, y al margen de toda elaboración teórica.
No obstante, dentro de los límites en que cierta influencia de las elaboraciones
teóricas se deja notar aunque sea de forma inconsciente, hay que reconocer que pre-
valece una interpretación nada «modernista», ya que reconoce que las «leyes» de la
economía política se han elaborado con arreglo a una documentación históricamen-
te restringida y referida a situaciones muy distintas; de hecho, se centran en instru-
mentos como el mercado y la moneda, que son ajenos al antiguo Oriente. De todos
modos, una reconstrucción apropiada tampoco puede ser demasiado «primitivista»,
ya que los sistemas de producción e intercambio que actuaron en el antiguo Oriente
eran muy complejos, y no se pueden ilustrar comparándolos con situaciones elemen-
tales. En lo esencial, es preciso que se imponga una visión historicista, que procure
reconstruir los modos operativos específicos de las sociedades en cuestión, recono-
ciendo su complejidad y al mismo tiempo su peculiaridad. En este sentido han teni-
do una notabie y beneficiosa influencia dos filones, muy distintos entre sí, pero no
necesariamente contradictorios: el análisis marxiano de los «modos de producción»,
Y la antropología económica, sobre todo para los sistemas de intercambio.
LIBER
54 INTRODUCCIÓN

En lo referente al modo de producción, conviene recordar que el análisis mar-


xiano, en realidad, se refiere sólo a la economía capitalista (con sus procesos de
formación y transformación) limitándose para las economías antiguas a unas pocas
menciones funcionales, que no profundizan y además varían de unos textos a otros.
También es notorio que Marx (y en general los investigadores de su generación) sólo
disponía para el antiguo Oriente de una documentación insignificante en cuanto a
la cantidad, e indirecta. Sería absurdo atribuir hoy un valor a las formulaciones es-
pecíficas de entonces, aparte de resaltar algunas observaciones agudas. Toda la dis-
cusión sobre el «modo de producción asiático», y su relación con otros «modos»
(esclavista, feudal) entra más en el campo de los estudios sobre el marxismo que en
el de los estudios sobre el antiguo Oriente.
En cambio, todavía es válido el propio concepto de «modo de producción>>, siem-
pre que no permanezcamos atados a las propuestas concretas marxianas (que ado-
lecen de falta de información y del peso del aparato histórico-filosófico del siglo
pasado), ni tampoco a un uso «escolástico» de la terminología y del aparato concep-
tüaL Este aparato, que probablemente esté ya superado para el análisis de formacio-
nes económicas muy complejas como las contemporáneas, mantiene su validez para
situaciones más sencillas. En particular, sigue siendo fundamental la determinación
de los tipos de propiedad de los medios de producción (sobre todo de la tierra); de
la relación entre medios de producción y fuerzas productivas; de la entidad de las
unidades productivas; y de los modos de centralización de los excedentes. La combi-
nación de estos factores básicos, que varía según los casos, es lo que caracteriza a
lo que en términos marxianos se llama «formación económica de la sociedad>>: en
cuyo interior se descubren varios «modos de producción» que interactúan con rela-
ciones de hegemonía/subordinación, varios sistemas de intercambio, y por último
varias formas de consumo (y eventualmente de atesoramiento, ostentación y destruc-
ción), que no obstante parecen menos características. Los modos de producción y
los sistemas de intercambio son más bien «tipos ideales>>, instrumentos analíticos,
mientras que la formación económica de la sociedad es una reconstrucción históri-
ca, concreta y variable en el tiempo y en el espacio.
Los modos de producción que prevalecen en el antiguo Oriente son el «palatinm>
y el «doméstico». El primero es resultado de la revolución urbana, y se caracteriza
por la concentración de los medíos de producción en manos de las llamadas «gran-
des organizaciones» del palacio y el templo; por la condición servil de los producto- ·
res ante los detentadores del poder político-administrativo (núcleo dirigente del pa-
lacio y el templo); por la fuerte y orgánica especialización en el trabajo; por un flujo
centrípeto y redistributivo de los bienes y la consiguiente disposición jerarquizada
de los sectores productivos. En cambio, el modo «doméstico» es un residuo de la
situación de tipo neolítico, y se caracteriza por la coincidencia de fuerzas producti-
vas y posesores de medios de producción; por una red de intercambios multidireccio-
nal y recíproca; por la falta de especialización a tiempo completo (o mejor por su
carácter no estructurado); y por unas unidades productivas y sectores productivos
paritarios. Los dos modos se sitúan en una clara relación de hegemonía/subordina-
ción, ya que el modo palatino no podría subsistir sin recurrir al modo doméstico
preexistente, que es radicalmente sometido y reestructurado (por ias nuevas reiacio-
nes con el modo hegemónico) con respecto a la formación en la que estaba solo y
era autónomo.
LIBER
LOS CARACTERES ORIGINALES 55

La definición de estos dos modos prevalecientes, y del carácter hegemónico del


primero (con el consiguiente aspecto «tributario» de la formación económica resul-
tante), no elimina el problema de la evolución diacrónica de la formación económi-
ca, ni el de la existencia de otros modos de producción (más marginales). Evidente-
mente, examinaremos esto al hacer el repaso histórico especifico. Aquí nos limitaremos
a resaltar que los modos de producción palatino y doméstico evolucionan por recí-
proca interferencia; que esta evolución desemboca en lo que en términos marxianos
sería el modo «feudal»; y que, sobre todo para el periodo de formación del modo
palatino, las variedades regionales y la presencia de modos marginales llegan a con-
figurar auténticas estrategias alternativas de desarrollo, que en parte se inscriben en
lo específico ecológico. En torno al elemento principal, que es el proceso de urbani-
zación en la llanura, con la irrigación, la cerealicultura, la ganadería lanar, el comer-
cio administrado, la artesanía palatina y la superestructura política de carácter reli-
gioso, existen ambientes y estrategias que de vez en cuando se basan en la valoración
de los recursos locales (metales, madera, piedras duras), el pastoreo trashumante y
la agricultura de secano, cuyas superestructuras tienen un carácter comunitario y gen-
tilicio, propio de una época anterior.
La definición de los modos de producción como instrumentos analíticos de algu-
na forma «ideales», que encuentran su ubicación histórica concreta en las distintas
combinaciones entre ellos (así como en los niveles distintos del productivo) también
es válida, quizá lo sea más, para los sistemas de intercambio. Thmbién en este caso
los estudios sobre el antiguo Oriente han sido dotados, de una forma quizá más in-
consciente que declarada, de una propuesta de sistematización global, la de K. Po-
lányi, con sus esquemas integradores de la reciprocidad, la redistribución y el merca-
do. Parece bastante claro, en una primera aproximación, que el esquema de la
reciprocidad se adapta mejor al modo de producción doméstico, y el de la redistri-
bución al palatino, mientras CJ,Ue el esquema de mercado es ajeno en principio a la
economía del antiguo Oriente, si exceptuamos la aparición de alguno de sus elemen-
tos en ambientes y situaciones no necesariamente tardíos. Lo mismo que en el caso
de los medios de producción, en el de los sistemas de intercambio hay una clara he-
gemonía del sistema redistributivo, que relega el sistema reciprocativo a situaciones
marginales, aparte de reinterpretarlo para las necesidades del comercio internacio-
nal (marginal desde el punto de vista cuantitativo si se compara con el peso de la
redistribución interior). Pero está claro -y sirva también para una explícita diferen-
ciación de la antropología económica ortodoxa- que estos esquemas interpretan la
realidad, más que describirla: pertenecen al análisis de las ideologías, más que al de
las economías. Un mismo acto de intercambio se puede inscribir en el esquema reci-
procativo y en el redistributivo según la posición y los fines de su presentación. Por
debajo de la utilización política de las actividades de intercambio (que sin duda está
subestimada en algunos tipos de textos), por debajo también de los procedimientos
administrativos o ceremoniales que constituyen su aspecto exterior, su modo carac-
terístico de ejecución, los intercambios tienen también y sobre todo una realidad pro-
piamente económica (y también mercológica y tecnológica) que sólo se podría recu-
perar con valoraciones de tipo cuantitativo, para las que hay una documentación
insuficiente y muy selectiva (a diferencia de lo que respecta a la producción).
Thnto en el campo de la producción como en el de los intercambios, al análisis
de la documentación textual se añade en medida creciente el de los datos arqueológi-
LIBER
56 INTRODUCCIÓN

cos, ahora que la difusión de los análisis de los materiales permite conocer con más
precisión las zonas de origen, los procedimientos de transformación y las líneas de
difusión. Por desgracia, la documentación paleobotánica y paleozoológica (decisi-
vas para una reconstrucción concreta de la producción agrícola y zootécnica) y los
análisis de materiales (decisivos para una reconstrucción concreta de las técnicas ar-
tesanales y las redes comerciales), a los que se recurre profusamente para las fases
pre y protohistórica, pierden poco a poco importancia para ios periodos históricos,
como si disponer de una documentación escrita hiciera menos necesario disponer
de una documentación científica y técnica. Por supuesto, es más bien al contrario:
sólo comparando las dos series documentales se puede tener un conocimiento segu-
ro. La taxonomía de los textos y las cuentas administrativas son hechos abstractos
si no sabemos a qué se refieren en concreto, y la documentación físico-naturalista
es difícil de historizar si no se recuperan los sistemas de interpretación antiguamente
en vigor.

5. LAS EXPRESIONES IDEOLÓGICAS

Evidentemente, una reconstrucción histórica a base de ecología, demografía, tec-


nología y modo de producción sigue el ritmo lento de la «larga duración» o el mode-
rado de la historia social, y renuncia a seguir el ritmo más rápido de la historia de
los acontecimientos. La documentación utilizada (ambiental, arqueológica y textual
de carácter administrativo) no aconseja perderse en detalles, sobre los que existen
serias dudas. El personaje, la dinastía o la batalla sirven sobre todo para formar una
red cronológica en la que se fijan unos hechos de larga y media duración que tam-
bién son hechos históricos, cuyas conexiones recíprocas se tienen que ordenar sóli-
damente con arreglo al factor tiempo.
Sin embargo, en los tratados sobre el antiguo Oriente, la historia como sucesión
de acontecimientos suele estar tomada de las inscripciones reales, las crónicas o ana-
les derivados de ellas y la literatura seudohistoriográfica antigua. Esta recuperación
del acontecer histórico puede ser tan intensa que acapara toda la literatura, y oscure-
ce, cuando no impide, la comprensión de los procesos culturales. La historia del Oriente
Próximo antiguo, reducida a acontecimientos, pierde gran parte de su fascinación
y su interés para nuestra cultura, porque resulta repetitiva e incluso trivial, y sobre
todo porque se limita a una relación esquemática, dado lo escueto de las informacio-
nes que nos han llegado.
Incluso con estas limitaciones, conviene tener en cuenta que la utilización de las
inscripciones reales para la reconstrucción del esqueleto «acontecedom de la histo-
ria (o, si se quiere, para la reconstrucción de la historia política) se basa en el equívo-
co. Buena muestra de este equívoco es el hecho de que una parte de los especialistas
(sobre todo filólogos) llamen «textos históricos» a las inscripciones reales, los anales
y las crónicas, e incluso a cierta literatura heroico-sapiencial. Esta literatura no es
«histórica», ni en el sentido subjetivo ni en el objetivo. Los autores no pretendían
hacer una reconstrucción fiable de los acontecimientos pasados, y para nosotros, desde
luego, no contiene una reconstrucción que se pueda utilizar directamente, y tampoco
detenta el monopolio de las informaciones útiles (y menos aún privilegiadas) para
realizar nuestra propia reconstrucción histórica. A no ser que renunciemos a las pre-
LIBER
LOS CARACTERES ORIGINALES 57

rrogativas de nuestra cultura, a la peculiaridad de nuestros intereses historiográfi-


cos, para asumir los de las culturas pasadas, tan distintos.
En el antiguo Oriente no existe el auténtico género historiográfico, entendido como
un fin en sí mismo. Las inscripciones reales y los anales son textos de carácter políti-
co y celebrativo, son esencialmente propaganda. No es que no exista un sentido de
la historia y una reflexión sobre el pasado, sobre la causalidad que relaciona los acon-
tecimientos entre sí, sobre el significado de todo cuanto sucede en el ámbito de una
concepción general del mundo. Cada cultura tiene su sentido de la historia, y cada
texto, aunque se haya escrito con fines precisos, utiliza los elementos de esa visión
del mundo. Pero precisamente estos dos aspectos -fines políticos precisos, peculiar
concepción del mundo- se suelen obviar al leer las «historias» antiguas como materia-
les susceptibles de ser utilizados directamente. Para la reconstrucción de la historia
económica a nadie se le ocurriría utilizar frases como «durante mi reinado las espigas
crecían a una altura de dos metros», o «las vacas parían terneros gemelOS)), que sin em-
bargo aparecen en las inscripciones celebrativas. Evidentemente, se trata de afirma-
ciones propagandísticas, que reflejan una concepción de la realeza, no unas técnicas
agropecuarias. En cambio, afirmaciones del mismo tipo referentes a las victorias mi-
litares, a acuerdos políticos, a la administración de la justicia, se suelen dar por «cier-
tas>) y se utilizan para formar el entramado de historia política de los acontecimientos.
Cuando se ha advertido que estas inscripciones celebrativas no «contienem) he-
chos históricos, sino más bien los usan como material para construir sus edificios
de carácter propagandístico (en aras de la aceptación política), la reacción inmediata
es hacer una limpieza a fondo de la historia, reconstruir partiendo de cero «nuestra))
historia sin dar crédito a los textos políticos antiguos que nos parecen tan partidis-
tas, deformadores y tendenciosos, que la reconstrucción a partir de ellos merecería,
con una ligera paráfrasis, la misma advertencia que tantas obras de ficción: «CUal-
quier referencia a la realidad es pura coincidencia)).
Esta renuncia sería un imperdonable empobrecimiento del propio horizonte de
nuestros intereses historiográficos. Lo que no se puede usar como una mina de in-
formaciones sobre hechos es una mina todavía más valiosa de informaciones sobre
las ideologías políticas (y no sólo políticas) de sus autores y de su contexto cultural.
La cuestión no es tanto discernir qué hay de verdad en los hechos narrados, o hasta
qué punto se basan en acontecimientos reales, como utilizar este material, y sobre
todo sus deformaciones programáticas, para reconstruir los fines y las motivaciones
que lo han producido, el repertorio conceptual utilizado, la imaginación colectiva
a la que responden, y que a su vez tratan de suscitar. Se trata, en esencia, de una
documentación referente no a los hechos, sino a las ideologías. De modo que bien
utilizado, este material no lleva a una renuncia, sino a un enriquecimiento. Ya en
el plano de los hechos, si bien es verdad que se renuncia al episodio por ser poco
fiable o comprobable, no es menos cierto que se recupera la intención, el problema
político que está en el origen del texto. Además, está el enriquecimiento que consiste
en la posibilidad de generalizar una información ocasional, elevarla al plano estruc-
tural, al sistema de valores comúnmente aceptados. La historia política no tiene por
qué estar condenada al plano de los acontecimientos, también puede y debe moverse
en el plano de la reconstrucción sistemática, y llegar a formar un cuerpo continuo
con la historia cultural, enriqueciendo su vertiente tecnológica con una contraparti-
da ideológica.
LIBER
58 INTRODUCCIÓN

En concreto, la literatura celebrativa de las inscripciones reales y otros textos de


redacción palatina tiene unos fines políticos muy claros, expresan propósitos de legi-
timación, celebración, contraposición y comunicación. El problema de la legitima-
ción acompañ.a al ejercicio del poder durante toda su vigencia, pero se intensifica
en el momento inicial, adquisitivo. Y es un problema que afecta a todos los gober-
nantes, pero sobre todo a los usurpadores, y en general a los momentos de recambio
que no pueden contar con la inercia de la tradición. Típicamente, el problema de
la legitimación es crucial en las apologías de los usurpadores. Saca a relucir toda
clase de justificaciones, más o menos excepcionales, pero por contraste revela tam-
bién cuál es la forma normal y tradicional de acceder al poder. Si el procedimiento
normal (por citar el caso más corriente) consiste en heredar el reino del padre, el usur-
pador tratará de fabricar una historia de legitimidad desheredada y luego recupera-
da; pero a falta de agarraderas plausibles, optará por la estrategia opuesta, declaran-
do que ha sido designado entre la muchedumbre anónima, pese a ser el más
insignificante y oscuro de todos los hombres, y por lo tanto, en virtud de unos méri-
tos potenciales en los que nadie había reparado, salvo los dioses. La convalidación
o la elección divina siempre están destinadas a convencer a los destinatarios de la
propaganda apologética; aunque también la aprobación por parte de la «base»
aparece como una noticia, que actúa eficazmente sobre la propia «base» gracias
a la plasticidad de la memoria colectiva. Pero la legitimación definitiva vendrá a
posteriori, con el propio ejercicio del poder: si el rey es verdaderamente capaz de
gobernar, se demuestra que estaba capacitado para ello, y por lo tanto que su co-
ronación era legítima. Si no, ¿por qué la avalaron los dioses con el éxito y la pros-
peridad?
Así pues, el propósito de celebración está relacionado con el de legitimación, pre-
cisamente porque está legitimado para gobernar quien es capaz de hacerlo, mientras
que un intruso será incapaz de desempefíar esa tarea; pero es un propósito más diluido
a lo largo del ejercicio del poder. Un gobernante que ya se haya ganado la legitimi-
dad (por la vía normal o por afirmación apologética) tiene que demostrar luego, con-
tinuamente, que su reinado es próspero y victorioso, y lo es en el grado máximo. Cual-
quier aspecto de la actividad de gobierno es en este sentido un «material» útil para la
construcción de la imagen del poder. La actividad militar debe ser victoriosa, para
demostrar que el éxito se debe a la valentía personal del soberano y al apoyo divino.
La actividad comercial debe subrayar el valor y la cantidad de las importaciones y
c<~llar acerca de las export.aciones, pa..ra que la capital apa..rezca como centro del mundo,
al que afluyen materias primas y productos manufacturados de todas partes, subor-
dinando los recursos de todos los países a la iniciativa del rey, cuya acción de «remo-
lino» es una clara demostración del control efectivo o potencial de alcance universal.
Incluso los acontecimientos naturales (en primer lugar las lluvias y crecidas de los
ríos, decisivas para las cosechas), aunque se sitúan al margen de la intervención téc-
nica y política del rey, se aducen para hacer su elogio, según una visión en la que
el tiempo atmosférico está determinado por los dioses, y la actitud de éstos está de-
terminada por el comportamiento del rey (representante más destacado de la comu-
nidad humana) y del aparato del culto.
A menudo, la celebración toma la forma de una contraposición, tanto espaciai
como temporal. En sentido espacial, tenemos la concentración de todas las cualidades
positivas en el centro del mundo y el rechazo de todas las negativas a la periferia,
LIBER
LOS CARACTERES ORIGINALES 59

una oposición entre cosmos y caos, entre civilización y barbarie, entre vida y muerte,
entre sujetos activos y objetos pasivos de la actividad política, militar y económica.
La base del carácter positivo del centro es su conexión con el mundo divino, garanti-
zada por los buenos oficios del soberano reinante; mientras que los pueblos vecinos,
«sin dioses» y absurdamente reacios a ser conquistados y ordenados por el único
poder legítimo, están condenados a la función de proveedores (voluntarios o no) de
materias primas y trabajo servil. A no ser que la caótica periferia presione peligrosa-
mente sobre el cosmos central, en cuyo caso el soberano erige una barrera de protec-
ción y seguridad para sus súbditos. La misma contraposición entre cualidades posi-
tivas y negativas se puede presentar en un sentido diacrónico, siguiendo un típico
esquema de tres tiempos: está el tiempo positivo de los orígenes, cuando el mundo
sale bien ordenado de la acción creadora de los dioses y de la acción organizadora
de los primeros reyes antiguos y de los héroes inventores. Luego aparece un parénte-
sis negativo, con unos sucesores malvados e ineficientes (por lo tanto ilegítimos) que
sumen el país interior en una catástrofe o un caos que deberían ser exclusivos de la
periferia. Por suerte, aparece luego el rey actual, legítimo y fuerte, victorioso y justo,
que restablece la correcta relación entre el mundo divino y el mundo humano, de-
vuelve el orden y la prosperidad, y desde el momento de su entronización asegura
que el paréntesis se ha terminado, que la correcta organización original se ha resta-
blecido y la seguridad vuelve al reino.
Todo este aparato celebrativo va dirigido al público interior del país, que de he-
cho desconoce prácticamente cuanto sucede en las regiones lejanas y no puede hacer
comparaciones objetivas, al estar monopolizada toda la información por los deten-
tadores del poder. Pero cuando, por necesidades de comercio o diplomacia, hay que
encararse con otros centros de poder, el lenguaje tiene que ser completamente distin-
to, de carácter recíproco, no ya centralizado, basado en relaciones paritarias, no ya
unívocas. Entonces se emplea el lenguaje de la fraternidad, de la igualdad, del reco-
nocimiento mutuo de los intereses y las esferas de control. Entonces la salvaguardia
del propio poder pasa por el reconocimiento del poder ajeno. Los mismos actos o
hechos de naturaleza comercial, militar o política, que eran presentados al público
interior en términos de hegemonía y subordinación, se presentan al interlocutor ex-
terior en términos de igualdad. No hay nada que demuestre mejor el carácter ideoló-
gico del razonamiento político que la posibilidad de comparar las diferentes y opuestas
versiones del mismo episodio en textos dirigidos al público interior (inscripciones reales
celebrativas) y al interlocutor exterior (cartas, tratados). Ambas versiones son ideo-
lógicas y tendenciosas, pero en direcciones opuestas: las dos utilizan los hechos ma-
teriales para construir sus respectivos sistemas de relaciones políticas, las dos recu-
rren a connotaciones o metáforas totalizadoras, de modo que las relaciones políticas
«reales» no son algo intermedio, sino sencillamente distinto en cada caso.
La propaganda política nos da, pues, una visión que tiene su coherencia; si acaso
peca de exceso de coherencia, de estar expresada en términos absolutamente tajan-
tes. Pero esta no es ni puede ser nuestra visión, nuestra reconstrucción. El razona-
miento político, por su propia naturaleza, es parcial, tendencioso, menciona y calla,
pondera y disminuye, connota positiva o negativamente los distintos materiales his-
tóricos según lo que se proponga. Pero también es parcial en el sentido de representar
siempre, y sólo, el punto de vista de una parte, la del detentador del poder, y jamás
el de sus adversarios o sus subordinados, el del vencedor y nunca el del vencido. El
LIBER
60 INTRODUCCIÓN

poder se reserva el monopolio de los canales de difusión de la ideología y el registro


oficial de las memorias comunitarias. La «visión de los vencidos», las estrategias po-
líticas perdedoras, las ideologías socialmente marginales, salvo en casos excepciona-
les, no consiguen expresarse a través de ningún canal que haya llegado hasta noso-
tros. Por consiguiente, lo más seguro para recuperar las ideologías perdedoras o
subalternas es la lectura «al revés» de la propaganda oficial: las preocupaciones la-
tentes en ella, el blanco de sus polémicas, el objeto de sus promesas nos dicen algo
(a veces mucho) acerca de las opiniones distintas, de las controversias políticas, de
las posibles oposiciones. Al confutar y demonizar ante su público estas oposiciones,
el poder, involuntariamente, nos ha dado noticia de ellas.
Pero ¿a través de qué canales de propaganda política llegaba el poder a su públi-
co? ¿Qué clase de público era éste? Se ha dicho a menudo que en un mundo en el
que el acceso a la escritura (la complicada escritura ideográfico-silábica que existía,
en varias versiones, antes de la introducción del alfabeto) está reservado a sectores
especializados, muy reducidos en número, hacer que la escritura sea portadora del
mensaje político significa trabajar en balde, ya que resulta inaccesible para la inmensa
mayoría de la población. Lo que ocurre es que hoy sólo tenemos acceso a este canal,
pero existían otros, de los que apenas nos han quedado rastros. Efectivamente, el
mensaje político en su forma escrita sólo resulta accesible para el círculo de los escri-
bas, los administradores y los cortesanos, y va dirigido a la propia clase dirigente,
siendo una especie de autoadoctrinamiento. A este nivel, el mensaje puede estar
formulado de la manera más sofisticada y complicada, y viceversa, un mensaje so-
fisticado sólo es necesario para la clase dirigente, la única capaz de entenderlo con
todos sus matices y alusiones. Para un círculo más amplio, digamos de los residentes
en la ciudad, hay otras formas de transmisión del mensaje. Lo que pierden en com-
plejidad lo ganan en fuerza de difusión y penetración: difusión oral, presentación
iconográfica, celebración ceremonial. Y para el círculo más exterior, digamos los cam-
pesinos de las aldeas más o menos remotas, bastarán los ecos más indirectos y apa-
gados de esta difusión del mensaje político: bastará con que sepan y crean que en
la capital, que está en el centro del mundo, hay un trono en el que se sienta un rey
legítimo, amado por los dioses y amante de su pueblo, siempre victorioso en la de-
fensa de las fronteras, siempre eficaz a la hora de obtener de la naturaleza o de los
hombres la prosperidad productiva y reproductiva, la riqueza y la paz. Así pues, cada
círculo es alcanzado, a través de canales distintos, por razonamientos de nivel ade-
cüado -canales y razonamientos que casi siempre nos son desconocidos~ Las ins-
cripciones reales que nosotros leemos sólo eran accesibles para unos pocos, y sólo
son la punta de un iceberg sumergido de propaganda política (y generalmente ideo-
lógica, con fuertes connotaciones religiosas) que mantenía unida a la comunidad so-
cial y política, proporcionándole seguridad y solidez.
Nuestra tarea consiste en engarzar las formas de la ideología en el cuadro históri-
co global, y engarzarlas en lugar privilegiado, porque en ellas, más que en el aconte-
cimiento (con toda su casualidad y banalidad) se advierte la caracterización cultural
del ambiente que las ha producido, la tipicidad de las preocupaciones y expectativas,
el sistema de valores. En primer lugar, hay que historizar (como de costumbre) las
formas de ideología: por periodos, áreas y ámbitos sociales. En segundo iugar, hay
que tener en cuenta, y tratar siempre de recuperar, la finalidad, o si se quiere la fun-
ción, de la ideología: recuperar la red de conexiones entre expresión propagandística
LIBER
LOS CARACTERES ORIGINALES 61

y situación real política. En tercer lugar, hay que conectar de forma convincente este
nivel ideológico con el de las estructuras sociales y la cultura material. No porque
la primera sea la «superestructura» de las demás, determinada por ellas, sino porque
entre todas existen interrelaciones, condicionamientos cruzados, de carácter en últi-
ma instancia funcional, que sólo si son recuperados dan la clave para la compren-
sión real de las culturas antiguas.

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