Adicción A La Cuasi-Muerte. Betty Joseph 1

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Adicción a la cuasi-muerte1

BETTY JOSEPH

RESUMEN*

Adicción a la cuasi-muerte
Este artículo describe un tipo muy maligno de autodestrucción ob-
servado en un grupo reducido de pacientes. Está presente en la manera en
la que administran sus vidas y surge, peligrosamente, en la transferencia.
Este tipo de autodestrucción, a mi juicio, radica en una disposición de
índole sadomasoquista particular que dichos pacientes son incapaces de
resistir. Es como un impulso constante hacia la desesperación y la muerte
que los fascina a la vez que, inconscientemente, disfrutan del proceso. Se
dan ejemplos para demostrar cómo tales disposiciones dominan la forma
en la que el paciente se comunica con su analista e, interiormente, consigo
mismo, y la manera en la que esto afecta sus procesos mentales. Es, con
seguridad, extremadamente difícil para estos pacientes acercarse a placeres
más reales y más ligados a sus objetos, ya que ello signiicaría la renuncia
a hábitos gratiicadores que todo lo absorben.

Palabras clave:
Actividad mental circular. Desesperanza. Disposición sadomasoquista.
Autodestrucción. Transferencia.

Existe un tipo de autodestrucción muy maligna que vemos en un


pequeño grupo de nuestros pacientes y que a mi juicio participa de la na-
turaleza de una adicción, a saber, una adicción a la cuasi-muerte. Domina

1. Joseph B (1987). Adicción a la vecindad de la muerte. Rev Psicoanál APA 46 (2): 241-55. Re-
producido con autorización de la Revista de Psicoanálisis de la Asociación Psicoanalítica Argentina.
Traducido por José Luis Etcheverry. Corregido por el Consejo Editorial. Leído en la reunión cientíi-
ca de la British Psycho-Analytic Society del 20 de mayo de 1981. Publicado originalmente en: Joseph
B (1982). Addiction to near-death. Int J Psycho-anal 63: 449-56.
*Las palabras clave han sido elaboradas por el Consejo Editorial.

Revista de Psicoanálisis (Madrid). 2016;77:53-68. ISSN: 1135-3171 - www.apmadrid.org 53


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la vida de estos pacientes; durante largos periodos domina su modo de


producir material para el análisis y el tipo de vínculo que establecen con el
analista; también domina sus relaciones internas, su pretendida actividad
de pensamiento y la modalidad de su diálogo interior. No es un impulso
hacia la paz o el alivio de todo problema, a la manera del Nirvana; más
aún: es preciso diferenciarlo claramente de esto.
El cuadro que estos pacientes presentan no ha de resultar desconocido,
estoy segura; en su vida externa se absorben más y más en la desesperanza
y se enredan en actividades que parecen destinadas a destruirlos tanto en lo
físico como en lo mental, por ejemplo: trabajar con exceso, no dormir casi,
evitar una dieta adecuada o sobrealimentarse secretamente, si hace falta per-
der peso, beber cada vez más y, en ocasiones, cortar todo trato social. Puede
ocurrir en algunos que este tipo de adicción sea menos notable en su vida
real, manteniendo empero toda su gravitación en el vínculo con el analista
y el análisis. En efecto, la transferencia es en todos ellos el lugar donde más
sale a relucir la atracción por la cuasi-muerte. En este trabajo me propongo
mostrar que estos pacientes aportan material al análisis en una modalidad
muy particular. Por ejemplo, suelen expresarse de un modo que parece cal-
culado para comunicar o crear tribulación y un sentimiento de desesperanza
en ellos mismos y en el analista, en el acto mismo en que parecen demandar
comprensión. No se trata de que hagan progresos, los olviden, los pierdan o
no tomen la responsabilidad de conservarlos. Lo que ellos presentan es una
reacción terapéutica negativa intensa, aunque frecuentemente muda. Pero
esta reacción terapéutica negativa no es más que parte de un cuadro mucho
más vasto y más insidioso. La atracción al desaliento y a la muerte no es en
ellos, según señalé, anhelo de paz y de eximición del esfuerzo; al contrario,
según averigüé de uno de estos pacientes, morir, aunque atractivo, no sería
algo bueno. Hay un afán por saberse destruido y por tener la satisfacción
de ver que uno se destruye.
Lo que sostengo, por lo tanto, es que opera aquí un potente maso-
quismo, y estos pacientes procurarán infundir desesperanza en el ana-
lista y obtener después que este entre en colusión con esa desesperanza,
o que activamente se muestre desagradable, censurador o incurra en al-
guna manifestación verbal sádica hacia el paciente. Si consiguen quedar
ofendidos ellos, o crear desesperanza, triunfan porque el analista pierde
así su equilibrio analítico o su capacidad de comprender y de asistir,
con lo cual paciente y analista caen en el fracaso. Al mismo tiempo, el
analista sentirá estar en presencia de una miseria y una angustia reales, y
es preciso discernir y diferenciar esto del empleo masoquista y la explo-
tación de esa miseria.

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El otro campo que me propongo examinar como parte de esta cons-


telación única son las relaciones internas del paciente, y un tipo particular
de diálogo consigo mismo. Es porque me parece que en todos estos pa-
cientes uno descubre un tipo de actividad mental que consiste en conside-
rar y reconsiderar continuamente sucesos o anticipaciones de índole acu-
satoria o autoacusatoria, en los que el paciente se absorbe por completo.
En esta introducción expuse la atracción de los instintos de muerte,
la atracción a la cuasi-muerte, una suerte de caminata al borde del abis-
mo, mental o física, de la que un aspecto esencial es ver al sí-mismo en
este aprieto, sin posibilidad de ser asistido. Pero es importante averiguar
también dónde se sitúa la atracción hacia la vida y la salud. Creo que este
sector del paciente se localiza en el analista, lo que en parte explica su
aparente pasividad extrema y su indiferencia al progreso. Sobre esto he
de volver.
Se advierte que buena parte de lo que bosquejé en esta introducción
ya se ha expuesto en la bibliografía analítica. Por ejemplo, Freud (1924)
examina la peripecia del instinto de muerte en el masoquismo y distingue
la índole del conlicto interior en la reacción terapéutica negativa de la
que se observa en el masoquismo moral. Al inal del ensayo señala que
«ni aun la autodestrucción de la persona puede producirse sin satisfacción
libidinosa» (ibid., p.176). En los pacientes que describo, me parece que la
cercanía de la destrucción del sí-mismo se produce con una considerable
satisfacción libidinal, por grande que sea el dolor concomitante. He aquí
ahora los principales aspectos adicionales que deseo examinar: el modo en
que estos problemas se hacen sentir en la transferencia, y en las relaciones
internas del paciente y en su pensamiento; y la naturaleza profundamente
adictiva de este tipo de constelación masoquista, y la fascinación y el im-
perio que ejercen sobre él. Por último, apuntaré potenciales aspectos de la
historia infantil de estos pacientes. Comenzaré entrando en el núcleo del
problema con el relato de un sueño.
Este sueño proviene de un paciente que es típico de este grupo. Inició
su análisis hace muchos años, y en aquel momento era frío, más bien cruel,
desamorado, muy competente, inteligente, de rica expresión y buen logro
en su trabajo. Pero básicamente era muy desdichado. En el curso del
tratamiento se había vuelto mucho más cálido, luchaba ahora por ediicar
vínculos reales y había entrado en un hondo, pero ambivalente, empeño
emocional con una joven talentosa, aunque probablemente perturbada.
Esta era para él una experiencia muy importante. Ahora experimentaba
también un profundo apego por el análisis, aunque de esto no hablaba,
no lo admitía, solía llegar tarde a las sesiones y parecía no tomar nota ni

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percatarse de casi nada que se relacionara conmigo como ser humano. A


menudo experimentaba repentinos sentimientos de gran odio hacia mí.
Referiré el sueño de un miércoles. El lunes había consolidado el trabajo que
veníamos haciendo sobre un tipo particular de provocación y de crueldad
que ocultamente producía. Hacia el inal de la sesión pareció aliviado y con
buen contacto. Pero el martes llamó por teléfono en el momento mismo en
que su sesión habría debido terminar, diciendo que acababa de despertar.
En su voz había gran desaliento, pero dijo que había dormido poco esa
noche y que vendría al día siguiente. Al llegar el miércoles se puso a hablar
sobre lo ocurrido el lunes, cuánto lo sorprendió que, tras sentirse mejor en
la sesión, esa noche se sintiera espantosamente mal y con tensiones físicas,
en el estómago y en todas partes. Había experimentado gran calidez hacia
K, la novia, y verdaderamente deseó verla, pero ella salía esa noche. Ella
le dijo que lo llamaría por teléfono cuando regresara, pero no lo hizo, y
él reirió que así hubo de permanecer acostado despierto, sintiéndose
cada vez peor. Reconoció también que deseaba mucho acudir al análisis,
y expresó que en la pasada sesión había experimentado que nacía en él un
fuerte sentimiento positivo. El trabajo que habíamos hecho en la sesión del
lunes le había parecido muy convincente, y una culminación real del último
periodo del análisis. En todo cuanto decía sonaba inusualmente lúcido y
con un desconcierto absoluto acerca de su sentimiento de quiebra total, de
su insomnio y su inasistencia a la sesión del martes.
Cuando narraba el dolor y la miseria de la noche del lunes, dijo que
le hacían recordar el sentimiento que había expresado al comienzo de la
sesión de ese mismo día: el sentimiento de que acaso había avanzado de-
masiado lejos en este espantoso estado para que yo lo pudiera asistir o
para librarse por sí solo. Al mismo tiempo, durante la sesión e inmediata-
mente después había experimentado atisbos de insight y de una esperanza
mayor.
Después reirió un sueño: se encontraba en una cueva profunda, casi
una caverna. Estaba oscuro y brumoso, y era como si él y otras perso-
nas hubieran sido tomadas prisioneras por unos bandidos. Reinaba un
sentimiento de confusión, como si hubieran estado bebiendo. Ellos, los
cautivos, estaban alineados contra una pared y él se encontraba sentado
al lado de un joven. A este lo describió después como de aspecto gentil,
de unos veinticinco años, con un bigotito. De repente el hombre se volvió
hacia él, le echó mano y tomó sus genitales, como si fuera homosexual,
y a punto estuvo de acuchillar a mi paciente, que quedó completamente
aterrorizado. Sabía que, si intentaba resistirse, el hombre lo acuchillaría; y
le sobrevino un dolor tremendo.

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Tras referir el sueño, prosiguió exponiendo sucesos de los dos pa-


sados días. En particular habló primero sobre K. Después, sobre una re-
unión a la que había asistido. Alguien con quien tenía trato de negocios
le contó que un colega le había dicho que él, el colega, tanto era el temor
que tenía a mi paciente, A, que temblaba realmente las veces que mantenía
una conversación telefónica con él. Mi paciente quedó perplejo, pero re-
lacionó esto con algo que yo le había mostrado el lunes, cuando le señalé
la manera muy fría, cruel, en la que me trató cuando yo preguntaba para
aclarar un punto acerca de otro sueño. Esta asociación se enlazó con la
representación del hombre del sueño, que parecía tan gentil, pero actuaba
de aquella manera violenta, y entonces le pareció que ese hombre debía de
estar conectado de algún modo con él mismo. Pero, ¿qué decir del bigote?
De repente recordó a D. H. Lawrence; había estado leyendo una biogra-
fía reciente de D. H. Lawrence, y se acordó de que en su adolescencia lo
atraía enormemente y se sentía identiicado con él. Lawrence era un poco
homosexual y a todas luces un hombre extraño y violento.
Entonces trabajé con él este punto: que en consecuencia parecía que
esa caverna profunda, oscura, hacía las veces del lugar adonde se sentía lle-
vado demasiado lejos, por él mismo o por mí, como si eso fuera su mente,
pero acaso también parte de su cuerpo. Este haber avanzado-demasiado-
lejos parecía enlazado con la idea de estar él enteramente capturado y cau-
tivo, por los bandidos (a modo de ejemplo). Ahora bien, estos bandidos
maniiestamente iban asociados a él, el hombrecito ligado a Lawrence, a
quien experimentaba como parte de él mismo. Además, podemos airmar
que la entrega a este bandido es absolutamente terroríica, una completa
pesadilla, pero sexualmente excitante. El hombre le toma los genitales.
En este punto tengo que introducir una digresión: durante un tiempo
me había impresionado la atracción hacia la desesperanza y la autodes-
trucción en este hombre y en uno o dos pacientes más con diicultades
similares, y había llegado a concluir que la desesperanza real, o su des-
cripción en la sesión, contenía una efectiva excitación masoquista, expe-
rimentada concretamente. Lo podemos comprobar en el modo en que
estos pacientes consideran y reconsideran su desdicha, sus fracasos, las
cosas por las cuales se creen obligados a sentirse culpables. Sus discursos
discurren como si inconscientemente procuraran atraer al analista a hacer
colusión con la miseria misma o con su descripción, o inconscientemen-
te tratan de mover al analista a producir interpretaciones censuradoras o
aligentes. Esto llega a ser una pauta muy importante en la modalidad de
su discurso. Es bien sabido y está expuesto con claridad en la bibliogra-
fía (Meltzer, 1973; Rosenfeld, 1971; Steiner, 1982) que estos pacientes se

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sienten esclavos de una parte del sí-mismo, que los domina y los tiene pri-
sioneros, y que no los deja escapar por más que vean la vida llamándolos
afuera, según se expresó en el sueño de mi paciente: afuera de la caverna.
Lo que a esto quiero agregar aquí es que la experiencia de gratiicación
sexual del paciente por sentir ese dolor, por encontrarse dominado, es una
de las principales razones del imperio que sobre él ejerce el impulso hacia
la muerte. Estos pacientes están literalmente «esclavizados» por eso. En
este paciente, A, por ejemplo, ningún placer ordinario, genital, sexual u
otro, brindaba tanto deleite como ese tipo de auto-aniquilamiento terri-
ble y excitante, que también reduce a la nada el objeto, y que en mayor o
menor medida rige sus vínculos importantes.
Me parece, entonces, que a todas luces el sueño no solo responde a que
su novia saliera la noche de aquel lunes en tanto él yacía en la cama sintién-
dose más perturbado a medida que transcurrían los minutos –de lo cual él
tuvo conciencia–, sino al hecho de haberse sentido mejor –conociendo que
así había sido– y de no poder permitirse salir de su miseria y autodestruc-
ción –la caverna profunda– ni consentir que lo ayudara yo a hacerlo. Lo
empujó hacia atrás una parte de él mismo, esencialmente sadomasoquista,
que operó también como una reacción terapéutica negativa y que utilizó
como combustible la alicción a causa de la novia. También apunté aquí –y
sobre esto volveré– su triunfo sobre mí en tanto nuestro trabajo y la espe-
ranza de las últimas semanas caían por tierra y él y yo sucumbíamos.
Lo que someto a examen aquí, en consecuencia, es que no solo el
paciente está dominado por una parte agresiva de él mismo, que procura
controlar y destruir mi trabajo, sino que esa parte es activamente sádica
hacia otra parte del sí-mismo, que está masoquistamente capturada en este
proceso; y sostengo que esto se ha convertido en una adicción. Este pro-
ceso tiene siempre, creo, una contraparte interna; y en pacientes realmente
dedicados a la autodestructividad, esta situación interna ejerce un fortísi-
mo control sobre sus pensamientos y sus momentos de descanso, sobre
su capacidad –o falta de capacidad– de cavilar sobre cosas. El fenómeno
que se observa es como sigue. Estos pacientes recogen con presteza algo
que les ha pasado por la mente o que ha sucedido en una relación exter-
na, y se ponen a emplearlo una vez y otra vez en una actividad mental
de tipo circular de la que quedan completamente cautivos, de suerte que
repasan y vuelven a repasar, con muy escasa variación, el mismo asunto
real o anticipado. Es muy importante esta actividad mental, que me parece
perfectamente descrita por la palabra inglesa chuntering («mascullar»). El
Oxford Dictionary (1979) deine chuntering como «mascullar, murmurar,
farfullar, censurar, quejarse». Para dar un ejemplo: A, en el periodo en

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que yo intentaba explorar en él esta dedicación al masoquismo, cierto día


reirió que la noche anterior se había sentido perturbado porque K había
estado saliendo con otro. Cayó en la cuenta de que esa noche, entonces,
en su mente, había estado ensayando lo que diría a K sobre esto. Por
ejemplo, le explicaría que él no podía seguir así con ella, mientras ella salía
con otro hombre; que de esa manera él iba a romper toda la relación; que
no podía seguir así, etc. A medida que siguió reiriendo lo que planeaba
decirle a K, recibí la sensación, y no solo por las ideas, sino por el tono
mismo del paciente, de que no estaba precisamente relexionando sobre
lo que pudiera decir a K, sino que permanecía prisionero de un tipo de
diálogo activo, cruel, con ella. Poco a poco él fue aclarando las ideas que
había tenido, y el modo en que repasaba y repasaba cosas en su mente. En
esta ocasión, y también en otras, cayó en la cuenta de que por ejemplo él
entendía decir algo cruel, y K en la fantasía le contestaba o lloraba o im-
ploraba o se le aferraba; que ella se ponía provocativa y él le respondía con
crueldad, etc. En otras palabras: lo que él había llamado «pensar en lo que
iba a decir» era en realidad un activo quedar prisionero en su mente den-
tro de una fantasía inconsciente sadomasoquista provocadora, en la cual
ofendía y era ofendido, producía réplicas verbales y era humillado, hasta
que la actividad de la fantasía inconsciente ejercía tal control sobre él que
casi adquiría vida propia y el contenido se volvía secundario. En casos de
este tipo, hasta que no empecé a percatarme del problema de su cautiverio
dentro de esas fantasías, y a llamar la atención de mis pacientes sobre ellas,
las fantasías no se presentaban en el análisis, aun siendo de alguna manera
conscientes. Los pacientes que así quedan cautivos de estas actividades,
«mascullando», tienden a creer que en esas ocasiones piensan, pero desde
luego es cierto que solo viven unas experiencias que resultan la completa
antítesis del pensamiento.
Otro paciente, cuando al in pudimos poner de maniiesto con toda
claridad la importancia enorme y el dominio sádico que en él tenía ese
considerar y reconsiderar en su mente, me dijo que le parecía que proba-
blemente pasaba dos tercios de su tiempo libre absorbido en esas activi-
dades; después, en el periodo en que procuró abandonarlas sintió tener
casi demasiado tiempo libre a su disposición, y experimentó un vago sen-
timiento de decepción o desilusión en el momento de empezar a prescin-
dir de ellas; el sentimiento de decepción provenía del abandono del dolor
excitante que aquel diálogo interno le producía.
Esta tesis que propongo en el sentido de que las actividades mentales
circulares son la antítesis del pensamiento tiene importancia, desde luego,
en la situación analítica. Sostengo que el diálogo interno, el «mascullo»,

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es vivido en el diálogo analítico tal como lo es en la vida de estos pacien-


tes. Estos pacientes emplean buena parte del tiempo analítico en aportar
material, en apariencia para que se lo analice y se lo comprenda, pero de
hecho inconscientemente para otros propósitos. Todos conocemos bien el
tipo de paciente que organiza sus dichos con la esperanza inconsciente de
provocar al analista a sentirse molesto, a mostrarse repetitivo, a adoptar
una actitud de reproche o de efectiva censura. Y enseguida esto puede ser
empleado por la parte masoquista del paciente, que vigila silenciosa, a in
de castigarse él mismo. Puede ocurrir que durante la sesión se establezca
una «diicultad» externa para el análisis, que se perpetúe internamente,
permaneciendo el paciente silencioso y en apariencia ofendido; o que esto
mismo salga afuera en un diálogo interno. Esto nos permite advertir que
no es «comprensión» lo que el paciente quiere, aunque las palabras lo
presenten como si así fuera. Estos pacientes autodestructivos se presentan
con mucha frecuencia pasivos en su vida, como en un nivel lo hacía A; y
un paso muy importante se da en el momento en que consiguen perca-
tarse de cuán activos son, por vía de la identiicación proyectiva, sea en el
tipo de provocación que acabo de describir, sea en su pensamiento y su
fantasía inconsciente. También existen otras maneras de expresar este tipo
de autodestructividad en el análisis. Por ejemplo, a veces los pacientes
presentan situaciones «reales», pero lo hacen de una manera en que larva-
damente y con extremo poder de convicción mueven al analista a caer en
una total desesperanza y desaliento. En estos casos el paciente da muestras
de sentirse también así. Creo que estamos aquí frente a un tipo de identii-
cación proyectiva en que la desesperación es cargada sobre el analista con
tanta eicacia que parece aplastado por ella y no atina a ver salida alguna.
Entonces el analista es internalizado de esa forma por el paciente, quien
queda prisionero dentro de esta situación interna de aplastar y ser aplas-
tado, con la consecuencia de una parálisis y una profunda gratiicación.
De todo esto surgen dos puntos. En primer lugar, que a este tipo de pa-
ciente suele resultarle en extremo trabajoso advertir y aceptar el abominable
placer que de esta manera alcanza. Y, en segundo lugar, que me parece téc-
nicamente de extrema importancia tener claro si el paciente nos menciona y
nos comunica una desesperación real, una depresión o miedo y persecución
reales, que desea que nosotros comprendamos y lo asistamos en ello, o bien
si con su modalidad de comunicación lo que ante todo persigue es crear una
situación masoquista de la cual pueda quedar prisionero. Si en cada mo-
mento del análisis no se establece con claridad esta distinción, uno no puede
analizar de manera adecuada las profundas ansiedades subyacentes, a causa
de toda la recubierta masoquista y del empleo que de ella se hace. Por otra

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parte, creo que es preciso distinguir con mucha claridad entre el empleo
masoquista de angustias como las que estoy mencionando y la dramatiza-
ción. Esto que aquí describo es algo mucho más maligno y más desesperado
para la personalidad que la dramatización.
Traeré ahora un ejemplo para ilustrar mejor este nexo entre angustias
reales y la explotación de angustias con designios masoquistas y en este
mismo sentido, el nexo entre genuinos sentimientos persecutorios y la
construcción de una suerte de pseudoparanoia con designios masoquistas.
El material corresponde al paciente A, y proviene de un periodo de gran
alicción. Le habían dicho que lo promoverían probablemente a un puesto
de mucha jerarquía en la empresa en que trabajaba, pero entró en unas
malas relaciones con un jefe, que parecía ser una persona difícil y martiri-
zadora. Durante un periodo de unos dos años las cosas se fueron deterio-
rando larvadamente hasta que se produjo una reorganización importante
en que a él lo debían degradar a una posición inferior. Esto lo perturbó
profundamente, y decidió que casi seguramente se tendría que ir antes que
lo pasaran a un cargo inferior. A todo esto, recuérdese que, dada su posi-
ción, no era probable que tropezara con diicultad alguna para encontrar
otro trabajo con un cargo elevado y muy bien pagado.
Presento una sesión de un lunes. El paciente se presentó totalmente
aligido, enseguida se acordó de no haber traído su cheque, pero dijo que
se proponía traerlo al día siguiente; expuso a continuación los sucesos
del in de semana, y la charla que tuvo con su jefe el viernes, y habló del
disgusto que le producía su situación en el trabajo. Por otra parte, K, su
novia, se había mostrado servicial y amable, pero él se sentía sexualmente
helado y era como si ella le estuviera pidiendo sexo, lo que se le volvía
algo horroroso. Después se preguntó si «estaba tratando de ser cruel con
ella»; ya esta pregunta tenía un aspecto un poco sospechoso: era como si
yo tuviera que coincidir con él en que así trataba de ser cruel con ella, y
entonces quedaría yo presa de algún tipo de reproche que le hiciera, con lo
cual la pregunta misma se haría masoquista y no sería ya un momento de
relexión. Narró después un sueño. En el sueño estaba en un negocio an-
ticuado, delante de un mostrador, pero él era pequeño, tenía la altura del
mostrador. Detrás de este había alguien, una empleada. Ella estaba ante
un libro de contabilidad, pero le sostenía la mano. Él le preguntaba «si era
una bruja» como si quisiera respuesta, preguntaba persistentemente, casi
como si quisiera oír de sus labios que era una bruja. Le pareció que ella se
estaba hartando de él y que retiraría la mano. Había hileras de personas
en alguna parte en el sueño y un vago sentimiento de ser acusado por algo
que él había hecho. En el negocio herraban a un caballo, pero con una

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pieza de material que parecía de plástico blanco, con la forma y el tamaño


del material que se colocaría en el taco de un zapato de hombre.
En sus asociaciones se reirió a la angustia que en ese momento le
producían su relación con K y su propia sexualidad. Tenía la estatura de
un niño en el sueño. Dijo experimentar tremendas sensaciones de pánico
y de angustia por la noche. ¿Qué haría? ¿Consumiría realmente su reserva
de dinero, y qué sucedería con toda su posición? Conversamos un poco
más sobre los aspectos reales de esto.
Había visto herrar muchos caballos de niño y se acordaba bien de ese
olor cuando el acero se adhiere al casco. Se extendió sobre su culpa en la
situación que, a su parecer, había contribuido a crear en su trabajo, y se
hizo cargo de que efectivamente debía de haberse mostrado muy arrogan-
te con su jefe, y que probablemente esto había contribuido en realidad a
que se le cayera el techo encima.
Le relacioné el libro de contabilidad con el cheque olvidado y con
su angustia por sus recursos de dinero. Se declaró molesto por su falta de
interés sexual en el presente, pero le dije que parecía querer que yo echara
pestes por el cheque, y K hiciera lo propio por su falta de libido. En el
sueño quería que la mujer dijera que era una bruja, y esta actitud parecía
ser historia vieja puesto que él tenía la estatura de un niño. La culpa, a mi
parecer, no era tanto por el equivocado manejo que había hecho de su
situación en el trabajo, por su arrogancia y la rudeza de su actitud, que en
la realidad le habían valido serios problemas laborales, sino que –le seña-
lé– esto era utilizado en su mente y activamente en la transferencia en el
intento de atraerme a coincidir con su desesperación, a que yo criticara su
arrogancia en su relación con K y lo reprendiera, y en el intento de pro-
ducir una desesperación extrema y un sentimiento, en él y en mí, de que
todo era vano. He ahí entonces el empleo masoquista de la angustia en su
mente y en la sesión. Después, pudimos comprobar algo de la excitación
sexualizada, de índole muy cruel, que él cosechaba con su actitud, aten-
diendo a las asociaciones que anudó a herrar un caballo. Está la imagen de
un hierro ardiente que se introduce en el casco del caballo y la fascinación
y el horror que esto le producía de niño, creyendo él que por fuerza lasti-
maría, aunque de hecho uno después llega a saber que no es así. Entonces
pude mostrarle a continuación su complacencia en una actitud tremenda-
mente masoquista que corría en visibles imágenes en el sueño, y que luía
en la sesión a medida que iban siendo ediicadas miseria, desesperación y
pseudoparanoia. Hay casi un fragmento de insight en este sueño, ahí don-
de pide que la mujer le responda si es una bruja y vagamente conoce que
él espera que ella se declare de acuerdo en que lo es. Cuando entramos a

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analizar esto, él empezó a reverlo con mucha claridad, y toda su actitud


se volvió más relexiva y sosegada, ya no desesperada y desesperanzada.
Con calma apuntó que, desde luego, está el problema de que esta clase de
excitación sexual y de horror parece tan grandiosa, que nada podía ser tan
importante ni tan excitante para él. Y bien, en el momento de decir esto, al
comienzo pareció rodeado de una sensación de insight y de verdad, pero
enseguida empezó a instalarse en la sesión un clima diferente, y era como
si efectivamente opinara que eso no tenía remedio. Hasta el insight empe-
zó a contener un mensaje diferente. Le mostré entonces que no se trataba
solo de insight, no solo de angustia y desesperación por encontrarse hasta
ese punto cautivo de esa clase de excitación masturbatoria, sino que ahora
mismo se trataba de un triunfo y era como una punzada sádica dirigido
a mí, como si hundiera un hierro ardiente en mi corazón para hacerme
sentir que nada de lo que hacíamos tenía en realidad valor alguno, y que
nada era posible hacer. También esto pudo verlo, y entonces fue posible
enlazar la desesperada excitación masoquista sexualizada con el triunfante
derribo de su objeto, externo e interno.
He intentado mostrar con este ejemplo el modo en que esta ex-
citación masoquista recubría en ese periodo angustias profundas inci-
tadas por su situación laboral, que se conectaban con sentimientos de
ser rechazado, de ser indeseado, de fracaso y de culpa. Pero para llegar
hasta esas angustias es preciso primero tratar su empleo masoquista, su
explotación. Si uno no procede así, se encuentra en una situación asaz
común con estos pacientes: parece que las interpretaciones son escucha-
das, pero una parte de la personalidad del paciente tratará al analista con
desdén, hará de él irrisión y burla, por más que esa burla y ese desdén
sean silenciosos.
Nos queda sin resolver un serio problema, y es saber por qué este
tipo de autodestrucción masoquista se perpetúa a sí mismo tanto; por qué
tiene tanto agarre en este tipo de paciente. Una razón que en este traba-
jo he examinado –el deleite sin igual del masoquismo inmisericorde– es
innegable, pero durante mucho tiempo suele resultarles difícil a estos pa-
cientes advertir que sufren una adicción, que están «prendidos» a este tipo
de autodestrucción. En el caso de A, hacia la época en que llegamos al
sueño sobre el ataque sexual en la caverna, habíamos reelaborado mucho
en ese sentido, y conscientemente él entendía estar bajo el dominio de una
adicción de la que creía preferirse exento. Pero sentía que la parte de él
que prefería estar exento no era ni por asomo tan poderosa, ni los resulta-
dos posibles eran tan atractivos, como la atracción que su adicción ejercía.
Y esto él no lo podía comprender.

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Para abordar este problema es preciso considerarlo desde el ángulo de


la pasividad de estos pacientes, que al comienzo de este trabajo mencioné
cuando expuse la manera en que la atracción hacia la vida y la salud parecía
escindida y proyectada sobre el analista. Uno lo puede ver en la transferen-
cia, en casos severos que a veces se extienden por años, más o menos como
ahora diré. El paciente acude, habla, sueña, etc., pero uno recibe la impresión
de que es muy escaso su interés real y activo en cambiar, mejorar, recordar y
llegar a alguna parte con el tratamiento. Poco a poco se completa el cuadro.
El analista parece la única persona en la sala que se interesa activamente en
el cambio, el progreso, el desarrollo, como si todas las partes activas del
paciente hubieran sido proyectadas sobre el analista. Si este no se percata
de ello, y en consecuencia no concentra sus interpretaciones en torno a ese
proceso, puede producirse una colusión en que aun con cuidado, con todo
el tacto posible, el analista presiona, procura atraer el interés del paciente o
alertarlo. Este, durante breves lapsos apenas responderá pasivamente, para
retraerse de nuevo y dejar a iniciativa del analista el siguiente movimien-
to; de este modo, una importante pieza de psicopatología es actuada en la
transferencia. El paciente continuamente tira hacia atrás, hacia una silente
parálisis mortal vecina a una pasividad completa. En los casos en que estas
partes vivas del paciente permanecen con esa constancia escindidas, toda
su capacidad de querer y apreciar, de añorar, de sentirse perturbado con
las pérdidas, etc. –es decir, toda la trama que concurre en la relación real de
objeto–, ha sido proyectada, y el paciente permanece con su adicción y sin
los recursos psicológicos con que pudiera combatirla. A mi juicio, por eso,
la comprensión de la índole de esta pasividad aparente es técnicamente de
primordial importancia en el caso de estos pacientes. Por otra parte, esto
implica que con esa escisión de los instintos de vida y del amor, en buena
parte se sortean la ambivalencia y la culpa. Cuando estos pacientes mejoran
y empiezan a integrarse más y los vínculos se hacen más reales empiezan
a sentir un dolor agudo, experimentado a veces como un dolor casi físico,
indiferenciado, pero extremadamente intenso.
Considero que justamente en esos periodos del análisis, es decir,
cuando se empiezan a experimentar preocupaciones y un dolor cercano a
la culpa, se suele asistir a una rápida regresión hacia métodos masoquistas
tempranos de evitación del dolor, ligados esencialmente a conductas de
la primera infancia y la niñez. Daré un ejemplo muy breve: A, tras una
buena experiencia analítica, tuvo un sueño en que su madre muerta, o en
la casi muerte, yacía sobre una tabla o camastro y él, para su horror, le
arrancaba pedacitos de piel quemada por el sol de un costado de la cara,
y se los comía. Me parece que en lugar de hacerse consciente del modo

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en que arruinaba la buena experiencia, y en lugar de sentir culpa por ello,


con esto él mostraba cómo volvía a identiicarse con su objeto dañado
comiéndoselo; y también es importante advertir el vínculo entre el horror
físico dolorosamente excitante y sus anteriores hábitos, con que nos tenía
familiarizados, de comerse las uñas y arrancarse escamas de piel.
Freud, recordémoslo, describe este proceso de identiicación en Due-
lo y melancolía (1917) y apunta allí: «Este automartirio de la melancolía
[es] inequívocamente gozoso» (ibid., p.249). A pesar de ciertas similitudes
importantes, los pacientes que describo no son melancólicos porque en
muy gran medida su culpa y sus autorreproches son esquivados o deglu-
tidos por su masoquismo.
Mi impresión es que estos pacientes, en su primera infancia, a causa
de su patología, no se extrañaron de frustraciones, celos o envidias, refu-
giándose en un estado de retraimiento, ni pudieron rabiar ni gritar su ira
a sus objetos. Creo que se retrajeron a un mundo secreto de violencia, en
que una parte del sí-mismo se volvió contra otra parte, en que partes del
cuerpo fueron identiicadas con partes del objeto ofensor, y que esa vio-
lencia resultó en extremo sexualizada, de naturaleza masturbatoria, y en
muchos casos con expresión física. Se advierte, por ejemplo, en la acción
de golpearse la cabeza, clavarse las uñas en los puños, tirarse del cabello y
retorcerlo y cortárselo hasta lastimarse, y esto mismo es lo que seguimos
viendo en el «mascullo» verbal que prosigue y prosigue. Cuando uno con-
sigue entrar en este terreno, y los pacientes logran reconocer, al comienzo
por lo general con gran diicultad y resentimiento, la excitación y el placer
que extraen de esos maniiestos auto-ataques, suele suceder que pueden
revelarnos su particular predilección personal. Uno de mis pacientes de
este grupo, un hombre joven, seguía tirándose del cabello y cortándose-
lo bien entrado ya en el análisis. Otro, un hombre mayor, que reirió la
cantidad de tiempo que empleaba en el «mascullo», en periodos de gran
perturbación solía permanecer acostado en el suelo, bebiendo y con la
radio a todo volumen, como prisionero de una orgía salvaje de experien-
cia rítmica corporal. Creo entonces que, en lugar de pasar adelante y de
emplear vínculos reales, contacto con personas o cuerpos en su primera
infancia, ellos pudieron retirarse en sí mismos y ahí vivir sus vínculos de
aquella manera sexualizada, en la fantasía inconsciente o en una fantasía
expresada en una actividad corporal violenta. Ese estado profundamente
masoquista alcanza después, en consecuencia, un imperio mucho más po-
deroso sobre el paciente que la atracción hacia las relaciones humanas. En
ocasiones esto se presenta como un aspecto de una perversión efectiva, y
en otros casos es parte de una perversión del carácter.

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Se habrá advertido que en este trabajo no he intentado examinar el


valor defensivo de la adicción, pero existe un aspecto de este problema que
quiero mencionar antes de terminar. Guarda alguna relación con la tortu-
ra y la supervivencia. Ninguno de los pacientes a quienes tengo presentes
como particularmente incluidos en este grupo adictivo tuvo en realidad una
historia de infancia muy mala, aunque es casi seguro que en cierto sentido
así fue en lo psicológico, por ejemplo, una falta de contacto cálido y de
comprensión real, y en algunos casos un progenitor muy violento. Ahora
bien, en la transferencia uno tiene la impresión de ser empujado a una si-
tuación imposible, según señalé, y tanto paciente como analista se sienten
martirizados. He recibido la impresión, por la diicultad que estos pacientes
experimentan para esperar y para tomar conciencia de dilaciones, y aun del
tipo más trivial de culpa, de que en su primera infancia han tenido unas
experiencias potencialmente depresivas que ellos sintieron como un dolor
terrible que llegaba al martirio, y que intentaron evitarlo asumiendo ellos
mismos el tormento, la acción de inligirse dolor anímico ellos mismos, edi-
icando esto en un mundo de excitación perversa, lo cual por fuerza conspi-
ra contra todo progreso real en dirección a la posición depresiva.
Muy duro se hace a nuestros pacientes que les resulte posible aban-
donar esos deleites terribles a cambio de los inciertos placeres de las rela-
ciones reales.

SUMMARY*

Addiction to near-death
This paper describes a very malignant type of self-destructiveness
seen in a small group of patients. It is active in the way that they run their
lives and it emerges in a deadly way in the transference. This type of self
destructiveness is, I suggest, in the nature of an addiction of a particular
sado-masochistic type, which these patients feel unable to resist. It seems to
be like a constant pull towards despair and near-death, so that the patient is
fascinated and unconsciously excited by the whole process. Examples are
given to show how such addictions dominate the way in which the patient
communicates with the analyst and internally, with himself, and thus how
they affect his thinking processes. It is clearly extremely dificult for such
patients to move towards more real and object-related enjoyments, which
would mean giving up the all-consuming addictive gratiications.

*Traducido por Caroline Williamson.

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Key words:
Circular mental activity. Hopelessness. Sadomasochistic disposition. Self-
destruction. Transference.

RÉSUMÉ**

Assujetissement au voisinage de la mort


Cet article décrit une forme très virulente d’autodestruction,
qui a été observé pour le cas d’un groupe réduit de patients. Cela est
présent dans la forme qu’ils ont d’administrer leurs vies et aussi, dans
le surgissement dangereux qui en apparaît dans le transfert. Ce type
d’autodestruction est, à mon avis, enraciné dans une disposition qui est
dans une disposition de caractère sadomasochiste particulier auquel ces
patients sont incapables de résister. Ils se sentent, apparemment attirés
d’une façon irrésistible par le désespoir et par la mort qui les fascine.
A la fois, inconsciemment, ils jouissent avec ce processus. Quelques
exemples sont énoncés, permettant de démontrer dans quelle mesure
ces dispositions dominant la façon qu’a le patient de se communiqué
avec son analyste et, intérieurement, avec lui-même et donc, comment
ceci affecte ses processus psychiques. Il est donc évident qu’il est
extrêmement dificile pour ces patients d’arriver à ressentir des plaisirs
plus réels et plus lies aux objets, car ceci signiierait pour eux, renoncer à
des gratiications assujettissantes et complètement absorbantes.

Mots clé:
Activité mentale circulaire. Désespérance. Disposition sadomasochique.
Autodestruction. Transfert.

BIBLIOGRAFÍA

Freud S (1917). Mourning and melancholia. SE 14. Duelo y melancolía.


Obras completas. Buenos Aires: Amorrortu 14: 235-55.
Freud S (1924). The economic problem of masochism. SE 19. El problema
económico del masoquismo. Obras completas. Buenos Aires: Amo-
rrortu 19: 161-76.

**Traducido por Pilar Crespo.

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Meltzer D (1973). Sexual states of mind. Perthshire: Clunie Press. Los


estados sexuales de la mente. Buenos Aires: Ediciones Kargieman,
1981.
Oxford English Dictionary (1979). Londres: Oxford University Press.
Rosenfeld H (1971). A clinical approach to the psychoanalytic theory of
the life and death instincts: an investigation into the aggressive as-
pects of narcissism. Int J Psychoanal 52: 169-78.
Steiner J (1982). Perverse relationships between parts of the self: a clinical
illustration. Int J Psychoanal 63: 241-52.

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