Dossier Historia Medieval

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 20

Universidad Silva Henríquez

Dossier Documental
Curso: Historia Medieval

Profesor: Raimundo Meneghello

1
CARTA DE PLINIO A TRAJANO Y RESPUESTA (s. II)
C. Plinio al Emperador Trajano.
Señor, me hago una obligación de exponerte todas mis dudas. En efecto, quién mejor que tú
podrá disipar mis dudas y aclarar mi ignorancia. Yo no había jamás asistido a la instrucción
o a un juicio contra los cristianos, por tanto no sé en qué consiste la información que se
debe hacer en contra de ellos, ni sobre qué base condenarlos, como tampoco sé de las
diversas penas a las cuales se les debe someter. Mi indecisión parte de una serie de puntos
que no sé como resolver. ¿Debo tener en cuenta la diferencia de edades entre ellos o, sin
distinguir entre jóvenes y viejos, los debo castigar a todos con la misma pena? ¿Debo
conceder el perdón a aquellos que se arrepienten? Y, en aquellos que fueron cristianos,
¿subsiste el crimen una vez que dejaron de serlo? ¿Es el mismo nombre de cristianos,
independiente de todo otro crimen, lo que debe ser castigado, o los crímenes relacionados
con ese nombre? Te expongo la actitud que he tenido frente a los cristianos presentados
ante mi tribunal. En el interrogatorio les he preguntado si son cristianos, luego durante el
interrogatorio, a los que han dicho que sí, les he repetido la pregunta una segunda y tercera
vez, y los he amenazado con el suplicio: si hay quienes persisten en su afirmación yo los
hago matar.
En mi criterio consideré necesario castigar a los que no abjuraron en forma obstinada. A los
que entre estos eran ciudadanos romanos, los puse aparte para enviarlos frente al pretor de
Roma. A medida que ha avanzado la investigación se han ido presentando casos diferentes.
Me llegó una acusación anónima que contenía una larga lista de personas acusadas de ser
cristianos. Unas me lo negaron formalmente diciendo que no lo eran más y otras me dijeron
que no lo habían sido nunca. Por orden mía delante del tribunal ellos han invocado a los
dioses, quemado los inciensos, ofrecido las libaciones delante de sus estatuas y delante de
la tuya que yo había hecho traer, finalmente ellos han maldecido al Cristo, todas cosas que
jamás un verdadero cristiano aceptaría hacer.
Otros, después de haberse declarado cristianos, aceptaron retractarse diciendo que lo habían
sido precedentemente pero que habían dejado de serlo; algunos de éstos habían sido
cristianos hasta hace tres años, otros lo habían dejado hace un período más largo, y otros
hasta hace más de veinticinco años. Todos estos, igualmente, han adorado tu estatua y
maldecido al Cristo. Han declarado que todo su error o su falta ha consistido en reunirse
algunos días fijos antes de la salida del sol para cantar en comunidad los himnos en honor a
Cristo que ellos reverencian como a un Dios. Ellos se unen por un sacramento y no por
acción criminal alguna, sino que al contrario para no cometer fraudes, adulterios, para no
faltar jamás a su palabra. Luego de esta primera ceremonia ellos se separan y se vuelven a
unir para un ágape en común, el cual, verdaderamente, nada tiene de malo. Los que ante mí
pasaron han insistido que ellos han abandonado todas esas prácticas. Luego de mi edicto
que, según tus órdenes, prohibía las asambleas secretas, he creído necesario llevar adelante
mis investigaciones y he hecho torturar dos esclavas, que ellos llaman "siervos", para
arrancarles la verdad. Lo único que he podido constatar es que tienen una superstición
excesiva y miserable. Así, suspendiendo todo interrogatorio, recurro a tu sabiduría. La
situación me ha parecido digna de un examen profundo, máxime teniendo en cuenta los
nombres de los inculpados. Son una multitud de personas de todas las edades, de todos los
sexos, de todas las condiciones. Esta superstición no ha infectado sólo las ciudades, sino
que también los pueblos y los campos. Yo creo que será posible frenarla y reprimirla. Ya

2
hay un hecho que es claro, y este es que la muchedumbre comienza a volver a nuestros
templos que antes estaban casi desiertos; los sacrificios solemnes, por largo tiempo
interrumpidos, han retomado su curso. Creo que dentro de poco será fácil enmendar a la
multitud.

De Trajano a Plinio el Joven.


Querido Plinio, tú has actuado muy bien en los procesos contra los cristianos. A este
respecto no será posible establecer normas fijas. Ellos no deberán ser perseguidos, pero
deberán ser castigados en caso de ser denunciados. En cualquier caso, si el acusado declara
que deja de ser cristiano y lo prueba por la vía de los hechos, esto es, consiente en adorar
nuestros dioses, en ese caso debe ser perdonado. Por lo que respecta a las denuncias
anónimas, estas no deben ser aceptadas por ningún motivo ya que ellas constituyen un
detestable ejemplo: son cosas que no corresponden a nuestro siglo.

EL EJÉRCITO ROMANO A FINES DEL SIGLO IV


Conviene ahora que hablemos de las armas ofensivas y defensivas del soldado, ya que en
esto hemos perdido del todo las antiguas costumbres; y a pesar del ejemplo de la caballería
goda, alana y huna, tan adecuadamente protegida con armas defensivas, que debería
habernos hecho comprender su utilidad, consta que en cambio dejamos a nuestra infantería
descubierta. Desde la fundación de Roma hasta los tiempos del divino Graciano, la
infantería siempre había estado defendida con la coraza y el yelmo (cataphracteis et
galeis); pero cuando la negligencia y la pereza hicieron menos frecuentes los ejercicios,
estas armas, que nuestros soldados no llevaban más que raras veces, les parecieron muy
pesadas. Pidieron, pues, al emperador, primero, ser descargados de la coraza y, luego, de
los yelmos. Habiéndose así expuesto contra los godos, con el pecho y la cabeza
descubiertos, fueron a menudo destruidos por la multitud de sus arqueros; sin embargo, ni
después de tanta calamidad que alcanzó hasta la ruina de tantas ciudades, ninguno de
nuestros generales tuvo el cuidado de devolver a la infantería las corazas o los yelmos. Y
así acontece que, al exponerse el soldado en la batalla a las heridas, piense más en la fuga
que en el combate. ¿Y qué otra cosa puede hacer un arquero a pie, sin yelmo y sin coraza,
que no puede sostener al mismo tiempo un escudo con un arco? Pero parece que la coraza y
aun el yelmo son pesados para el infante que no los usa sino rara vez; en cambio, el uso
cotidiano de estos los hace livianos, aunque hubiesen parecido pesados al principio. Pero
aquellos que no pueden soportar el peso de las antiguas armas, deben ser obligados a
recibir, en sus cuerpos desguarnecidos, las heridas y también la muerte, o, lo que es más
grave y vergonzoso, a ser hechos prisioneros o traicionar la república con su fuga. Así,
evitando el esfuerzo del ejercicio, se hacen degollar vergonzosamente como rebaños. ¿Por
qué los antiguos llamaban muro (murus) a la infantería, sino porque las legiones armadas,
además de la lanza y el escudo, también refulgían con las corazas y los yelmos?

3
EL EDICTO DE MILÁN (313)
1. .............
2. Al considerar, ya desde hace tiempo, que no se ha de negar la libertad de la religión, sino
que debe otorgarse a la mente y a la voluntad de cada uno la facultad de ocuparse de los
asuntos divinos según la preferencia de cada cual, teníamos mandado a los cristianos que
guardasen la fe de su elección y de su religión.
3. Mas como quiera que en aquel rescripto en que a los mismos se les otorgaba semejante
facultad parecía que se añadía claramente muchas y diversas condiciones, quizás se dio que
algunos de ellos fueron poco después violentamente apartados de dicha observancia.
4. Cuando yo, Constantino Augusto, y yo, Licinio Augusto, nos reunimos felizmente en
Milán y nos pusimos a discutir todo lo que importaba al provecho y utilidad públicas, entre
las cosas que nos parecían de utilidad para todos en muchos aspectos, decidimos sobre todo
distribuir unas primeras disposiciones en que se aseguraban el respeto y el culto a la
divinidad, esto es, para dar, tanto a los cristianos como a todos en general, libre elección en
seguir la religión que quisieran, con el fin de que lo mismo a nosotros que a cuantos viven
bajo nuestra autoridad nos puedan ser favorables la divinidad y los poderes celestiales que
haya.
5. Por lo tanto, fue por un saludable y rectísimo razonamiento por lo que decidimos tomar
esta nuestra resolución: que a nadie se le niegue en absoluto la facultad de seguir y escoger
la observancia o la religión de los cristianos, y que a cada uno se le dé facultad de entregar
su propia mente a la religión que crea que se adapta a él, a fin de que la divinidad pueda en
todas las cosas otorgarnos su habitual solicitud y benevolencia.
6. Así, era natural que diéramos en rescripto lo que era de nuestro agrado: que, suprimidas
por completo las condiciones que se contenían en nuestras primeras cartas a tu santidad
acerca de los cristianos, también se suprimiera todo lo que parecía ser enteramente siniestro
y ajeno a nuestra mansedumbre, y que ahora cada uno de los que sostienen la misma
resolución de observar la religión de los cristianos, la observe libre y simplemente, sin traba
alguna.
7. Todo lo cual decidimos manifestarlo de la manera más completa a tu solicitud, para que
sepas que nosotros hemos dado a los mismos cristianos libre y absoluta facultad de cultivar
su propia religión.
8. Ya que estás viendo lo que precisamente les hemos dado nosotros sin restricción alguna,
tu santidad comprenderá que también a otros, a quienes lo quieran, se les dé facultad de
seguir sus propias observancia y religiones -lo que precisamente está claro que conviene a
la tranquilidad de nuestros tiempos-, de suerte que cada uno tenga posibilidad de escoger y
dar culto a la divinidad que quiera.
Esto es lo que hemos hecho, con el fin de que no parezca que menoscabamos en lo más
mínimo el honor o la religión de nadie.
9. Pero, además, en atención a las personas de los cristianos, hemos decidido también lo
siguiente: que los lugares suyos en que tenían por costumbre anteriormente reunirse y
acerca de los cuales ya en la carta anterior enviada a tu santidad había otra regla, delimitada
para el tiempo anterior, si apareciese que alguien los tiene comprados, bien a nuestro tesoro

4
público, bien a cualquier otro, que los restituya a los mismos cristianos, sin reclamar dinero
ni compensación alguna, dejando de lado toda negligencia y todo equívoco. Y si algunos,
por acaso, los recibieron como don, que esos mismos lugares sean restituidos lo más
rápidamente posible a los mismos cristianos.
10. Mas de tal manera que, tanto los que habían comprado dichos lugares como los que lo
recibieron de regalo, si pidieran alguna compensación de nuestra benevolencia, puedan
acudir al magistrado que juzga en el lugar, para que también se provea a ello por medio de
nuestra bondad.
11. Todo lo cual deberá ser entregado a la corporación de los cristianos, por lo mismo,
gracias a tu solicitud, sin la menor dilatación. Y como quiera que los mismos cristianos no
solamente tienen aquellos lugares en que acostumbraban a reunirse, sino que se sabe que
también otros lugares pertenecientes, no a cada uno de ellos, sino al derecho de su
corporación, esto es, de los cristianos, en virtud de la ley que anteriormente he dicho
mandarás que todos esos bienes sean restituidos sin la menor protesta a los mismos
cristianos, esto es, a su corporación, y a cada una de sus asambleas, guardada,
evidentemente, la razón arriba expuesta: que quienes, como tenemos dicho, los restituyan
sin recompensa, esperen de nuestra benevolencia su propia indemnización.
12. En todo ello deberás ofrecer a la dicha corporación de los cristianos la más eficaz
diligencia, para que nuestro mandato se cumpla lo más rápidamente posible y para que
también en esto, gracias a nuestra bondad, se provea a la común y pública tranquilidad.
13. Efectivamente, por esta razón, como también queda dicho, la divina solicitud por
nosotros, que ya en muchos asuntos hemos experimentado, permanecerá asegurada por
todo el tiempo.
14. Y para que el alcance de esta nuestra legislación benevolente pueda llegar a
conocimiento de todos, es preciso que todo lo que nosotros hemos escrito tenga preferencia
y por orden tuya se publique por todas partes y se lleve a conocimiento de todos, para que a
nadie se le pueda ocultar esta legislación, fruto de nuestra benevolencia.

EL EDICTO DE TESALÓNICA (380)


Los emperadores Graciano, Valentiniano y Teodosio Augustos: edicto al pueblo de la
ciudad de Constantinopla.
Es nuestra voluntad que todos los pueblos regidos por la administración de nuestra
clemencia practiquen esa religión que el divino apóstol Pedro transmitió a los romanos, en
la medida en que la religión que introdujo se ha abierto camino hasta este día. Es evidente
que esta es también la religión que profesa el profeta Dámaso, y Pedro, obispo de
Alejandría, hombre de apostólica santidad; esto es que, de acuerdo con la disciplina
apostólica y la doctrina evangélica debemos creer en la divinidad una del Padre, del Hijo y
del Espíritu Santo con igual majestad y bajo /la noción/ de la Santa Trinidad.
Ordenamos que aquellas personas que siguen esta norma tomen el nombre de cristianos
católicos. Sin embargo, el resto, que consideramos dementes e insensatos, asumirán la
infamia de los dogmas heréticos, sus lugares de reunión no obtendrán el nombre de iglesias

5
y serán castigados primeramente por la divina venganza, y, después, también /por justo
castigo/ de nuestra propia iniciativa, que tomaremos en consonancia con el juicio divino.
Dado en el tercer día de las Calendas de Marzo (28 de Feb.), en Tesalónica, en el año
quinto del consulado de Graciano y del primer consulado de Teodosio Augustos.

SAQUEO DE ROMA SEGÚN SAN JERÓNIMO


Mientras estas cosas sucedieron en Jerusalén, llegó desde Occidente el terrible rumor del
asedio de Roma. Sus ciudadanos se habían rescatado a precio de oro; pero, ya saqueados
una vez, fueron saqueados de nuevo con peligro de no perder solamente su subsistencia
sino también sus vidas. Mi voz se ahoga en sollozos mientras estoy dictando esta carta. Fue
conquistada la Capital que conquistó al mundo entero, mejor dicho, cayó por hambre antes
de caer por la espada, y los vencedores sólo encontraron pocos para tomarlos prisioneros.
La extrema necesidad empujó a los hambrientos a buscar inefables alimentos: los hombres
se devoraron sus propias carnes, y las madres no perdonaron a los lactantes en sus pechos, y
recibieron en su cuerpo lo que su cuerpo antes había dado a luz. "Señor, las gentes han
irrumpido en vuestra heredad y han profanado vuestro santo templo; como una barraca de
hortelano han dejado a Jerusalén. Los cadáveres de vuestros siervos los han arrojado para
pasto de las aves del cielo; han dado la carne de vuestros santos a las bestias de la tierra.
Como agua han derramado la sangre de ellos alrededor de Jerusalén, sin que hubiere quien
los sepultase" (Ps. LXXVIII, 1-3). "¿Quién podría cantar aquella noche de derrota, quién
explicar con palabras aquella tremenda matanza o igualar con lágrimas su dolor? Cae la
Urbe antigua, que por siglos dominaba el mundo, y por sus calles y casas a cada paso yacen
los cadáveres: inmensa visión de la muerte" (Aen. II, 361-365 y 369).
Mientras tanto, en toda esta tremenda confusión, el cruento vencedor irrumpe también en la
casa de Marcela. Séame permitido relatar lo que me contaron o, mejor dicho, reproducir lo
que fue visto por testigos oculares, que os encontraron a vos, Principia, a su lado,
compartiendo el mismo peligro. Me contaron que Marcela recibió a los intrusos con
intrépido semblante y, preguntando aquéllos por su oro y sus tesoros escondidos, indicó,
como por excusa, su vil túnica. Aquéllos, sin embargo, no quisieron creer a su voluntaria
pobreza, y la pegaron con palos y la trataron a latigazos. Pero ella no sintió el dolor, mas
postrándose con lágrimas a sus pies, les rogó que no os separasen a vos de su lado, ni que
hiciesen sufrir a vuestra delicada juventud lo que ella no temió por su vejez. Y Cristo
ablandó sus duros corazones, y hasta entre esas sangrientas espadas se halló lugar para un
sentimiento de piedad y compasión. Los bárbaros os acompañaron, a las dos, hasta la
basílica de San Pablo, para encontrar allí la salvación o la tumba. Me contaron que Marcela
sintió de todo esto tan grande gozo que dio gracias a Dios por habérosle guardado sin sufrir
ofensa, que la cautividad no la hizo pobre, sino que la encontró pobre, que ahora carecería
del pan del día, pero que, hartada de Cristo, no sentiría hambre; en obra y en palabra
reprodujo aquello: "Desnuda salí del vientre de mi madre, y desnuda volveré allí. Como el
Señor lo ha querido, así fue hecho. ¡Sea bendito el nombre del Señor!" (Job, I, 21) (1)
¡Oh, qué gran maldad! ¡El mundo está por perecer, pero en nosotros no terminan los
pecados! La Ciudad ilustre y la cabeza del Imperio Romano, se ha consumido en un
incendio. No hay país donde no vivan desterrados algunos romanos. Iglesias sagradas en
otro tiempo han caído, abrasadas y convertidas en cenizas y pavesas: ¡y con todo eso

6
seguimos avarientos y codiciosos! Vivimos, como si no hubiese mañana, y edificamos
casas y palacios, como si hubiésemos de vivir en este mundo para siempre. Las paredes
resplandecen con oro, con oro las bóvedas, con oro los capiteles de las columnas: ¡Y
delante de nuestras puertas está Cristo desnudo y padeciendo de hambre en los pobres!

SAQUEO DE ROMA SEGÚN PAULO OROSIO


Finalmente, tras acumularse tantas blasfemias sin que hubiera ningún arrepentimiento, cae
sobre Roma el clamoroso castigo que ya pendía sobre ella desde hacía tiempo.
Se presenta Alarico, asedia, aterroriza e invade la temblorosa Roma, aunque había dado de
antemano la orden, en primer lugar de que dejasen sin hacer daño y sin molestar a todos
aquellos que se hubiesen refugiado en lugares sagrados y sobre todo en las basílicas de los
santos apóstoles Pedro y Pablo, y, en segundo lugar, de que, en la medida que pudiesen, se
abstuvieran de derramar sangre, entregándose sólo al botín. Y para que quedase más claro
que aquella invasión a la ciudad se debía más a la indignación de Dios que a la fuerza de
los enemigos, sucedió incluso que el obispo de la ciudad de Roma, el bienaventurado
Inocencio, cual justo Loth sacado de Sodoma, se encontraba en Ravenna por la oculta
Providencia de Dios; de esta forma no vio la caída del pueblo pecador. En el recorrido que
los bárbaros hicieron por la ciudad, un godo, que era de los poderosos y de religión
cristiana, encontró casualmente en una casa de religión a una virgen consagrada a Dios, de
edad ya avanzada; y, cuando él le pidió de una forma educada el oro y la plata, ella, con la
seguridad que le daba su fe, respondió que tenía mucho, prometió que se lo mostraría y lo
sacó todo a su presencia; y cuando se dio cuenta de que el bárbaro, a vista de todas aquellas
riquezas, quedó atónito por su cantidad, su peso y su hermosura - a pesar de que desconocía
incluso la calidad de los vasos-, la virgen de Cristo le dijo: "Estos son los vasos sagrados
del apóstol Pedro; cógelos, si tienes el suficiente valor; si lo haces, tú tendrás que
responder; yo, dado que no puedo defenderlo, no me atrevo a mantenerlo". El bárbaro,
empujado al respeto a la religión ya por temor a Dios, ya por la fe de la virgen, mandó un
mensajero a Alarico para informarle de estos hechos; Alarico dio órdenes de que los vasos
sagrados fueran llevados tal como estaban a la basílica del apóstol y que, bajo la misma
escolta, fuese también la virgen y todos aquellos cristianos que quisieran unirse. (...) La
piadosa procesión es cortejada en todo su recorrido por una escolta con las espadas
desenvainadas; romanos y bárbaros, unidos en un solo coro, cantan públicamente un himno
a Dios; el sonido de la trompeta de salvación suena a lo largo y ancho en medio del saqueo
de la ciudad, e incita y anima a todos, incluso a los escondidos en lugares ocultos. (...) Fue
un profundo misterio este del transporte de vasos, del canto de himnos y de la conducción
del pueblo; fue algo así, pienso, como un gran tamiz, por el cual, de toda la masa del pueblo
romano, como si de un gran montón de trigo se tratase, pasaron or todos los agujeros,
saliendo de los escondidos rincones de todo el círculo de la ciudad, los granos vivos,
conducidos ya por la ocasión, ya por la verdad; sin embargo fueron aceptados todos
aquellos granos del previsor granero del Señor que creyeron poder salvar su vida presente,
pero los restantes, como si se tratase de estiércol o paja, juzgados ya de antemano por su
falta de fe y su desobediencia, quedaron allí para ser exterminados y quemados. ¿Quién
podría ponderar suficientemente estos hechos, por muchas maravillas que dijese? ¿Quién
podría proclamarlos con dignas alabanzas?

7
Al tercer día de haber entrado en la ciudad los bárbaros se marcharon espontáneamente, no
sin provocar el incendio de unos cuantos edificios, pero no incendio tan grande como el que
en el año 700 de la fundación de la ciudad había provocado el azar. Y, si recordamos el
fuego provocado para espectáculo de Nerón, que era emperador suyo, de Roma, sin duda
alguna no se podrá igualar con ningún tipo de comparación este fuego que ha provocado
ahora la ira del vencedor con aquel que provocó la lascivia de un príncipe. Ni tampoco
debo recordar ahora en esta relación a los galos, los cuales se apoderaron rápidamente, en el
espacio casi de un año, de las trilladas cenizas de una Roma incendiada y destruida. Y para
que nadie dude que los enemigos tuvieron permiso para proporcionar ese correctivo a esta
soberbia, lasciva y blasfema ciudad, los lugares más ilustres de la ciudad que no habían
sido quemados por los enemigos, fueron destruidos por rayos en esta misma época.
http://jmarin.jimdo.com/fuentes-y-documentos/reino-visigodo/saqueo-de-roma-
seg%C3%BAn-paulo-orosio/Paulo Orosio, Historiarum Adversus Paganos Libri Septem,
VII, 38 y VII, 39, Trad. de E. Sánchez S., Gredos, 1982, Madrid, vol. 2, pp. 267-270.

CARTA DEL PAPA GELASIO I AL EMPERADOR ANASTASIO O LAS DOS


POTESTADES (494)
Dos son [las potestades], Augusto Emperador, por las cuales este mundo es principalmente
regido: la sagrada autoridad de los pontífices y el poder regio (auctoritas sacrata pontificum
et regalis potestas). En las cuales la carga de los sacerdotes es tanto más grave cuanto que
en el juicio divino de los hombres también habrán de dar cuenta por los mismos reyes. Vos,
clementísimo hijo, harto lo sabéis: sobrepasáis a todos los hombres en dignidad (praesideas
humano generi dignitate); con todo, doblegáis humildemente vuestra cerviz ante los
ministros de los Divinos Misterios y de ellos recibís los medios que os conducirán a la
salvación eterna. Asimismo reconocéis que cuando los santos sacramentos son
administrados cual corresponde, debéis ser contado entre los que participan humildemente
de ellos y no entre los Ministros: en tales cosas, Vos dependéis de los sacerdotes y no os es
lícito esclavizarlos a vuestra voluntad. Porque si en el campo de la organización jurídica
civil (quantum ad ordinem publicae disciplinae), los mismos superiores eclesiásticos
reconocen que el Poder Imperial os ha sido concedido por la Divina Providencia y que, en
consecuencia, deben obediencia a vuestras leyes y procuran no ofenderos en lo mínimo en
este orden en que Vos sois el que manda, ¿con cuánta mayor disposición y alegría habrá
que prestar obediencia a aquellos que son puestos por Dios para la administración de los
grandes Misterios? En conclusión: así como sobre la conciencia de los obispos recae una
grave responsabilidad cuando, debiendo hablar, callan en asuntos de orden sobrenatural,
también para los que deben escuchar existe un grave peligro si se muestran orgullosos (lo
que Dios no permita), en lo que deberían ser sumisos y obedientes. Y si los corazones de
los fieles deben rendirse humildemente ante los sacerdotes en general, ¿cuánto mayor no
habrá de ser la reverencia y el acatamiento que se deba al obispo que ocupa aquella sede
elegida por la Soberana Majestad de Dios como lugar de Primacía sobre todos los demás
obispos y que, en todo tiempo, fue objeto de la más tierna devoción por parte de la Iglesia
entera? Porque, mi amado hijo, como ciudadano romano respeto y venero al emperador
romano; y como cristiano me urge el anhelo de hallarme en correspondencia y comunión
real y verdadera con Vos, puesto que sois dechado de celo por la gloria del Señor. Pero

8
como pontífice que ocupa la sede apostólica, a pesar de mi indignidad y mis pocas fuerzas,
no puedo menos que intervenir con prudencia, pero también con prontitud allí donde se
ofende la integridad de la fe católica. Por algo me ha sido confiada la custodia y dirección
de la Palabra divina, y ¡pobre de mí si no anunciare la Buena Nueva. De todo lo que
antecede, como no puede menos de apreciar vuestra Majestad, se desprende una
conclusión: que nadie, jamás y por ninguna razón terrena, debe orgullosamente revelarse
contra el Ministerio de aquel hombre singular, puesto por Cristo como Cabeza de todos y al
que la Santa Iglesia, en todo momento, ha reconocido y reconoce aún hoy como su Pastor
Supremo. Lo que Dios ha establecido jamás podrá ser atropellado por la arrogancia de los
hombres; pero jamás podrá prevalecer potestad alguna, cualquiera que sea, sobre las
disposiciones divinas. ¡Ojalá que la audacia y torpeza de los perseguidores de la Iglesia no
fuese para ellos causa de su condenación eterna, a imitación de la Iglesia a la que no pueden
doblegarla las más furiosas tormentas! La Obra que Dios ha fundado con tanta firmeza
permanecerá en pie. ¿Pudo jamás ser vencida la fe, cuando alguien se propuso combatirla?
¿No triunfó más bien y se robusteció precisamente allí donde se creyó habérsela arrastrado?
Es tiempo, pues, de que cesen en vuestro Imperio los mercenarios de cargos que no les
corresponden, los cuales abusan precisamente de los momentos de confusión introducidos
por ellos en la Iglesia. No debe permitirse por más tiempo que logren lo que inicuamente
persiguen, olvidándose de que Dios y los hombres les han señalado el último lugar.
Gelasio, Carta al Emperador Anastasio, en: Thiel, A., Epistolae Romanorum Pontificum,
Braunsburg, 1868, pp. 349-354, cit. en: Rahner, H., La Libertad de la Iglesia en Occidente:
Documentos sobre las Relaciones entre la Iglesia y el Estado en los tiempos primeros del
Cristianismo, Trad. de L. Reims, Desclée de Brouwer, 1949 (1942), Buenos Aires, pp. 205-
209; extracto en: Artola, M., Textos Fundamentales para el Estudio de la Historia,
Biblioteca de la Revista de Occidente, 7, 1975, Madrid, pp. 37-38.

LA DONACIÓN DE CONSTANTINO
Concedemos a nuestro santo padre Silvestre, sumo pontífice y Papa universal de Roma, y a
todos los pontífices sucesores suyos que hasta el fin del mundo reinarán en la sede de San
Pedro, nuestro palacio imperial de Letrán (el primero de todos los palacios del mundo).
Después la diadema, esto es, nuestra corona, y al mismo tiempo el gorro frigio, es decir, la
tiara y el manto que suelen usar los emperadores y además el manto R. Meneghello.
Dossier Historia Medieval purpúreo y la túnica escarlata y todo el vestido imperial, y
además también la dignidad de caballeros imperiales, otorgándoles también los cetros
imperiales y todas las insignias y estandartes y diversos ornamentos y todas las
prerrogativas de la excelencia imperial y la gloria de nuestro poder. Queremos que todos
los reverendísimos sacerdotes que sirven a la Santísima Iglesia Romana en los distintos
grados, tengan la distinción, potestad y preeminencia de que gloriosamente se adorna
nuestro ilustre Senado, es decir, que se conviertan en patricios y cónsules y sean revestidos
de todas las demás dignidades imperiales. Decretamos que el clero de la Santa Iglesia
Romana tenga los mismos atributos de honor que el ejército imperial. Y como el poder
imperial se rodea de oficiales, chambelanes, servidores y guardias de todas clases,
queremos que también la Santa Iglesia Romana se adorne del mismo modo. Y para que el
honor del pontífice brille en toda magnificencia, decretamos también que el clero de la
Santa Iglesia Romana adorne sus cabellos con arreos y gualdrapas de blanquísimo lino. Y

9
del mismo modo que nuestros senadores llevan el calzado adornado con lino muy blanco
(de pelo de cabra blanco), ordenamos que de este mismo modo los lleven también los
sacerdotes, a fin de que las cosas terrenas se adornen como celestiales para la gloria de
Dios...
Hemos decidido también que nuestro venerable padre el sumo pontífice Silvestre y sus
sucesores lleven la diadema, es decir, la corona de oro purísimo y preciosas perlas, que a
semejanza con la que llevamos en nuestra cabeza le habíamos concedido, diadema que
deben llevar en la cabeza para honor de Dios y de la sede de San Pedro. Pero, ya que el
propio beatísimo Papa no quiere llevar una corona de oro sobre la corona del sacerdocio,
que lleva para gloria de San Pedro, con nuestras manos hemos colocado sobre su santa
cabeza una tiara brillante de blanco fulgor, símbolo de la resurrección del Señor y por
reverencia a San Pedro sostenemos la brida del caballo cumpliendo así para él el oficio de
mozo de espuelas: estableciendo que todos sus sucesores lleven en procesión la tiara, como
los emperadores, para imitar la dignidad de nuestro Imperio. Y para que la dignidad
pontificia no sea inferior, sino que sea tomada con una dignidad y gloria mayores que las
del Imperio terrenal, concedemos al susodicho pontífice Silvestre, Papa universal, y
dejamos y establecemos en su poder, por decreto imperial, como posesiones de derecho de
la Santa Iglesia Romana, no sólo nuestro palacio como se ha dicho, sino también la ciudad
de Roma y todas las provincias, distritos y ciudades de Italia y de Occidente. Por ello,
hemos considerado oportuno transferir nuestro Imperio y el poder del reino a Oriente y
fundar en la provincia de Bizancio, lugar óptimo, una ciudad con nuestro nombre y
establecer allí nuestro gobierno, porque no es justo que el emperador terreno reine donde el
emperador celeste ha establecido el principado del sacerdocio y la cabeza de la religión
cristiana.
Ordenamos que todas estas decisiones que hemos sancionado mediante decreto imperial y
otros decretos divinos permanezcan invioladas e íntegras hasta el fin del mundo. Por tanto,
ante la presencia del Dios vivo que nos ordenó gobernar y ante su tremendo tribunal,
decretamos solemnemente, mediante esta constitución imperial, que ninguno de nuestros
sucesores, patricios, magistrados, senadores y súbditos que ahora y en el futuro estén
sujetos al Imperio, se atreva a infringir o alterar esto en cualquier manera.
Si alguno, cosa que no creemos, despreciara o violara esto, sea reo de condenación eterna y
Pedro y Pablo, príncipes de los apóstoles, le sean adversos ahora y en la vida futura, y con
el diablo y todos los impíos sea precipitado para que se queme en lo profundo del infierno.
Ponemos este decreto, con nuestra firma, sobre el venerable cuerpo de San Pedro, príncipe
de los apóstoles, prometiendo al apóstol de Dios respetar estas decisiones y dejar ordenado
a nuestros sucesores que las respeten. Con el consentimiento de nuestro Dios y Salvador
Jesucristo entregamos este decreto a nuestro padre el sumo pontífice Silvestre y a sus
sucesores para que lo posean para siempre y felizmente.
http://jmarin.jimdo.com/fuentes-y-documentos/iglesia/la-donaci%C3%B3n-de-
constantino/Edictum Constantini ad Silvestrem Papam, P.L., VIII, en: Artola, M., Textos
Fundamentales para la Historia, Alianza, 10ª Ed., 1992 (1968), Madrid, pp. 47 y s.

10
CORONACIÓN DE CARLOMAGNO (800)
Y como entonces el título imperial estaba vacante en el país de los griegos y una mujer
ejercía los poderes imperiales, le pareció al mismo Papa León y a todos los santos padres
que estaban presentes en el Concilio como también a todo el pueblo cristiano, que convenía
dar el nombre de emperador al rey de los francos, Carlos, que tenía en su poder la ciudad de
Roma donde los emperadores habían siempre tenido la costumbre de residir, como también
Italia, Galia y Germania. Habiendo el Dios Todopoderoso consentido en poner a todos bajo
su autoridad, les pareció justo que con la ayuda de Dios y conforme al ruego de todo el
pueblo cristiano, llevase él también el nombre de emperador. A esta petición el rey Carlos
no quiso oponerse, sino que se sometió humildemente a Dios al mismo tiempo que los
votos de los padres y del pueblo cristiano, recibió el día de Navidad el nombre de
emperador con la consagración del Papa León. Al aproximarse el verano, se dirigió hacia
Ravenna, restaurando por todas partes el derecho y la paz; de allá, regresó a Francia, a su
residencia.

VITA CAROLIS (EXTRACTO)


(XXII) De una amplia y robusta espalda, era de talla elevada, sin nada de excesivo por otra
parte, ya que medía siete pies de altura. Tenía la cima de la cabeza redondeada, ojos
grandes y vivaces, la nariz un poco más larga que la media, de bellos cabellos blancos, de
carácter alegre y extrovertido. También daba, exteriormente, sentado como de pie, una
fuerte impresión de autoridad y de dignidad. Bien que su cuello era craso y muy corto y su
vientre muy salido, las armoniosas proporciones de su cuerpo disimulaban tales defectos.
Tenía el paso firme, el porte viril. La voz era clara, sin convenir sin embargo
completamente a su físico. Dotado de una buena salud, no enfermó sino en los cuatro
últimos años de su vida, cuando fue presa de frecuentes accesos de fiebre y terminó incluso
cojeando. Pero no hacía caso entonces sino a su cabeza, en lugar de escuchar las
advertencias de sus médicos, a los que había tomado aversión porque le habían aconsejado
renunciar a las carnes asadas a las cuales estaba habituado, y a sustituirlas por viandas
cocidas.
Se entregaba asiduamente a la equitación y a la caza. Era un gusto que tenía de nacimiento,
porque no hay pueblo en el mundo que, en sus ejercicios, pueda igualar a los francos. Le
gustaban también las aguas termales y frecuentemente se entregaba al placer de la natación,
donde destacaba hasta el punto de no ser sobrepasado por nadie. Fue eso lo que lo llevó a
construir un palacio en Aquisgrán y a residir allí en forma permanente en los últimos años
de su vida. Cuando se bañaba, la compañía era numerosa: además de sus hijos, sus
principales, sus amigos, también algunas veces la multitud de sus guardias personales eran
invitados a compartir su esparcimiento y llegaba a haber en el agua con él hasta cien
personas o más.
(XXIII) Llevaba el vestido nacional de los francos: sobre el cuerpo, una camisa y un
calzoncillo de lino; encima, una túnica bordada de seda y un pantalón; unas cintillas
alrededor de las piernas y los pies; un chaleco de piel de nutria o de rata le protegía en
invierno la espalda y el pecho; se envolvía en un sayo azul y tenía siempre colgando a un
costado una espada cuya empuñadura y vaina eran de oro o plata. Algunas veces ceñía una
espada decorada con pedrerías, pero sólo los días de grandes fiestas o cuando tenía que

11
recibir a embajadores extranjeros. Si embargo, desdeñaba los vestidos de otras naciones,
incluso los más bellos, y, cualquiera que fuesen las circunstancias, se rehusaba a
ponérselos. No hizo excepción sino en Roma donde, una primera vez a petición del Papa
Adriano y una segunda vez a instancias de su sucesor León, vistió la larga túnica y la
clámide y calzó zapatos a la moda de los romanos. Los días de fiesta llevaba un vestido
tejido de oro, calzados decorados con pedrerías, una fíbula de oro para abrochar su sayo,
una diadema del mismo metal y decorada también con pedrería; pero los demás días, su
vestimenta difería poco de las de los hombres del pueblo o del común.
(XXIV) Se mostraba sobrio en el comer y el beber, sobre todo en el beber: ya que la
embriaguez, que proscribió tanto para él como para los suyos, le causaba horror en
quienquiera que fuese. En la comida, le era difícil limitarse tanto, y se quejaba con
frecuencia por serle incómodos los ayunos.
Se regalaba con banquetes muy raramente, y solamente en las grandes fiestas, y siempre
con gran compañía. Normalmente, la cena no se componía sino de cuatro platos, fuera del
asado que los monteros tenían costumbre de poner en la asadera y que era su plato
predilecto. Durante la comida, escuchaba un poco de música o alguna lectura. Se le leía la
historia y los relatos de la Antigüedad. Le gustaba también hacerse leer las obras de San
Agustín y, en particular, aquella titulada La Ciudad de Dios.
Era tan sobrio en el vino y en toda clase de bebidas que bebía raramente más de tres veces
por comida. En verano, después de la comida del mediodía, tomaba algunas frutas, se
volcaba una vez más a beber, después, desvistiéndose y descalzándose cuando ya era de
noche, reposaba dos o tres horas. En la noche su sueño era interrumpido cuatro o cinco
veces, y no sólo se despertaba, sino que se levantaba cada vez.
Una vez vestido, recibía diversas personas fuera de sus amigos. Si el conde de palacio le
señalaba un proceso que reclamaba una decisión de su parte, hacía rápidamente introducir a
palacio a los litigantes y, como si estuviera en un tribunal, escuchaba la exposición del
asunto y pronunciaba sentencia. Era también el momento cuando regulaba el trabajo de
cada servicio y daba sus órdenes.
(XXV) Tenía una elocuencia copiosa y exuberante, expresando con suma facilidad todo lo
que quería. No contento con su lengua, se afanó en aprender extranjeras. Aprendió el latín
tan bien que se expresaba indiferentemente en esa lengua o en la lengua materna. No fue lo
mismo con el griego, que podía comprenderlo mejor que hablarlo. Más encima, tenía una
soltura de palabra que rayaba casi en el exceso.
Cultivaba con pasión las artes liberales y, lleno de veneración hacia quienes las enseñaban,
los colmaba de honores. En el estudio de la gramática, seguía las lecciones del diácono
Pedro de Pisa, entonces en su vejez; en las otras disciplinas, su maestro fue Alcuino,
llamado Albinus, diácono también, un sajón originario de Bretaña, el hombre más sabio que
existía entonces. Consagró mucho tiempo y esfuerzo en aprender junto a él la retórica, la
dialéctica y sobre todo la astronomía. Aprendió el cálculo y se aplicó con atención y
sagacidad a estudiar el curso de los astros. Quiso también aprender a escribir y tenía el
hábito de colocar bajo el almohadón de su cama tablas y hojas de pergamino, con el fin de
aprovechar sus instantes de ocio para ejercitarse dibujando letras; pero como se aplicó
tardíamente, el resultado fue mediocre.

12
(XXVI) Practicó escrupulosamente y con gran fervor la religión cristiana, en la cual había
estado imbuido desde su más tierna infancia. Incluso construyó en Aquisgrán una basílica
de gran belleza, que adornó de oro y plata y candelabros, como también de balaustradas y
de puertas de bronce macizo; y, como no podía procurarse de otra parte las columnas y los
mármoles necesarios para su construcción, los hizo traer de Roma y Ravenna.

DICTATUS PAPAE
• 1. Que la Iglesia Romana fue fundada sólo por Dios.
• 2. Que sólo el pontífice romano puede ser llamado, en justicia, universal.
• 3. Que sólo él puede deponer a los obispos o reconciliarlos.
• 4. Que su legado, en un concilio, tiene preeminencia sobre todos los obispos, aunque sea
inferior a ellos en grado, y contra ellos puede dar sentencia de deposición.
• 5. Que a los ausentes el Papa puede deponer.
• 6. Que respecto de los excomulgados, entre otras cosas, no se puede habitar en la misma
casa.
• 7. Que sólo él puede, según la necesidad de los tiempos, congregar nuevas gentes, hacer
de una colegiata una abadía, y al contrario, dividir un obispado rico y unir obispados
pobres.
• 8. Que sólo él puede utilizar las insignias imperiales.
• 9. Que sólo al Papa todos los príncipes deben besar los pies.
• 10. Que sólo su nombre es pronunciado en las iglesias.
• 11. Que es único su nombre en el mundo.
• 12. Que a él es lícito deponer emperadores.
• 13. Que a él es lícito, de sede a sede, urgido por la necesidad, cambiar a los obispos.
• 14. Que de cualquier iglesia, donde él quiera, puede ordenar clérigos.
• 15. Que aquél que ha sido ordenado por él puede presidir en la iglesia de otro, pero no
hacer la guerra; y de otro obispo no puede recibir grados superiores.
• 16. Que ningún sínodo puede llamarse general sin su mandato.
• 17. Que ningún capítulo o libro pueden ser tenidos como canónicos sin su autoridad.
• 18. Que sus sentencias no pueden ser retractadas por nadie, y sólo él puede retractar las
de todos.
• 19. Que por nadie él mismo puede ser juzgado.
• 20. Que nadie tenga la audacia de condenar a aquel que apela a la Sede Apostólica.
• 21. Que las causas mayores de la Iglesia a ella deben ser remitidas.
• 22. Que la Iglesia Romana nunca ha errado y en el futuro, según el testimonio de la
escritura, no errará.

13
• 23. Que el pontífice romano, si fue canónicamente ordenado, por los méritos del
bienaventurado Pedro, se convierte indudablemente en santo, y testimonio de esto dan San
Ennodio, obispo de Pavía, y muchos santos padres están de acuerdo, y está escrito en los
decretos del beato Papa Símaco.
• 24. Que con su precepto y licencia es lícito a los súbditos acusar.
• 25. Que él puede, fuera de una asamblea sinodial, deponer obispos o reconciliarlos.
• 26. Que no puede ser tenido como católico, quien no concuerda con la Iglesia Romana.
• 27. Que (el Papa) puede del juramento de fidelidad a los inicuos absolver a los súbditos.

EL LLAMADO A LA PRIMERA CRUZADA (1095)


“Habéis oído, mis muy queridos hermanos, lo que no podemos recordaros sin derramar
lágrimas, a qué espantosos suplicios son arrojados en Jerusalén, Antioquía y en todo el
Oriente, nuestros hermanos los cristianos, miembros de Cristo. Vuestros hermanos son: se
sientan a la misma mesa que vosotros y han bebido de la misma divina leche. Pues tenéis
como hermano al mismo Dios y al mismo Cristo. Están sometidos a la esclavitud en sus
propias casas; se les ve venir a mendigar ante vuestros mismos ojos; muchos vagan
desterrados en su propio país. Se derrama la sangre que Cristo ha rescatado con la suya; la
carne cristiana sufre toda clase de injurias y de tormentos. En estas ciudades no se ve más
que duelo y miseria, y sólo se oyen gemidos. Cuando os digo esto, mi corazón se rompe; las
iglesias, en que desde tantos siglos se celebra el divino sacrificio, son, ¡oh, vergüenza!,
convertidas en establos impuros. Las ciudades sagradas son presa de los más malvados de
los hombres; los turcos inmundos son dueños de nuestros hermanos. El bienaventurado
Pedro ha gobernado la sede de Antioquía; hoy los infieles celebran sus ritos en la Iglesia de
Dios y expulsan la religión de Cristo, esta religión que deberían observar y venerar, de los
lugares consagrados al Señor desde largo tiempo. ¿Para qué usos sirve ahora la Iglesia de
Santa María, construida en el valle de Josafat, en el mismo lugar de su sepultura? ¿Para qué
sirve el templo de Salomón, o mejor dicho, el templo del Señor? No os hablamos ya del
Santo Sepulcro, pues habéis visto con vuestros ojos con qué abominaciones ha sido
manchado, y no obstante, ahí están los lugares en que Dios reposó, ahí fue donde murió por
nosotros, pues ahí fue donde le enterraron, y donde se produjo un milagro todos los años en
tiempo de la Pasión: cuando todas las luces están apagadas en el Sepulcro y la Iglesia que
lo rodea, estas luces vuelven a encenderse por mandato de Dios. ¡Qué corazón no se
convertiría con semejante milagro! Lloremos, hermanos, lloremos de continuo; que
nuestros gemidos se eleven como los del salmista: ¡desdichados de nosotros! Los tiempos
de la profecía se han cumplido; oh, Dios, los gentiles han llegado a la heredad, han
mancillado tu santo templo. Simpaticemos con nuestros hermanos al menos con nuestras
lágrimas: seríamos el último de los pueblos si no llorásemos sobre la espantosa desolación
de esas comarcas. Por cuántos títulos no merece ser llamada santa, esa tierra en que nuestro
pie no puede posarse en ningún punto que no haya sido santificado por la sombra del
Salvador, por la gloriosa presencia de la Santa Madre de Dios, por la ilustre estancia de los
apóstoles, por la sangre de los mártires que ha corrido con tanta abundancia dejándola
como regada por ella.”

14
Parlamento de Urbano II en el Concilio de Clermont (según actas), en: Reportaje a la
Historia, Trad. de R. Ballester, Selección de M. de Riquer, Planeta, 1968, Barcelona, vol. 1,
p. 184.

EL LLAMADO A LA PRIMERA CRUZADA: SEGÚN ROBERTO EL MONJE


El año de la Encarnación de 1095, se reunió en la Galia un gran concilio en la provincia de
Auvernia y en la ciudad llamada Clermont. Fue presidido por el Papa Urbano
II, cardenales y obispos; ese concilio fue muy célebre por la gran concurrencia de franceses
y alemanes, tanto obispos como príncipes. Después de haber regulado los asuntos
eclesiásticos, el Papa salió a un lugar espacioso, ya que ningún edificio podía contener a
aquellos que venían a escucharle. Entonces, con la dulzura de una elocuencia persuasiva, se
dirigió a todos: "Hombres franceses, hombres de allende las montañas, naciones, que
vemos brillar en vuestras obras, elegidos y queridos de Dios, y separados de otros pueblos
del universo, tanto por la situación de vuestro territorio como por la fe católica y el honor
que profesáis por la santa Iglesia, es a vosotros que se dirigen nuestras palabras, es hacia
vosotros que se dirigen nuestras exhortaciones: queremos que sepáis cuál es la dolorosa
causa que nos ha traído hasta vuestro país, como atraídos por vuestras necesidades y las de
todos los fieles. De los confines de Jerusalén y de la ciudad de Constantinopla nos han
llegado tristes noticias; frecuentemente nuestros oídos están siendo golpeados; pueblos del
reino de los persas, nación maldita, nación completamente extraña a Dios, raza que de
ninguna manera ha vuelto su corazón hacia Él, ni ha confiado nunca su espíritu al Señor, ha
invadido en esos lugares las tierras de los cristianos, devastándolas por el hierro, el pillaje,
el fuego, se ha llevado una parte de los cautivos a su país, y a otros ha dado una muerte
miserable, ha derribado completamente las iglesias de Dios, o las utiliza para el servicio de
su culto; esos hombres derriban los altares, después de haberlos mancillado con sus
impurezas; circuncidan a los cristianos y derraman la sangre de los circuncisos, sea en los
altares o en los vasos bautismales; aquellos que quieren hacer morir de una muerte
vergonzosa, les perforan el ombligo, hacen salir la extremidad de los intestinos,
amarrándola a una estaca; después, a golpes de látigo, los obligan a correr alrededor hasta
que, saliendo las entrañas de sus cuerpos, caen muertos. Otros, amarrados a un poste, son
atravesados por flechas; a algunos otros, los hacen exponer el cuello y, abalanzándose sobre
ellos, espada en mano, se ejercitan en cortárselo de un solo golpe. ¿Qué puedo decir de la
abominable profanación de las mujeres? Sería más penoso decirlo que callarlo. Ellos han
desmembrado el Imperio Griego, y han sometido a su dominación un espacio que no se
puede atravesar ni en dos meses de viaje. ¿A quién, pues, pertenece castigarlos y
erradicarlos de las tierras invadidas, sino a vosotros, a quien el Señor a concedido por sobre
todas las otras naciones la gloria de las armas, la grandeza del alma, la agilidad del cuerpo y
la fuerza de abatir la cabeza de quienes os resisten? Que vuestros corazones se conmuevan
y que vuestras almas se estimulen con valentía por las hazañas de vuestros ancestros, la
virtud y la grandeza del rey Carlomagno y de su hijo Luis, y de vuestros otros reyes, que
han destruido la dominación de los Turcos y extendido en su tierra el imperio de la santa
Iglesia. Sed conmovidos sobre todo en favor del santo sepulcro de Jesucristo, nuestro
Salvador, poseído por pueblos inmundos, y por los santos lugares que deshonran y
mancillan con la irreverencia de sus impiedades. Oh, muy valientes caballeros, posteridad
surgida de padres invencibles, no decaed nunca, sino recordad la virtud de vuestros

15
ancestros; que si os sentís retenidos por el amor de vuestros hijos, de vuestros padres, de
vuestras mujeres, recordad lo que el Señor dice en su Evangelio: "Quien ama a su padre y a
su madre más que a mí, no es digno de mí" (Mt 10,37). "Aquel que por causa de mi nombre
abandone su casa, o sus hermanos o hermanas, o su padre o su madre, o su esposa o sus
hijos, o sus tierras, recibirá el céntuplo y tendrá por herencia la vida eterna" (Mt 19,29).
Que no os retenga ningún afán por vuestras propiedades y los negocios de vuestra familia,
pues esta tierra que habitáis, confinada entre las aguas del mar y las alturas de las montañas,
contiene estrechamente vuestra numerosa población; no abunda en riquezas, y apenas
provee de alimentos a quienes la cultivan: de allí procede que vosotros os desgarréis y
devoréis con porfía, que os levantéis en guerras, y que muchos perezcan por las mutuas
heridas. Extinguid, pues, de entre vosotros, todo rencor, que las querellas se acallen, que las
guerras se apacigüen, y que todas las asperezas de vuestras disputas se calmen. Tomad la
ruta del Santo Sepulcro, arrancad esa tierra de las manos de pueblos abominables, y
sometedlos a vuestro poder. Dios dio a Israel esa tierra en propiedad, de la cual dice la
Escritura que "mana leche y miel" (Nm 13,28); Jerusalén es el centro; su territorio, fértil
sobre todos los demás, ofrece, por así decir, las delicias de un otro paraíso: el Redentor del
género humano la hizo ilustre con su venida, la honró residiendo en ella, la consagró con su
Pasión, la rescató con su muerte, y la señaló con su sepultura. Esta ciudad real, situada al
centro del mundo, ahora cautiva de sus enemigos, ha sido reducida a la servidumbre por
naciones ignorantes de la ley de Dios: ella os demanda y exige su liberación, y no cesa de
imploraros para que vayáis en su auxilio. Es de ustedes eminentemente que ella espera la
ayuda, porque así como os lo hemos dicho, Dios os ha dado, por sobre todas las naciones,
la insigne gloria de las armas: tomad, entonces, aquella ruta, para remisión de vuestros
pecados, y partid, seguros de la gloria imperecedera que os espera en el reino de los cielos".
Habiendo el Papa Urbano pronunciado este discurso pleno de comedimiento, y muchos
otros del mismo género, unió en un mismo sentimiento a todos los presentes, de tal modo
que gritaron todos: ¡Dios lo quiere! ¡Dios lo quiere! Habiendo escuchado esto el venerable
pontífice de Roma, elevó los ojos al cielo y, pidiendo silencio con la mano en alto, dijo:
"Muy queridos hermanos, hoy se manifiesta en vosotros lo que el Señor dice en el
Evangelio: "Cuando dos o tres estén reunidos en mi nombre, yo estaré en medio de ellos".
Porque si el Señor no hubiese estado en vuestras almas, no hubieseis pronunciado todos una
misma palabra: y en efecto, a pesar de que esta palabra salió de un gran número de bocas,
no ha tenido sino un solo principio; es por eso que digo que Dios mismo la ha pronunciado
por vosotros, ya que es Él quien la ha puesto en vuestro corazón. Que ése sea, pues, vuestro
grito de guerra en los combates, porque esa palabra viene de Dios: cuando os lancéis con
impetuosa belicosidad contra vuestros enemigos, que en el ejército de Dios se escuche
solamente este grito: ¡Dios lo quiere! ¡Dios lo quiere! No recomendamos ni ordenamos este
viaje ni a los ancianos ni a los enfermos, ni a aquellos que no les sean propias las armas;
que la ruta no sea tomada por las mujeres sin sus maridos, o sin sus hermanos, o sin sus
legítimos garantes, ya que tales personas serían un estorbo más que una ayuda, y serán más
una carga que una utilidad. Que los ricos ayuden a los pobres, y que lleven consigo, a sus
expensas, a hombres apropiados para la guerra; no está permitido ni a los obispos ni a los
clérigos, de la orden que sea, partir sin el consentimiento de su obispo, ya que si parten sin
ese consentimiento, el viaje les será inútil; ningún laico deberá prudentemente ponerse en
ruta, si no es con la bendición de su pastor; quien tenga, pues, la voluntad de emprender
esta santa peregrinación, deberá comprometerse ante Dios, y se entregará en sacrificio
como hostia viva, santa y agradable a Dios; que lleve el signo de la Cruz del Señor sobre su

16
frente o su pecho; que aquel que, en cumplimiento de sus votos, quiera ponerse en marcha,
la ponga tras de sí, en su espalda; cumplirá, con esta acción, el precepto evangélico del
Señor: "El que no tome su cruz y me siga, no es digna de mí"."

ORIGEN DE LOS GODOS SEGÚN SAN ISIDORO


(66) El origen antiquísimo de los godos se remonta a Magog, hijo de Jefet, de donde salió
también la raza de los escitas, pues parece comprobado que godos y escitas son hermanos;
y así, no se diferencian gran cosa en el nombre; porque cambiada ligeramente y suprimida
una letra, lo mismo suenan los getas (godos) que escitas. Los godos, pues, habitaban las
dunas glaciales del Septentrión cabe los reinos de los escitas, y eran dueños con otras
gentes de terrenos montañosos; mas, arrojados de su tierra por el empuje de los hunos,
pasando el Danubio, se entregaron a los romanos. Pero no pudiendo soportar sus
desafueros, en consecuencia indignados, escogen rey propio de su pueblo, invaden Tracia,
devastan Italia, sitian a Roma y la toman por asalto, invaden las Galias, e, indefensos los
Pirineos, llegan hasta las Españas, y en ellas fijan su residencia y el asiento de su imperio.
(67) Los pueblos godos son por naturaleza constantes, prontos de ingenio, fiados en la
conciencia de sus fuerzas, de grandes arrestos corporales, osados por su prócer estatura,
magníficos en su atuendo y en sus gestos, prontos al combate, duros en soportar las heridas
conforme canta de ellos el poeta: "Los getas menosprecian la muerte haciendo gala de sus
heridas". Tan grandes guerras sostuvieron y tan estupenda fue la fortaleza de sus insignes
victorias, que Roma misma, vencedora de todos los pueblos, se sumó a los triunfos de los
godos sometiéndose al yugo de su servidumbre, y la señora de todas las naciones llegó a
servirles de criada.
(68) Les temblaron todas las gentes de Europa, y ante ellos cayeron las defensas de los
Alpes. Y la tan decantada barbarie de los vándalos huyó despavorida, no tanto de su
presencia como sólo de su renombre. Los alanos fueron aniquilados por el empuje de los
godos. Y los suevos, hasta la fecha arrinconados en los picos inaccesibles de los confines
de España, acaban de ver su fin en poder de las armas godas, y se vieron privados del reino
que poseyeron descuidadamente mucho tiempo, con pérdida todavía más desidiosa y torpe,
aunque es mucho de admirar cómo le conservaron hasta ahora en que le perdieron sin
intentar resistencia.
(69) Mas, ¿quién será capaz de describir la grandeza incomparable de la pujanza goda?,
pues mientras muchas gentes apenas si pudieron reinar libres a fuerza de ruegos,
diplomacia y dádivas, ellos conquistaron la libertad con su empuje más que pidiendo paz, y
cuando se les enfrentó la dura necesidad de pelear, echaron mano de sus propios arrestos
más que de ruegos. Son dignos de espectáculo en el manejo de las armas y pelean a caballo
no sólo con lanzas sino también con dardos; y no sólo a caballo sino también a pie pelean
bravamente; prefieren sin embargo el curso veloz de la caballería; de ahí que dijo el poeta:
"Va el godo volando en su caballo".
(70) Sobremanera les agrada ejercitarse en el tiro de flechas y en la esgrima. A diario
celebran justas y torneos. Sólo carecían hasta ahora, en lo que atañe al uso de las armas, del
ejercicio del combate naval, que descuidaban; pero en cuanto tomó las riendas del
gobierno, por la gracia de Dios, el rey Sisebuto, llevaron a cabo empresas navales, merced a
los desvelos del príncipe, con tan acabada perfección y fortaleza y fortuna, que ya no sólo

17
domeñan las tierras sino también los mares con sus armas, y el ejército romano es su
tributario, y ve con envidia que sirven hoy a los godos tantas gentes y la misma España.

PRIMERA CRÓNICA GENERAL DE ESPAÑA. VOLUMEN I. “478. DE CÓMO


MAHOMAT CASO CON LA REYNA CADIGA ET DE CÓMO TORNO MUCHAS
YENTES A SU LEY POR SU PREDICACIÓN.”
Este Mahomat era omne fermoso et rezio et muy sabidor en las artes a que llaman mágicas,
e en aqueste tiempo era el ya uno de los mas sabios de Arauia et de Affrica.
Este Mahomat otrossi uinie del linnage de Ysmael, fijo de Abraham, assi como lo auemos
ya contado ante desto en esta estoria, e. comento de seer mercador, ca era omne pobre et
lazrado, e yua muy a menudo con sus camellos a tierra de Egipto et de Palestina; et moraua
alia con los judiós et los cristianos que y auie una sazón dell anno, e mayormientre con un
monge natural de Anthiochia, que auie nombre Jphan, qué tenie el por su amigo et era
herege; e daquel monge malo aprendió el muchas cosas fan bien de la nueua.ley como de la
uieia pora deffender se contra los iudios et los cristianos quando con ellos departiesse, ca
todo lo que aquel monge le demostraua, todo era contra Dios et contra la ley, et todo a
manera de heregia. (…)diziendol (Mahoma) con tod esto que ell era Messias, el que los
judios atendien que auie de uenir. Los judios, quando oyron et supieron aquello que el
dizie, uinien se pora ell a compannas de cada logar, et aguardauan lo et creyen le de quanto
les el dizie; otrossi los ysmaelifas et los alaraues uinien se pora ell, et acompannauan le et
aguardauan le, ca tenien por marauilla lo quell oyen dezir et fazer. (…) Quando la reyna
Cadiga uio que assil onrrauan yl aguardauan todos, cuedo ella en su corazon que yazie en el
ascondido el poder de Dios, e por quel auie muy grahd amor cassosse con ell et tomol por
marido; e dalli adelant fue Mahomat rico et poderoso et rey et sennor de tierra. Este
Mahomat era mal dolient duna emfermedad a que dizien caduco morbo et de epilesia, e
acaesció assi un dia quel tomo aquella emfermedad et quel derribo en tierra. La reyna
Cadiga quando lo uio ouo ende muy grand pesar; e pues que uio la emfermedad partida del,
preguntol que do léñela era aquella tan mala et tan lixosa; e dixol Mahomat: «amiga, non es
enfermedad, mas el ángel sant Gabriel es que uien a mi et fabla comigo demientre que yago
en tierra; e por que nol puedo catar en derecho nin puedo sofrir su üista, tanto es claro et
fremoso, por que sed omne carnal, fallesce me ell spiritó et cayo assi como ueedes por
muerto en tierra». Luego que estol ouo dicho trabaiosse por sus encantamientos et sus artes
mágicas, et con la ayuda del diablo por quien se el guiaua, de fazer antella assi como
sennales et miraglos, e por que las uezes se torna el diablo assi como diz la Escriptura en
figura de ángel de lux; entraua el diablo en ell a las uezes et faziel dezir algunas cosas
daquellas que auien de uenir, e por esta manera le auien de creer todas las yehtes de lo que
les dizie.

LIBER SANCTI JABOBI. CODEX CALIXTINUS. LIBRO I. CAP. XV.


Porque cuanto más conoció los secretos del Señor, con tanto mayor ardor que los demás
tuvo que imitar él al Señor. Pero aun la petición de su madre de una sede especial en el
reino, para sus hijos, no fue en vano, pues como dijo un sabio poeta en los versos del himno
en su honor, a Juan le tocó el Asia, que está a la derecha; a Santiago, España, que está a la
izquierda en la división de las provincias. Por lo cual Santiago, según es tradición, por su

18
indicación fue trasladado después de su martirio por sus discípulos a España y en la
extremidad de Galicia, que ahora se llama Compostela, fue honoríficamente sepultado, no
sólo para regir con su patrocinio a los españoles que le habían tocado en suerte, sino por
confortarlos con el tesoro de su cuerpo. Regocíjate, España, ensalzada con semejante
fulgor; salta de gozo, pues has .sido salvada del error de la superstición. Alégrate, ya que
por la visita de este huésped dejaste la ferocidad de las bestias y sometiste tu cerviz, antes
indómita, al yugo de la humildad de Cristo. Mayores bienes te proporcionó la humildad de
Santiago que la ferocidad de todos tus reyes. Aquélla te levantó hasta el cielo; éstos te
hundieron en el abismo. Ellos te mancillaron con el sacrificio de los ídolos; aquélla te
purificó, enseñándote el culto al verdadero Dios. Dichosa eres España por la abundancia de
muchos bienes; pero eres más dichosa por la presencia de Santiago. Eres feliz, porque en el
clima eres semejante al Paraíso; pero eres más dichosa, porque has sido encomendada al
paraninfo del cielo. En otro tiempo fuiste célebre por las columnas de Hércules, según las
vanas leyendas, mas ahora con más felicidad te apoyas en la columna firmísima de
Santiago. Aquéllas, por el error pernicioso de la superstición, te ligaron al diablo; ésta, por
su piadosa intercesión, te une a tu criador; aquéllas, como eran de piedra, aumentaban tu
obcecación; ésta, puesto que es espiritual, adquirió para ti la gracia saludable.

URBANO II, CARTA 20, EPISTOLAE EY PRIVILEGIA. (URBANO II, LA


RECONQUISTA Y LA CRUZADA)
“Al igual que los milites de otras tierras han decidido unánimemente partir para ayudar a la
Iglesia de Asia y liberar a sus hermanos de la tiranía de los sarracenos, así vosotros
también, conforme a nuestras exhortaciones, debéis esforzaros para ir a socorrer la Iglesia
que queda cerca de vosotros contra los asaltos de los sarracenos. En esa expedición, si
alguno llega a caer por el amor de Dios y de sus hermanos, que no dude que conseguirá el
perdón de sus pecados y la vida eterna por la gracia misericordiosa de Dios. Si alguno de
vosotros ha decidido marchar a Asia, que se aplique más bien a cumplir su piadoso designio
aquí. Pues no es maravilla liberar a los cristianos en un lugar y entregarlos en otro a la
tiranía y a la opresión sarracena”.

LA EXISTENCIA DEL MAL SEGÚN EL CATARISMO.


“Según la opinión de todas las gentes prudentes, es necesario creer inequívocamente en la
existencia de otro principio, el del Mal, fuerte en iniquidad y en el que la potencia de R.
Meneghello. Dossier Historia Medieval Satanás, la de las Tinieblas y de todas las otras
dominaciones que se oponen al verdadero Dios, manan de forma singular y principal, tal y
como lo hemos mostrado ya y esperamos, gracias a Dios, mostrarlo mejor a continuación.
Si no fuera así les parecería a estas mismas gentes prudentes, de forma verdaderamente
evidente, que la Potencia divina combate contra ella misma, se destruye ella misma y está
en lucha permanente contra ella misma... Así, las virtudes y potencias de nuestro Señor,
verdadero Dios, se combatirían entre ellas cada día, y por su propia voluntad no habría otra
potencia más que la suya. Es absurdo pensar esto del verdadero Dios. No hay duda, por
tanto, de que existe otra potencia o Poder no verdadero (Quod sit alia potentia vel potestas
«non vera») que el Señor Dios se empeña cada día en combatir...”
Livre des deux príncipes (ed. Dondaine), p. 121

19
QUE PENA MERECEN LOS QUE ENCUBREN LOS HEREJES. SEGÚN LAS
SIETE PARTIDAS DE ALFONSO X EL SABIO.
“LEY V QUÉ PENA MERESCEN LOS QUE ENCUBREN LOS HEREGES.
Encubren algunos homes et reciben en sus casas los hereges que andan por la tierra
predicando á furto et revolviendo los corazones de las gentes, metiéndolos en yerro: et los
que esto facen yerran gravemente: et por ende defendemos á todos los homes de nuestro
señorío que ninguno dellos non sea osado de recibir á sabiendas en su casa a ningunt
herege, nin consienta que muestre nin predique á otros en ella nin que se alleguen en su
casa los hereges para haber su fabla nin su cabildo: et si alguno contra esto ficiere á
sabiendas, mandamos que pierda aquella casa en que los recibiere para facer alguna destas
cosas sobredichas, et que sea de la eglesia; ca guisada cosa es que aquel lugar do se ayuntan
los enemigos contra la fe católica, sirva á la eglesia et que se ayunten hi á las vegadas los
fieles cristianos que la creen, et la guardan et la amparan. Pero si aquel que toviere ó
guardare casa dotri acogiere hi los hereges sin mandado et sin sabiduría del señor della,
maguer fagan hi los hereges las cosas que diximos en la ley ante desta, non debe perder por
eso el señor la casa; ca pues que lo non sabe non es en culpa. Et por ende mandamos et
tenemos por bien que el que los recibió, peche por ende diez libras de oro á la cámara del
rey: et si non hubiere de que las pechar, que lo azoten públicamente por toda la villa ó el
lugar do acaesciere, pregonando el pregonero antél por qué razón lo azotan.”

20

También podría gustarte