Paganos Sobre Primeros Cristianos

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Testimonios antiguos paganos y judíos sobre primeros cristianos

Flavio Josefo, Antigüedades judías, 18, 3, 3


Versión transmitida, con las posibles interpolaciones indicadas por corchetes: Por este tiempo
apareció Jesús, un hombre sabio [si es que es correcto llamarlo hombre, ya que fue un hacedor
de milagros impactantes, un maestro para los hombres que reciben la verdad con gozo], y
atrajo hacia Él a muchos judíos [y a muchos gentiles además. Era el Cristo]. Y cuando Pilato,
frente a la denuncia de aquellos que son los principales entre nosotros, lo había condenado a
la Cruz, aquellos que lo habían amado primero no le abandonaron [ya que se les apareció vivo
nuevamente al tercer día, habiendo predicho esto y otras tantas maravillas sobre Él los santos
profetas]. La tribu de los cristianos, llamados así por Él, no ha cesado de crecer hasta este día.

Versión de Eusebio de Cesarea: Apareció en este tiempo Jesús, un hombre sabio, si en verdad
se le puede llamar hombre. Fue autor de hechos sorprendentes; maestro de personas que
reciben la verdad con placer. Muchos, tanto judíos como griegos, le siguieron. Este era el Cristo
(el Mesías). Algunos de nuestros hombres más eminentes le acusaron ante Pilato. Este lo
condenó a la cruz. Sin embargo, quienes antes lo habían amado, no dejaron de quererlo. Se les
apareció resucitado al tercer día, como lo habían anunciado los divinos profetas que habían
predicho de él ésta y otras mil cosas maravillosas. Y hasta hoy, la tribu de los cristianos, que le
debe este nombre, no ha desaparecido (Historia eclesiástica I, 11).

Versión árabe: En este tiempo existió un hombre de nombre Jesús. Su conducta era buena y
era considerado virtuoso. Muchos judíos y gente de otras naciones se convirtieron en
discípulos suyos. Los convertidos en sus discípulos no lo abandonaron. Relataron que se les
había aparecido tres días después de su crucifixión y que estaba vivo. Según esto fue quizá el
Mesías de quien los profetas habían contado maravillas.

Plinio el Joven, Epist. X, 96 (carta a Trajano). Año 111.


(1) Señor, es norma mía someter a tu arbitrio todas las cuestiones que me ofrecen motivo de
duda. ¿Quién mejor para encauzar mi incertidumbre o para saldar mi ignorancia? Nunca he
llevado a cabo pesquisas sobre los cristianos (cognitionibus de christianis interfui numquam):
no sé, por tanto, qué hechos o en qué medida han de ser castigados o perseguidos.

(2) Y harto confuso (me he preguntado) si no se da discriminación en punto a la edad o si la


tierna edad ha de ser tratada de modo diverso a la adulta; si se debe perdonar a quien se
arrepiente, o bien si a quien ha sido cristiano hasta la médula (qui omnino christianus fuit) le
ayuda algo el abjurar; si se ha de castigar en razón del mero nombre (nomen), aun cuando
falten actos delictivos, o los delitos (flagitia) vinculados a dicho nombre. Entre tanto, he aquí
cómo he actuado con quienes me han sido denunciados como cristianos (qui ad me tamquam
christiani deferebantur).

(3) Les preguntaba a ellos mismos si eran cristianos (an essent christiani). A quienes
respondían afirmativamente, les repetía dos o tres veces la pregunta, bajo amenaza de
suplicio; si perseveraban, les hacia matar. Nunca he dudado, en efecto, fuera lo que fuese lo
que confesaban, que semejante contumacia e inflexible obstinación (pertinaciam certe et
inflexibilem obstinationem), merece castigo al menos.

(4) A otros, convictos de idéntica locura, como eran ciudadanos romanos, hacia los trámites
pertinentes para enviarlos a Roma. Y no tardaron, como siempre sucede en estos casos, al
difundirse el crimen (difundente se crimine) a la par que la indagación, en presentarse
numerosos casos diversos.

(5) Me llegó una denuncia anónima que contenía el nombre de muchas personas. Quienes
negaban ser o haber sido cristianos (qui negabant esse se christianos aut fuisse), si invocaban a
los dioses conforme a la fórmula impuesta por mí, y si hacían sacrificios con incienso y vino
ante tu imagen, que a tal efecto hice erigir, y maldecían además de Cristo (male dicerent
Christo) –cosas todas que, según me dicen, es imposible conseguir de quienes son
verdaderamente cristianos (qui sunt re vera christiani)– consideré que debían ser puestos en
libertad.

(6) Otros, cuyo nombre había sido denunciado, dijeron ser cristianos y lo negaron poco
después (esse se christianos dixerunt et mox negaverunt); lo habían sido, pero luego habían
dejado de serlo, algunos hacia tres años, otros más, otros incluso veinte años atrás. También
todos estos han adorado tu imagen y la estatua de los dioses y han maldecido de Cristo (et
Christo male dixerunt).

(7) Por otra parte, ellos afirmaban que toda su culpa y error consistía en reunirse en un día fijo
antes del alba y cantar a coros alternativos un himno a Cristo como a un dios (quod essent
soliti statuto die ante lucem convenire carmenque Christo quasi deo dicere secum invicem) y
en obligarse bajo juramento (sacramento) no ya a perpetrar delito alguno, antes a no cometer
hurtos, fechorías o adulterios, a no faltar a la palabra dada, ni a negarse, en caso de que se lo
pidan, a hacer un préstamo. Terminados los susodichos ritos, tienen por costumbre el
separarse y el volverse a reunir para tomar alimento (rursusque coeundi ad capiendum cibum),
común e inocentemente. E incluso de esta práctica habían desistido a raíz de mi decreto por el
que prohibí las asociaciones (hetaerias), conforme a tus órdenes.

(8) Intenté por todos los medios arrancar la verdad, aun con la tortura, a dos esclavas que
llamaban servidoras (ministrae). Pero no llegué a descubrir más que una superstición irracional
y desmesurada (superstitionem pravam et inmodicam).

(9) Por ello, tras suspender la indagación, recurro a ti en busca de consejo. El asunto me ha
parecido digno de consulta, sobre todo por el número de denunciados: Son, en efecto,
muchos, de todas las edades, de todas las clases sociales, de ambos sexos, los que están o han
de estar en peligro. Y no sólo en las ciudades, también en las aldeas y en los campos se ha
propagado el contagio de semejante superstición. Por eso me parece que es preciso
contenerla y hacerla cesar.

(10) Me consta con certeza que los templos, desiertos prácticamente, comienzan a ser
frecuentados de nuevo, y que las ceremonias rituales (sacra sollemnia) hace tiempo
interrumpidas, se retoman, y que se vende por doquier la carne de las victimas que hasta la
fecha hallaba escasos compradores. De donde es fácil deducir qué muchedumbre de hombres
podría ser sanada si se aceptase su arrepentimiento.

Plinio el Joven, Epist. X, 97 (respuesta de Trajano)


Caro Segundo, has seguido acendrado proceder en el examen de las causas de quienes te
fueron denunciados como cristianos (qui christiani ad te delati fuerant). No se puede instituir
una regla general (in universum aliquid), es cierto, que tenga, por así decir, valor de norma fija.
No deben ser perseguidos de oficio (conquirendi non sunt). Si han sido denunciados y han
confesado, han de ser condenados, pero del siguiente modo: quien niegue ser cristiano (qui
negaverit se christianum esse) y haya dado prueba manifiesta de ello, a saber, sacrificando a
nuestros dioses, aun cuando sea sospechoso respecto al pasado, ha de perdonársele por su
arrepentimiento (veniam ex paenitentia impetret). En cuanto a las denuncias anónimas, no
han de tener valor en ninguna acusación, pues constituyen un ejemplo detestable y no son
dignas de nuestro tiempo.

Suetonio, Claudius 25
Como los judíos provocaban continuos disturbios por instigación de un cierto Cresto, [Claudio]
los expulsó de Roma.

Este texto se debe poner en relación con la presencia de Aquila y Priscila en Corinto, donde
entraron en contacto con san Pablo durante el segundo viaje apostólico, como ya lo habían
hecho anteriormente con Apolo.

Tácito, Anales, 15, 44 (Moralejo, 243-4)


Y estas fueron, ciertamente, las medidas que dictó la prudencia humana. Luego se recurrió a
las expiaciones a los dioses y también a los libros sibilinos, por cuyo dictamen se hicieron
súplicas a Vulcano, y a Ceres y Proserpina; así mismo se dirigió a Juno un culto propiciatorio a
cargo de matronas, primero en el Capitolio y luego junto al mar más cercano, de donde se sacó
agua con la que se rociaron el templo y la imagen de la diosa; por último, las mujeres que
tenían marido celebraron selisternios y vigilias. Mas ni con los remedios humanos ni con las
larguezas del príncipe o con los cultos expiatorios perdía fuerza la creencia infamante de que el
incendio había sido ordenado. En consecuencia, para acabar con los rumores, Nerón presentó
como culpables y sometió a los más rebuscados tormentos a los que el vulgo llamaba
cristianos, aborrecidos por sus ignominias. Aquel de quien tomaban nombre, Cristo, había sido
ejecutado en el reinado de Tiberio por el procurador Poncio Pilato; la execrable superstición,
momentáneamente reprimida, irrumpía de nuevo no sólo por Judea, origen del mal, sino
también por la Ciudad, lugar en el que de todas partes confluyen y donde se celebran toda
clase de atrocidades y vergüenzas. El caso fue que se empezó por detener a los que
confesaban abiertamente su fe, y luego, por denuncia de aquéllos, a una ingente multitud, y
resultaron convictos no tanto de la acusación del incendio cuanto de odio al género humano.
Pero a su suplicio se unió el escarnio, de manera que perecían desgarrados por los perros tras
haberlos hecho cubrirse con pieles de fieras, o bien clavados en cruces, al caer el día, eran
quemados de manera que sirvieran como iluminación durante la noche. Nerón había ofrecido
sus jardines para tal espectáculo, y daba festivales circenses mezclado con la plebe, con
atuendo de auriga o subido en el carro. Por ello, aunque fueran culpables y merecieran los
máximos castigos, provocaban la compasión, ante la idea de que perecían no por el bien
público, sino por satisfacer la crueldad de uno solo.

Preguntas

1. Haz resumen de una página.

2. Explica el valor positivo y el negativo que estos textos tienen para el conocimiento de la
historia de la Iglesia antigua.

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