Vol. 16, Núm. 2 (2020)
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La crítica al
parlamentarismo, el mito de la nación y la «mirada rusa».
Resumen
El presente artículo pretende desplegar la recuperación schmittiana del
pensamiento de Georges Sorel. Para ello, la exposición se divide en dos momentos. En
primer lugar, realizaremos una lectura cercana de Los fundamentos histórico-
espirituales del parlamentarismo en su situación actual (1923), obra de Schmitt en la
cual la figura de Sorel adquiere un explícito protagonismo. A partir de dicha
restitución, planteamos que Sorel constituye un corolario que da cuenta de manera
más acabada tanto de la crítica schmittiana al parlamentarismo como del antagonismo
con la Revolución Rusa. En segundo lugar, intentamos mostrar la perduración de
tópicos sorelianos deteniéndonos en la conferencia «La era de las neutralizaciones y de
las despolitizaciones» (1929). Allí, veremos que la problemática teórico-política abierta
en 1923 continúa bajo la forma de un enfrentamiento vital y se corresponde con las
primeras enunciaciones schmittianas acerca de la politización total y el Estado total.
*
Licenciado en Ciencia Política por la Universidad de Buenos Aires (UBA). Becario doctoral del CONICET
con sede en el Instituto de Investigaciones Gino Germani de la UBA. Docente de grado en teoría política.
Carl Schmitt, lector de Georges Sorel.
La crítica al parlamentarismo, el mito de la nación y la «mirada rusa»
Abstract
This article aims to analyse the Schmittian interpretation of Georges Sorel’s
thought. To this end, the work is divided into two moments. In the first place, we will
make a close reading of The Intellectual-Historical Situation of Today’s
Parliamentarianism (1923), a work by Schmitt in which the figure of Sorel takes on an
explicit prominence. From this restitution, we propose that Sorel constitutes a
corollary that gives a more complete account of both Schmitt’s criticism of
parliamentarianism and the author’s antagonism with the Russian Revolution.
Secondly, we try to show the persistence of Sorelian topics by focusing on the
conference “The Age of Neutralization and Depoliticization" (1929). There, we will see
that the theoretical-political problem opened in 1923 continues in the form of a vital
confrontation and corresponds to the earliest Schmittian enunciations about total
politicization and the total state.
Introducción
Nuevo Itinerario 2
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para muchos. Basta recordar los vehementes párrafos finales de Teología política
(1922) y Catolicismo romano y forma política (1923), en los cuales el enemigo
anarquista es encarnado en la figura de Mijaíl Bakunin, para apreciar la distancia de
Schmitt respecto del pensador francés (Schmitt, 2001, 2009).
Lo cierto es que la mención a Sorel aparece en las principales obras de la
década de 1920 del Jurist. Ya en La dictadura (1921), el nombre de Sorel es señalado
en relación a la filosofía de la historia y la dictadura del proletariado (Schmitt, 1968).
En Teología política el autor francés es ubicado dentro de una filosofía irracionalista
que aúna el vitalismo de Henri Bergson con el economicismo marxista (Schmitt, 2001,
p. 47). En Catolicismo romano y forma política Schmitt identifica a Sorel como parte del
bando del pensamiento económico —integrado tanto por el liberalismo como por el
marxismo—, el cual lucha contra lo político (Schmitt, 2009, p. 60). Hasta aquí, no
obstante, no deja de haber meras menciones ocasionales1.
En 1923 Schmitt publica «La teoría política del mito» —primero como artículo
suelto, y luego incorporado a su libro sobre el parlamentarismo, del mismo año—, y es
allí donde el pensamiento de Sorel adquiere un protagonismo explícito.
El principal antecedente de una investigación acerca del vínculo entre Sorel y
Schmitt lo constituye un agudo artículo de Luis Rossi, el cual muestra la filiación
soreliana de la teoría política de Schmitt.2 En las líneas que siguen, intentamos
desplegar el modo en que Sorel se inserta en el pensamiento de Schmitt. La
argumentación se desplegará en dos momentos. Primero, realizaremos una lectura
1
Como sostiene Galli, en la crítica a la mediación racionalista moderna —mediación común al
liberalismo y al marxismo decimonónico— Schmitt se sirvió de autores contrarrevolucionarios pero
también de pensadores eminentemente revolucionarios como Sorel. Cf. Galli (2011, p. 53).
2
Cf. Rossi (1999). El autor destaca un núcleo de tres coincidencias básicas entre Carl Schmitt y Georges
Sorel, a saber: a) la polemicidad de los conceptos; b) la antropologización del conflicto; c) un pathos
bélico y heroico. A partir de estos elementos, Rossi entiende que el conflicto amigo-enemigo tiene una
base concreta en el mito de la nación, y que dicho antagonismo se explica a partir de la amenaza al
propio modo de vida que en esos años se vislumbraba en relación a Rusia. En este sentido, la lucha
entre el mito de la nación y el mito de la lucha de clases constituye, en el decir de Rossi, la forma epocal
que adopta la oposición amigo-enemigo. La apuesta de este artículo es desplegar y comentar algunos
aspectos que permiten profundizar en la reinterpretación schmittiana de las ideas de Sorel. En
particular, buscamos no descuidar la vinculación de la recuperación de Sorel con la crítica al pluralismo
parlamentario, así como ver la adecuación de la teoría política del mito con el proceso de maduración
de la conceptualización schmittiana acerca del fin de las neutralizaciones y la concurrente afirmación de
la politización total.
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La crítica al parlamentarismo, el mito de la nación y la «mirada rusa»
cercana del texto de Schmitt acerca del parlamentarismo, obra en la que el nacido en
Plettenberg dedica un capítulo a reconstruir la teoría política del mito de Sorel. A partir
de esa restitución, destacaremos que la recuperación de Sorel constituye un corolario
ineludible al interior de este texto en vistas de la crítica al liberalismo y al bolchevismo.
Segundo, intentamos esbozar la perduración implícita del mito nacional en la
conferencia de Schmitt acerca de las neutralizaciones y las despolitizaciones,
perduración que se muestra en el planteamiento schmittiano de un enfrentamiento
vital.
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1.1. Parlamentarismo
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La crítica al parlamentarismo, el mito de la nación y la «mirada rusa»
3
Cf. supra, n. 1.
4
Cf. Teología política (1922) y la recuperación de la crítica de Donoso Cortés hacia el liberalismo como
«clase discutidora». En este punto, se ve cómo se repiten ciertas apreciaciones ya condensadas en obras
previas. El liberalismo termina por caer en la inacción ante situaciones críticas. El enemigo en las
cuestiones últimas termina siempre por ser el marxismo. Ante su amenaza, las instituciones liberales no
pueden ser la respuesta para el jurista alemán. Cf. Schmitt (2001).
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Desde este punto de vista, la dictadura aparece como el oponente de la separación de poderes, pues la
suprime, y no de la democracia.
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rey, se alzó la idea de una ratio universal de la ley, y la exigencia de que a ella —y no al
Rey— es a quien debe en última instancia obedecerse. En el decir de Schmitt, esa
contraposición subsiste y enfrenta lo general y lo particular, o, en otras, palabras, al
concepto racionalista de una verdad relativa contra la defensa de la autoridad concreta
tal como planteaba Hobbes6.
Según el parlamentarismo, mientras que la ley es considerada «algo
intelectual», el ejecutivo es fundamentalmente acción, «obrar» (Schmitt, 2008, p. 95).
Esta contraposición encuentra su forma más típica en The Federalist, en el cual se
destaca la necesidad de que el ejecutivo sea ejercido por una sola persona, para que se
mantenga la energía y la unidad de decisión, máxime en plausibles situaciones de
crisis. Destaca Schmitt cómo el racionalismo relativo se autolimita y renuncia a
extenderse al ejecutivo para no reducir «también a éste a un mecanismo de
discusión». «Pues el racionalismo de este pensamiento sabe también mantener un
contrapeso entre lo racional y lo irracional […], siendo aquí también una mediación y,
en cierto sentido, un compromiso […]» (Schmitt, 2008, p. 97). Algo que sería
inadmisible para el racionalismo absoluto francés que, de la mano de Condorcet, lleva
a una dictadura de la razón. Y algo que acontecería de forma también diferente en
Alemania, donde la teoría del equilibrio de poderes se vinculó con una idea de la
mediación orgánica y no mecánica.
En conjunto, lo restituido hasta aquí da forma a los principios del
parlamentarismo. El esfuerzo de Schmitt consiste en demostrar que dichos principios
se encuentran aunados al sentir de una época: el siglo XIX, y que este sentir epocal se
expresa como una profunda «fe en la discusión pública». Para el pensador alemán, la
situación histórica que hizo posible el desenvolvimiento de los principios del
parlamentarismo se encuentra problematizada en su presente. El siglo XX ha traído
consigo cambios profundos que han llevado a que la fe en el parlamentarismo se vea
embestida desde varios frentes. En el decir de Schmitt, las grandes decisiones políticas
ya no surgen de un debate parlamentario, sino que son tomadas en secreto por los
6
Cf. Teología política, Teoría de la Constitución (1928) y «Sobre los tres modos de pensar la ciencia
jurídica» (1934), donde se desarrolla la evolución histórica de estas concepciones jurídicas y la discusión
de Schmitt con el normativismo y el positivismo (Schmitt, 2001, 2011, 2012).
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poderes sociales indirectos. Los debates, si es que los hay, ya no se dan en el pleno del
parlamento, sino en comisiones. La propia responsabilidad parlamentaria ha
terminado por suprimir la división de poderes, contra la vieja idea del
parlamentarismo.
Recopila Schmitt:
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La crítica al parlamentarismo, el mito de la nación y la «mirada rusa»
Schmitt recupera la obra central de Georges Sorel: Reflexiones sobre la violencia (Sorel,
2005), la cual «expone con la mayor claridad el contexto histórico e intelectual» de las
teorías irracionalistas (Schmitt, 2008, p. 134). Si Benedetto Croce había dicho, a costa
de Sorel, que las ideas democráticas habían triunfado en el imaginario del
proletariado, los acontecimientos de Rusia e Italia volvían a darle una oportunidad al
francés, según Schmitt.
Sorel encontraría sus ancestros espirituales en Proudhon, Bakunin7 y Bergson:
Para Proudhon y para Bakunin, el anarquismo significa una lucha contra toda forma
de unidad sistemática, contra la uniformidad centralizadora del Estado moderno,
contra los políticos que hacen del Parlamento su profesión, contra la burocracia, el
aparato militar y policial, contra la fe en Dios, que ellos viven como un centralismo
metafísico. […] Cualquier sistema completo forzaría de forma violenta la
individualidad concreta, la realidad social de la vida. El fanatismo uniformador de la
Ilustración no sería menos despótico que la unidad y la identidad de la democracia
moderna (Schmitt, 2008, pp. 135-136).
7
Resulta por demás llamativo que Schmitt nombre a Bakunin cuando en las Reflexiones sobre la
violencia no es nombrado. Proudhon y Bergson, por el contrario, aparecen allí de forma recurrente.
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Para Schmitt estos autores, desde la vida concreta de la clase trabajadora, han
reconocido la importancia de los sindicatos y su específico instrumento de lucha: la
huelga. Han creado la tradición donde Sorel, junto con la filosofía de Bergson, se
asienta. El centro de los pensamientos de Sorel está constituido por una teoría del
mito, la cual representaría, en el decir de Schmitt, el antagonismo más fuerte tanto
con el racionalismo absoluto de la Ilustración y el marxismo decimonónico como con el
racionalismo relativo del parlamentarismo liberal.
El contexto de la producción de Sorel está marcado por la crítica del socialismo
parlamentario. Sostiene el francés: «Frente a ese socialismo ruidoso, charlatán y
mendaz […] se yergue el sindicalismo revolucionario que, por el contrario, se afana por
que nada quede indeciso […]» (Sorel, 2005, p. 175). El sindicalismo utiliza medios de
expresión que «resaltan todo el valor de las fuerzas puestas en juego» (Sorel, 2005, p.
176). Para ello no basta el lenguaje, sino que «hay que apelar a conjuntos de imágenes,
capaces de evocar, en conjunto y por mera intuición, antes de cualquier análisis
reflexivo, la masa de los sentimientos que corresponden a las diversas manifestaciones
de la guerra entablada por el socialismo contra la sociedad moderna» (Sorel, 2005, p.
176).
Y continúa:
Para actuar, sin embargo, no podemos menos de salirnos del presente, y razonar
acerca de ese porvenir que parece condenado a quedar siempre fuera de nuestra
razón. La experiencia nos hace ver que ciertas construcciones de un porvenir
indeterminado en el tiempo pueden poseer gran eficacia y muy pocos inconvenientes,
cuando son de determinada naturaleza; lo cual se produce cuando se trata de mitos
en los que se manifiestan las más fuertes tendencias de un pueblo, de un partido o de
una clase; tendencias que se ofrecen a la mente con la insistencia de instintos en
todas las circunstancias de la vida, y que confieren un aspecto de plena realidad a
unas esperanzas de acción próxima en las cuales se basa la reforma de la voluntad
(Sorel, 2005, p. 178).
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Schmitt, siguiendo en mucho a Sorel, destaca que Marx sigue atado a «la sobrevaloración
intelectualista de la educación burguesa de Occidente». Estas insuficiencias de Marx, su anclaje en la
tradición occidental, habían sido destacadas por Sorel (2005, p. 237).
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Cf. Sorel (2005, p. 227).
10
Añade Schmitt: «De ahí que, desde una perspectiva marxista, del proletariado sólo pueda decirse que
es, de forma absoluta, la negación de la burguesía, o que sería propio de un socialismo no científico el
imaginarse el aspecto que tendrá el Estado proletario del futuro. Es una necesidad sistemática que todo
lo concerniente al proletariado sólo pueda ser determinado negativamente. Lo único que puede decirse
de la sociedad del futuro es que en ella no habrá antagonismos de clases, y del proletariado que es la
clase social que no participa de la plusvalía, que no es poseedora de cosas, que no conoce ni familia ni
patria, etc. El proletariado no es, socialmente, nada. De él cabe decir que, al revés que el burgués, no es
nada más que un ser humano, de lo que se deriva, con una necesidad dialéctica, que durante el tiempo
de transición no debe ser más que el miembro de su clase, es decir, que tiene que quedar absorbida por
algo que constituye lo contrario de lo humano: la clase. El antagonismo de clases tiene que convertirse
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Cuando esta imagen, con todo ese trasfondo histórico y metafísico, se expandió
hacia el este, se fundió con el «odio ruso contra la complicación, la artificialidad, el
intelectualismo de la civilización occidental» (Schmitt, 2008, p. 149).
La Revolución Rusa y el ascenso de los bolcheviques al poder son temas
recurrentes en la producción schmittiana de estos años. Rusia se constituye en un
enemigo por antonomasia de los escritos del jurista. Acontece allí una coincidencia de
varios fenómenos que separan a Rusia de la tradición europeo-occidental y que dan
intensidad a esta oposición. A pesar de que los bolcheviques manifiesten su deuda con
la dialéctica hegeliana, e incluso a pesar de que bajo su dominación hayan reprimido a
los anarquistas, su argumentación «contiene razonamientos de corte decididamente
anarcosindicalistas» (Schmitt, 2008, p. 132). De forma análoga a lo relatado en
Catolicismo romano y forma política (Schmitt, 2009, pp. 89-92), Schmitt considera que
el marxismo pudo echar fuertes raíces en suelo ruso debido a que esta filosofía se veía
libre, allí, de toda atadura a las tradiciones de Europa occidental; y a que allí
encontraron una realización las nuevas ideas de corte irracionalista. A diferencia de lo
acontecido en 1848, cuando Proudhon y Donoso Cortés se enfrentaron hasta las
últimas consecuencias pero ambos se mantuvieron dentro de la tradición europeo-
occidental, lo que parece ocurrir hoy día es un enfrentamiento, no ya al interior de
Europa occidental, sino entre ésta y el eslavismo ruso. En este punto resulta
importante saber si Sorel sirve o no a la causa occidental, y si se lo puede considerar
como parte de esta tradición, del mismo modo que Schmitt considera que Marx y
Engels son parte de ella.
Aunque Schmitt titula el último apartado del capítulo final «Mitos de la lucha
de clases y mitos nacionales en el antagonismo entre bolchevismo y fascismo»,
mostrando una lucha entre estos dos mitos, desde el comienzo da por triunfador al
mito nacional en ambos países. El mito de la lucha de clases termina siendo derrotado.
Por ello no es raro que el jurista alemán destaque que la imagen del burgués, en Rusia,
fue inmediatamente dominada por otra: una imagen mítica de «fuertes elementos
nacionales» (Schmitt, 2008, p. 150). En su apéndice «En defensa de Lenin» Sorel
en un antagonismo absoluto a fin de que todos los antagonismos puedan ser absolutamente superados
y desaparecer en lo puramente humano» (Schmitt, 2008, pp. 125-126).
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reivindica que, con la revolución, Rusia volvía a ser rusa, y exaltaba a Lenin como
exponente del moscovismo. De forma que esta energía nacional ya habría estado
presente originalmente en Sorel11. Los ejemplos que el francés da —las guerras
durante la Revolución Francesa, las guerras española y alemana contra Napoleón—
son de carácter nacional12.
El mito nacional y el mito de la «lucha de clases» pueden coincidir, como en
Rusia y en Irlanda, lo cual nada dice acerca de la potencia específica de cada uno de
ellos por separado. Pero donde ellos se enfrentaron —en Italia— es posible dar un
veredicto: el triunfador ha sido el mito nacional. «Hasta el momento hay sólo un único
caso donde, invocando el recurso al mito, fueron dejados despectivamente de lado la
democracia y el parlamentarismo, y eso ha sido un ejemplo de la fuerza irracional del
mito nacional» (Schmitt, 2008, p. 152).
La difusión y la fuerza que la idea de mito presenta en la realidad presente sería
un síntoma de la pérdida de validez del parlamentarismo. Pero el mito, creado para
combatir la autoridad, produjo, sin quererlo, «una nueva autoridad, un nuevo
sentimiento de orden, disciplina y jerarquía» (Schmitt, 2008, p. 153) 13. Aquí se
encuentra la vuelta argumentativa central, que le permite a Schmitt apropiarse
plenamente de la teoría del mito. Todos los pasos previos perderían su fuerza y
sentido sin este corolario. La teoría del mito es apropiada por Schmitt en contra del
propio Sorel. Ya no sirve para movilizar al proletariado a la libertad y al dominio de la
11
Aunque Schmitt intenta mostrar esta presencia de elementos nacionales en Sorel, la cuestión se
presenta de una forma más compleja. En sus Reflexiones sobre la violencia, a pesar de que los ejemplos
de Francia, España y Alemania están presentes y ponderados, también es cierto que hay una explícita
reivindicación del «antipatriotismo». Es probable que esa postura haya cambiado en los años siguientes
y que, para el momento en que el francés escribió su Pour Lenine (1919), el elemento nacional estuviera
presente. De por sí, la discusión sobre este tópico en la obra soreliana amerita un debate que excede los
límites de la presente reflexión, centrada sobre las reapropiaciones efectuadas por Schmitt.
12
En una caracterización que sería típica y relevante en obras posteriores, Schmitt destaca aquello que
definiría el ser nacional: «En el sentimiento de lo nacional operan distintos elementos de una manera
sumamente distinta en los diferentes pueblos: las ideas más naturales sobre la raza y el origen, un
“terrisme” que parece típico de las tribus céltico-romanas; y, luego, la lengua, la tradición, la conciencia
de una cultura y una educación común, así como la conciencia de una comunidad de destino, y una
sensibilidad respecto al ser distinto de los demás, todo eso se mueve hoy más bien en dirección de lo
nacional que de los antagonismos de clase» (Schmitt, 2008, pp. 150-151).
13
Aquí se plantea algo similar a lo que ocurre hacia el final de Teología política, cuando se destaca que
Bakunin es el «dictador de la antidictadura» (Schmitt, 2001, p. 62).
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Bajo este punto de vista, entonces, se debe entender que esta obra contiene
mucho más que una crítica al parlamentarismo liberal. En un primer paso, la
consideración de que la fuerza del liberalismo y del marxismo no reside en «cuestiones
técnicas», sino en principios y una «fe», permite pulimentar el estatus político de sus
adversarios. La posterior deconstrucción de esos principios lleva no sólo a la
problematización de sus pretensiones de verdad respectivas, sino a la acuciante
pregunta sobre cómo dar contestación a la crisis del presente. Si la respuesta no reside
en el parlamentarismo ni en el marxismo, es necesario encontrar un canal de
expresión para los valores y la configuración de un principio político movilizador. Si ello
es así, si hay un trasfondo más profundo en torno a la búsqueda de nuevos criterios
para nuevos desafíos, entonces la recuperación de Sorel constituye un corolario
ineludible al interior de este texto.
En lo que resta del artículo, queremos mostrar la perduración del tópico
soreliano en la conferencia La era de las neutralizaciones y de las despolitizaciones,
obra en la que se incluye una lectura de la evolución europea moderna que permite
entender la reactualización de Sorel en el marco del esbozo schmittiano acerca del
carácter total que ha adquirido lo político en el siglo XX.
14
Para un detallado comentario acerca de los cambios en las ediciones de El concepto de lo político y de
esta conferencia de 1929, cf. Meier (2008).
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Los rusos se tomaron el siglo XIX europeo al pie de la letra, reconocieron lo que
constituía su núcleo mismo y extrajeron de sus premisas culturales las últimas
consecuencias. Siempre se vive bajo la mirada del hermano más radical, el que le
obliga a uno a llegar hasta las últimas consecuencias prácticas (Schmitt, 2006, p. 108).
15
Schmitt indica que estos desplazamientos no deben ser leídos en clave evolutiva, como si se tratase
de un «progreso» del espíritu europeo —ni tampoco como su contrario: un «retroceso»—. Asimismo, el
autor añade que también resulta erróneo «interpretar la secuencia de etapas como si en cada uno de
esos siglos no hubiese habido nada más que ese centro de gravedad. Lo que existe siempre es más bien
una cierta coexistencia pluralista de etapas que ya han sido recorridas […] y por ejemplo el Berlín actual
está más cerca, medido en distancia cultural, de Nueva York o de Moscú que de Munich o de Tréveris. El
desplazamiento de los ámbitos centrales se refiere pues tan sólo al hecho concreto de que en estos
cuatro siglos de historia europea han ido cambiando las élites dirigentes» (Schmitt, 2006, pp. 109-110).
16
Es menester destacar que para Schmitt el paso de la teología a la metafísica natural fue el
desplazamiento decisivo y de mayor impacto, que habría de determinar el curso de los siglos
posteriores.
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Sin embargo, la dialéctica de una evolución de esta clase hace que cada vez que se
desplaza el centro de gravedad surja un nuevo terreno de disputa. […] En Europa la
humanidad está siempre saliendo de un campo de batalla para entrar en un terreno
neutral, y una y otra vez el recién alcanzado terreno neutral se vuelve nuevamente
campo de batalla y hace necesario buscar nuevas esferas de neutralidad (Schmitt,
2006, pp. 116-117).
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La crítica al parlamentarismo, el mito de la nación y la «mirada rusa»
nueva técnica, a pesar de que éste no espera otra cosa que alguien que se sirva de él»
(Schmitt, 2006, p. 120).
Si la técnica no es más que un instrumento desprovisto de espíritu, y si de ella
no es factible deducir una sola orientación política, lo que resulta es que hay una
diferencia irreductible entre técnica y fe en la técnica. La primera es neutral en un
sentido no político, pues no contiene ninguna decisión concreta; la segunda es
eminentemente política, aunque considere ser portaestandarte de la despolitización.
Para Schmitt, la religión de la tecnicidad «ha conducido al credo masivo de un
activismo antirreligioso […]; puede que sea un espíritu maligno y demoníaco, pero lo
que no se puede es rechazarlo como mecanicista…» (Schmitt, 2006, p. 120).
En el decir de Schmitt, es sobre todo el Estado el que adquiere su especificidad
según los variantes centros de gravedad. Las agrupaciones amigo-enemigo están
determinadas por referencia al ámbito central de una época. «Todos los conceptos de
la esfera del espíritu, incluido el concepto mismo de espíritu, son en sí mismos
pluralistas, y se entienden únicamente a partir de la existencia política concreta»
(Schmitt, 2006, p. 112)17. La historicidad conceptual hace que el ámbito espiritual
central de cada época otorgue inteligibilidad a los conceptos: por un lado, «los
procesos y acontecimientos que producen alguna impresión en la vida interior del
hombre, y que se convierten así en objeto de su reflexión y de sus conversaciones»
(Schmitt, 2006, p. 112), se jerarquizan a partir del centro de gravedad epocal. Por otro
lado, cada concepto adquiere su significado característico a partir del centro de
gravedad de cada época.
Así, cuando lo teológico era lo decisivo, la expresión cuius regio eius religio
tenía peso político; pero cuando lo teológico dejó de ser el centro de gravedad, dicho
principio perdió toda importancia. Se desplazó al ámbito cultural, primero —cuius
regio eius natio— para terminar en el económico —cuius regio eius oeconomia—
donde pasó a significar que dentro de un mismo Estado no pueden coexistir dos
17
Aquí se muestra algo ya presente en el Schmitt de 1922 —momento en que se publicaba su
celebérrima Teología política—, consistente en la afirmación de la historicidad y la plurivocidad de los
conceptos. Su sociología de los conceptos sería un claro antecedente e inspiración para la historia
conceptual de Reinhart Koselleck (1993, 2007).
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Hay aquí una clara referencia a la situación que estaba viviendo la República de
Weimar, donde el pluralismo de los partidos políticos impedía formar una voluntad
política unívoca y, por el contrario, dificultaba toda decisión. Siguiendo el planteo
schmittiano respecto de la evolución moderna que decantó en la técnica, y
entendiendo la antedicha apreciación acerca del rol del Estado para interpretar
correctamente la propia situación histórica, surge la pregunta: ¿cuál es, entonces, la
situación concreta del presente?
Pues bien, para la apreciación schmittiana, en su presente ya no quedan nuevas
esferas donde hallar la neutralidad. La técnica, como se ha dicho, no es un terreno
neutral en el sentido de las anteriores esferas, sino sólo instrumento a disposición de
quien quiera usarlo. La evolución europea de neutralización y despolitización es, al
mismo tiempo, la politización progresiva de todas las esferas, puesto que cada nuevo
terreno neutral fue contagiado de politización. Cuando ya no quedan esferas
neutrales, estamos ante la constatación de que todo en potencia se ha vuelto político.
La constatación de Schmitt es que la politización ha adquirido un carácter total: ha
invadido todos los ámbitos humanos. Su esfuerzo consistirá en reubicar las energías
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La crítica al parlamentarismo, el mito de la nación y la «mirada rusa»
Una vida que no tenga frente a sí más que la muerte ya no es vida, no es sino
impotencia e inanidad. […] Una agrupación que vea de su lado sólo espíritu y vida, y
del otro sólo muerte y mecánica, no significa ni más ni menos que la renuncia a la
lucha, y no posee otro valor que el de una queja romántica. Pues la vida no lucha con
la muerte, ni el espíritu con la falta de él. El espíritu lucha contra el espíritu, la vida
contra la vida, y es de la fuerza de un saber íntegro de donde nace el orden de las
cosas humanas. Ab integro nascitur ordo (Schmitt, 2006, pp. 121-122).
18
En este punto, Ricardo Laleff Ilieff, indica que la conferencia de 1929 «puede ser catalogada como un
antecedente del Estado total, puesto que recién Schmitt utilizará dicha categoría tras conocerse el
trabajo de Ernst Jünger de 1930 llamado La movilización total» (Laleff Ilieff, 2015, p. 38). Asimismo,
respecto de la conceptualización del Estado total y la tipología de Estados de Schmitt en el último
período de Weimar, véase Ricci Cernadas (2014).
19
En 1960, Schmitt realiza una particular lectura acerca de la vinculación orgánico-mecánico en relación
al impacto de las «distinciones bimembres» en la historia alemana reciente, puntualmente la oposición
entre comunidad y sociedad. Véase Schmitt (2014).
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German Rodrigo Aguirre
Consideraciones finales
20
Para una discusión acerca de las influencias vitalistas en Schmitt, véase Laleff Ilieff (2018)
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Carl Schmitt, lector de Georges Sorel.
La crítica al parlamentarismo, el mito de la nación y la «mirada rusa»
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Carl Schmitt, lector de Georges Sorel.
La crítica al parlamentarismo, el mito de la nación y la «mirada rusa»
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Crítica al discurso representativista como desenmascaramiento
de la metafísica.*
Resumen
Los cuestionamientos nietzscheanos al pensamiento metafísico desde el
rechazo a la concepción tradicional del lenguaje, se entienden a partir de la asimilación
*
Este trabajo se inscribe en el Proyecto de Investigación: Retórica, verdad y metáfora en Friedrich
Nietzsche (1869- 1873) radicado en el Centro de Investigación de la Facultad de Ciencias Humanas de la
UCAMI. Así mismo, se vincula con las actividades de investigación y docencia realizadas en el Centro de
Investigación en filosofía política y epistemología (CIFPE) de la UNER.
*
* Licenciado en Filosofía por la Universidad Católica de Santa Fe. Becario doctoral CONICET del
Doctorado en Filosofía de la Universidad Nacional de Córdoba. Profesor Adscripto de la catedra
Problemática Filosófica Contemporánea de la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad
Nacional de Entre Ríos. E-mail: sebajstianbisang@gmail.com.
*
** Licenciado en Filosofía por la UNC. Dr. en Filosofía por la UCSF. Estudios de posgrado en la SEDEN
(Sociedad Española de Estudios Nietzsche). Profesor Adj. ord. de la cátedra Historia de los Sistemas
Filosóficos de la FCED de la UNER. Prof. Titular de la cátedra Filosofía Contemporánea de la UCAMI.
Director del Centro de Investigaciones en Filosofía Política y Epistemología de la UNER. Investigador del
Centro de Investigaciones de la Facultad de Ciencias Humanas de la UCAMI. E-mail
ferjfava@hotmail.com
Crítica al discurso representativista como desenmascaramiento de la metafísica.
Abstract
The Nietzschean questions to metaphysical thought from the rejection of the
traditional conception of language, are understood from the critical assimilation that
Nietzsche makes of thinkers enrolled in the orbit of neo-Kantianism as Schopenhauer,
Hartmann or Lange.
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1. Sebastián Bisang y Fernando Fava
During the years 1865-1872, in a very intuitive way, with formulas inherited from
his admired teacher Schopenhauer, and under the influence of the Wagnerian cultural
project, Nietzsche combines his cultural background with readings of critical thinkers
such as Lange or Hartmann. Rehearsing his own thinking from sketches that are not
without tension and confrontations, as well as great insights. A universe of readings
that a short time later (1873) the young professor from Basel, reoriented from the
tropological aspects of language, from his reception of Die Sprache als Kunst by G.
Gerber.
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Crítica al discurso representativista como desenmascaramiento de la metafísica.
1
Sobre las circunstancias del hallazgo de la obra y las reacciones que le suscita, consultar Curt (1981).
Así como la atmósfera de descubrimiento óptimamente reconstruida por Safranski (2001) y la cálida
biografía de Halévy (1943)
2
Lange, Friedrich Albert, Geschichte des Materialismus und Kritik seiner Bedeutung in der Gegenwart,
Iserlohn, 1866. Nosotros citamos de la Edición en 2 Vol. de la Suhrkamp Verlag, Frankfurt am Main,
1974, con las siglas GdM, seguidas de la indicación de volumen en número romano y de la página
correspondiente en arábigo. Adviértase las primeras referencias a la lectura de esta obra en las cartas
a sus amigos Carl von Gesdorff y Hermann Mushacke (agosto y noviembre de 1866) “La obra filosófica
más importante que ha aparecido en el último decenio, es sin duda, la de Lange, Historia del
materialismo, sobre la que podría escribir un discurso laudatorio de un montón de páginas. Kant,
Schopenhauer y este libro de Lange, no necesito más”. (KSB 2, pp. 159-161 y 184) Siendo en esta
última donde mejor podemos observar la impresión inicial que el libro le causó.
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3
Sobre la relación Lange- Nietzsche seguimos los lineamientos interpretativos establecidos desde el
estudio comparado de los textos que ha realizado Sánchez, S. (1999) el cual asume y a la vez nos
remite a los importantes trabajos de Salaquarda, J. (1979), Campioni, G., ,Venturelli, A. (1992) y Stack,
G. (1983). Así mismo, señalamos el excelente y sintético planteamiento de las diversas líneas de
investigación que el estudio de dicha relación ha realizado Barrios Casares, M. (2002)
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Crítica al discurso representativista como desenmascaramiento de la metafísica.
4
Para un mayor desarrollo de la problemática ver: Gentilli, C. (2010)
5
La relación de Nietzsche con el criticismo kantiano, en primera instancia dependiente de
Schopenhauer, será inmediatamente ampliado al enfoque de Lange permitiéndole el inicio de un
camino propio y auténtico.
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6
Las obras de Nietzsche y los fragmentos póstumos se citan de acuerdo a las siglas y las referencias
utilizadas en los aparatos críticos de la edición eKGW. En esta carta a su amigo Carl von Gersdoff de
fines de agosto de 1866, Nietzsche no sólo concibe como conciliable dichas tesis, sino que incluso
considera que es precisamente Lange quien le ha revelado el verdadero significado que la obra de
Schopenhauer tiene para él en tanto “poema conceptual”. Schopenhauer resiste de este modo las
críticas lógico-teoréticas que, como vemos, Nietzsche es capaz de dirigir en este período tan temprano
de su pensamiento.
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Crítica al discurso representativista como desenmascaramiento de la metafísica.
precisamente a uno de los puntos en el que se funda para Nietzsche el valor edificante
de la filosofía de Schopenhauer (y de toda filosofía) en tanto “poema conceptual de la
especulación”. Denominando de este modo – según lo había establecido Lange – a
aquella empresa que el espíritu mismo acomete cuando pretende una interpretación
del conjunto de la realidad, pero que a su vez no es entendida como una ampliación de
los límites de nuestro conocimiento, sino como creación artística. Es decir, la
construcción de una Weltanschauung, el afianzamiento de un determinado pathos de
lo que no se puede propiamente escribir una crítica.
Cabe admitir, entonces, que estamos en el inicio de un camino que
progresivamente tomará distancia de sus principales referentes y que a su vez refleja
un itinerario de lecturas hasta entonces desconocidas por Nietzsche y que suponen el
contacto con un criticismo metafísico más radical que el estrictamente kantiano, cual
es el caso del que el joven Nietzsche encuentra reflejado en la obra de Lange 7. Lecturas
desde las cuales empezará a problematizar una y otra vez –desde el horizonte de la
intimidad de sus reflexiones– la pretensión de Schopenhauer de hacer asequible, si
bien de un modo del todo distinto al de Kant, la cosa en sí.
El término Wille, con que Schopenhauer pretende haber despejado la
incógnita de la ecuación de Kant, comienza a parecerle una palabra “grosera y
demasiado abarcadora” dada a luz sólo merced a una intuición poética, en tanto que
los intentos de demostraciones lógicas “no pueden satisfacer ni a Schopenahuer ni a
nosotros” (Nietzsche, eKGWB/BVN-1866,517). Todo cuanto Schopenhuer hace valer
como cosa en sí, no es más que una suma de predicados inapropiados para “algo que
es por definición impensable, demasiado determinados y tomados todos de la antítesis
con el mundo de la representación, mientras que entre la cosa en sí y el fenómeno ni
7
Como oportunamente lo señala Sánchez, S. (1999), el influjo de Lange perdura de manera notable y de
diversos modos e importancias en la reflexión nietzscheana. Pues en dicho estímulo el joven Nietzsche
encuentra un acceso privilegiado a las investigaciones científicas de su época, lo que posibilita su
temprana familiaridad con las propuestas de Du Bois Raymond, Helmholtz, Zöllner, Czolbe, Fechner,
Darwin, etc, ideas que tendrán una notable gravitación en la elaboración de su propia filosofía.
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8
La impronta de Lange se hace evidente en estas críticas en las que Nietzsche no hace otra cosa que usar
contra Schopenhauer las mismas observaciones realizadas por Lange en su exposición del sistema de
Kant. En efecto, al ocuparse del agnosticismo kantiano, explicitado en la afirmación de que la cosa en
sí trasciende nuestro conocimiento, Lange (1974) escribe: “La verdadera esencia de las cosas, el
fundamento último de todas las apariencias, no sólo es desconocido para nosotros, sino que incluso su
concepto no es nada más ni nada menos que el último producto de una antítesis determinada por
nuestra organización, y de la cual no sabemos si, ,más allá de nuestra experiencia, conserva algún
significado” (p.499)
En este sentido Safranski (2001) expresa: “A través de Lange conoció Nietzsche la teoría del
conocimiento de Kant, el materialismo antiguo y el moderno, el darvinismo y los rasgos fundamentales
de las modernas ciencias naturales; en consecuencia, agudizó su atención y descubrió algunas
fracturas teóricas en el sistema de Schopenhauer. No se puede, advierte, hacer ninguna afirmación
acerca de la desconocida “cosa en sí”, y ni siguiera se puede decir que todos los predicados del mundo
fenoménico, como el espacio, el tiempo y la causalidad, han de eliminarse de esta “cosa en sí”. Lo
inaccesible al conocimiento no puede interpretarse como imagen negativa de lo cognoscitivo, pues
también con la lógica de la oposición se trasladan falsamente determinaciones del mundo cognoscitivo
a lo indeterminable. La “cosa en sí” ni siquiera puede interpretarse como voluntad, pues eso lleva
consigo una afirmación demasiado determinada sobre la esencia indeterminable del mundo. Ve claro
que la “voluntad” es un poder elemental, e incluso el poder primario de la vida, pero critica el hecho
de que se asigne a la “voluntad” aquel lugar categorial que Kant había dejado libre para la “cosa en
sí´”. (p. 49)
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9
En este sentido véase: Wegener, M. (2005, pp. 202-240) y Göde, G.( 1999)
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Crítica al discurso representativista como desenmascaramiento de la metafísica.
10
Se observa una primera mención de este pensador en la carta a Gersdorff del 4 de agosto de 1869, al
final de la cual recomienda vehementemente la lectura de su obra, “a pesar de la mala fe del autor”.
(Nietzsche, eKGWB/BVN-1869,19) Sobre la influencia de Hartmann en la filosofía de Nietzsche durante
el período de Basilea, véase Gerratana,F.,(1988, pp.391-433). El cual nos conduce a su vez a los
prestigiosos estudios de Claudia Crawford C. (1988) y A. Mittasch A. (1952) en referencia al lenguaje,
los cuales señalan que la idea de Nietzsche en relación al inconsciente procede de Schelling,
Schopenhauer y E. von Hartmann. De este modo, según lo indica Crawford (1988), la Philosophie des
Unbewussten “no solamente proporcionó al joven Nietzsche algunas ideas interesantes sobre el
origen del lenguaje, sino que vino llenar un gran vacío en su pensamiento sobre el lenguaje, un vacío
que había sido abierto , pero no llenado satisfactoriamente, por sus lecturas de Kant y Schopenhauer”.
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inclinación por asimilar los distintos modelos con que la tradición intentó explicarse el
lenguaje, se traduce en un creciente interés por cuestiones como el símbolo, el arte, el
instinto y la música.
Como bien lo podemos ir rastreando en los fragmentos póstumos, muy
tempranamente, en otoño de 1869 y en el marco de sus investigaciones acerca del
drama musical griego, Nietzsche aborda el marco general de la problemática del
lenguaje, desde una previa reflexión acerca de temas como la figura de Sócrates, las
pretensiones de la ciencia, o el papel del inconsciente. Reflexiones todas, que pocos
meses después empezarán a acotar, y a su vez enriquecer, la problemática desde las
ideas ilusorias (Wahn) griegas como medidas necesarias del instinto (Instintikt) y
saludable para la vida.
Desde un pensamiento de marcada perspectiva romántica, Nietzsche plantea
las primeras relaciones entre música y lenguaje desde la función de la palabra dentro
del marco de la ópera. La palabra problematizada desde lo simbólico le permite una
paulatina interiorización de la intuición estética en los griegos, reflexiones expresadas a
partir de 1870 desde recurrentes anotaciones respecto al simbolismo del sonido, la
relación lenguaje-gesto-grito y esencia de las cosas. Así, el lenguaje –la palabra como
“superficie del mar agitado”– se va configurando como el simbolismo infinitamente
imperfecto formado según las leyes de la naturaleza, del instinto (Nietzsche,
eKGWB/NF-1869, 2[6, 2,10, 11, 14, 15, 26]).11
11
Creemos oportuno hacer notar que estas recurrentes anotaciones acerca de la problemática del
conocimiento desde una incipiente preocupación acerca del lenguaje, tienen como marco general las
reflexiones que el joven Nietzsche realiza en referencia al problema de la cultura desde sus aspectos
específicos como por ej. el Estado, la división del trabajo, la educación, la esclavitud, la mujer, el
pesimismo, el idealismo o la religión. Características que denotan un modo de entender la praxis
filosófica, un arte combinatoria de los distintos aspectos de la vida, que nos advierte de la necesidad
de una interpretación histórica-filológica de los textos.
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12
En este sentido se encuentra también menciones explícita en: Niezsche, eKGWB/NF-1869, 3[32],
eKGWB/NF-1870, 5[33,123], 8[78]
13
Este había señalado que una de las diferencias esenciales entre su filosofía y la de Kant se hacía
comprensible a la luz de la distinción entre “conocimiento reflexivo” y “conocimiento intuitivo”:
mientras Kant “parte del conocimiento mediato y reflexivo” -afirma- su método partía del
conocimiento “inmediato, intuitivo”. A tal divergencia en el punto de partida corresponde una
diferencia en la concepción de la filosofía: mientras ésta sería para Kant una “ciencia de conceptos”,
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Crítica al discurso representativista como desenmascaramiento de la metafísica.
representaciones de representaciones.
Schopenhauer, recriminándole a Kant el no haberse ocupado expresamente
de clarificar cuál es la relación de la reflexión con el conocimiento intuitivo, de qué
manera aquella reproduce y representa a éste, se posiciona y distribuye con toda
precisión los papeles que corresponden a la reflexión y a la intuición en el proceso de
conocimiento:
la reflexión no es al conocimiento intuitivo como el reflejo de un objeto en
el agua, sino más bien como la sombra de un cuerpo es a este mismo
cuerpo, del que reproduce solamente el contorno exterior, pero también
unifica lo diverso en la forma y presenta el mayor número de diferencias
en un mismo perfil; de manera que partiendo de ella no se pueden
reconstruir de modo completo y seguro las formas de las cosas
(Schopenhauer, WWV I, SW, I, pp. 611-612)
para Schopenhauer sería una “ciencia en conceptos”, derivada del conocimiento intuitivo.
(Schopenhauer WWV I, SW. I, p.611)
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nada que resida fuera de dicha envoltura no pasaría de ser el contenido en bruto de
actos particulares de conciencia, patrimonio privado sin ningún significado objetivo.
En consecuencia, las representaciones intuitivas, siendo la base del
conocimiento, no rebasan en absoluto el ámbito de la representación, sino que son ya
un grado del mismo. De ahí que Schopenhauer, partiendo de que el mundo de la
experiencia es una manifestación de la cosa en sí, (la Voluntad) lo equiparase a una
vasta criptografía o “escritura secreta” que es menester descifrar, lo que parece
resonar en los términos “símbolo” y “jeroglífico” en el fragmento antes citado de
Nietzsche.
Una idea que el joven Nietzsche sintetiza de un modo más claro y directo en
un extenso fragmento póstumo (primeras semanas de 1871) destinado a la elaboración
de Die Geburt der Tragödie aus dem Geiste der Musik. En él leemos:
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14
En este sentido agrega Vaihinger (1996) “Nietzsche, como Lange, subraya la gran significación de las
“apariencias” en los diferentes campos de la ciencia y la vida, y, lo mismo que él, señala la
fundamental y vastísima función de la “invención” y la “falsificación”, como también la influencia
falsificadora de la “creación” poética, y con ello el valor y justificación del “mito” -no sólo en religión-.
A igual que Lange, mantiene que , frente al mundo del “cambiante” y “evanescente” devenir, se
establece, en interés de la comprensión y la satisfacción estética de la “fantasía”, un mundo del “ser”,
en el que todo aparece “redondo” y completo; que de esta forma surge una antítesis, un “conflicto”
entre “conocimiento” y “arte”, “ciencia” y “sabiduría”, que sólo se resuelve reconociendo que este
mundo “inventado” es un “mito” justificado e “indispensable”; de lo que finalmente se sigue que
“falso” y “verdadero” son conceptos relativos” (p. 44)
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15
En este sentido expresa Vaihinger (1996) “La adhesión intencional a la ilusión, aunque se tenga
consciencia de su naturaleza, es una forma de “mentira en un sentido extramoral”; y “mentir” es
simplemente el estímulo consciente e intencional de la ilusión” (P.46).
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Crítica al discurso representativista como desenmascaramiento de la metafísica.
16
Comenta Nietzsche (eKGWB/GT-7): “En este sentido el hombre dionisíaco se parece a Hamlet: ambos
han visto una vez verdaderamente la esencia de las cosas, ambos han conocido, y sienten náusea de
obrar; puesto que su acción no puede modificar en nada la esencia eterna de las cosas, sienten que es
ridículo o afrentoso el que se les exija volver a ajustar el mundo que se ha salido de quicio. El
conocimiento mata el obrar, para obrar es preciso hallarse envuelto por el velo de la ilusión [...] es el
conocimiento verdadero, es la mirada que ha penetrado en la horrenda verdad lo que pesa más que
todos los motivos que incitan a obrar, tanto en Hamlet como en el hombre dionisíaco. Ahora ningún
consuelo produce ya efecto, el anhelo va más allá de un mundo después de la muerte, incluso más allá
de los dioses, la existencia es negada, junto con su resplandeciente reflejo en los dioses o en un más
allá inmortal. Consciente de la verdad intuida, ahora el hombre ve en todas partes únicamente lo
espantoso o absurdo del ser, ahora comprende el simbolismo del destino de Ofelia, ahora reconoce la
sabiduría de Sileno, dios de los bosques: siente náusea”. Y en otro momento afirma Nietzsche
(eKGWB/GT-16): “Aquí, en este peligro supremo de la voluntad, aproxímase a él el arte, como un
mago que salva y que cura: únicamente él es capaz de retorcer esos pensamientos de náusea sobre lo
espantoso o absurdo de la existencia convirtiéndolos en representaciones con las que se puede vivir”.
17
En este sentido Nietzsche a finales de 1870 ya expresaba (eKGWB/NF-1870, 6[3]): “El genio tiene la
fuerza de colgarse a sus espaldas el mundo con una nueva red de ilusiones. (…) El conocimiento trágico
es, también frente a la esencia de lo Uno primordial, sólo una representación, una imagen, una ilusión.
(…) El genio actúa, por lo general, arrojando una nueva red de ilusiones sobre una masa, dentro de la
cual ella puede vivir.”
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18
En una carta dirigida a su amigo E. Rohde del 15 de febrero de 1870 (eKGWB/BVN-1870, 58) confiesa
sus inquietudes del siguiente modo: “Ahora, dentro de mí, ciencia, arte y filosofía crecen juntos de tal
forma que alguna vez, ciertamente, pariré centauros”
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A modo de síntesis:
Como hemos tratado de explicitar, desde el mismo inicio de sus indagaciones,
Nietzsche comprende el ejercicio filosófico como una tarea de lectura y relectura. De
críticas y autocríticas constantes que lo llevan a indagar en torno a diferentes
propuestas teóricas de su época y a emprender una “investigación genética” de las
aeternae veritates presentadas por la tradición filosófica.
La crítica a la filosofía de Schopenhauer y Kant desde la perspectiva de autores
como Lange o Hartmann, permiten al joven pensador afianzarse en la convicción de
que cualquier crítica a la filosofía, a la cultura en general, debería abandonar toda
valoración supra-histórica y anclarse en el “hilo conductor del cuerpo”, en la historia.
Sus preocupaciones por establecer el trasfondo inconsciente e instintivo de
todo conocimiento, el valor artísitico-illusorio de la verdad, se presentan como la
cartografía de los que inmediatamente después luego de su lectura de Die Sprache als
Kunst de G. Gerber reformulará desde su concepción retórica del lenguaje.
Este entramado de relaciones, tensiones y experimentaciones que Nietzsche
realiza a partir de su universo de lecturas, le permiten ir adquiriendo de manera
paulatina las herramientas para su crítica a lo que él mismo denomina “idealismo
filosófico” o “pensamiento metafísico”. Desenmascarar las ambiciones del optimismo
filosófico que instauró en la cultura occidental una fe desmedida en la razón, la
duplicidad de mundos y la posibilidad de un conocimiento puro y objetivo.
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Crítica al discurso representativista como desenmascaramiento de la metafísica.
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51 Nuevo Itinerario
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Contra el “estado de excepción”: política y derechos humanos
en la teoría de Jacques Rancière.*
Against the “state of exception”: politics and human rights in the theory of
Jacques Rancière
Resumen
Los derechos humanos no constituyeron un objeto del marxismo “clásico”
durante prácticamente más de un siglo, debido a que fueron comprendidos como
derechos formales (burgueses) por estar presos del supuesto carácter abstracto y
limitado de la emancipación política producida a partir de las revoluciones francesa y
americana. Pero a la luz de la crisis que tuvo lugar en la izquierda tradicional hacia la
década del ’70 del siglo pasado, una serie de autores del campo marxista francés
comenzó a repensar el complejo de problemas compuesto por la relación entre
derechos humanos, democracia, ciudadanía y política. Entre ellos se encuentran
Claude Lefort, Étienne Balibar, Alain Badiou, Pierre Rosanvallon y Jacques Rancière.
Concretamente, nuestro trabajo se ocupa de analizar las posiciones de este último a la
luz de la transformación de los derechos humanos en derechos humanitarios, llevada a
*
Este trabajo se propone continuar un intento de problematización de la relación entre política y
derechos humanos, que culminó en la Tesis Doctoral titulada: Marxismo y Derechos humanos: el
planteo clásico y la revisión posmarxista de Claude Lefort (2017), publicada por el Centro de Estudios
Avanzados de la Universidad Nacional de Córdoba.
*
Doctor en Ciencia Política. Docente e Investigador UNC – UNVM. Becario Doctoral y Posdoctoral del
CONICET.
Matías Cristobo
cabo en el contexto del triunfo de las democracias occidentales sobre el bloque del
este. En este renovado interés por los derechos humanos, resulta indispensable partir
del examen de las tesis expuestas por Hannah Arendt en su obra Los orígenes del
totalitarismo. En consecuencia, proponemos analizar, en primer término, la
conceptualización que efectúa Arendt sobre los mencionados derechos para luego dar
paso a la reelaboración efectuada Jacques Rancière, cuyo propósito es la crítica de la
idea muy difundida actualmente de un “estado de excepción”. Como intentaremos
mostrar, lo que en el fondo está en juego es la pregunta por quién es el sujeto de estos
derechos, que no es otra que la pregunta acerca de quién es el sujeto de la política.
Abstract
Human rights were not an object of "classical" Marxism for practically more
than a century, because they were understood as formal (bourgeois) rights because
they were prisoners of the supposed abstract and limited nature of the political
emancipation produced from the French and American revolutions. But in the light of
the crisis that took place in the traditional left towards the 70s of the last century, a
series of authors from the French Marxist camp began to rethink the complex of
problems composed of the relationship between human rights, democracy, citizenship
and politics. Among them are Claude Lefort, Étienne Balibar, Alain Badiou, Pierre
Rosanvallon and Jacques Rancière. Specifically, our work deals with analyzing the
positions of the latter in the light of the transformation of human rights into
humanitarian rights, carried out in the context of the triumph of Western democracies
over the Eastern bloc. In this renewed interest in human rights, it is essential to begin
by examining the theses put forward by Hannah Arendt in her work The Origins of
Totalitarianism. Consequently, we propose to analyze, first, Arendt's conceptualization
of the aforementioned rights and then give way to the reworking carried out by
Jacques Rancière, whose purpose is to criticize the currently widespread idea of a
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Contra el “estado de excepción”: política y derechos humanos en la teoría de Jacques
Rancière.
“state of exception”. As we will try to show, what is ultimately at stake is the question
of who is the subject of these rights, which is none other than the question of who is
the subject of politics.
I. Introducción
1
A este respecto, véase el trabajo de Oliver Marchart titulado El pensamiento político posfundacional.
La diferencia política en Nancy, Lefort, Badiou y Laclau (2009).
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2
La distinción entre “derechos del hombre” y “derechos del ciudadano” es decisiva tanto en las teorías
de Marx y Arendt como en su discusión contemporánea. Esta diferencia debe su origen, claro está, a la
Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano sancionada por la Revolución Francesa.
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Contra el “estado de excepción”: política y derechos humanos en la teoría de Jacques
Rancière.
encuentra en una concepción distinta de la política que admita que los límites entre lo
público y lo privado son un terreno de disputa. Así, podremos rehabilitar la pregunta
por el sujeto de los derechos del hombre que es también el sujeto de la política. En
efecto, la diferencia entre hombre y ciudadano podría ser captada como la brecha en
la que se produce la subjetivación política. Esta diferencia, comprendida como el
espacio vacío en el cual se tiene y no se tiene derechos, permite que los sujetos
políticos “verifiquen” si efectivamente tienen los derechos que se les dice tener.
Puesto de otro modo, el espacio vacío entre la tenencia y la carencia de derechos no
permanecerá simplemente vacío, debe llenarse de contenido, precisamente este
movimiento es el que le brindará su razón de ser. Comencemos, pues, por determinar
el punto de partida que nos propone Arendt.
II. El carácter paradojal de los derechos del hombre y del ciudadano según Hannah
Arendt
3
Sugerimos ver la estupenda lectura que Étienne Balibar ha realizado sobre este texto en su artículo “La
impolítica de los derechos humanos. Arendt, el «derecho a tener derechos» y la desobediencia cívica”
(2007).
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Rancière.
(…) solo los nacionales podían ser ciudadanos, que solo las personas del mismo origen
nacional podían disfrutar de la completa protección de las instituciones legales, que
las personas de nacionalidad diferente necesitaban de una ley de excepción hasta, o a
menos que, fueran completamente asimiladas y divorciadas de su origen (Arendt,
1998, p. 231).
La convicción de que esto era efectivamente así podía deberse a los principios de la
Revolución Francesa, por el hecho de conjugar en la misma fórmula la Declaración de
los Derechos del Hombre y del Ciudadano con la idea de la soberanía nacional.
Esencialmente, lo que interesa a Arendt es poner de relieve la subordinación del
Estado y de la ley a la nación, a los intereses nacionales. Como efecto, el creciente
número de apátridas, es decir, de personas que se encontraban fuera de cualquier
marco legal, significaba no solo el deterioro del modo de existencia de grandes masas
de hombres y mujeres, sino el derrumbe del mismo principio del Estado-Nación. Esto
se debe a que la diferenciación en varios tipos de leyes -que consagraban derechos
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“completos” para algunos, solamente civiles para otros y de ningún tipo para grandes
grupos- presentaba el riesgo de disolver el fundamento del principio básico de la
igualdad de los seres humanos inherente al Estado-Nación. Sin embargo, la recaída en
el reino de los privilegios y las distinciones sociales ya no representaba un retorno a la
“premodernidad”, sino el aumento de la dominación arbitraria sobre las personas, con
el agravante de una ahora imaginable privación de su status legal, potencialmente
aplicable a todos los ciudadanos.
Según lo muestra el análisis de Arendt, es necesario remontarse hasta los
orígenes de los derechos humanos para comprender su significación -o la falta de ella-
en la actualidad. Su sanción durante la Revolución Francesa marcó una fractura en la
historia, porque ya no debíamos buscar la fuente de la ley en Dios, en la tradición o en
el territorio de nacimiento, sino en el hombre4 mismo. En una clara referencia a Kant,
Arendt sostiene que en la Declaración se conjuga la emancipación del hombre de toda
tutela y el advenimiento de su “mayoría de edad”. No obstante, aunque esto no deja
de ser cierto, Arendt encuentra otra significación a su proclamación, y tiene que ver
con algo esencial: la necesidad de su reconocimiento por un pueblo soberano. En otras
palabras, una vez deshechos el lazo religioso, el orden estamental y el origen territorial
con respecto a la fuente del derecho, los derechos humanos no pueden obtener su
legitimidad y su protección si no es apelando a otra instancia, y así es como Arendt
detecta uno de los problemas definitorios del siglo XX:
4
Siempre que nos sea posible, utilizaremos la expresión “seres humanos” para referirnos a la totalidad
de los individuos y no solo al particular “hombre”. No obstante, mantendremos dicho particular cuando
sea necesario para referirnos a la dualidad o diferencia entre “hombre” y “ciudadano”, debido a que
esta distinción -y la larga serie de discusiones a las que ha dado lugar- proviene de los términos fijados
por la Declaración de Derechos Francesa.
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Contra el “estado de excepción”: política y derechos humanos en la teoría de Jacques
Rancière.
A partir de aquí, pero más allá de la conciencia de quienes proclamaron los derechos
del hombre, estos quedaron ligados de manera orgánica con la cuestión de la
soberanía nacional. La gran paradoja de los derechos humanos, sobre la cual Arendt
volverá una y otra vez, es que, por una parte, ellos encuentran su fundamento en la
misma naturaleza humana, siendo por tanto independientes de cualquier orden social.
Mientras que, por otra parte, si alguna comunidad no gozaba de ellos era debido a su
“atraso” con respecto a los países “civilizados” o a su posición subordinada como
pueblo, con lo cual la comunidad política se volvía su garantía. Es precisamente esta
ligazón la que viene a poner al descubierto el fenómeno de los apátridas. Solo cuando
los refugiados carecieron de la protección de sus derechos humanos, tanto de sus
gobiernos anteriores como de los países a los cuales habían tenido que emigrar, se
reveló su carácter consustancial.
La ruptura de la alianza entre la pertenencia a una comunidad política y el
disfrute de derechos civiles le permite a Arendt sostener una afirmación categórica
que vertebra toda su argumentación: los derechos del ciudadano no estarían
montados sobre unos derechos humanos inalienables, válidos para todo tiempo y
lugar. Todo lo contrario: solo la existencia de una comunidad política es la que brinda
derechos ciudadanos sobre los cuales se asientan los derechos humanos.
Consecuentemente, el problema se ve radicalmente redefinido porque ya no está en
juego la validez del derecho, ni tampoco la igualdad de todos ante la ley.
Lo que tenemos ante nuestra vista es una gran masa de hombres y mujeres
que, al haber sido expulsados de toda comunidad política, se encuentran al margen del
derecho, de la misma manera en que no existe ley para ellos. Y es esta marginación de
la comunidad política la que abre el paso al exterminio llevado a cabo por los
regímenes totalitarios. Dicho de otro modo, su aniquilamiento tuvo como precondición
la declaración de su “ilegalidad”, lo que significa, ni más ni menos, su exclusión del
resto de la humanidad. La separación del individuo de su comunidad es la verdadera
tragedia que denuncia Arendt, porque este vínculo es el que propiamente define “lo
humano”. Los apátridas:
Se hallan privados, no del derecho a la libertad, sino del derecho a la acción; no del
derecho a pensar lo que les plazca, sino del derecho a la opinión. Los privilegios en
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La célebre fórmula del “derecho a tener derechos” emerge como el doble poder de la
palabra y de la acción que produce efectos al nivel de la vida de la comunidad. Pero
este derecho primero es el que precisamente es arrebatado a los excluidos de la
humanidad como tal. Por ello, Arendt insiste en que el problema no es el de la pérdida
de la libertad -que puede perfectamente ocurrir- sino la naturalización de la idea de
que algunos seres humanos ni siquiera estén en condiciones de luchar por su libertad.
La razón de tal pérdida obedece, según nuestra autora, a la propia concepción
subyacente a las declaraciones de derechos relativa a la “naturaleza humana”. Porque,
en efecto, los derechos se hacen derivar de la propia naturaleza del individuo; este los
llevaría consigo desde su nacimiento independientemente de la comunidad humana a
la cual pertenece.
El motivo es evidente: la lucha de la modernidad contra los privilegios que la
historia dispuso sobre los seres humanos. Arendt sostiene que la naturaleza desplazó a
la historia y, por tanto, los derechos naturales a los derechos históricos. Pero por
medio de una doble vía ya no puede sostenerse la creencia en una tal “naturaleza
humana”. En primer lugar porque si, entre otras cosas, algo nos enseñan los
totalitarismos del siglo XX es a desconfiar de ella. Del mismo modo en que la propia
variabilidad histórica que registra la supuesta naturaleza humana, su constante
redefinición, impide su fijación en cualquier “esencia” invariante. En segundo lugar, la
misma idea de naturaleza se ha vuelto problemática porque la posibilidad de su
conocimiento y control nos ha mostrado que no existe tal cosa como unas “leyes
naturales” inmodificables.
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Rancière.
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III. ¿Cómo alterar este punto de partida? La propuesta “política” de Jaques Rancière
Para empezar, aquí, transformemos la tesis anterior de Arendt en una pregunta: ¿si un
grupo de seres humanos vive al margen de la ley realmente pierde su carácter de seres
iguales? La respuesta de Rancière será un no categórico. Pero no porque estén
ausentes las condiciones desigualitarias, ello sería imposible de negar a la luz de
múltiples fenómenos contemporáneos, sino porque la desigualdad se recortará
siempre contra el fondo de una igualdad primera. Ni más ni menos, la relación
constitutiva de la igualdad con la desigualdad formará el corazón de la democracia, en
tanto ninguna de las dos puede acabar definitivamente con la otra y en la misma
medida en que ambas se necesitan mutuamente para existir. Desde luego, deberemos
mostrar ahora cómo se produce esta singular y conflictiva unidad, debido a que ella
contiene la clave que nos permitirá comprender en todo su sentido la discusión sobre
los derechos humanos.
En principio, la teoría política de Rancière no localiza -como sí lo hace una de
sus fundamentales predecesoras, la de Claude Lefort5- el comienzo de los efectos
disruptivos de la lógica democrática sobre la sociedad en la fractura atribuida a la
modernidad a través de sus célebres declaraciones de derechos, sino en los orígenes
mismos del pensamiento occidental. En efecto, la indeterminación que introduce la
democracia, en este caso, no se vincula con la disolución del doble carácter que poseía
el cuerpo del rey6 como representante de lo supraterrenal en lo terrenal y mediación
entre ambos órdenes; más bien tiene que ver con el doble carácter del pueblo en el
sentido de un sujeto que está y no está presente. Es necesario partir del hecho de que
la idea de democracia que nos propone Rancière se erige contra las teorías
contemporáneas del “consenso”, que postulan una situación de acuerdo previo en la
5
Es necesario señalar que el ensayo de Lefort titulado “Derechos del hombre y política” (1980) [1990]
representa un hito insoslayable en la reapertura de la discusión sobre los derechos humanos en el
campo de la izquierda. Véase, también, su trabajo “Derechos humanos y Estado de Bienestar” (1984)
[2004]. Para aproximarse al vínculo entre democracia y derechos humanos desde su perspectiva puede
consultarse nuestro trabajo “Claude Lefort: los derechos humanos como el fundamento del orden
democrático” (2011).
6
Nos referimos, aquí, a la interpretación que realiza Lefort sobre la conocida obra Los dos cuerpos del
rey, de Ernst Kantorowicz.
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Rancière.
que tanto los interlocutores del diálogo como los objetos en torno a los cuales se
discute aparecen de un modo autoevidente. Precisamente, el “desacuerdo” se refiere
a la calidad misma de quien puede ser percibido como un interlocutor válido y a la
existencia o inexistencia de ese objeto puesto en discusión. Como ya hemos deslizado,
la lógica del desacuerdo supone la institución de la comunidad a través de una unidad
conflictiva entre la igualdad y la desigualdad.
En su reinterpretación del pensamiento político aristotélico, Rancière insiste
sobre la caracterización del ser humano como un “animal político” que se diferencia de
los demás animales por su capacidad de emplear la palabra. La palabra es el medio
que permite a los seres humanos discernir entre lo bueno y lo malo, lo justo y lo
injusto, mientras que la voz es el recurso con el que cuentan el resto de los animales
para indicar sufrimiento o placer. Esta facultad de discernimiento acerca de la justicia
es la que funda la comunidad política. Dejemos asentado, en primer lugar, que esta
misma división entre animales dotados de logos y animales que solo poseen phoné se
duplicará al interior de la propia “animalidad humana”, y describirá ya un cierto
“reparto de lo sensible”7 -volveremos sobre ello-. Pero lo determinante aquí es
establecer el contenido de la idea de justicia que origina la política. Según Rancière, la
justicia no tiene que ver con la armonización del conjunto de los intereses opuestos de
los individuos (como querría la perspectiva liberal-consensualista de lo social), sino con
cómo se distribuye lo común, con los criterios según los cuales cada parte de la
sociedad toma lo que le corresponde.
El juego de “suma y resta”, vale decir, la equivalencia de los intercambios
propia del mundo mercantil no termina de conformar la idea de justicia, ni por tanto la
del “bien común”, por ello resulta vital hallar una igualdad de un tipo superior. Frente
a la ecuación aritmética reinante en el comercio y en el derecho nace la necesidad de
una proporción geométrica, basada en la virtud, que regule la parte de lo común que
retirará cada parte de la sociedad. Rancière entenderá el derecho de cada parte a
adueñarse de una porción de lo común bajo la forma de “título de comunidad”. Y, de
acuerdo con la conocida clasificación aristotélica, existen tres títulos: “(…) la riqueza de
7
Cfr. el trabajo de Rancière que lleva este título (ver bibliografía al final).
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los pocos (los oligoi); la virtud o la excelencia (areté) que da su nombre a los mejores
(aristoi); y la libertad (la eleutheria) que pertenece al pueblo (demos)” (Rancière, 2007,
p. 19). Tomados por separado, cada uno de ellos se identifica con un régimen
específico de gobierno: la oligarquía, la aristocracia y la democracia. Pero la reunión de
los tres será la que consiga alcanzar el “bien común”.
El problema capital de esta construcción va a estar dado en lo que cada uno de
ellos presta específicamente a la comunidad. Porque la riqueza de “los pocos” -antes
que nada- y luego la virtud de “los mejores” son títulos “propios”, que definen más o
menos claramente su aporte exclusivo a la comunidad. Sin embargo, la libertad, que es
lo que aporta la mayoría de los individuos del pueblo a la comunidad es algo impropio,
debido a que pertenece a todos los que la conforman. La libertad del demos se
presenta, en consecuencia, como algo que es, a la vez, propiedad -impropia- de una
parte y del todo. El pueblo detenta una doble condición, ya que de un lado designa la
parte de la comunidad que no tiene parte (ni riqueza ni virtud) y, de otro, la totalidad
de la comunidad, una comunidad de iguales en lo que concierne a su libertad
originaria. Según nuestro autor, esta incongruencia es la que provoca un cortocircuito
en el paso desde la igualdad aritmética hacia la igualdad geométrica, puesto que el
conteo de las partes se muestra defectuoso. De este modo, lo que aporta el pueblo a la
comunidad es el título de un litigio, primeramente en el sentido de que aporta algo
que no le es propio, sino común.
En segundo lugar, pero a causa de lo anterior, porque instituye un “común
litigioso”, pues el todo de la comunidad se identifica con su parte excluida: “pueblo” es
tanto el conjunto de los individuos como la parte que no tiene parte, los pobres que
intentan ser dominados por los ricos. La desigualdad presupone, consecuentemente,
siempre una igualdad primera, se recorta contra su fondo, y es esta unidad la que
funda no solo un orden determinado sino la existencia misma de la política. Lo común
litigioso constituye, en suma, el modo de institución política. Pues, sin este espacio
común que comprende las relaciones entre los seres humanos solo nos
encontraríamos con los absolutos de la dominación (en el caso de imponerse los ricos)
o la revuelta (en el caso de una rebelión de los pobres). Para decirlo todo, la política
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social del logos. La tarea de la política consiste, vistas así las cosas, en redistribuir la
distribución previa, en alterar el “reparto de lo sensible” modificando el régimen de
visibilidad que regula lo visible y lo invisible, los sujetos participantes y los objetos
disputados, los tiempos, lugares e identidades. Cuando la política trastoca este orden
emerge, puede decirse, el “segundo momento” de la estética que tiene que ver con el
establecimiento de “escenas de disenso” (Rancière, 2006, p. 3). En menos palabras, el
segundo momento de la estética consiste en la escenificación del conflicto8.
Pues bien, si hasta aquí pretendimos aproximarnos a la idea de justicia que
origina la política y su condición inevitablemente litigiosa; si intentamos precisar cómo
se lleva a cabo el “reparto de lo común” teniendo en cuenta la conformación del
“pueblo” y el carácter inerradicable de la división social, es tiempo ahora de analizar en
qué consiste la mencionada escenificación del conflicto. Porque, para comprender en
toda su dimensión el trasfondo de la discusión sobre los derechos humanos que nos
propone Rancière, no basta con disponer de una serie de nociones explicativas, sino
que se trata de observar cómo la política es producida. En otros términos, la pregunta
que debe hacerse es cuándo hay política, y no la mera “policía”, la administración -más
o menos satisfactoria- de lo simplemente existente.
Para ello es necesario detenerse en la inversión del punto de partida que
propone Rancière en cuanto a las “tareas de la crítica”. De hecho, según su
perspectiva, la ciencia social crítica se ha debatido tautológicamente desde el siglo XIX
en confirmar una y otra vez que debajo de los supuestos formales de la igualdad
gobierna la realidad concreta de la desigualdad. Frente a esta disposición, escribe
Rancière, “(…) parece interesante sacar a la luz esas prácticas que se han asignado,
precisamente, la tarea inversa” (2017b, p. 68). La cita anterior, grosso modo, condensa
en gran parte su completo programa intelectual debido, en buena medida, a que
aquella escenificación del conflicto consiste en poner de manifiesto los procesos a
través de los cuales se verifica la igualdad primera de los seres humanos. Estos
procesos, de cierta manera, contienen una impugnación del modelo clásico de la
“crítica de las ideologías” de raíz marxista, al menos en dos sentidos: por una parte,
8
La estética también remite a la capacidad poética del ser humano, en el sentido de la creación de
palabras, porque en el fondo de la comunidad está siempre presente el logos y no solo la phoné.
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porque no son llevados a cabo por el crítico social “profesional” -por así decirlo-, sino
por los mismos que sufren la situación de injusticia (llámense trabajadores, minorías,
inmigrantes, etc.). Y, por otra parte y más importante, porque aquí la estrategia no
consiste en oponer la “forma” a la “realidad”, lo abstracto de la norma a su concreta
inoperancia o el universal a un particular que lo desmiente.
Por el contrario, y en ello reside la inversión del punto de vista, se trata de
“tomar en serio” la frase que fija la igualdad (para nuestro caso, veremos, una
declaración de derechos) y, a partir de allí, ponerla en relación con la desigualdad.
Visto de otro modo, donde la crítica social constata un espacio vacío entre la palabra
hueca y el hecho desnudo, la actividad política de “los que no tienen parte” construye
un lugar polémico que pone a prueba la consistencia de aquella frase:
La frase igualitaria no es simplemente una pura nada. Una frase posee el poder que se
le confiere. Ese poder es antes que nada el poder de crear un lugar en el que la
igualdad pueda reclamarse de ella misma: en alguna parte hay igualdad; está dicho,
está escrito. Y por lo tanto puede ser verificado. Quien se asigna como tarea el
verificar esa igualdad puede fundar, a partir de allí, una práctica” (2007b, p. 71, las
cursivas son nuestras).
Pero, entonces, la democracia supone un espacio común y un sentido común que nada
tienen que ver con la ambición consensualista que pretende armonizar los intereses
preestablecidos de las diversas partes, sino con la estructuración de esto “común” en
torno al litigio, a la polémica. Lo común se conforma antes por la recíproca
contaminación de lo igual con lo desigual, de la unidad con la división, que por la
pretensión de reunir lo que ha sido desgarrado. La idea de un “reparto de lo sensible”
conjuga ambas implicancias: la “parte” pertenece al todo, participa de lo común, pero
este todo está, precisamente, partido. Desde un punto de vista paradójico, diremos
que una sociedad toma consciencia de su unidad solamente cuando experimenta su
división originaria.
De modo tal que la igualdad no proyectaría tanto una comunidad por alcanzar
sino, ante todo, remitiría a su proceso de constante creación. La igualdad, en suma,
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define el trabajo que se lleva a cabo para ponerla a prueba. Y de este modo vamos
aproximándonos a nuestro interés, puesto que la igualdad, bajo el título de una
presuposición originaria que frecuentemente resulta olvidada, figura como inscripción
que necesita ser verificada. Es decir, no solo funciona como telón de fondo de la
desigualdad, también orienta una tarea siempre renovada. Citemos un fragmento de
Rancière escrito varios años antes del texto que nos ocupará en lo que sigue:
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Rancière.
9
Para una crítica renovada desde el marxismo a los derechos humanos, consúltese nuestro trabajo “La
crítica de Marx a los derechos humanos desde el pensamiento de lo político” (2014). (Ver bibliografía al
final).
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10
Notemos, de paso -y nos gustaría poder extraer todas sus implicancias-, la llamativa coincidencia
temporal entre dos de los resultados fundantes que arrojó el acontecimiento de la Revolución Francesa.
Nos referimos, desde luego, a la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, para Rancière,
y al “estado de excepción”, para Agamben. Estaríamos tentados de arriesgar, aunque desde una
polaridad que no es tal, que si en aquel acontecimiento Rancière registra la inscripción igualitaria de la
democracia moderna, Agamben, por el contrario, establece la declinación de la democracia republicana
a manos del control estatal, mediante el incremento del poder del ejecutivo.
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allí- en los regímenes totalitarios del siglo XX. El elemento más perturbador en el
análisis de Agamben tiene que ver con que la creciente aplicación del estado de
excepción se produjo hacia el interior de los órdenes democráticos, con lo cual la
democracia, por exclusivo mérito propio, potencialmente puede conducir hacia una
forma de gobierno que opera fuera del marco del derecho y de los derechos.
Pero es contra este tipo de interpretaciones que protesta Rancière, puesto que
a partir de la tesis según la cual la tragedia de los apátridas no consiste en no ser
iguales ante la ley, sino en estar fuera del alcance de la ley; así como tampoco radica
en ser oprimidos sino en que nadie desee oprimirles, puede constatarse una
despolitización del problema. De hecho, es debido a la conformación de un cierto
estado que se encontraría “más allá de la opresión” que toda distinción entre ley e
ilegalidad, hecho y derecho, cae fuera de la discusión política, “(…) en una esfera
antropológica de sacralidad situada fuera del alcance del disenso político” (Rancière,
2010, p. 11).
La ironía de Arendt consiste precisamente en que, en su intento por devolverle
toda su vitalidad a la esfera política, habría provisto un “marco teórico” al
pensamiento contemporáneo que culminó en la despolitización de la discusión sobre
los derechos humanos. En esta última afirmación se concentra todo el argumento de
Rancière, ahora debemos ver más en detalle por qué esto es así. Dentro del marco de
la polémica que Rancière emprende contra Agamben, limitémonos a señalar que la
idea del estado de excepción sería presuntamente extendida por el filósofo italiano a
la relación de poder instituida entre el Estado y el individuo como tal. Es decir, ya sea
que vivamos en un régimen democrático o en uno totalitario, todos nos encontramos
potencialmente bajo un poder omnímodo capaz de decidir sobre nuestra vida y
nuestra muerte. Si esto es cierto, nuestra sujeción parece más bien el efecto de un
destino ontológico o antropológico antes que el producto de una determinada relación
política.
Rancière propone, por el contrario, desplazar el problema situándonos en una
comprensión diferente del sujeto de los derechos humanos a partir de una concepción
alternativa de la política. Comencemos por mostrar, en primer lugar, la enunciación del
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dilema al que nos enfrenta Arendt. Primera reducción: si los derechos del hombre
soportan a los derechos del ciudadano no significan nada, puesto que los derechos del
hombre, como hemos tenido oportunidad de ver, son los derechos del hombre que
está fuera de la política, que carece del fundamental “derecho a tener derechos”.
Segunda reducción: si, a la inversa, los derechos del hombre se asientan sobre los
derechos del ciudadano, es decir, sobre una comunidad política que les confiere dichos
derechos, nos enfrentamos a una tautología. Pues, evidentemente, son los derechos
de aquellos que tienen derechos. ¿Cuál es la salida? Parece tener la forma de una
doble impugnación:
Ya sean los derechos de aquellos que no tienen derechos o los derechos de aquellos
que tienen derechos. Ya sea una construcción vacía o una tautología, y, en ambos
casos, un truco engañoso, tal es la traba que ella construye. Funciona solo a costa de
soslayar qué evitaría el dilema. Hay, en efecto, un tercer supuesto, que pondré del
siguiente modo: los Derechos del Hombre son los derechos de aquellos que no tienen
los derechos que tienen y que tienen los derechos que no tienen (Rancière, 2010, p.
13).
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V. Conclusión
11
Quien, a nuestro juicio, ha permitido extraer buena parte de las consecuencias del llamado “giro
ético” del pensamiento contemporáneo ha sido Alain Badiou. Véase su trabajo La Ética. Ensayo sobre la
conciencia del mal (2004a) y dos breves artículos: “La idea de justicia” (2004b) y “La ética y la cuestión
de los derechos humanos” (2000).
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libertad más allá del reino de la necesidad, lo cual fijaría a la política en un lugar
determinado y no la comprendería como un proceso. De ahí que los derechos
humanos no posean ningún fundamento, ni la historia ni la naturaleza humana, pero
tampoco, y más importante, no broten de una comunidad autotransparente, sino que
nacen de su carácter litigioso, de la imposibilidad de desligar a la policía de la política.
El sujeto que está destinado a encarnar esta no coincidencia constitutiva es el
demos, quien registra la unidad a través de la división pero, por ello mismo, lo hace en
torno a un lugar vacío. En el caso de los derechos, puntualmente, es este vacío el que
abre la posibilidad de un “intervalo” para la subjetivación política, permitiendo el juego
entre aquello que “es” y aquello que “no es”. Curiosamente, aunque de modos
disímiles, tanto la valoración de Arendt como la figura del “estado de excepción” en
Agamben señalan un vacío. El problema es cómo comprenderlo. En Arendt, como
señalamos, resulta en una nada o en una tautología. Pero en Agamben es el propio
derecho el que se organiza en torno a esta nada, al espacio anómico de su suspensión.
El “estado de excepción”, si ya está siempre ahí, escaparía a la posibilidad del disenso
político porque, según Rancière, se parece más a un destino ontológico que a una
relación producida históricamente e históricamente variable. Lo que en el fondo
intenta advertirnos Rancière es la peligrosa solidaridad entre las teorías que señalan la
reducción de la actividad humana a una nada y quienes, efectivamente, hacen todo lo
posible por reducirla a esta nada.
Sin embargo, a la luz del momento presente, habría que sostener la fuerza
contraria de las dos posiciones: una anuncia la pesadilla inminente, el control de la
política mediante el estado de excepción; la otra sostiene por qué no podría volverse
realidad, siempre y cuando el demos se redescubra como el sujeto de la política y no la
deje confinarse en el Estado.
77 Nuevo Itinerario
Nº 16 (2). Noviembre 2020. ISSN 1850-3578
Contra el “estado de excepción”: política y derechos humanos en la teoría de Jacques
Rancière.
VI. Bibliografía
Nuevo Itinerario 78
Nº 16 (2). Noviembre 2020. ISSN 1850-3578
Matías Cristobo
79 Nuevo Itinerario
Nº 16 (2). Noviembre 2020. ISSN 1850-3578
La esencia de la fe según Lutero II: contribuciones a la lectura
feuerbachiana.*
Resumen
El objeto de este artículo es el de explicitar la identidad de fondo en el
tratamiento del vínculo entre fe y amor en la filosofía de Ludwig Feuerbach. Para ello
exponemos en un primer momento de análisis, que corresponde a La esencia del
cristianismo (1841): la contradicción entre fe y amor, conjuntamente con otro modo
de entender el vínculo en el mismo escrito en el abordaje de la temporalidad de la
conciencia del creyente que toma cuerpo en la “trinidad” de fe, amor y esperanza. A
continuación retomamos el vínculo objeto del análisis en La esencia de la fe según
Lutero (1844): en este texto asigna la contradicción a la contraposición entre amor y fe
inhumana, continuando la línea de articulación en el seno de la conciencia entre amor
y fe humana. Esta lectura da lugar a una reconsideración positiva del egoísmo desde
*
Este trabajo se inscribe en el Programa de Investigación en Filosofía pos-Hegeliana, perteneciente al
Instituto de Ciencias de la Universidad Nacional General Sarmiento (UNGS). El autor es parte integrante
del equipo de investigación.
*
Profesor y licenciado en filosofía por la Universidad de Buenos Aires (UBA), doctorando en la misma
casa de estudio. Integrante del equipo de investigación del Programa de Investigación en Filosofía pos-
hegeliana del Instituto de Ciencias de la Universidad Nacional General Sarmiento (UNGS) y del Grupo de
Pesquisas Ludwig Feuerbach e Pensamento pós-Hegeliano (GPELF), de la Universidad Estatal Vale do
Acaraú (UVA), Brasil.
Maximiliano Dacuy
bases luteranas y, a su vez, fundamenta a la naturaleza a partir del hombre pero desde
una perspectiva cristiana: esta opción no está presente en los escritos anteriores. De
modo que se superaría aquí la contraposición entre fe y amor, postulando la religión
como vínculo de la esencia consigo misma en el despliegue del Dios “para nosotros”
(Deus pro nobis).
Abstract
The purpose of this article is to make explicit the underlying identity in the
treatment of the link between faith and love in the philosophy of Ludwig Feuerbach.
To do this we expose in a first moment of analysis, which corresponds to The Essence
of Christianity (1841): the contradiction between faith and love, together with another
way of understanding the link in the same writing in the approach of the temporality of
the conscience of the believer who takes shape in the "trinity" of faith, love and hope.
Below we return to the link that is the object of analysis in The Essence of Faith
According to Luther (1844): in this text, he assigns the contradiction to the contrast
between love and inhuman faith, continuing the line of articulation within
consciousness between love and faith human. This reading gives rise to a positive
reconsideration of selfishness from Lutheran bases and, in turn, establishes nature
from man but from a Christian perspective: this option is not present in previous
writings. Thus, the contrast between faith and love would be overcome here,
postulating religion as the link of the essence with itself in the unfolding of God "for
us" (Deus pro nobis).
81 Nuevo Itinerario
Nº 16 (2). Noviembre 2020. ISSN 1850-3578
La esencia de la fe según Lutero II: contribuciones a la lectura feuerbachiana.
1
Si bien en la década del 30´ Lutero tiene un lugar en el pensamiento feuerbachiano es recién a partir
de 1842 cuando comienza un estudio a conciencia del Reformador. Véase el Estudio Preliminar de
Arroyo Arrayás en Feuerbach L. (1993). Escritos en torno a La esencia del cristianismo. (M. Arroyo
Arrayás, Trad.). Madrid: Editorial Tecnos. p. XV. “A partir del año 1842 se produjo la transformación más
notable en la interpretación que el filósofo hizo de la obra del Reformador. Hasta ahora podría decirse
que el interés de Feuerbach por Lutero fue puramente externo, en el sentido de que acude a él sólo de
manera circunstancial en el marco de estudios más amplios, de los que otros pensadores eran los
verdaderos protagonistas. A partir del redescubrimiento de Lutero su interés por él se hace interno, en
el sentido de que en su obra pretende Feuerbach haber descubierto la verdadera esencia del
cristianismo. Por eso el Reformador será para él un aliado en su tarea de desvelar la esencia oculta del
cristianismo, es decir, su esencia antropológica”. (El subrayado es del autor). Destacamos al final de la
década del 30’ la contraposición que el filósofo de Bruckberg realiza entre el filósofo y el teólogo, que
son representados por Pierre Bayle y Martín Lutero, en su “Pierre Bayle. Contribución a una historia de
la filosofía y de la humanidad” (Pierre Bayle. Ein Beitrag zur Geschichte der Philosophie und Menschheit)
(1838). Allí, como señala Glasse, este último personifica el ataque de la fe a la razón, distinguiéndose de
los teólogos católicos que oponen la gracia a la naturaleza. Véase Glasse, J. (1972). “What did Feuerbach
concern himself with Luther?” En Revue Internationale de Philosophie. Vol. 26, N° 101 (3). pp. 366 y ss.,
asimismo para la recepción del Reformador por el filósofo de Bruckberg en el periodo 1838 - 1844.
2
Ibídem, pp. XVI y XVIII. “Para legitimar sus afirmaciones [de La esencia del cristianismo] Feuerbach
ofrece el testimonio de un abundante aparato teológico, casi todo él católico. La presencia protestante
es, por el contrario, muy escasa: diez citas de Lutero y pocas otras de Melanchton, de Calvino y de
algunas obras piadosas”. Y, más adelante, en nota al pie: “Por lo que a Lutero respecta, los cambios más
importantes consisten en la gran ampliación de citas del Reformador (alrededor de 159, frente a 10 de la
primera edición) y el último capítulo añadido al “Apéndice”, en el que Feuerbach deduce su doctrina de
la “verdad del protestantismo”. Él estaba convencido de que este nuevo material aportaba a su obra
una gran objetividad y de que, frente a las críticas de los teólogos protestantes, sus citas de Lutero eran
argumentos “absolutamente decisivos e irrefutables””. Cf. Arvon, para quien la decisión de contar con
Lutero para su interpretación del cristianismo descansa no en el aspecto circunstancial de dar respuesta
a la crítica sobre el escrito, sino a cuestiones estrictamente metodológicas, como un intento de
superación de la limitación que encuentra el racionalismo ilustrado en su lectura del texto religioso. El
problema de esta perspectiva es que no puede explicar la diferencia en el aparato de notas sobre Lutero
en la segunda edición respecto a la primera. Aunque es verdad que ambas lecturas no son excluyentes, y
bien pueden haber confluido en la intención del autor al momento de trabajar sobre la segunda edición.
Véase Arvon: “Como todos los filósofos alemanes que lo han precedido desde Kant, Feuerbach opera
sobre la teología protestante. “Gran amigo de Dios”, según la definición de su discípulo Gottfried Keller,
es en Lutero en quien cree encontrar su reducto. Él se inserta en la línea de un protestantismo que la
antropología no hace más que acentuar. En Lutero, esta no se realiza aún, es verdad, más que
observando, en su obra, a un cierto respecto. A tomar en consideración las únicas referencias de
Feuerbach, se está tentado a decir que el autor de La esencia del cristianismo creó, no sin algo de
artificio, su propia configuración del pasado. Pero Feuerbach se vuelve hacia Lutero por una larga
tradición teológica que, para resistir a los asaltos racionalistas de la era de las luces, empuja hasta los
límites las virtualidades antropocéntricas del protestantismo. La ruptura que se produce en el siglo XVIII
entre la naturaleza y la gracia en que hasta entonces Cristo había asumido su unión, se traduce en los
teólogos protestantes por un borramiento de la persona de Cristo. La existencia, en lugar de ser
sostenida por la fe en la encarnación, es progresivamente estetizada, moralizada y racionalizada; ella
Nuevo Itinerario 82
Nº 16 (2). Noviembre 2020. ISSN 1850-3578
Maximiliano Dacuy
encuentra su encuadre en una suerte de humanitarismo. Por ser Dios ser relegado a una perfecta
abstracción, el protestantismo rechaza de más en más todo espiritualismo y cae en un realismo
antropológico, sucumbiendo así a la tentación permanente de toda doctrina religiosa que osa unir
directamente al hombre y a Dios”. (Cf. Arvon, H (1957). Ludwig Feuerbach ou la transformation du sacré.
París: Presses Universitaires de France. p. 48). Para una matización sobre el influjo de Lutero en
Feuerbach para la antropologización de la teología, véase Amengual: “Los estudios recientes sobre las
relaciones de Feuerbach con Lutero afirman ciertamente una influencia, pero niegan una derivación
inmediata y directa de la transformación de la teología en antropología, sino más bien que Lutero ayudó
a la superación definitiva del punto de vista idealista y corroboró el principio de la sensibilidad” (cf.
Amengual, G. (1980). Crítica de la religión y antropología en Ludwig Feuerbach. Barcelona: Editorial Laia.
p. 163). Por su parte, Osier entiende que la intención de Lutero de volver al cristianismo primitivo es
determinante para Feuerbach al realizar el pasaje de la teología a la cristología, de Dios al Hombre-Dios:
“para él [Feuerbach] Lutero es significativo porque señala precisamente un retorno revelador hacia el
origen; la Reforma no es otra cosa para esta perspectiva que el redescubrimiento de lo originario,
enmascarado por las escorias de la deducción, sobrecargado por los siglos de teología católica. Es por
esto que la lectura de Lutero más que la de los Evangelios permite dejar al descubierto la esencia
primordial del Cristianismo, es decir, el objeto de la religión, y ello porque toda la obra de Lutero es una
cristología, es decir: una imaginación del Hombre-Dios o del Dios-Hombre” (cf. Osier, J.- P. (1968).
“Préface” a Feuerbach, L. L’essence du Christianisme. Paris: Maspero. p. 35). Por último, Lutero
representa la unidad integral del hombre cristiano, sin negar una y otra realidad; y con ello expresa la
verdadera religión, no contra el hombre sino para él. Véase Martínez Hidalgo: “Las consecuencias de
este estudio profundo de Lutero no tardaron en dejarse notar en la progresiva evolución del
pensamiento filosófico de Feuerbach y en no menos proporción en las deducciones éticas del mismo.
Particularmente cabe destacar su actitud más positiva con respecto a la religión, religión luteranamente
entendida, o sea, rechazadora de la trascendencia monástica. Efectivamente, los Padres de la Iglesia y
los místicos querían ser sólo cristianos. Lutero, en cambio, cristiano y hombre” (Cf. Martínez Hidalgo, F.
(1997). L. A. Feuerbach, filósofo moral. Una ética no-imperativa para el hombre de hoy. Murcia:
Universidad de Murcia. p. 51) Del mismo parecer es Cesa: “Del proto-reformador Feuerbach, a pesar de
su pasado de estudiante en teología, había demostrado siempre un conocimiento más bien modesto; y
si se decide a retomar la obra, al principio de 1842, en la preparación de la segunda edición de La
esencia del cristianismo, fue para responder con sus mismas armas a la crítica de la teología protestante.
Pero en Lutero él descubre un “cristiano” que era también “hombre”, y por un par de años al menos
habló con una simpatía que no había nutrido por cierto para con aquellos teólogos católicos del pasado
de quienes no apreciaba sino la pura coherencia” (Cf. Cesa, C. (1978). Introduzione a Feuerbach. Bari:
Editori Laterza. p. 92).
3
Debemos señalar que hay una referencia explícita a la Reforma en la interpretación que Feuerbach
hace de los “tiempos modernos” (neueren Zeit), a partir de 1843. El materialismo que expone el autor
como característico de la filosofía moderna será deudor de la Reforma, tal como lo expone en
“Principios de la filosofía del futuro” (Grundsätze der Philosophie der Zukunft) (1843): “La misión de los
tiempos modernos fue la realización y la humanización de Dios: la transformación y disolución de la
teología en antropología”; “El modo religioso o práctico de esta humanización fue el protestantismo. El
Dios que es hombre, el Dios humano, es decir, Cristo y sólo él, es el Dios del protestantismo. El
protestantismo ya no se preocupa, como el catolicismo, de lo que Dios es en sí mismo, sino únicamente
de lo que él es para el hombre y por eso ya no tiene tendencia especulativa o contemplativa como el
catolicismo: ya no es teología, esencialmente sólo es Cristología, es decir, antropología religiosa”. (El
subrayado es del autor) (Feuerbach, L. (1969). La filosofía del futuro. Buenos Aires: Ediciones Calden. pp.
56 y 57.). Nótese que ya en este escrito –un año antes de aquel en que analiza la fe en Lutero– nuestro
autor presenta el principio del Deus pro nobis, fundamental en lo que hace a la valoración de la
sensibilidad (Cf. Amengual, G., op. cit., p. 80). Véase también, Martínez Hidalgo: “El origen del
materialismo de Feuerbach no hay que buscarlo en la tradición científico-mecanicista de los iluministas
franceses –particularmente en el Système de la nature de J. Holbach – sino en un acontecimiento
religioso, la reforma protestante que al humanizar el amor divino abrió la posibilidad de un amor
83 Nuevo Itinerario
Nº 16 (2). Noviembre 2020. ISSN 1850-3578
La esencia de la fe según Lutero II: contribuciones a la lectura feuerbachiana.
humano efectivo, patológico, que se enfrenta con os sufrimientos de la humanidad de un modo médico-
científico” (Martínez Hidalgo, op. cit., p. 38).
4
Xhaufflaire, haciendo referencia al influjo de Lutero en este periodo, señala lo siguiente: “Él
[Feuerbach] remarca que el cristianismo de Lutero no se distingue esencialmente del cristianismo
clásico, antiguo: solamente lo vuelve más manifiesto mostrando que el Dios de la fe es esencialmente un
Dios relativo al hombre” (cf. Xhaufflaire, M (1970). Feuerbach et la théologie de la sécularisation. Paris:
Les Éditions du Cerf. p. 224). Esta apreciación, atinada para La esencia del cristianismo, creemos es
insostenible para el escrito La esencia de la fe según Lutero, como veremos a continuación en la
contraposición entre teología y religión y, consecuentemente, entre protestantismo y catolicismo. (Cf.
Feuerbach, L., Escritos en torno a La esencia del cristianismo, pp. 23 y ss.).
5
Véase, al respecto, Kamenka: “En un trabajo especial, La esencia de la fe según Lutero (1844),
Feuerbach argumenta que es precisamente Lutero quien, haciendo explícita la concepción protestante
de Dios, finalmente realiza la verdadera esencia de la religión manifiesta” (cf. Kamenka, W. (1970). The
Philosophy of Ludwig Feuerbach. New York: Praeger Publishers Inc. p. 164).
6
Arroyo Arrayás traduce widerspricht por "se opone", pero entendemos que la expresión correcta sería
"se contradice". Feuerbach no confunde oposición y contradicción. Sólo en un pasaje de los Grundsätze
der Philosophy der Zukunft (Feuerbach, 1982, p. 329) tienen el mismo tratamiento, o similar, pero es una
excepción, al menos en el periodo 1839 – 1845. Lo mismo, en otra parte traduce Gegensatz por
"antagonismo", cuando el término correcto sería “oposición” (Cf. Feuerbach, L., op. cit., pp. 3 y 7). Para
las obras de Feuerbach, utilizamos la edición de Werner Schuffenhauer, de la Akademie Verlag:
Feuerbach, L. (2006). Gesammelte Werke. Berlín: Akademie Verlag. Tomo V; y Feuerbach, L. (1982).
Gesammelte Werke. Berlín: Akademie Verlag. Tomo IX.
7
Agrega Feuerbach (1993): “Eso es lo que parece, pero la apariencia no es todavía la esencia” (p. 4).
8
Véase Feuerbach, L., Escritos en torno a La esencia del cristianismo, p. 5. “Por tanto, si quieres tener
Dios, renuncia al hombre; pero, si quieres tener al hombre, entonces desentiéndete de Dios, o no
tendrás ninguno de los dos. La nulidad del hombre es el presupuesto de la esencialidad de Dios” (El
subrayado es del autor).
9
Sobre la intención de morigeración en la radical oposición entre Dios y el hombre –entendiéndolo a
éste como limitado y a Dios como ilimitado– o bien, que el hombre posee de manera limitada lo que
Dios tiene en sumo grado, Feuerbach entiende que sólo una propiedad o atributo es tal en su modalidad
superlativa. Véase el siguiente pasaje: “Nosotros no eliminamos la diferencia entre Dios y nosotros
mismos –oigo objetar a los mediocres– cuando atribuimos también al hombre bondad, libertad y otras
propiedades de Dios, pues al hombre le concedemos estas propiedades únicamente en un grado
limitado, inferior; a Dios, sin embargo, en grado sumo. Sólo una propiedad, una fuerza o una cualidad,
que verdaderamente es capaz de crecimiento en conformidad con su naturaleza –pues no todas las
Nuevo Itinerario 84
Nº 16 (2). Noviembre 2020. ISSN 1850-3578
Maximiliano Dacuy
propiedades son capaces de crecimiento conforme a su naturaleza o razón–, sólo esa merece ser
reconocida como tal y ser llamada con su propio nombre, si alcanza el grado sumo. Aquí sólo el
superlativo es el verdadero positivo”. (Ibídem, p. 7).
10
Ibídem. “Así, pues, sólo si subsiste una áspera y aguda diferencia –o, mucho mejor, antagonismo
(Gegensatz) – entre nosotros y Dios, solamente entonces se supera la indiferencia acerca de la
existencia o no existencia de Dios”. (El subrayado es del autor).
11
Véase el siguiente pasaje: “Lutero, entonces, se decide completamente, incondicionalmente –Lutero
es un hombre de una sola pieza– por Dios contra el hombre: Dios es para él, como ya hemos visto, todo;
el hombre, nada”. Y, continúa: “La doctrina de Lutero es divina, pero inhumana, incluso bárbara; es un
himno a Dios, pero un libelo contra el hombre. Sin embargo, ella es sólo inhumana en el comienzo, no en
la consecuencia; en el medio, no en el fin”. (El subrayado es del autor) (Ibídem, p. 14).
12
Por ello la religión se opone a la teología, y los teólogos han hecho –tómese el caso, por ejemplo, de
Tomás de Aquino– un Dios descarnado, absoluto, perfecto, indiferente. Véase también, al respecto,
Feuerbach, L. (1995). La esencia del cristianismo. (J. Iglesias, Trad.). Madrid: Editorial Trotta. p. 117:
“Dios, en cuanto Dios, como simple ser, es el existente absolutamente único, ser solitario; absoluta
soledad y autonomía; pues sólo puede ser solitario lo que es autónomo. Poder ser solitario, es un signo
de carácter y fuerza mental; la soledad es la necesidad del pensador y la comunidad es la necesidad del
corazón. Se puede pensar solo, pero únicamente puede haber amor entre dos. Somos dependientes del
amor, porque éste es la necesidad del otro ser; pero somos independientes en el acto solitario de
pensar. La soledad es autarquía, autosuficiencia”. (El subrayado es del autor).
13
Feuerbach, L., Escritos en torno a La esencia del cristianismo, pp. 10 y 11. “La religión es entonces el
vínculo entre Dios y el hombre, pero, como todo vínculo, también éste reposa solamente en una
necesidad, en una imperfección. Sin embargo, si tengo lo que Dios tiene, entonces no falta nada si Dios
falta. Ahora bien, si me falta algo cuando Dios falta, entonces Dios es una necesidad para mí.
Únicamente para el infeliz es una necesidad la felicidad, lo mismo que la libertad para el esclavo”. Y,
concluye: “Así pues, lo que Dios es no lo puede ser de ninguna manera el hombre, a no ser que Dios se
convierta en un puro artículo de lujo. Esta imposibilidad, esta necesidad de que cada afirmación en Dios
presupone una negación en el hombre, es el fundamento sobre el que Lutero ha construido su edificio y
derruido la Iglesia católica romana”. Cf. Tomás de Aquino (1964). Suma Teológica. (F. Barbado Viejo,
Trad.). Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos. T. I, q. 4, p. 362: “Dios es, indudablemente, el primer
principio, pero no material, sino del género de causa eficiente, y ésta ha de ser perfectísima, pues así
como la materia, en cuanto materia, está en potencia, así también el agente, en cuanto tal, está en acto;
de donde se sigue que el primer principio activo es el acto supremo, y, por consiguiente, tiene la máxima
perfección, pues en la medida en que una cosa está en acto, así la consideramos de perfecta, y
llamamos perfecto a lo que nada le falta de cuanto requiere su perfección”. Nótese que, tal como
85 Nuevo Itinerario
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La esencia de la fe según Lutero II: contribuciones a la lectura feuerbachiana.
argumenta Feuerbach, a lo perfecto nada le falta. El supuesto aquí es que el vínculo existe cuando hay
imperfección, porque la autosuficiencia del ente Dios en tanto perfecto –acto puro– elimina la
posibilidad de la religión, que es re-ligare, vínculo. El Dios perfecto sería sólo el Dios de la metafísica,
acto puro.
14
Notemos algo: en la primera edición de La esencia del cristianismo, en la exposición de la encarnación,
el argumento expresa lo contrario a lo aquí expuesto. Allí (Feuerbach, 2006, p. 115) Dios se despoja de
su divinidad en pos del hombre: Gott entäussert sich um des Menschen willen selbst seiner Gottheit.
15
Véase Cesa (1978): “El Dios luterano no es solamente un Dios que ama, y por ende siente, sino que es
también el Dios que se vuelve sensible, deviene carne por amor al hombre mismo” (p. 92).
16
Feuerbach, L., op. cit., p. 16. “Lutero es inhumano con el hombre únicamente porque tiene un Dios
humano y por la humanidad de Dios dispensa al hombre de su propia humanidad. Tiene el hombre lo
que Dios tiene, entonces es Dios superfluo y el hombre ocupa el puesto de Dios; ahora bien, por la
misma razón, a la inversa: tiene Dios lo que el hombre tiene en sí, entonces ocupa Dios el puesto del
hombre; de esta manera no es necesario que el hombre sea hombre. Si Dios piensa por el hombre –y es
lo hace él cuando se revela y se expresa, es decir, cuando dicta lo que luego él le repite y lo que debe
pensar de él–, entonces el hombre no tiene necesidad de pensar por sí mismo. Si Dios es un ser que
actúa para el hombre y para su salvación y felicidad, entonces la actividad del hombre para sí mismo es
superflua. El obrar de Dios anula mi obrar”. (El subrayado es del autor).
17
A este respecto dedica todo un capítulo en “La esencia del cristianismo” intitulado: “El misterio de la
encarnación o Dios como ser del corazón” (Das Geheimnis der Inkarnation oder Gott als Liebe, als
Herzenswesen). Véase el siguiente pasaje: “En la encarnación confiesa la religión lo que en la reflexión
sobre sí misma en cuanto teología quisiera negar: que Dios es un ser absolutamente humano”. (El
subrayado es del autor) (Cf. Feuerbach, L., La esencia del cristianismo, p. 107).
18
Ibídem, p. 72. “Un verdadero ateo, es decir, un ateo en el sentido corriente de la palabra, es sólo
aquel para quien los predicados de la esencia divina, como, por ejemplo, el amor, la sabiduría, la justicia
no existen, pero no aquel que niega simplemente el sujeto de esos predicados. La negación del sujeto
no implica en absoluto la negación de los predicados. Los predicados tienen significación propia e
independiente, imponen su reconocimiento al hombre por su contenido, se muestran inmediatamente
como verdaderos por sí mismos”.
Nuevo Itinerario 86
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Maximiliano Dacuy
Lutero, así, inaugura el pasaje del Dios “per se” al "por nosotros" al "para
nosotros" (pro nobis): aquí reside otra diferencia con respecto al catolicismo 19. Así
pues, lo primero postula a Dios como un ente perfecto; lo segundo, un ser, un ente,
para nosotros (pro nobis), no para sí mismo. Ahora bien, ¿qué consecuencias se siguen
de esta lectura? Algunas son las siguientes: por un lado, que la autosuficiencia del ser
para sí de Dios explica la objetivación de la esencia humana en tanto pensamiento,
pues el pensar es por sí autosuficiente (Feuerbach, 2006, p. 134); por otro, que la
teología representa mejor al catolicismo que al protestantismo: pues si Dios es para sí,
y lo esencial de la religión –para Feuerbach, claro– es el tender un vínculo, una
relación, entre el hombre y Dios, o bien en el hombre consigo mismo, no se explica por
qué éste en ruptura, en desgarramiento consigo (tal resulta el planteamiento, por
caso, de Fabro) iría tras de Dios, sino fuera porque tuviera la ilusión al menos de que
éste incline su intención hacia él: eso es lo que espera el corazón, mas no la razón.
Desde esta última perspectiva se sigue que Lutero no sería un teólogo, sino un
humanista, con una salvedad –bien feuerbachiana, por cierto–: que se trataría de un
humanismo religioso20. Esto es lo que reivindica del Reformador Feuerbach: el Lutero
19
Feuerbach, L., Escritos en torno a La esencia del cristianismo, p. 19. “Únicamente se aparta Lutero de
la antigua cantinela en cuanto que él pone todo el peso en el “por nosotros los hombres”, en el “para
nosotros”; en cuanto que él no convierte en contenido esencial y objeto de la fe la encarnación, la
resurrección y la pasión de Cristo en y por sí mismas, sino la encarnación de Cristo por nosotros, la
pasión de Cristo por nosotros. Mientras, los católicos se atenían más al mero hecho, al objeto por sí
mismo”. (El subrayado es del autor). Para una perspectiva católica de esta cuestión, véase Fabro: “El
Catolicismo, tanto en teoría como en la práctica, tiene un Dios que, a pesar del predicado del amor, de
la humanidad, es un ser para sí mismo, al que el hombre llega en cuanto está contra sí mismo, se niega a
sí mismo, abandona su ser-para-sí. El Protestantismo, en cambio, tiene un Dios que al menos in praxi, en
lo esencial, no es un ser-para-sí; un Dios que es todavía un ser-para-el-hombre, un ser para lo mejor del
hombre. Por tanto, en el Catolicismo el acto supremo de culto, “la Misa de Cristo”, es un sacrificio del
hombre –es el mismo Cristo, la misma carne y sangre que han sido sacrificadas en la Cruz, las que se
ofrecen a Dios en la hostia–; en cambio, en el Protestantismo es un sacrificio, un “don de Dios”. En el
Catolicismo la humanidad es la propiedad, el predicado de la divinidad (de Cristo). Por el contrario, en el
Protestantismo la divinidad es la propiedad, el predicado de la humanidad (de Cristo). En resumen: en el
Catolicismo el hombre es para Dios, en el Protestantismo Dios es para el hombre”. (El subrayado es del
autor) (Cf. Fabro, C. (1977). Ludwig Feuerbach: La esencia del cristianismo. (P. Rojas-Melero, Trad.).
Madrid: Editorial Magisterio Español, S. A. p. 137). En la misma línea, véase Feuerbach, L., La esencia del
cristianismo, p. 304: “El catolicismo ha realizado y formado especialmente en su concepto negativo del
bien. Su concepto moral supremo es el del sacrificio, y de ahí el alto significado de la negación del amor
sexual, de la virginidad”.
20
En principio llama la atención que la religión sea la que exprese la esencia verdadera del hombre –tal
es uno de los presupuestos de La esencia del cristianismo– aunque de forma ilusoria, o bien en una
primera conciencia (Feuerbach, 2006, p. 46). Pero esto se torna comprensible cuando entendemos que
gracias a ella el hombre se vincula consigo mismo, con su propia esencia (Feuerbach, 2006, p. 18). Véase
87 Nuevo Itinerario
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La esencia de la fe según Lutero II: contribuciones a la lectura feuerbachiana.
II21. Lutero ha sido el revelador de la fe cristiana, del Deus pro nobis. De modo que lo
que en la antigua fe católica era considerado como glosa, el reformador lo toma como
texto (Feuerbach, 1982, p. 366). Que Dios es nuestro (pro nobis) no es algo al margen,
sino un atributo divino: es justamente lo esencial en Dios. Señala Feuerbach (1982),
“Dios es “una palabra cuyo significado es el hombre”” (El subrayado es del autor) (p.
366)22.
Ahora bien, ¿cuáles son las formas en que se presenta este Deus pro nobis? ¿Y
qué sentido tiene ello para el problema de la fe? Recordemos que es central para la
religión el vínculo, la dependencia, no la autosuficiencia: sea de Dios o del hombre.
Explicitado este supuesto, podemos apreciar el recorrido que lleva adelante nuestro
autor: Dios representa la suma bondad23, y se es bueno necesariamente para alguien,
en este caso para el hombre –puesto que si fuese bueno para sí mismo expresaría con
ello la pura indiferencia para con él24, y no sería un Dios “para nosotros”, además de
el siguiente pasaje del prólogo a la segunda edición (1843): (…) “y descubro la verdad, la esencia de la
religión, cuando la veo afirmar y concebir como una relación divina, una relación profundamente
humana”. (Ibídem, p. 42).
21
Cf. Arroyo Arrayás, M. (1991). “Yo soy Lutero II”. La presencia de Lutero en la obra de L. Feuerbach.
Salamanca: Editorial Universidad Pontificia de Salamanca.
22
En nota al pie, Arroyo Arrayás entiende que Feuerbach tiene una lectura sesgada del Dios Cristiano,
volviéndolo al servicio del hombre y expresando, con ello, el egoísmo (Para este tema, véase cap. XII de
La esencia del cristianismo). Pues, según él, Lutero mantuvo siempre la trascendencia de Dios respecto
de la criatura. Lo mismo señala más adelante (p. 62). Véase la n. 17: “Si Lutero insiste en el Deus pro me
o pro nobis, lo hace para subrayar la función aplicativa de la fe, es decir, la fe entendida como confianza
del creyente en Dios, frente a una fe entendida como puro conocimiento abstracto. Pero junto a esta
función aplicativa de la fe Lutero siempre tuvo muy en cuenta la función disyuntiva de la misma, según
la cual la fe, cuando es verdadera, distingue y separa el Dios que el hombre desea del verdadero Dios”
(Cf. Feuerbach, L., Escritos en torno a La esencia del cristianismo, p. 24). Una lectura no sesgada, más
bien forzada de Lutero, reconoce también Cesa (1978), “Este tipo de lectura del escrito de Lutero,
aunque evidentemente “tendenciosa”, tenía al menos un mérito, también en el plano histórico: el de
desvincular la idea de la sistematización escolástica que, en la dogmática protestante, habían dado los
teólogos de los dos siglos sucesivos; era la revalorización de una elemental, y vital, experiencia religiosa,
el redescubrimiento del rol central de la cristología” (p. 92).
23
Feuerbach, L., op. cit., p. 25. “Sólo Dios es aquel del que se recibe todo bien y aquel que libra de toda
desventura. Por ello llamo también la atención sobre el hecho de que nosotros los alemanes
precisamente nombramos a Dios [Gott] (de una manera más fina y bonita que en ningún otro idioma)
con el nombre derivado desde la antigüedad de la palabrita “bueno” [gut], como aquel que es una
fuente eterna que se desborda derramando sólo bienes, y del que mana todo lo que es y se llama
bueno”. (El subrayado es del autor).
24
Ibídem, p. 27. “Pero Dios no es bueno para sí mismo. Para ser bueno tiene que existir, sobre todo, otro
para el que se es bueno. Un ser concebido únicamente para sí mismo no es ni bueno ni malo. Malo se es
contra otro; bueno, a favor. Un hombre bueno es sólo aquel que es bueno para otros y hace el bien a
otros; precisamente por ser bueno para otros, es bueno para sí mismo”. (El subrayado es del autor).
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Por el hombre Dios crea el mundo. En el aporte más significativo del judaísmo25
hallamos también la esencia del Deus pro nobis26: recurso feuerbachiano para
extender el canon luterano a todo el espectro judeo-cristiano. Pero además, en tanto
creador supremo de todo lo existente, expone su omnipotencia y ofrece una garantía
de seguridad para un alma que sobrevive entre el temor y la incertidumbre. Ahora
bien, tal seguridad para con el hombre depende de un pacto implícito: la adhesión
incólume hacia Dios27. En otras palabras: depende de la fe28.
25
Feuerbach, L., La esencia del cristianismo, p. 159. “La doctrina de la creación proviene del judaísmo; es
la doctrina característica y fundamental de la religión judaica”.
26
Feuerbach, L., Escritos en torno a La esencia del cristianismo, p. 28. “Dios es creador omnipotente,
creador del cielo y de la tierra. Este atributo es el primero, el más noble entre los atributos divinos; éste
más que ninguno diferencia a Dios de todos los demás seres, pues le conviene sólo a Él. Entonces, lo que
vale para este atributo vale también para los otros, e incluso tanto más cuanto menos diferencian ellos a
Dios del hombre. Ahora bien, Dios no es sólo creador del cielo y de la tierra; Él es también nuestro
creador, están implicados el sentido y el fundamento de por qué Él es creador del cielo y de la tierra”. (El
subrayado es del autor). Así, ve en el Credo el símbolo de fe que reside la unidad respecto a la creación y
al pro nobis: en la expresión "creo en Dios padre todo poderoso, creador del cielo y de la tierra",
Feuerbach (1982) remarca la palabra "padre" (p. 371).
27
Ibídem, p. 25. “Así pues, aquello que me puede librar de todos los males, sean morales o físicos, y, por
tanto, a lo que me puedo abandonar incondicionalmente en toda necesidad, eso es Dios. Pero para ser
esto, es decir, un objeto de fe y confianza sin condiciones, consecuentemente, para ser Dios o, mejor,
para poder serlo, tiene que ser una realidad sin necesidades, pues un ser necesitado tiene ya suficiente
con actuar para sí mismo; tiene que ser verdadera e inmutablemente (bueno); si no, no es un ser digno
de confianza”. (El subrayado es del autor).
28
Ibídem, p. 24. “La esencia de la fe según Lutero radica, pues, en la fe en Dios como un ser
esencialmente referido a los hombres: en la creencia de que Dios no es un ser para sí mismo, ni mucho
menos contra nosotros, sino mucho más un ser que es para nosotros, un ser bueno, y, ciertamente,
bueno para nosotros los hombres”. (El subrayado es del autor).
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La esencia de la fe según Lutero II: contribuciones a la lectura feuerbachiana.
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sea limitado por la fe. Si alguna vez tolera este límite suprime su propio juicio,
su medida, su criterio inmanente, su independencia; se abandona sin oposición
a las insinuaciones de la fe. (Feuerbach, 1995.p. 299)
Por último, veamos esta contraposición, que nos será de utilidad para el análisis
de la fe en Lutero:
29
Empero, Feuerbach parte de esta contradicción como punto de partida de la superación del
cristianismo y de la religión en general. Véase el comienzo de la “Aplicación final” (Schlussanwendung)
de la segunda edición (1843): “En la contradicción desarrollada entre la fe y el amor, poseemos el
motivo necesario, práctico y evidente para superar el cristianismo y la esencia propia de la religión en
general”. (Ibídem, p. 311)
30
El supuesto aquí es que Feuerbach mienta un pasaje desde el creyente al hombre culto a través del
reconocimiento de la objetividad. Para ello precisa, por un lado, develar al género humano detrás del
objeto (Gegenstand) “Dios”; por otro lado, volver su mirada a la naturaleza, único modo de determinar
la subjetividad, reconstruyéndola en el entorno y la facticidad. Véase esta nota al pie: “Sólo por la unión
del hombre y de la naturaleza podemos triunfar del egoísmo sobrenaturalista del cristianismo”. (Ibídem)
31
Ibídem, p. 174. “La fe no se limita por la representación de un mundo, de un universo, de una
necesidad. Para la fe sólo existe Dios, es decir, la subjetividad libre de sus límites (schrankenfreie
Subjektivität). Cuando la fe surge en el hombre, el mundo sucumbe, mejor dicho, ha sucumbido ya”. (El
subrayado es del autor).
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La esencia de la fe según Lutero II: contribuciones a la lectura feuerbachiana.
32
Véase Amengual, G., op. cit., p. 110: “La esencia de la fe es por tanto la ilimitación, la sobrenaturalidad
de la subjetividad, la exaltación del sentimiento, es decir, trascendencia. Por tanto, el objeto específico
de la fe es el milagro; lo que la fe es subjetivamente es el milagro objetivamente. La fe desencadena los
deseos de la subjetividad de los vínculos de la razón natural. La esencia de la fe, Dios, la ilimitada
subjetividad, es lo que él desea, el cumplimiento de los deseos de su corazón, cumplidos sin los medios,
no al modo natural, sino a la manera de la imaginación”.
33
Feuerbach, L., La esencia del cristianismo, p. 306. “El amor es incrédulo, pero la fe es sin amor. El amor
no cree, porque no conoce nada más divino que sí mismo, porque cree en sí mismo como en la verdad
absoluta”. (El subrayado es del autor).
34
Ibídem, p. 175. “El amor cristiano es ya algo especial por el solo hecho de que es cristiano, de que se
llama cristiano. Pero la universalidad está en la esencia misma del amor. Mientras el amor cristiano no
renuncie a su cristiandad y no convierta el amor en la ley suprema, será un amor que ofende el sentido
de la verdad, pues el amor es precisamente el que suprime la diferencia entre el cristianismo y el
llamado paganismo; será un amor que por su particularidad entra en contradicción con la esencia del
amor, será un amor desviado, sin amor, y que por lo tanto, desde hace ya mucho tiempo, ha llegado a
ser, con razón, objeto de ironía. El amor verdadero se basta a sí mismo; no necesita de ningún título
especial, de ninguna autoridad. El amor es la ley universal de la inteligencia y de la naturaleza; es la
realización de la unidad del género por medio del sentimiento moral”. (El subrayado es del autor).
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35
Ibídem, p. 104. “El diablo ama también a los hombres, pero no por amor del hombre, sino de sí
mismo, es decir, por egoísmo, para aumentar y extender su poder. Pero cuando Dios ama al hombre, lo
ama por el hombre mismo, para hacerle bueno, feliz y santo”.
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La esencia de la fe según Lutero II: contribuciones a la lectura feuerbachiana.
36
Recordemos que esta contraposición ya aparece representada en el tratamiento sobre Lutero – Bayle
en el escrito de 1838, sólo que aquí varía la apreciación que, puntualmente, se invierte: el valor asignado
al filósofo que duda frente al fanatismo del teólogo deja su lugar a la lectura positiva de la fe que supera
la indecisión y la desdicha (v. Glasse, J., op. cit., p. 366).
37
Véase la nota al pie aclaratoria sobre este pasaje, al comienzo del párrafo citado: “La fe está
caracterizada aquí, aunque sobre el fundamento de Lutero, únicamente según su significado general,
verdadero y humano. Sólo para le fe en este sentido entendida valen las propiedades de la concordia, la
firmeza y la felicidad; pues en cuanto la fe se extiende a las cosas, o mejor, a las quimeras, que
contradicen “a los sentidos, al sentimiento, a la razón”, se convierten ella en la mayor e insoportable
tortura que el hombre pueda jamás afligirse”. (El subrayado es del autor). Observemos algo: los
aspectos que resalta sobre la fe luterana lo son del amor en La esencia del cristianismo: éste es allí
general, verdadero y humano, y presenta a la fe como su contraparte, esto es: particular (excluyente,
partidista) (Feuerbach, 2006, pp. 410, 413, 422), falsa (expresa la esencia falsa de la religión, por ello es
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Lejos está la fe “humana” en ser la contracara del amor. Es más, sólo hay amor –desde
esta perspectiva– por y desde la fe, pues ella es principio del amor (Feuerbach, 1982,
p. 393). Y lo que existe, reconocido por la fe, no puede ser sino certeza, en modo
alguno duda e increencia (Feuerbach, 1982, p. 393)38. La certeza de la fe se transmuta
en incertidumbre en el hacer39. La fe presupone el ser; el hacer, el no ser: el sacrificio
deviene símbolo de incredulidad (Feuerbach, 1982, p. 399), es el permanecer contra sí
mismo para ganarse a Dios: pero un Dios inhumano (Feuerbach, 1982, p. 400).
Debemos hacer notar que la fe inhumana es la que se rechaza de plano 40; en
consonancia con ello habría una apertura feuerbachiana hacia el protestantismo en
desmedro del catolicismo, distinción apenas presente en la primera edición de La
teológica) (Feuerbach, 2006, pp. 409, 413) e inhumana (pues está contra el hombre, y pone el hombre
contra sí mismo) (Feuerbach, 2006, p. 410). Aquí Feuerbach realiza una distinción entre una fe humana
–de la mano de Lutero–, y otra inhumana –suponemos propia de la teología y el catolicismo.
Recordemos que sostenemos una lectura humanista de Lutero por parte de Feuerbach, no como
teólogo. Pues, de ser tal, propondría un Dios para sí y no para el hombre. Esta última característica
pertenece a la perspectiva católica, tal como lo concibe Feuerbach en este escrito. Ahora bien, de ser
correcta esta distinción, con el descubrimiento de Lutero, ¿podríamos decir que al filósofo de Bruckberg
se le revela un tipo de fe humana? Creemos que esta intuición es anterior, pero con el estudio del
Reformador encuentra su desarrollo, por lo que venimos sosteniendo.
38
Ibídem, p. 65. “La incredulidad sacrifica la realidad (Wesen) a la apariencia (Schein), pero la fe no
confunde, a causa de la apariencia de lo contrario, la realidad a la que ha dado su confianza; pues está
segura de que ninguna realidad puede ser lo contrario de ella misma” (El subrayado es del autor).
Arroyo Arrayás traduce Wesen por “realidad”, cuando en verdad debería ser el término “ser”, ya que
tiene sentido decir: “la incredulidad sacrifica el ser a la apariencia”, pues aquí ser no necesariamente un
matiz metafísico, máxime sabiendo que en este periodo Feuerbach entiende por Wesen el ser real y
efectivo.
39
Resuenan aquí las posturas agustiniana y luterana de la gracia y la fe como vínculos de salvación a
despecho del mérito, del hacer. Véase Agustín de Hipona (1949). “De la corrección y de la gracia”. En
Obras de San Agustín, tomo VI (P. Victorino Capánaga, Trad.). Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos.
p. 171: “Y si los que se salvan son pocos en comparación de los réprobos, aunque muchos en número
absoluto, no se debe a sus méritos, sino es puramente gratuita su salvación; es don de gracia que se
debe agradecer a Dios, porque lo hace para que nadie presuma de sus méritos y se cierre toda boca, y el
que se gloría, se gloríe en el Señor”. Asimismo, Lutero, M. (1967). “La libertad cristiana”, en Obras de
Martín Lutero (C. Witthaus, Trad.). Buenos Aires: Editorial Paidós. p. 154: “Vemos así que al cristiano le
basta con su fe, sin que precise obra alguna para ser justo, de donde se deduce que si no ha menester
de obra alguna, queda ciertamente desligado de todo mandamiento o ley, y si está desligado de todo
esto será, por consiguiente, libre. En esto consiste la libertad cristiana: en la fe única que no nos
convierte en ociosos o malhechores, sino antes bien en hombres que no necesitan obra alguna para
obtener la justificación y salvación” (El subrayado es del autor).
40
Y así la presenta Feuerbach en La esencia del cristianismo, como una fe inhumana, que niega lo
humano y pone al individuo contra sí mismo (contra su esencia) y contra todo lo otro de la fe. Véase, el
siguiente pasaje: “Quien recurre a la experiencia renuncia a la fe. Donde la experiencia constituye una
instancia, el espíritu y la fe religiosa han desaparecido ya […] Pero la fe es más fuerte que la experiencia.
Los casos que la contradicen no perturban la fe en su fe; ella es feliz en sí misma; sólo tiene ojos para sí
misma, y está cerrada para todo lo demás”. (El subrayado es del autor) (Feuerbach, L., La esencia del
cristianismo, p. 283).
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La esencia de la fe según Lutero II: contribuciones a la lectura feuerbachiana.
esencia del cristianismo (Cesa, 1978, p. 92). De ser así, la crítica de Müller surtió efecto:
según este teólogo, el escrito en cuestión apunta al catolicismo y no al protestantismo.
El doble pasaje de la teología a la cristología (en Lutero)41 y a la antropología (en
Feuerbach), expone el movimiento en el plano disciplinar de la revelación del principio
luterano.
Dios es nada en sí mismo. Pero, entonces, ¿cómo explica esto la fe, cuando
presupone una subsistencia de Dios independiente del hombre? Por la gracia,
la clemencia, la misericordia, la bondad; en una palabra: por el amor de Dios.
El amor es la dependencia de un ser independiente, el no-ser-nada-para-sí de
una realidad que, no obstante, es por sí o se presenta como tal. Amar significa
no poder ni querer ser nada en sí mismo, significa poner el propio ser fuera de
sí. La frase: Dios es el amor, es decir, el amor es la esencia de Dios, no dice,
pues, nada más que esto: Dios no es nada en sí. Pero esta esencia de Dios, no
ser nada en sí mismo, es revelada real y sensiblemente sólo en Cristo;
únicamente Cristo es el verdadero y esencial objeto de la fe. La esencia de la fe
no es, por tanto, otra cosa que la certeza, la indudable e inquebrantable
41
Señala Feuerbach que en la fe luterana el verdadero Dios es Cristo, "justamente porque en Él ya no se
puede distinguir un Cristo en sí de un Cristo para nosotros" (El subrayado es del autor) (Feuerbach, L.,
Escritos en torno a La esencia del cristianismo, p. 70).
42
Véase Cesa (1978), “El escrito en el cual Feuerbach se impulsó hacia adelante en el reconocimiento y
en la exposición de los caracteres “humanos” del cristianismo es La esencia de la fe según Lutero (1844)”
(p. 92).
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Dios ama al hombre porque depende de él, pues es para el hombre: amar
implica dependencia a un otro. Y la fe es la certeza absoluta del amor de Dios para con
el hombre43. Así, fe y amor no se contraponen –habíamos dicho que lo era en
apariencia– sino que implican momentos dialécticos de la autoconciencia del
creyente44. La fe es identidad de sí en su saberse a sí mismo; el amor, la diferencia que
emerge de la propia identidad: sin fe, no hay autoconciencia; sin amor, no hay más que
un saber de sí; o bien, en otros palabras: el amor es el tú de la fe45. Aquel –que no
expresa otra cosa que dependencia– depende de la fe, y es su objeto (Feuerbach,
1982, p. 400). El supremo artículo de la fe es: Dios es amor. Es el hombre entonces
objeto de la fe: pues es amor del hombre para sí mismo a través de Dios. De modo que
si en la fe el hombre es celestial, divino; en el amor es terrenal, humano: pues en la fe
se ama a sí y en el amor ama a otro46.
43
Ibídem, p. 75. “La diferencia entre el luteranismo y el catolicismo radica, por tanto, sólo en que en
aquel el amor de Dios es seguro, mientras que en este es inseguro, dudoso”. (El subrayado es del autor).
44
No es este el lugar para desarrollar tal perspectiva. Para una interpretación –aunque con otros
presupuestos– de una dialéctica de la conciencia en la filosofía de Feuerbach, véase Wartofsky, M.
(1977). Feuerbach. Cambridge: Cambridge University Press. pp. vii y ss.
45
Lutero establece la preeminencia de la fe respecto al amor. En el vínculo entre unos y otros el amor
cristiano realiza la fe en el lazo social, es la fe en acto allende el alma del creyente. El otro se me hace
prójimo, próximo, por la fe vehiculizada en el amor, de ahí nuestra referencia al tú: “El cristiano es libre,
sí, pero debe hacerse con gusto siervo, a fin de ayudar a su prójimo, tratándolo y obrando con él como
Dios ha hecho con el cristiano por medio de Jesucristo. Y el cristiano lo hará todo sin esperar
recompensa, sino únicamente por agradar a Dios y diciéndose: bien; aunque soy hombre indigno,
condenable y sin mérito alguno, mi Dios me ha otorgado gratuitamente y por pura gracia suya en virtud
de Cristo y en Cristo riquísima justicia y salvación, de manera que de ahora en adelante sólo necesito
creer que es así. Mas por mi parte haré también por tal Padre que me ha colmado de beneficios tan
inapreciables, todo cuanto pueda agradarle, y lo haré libre, alegre y gratuitamente, y seré con mi
prójimo un cristiano a la manera que Cristo lo ha sido conmigo, no emprendiendo nada excepto aquello
que yo vea que mi prójimo necesite o le sea provechoso y salvador; que yo ya poseo todas las cosas en
Cristo por mi fe. He aquí cómo de la fe fluyen el amor y el gozo en Dios, y del amor emana a la vez una
vida libre, dispuesta y gozosa para servir al prójimo sin miras de recompensa” (Lutero, M., op. cit., pp.
164 y 165).
46
Veamos cómo concluye Lutero su escrito: “Se deduce de todo lo dicho que el cristiano no vive en sí
mismo, sino en Cristo y el prójimo; en Cristo por la fe, en el prójimo por el amor. Por la fe sale el
cristiano de sí mismo y va a Dios; de Dios desciende el cristiano al prójimo por el amor” (Ibídem, p. 167).
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La esencia de la fe según Lutero II: contribuciones a la lectura feuerbachiana.
Primero la fe, después el amor; “el amor sigue a la fe”; pero lo primero es el
amor a sí mismo; lo segundo, el amor al prójimo: un orden que generalmente
no tiene sólo un sentido malo, egoísta, sino también un sentido bueno y justo.
Pues, ¿cómo quiero hacer felices a los otros, si yo mismo soy infeliz?, ¿cómo
satisfacer a los otros, si el gusano de la insatisfacción me corroe?, y, en
general, ¿cómo hacer el bien a los otros, si yo no tengo nada bueno en mí
mismo? Por tanto, primero tengo que preocuparme de mí mismo antes de
ocuparme de los otros, primero poseer antes de compartir, primero saber
antes de enseñar, y, en general, primero tengo que ponerme a mí mismo como
fin antes de que pueda ponerme como medio para los otros. En breve: el
objeto del amor (del amor al prójimo) es el bien de los otros; el objeto de la fe,
sin embargo, mi propio bien, mi propia felicidad. (Feuerbach, 1982. p. 82. El
subrayado es del autor).
47
Véase Cesa (1978), “El encuentro con Lutero, en suma, le había revelado una religión en la cual el
creyente no estaba angustiado por obligaciones y deberes, de la necesidad de servirse de toda una serie
de mediaciones para llegar a la salvación. Lutero había enseñado que el hombre que vive de la fe es
sereno y tranquilo, sin deber avocarse a ninguna práctica en su vida terrena; y Feuerbach estaba
convencido que bastaba laicizar esta “religión” (es decir, eliminar el último residuo, permanece en
Lutero como supervivencia del pasado, de un Dios trascendente) para abrir la puerta a una relación
interhumana en la cual, de la religión, quedase el “vínculo”, aquello que se expresa en la corporeidad del
amor” (p. 94).
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Maximiliano Dacuy
Conclusiones
La fe hace posible el desde sí del hombre para consigo mismo, a través del amor
incondicional de Dios. Este amor y esta fe tornan factible el reconocimiento de lo otro
del hombre. Se llegaría desde aquí, por otro camino, a la naturaleza48; y sería esta vía
una alternativa a la trazada en La esencia del cristianismo. Desde este pasaje de la fe al
amor, y desde el sí mismo a lo otro, la naturaleza tendría una matriz religiosa.
Feuerbach (2006, p. 165), en La esencia del cristianismo, va del hombre a la naturaleza,
pero en este nuevo recorrido ese pasaje es de carácter religioso. Y se presenta como
una alternativa integral. Ya que la fe y el amor, al conformar la díada en el seno de la
conciencia, ofrecen la clave para la superación de una contradicción absurda, en que
se concebía: el amor como superador de la fe, pero en falta de identidad consigo y por
ende de divinidad (Feuerbach, 1982, p. 401); y una fe sin amor, inhumana, pues se la
entendía desde la pura identidad consigo misma, pero indiferente a lo otro de sí,
perfecta, irreligiosa.
48
Es verdad que la lectura del escrito de Feuerbach sobre Lutero no nos autoriza a realizar semejante
inferencia, pero sí si partimos de un presupuesto de La esencia del cristianismo, que no modifica
Feuerbach en las subsiguientes ediciones y que marcan un progresivo viraje hacia la naturaleza, a saber:
el hombre llega a los otros y a la naturaleza desde la conciencia de sí. Esto es: si bien en las “Tesis
provisionales para la reforma de la filosofía” (Vorläufige Thesen zur Reformation der Philosophie) (1842)
postula que la naturaleza es fundamento del hombre (Feuerbach, 1982, p. 259), en La esencia del
cristianismo se articula en un mismo gesto la conciencia de sí del individuo con y por el otro (yo y tú) y, a
su vez, en relación a la naturaleza: “La conciencia del mundo es una conciencia que humilla –la creación
fue un “acto de humillación”– pero la primera piedra del escándalo en la que se quiebra el orgullo del yo
es el tú, el otro yo. El yo templa su mirada en el ojo de un tú, antes de soportar la intuición de un ser que
no refleja su propia imagen. El otro hombre es el lazo de unión entre yo y el mundo. Soy y me siento
dependiente del mundo porque antes me siento dependiente de otros hombres. Si no necesitara del
hombre, tampoco necesitaría del mundo. Me reconcilio y familiarizo con el mundo a través de los otros
hombres. Sin los otros hombres el mundo sería para mí no solamente vacío y muerto sino también
absurdo e irracional. Sólo en los otros adquiere el hombre claridad sobre sí y conciencia de sí mismo;
pero por lo pronto cuando adquiero claridad sobre mí el mundo se hace también claro. Un hombre que
existiera exclusivamente para sí mismo se perdería despojado de sí e indiferenciado en el océano de la
naturaleza; no se concebiría a sí mismo como hombre, y la naturaleza como naturaleza” (El subrayado
es del autor) (Feuerbach, 2006, p. 132).
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La esencia de la fe según Lutero II: contribuciones a la lectura feuerbachiana.
Bibliografía
Tomás de Aquino (1964). Suma Teológica. (F. Barbado Viejo, Trad.). Madrid:
Biblioteca de Autores Cristianos.
Wartofsky, M. (1977). Feuerbach. Cambridge: Cambridge University Press.
Xhaufflaire, M (1970). Feuerbach et la théologie de la sécularisation. Paris: Les
Éditions du Cerf.
Resumen
El propósito de este artículo es indagar el papel que cumple Hermann Heller en
la obra de Arturo Sampay, principalmente en lo relativo a la epistemología y
metodología de la teoría del Estado. El artículo se divide en dos apartados. En el
primero indagamos la utilización que Sampay hace de Heller para someter a crítica lo
que denomina la teoría idealista del Estado, esto es, aquella que concibe a la realidad
estatal como una formación abstracta, y para fundamentar el carácter real y objetivo
de la estatalidad. En el segundo, restituimos la utilización que Sampay hizo de Heller
para desarrollar una comprensión propia de la teoría del Estado, tal como hizo en la
segunda parte de su obra de 1951 titulada Introducción a la teoría del Estado.
*
Licenciado en Ciencia Política por la Facultad de Ciencias Sociales (UBA) y maestrando en Teoría
Política y Social por la misma facultad. Becario doctoral de CONICET con sede de trabajo en el Instituto
de Investigaciones Gino Germani (FSOC-UBA).
Nicolás Fraile
Abstract
The aim of this article is to analize the rol that plays Hermann Heller in the work
of Arturo Sampay, mainly in the epistemology and methodology of the theory of the
State. According to this aim, the article is divided into two sections. In the first section,
we analyze the use Sampay makes of Heller to criticize the idealist theory of the State,
i.e., the understanding of the State’s reality as an abstract form, and to found its
objective and real character. In the second one, we follow the use of Heller in order to
develop his own comprehension of this discipline, as Sampay did in the second part of
his work in 1951 called Introduction to the theory of the State.
Keywords: Sampay – Heller – Theory of the State – Idealist Theory –
Methodology.
1. Introducción
La obra de Hermann Heller no solo ha tenido un significativo influjo en la teoría
política y el pensamiento jurídico de la República de Weimar (Jacobson y Schlink, 2001;
Llanque, 2019) o en las ciencias sociales de la República Federal Alemana, donde fue
señalado como “padre de la ciencia política” (Mommsen, 1962: 350), sino también en
la teoría política argentina: para el entrerriano Arturo Sampay, íntimamente vinculado
al peronismo y a la Constitución sancionada en 1949, la obra de Heller supuso uno de
los más importantes insumos para la reflexión teórica en obras como La crisis del
Estado de derecho liberal-burgués [1943] o, principalmente, en su Introducción a la
Teoría del Estado [1951]. El objetivo de este artículo es indagar en la lectura que
Sampay hizo de Heller a fin de conocer el lugar y papel que desempeña en su obra.
El vínculo entre Sampay y Heller parece tener un primer asiento de carácter
biográfico. Tras graduarse en 1932, el entrerriano emprendió un viaje por Europa que
lo llevó a tomar un curso de derecho público en la ciudad de Zúrich con un discípulo
directo de Heller: Dietrich Schindler (Gómez Arboleya, 1963: 147; Segovia, 2007: 172).
1 Nos referimos específicamente a los siguientes escritos: Las ideas políticas contemporáneas [1926], La
crisis de la Teoría del Estado [1926], La soberanía [1927], “Democracia y homogeneidad social” [1928],
“El concepto de ley en la Constitución del Reich” [1928], “¿Estado de Derecho o dictadura?” [1929],
Europa y el fascismo [1931] y Teoría del Estado [1934]. Para el momento en que Sampay escribió y
publicó, solo había traducciones españolas de Las ideas políticas contemporáneas, Europa y el fascismo
y Teoría del Estado. Sin embargo, el único texto que citó en lengua española fue Europa y el fascismo. El
resto, tal como puede verse en sus escritos, fueron citados –y, estimamos, leídos– en el original alemán.
3 Sí los hay, por ejemplo, del vínculo entre Arturo Sampay y Carl Schmitt. Al respecto, puede verse Buela
(2011), Segovia (2014) y Rodríguez Rial (2016).
4 Esta afirmación se trata de una paráfrasis de Teoría del Estado, más precisamente de la afirmación
helleriana según la cual “el Estado no es sino una forma de vida humano-social, vida en forma y forma
desde la vida” (1971d: 136 [La traducción es nuestra, hay edición al español en Heller (1981: 59)]).
algunos casos la acción de los seres humanos se orienta a dar conformidad a las
formas constituidas y las sostiene, en otros casos la actividad humana, inconforme, se
orienta a la reforma. La estabilidad o inestabilidad de las formas, entonces, depende
directamente de la conformidad de los seres humanos que las sostienen. Por ello,
Sampay sigue a Heller y, tal como hace el teórico alemán, se sirve de la expresión de
Renan para describir el vínculo entre la conformidad, la acción y las formas
constituidas: “la realidad del Estado solo existe como un plébiscite de tous les jours”
(2011a: 48).5
La concepción helleriana del Estado como forma de vida, entonces, le brinda
herramientas a Sampay para establecer la objetividad y estabilidad de esta formación y
disputar, así, frente a la concepción idealista. Ahora bien, no es solo el establecimiento
del carácter real del Estado lo que retoma el jurista entrerriano de la obra de Heller,
sino también lo que hace al conocimiento del Estado y su representación en
conceptos. En otras palabras, le interesa también lo relativo a la formación conceptual.
Aquí, una vez más, se ciñe a lo expuesto por Heller en su Teoría del Estado al momento
en que critica los conceptos típico-ideales tal como fueron sistematizados por Max
Weber y Georg Jellinek.
Según dice Sampay, la formación conceptual en tipos ideales “no puede
satisfacer cuando se quiere aprehender la realidad objetiva del Estado” (2011a: 51).
Esto significa, según explica, que los tipos ideales, más que representar la realidad
estatal, representan las preferencias y los puntos de vista individuales del investigador.
Para sostener esta afirmación, Sampay sigue la crítica de Heller a la concepción
epistemológica que subyace a los tipos ideales y que se despliega al teorizar el modo
en que la realidad se le aparece al sujeto de investigación y al vínculo que se tiende
entre ambos.
En primer lugar, se ocupa del modo en que la realidad estatal se le presenta al
investigador. En la concepción de Weber y Jellinek, la realidad aparece
inmediatamente como un caos ininteligible: al estar compuesta por una variedad de
5 En este pasaje, Sampay omite hacer referencia a Renan y únicamente señala que sigue a Heller. La cita
completa es la siguiente: “Así se puede afirmar, con Hermann Heller, que la realidad Estado solo existe
como un plébiscite de tous les jours” (2011a: 48).
6 La idea de que la realidad se presenta al investigador como un caos puede ser identificada, en la obra
de Weber, en el artículo titulado “La ‘objetividad’ cognoscitiva de la ciencia social y la política social”. Allí
señala Weber que, si se pretende conocer la realidad sin presupuestos, solo se arriba a “un caos de
‘juicios existenciales’ sobre innumerables percepciones individuales” (1904: 52 [La traducción es
nuestra; hay edición en español en Weber (2012: 73)]. En Jellinek, en cambio, puede encontrarse esta
idea en Teoría general del Estado, al momento en que señala que los fenómenos humanos “muestran
una variedad infinita” o bien, que son “infinitamente diversos” (1914: 29 [La traducción es nuestra; hay
edición en español en Jellinek (2004: 74-75)].
Ahora bien, cada Estado cuenta con rasgos individuales que los diferencian del resto
de los Estados existentes. Tal como señala Sampay, la noción de estructura real-
histórica permite conjugar, estableciendo una escala de abstracción, estos rasgos
generales y particulares que tiene un fenómeno histórico como el Estado.
Sobre el segundo aspecto, en cambio, lo que destaca el jurista es la posibilidad
que trae el concepto de estructura real-histórica de presentar un ente como una
totalidad que no se sigue de sus partes. Esto es, la realidad estatal no es el resultado
de la suma de una serie de instituciones, procesos o características, sino que es una
totalidad que se presenta como tal. Si bien pueden identificarse aspectos y funciones
particulares de la estatalidad, estos no son sino “momentos” que responden a una
totalidad unitaria. Al permitir los conceptos-estructura presentar al Estado como una
totalidad compuesta de momentos diversos, señala Sampay que bajo esta categoría se
evita “representar falsamente a la realidad social como un agregado espacial
descomponible en sus partes” (2011a: 53).
En suma, en La crisis del Estado de derecho liberal-burgués, Sampay se sirve de
la obra de Heller en dos aspectos centrales de su “acceso metódico” al problema del
Estado. Por un lado, en la fundamentación del carácter real de la estatalidad a través
de la noción relativa a que el Estado es una “forma de vida”, esto es, que involucra la
dialéctica entre vida y forma que le da objetividad y estabilidad a la formación estatal.
Por otro lado, en la formación de conceptos Sampay sigue a Heller para someter a
crítica a los tipos ideales y recuperar la noción de conceptos-estructura que, a su juicio,
resultan más adecuados para conceptualizar la realidad estatal y conocer los
fenómenos sociales.
Por ello, indica Sampay, Heller se vio obligado a nutrirse de otros autores que
identifica con la tradición fenomenológica: por un lado, recurrió a Hans Freyer y
Theodor Litt, a quien Sampay dedicó uno de los apartados del mismo capítulo, para
retomar la noción de dialéctica. Por otro lado, señala, se apoyó también en Wilhelm
Dilthey y Paul Tillich para desarrollar la gnoseología histórica y tomar la formación
relativa a los conceptos-estructura, tal como los vimos en el anterior apartado.
El vínculo entre Heller y Freyer no tiene únicamente carácter anecdótico, sino
que se vuelve clave interpretativa de su exposición. Es que, según afirma el
entrerriano, uno de los puntos más importantes de la teoría del Estado helleriana es la
distinción entre “formaciones de sentido” y “formaciones sociales significativas” que el
teórico alemán tomó directamente de Freyer.7 Tal como se señala en el texto, una y
otra formación refieren a los dos modos de conocimiento que la propia realidad exige.
Si cada acto del hombre —y con ello, el conjunto de la realidad social— es “una unidad
dialéctica de actividad y sentido” (2011b: 187), las mentadas formaciones son el
fundamento desde el cual puede conocerse cada momento dialéctico. Detengámonos
con mayor profundidad en esta distinción.
Las formaciones de sentido son las que interesan, valga la redundancia, a las
ciencias del sentido. Estas se limitan a comprender el contenido de sentido que resulta
inherente a cada acto sin que interfiera la actividad humana, entendiéndolo como una
magnitud relevante en virtud de su legalidad y coherencia interna. Tal como explica
Sampay, “aíslan el contenido de significación e investigan el conjunto significativo en
su legalidad particular, tratando, en lo posible, de evitar todo vínculo con el proceso de
real actualización” (2011b: 188). Ejemplos de formaciones de sentido son el derecho o
los lenguajes.
Las formaciones sociales, en cambio, refieren al momento de la actividad. Las
ciencias que la toman como fundamento son, en la denominación de Freyer, las
“ciencias de la realidad”. Estas, a diferencia de lo que podría intuirse inmediatamente,
no renuncian a aprehender el contenido de sentido de los actos. Por el contrario,
7 Con esto, Sampay hace referencia a que Heller construye su noción de “formación social”
[Sozialgebilde] a partir de la concepción de Freyer de la “formación societal” [gesellschaftliche Gebilde],
tal como la desarrolla en Sociología como ciencia de la realidad.
pretenden conocer la acción tanto en sus efectos concretos como en el sentido que le
es inherente. En términos de Sampay, a estas les interesa conocer “la unidad de acción
y sentido, o sea, la realidad social-cultural que es vida espiritualizada” (2011b: 188).
Por lo tanto, formaciones sociales son todas aquellas que se apoyan en la actividad
humana: el Estado es el ejemplo por excelencia.
La distinción entre formaciones de sentido y formaciones sociales la introduce
Heller a raíz de que el idealismo en la teoría del Estado, tal como lo definimos en el
apartado anterior, pretende abordar a la formación estatal como si se tratara de una
formación de sentido. Esto es, como una magnitud abstracta, relevante en virtud de su
legalidad y coherencia interna. Para el teórico alemán, el Estado debía ser abordado
como una formación social, atendiendo tanto a su sentido como a los efectos
concretos de la actividad humana en la que se apoya. Sampay, que restituye esta
distinción, acuerda con la crítica que el alemán realiza al idealismo que pretende leer al
Estado como formación de sentido. Sin embargo, se muestra crítico de la noción de
formación social y, en general, del ethos que subyace a las ciencias de la realidad.
El puntapié de la crítica de Sampay a las formaciones sociales es la pregunta por
la diferencia que existe entre ciencias del sentido y ciencias de la realidad. ¿Qué
diferencia hay entre ellas? ¿Se trata meramente de una diferencia cuantitativa, dada
por el hecho de que las ciencias de la realidad, además de aprehender el contenido de
sentido, permiten aprender el efecto concreto de la actividad humana? O bien, ¿la
diferencia que existe entre estos tipos de ciencias es de otra naturaleza? Al responder
esta pregunta, el jurista entrerriano afirma que la diferencia entre ciencias del sentido
y ciencias de la realidad no es únicamente de carácter cuantitativo. Es decir, no puede
estar dada solamente por el hecho de que estas últimas permiten aprehender también
las formaciones sociales. Más bien, lo que hay entre estos dos tipos de ciencia es una
diferencia que radica en los supuestos que informan a una y otra y está dada por el
vínculo que traban entre sí el intelecto y la voluntad.
Sampay, al tratar la diferencia entre las ciencias del sentido y las de la realidad,
menciona que las primeras conciben su conocimiento como un “movimiento
relativamente autónomo del pensar” (2011b: 188). Las formaciones de sentido, como
ello, el ensayo de un conocimiento realista del Estado que había identificado en Heller
termina recayendo en el mismo idealismo que originalmente pretendió superar.
8 Si bien la noción del Estado como estructura histórica está identificada con la obra de Heller,
particularmente con su Teoría del Estado, cabe decir que Sampay está pensando también en algunos
autores como Wilhelm Dilthey, Max Scheler o Rudolf Smend, quienes tenían concepciones similares a la
helleriana, al menos en este punto.
4. Conclusiones
Este trabajo tuvo como objetivo analizar la lectura que Arturo Sampay hizo de
la obra de Hermann Heller, particularmente en lo relativo al acceso y conocimiento de
la realidad estatal. Tal como señalamos en la introducción, dividimos el trabajo en dos
grandes apartados: por un lado, nos dedicamos a restituir el modo en que se sirve de
Heller para llevar adelante la crítica a la teoría idealista del Estado, esto es, aquella que
lo concibe como una magnitud de orden espiritual o ideal. Por otro lado, analizamos
los dos aspectos principales que retoma de Heller para postular su propia concepción
de la Teoría del Estado.
Al respecto de la crítica al idealismo, recuperamos en primer lugar su tesis
titulada La crisis del Estado de Derecho liberal-burgués, en cuyo apartado
metodológico es posible observar que existe un apego significativo a la concepción
helleriana. En particular, en lo que hace al carácter de la realidad estatal y a las
categorías para conceptualizar el conocimiento.
Sobre el carácter de la realidad estatal, Sampay recupera la dialéctica entre vida
y forma que le sirve para dar cuenta que el sostén de los fenómenos políticos y
estatales es la actividad humana. Es esta la que, prestando o negando su conformidad,
sostiene y transforma los órdenes instituidos. Por ello, no puede sostenerse que el
Estado se trate de un ente espiritual o ideal, sino que tiene una expresión concreta y
objetiva en la cultura.
Sobre la categoría “estructura real-histórica”, podemos mencionar
primeramente que su introducción viene antecedida por la crítica a la concepción que
subyace a los tipos ideales. Siguiendo a Heller, Sampay señala que el conocimiento que
estos brindan no es sino una “síntesis subjetiva mental” que hace el investigador en
virtud de sus propios puntos de vista y que se apoya, primordialmente, en la noción de
que la realidad social se presenta como un caos informe y que existe una separación
tajante entre sujeto y objeto. Precisamente, tras señalar que dicha separación no
existe y que la realidad siempre resulta un orden estructurado para el investigador,
introduce la categoría de “estructura real-histórica”.
La crítica al idealismo también informa la recepción que hace de Heller en
Introducción a la Teoría del Estado. En este texto no solamente se sirve de la obra del
teórico alemán, sino que además lo enmarca al interior de la corriente
fenomenológica. Tal como señalamos, uno de los propósitos de los teóricos que
Sampay introduce al interior de esta corriente es el de recuperar el ser del Estado.
Precisamente, Heller aparece como la máxima expresión de este objetivo y como
quien más lejos llegó con el mismo. Sin embargo, Sampay identifica algunas
dificultades en la concepción helleriana que lo llevan, a diferencia de lo que ocurría en
su obra de 1943, a tomar distancia del teórico alemán.
Tras retomar la distinción entre ciencias del sentido y ciencias de la realidad,
Sampay observa que la principal diferencia entre una y otra estriba en el papel que
juegan la voluntad y el intelecto en una y otra. Mientras que las ciencias del sentido
rechazan la intervención de la voluntad pues fundamentan el conocimiento
únicamente en el intelecto, las ciencias de la realidad aceptan que la voluntad
interviene en ellas, en virtud de la relación existencial entre sujeto y objeto y del
carácter de estructura en devenir que tiene el Estado.
Ahora bien, lo que identifica Sampay es que, a pesar de la pretensión realista
que tienen estas últimas, terminan recayendo en una postura similar al idealismo. Las
ciencias de la realidad se apoyan sobre un hiato irracional que existe entre sujeto y
objeto y que es subsanado por la voluntad del investigador. En otras palabras, en
virtud del papel que juega la voluntad en el proceso de conocimiento, el sujeto
termina por describir la realidad no de acuerdo con cómo es esta, sino de acuerdo con
lo que su voluntad le dicta. De esta manera, el objetivo de recuperar la realidad para la
teoría del Estado se malogra y Sampay, a diferencia del texto de 1943, se aleja de los
postulados hellerianos.
Este alejamiento, sin embargo, no significó que Heller fuera dejado
completamente de lado para la formulación de una Teoría realista del Estado. En la
segunda parte del tratado de 1951, en el que pretende establecer los fundamentos de
una teoría con dichas características, la figura del teórico alemán vuelve a aparecer
vinculada a la clasificación de las ciencias y a la relación entre teoría y política. Sobre la
clasificación de las ciencias, Sampay encuentra un gran acierto en la caracterización de
la Teoría del Estado como ciencia cultural y como ciencia de estructuras, a pesar del
desacuerdo fundamental que tiene sobre la noción de ciencia. Sobre la relación entre
teoría y política, el papel que tiene Heller es más bien residual y solo le sirve a Sampay
para introducir sus propias apreciaciones, sin que exista una recuperación de lo dicho
por Heller para su conceptualización.
En líneas generales, puede decirse que el papel que la obra de Heller tiene para
Sampay es más bien el de un eficaz arsenal crítico del idealismo teórico-estatal. Sus
apariciones más significativas y los comentarios más elogiosos que hace el jurista
entrerriano sobre Heller son, precisamente, a raíz de sus críticas a Jellinek y Weber,
principalmente. Si bien, como vimos, también cumple un papel en la formulación de la
teoría del Estado que Sampay lleva adelante, el lugar que ocupa es más bien
secundario y se ve fuertemente opacado por los teóricos de ascendencia aristotélico-
tomista, en quienes Sampay se apoya para desarrollar los fundamentos teóricos de su
concepción. Para este aspecto propositivo de su obra, resulta pertinente la hipótesis
de Pierpauli (2011), relativa a que el acercamiento de Sampay a la teoría del Estado.
Bibliografía
Resumen
El siguiente escrito se propone trabajar sobre la noción de lo sagrado de
acuerdo fue considerado en el pensamiento contemporáneo, período en el que se
constituye en objeto de estudio específico, lográndose distinguir bajo contornos cada
vez más precisos respecto al campo de saberes y prácticas referido a lo religioso. Más
concretamente, nos referiremos a tres perspectivas desde las cuáles esta noción cobra
especial relevancia para el campo de la filosofía, las ciencias sociales y humanas en
general. Ellas son: a) la psicología de lo sagrado de Rudolf Otto; b) la fenomenología
de lo sagrado de Mircea Eliade y; c) los desarrollos provenientes desde la antropología
*
Este trabajo forma parte de una investigación personal iniciada en calidad de estudiante de grado y
materializada por vez primera en el año 2018 en una publicación en la revista estudiantil Acheronta, Vol.
Nº 3 (DOI: http://dx.doi.org/10.30972/ach.033083). Línea de investigación que seguirá presente en la
realización y aprobación de la tesina de grado: “Hacia una reinterpretación de la noción de lo sagrado.
La filosofía moral de Empédocles como punto de partida”. 2020. Actualmente, dicha temática forma
parte del plan de trabajo aprobado por Secretaría General de Ciencia y Técnica en calidad de beca de
investigación.
*
Licenciado en Filosofía por la Universidad Nacional del Nordeste. 2020. Becario por Secretaría General
de Ciencia y Técnica, Res. Nº 1014/19 (categoría: Iniciación). Integrante del proyecto de investigación
“Procesos de subjetivación e institucionalización en problemáticas filosóficas contemporáneas”, N°16-
H002. Secretaría Gral. C y T – UNNE. Período: 2017/2020. Estudiante del profesorado de filosofía
(U.N.N.E).
La tematización de lo sagrado en el pensamiento contemporáneo
Abstract
The following writing proposes to work on the notion of the sacred as it was
considered in contemporary thought, a period in which it constitutes a specific object
of study, being able to distinguish under increasingly precise contours regarding the
field of knowledge and practices referred to the religious. Specifically, we will refer to
three perspectives from which this notion takes on special relevance for the field of
philosophy and the social and human sciences in general. They are: a) the psychology
of the sacred in Rudolf Otto; b) the phenomenology of the sacred by Mircea Eliade
and; c) developments coming from the anthropology of the sacred. Based on the
above, it is considered as the central objective of this work, to show the problematic
nature that essentially characterizes the notion of the sacred as regards any attempt at
clear and precise conceptualization. In this sense, the sacred emerges as the absolutely
other, "the elusive", in opposition to the profane world, where the rational capacity of
the human being has a place.
Prior to the developments considered as the central body of this work, we are
interested in pointing out a direct antecedent regarding the conceptualization of the
sacred. For this reason, we will stop at the thought of the German theologian and
philosopher Friedrich Schleiermacher, who will begin to shape from theory, a marked
contrast between two phenomena once assimilated: religion and the sacred.
I. Introducción
Si bien puede ser afirmado que será a partir de los últimos años del s. XIX y los
inicios del siguiente donde la noción de lo sacro sea objeto de un profundo, pero
sobretodo sistemático interés por parte de la filosofía y de las ciencias humanas, es
posible observar desarrollos preliminares en el periodo moderno del pensamiento
europeo, los cuales encontraremos referidos principalmente a la consideración del
fenómeno religioso. Provenientes en su mayoría de la teología, pero también del
campo de la filosofía y la poesía, estos estudios y abordajes sobre lo sagrado tendrán
inicio aproximadamente en el s. XVIII,1 contenidos en el espíritu general de lo que ha
sido denominado “el siglo de las luces”. Al amparo de dicho movimiento, y a modo
muy general, puede decirse que la teología cristiana se verá afectada por el
desfondamiento de un importante contingente de premisas y saberes,2 provenientes
en su mayoría del período medieval, las cuales la situaban en la cúspide de los saberes
acerca de lo real. En el caso particular de la filosofía, esto podrá ser verificado en el
1
Excepciones previas a este período pueden ser identificadas en algunas corrientes cristianas que
combaten y denuncian las mediaciones sagradas (lucha contra la hagiografía), u otras corrientes
herméticas o teosóficas, provenientes del neoplatonismo, ocupadas en reflexionar acerca de la
simbología religiosa.
2
En este período, es posible observar una primacía de reflexiones y desarrollos abocados a la existencia
y naturaleza de Dios, como así también sobre las religiones y su rol institucional (constitución de la
Iglesia y de los dogmas).
3
Schleiermacher, Friedrich. Sobre la religión. Discursos a sus menospreciadores cultivados. Trad. de
Arsenio Ginzo Fernández. Madrid, Tecnos, 1990.
4
Posicionamiento que puede ser comprendido en el pensamiento del teólogo berlinés como una
tensión entre su impronta ilustrada y las influencias del romanticismo. En todo caso, fue una de sus
mayores preocupaciones la de distinguir entre ambas “conciencias”, evitando con ello una reducción de
lo religioso en lo estético.
5
Bajo intenciones similares es posible adscribir el siguiente artículo: Lorio, N. El devenir de la parte
ambigua: momentos y motivos de lo sagrado (2015). Revista de filosofía: el laberinto de arena. Vol. 2, nº
4 Verano/Otoño.
6
En este mismo sentido, el filósofo francés Wunenburger, Jean – Jacques (1946), especializado en
estudios sobre lo imaginario, nos dirá que “este interés por lo sagrado ha aumentado a medida que
nuestras sociedades occidentales contemporáneas conocieron una declinación de lo religioso, un
debilitamiento de lo sagrado que se había desprendido de aquél” (2006, pág. 9).
7
Por irracional, Otto comprende todo “suceso extraño que escapa por su profundidad a la explicación del
entendimiento” (2008, pág. 79), ante lo cual la tarea encomendada sería “asentar sus momentos por
caracterizaciones ideogramáticas lo más próximas posibles; afianzar por signos duraderos lo que fluctúa
en la apariencia vacilante del mero sentimiento” (2008, pp. 80-81).
La importancia del elemento irracional que Otto atribuirá a la divinidad será tal,
que la catalogará como predicado esencial sintético en tanto se agregaría como algo
fundamental al sujeto en el juicio (2008, pág. 14).8 El mayor problema que en este
aspecto se le presentará al teólogo alemán es la manera de hacer comprensible aquel
soporte sintético. Tal dificultad irá de la mano de la “tradicional” tendencia racionalista
bajo la cual hubo de ser abordada la idea de Dios, lo cual ocultaría un rasgo esencial en
la misma: el de la emoción e intimidad religiosa (Otto, 2008, pág. 15). Bajo tal
aclaración es donde comenzará a ser esbozada la categorización específica de lo
sagrado. Para ello, Otto recurrirá a un término con el que tratará de evocar lo más
propio del ámbito divino, alejándose de las concepciones previas que lo ubicaban
como “predicado absoluto moral o el bien perfecto” (2008, pág. 17)9 y de todo uso no
riguroso del término. Esta noción, a la cual habrá que prestar atención dados sus
orígenes muy escasamente relacionados con una idea de bien o una ética específica, es
la de lo numinoso.10 En relación a dicha categoría se nos dirá que “nuestra X no es esto,
pero está emparentada con esto y opuesta a aquello. Nuestra X no se puede enseñar,
sino solo suscitar, despertar, como todo lo que procede del espíritu” (Otto, 2008, pág.
8
La influencia del pensamiento kantiano es uno de los elementos más presentes en la obra de Otto.
Fundamentalmente, dicho ascendente se encuentra sostenido teóricamente por lo que en Kant se
constituyó como la preponderancia del sujeto en el acto cognoscitivo, siendo el predicado que se le
atribuye a un determinado objeto, una expresión de la intencionalidad del sujeto, y no atributo del objeto
mismo. Allí es donde Otto encontrará la llave para “decir algo” acerca de lo sagrado, pues si bien no
resulta claramente comprensible, es innegable que responde a una intención de sentido (y no de
significado). De este modo, y siguiendo al filósofo de Königsberg, Otto entenderá que lo sagrado es
inaccesible para la comprensión, funcionando más bien como una categoría fundamentalmente valorativa,
acercándose de este modo a lo que Kant entiende por predicado absoluto moral cuando este se refiere a
“lo santo”.
9
Precisamente bajo este horizonte Otto ubicará la concepción de lo religioso comprendida por Immanuel
Kant. Ello en razón de que este habrá de concebirla como voluntad santa o voluntad moral perfecta a raíz
de la obediencia sin matices por el solo impulso del deber y la ley moral que genera (Otto, 2008. pág. 17).
10
R. Otto explica que ha formado esta palabra combinando dos términos: omen (ominoso) y lumen
(luminoso). Numen (de donde Otto deriva numinoso) alude en su origen al movimiento de cabeza por el
cual se manifiesta la voluntad de prohibir o de permitir, y termina aplicándose a la voluntad divina que de
ese modo expresa su poder. Mientras signum designa la manifestación sensible por la cual esta voluntad
se da a conocer (hechos prodigiosos, fenómenos naturales), numen alude al ejercicio del poder supremo
de un dios (Otto, 2008, pág. 16).
Por su parte, y en consideración del ascendente kantiano mencionado en notas precedentes, cabe ser
realizada alguna aclaración en relación a los términos entre lo numinoso en Otto y el noúmeno en Kant.
Las diferencias son notables al centrarnos de forma detallada en tales nociones. En primer lugar,
pertenecen a etimologías diferentes. En el caso de Otto (del latín) indica la experiencia terrorífica (lo
ominoso del numen) solo pasible de ser intuida. Por el lado de Kant (del griego), el noúmeno es objeto del
conocimiento racional puro (objeto de intuición no sensible), en oposición al fenómeno, objeto del
conocimiento sensible.
19). Esto explica el hecho de que se la considere como dato fundamental y originario (a
priori), indefinible, pasible solamente de ser elucidado. También nos ofrece un indicio
de inigualable valor a la hora de comprender el modo bajo el cual Otto trabajará en
adelante con la noción de lo sagrado. En principio se puede afirmar sin riesgo de caer
en error, que su proyecto se encuentra muy lejos de una construcción conceptual,
interrogante que en numerosas ocasiones hizo presencia a la hora de pensar este
trabajo respecto al modo en que aquella noción fue abordada tras su liberación del
supuesto cristiano. Más bien pareciera que allí opera una intención representativa en
lo referente al orden originario de la práctica sagrada. Representación de una práctica
que rememoraría el ámbito ritual y que buscaría ser experimentado en el plano
psicológico del individuo.
Por su parte, lo numinoso será pasible de una mayor elucidación a partir de lo
que el teólogo alemán desarrolle desde lo comprendido como momentos
experienciales del mismo. El primero de estos momentos aludirá a un sentimiento
pertinente bajo el cual es experimentada aquella emoción religiosa. Respecto al
mismo, Otto insistirá en la advertencia de no caer en intentos de traducirlo en
explicitaciones y conceptos. Más bien, se nos invitará a una indagación interior en la
cual puedan ser detectados los elementos más específicos emergentes en derredor a
la experiencia religiosa. Dicho de otro modo, y retomando la palabra vivencia para
clarificarlo lo mayormente posible, se trataría de un abordaje de tipo psicológico en el
cual se trataría de hacer patente lo que en el interior de nuestra persona surge ante
una experiencia de tipo sagrada.
Este primer momento se lo denomina como sentimiento de criatura
(Kreaturgefühl) (Otto, 2008, pág. 19). Momento del cual nos interesa hacernos eco a
raíz del diálogo que este pensador llevará adelante con Friedrich Schleiermacher
alrededor a lo que este hubo de concebir como sentimiento de absoluta dependencia
(Gefühl der Abhängigkeit). En síntesis, este sentimiento se lo puede entender como
hundimiento y desaparición ante la presencia tremenda de la divinidad, la cual solo
puede ser concebida de forma indirecta desde el sentimiento como única fuente. En
relación con esto se producirá la primera diferencia respecto a Schleiermacher, pues
11
“Dos emociones contradictorias entre sí, son la principal causa del colapso de la lógica aplicada a la
descripción de la experiencia religiosa, puesto que la premisa que refiera a lo sagrado es de entrada
ambigua, es decir, sin un significado claro y distinto, ya que rebasa la experiencia concreta que los
sentidos tienen de las cosas, al no ser capaces de percibirlo en su totalidad”. (Guacaneme, 2010. p. 295).
12
“Por símbolo no se debe entender una forma de lenguaje religioso, sino que todo lenguaje religioso es
símbolo en tanto que remite a lo indefinible, es decir, a lo sagrado”. (Guacaneme, p. 293).
13
Wunenburger atribuye esta situación a la desacralización del “hombre posmoderno” (2009).
14
Una de las disciplinas que mayormente se ha ocupado de esta institución, por demás significativa en
lo sagrado, es la sociología. La naturaleza social que dicho rito detenta en comunidades que lo practican,
ha servido a pensadores como Emile Durkheim, Henri Hubert, George Bataille, entre otros, ubicarlo
hecho originario, fundante del periodo o ciclo que le toca consagrar. En presencia de
estas especulaciones, una respuesta al interrogante sobre el motivo de tal repetición y
el valor de la misma debería ser indagada en lo propio del acto ritual, teniendo en
cuenta su valor de ejemplaridad. De este modo, si se considera que el sacrificio
procede de forma exclusiva por vías violentas, lo cual presupone como condición todo
un saber de fondo -regulación estricta de lo ritual-, es coherente pensar que aquello
imitado (el hecho arquetípico) responde a un hecho, situación o fenómeno de
particular valor para los orígenes del grupo o comunidad y que en efecto, haya tenido
por componente de importancia acontecimientos marcados por una violencia radical.
Bajo dicha lectura, lo sagrado será asociado, a veces de manera indistinta, al fenómeno
de la violencia, agregándose al aspecto irracional (Otto) y absolutamente real (Eliade)
que vienen siendo considerados.
Con el fin de lograr una comprensión más acabada de lo Sagrado, trabajaremos
a continuación con dos pensadores que lo han indagado en clave antropológica,
permitiendo un acercamiento del mismo en el orden de las prácticas. Ello contribuirá a
una consideración del fenómeno de lo sacro más allá de sus manifestaciones psíquicas
y existenciales según lo hemos presentado desde Otto y Eliade.
como fundamental dentro de sus hipótesis de trabajo. La idea de que lo sagrado es el reverso de las
primeras representaciones que la colectividad tiene de sí, vienen a ser mediadas por el acto material del
sacrificio. Un texto canónico de esta vertiente es el publicado por Henri Hubert y Marcel Mauss
originalmente en 1899 Se trata de: Ensayo sobre la naturaleza y la función del sacrificio. Trad. de Víctor
Goldstein. Waldhuter, Bs. As., 2019.
En nuestro país, la vertiente sociológica de lo sagrado ha encontrado diversos desarrollos. Véase: Lorio,
N. La potencia de lo sagrado y la comunidad. Un rastreo de Durkheim a Bataille en el Colegio de
Sociología (2013). Revista de Filosofía: Areté. Vol. XXV, N° 1, ISSN: 1016-913X.
disipa al respecto cuando se comprende que lo sagrado allí responde a una función de
la cual el orden social no puede prescindir a riesgo de desintegrarse bajo una oleada de
violencia intestina. En este sentido, no podría pertenecer al orden de lo especulativo,
ni aun meramente a aquella dimensión simbólica que la sitúa como práctica originaria
y esencial. Esto, en razón de que tal simbolismo de lo sagrado se despliega
fundamentalmente en la dimensión específica de la praxis. Ritos, danzas, utilización de
máscaras, cierre del ritual mediante el sacrificio, etc., forman parte de un repertorio
que pertenece a lo sagrado en la puesta en acción de la memoria colectiva. Quizás sea
el mito el que pueda ser catalogado como actividad mayormente ligada al orden
especulativo en derredor de lo sagrado.15 Su relato generalmente ligado a hechos
fundacionales del orden (cosmogónico, caso del famoso mito de la castración de
Urano; o estrictamente del orden de lo social como el mito de Prometeo), nos refieren
a una actividad plasmada en la oralidad y que tenían por función aquella
rememoración de los orígenes.
Para finalizar esta exposición del pensamiento girardiano, no quisiéramos dejar
pasar una serie de críticas que sobre este autor han sido elaboradas a partir de lo que
se ha comprendido como exceso especulativo. En este sentido, se manifestarían en las
principales conclusiones del filósofo francés grandes elucubraciones teóricas sin
demasiadas posibilidades de ser logradas contrastaciones de carácter empírico. Esto,
muy a su pesar, pues si nos detenemos en su obra, verificaremos la preocupación del
autor por elaborar una “perspectiva empirista de los hechos religiosos” (Girard, 2011,
pág. 44). Habiendo tomado nota de esto, hemos consideramos conveniente adoptar la
perspectiva del siguiente pensador, en cuanto basará integralmente sus
investigaciones en el campo disciplinar científico de la biología y la etología. No
pretendemos con esto dar una justificación última de lo que aquí viene siendo
indagado, sino adjuntarla como perspectiva para dar respuesta a aquellas críticas
vituperantes de la obra del filósofo y antropólogo francés. A ellos nos abocaremos para
dar cierre el presente capítulo.
15
“...lo único probado es que el mito y el rito, como formas de la tradición cultural, se combinan
exitosamente” (Burkert, 2013, pág. 65)
16
“La experiencia fundamental de lo sagrado es la matanza sacrificial. El homo religiosus actúa y
adquiere conciencia de sí como homo necans” (Burkert, 2013, pág. 21). El término necans refiere a
matanza. La fórmula homo necans puede comprenderse como “hombre que mata”.
En páginas posteriores dirá respecto al sacrificio “que es la forma más antigua de la acción religiosa”
(Burkert, 2013, pág. 37).
17
En este sentido, Girard menciona la peligrosidad del “material que se manipula. [...] Lo sagrado es todo
aquello que domina al hombre con tanta mayor facilidad cuanto que el hombre se cree capaz de
dominarlo” (2011, pág. 41)
camino, y al respecto dirá: “el punto central [de la matanza sacrificial] es siempre la
experiencia de la muerte, ocasionada por la violencia humana en virtud de una
necesidad predeterminada” (Burkert, 2013, pág. 35).18 Esta experiencia que determina
al ser humano ante semejante práctica, es de una cotidianeidad tal, que puede resultar
curiosa. Se trata del acto mismo de la ingesta, de la experiencia de la comida. No
obstante, no será la ingesta profana la que interese a este estudioso, sino más bien su
opuesto, la ingesta llevada delante de forma ritual en unas de las prácticas más
antiguas concretadas por la humanidad, y específicamente por el hombre. Nos
referimos con ello a la caza. A esta hipótesis, Burkert la denominará como explicación
genética de lo sagrado (2013, pág. 36). Las pruebas que justifican dicha formulación
responden a los distintos modos en que tribus pertenecientes ya al periodo paleolítico
llevaban adelante sus rituales de caza. Si bien dicho acto no pertenece en sentido
estricto a una ceremonia, sino a algo mucho más práctico, contingente, con un sentido
mundanal como lo es la obtención de carne como alimento, Burkert entiende allí que
la vivencia en conjunto de la caza por parte del grupo, posee una carga lo
suficientemente intensa para provocar su necesidad de rememoración 19 en actos
representativos que recuperen aquella carga de intensidad y que a la vez, provoque lo
absolutamente opuesto en tanto se está en estrecho contacto con la experiencia de
mayor repulsión: la muerte. Cobraría asimilar bajo estas indicaciones, el sentir
ambivalente de lo sagrado del mysterium tremendum/mysterium fascinans. En
derredor del sentimiento de culpa ante el animal asesinado se nos dirá: “En la base de
todo está el miedo que, en vista de la realidad de la muerte, inspira el futuro: el acto
cruento eran necesario para la vida, pero no es menos necesario que nazcan nuevas
vidas” (Burkert, 2017, pág. 41).
Otro de los rasgos que sitúan a este pensador en una posición diferente a la de
Girard acerca del modo en que lo sagrado hubo de desplegarse desde el desarrollo
civilizatorio es que este último lo entenderá como un camino de talante sublime en el
cual opera la paulatina desaparición de la víctima sacrificial como categoría y de la
18
La cursiva es mía.
19
Platón en el Critias (119d), mencionará respecto a su Atlántida ficticia esta relación entre la caza y el
sacrificio.
práctica misma de tal rito. Por el contrario, Burkert entenderá que en vistas del
refinamiento que la humanidad hubo de conseguir a partir de ciertos avances, debió
recurrir a la suscitación de conflictos que aseguren periódicamente el abastecimiento
de víctimas. Como ejemplo de este progreso de la violencia sagrada “se exagera la
oposición entre los sexos, [...] el conflicto generacional adquiere tintes no menos
dramáticos en los rituales de iniciación. Privada del objeto de caza externo, la sociedad
secreta puede convertir en víctima al propio iniciando” (Burkert, 2017, pág. 86). La
máxima expresión en el orden secular de dicho “progreso”, Burkert lo fijará en la pena
capital entendida ella como suma manifestación del poder del Estado.
Baste esta última indicación para dar cierre a las indagaciones llevadas a cabo
sobre lo sagrado en la actualidad. Nos interesó allí, el modo en que lo sagrado como
noción ha llegado a un importante grado de secularización, culminando un camino en
el cual ha desarrollado para sí una liberación de sentido de suma importancia en la
tarea de ser concebida de forma autónoma respecto a otros modos de expresión
religiosa. Con ello, puede decirse que ha sido allanado el camino en el objetivo de dar
con una idea concreta de lo sagrado y así verificar las formulaciones hipotéticas que
dieron motivo al presente escrito.
III. Conclusión
Tras haber indagado sobre algunas de las más importantes corrientes que en la
contemporaneidad se ocuparon sobre la noción de lo sacro -las cuales lejos se
encuentran de agotarla-,20 pueden ser esbozados algunos lineamientos en lo
concerniente a su construcción como objeto de estudio.
Inicialmente, en lo que refiere a su relación con el fenómeno religioso, la
presencia del cristianismo en la doctrina de Rudolf Otto es innegable, interviniendo
constantemente en su discurrir acerca de una noción que reclamaba cada vez más, un
campo propio de significaciones y sentido. En el centro de esta exigencia, hubo de ser
iluminado un elemento crucial de la noción de lo sacro: su inherente irracionalidad.
20
Para una descripción exhaustiva de las corrientes y pensadores que se encargaron de trabajar lo
sagrado en la contemporaneidad, ver la segunda parte de la obra citada de Wunenburger, J. J. Teorías
de lo sagrado: pp. 81 – 85.
Esta cualidad comenzó por dotar de nuevos significados a una idea que hasta el
momento se mostraba bajo cierta ambigüedad, referida al sentimiento religioso sin
más. Esta ínsita irracionalidad señalada por Otto, abrió todo un camino de reflexiones
e interrogantes respecto a lo que propiamente pertenecía al campo de lo sagrado y
que será recorrido luego por Eliade desde dos perspectivas que pueden comprenderse
como fenomenológicas, pero que se diferencian en la naturaleza de los hechos que
estudian (que en el fondo, no dejan de ser el mismo). En el caso de Otto, nos
enfrentamos a una fenomenología de los hechos internos de la conciencia en
presencia de lo sagrado; mientras que en Eliade, los hechos descriptos y reflexionados,
refieren a la conducta del homo religiosus. En otras palabras, a la exteriorización de
aquellos hechos internos, fluctuantes y materializados en las categorías de espacio y
tiempo sagrado, como fue desarrollado en el historiador rumano. Emergieron allí,
diversas categorías psíquicas y existenciales bajo las cuales ha de comprenderse la
conducta del homo religiosus, sujeto que al decir de Eliade, encuentra su punto de
anclaje en la realidad sagrada. Doble rostro (repulsión/atracción), tiempo de
repetición, espacio cualitativo, entre otras, tomaron forma como elementos propios de
una noción que fue cobrando cada vez mayores contrastes en tanto podían ser
integradas ambas perspectivas bajo una descripción y reflexión sobre la
fenomenalidad interna (Otto) y externa (Eliade) de la experiencia sagrada.
Lo sacro considerado por Otto desde diferentes categorías psíquicas
(mysterium tremendum, mysterium fascinans, lo enorme, majestas, entre otros) vimos
que se encuentra fundado esencialmente por una experiencia que le pertenece en lo
más profundo: lo numinoso. Insensata, terrible, terrorífica (horror sagrado), son
algunos de los predicados que se le atribuye a tal experiencia bajo la referencia de
aquel neologismo. Por otro lado, también opera como edificante y benefactora de la
condición humana. Doble aspecto que en la lectura realizada por Otto se comprende
justamente desde el binomio mysterium tremendum/mysterium fascinans y que
responde a la estructura misma de lo numinoso.
Por su parte, en su afán de exponer los modos existenciales del homo
religiosus, Mircea Eliade nos permitió comprender las formas en que la cosmovisión
Bibliografía
Resumen
En este trabajo me propongo analizar cómo la discusión de Hegel de nociones
centrales de la filosofía de Kant (tales como concepto, objeto, verdad, conocimiento,
forma y contenido) lleva a replantear el alcance epistemológicamente legítimo de las
categorías. Esta revisión se da junto con la advertencia de Hegel de un grave problema
metodológico de la filosofía crítica: ésta es incapaz de justificar la pretensión de verdad
del presunto autoconocimiento de la razón. Esto llevará a Hegel a reelaborar el
método de auto-indagación de la razón, junto con las nociones antes indicadas.
Finalmente, indicaremos cuáles son los requisitos –desde una perspectiva hegeliana–
para la verdad de un discurso filosófico: (1) admisión del conocimiento conceptual; (2)
deducción inmanente basada en el concepto entendido como estructura sistemática;
(3) deducción de la subjetividad; Y finalmente, el más importante, (4) la impensabilidad
*
Doctor en filosofía (FFyL UBA) abogado (F. Der., UBA) y profesor de filosofía (FFyL UBA). Investigador
del CONICET. Docente de la Facultad de Filosofía y Letras y de la Facultad de Derecho de la Universidad
de Buenos Aires. Se especializa en la filosofía de Kant y Hegel, así como también en la filosofía moderna
en general y la filosofía del Derecho. Su más reciente libro es La antinomia de la razón pura en Kant y
Hegel (Alamanda, Madrid, 2018).
Herszenbaun MIguel
Abstract
In this paper, I analyze how Hegel’s discussion of main notions of Kantian
philosophy (such as concept, object, truth, knowledge, form and content) leads him to
re-elaborate the epistemological reach of categories. This revision of categories comes
with Hegel’s notice of a serious methodological problem in Kant’s critical philosophy: it
is incapable of justifying the pretension to truth of the assumed self-knowledge of
reason. This problem will take Hegel to re-elaborate reason’s method of self-inquiry
and the notions abovementioned. Finally, I will show the truth’s requisites –according
to a Hegelian perspective– of a philosophical discourse: (1) conceptual knowledge; (2)
immanent deduction based on concepts understood as systematical structure; (3)
deduction of subjectivity; last but most important, (4) impossibility to think an
alternative model of reason and the refutation of all forms of realism. By
accomplishing these requisites, the philosopher will be able to probe the legitimacy of
reason’s self-inquiry or the transparency of reason.
1
Para facilitar este diálogo, utilizaré un vocabulario filosófico lato, que me permita hablar de ambas
filosofías a la vez. Términos como razón, ser, fundamento no deben ser tomados en su sentido técnico,
salvo que por contexto se advierta lo contrario.
2
“I” y “II” indican el tomo en español de la Ciencia de la lógica.
3
La Crítica de la razón pura de Kant es citada indicando A y B para la primera y segunda edición
respectivamente, seguidos por la paginación de la edición académica.
4
La discusión sobre el carácter formal de las categorías y su contenido se vincula al problema de su
relación con los juicios lógicos. Quienes sostienen que las categorías no poseen contenido, suelen
reducirlas a la mera forma de los juicios de la lógica general. Esta discusión excede los límites de este
trabajo, pero sostengo que la categoría no puede reducirse a la mera forma de su juicio
correspondiente, sino que en ambos actúa la misma función; la categoría posee un contenido propio a
través del cual no se piensa únicamente la forma de un juicio, sino un cierto contenido semántico
representacional que permite el pensamiento o representación conceptual de un objeto en general o de
algunos de sus rasgos ontológicos. Así, si por carácter formal de la categoría se entiende su reducción a
la forma lógica general del juicio, discrepo con que las categorías sean formales. Si, en cambio, se admite
el contenido semántico de la categoría, y en razón de la falta de intuición se habla de formalidad de la
categoría (en la medida en que la categoría dé la forma del objeto, es decir, los rasgos ontológicos de un
objeto en general), admitiría llamar formales a las categorías. Véase Paton, 1957, pp. 253-255,
Longuenesse, 2000, p. 294, Wolff, 1963, p. 64, Reich, 1992, p. 9, Arias Albisu, 2010, pp. 112-113, Alves,
2008 pp. 118-119, Heimsoeth, 1963, p. 381. Herszenbaun, 2018, pp. 109-110, 309.
5
El capítulo “Del fundamento de la distinción de todos los objetos en general en phaenomena y
noumena” de la Crítica de la razón pura es un buen ejemplo de esta tensión. Kant intenta dejar en claro
que las categorías puras no poseen un uso epistemológicamente legítimo, pues sin referencia a las
condiciones sensoriales, no pueden brindar un objeto determinado. Sin embargo, para explicar esto,
Kant abarca temáticas adyacentes que permiten caracterizar a las categorías. El texto es claro con
respecto a las intenciones de Kant. Pero para cumplir con su objetivo, Kant por momentos asimila
totalmente la categoría a la mera forma lógica o judicativa. Y por momentos reconoce que por medio de
la categoría se representa algo (aunque este representar no tenga un carácter epistemológico válido).
Parte de la complejidad del tema está dada por la manera en que Kant utiliza términos como uso y
significado. La posición de Hegel consistirá, precisamente, en discutir y reivindicar lo que la categoría
pura brinda por sí misma y su aptitud epistemológica. Véase Kant, 2007, A238-241/B298-B300, A244-
5/B302, A 247/B304.
6
Aquí Hegel indica el carácter subjetivo de la intuición y las categorías. Así, Kant vuelve a encontrarse
con una contradicción, al degradar el estatuto del objeto empírico frente a la cosa en sí.
7
Kant da una definición nominal de verdad entendida como correspondencia, luego de lo cual pasa a
considerar a la lógica general y trascendental como criterios de verdad (2007, A58/B82-A60/B84,
A62/B87). En tanto rechaza un criterio material de verdad y acoge uno formal, Kant parece dejar atrás
su concepción de la verdad como correspondencia. Sin embargo, desde la perspectiva de Hegel, Kant
nunca abandona tal concepción de verdad, toda vez que la filosofía crítica se sostiene sobre datos
exógenos al pensar y a su necesidad de referir el entendimiento puro a la experiencia posible. Sobre las
consecuencias metodológicas de esto volveremos más adelante.
8
Con los términos “tema” y “temático” me refiero al pensamiento referido a objeto o al contenido
objetivo del pensamiento.
9
Hegel dice sobre la posición kantiana “Si la razón pretende ser algo para sí, extraer la verdad de sí
misma, será una razón trascendente, se remontará por sobre la experiencia, puesto que carecerá de la
otra parte integrante, y engendrará tan sólo quimeras cerebrales”, 2002, p. 424.
A esto se suma que en Enciclopedia parág. 10 (1997, pp. 111-112) y en Lecciones sobre la historia de la
filosofía (2002, p. 221) Hegel señala la presunta incongruencia kantiana de pretender estudiar las
facultades de conocimiento (“instrumentos”) con independencia del conocer y no advirtiendo que estos
“instrumentos” tendrían que conocerse a sí mismos, con lo cual serían factores condicionantes de
nuestro conocimiento de ellos. Hartnack entiende que la crítica metafilosófica de Hegel a Kant consiste
en que la reflexión sobre el alcance del conocimiento no sería, estrictamente, conocimiento. A esto
Hartnack responde que la Crítica de la razón pura es un discurso prescriptivo y no descriptivo; la Crítica
no pretende brindar conocimiento en el sentido tradicional cf. Hartnack 1987 pp. 78-80. Walsh (1987 p.
122) entiende que la crítica de Hegel a Kant consiste en que no se puede conocer el instrumento de
experiencia posible que sirve como criterio de verdad empírica no puede ser el
referente respecto del cual contrastar la veracidad del auto-conocimiento racional.10
A esto se suman otros problemas que Hegel advierte en la filosofía crítica. El
presunto auto-conocimiento de la razón descripto en la filosofía crítica se encuentra
condicionado por elementos exógenos a la razón, ya sea el dato intuitivo o ya sea la
tabla lógica de juicios. Por otra parte, el idealismo trascendental se encuentra rodeado
por antinomias irresolubles desde su marco teórico, como la oposición entre
entendimiento y sensibilidad, razón teórica y razón práctica, incognoscibilidad de la
cosa en sí y conocimiento de la libertad. Es decir, desde la perspectiva de Hegel hay
múltiples indicios que indicarían la insuficiencia de la filosofía crítica para acreditar su
legitimidad como auto-conocimiento de la razón.
Ahora bien, como habíamos adelantado, la reelaboración que Hegel lleva a
cabo conduce a una solución de este problema. En la lógica hegeliana, la verdad se
define como una correspondencia entre el pensar puro y su objeto inmanente, que no
es otra cosa que el contenido inmanente del pensar, con lo cual los movimientos
semánticos y conceptuales del pensar puro no son otra cosa más que el despliegue de
su propio contenido semántico inmanente. Esta correspondencia implica que el pensar
puro tiene un objeto con el cual se corresponde y permite la verdad de su saber de él,
es decir, es objeto de conocimiento legítimo.
Esta correspondencia permite a su vez una solución metodológica al problema
kantiano antes mencionado: el discurso filosófico como saber de la razón sobre sí
misma ya no requiere corresponderse con un objeto intuible o medirse con un
parámetro externo al pensar. El pensar puro puede corresponderse consigo mismo.
Para eso, debe acreditarse la correspondencia entre el pensar filosofante, es decir, la
razón que enuncia su presunto saber sobre su propia constitución, esto es, el discurso
que describe a la razón y su objeto de presunto conocimiento, es decir, el pensar
conocimiento sin utilizar dicho instrumento de conocimiento. Así, la reflexión filosófica no logra conocer
su objeto, o lo conoce de manera condicionada. En mi opinión, la crítica de la Enciclopedia y las
Lecciones se complementa con aquella encontrada en la Lógica. En la Lógica, entiendo, se acentúa la
inconsistencia del discurso filosófico (kantiano) que no puede cumplir sus propios parámetros de
verdad, conocimiento y objetividad.
10
Véase la nota siguiente.
11
Aquí no me ocupo del método de la filosofía crítica según el propio Kant ni de evaluar si la lectura
hegeliana de Kant es adecuada. Los criterios y el método que Kant utiliza para evaluar y determinar la
verdad de su propio discurso filosófico se escapa a las intenciones del presente trabajo. Sin embargo,
considero que esta lectura de Hegel sobre Kant permite comprender mejor aspectos epistemológicos y
metodológicos de la lógica hegeliana, y también es concordante con la lectura que posteriormente el
neokantismo hizo de la metodología de la filosofía crítica (Natorp, 1987, pp. 80-81). Aunque Kant no
dice que la Crítica de la razón pura parta de un factum y retroceda a sus condiciones de posibilidad a
través de argumentos trascendentales (tal como ha sido leída por influencia del neokantismo), sino que
se procede por síntesis de los elementos que son esclarecidos e integrados, lo cierto es que la única
forma que a mí parecer (siguiendo a Hegel) tiene Kant para acreditar la verdad de su investigación y
descubrimiento de estas condiciones de posibilidad es remitir a aquello que ellas constituyan (i.e. la
experiencia posible). Con lo cual la verdad de la doctrina de los elementos se ve por sus resultados o su
congruencia con la experiencia posible. A fin de cuentas, depende de un factum con el que debe
concordar (factum que debe presuponer y no puede explicarse a partir de la razón).
12
Tal transparencia no implica un colapso de la razón sobre sí que suprima toda articulación,
diferenciación interna o auto-mediación.
13
Antes de Hegel, Reinhold (Hoyos, 2001, pp. 81 y ss.) y Fichte (Houlgate, 2006, pp. 23-24) creyeron
necesario reelaborar la deducción metafísica de las categorías de Kant.
14
Utilizo el término criterio para evitar el término principio que puede resultar equívoco, ya que Hegel
no considera que la filosofía pueda comenzar por un primer principio, ni podemos encontrar un método
preestablecido independiente del material mismo. En este sentido, Houlgate indica que la
autoevaluación de la razón debe carecer de presupuestos, entre ellos el de un método (2006, pp. 27, 34,
42, 48) y Nuzzo enfatiza la congruencia del desarrollo metodológico inmanente de la Lógica (que posee
a la reflexión como la autoconciencia de la forma del método y no como un momento exógeno) (2011,
pp. 114-116). Hegel insiste en que el método es inmanente al material propio del pensar, con lo cual la
indagación lógica se hace a través del propio movimiento del pensar y su contenido. Elijo hablar de un
criterio de indagación para referirme a aquellos requisitos generales que el método de indagación debe
satisfacer para ser idóneo, sin que este criterio sea propiamente un método concreto o principio
preestablecidos.
15
Es conocida la objeción de Hegel a la deducción metafísica de las categorías de Kant, quien tomara la
tabla de los juicios de la lógica general como hilo conductor para la deducción de las funciones del
entendimiento. Según Hegel, esto es proceder de una manera empírica, pues se toma un mero dato
histórico (el estado de desarrollo de una ciencia) como una verdad eterna y se intenta imponer esta
forma estática y sin vida al pensamiento. En lugar de esto, la indagación filosófica debe hacerse desde
adentro del propio pensar. Hegel, 1982, I, p. 70-1; 2008, 37-8. 1982, II, p. 256, 272; 2003, 16, 28. 2002, p.
430. 1997, parág. 42, p. 144.
Para que este movimiento deductivo sea posible, es necesario que los
conceptos sean (a) capaces de producir lo diferente de sí y (b) capaces de integrar lo
diferente de sí en una estructura sistemática compuesta por relaciones o referencias
semánticas internas. Es decir, en otras palabras, para acreditar la posibilidad de la
deducción inmanente es necesario que los conceptos sean estructuras complejas,
sistemáticas, sintéticas y dinámicas, compuestas por multiplicidad de elementos
relacionados semánticamente entre sí.
La deducción es posible sólo si los conceptos tienen este carácter productor de
su diferencia, si son capaces de remitir a dicha diferencia a través de múltiples vínculos
semánticos y, con ello, integrarla en una estructura conceptual sistemática más
compleja. Este carácter sistemático o integrador del concepto permitiría al pensar que
lleva a cabo esta auto-indagación recorrerse a sí mismo de manera íntegra sin
apoyarse en una guía exógena y lo demuestra Hegel en su tratamiento de la antinomia
de la razón pura kantiana (Herszenbaun, 2018, pp. 479-480, 499, 568 y ss.)16.
En dicho tratamiento, Hegel demuestra que Kant ha hecho un descubrimiento
legítimo sobre la naturaleza de la razón, pero que ha sido incapaz de comprender su
verdadero significado filosófico, que la presentación kantiana de la antinomia es
arbitraria, que Kant es incapaz de comprender el verdadero origen (lógico, conceptual)
de la antinomia, que Kant acota indebidamente la cuestión antinómica al terreno de la
cosmología racional y como un producto de la indebida interacción de la razón y la
sensibilidad. El descubrimiento kantiano es, a los ojos de Hegel, acertado, pero mal
comprendido por el filósofo de Königsberg (véase Herszenbaun, 2018, pp. 470 y ss., y
Herszenbaun, 2017, pp. 38 y ss.).
Kant cree que la antinomia de la razón pura es el resultado del posicionamiento
realista trascendental adoptado por la razón, que consiste en asumir que los objetos
espacio-temporales, el tiempo y el espacio son cosas en sí. El realismo trascendental
supone, en consecuencia, no abordar a la razón pura especulativa en su particularidad,
16
Hegel, 1982, I, 71; 2008, 38 “Es un nuevo concepto, pero un concepto superior, más rico que el
precedente; porque se ha enriquecido con la negación de dicho concepto precedente o sea con su
contrario; en consecuencia lo contiene, pero contiene algo más que él, y es la unidad de sí mismo y de
su contrario. Por este procedimiento ha de formarse, en general, el sistema de los conceptos, y
completarse por un curso incesante, puro, sin introducir nada del exterior”.
integrar conceptos y formar redes requiere que los conceptos en cuestión estén
vinculados, referidos unos a otros de alguna manera, y que puedan ser incorporados
en una estructura conceptual superior. Como sabemos, Hegel piensa esta referencia
de un concepto a otro a través de la negación, la contradicción, y la Aufhebung.
Sin estos requisitos, la deducción inmanente de las categorías del pensar puro
es imposible y, en congruencia, es también imposible el auto-conocimiento de la
razón. Sin esta deducción, no se tiene el hilo conductor inmanente al pensar para que
el pensar se investigue a sí mismo.
Ahora bien, además esta deducción debe tener un carácter necesario. Al
estudiarse a sí misma, la razón debe tener que pasar necesariamente de una categoría
a la siguiente y así a la totalidad de la razón (alcanzando así no sólo un conocimiento
de sus modos de pensar el objeto, sino un conocimiento completo de sí misma, de lo
que es ser una razón). La necesidad del proceder de esta deducción demostraría que
en esta investigación de sí misma la razón no incurre en errores ni en arbitrariedades,
ni se encuentra sujeta a un error sistemático, a una ilusión trascendental o el
hipotético engaño de un genio maligno. En otras palabras, que el saber de sí misma es
necesario. Si esta deducción inmanente se demuestra necesaria, se acredita con eso
también que es el camino del auto-conocimiento del pensar puro, es la garantía de la
investigación íntegra de sí mismo. Pero hasta aquí, hemos explicado por qué es
necesaria esta deducción inmanente para una auto-indagación de la razón y cuáles son
sus requisitos. No hemos demostrado, en cambio, por qué y cómo su proceder es
necesario (o cómo se prueba esta necesidad). Sobre esto volveremos en el último
requisito.
(3) El tercer requisito que debe mencionarse es la deducción de la subjetividad.
La deducción de la subjetividad es un momento fundamental de la deducción
inmanente. En el caso de Hegel se trata del pasaje de la lógica objetiva a la lógica
subjetiva. Este pasaje no es otra cosa que la instancia de la conversión de la sustancia
en sujeto y, entre otras cosas, la refutación del spinozismo al final de la “Doctrina de la
esencia”. Es cierto que este pasaje sería un momento de la deducción inmanente antes
17
Cabría preguntar por qué un sistema filosófico o su exposición debe comenzar por la objetividad y
descubrir la subjetividad y no al revés. Aunque sabemos que Hegel comienza su lógica con la inmediatez
del ser y no con la subjetividad (que debe ser deducida) y esto se debe precisamente a la inmediatez
requerida del punto de partida, la pregunta es legítima.
Se puede ensayar una respuesta retomando la distinción cartesiana entre método analítico y sintético.
El método sintético es la exposición que se realiza partiendo de principios o axiomas y demostrando
teoremas, al modo matemático. El método analítico, en cambio, expone la vía del descubrimiento
(Descartes, 2011, pp. 115-7). Toda exposición según el método sintético carecerá de los fundamentos
que condujeron al descubrimiento de los principios que dan razón y sustento al sistema que se expone.
En el caso que aquí nos interesa, se trataría de un sistema que tiene como tema al pensar puro mismo (a
diferencia de lo que pasaría, por ejemplo, con la geometría, que no requiere exponer la naturaleza del
pensar, sino sólo ciertas determinaciones del espacio). Una exposición sintética del pensar supondría
comenzar con el pensar y derivar de él todo lo que se funda en él. Pero tal exposición dejaría afuera las
razones que llevan al descubrimiento del pensar, aunque éstas sean parte del pensar mismo, mostrando
que la exposición sintética del sistema del pensar puro es eo ipso incompleta e infundada (aun si,
paradójicamente, el primer principio fuera –concedamos– apodíctico). Esto quiere decir que aunque el
sistema filosófico tenga su fundamento en la subjetividad, no puede comenzar inmediatamente por la
subjetividad; debe descubrir la subjetividad y su lugar como fundamento. Y tales descubrimientos
forman parte del sistema en cuestión. En cambio, el comienzo por la objetividad parece menos
problemático, siempre que no se pretenda que la objetividad se auto-fundamente. Un análisis más
detallado de esta cuestión debería incluir un tratamiento de la imposibilidad (según Hegel) de comenzar
el sistema con un principio y la inadecuación de las formas judicativas para expresar un contenido que
en sí mismo es dialéctico, pero esto excede a las intenciones del presente trabajo.
18
Pippin (1989 pp. 37-38) y de Boer (2004 pp. 789, 803-804) comprenden la Lógica como una exposición
reflexiva en la que el pensar se piensa a sí mismo y expone los requerimientos conceptuales para la
concepción diferenciada de objetos, aunque Pippin entienda esto en términos epistemológicos y de
Boer en términos ontológicos.
decimos en términos kantianos) o que todo contenido temático del pensar, objetivo,
es contenido del concepto, generado por una diferenciación interna del concepto (en
términos hegelianos). El objeto y el pensar concuerdan en el terreno de la lógica,
porque el desarrollo del ser del objeto no es otra cosa que el desarrollo del contenido
inmanente del pensar. Cosa que Kant habría descubierto –al descubrir el carácter
constitutivo de las categorías– pero habría pasado por alto –al dar preponderancia a la
intuición–.
Ahora bien, si la deducción inmanente de categorías es correcta en la lógica
hegeliana y se prueba el pasaje de la lógica objetiva a la lógica subjetiva, entonces
también deberíamos dar por probada la concordancia entre la razón filosofante, es
decir, la razón que enuncia el discurso filosófico, que habla sobre sí misma con
pretensiones de verdad, y el contenido de dicho discurso. En este caso, el contenido de
dicho discurso, su objeto, sería la razón tematizada en la lógica y su objeto de
conocimiento. La correspondencia entre el discurso racional filosofante, la razón
tematizada en la lógica y su objeto no se puede dar si el discurso filosofante enuncia
“desde afuera” a su objeto, es decir, asumiendo que de un lado tenemos el discurso
filosofante y del otro lado, como un objeto exterior y ajeno a este discurso, tenemos a
la razón y su objeto de pensamiento. Si es cierto que el objeto es constituido por su
concepto y que la verdad ha de ser en el terreno de la lógica la correspondencia del
pensar consigo mismo, entonces la única forma en que el discurso filosofante pueda
ser verdadero es si es un discurso que no se enuncia desde afuera de la investigación,
sino desde adentro, es decir, que la razón estudiada sea, al mismo tiempo, la razón que
se expone a sí misma.
De lo contrario, caeríamos nuevamente en el problema de la filosofía
trascendental: ¿cómo acreditamos el valor de verdad del discurso filosófico
trascendental? ¿Cómo acreditamos que la enunciación sobre cómo está constituido el
sujeto cognoscente es verdadera?
Si no se prueba, previamente, que la razón puede saber de sí misma, se puede
cuestionar la legitimidad y validez de todo el discurso filosófico. Ahora bien, no se
19
Sobre el carácter inmanente de dicha refutación, véase Hegel, 1982, II, p. 253-254; 2003, 14-15.
20
Este es el método de demostración según Neuhouser (1990, pp. 58-59) de la filosofía de Fichte a partir
de 1797.
de una refutación inmanente y según los propios supuestos asumidos en cada una de
las posiciones filosóficas adoptadas y los momentos lógicos presentados. En otras
palabras, el avance de la descripción que la razón hace de sí misma se ve impulsado
por las contradicciones a que se llega con cada una de las descripciones alternativas
(en muchas ocasiones, descripciones del conocimiento del objeto, pero, en
consecuencia, también descripciones de la razón y del auto-conocimiento de la razón).
Este es el elemento central que garantiza la necesidad de la deducción inmanente y
también la imposibilidad de ofrecer un esquema alternativo de la razón: En este
proceso, antes del final, todos los esquemas alternativos ya han sido refutados según
sus propios criterios y han conducido a plasmar el sistema final, absoluto, frente al cual
no hay alternativa posible. Es decir, este final supone la exclusión de una
caracterización alternativa y de un comienzo por un supuesto diferente.
En cuanto al segundo problema, aquí es donde entra en juego la contracara del
límite de la pensabilidad: la refutación de todos los realismos. El desarrollo completo
de cómo la razón se piensa a sí misma –completo porque no puede haber un modelo
alternativo– exige también la refutación de todos los realismos, esto es, la refutación
de toda forma de concebir al objeto (o al ser) como autónomo respecto del pensar y
de toda forma de concebir un resto ontológico incognoscible más allá del pensar. De lo
contrario, de subsistir alguna forma de realismo, siempre cabría la posibilidad de
postular, frente a un determinado modelo de la razón, un resto ontológico exógeno al
modelo, lo que equivale a afirmar que el modelo no es absoluto: hay algo más que no
fue conceptualizado, abarcado por la auto-indagación de la razón. Y, por tanto, la
razón misma puede estar entre ese algo más, permitiendo esto que ella sea de otra
manera a como ella misma se concibe.
Toda posición realista deja abierta la posibilidad de un modelo alternativo de la
racionalidad. En tanto plantea un resto ontológico no conceptualizado o no sometido a
la autoridad y poder del concepto, también cabe la posibilidad de que la razón sea por
fuera de la conceptualización de sí misma. En otras palabras, el resto ontológico no
conceptualizado o no dependiente del concepto deja planteado un terreno ontológico
en el que la razón puede ser, aun con independencia de cómo se la ha conceptualizado
21
La refutación de los realismos se identifica también con la demostración de la necesidad del pasaje de
la lógica objetiva a la lógica subjetiva o la necesidad de la conversión de la sustancia en pensar. Si el ser
es siempre el ser del pensar, debe admitirse la conversión de la sustancia-objeto en subjetividad, i.e.
que en el ser surja el pensar y que gracias a eso el pensar adopte las categorías idóneas para pensarse
como lo que es: pensar.
Conclusiones
El trabajo hegeliano sobre las nociones de concepto, objeto, conocimiento,
forma y contenido llevan a un replanteo del alcance epistemológico de las categorías
según el cual se admitiría un conocimiento puramente conceptual de carácter objetivo
y epistemológicamente legítimo. A su vez, esto conduce al planteo de un problema
metodológico. Según las anteriores nociones, la filosofía trascendental no puede
Bibliografía
Resumen
En este trabajo me propongo analizar cómo la discusión de Hegel de nociones
En los últimos años, se ha constatado que la cuestión referida a los procesos de
formación y agencia de la ciudadanía ha logrado ocupar un lugar relevante en el
interés investigativo de diversos campos disciplinares. Se percibe la actualidad de un
horizonte teórico de permanente debate acerca de cómo se emplaza la noción de
*
Este trabajo contribuye a los desarrollos y avances del Proyecto de Investigación denominado “Cuerpo
viral/virtual: la (auto)contaminación. Reflexiones filosóficas marginales. Repensando el tópico
desigualdad”. 18H010/18. Resolución N° 1100/18 –C.S. Período: 2019-2022. Universidad Nacional del
Nordeste.
*
Profesor y Licenciado en Filosofía por la Universidad Nacional del Nordeste (UNNE). Auxiliar Docente
de Primera Interino en la cátedra Metodología de las Ciencias Sociales. Facultad de Ciencias Económicas
de la UNNE. Diplomado Universitario en Filosofía de la Liberación por la Asociación de Filosofía y
Liberación y Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Jujuy. Alumno
Regular del Doctorado en Filosofía. Facultad de Humanidades de la UNNE. Sus principales tópicos de
investigación refieren a la Ética y a la Filosofía Política desde la filosofía latinoamericana, la Filosofía de
la Liberación y el pensamiento post/descolonial. Tales avances logrados han sido publicados en diversas
revistas académicas, Jornadas de Investigación, Congresos y Reuniones Científicas. A su vez, ciertos
resultados obtenidos mediante Becas de Investigación han sido objeto de distinciones otorgadas por la
UNNE. En la actualidad, su proyecto doctoral se centra en la vinculación categorial alteridad-
transmodernidad del pensamiento de Enrique Dussel como un posible aporte descolonial a las
problemáticas de la inclusión. La Dirección de dicha instancia académica se encuentra a cargo del Dr.
Alejandro Auat y la Co-dirección a cargo de la Dra. María Mercedes Oraisón.
De la sociedad civil a la sociedad política: otra ciudadanía es posible.
Abstract
In the last years, it has been verified that the question referred to the processes
of formation and the citizenship agency have reached a relevant place in the
investigation interests from different disciplinary fields. It is perceived today of a
theoretical horizon of constant debate about how the notion of citizenship is situated,
which are its discursive limits of representativity what expectations can be taken as a
key concept of politics, meanwhile it is announced as one of the maximum
inheritances provoked by modernity.
From the discursive field enabled by the exchanges between the
post/decolonial thought and the Philosophy of Liberality, this work presents a possible
critical inquiry of the citizenship category from an analytical approach of two plans of
investigative relevance.
On the one hand, the type of epistemic incidence that provokes that concept in the
context of a current colonial modernity; on the other hand, the questioning dimension
from which this category could operate in the political field. Questioning the ethic-
epistemic conditionings that define nowadays the mentioned notion will be one of
transversal axis to the reflections to be exposed. That strategy will constitute the
challenge to notice new ways of philosophical analysis from which the concept of
citizenship could be re-appropiate from a critical- liberating dimension.
Introducción
Una de las problemáticas que en los últimos años ha logrado ocupar un lugar
relevante en el interés investigativo de diversos campos disciplinares es la cuestión
referida a los procesos de formación y agencia de la ciudadanía. Las distintas,
complejas y cambiantes situaciones políticas que han atravesado numerosos gobiernos
democráticos durante las últimas décadas, especialmente en América Latina, la
creciente irrupción de diversos grupos sociales en el terreno de disputa por el
reconocimiento de determinados derechos básicos, la profundización de las
desigualdades en el acceso a un bienestar digno, el creciente formalismo de
participación política por parte de los integrantes de la comunidad política como único
modo de manifestar su presencia y voz en el terreno de lo público, han generado el
diseño de un horizonte teórico de permanente debate acerca de cómo se emplaza la
noción de ‘ciudadano’, cuáles son sus límites discursivos de representatividad y qué
expectativas le cabe aún como concepto clave de lo político, en tanto se enuncia como
una de las máximas herencias provocadas por la modernidad. En efecto, la filosofía
latinoamericana, y en particular el pensamiento dusseliano, ha diseñado una serie de
interpretación a partir de las cuales dicha noción pueda ser re-apropiada desde su
dimensión crítica-liberadora.
1
Dos son los argumentos relevantes que orientaron la selección de dicho material teórico: el intento por
cumplimentar las expectativas planteadas en el marco del presente trabajo, evitando superarlas como
tales, y el hecho de que este escrito representa uno de los “registros de campo” de mayor seriedad y
profundización analítica, puesto que su creador es un activo investigador del colectivo. Puesto que la
producción de Escobar posee como finalidad presentar las principales búsquedas y desafíos teóricos del
colectivo Modernidad-Colonialidad al cual pertenece, su visión particular no opaca el nivel de
profundización analítica adoptado para su exposición.
2
El autor también aborda las visiones sociológica y cultural de las perspectivas intra-modernas que no
serán tratadas por razones de pertinencia. Para profundizar estos aportes, ver: Escobar, 2003, pp.55-56.
emergieron durante de los siglos XVII y XVIII son de suma relevancia no sólo por lo que
explicitan, es decir, la posibilidad que tienen los sujetos metropolitanos de abandonar
el estado de naturaleza y conformar una sociedad civil a partir de integrar un
determinado contrato, sino que también por aquello que silencian: la producción de
una masiva región mundial que permanecerá en los marcos de la idea del estado de
naturaleza sin una remota alternativa de lograr conformar una sociedad legítima en
términos de civilización. (Santos, 2010, p. 16).
Si el paradigma moderno occidental se enarboló como triunfante a partir de
haber logrado el establecimiento de la sociedad civil como etapa superadora del
estado de naturaleza, lo que aconteció en términos factuales fue la coexistencia de
ambos dominios contrapuestos por una línea abismal en la que el ‘ojo hegemónico’,
situado en la órbita social-civil, dictamina al estado de naturaleza como no existente.
En efecto, esta operación significó un tratamiento específico y estratégico de la
temporalidad: el presente que actúa al ‘otro lado de la línea’ se invisibiliza al momento
en que es re-significado como un pasado irreversible en ‘este lado de la línea’. Ambos
lados de la línea existen en una simultaneidad pero se diferencia en su
contemporaneidad, es decir, el contacto hegemónico disfraza el pasado para
posibilitar la aparición de un singular y hegemónico futuro, garantizando a su vez el
requisito del mantenimiento de la universalidad del paradigma (Santos, 2010, p. 17).
La cartografía elaborada por la dimensión abismal de la modernidad se emplazó
sobre dos pilares fundamentales: lo legal y lo epistemológico. Tanto lo verdadero
como lo falso, lo ilegal y lo legal, son notas que no logran ser válidas al ‘otro lado de la
línea’, puesto que su reino se caracteriza no sólo por la ausencia de ley sino también
por la presencia abundante de saberes caracterizados como creencias, magia e
idolatría. Las prácticas discursivas de negación empleadas en dicho terreno
permitieron distinguir la zona colonial y definirla a partir de una ausencia radical: la
humanidad moderna no puede ser concebible sin la producción de una sub-humanidad
que, como tal, sufre una exclusión absoluta y no alcanza a obtener los requisitos
necesarios para su inclusión social.
Lévinas y profundizadas por las críticas diseñadas por Karl Marx. Esta metacategoría,
considerada a partir de los supuestos de la Filosofía de la Liberación, posibilita las
condiciones teóricas para indagar aquella positividad ocultada e ignorada por la visión
hegemónica moderna (Dussel, 2011, p. 76). La presencia interpelante de un ‘otro’ -
singular y comunitario- habilita la potencialidad para proyectar alternativas colectivas
ante aquellas lógicas totalitarias que pretenden hegemonizarse y legitimar sus políticas
de exclusión. Si es posible introducir y reconocer una alteridad en el devenir histórico
entonces su interpelación exige una serie de respuestas que no sólo revistan el
carácter de una propuesta política liberadora, sino que también se validen desde un
horizonte ético que supere sus fronteras academicistas.
Sin embargo, y respecto a este tópico, el enfoque dusseliano ha sido centro de
diversas críticas. Abonando un debate polémico y atractivo, una de las voces que ha
sabido posicionarse en el amplio abanico del pensamiento filosófico latinoamericano
ha sido la de Santiago Castro-Gómez. Para el filósofo colombiano, el problema del
‘otro’ debe ser tratado desde una perspectiva que preste interés al proceso de
producción material y simbólica protagonizado por las sociedades occidentales a partir
del siglo XVI y no desde un enfoque que suponga, tal como pareciera direccionar la
postura de Dussel, la preexistencia de una identidad cultural desde la noción de
‘ocultamiento’ (Castro-Gómez, 2016, p. 246).
Continuando con el planteo dusseliano, resulta menester destacar que los
argumentos esgrimidos sobre la cuestión de la alteridad permiten visualizar una
condición -dato antropológico- indispensable para todo intento por indagar la
legitimidad de un determinado poder: el ser humano como ser viviente es un ser
gregario. Consciente de su vulnerabilidad, éste manifiesta una tendencia a sobrevivir
frente a los diversos factores que amenazan su vida. Tal factum es categorizado por
Dussel como voluntad de vida. Se trata de aquella potencia que moviliza y sostiene a
cualquier sujeto a permanecer en su condición vital, incluso en las peores condiciones
imaginadas posibles (Dussel, 2006, p. 23).
A partir de ello, es posible reconocer un ingreso válido a la propuesta política
del filósofo argentino. Puesto que la dimensión ética se singulariza por la presencia de
idea de un pueblo como lugar de enunciación legítimo para la soberanía del estado
moderno y el supuesto de que los individuos son portadores naturales de una
determinada cantidad de derechos. Aunque el autor coincidirá con el trazado
cronológico de la historia de la ciudadanía occidental elaborado por Marshall -desde
los derechos cívicos hasta los derechos políticos en los estados-naciones-, advertirá
que este desarrollo ha sido comprimido en aquellos países donde existe una
experiencia de dominación europea: las tecnologías de la gubernamentalidad suelen
anteceder a la conformación del estado-nación (Chatterjee, 2011, p. 214).
Tanto la libertad como la igualdad posibilitaron el diseño del marco básico en
que los derechos fueron definidos por la nación-Estado, a expensas incluso de ciertos
conflictos. Siguiendo a E. Balibar, el intelectual indio coincidirá en la relevancia de los
conceptos de propiedad y comunidad para afrontar las contradicciones que el binomio
libertad-igualdad suele sufrir. La primera noción permite resolver las problemáticas
referidas al plano de la relación del individuo con otros; la segunda, logra enfrentar los
conflictos en el nivel de la fraternidad como una totalidad. La formación de sujetos que
aspiren a convertirse en ciudadanos será la base ética que habilitaría el sostenimiento
de la libertad e igualdad en el ámbito político (Chatterjee, 2011, p. 207). En
consonancia con ello, es significativo observar que el surgimiento de las democracias
de masas en los países avanzados de occidente durante el siglo XX requirió de la
diferenciación entre ciudadanos y poblaciones.
Si la categoría de ‘ciudadanía’ supone una connotación ética de la participación
en la soberanía estatal, el concepto de ‘población’ pretende emplazarse como
elemento identificable, descriptible y clasificable, según criterios empíricos, sobre el
cual es posible la aplicación de técnicas estadísticas como las encuestas y censos -rasgo
del ámbito político, sin un carácter normativo-. Así, se visualiza que el enfoque
foucaultiano de la gubernamentalización del Estado será un insumo teórico de gran
relevancia para Chatterjee. No sólo para la identificación de aquel régimen cuya
legitimidad radica en la mera pretensión de brindar bienestar a la población antes que
en la participación de los ciudadanos, sino también en la advertencia de que su
razonamiento se funda en una dimensión instrumental de costos y beneficios. Además
3
Acerca de esta cuestión, el pensador de la Subalternidad atenderá a los resultados de ciertos estudios
etnográficos sobre Bengala Occidental. Para profundizar estos aportes, ver: Chatterjee, 2011, pp. 217-
218.
una obligación pública de velar por los pobres y los desfavorecidos y, por otra, grupos
particulares de población reciben atención de esas agencias de acuerdo con los
cálculos de conveniencia política? (Chatterjee, 2011, p. 218).4
4
Para el autor, la frecuencia del uso instrumental que realizan estos grupos respecto a la posibilidad de
ejercer un cierto impacto al momento de participar en las elecciones, señala los indicios a través de los
cuales se observarían los modos en que la ciudadanía se superpone con los intereses de la ratio
gubernamental.
5
Desde un posicionamiento diferente pero complementario a estos argumentos, Dussel entenderá que
lo civil y lo político se diferencian por el grado de sistematicidad institucional que manifiestan en el
campo político. Mientras que la sociedad civil señala un Estado ampliado –en sentido gramsciano-, la
sociedad política indica su sentido restringido. Para profundizar estos aspectos, ver: Dussel, 2009, pp.
244-273.
6
El enfoque dusseliano propone el tratamiento analítico de las dimensiones ecológica, económica y
cultural como sub-esferas que constituyen a este principio. Para profundizar estos aportes, ver: Dussel,
2009, pp. 209-238.
entonces habría un estadio ético-político que los superaría. Existe una posición que
manifiesta una mayor afirmación, un radical compromiso por asumir la responsabilidad
por el ‘otro’ como ‘otro’, una constante colaboración con la víctima por defender sus
derechos negados y marginados. Es decir, el ‘otro’ no es ya solamente tolerado, sino
que, afirmando su exterioridad, es respetado en su alteridad, en su ser distinto, desde
una perspectiva solidaria. De este modo, se definirá a la solidaridad como “(…) una
pulsión de alteridad, un deseo metafísico (E. Lévinas) por el otro que se encuentra en
la exterioridad del sistema donde reina la tolerancia y la intolerancia” (Dussel, 2007, p.
298).
En referencia al segundo interrogante, el pensamiento dusseliano ha elaborado
un proyecto teórico que pretende operar como horizonte válido para una posible
ciudadanía descolonial. Se trata de la transmodernidad. Como concepto propositivo y
crítico, lo transmoderno configura un proceso que se origina desde aquel ‘otro lugar’
que ha sobrevivido a los avatares de la modernidad y que concentra el potencial
necesario para el diseño de una pluralidad cultural alternativa a los relatos
posmodernos globalizadores. Por ello, la transmodernidad resulta ser una categoría
que opera en dos dimensiones simultáneas y vinculadas entre sí: como concepto de
análisis crítico, promueve la humanización/liberación humana y, en tanto noción
normativa, explicita una orientación posible hacia la superación del horizonte
moderno, respecto de sus lógicas anti-humanizadoras (Acosta, 2015, p. 23). Su
carácter utópico tensiona no sólo la elaboración de una meta empírica a ser
históricamente realizable en cuanto posible sino también el requisito de una función
crítico-reguladora destinada a legitimar las transformaciones del presente con sentido
de futuro alternativo, aún a costa de que su concretización no sea plena y total. En
efecto, se señala la irrupción de aquella novedad radical proveniente de la exterioridad
alterativa de lo siempre distinto, es decir, aquellas culturas universales en desarrollo
que asumen los desafíos de la modernidad y del proyecto posmoderno pero que
deciden diseñar sus respuestas desde otros locus/lugares, imposibles de ser pensadas
tan sólo por el reductivo enfoque moderno (Dussel, 2016, p. 283).
Bibliografía
Resumen
El término Ridículo Político designa una mutación a gran escala en la cultura
política. La hipótesis de este artículo es que esta mutación se establece a un nivel
estético fundamental para la política. Lo trágico como fundamento de lo político fue
reemplazado por lo cómico. Otra hipótesis a analizar es que la transición al fascismo
hoy se ha producido mediante el uso metodológico del “ridículo político”
transformado en capital, especialmente en procesos electorales marcados por el
populismo. Por tanto, el artículo propone introducir el concepto de burla a través de
un análisis de lo risible como forma psicopolítica de control y catarsis social.
*
El concepto de “Ridículo Político” fue presentado en el libro del mismo nombre publicado en 2017 por
Ed. Record. En este artículo, presento los aspectos planteados en la continuación de la investigación
sobre el tema. Revisión del texto por Ariel Lugo.
*
Graduada em Filosofia pela Pontifícia Universidade Católica do Rio Grande do Sul (1991), graduação
em Artes Plásticas pela Universidade Federal do Rio Grande do Sul (1996), mestre em Filosofia pela
Pontifícia Universidade Católica do Rio Grande do Sul (1994) e doutora em Filosofia pela Universidade
Federal do Rio Grande do Sul (1999) com ênfase em Filosofia Contemporânea. Pós-doutorado em Artes
pelo Instituto de Artes da UNICAMP. É professora do curso de filosofia da Universidade Federal do
Estado do Rio de Janeiro (UNIRIO). Temas de interesse: filosofia contemporânea, filosofia da linguagem,
ética, estética, biopolítica e feminismo.
Ridículo político: análisis de una mutación estético-política.
Abstract
The expression Political Ridicule designates a mutation in political culture on a
global scale. This article hypothesizes that this mutation is establishing at an aesthetic
level fundamental to politics. The tragic was the basis of politics and comic replaced it.
Another hypothesis to be analyzed is that the passage to fascism today has occurred
through the methodological use of “political ridiculousness” transformed into capital,
especially in electoral processes marked by populism. The article proposes, therefore,
to introduce the concept of ridicule through an analysis of laughable as a psycho-
political form of control and social catharsis.
Este trabajo tiene un doble propósito. En primer lugar, situar el concepto de “Ridículo
Político” (Tiburi, 2017) como una categoría de análisis válida para la comprensión de la política
contemporánea. En segundo lugar, trata de responder a la cuestión del paso de las democracias
contemporáneas al fascismo o, en términos más sociales, a la fascistización de las sociedades en
nuestra historia política reciente. Desde un enfoque estético-político, la hipótesis sostenida es
que el “Ridículo Político” es el operador efectivo y procedimental del giro autoritario que se
presenta de manera seductora a las masas en esta fase del capitalismo mundial. El “Ridículo
Político” (que, como categoría, implicaría el término ridículo o ridiculización) se ha convertido
en el calibrador de un metabolismo estético-político que acompaña a un proyecto económico-
ideológico. El populismo de extrema derecha en vertiginoso ascenso en la segunda década del
2000 se revela en este proceso no sólo como un astuto usuario de esta dimensión estética
marcada por performatividades y teatralidades, sino como la cosa misma.
También puede decirse que el plan estético, como el carácter plástico de la política, se
conforma de acuerdo con las necesidades de los poderes en juego -considerando el juego
político en su dimensión competitiva, mimética y teatral- y se destaca más o menos de acuerdo
con las situaciones y condiciones históricas. Lo que hoy se llama antipolítica es precisamente la
política que se esconde como tal y reaparece como una farsa, pero sólo para aquellos que están
en condiciones cognitivo-afectivas de percibir los matices de tal trama. Muchos entran en el
juego sin darse cuenta, precisamente porque su percepción está siendo afectada.
caracterizan la moral de los candidatos y de las masas involucradas en los juegos políticos. El
cinismo es la regla de esta discursividad que niega el lugar en el que se pone a sí misma.
Ciertamente, el personaje que encarna esta paradoja de ser político mientras niega la política,
es tanto más grotesco cuanto más intenta utilizar el efecto del poder. Al mismo tiempo, cuanto
más lo niega, más victorioso se vuelve.
1
La nueva ropa del emperador fue publicada en 1837 por Hans Cristian Andersen y está inspirada en
historias cortas. En este caso, la percepción de un niño que ve al rey desnudo es una metáfora de la
conciencia que no se somete a la vanidad y el orgullo del poder.
En este sentido, la mutación de la que trata este artículo se refiere a la elevación del
cómico a un nuevo nivel e incluso a un nuevo paradigma político en el que se niega al político
mismo, mientras él es lo trágico y, para tener en cuenta lo que nos dice Kojève, lo histórico. Por
lo tanto, no hay ninguna utopía en esto, como parece haberla en Kojève cuando da sus
impresiones sobre los rituales vacíos de la aristocracia japonesa y el American Way of Life. Es la
naturaleza misma en la que la animalización podría significar la reconciliación que se niega en el
momento de la farsa. En lugar de la verdad o de la búsqueda del nexo entre la política y la
verdad, el ser humano tiene ahora que resolverse a sí mismo por simulacro en el orden político
en el que vive. No es de extrañar que los discursos en tono de post-verdad, las Fake News, la
desinformación, sean parte de un programa lingüístico producido como una nueva forma de
hacer política. La post-verdad sólo pudo surgir en la post-historia de Kojève y representa un
nuevo metabolismo de la economía lingüística.
Con este enfoque, la imagen de la política en las condiciones del capitalismo está
ciertamente en juego, pero, sobre todo, esa imagen en el contexto de la performatividad
política general, en la que los efectos buscados por el capitalismo sirven a la autorreproducción
del poder3. La operación ritual simbólica propia a todo el poder es lo que llamamos aquí su
performatividad, y está vacía. Ahora implica pretender que el poder en sí mismo no está en la
escena, que la violencia que se practica en nombre del poder no es violencia. La supresión
fetichista del político es también la supresión de la verdad. Al mismo tiempo, se simula un
vínculo inmediato entre el pueblo y el carácter soberano o político en la fase electoral a través
2
En 2019, publiqué Delírio do poder, psicopoder e loucura coletiva na era da desinformação, en el que
busco establecer vínculos entre categorías transdisciplinarias que permitan comprender los juegos
políticos.
3
El concepto de performatividad utilizado en este trabajo es el concepto clásico de la teoría del lenguaje
del pensador inglés J. L. Austin (1976), para quien hablar es hacer.
4
“La ideología contemporánea es el estado de conciencia y no conciencia de las masas como espíritu
objetivo, no los productos mezquinos que imitan ese estado y lo repiten, para peor, para asegurar su
reproducción. La ideología, en sentido estricto, tiene lugar donde se rigen las relaciones de poder que no
son intrínsecamente transparentes, mediadas y, en este sentido, incluso atenuadas. Pero por todo esto,
la sociedad actual, erróneamente acusada de excesiva complejidad, se ha vuelto demasiado transparente.
Esta transparencia es precisamente lo que se admite con más reticencia. Cuanto menos ideología haya y
más groseros sean los productos que la sucedan...” (Adorno y Horkheimer, 1973).
5
Foucault aborda la relación entre verdad y justicia y afirma que es precisamente en la intersección de
estas afirmaciones donde surgen los verdaderos discursos, con “efectos judiciales deseables” y que
tienen la curiosa propiedad de ser ajenos a todas las reglas, incluso a las más elementales de un discurso
científico, a las normas de derecho y que son “grotescas”. (Foucault, 1999, p. 12; 1974, pp. 1406-1514).
Le debo a Bertrand Ogilvie advertir de este texto de Foucault. Véase también: Sociedade Sem Lei. Pós-
democracia, personalidade autoritária, idiotização e barbárie de Casara (2018).
el funcionamiento del personaje “ubuesco”, expresión utilizada desde la obra Ubu Rei, de Alfred
Jarry, puesta en escena a finales del siglo XIX en Francia. Foucault insiste en que es necesario
tratar lo grotesco como una categoría de análisis y no como un mero insulto. Su intención es
entender el “discurso grotesco”, al mismo tiempo “estatutario e inhabilitado” ejercido por
jueces y médicos en el contexto de producir un “efecto de poder”. Foucault plantea la cuestión
del “soberano infame”, un personaje en su conjunto “infame, grotesco, ridículo”, y de la
“soberanía grotesca” definida por la “maximización de los efectos del poder a partir de la
descalificación de quien lo produce” (Foucault, 1999, p. 11).6
En este texto, la elección de desarrollar el tema del ridículo, cuya especificidad debe ser
analizada más allá de lo grotesco, se debe8 a la hipótesis que es la risa la que está en el centro
de la operación estética del poder autoritario en su fase actual. Un análisis de lo grotesco
implicaría otras investigaciones y otros alcances. Analizar la risa como un aspecto central de la
6
“En montrant explicitement le pouvoir comme abject, infâme, ubuesque ou simplement ridicule, il ne
s’agit pas, je crois, d’en limiter les effets et de découronner magiquement celui auquel on donne la
couronne. Il me semble qu’il s’agit, au contraire, de manifester de manière éclatante l’incontournabilité,
l’inévitabilité du pouvoir, qui peut précisément fonctionner dans toute sa rigueur et à la pointe extrême de
sa rationalité violente, même lorsqu’il est entre les mains de quelqu’un qui se trouve effectivement
disqualifié.” (p. 11)
7
“Ce problème de l’infamie de la souveraineté, ce problème du souverain disqualifié, après tout, c’est le
problème de Shakespeare; et toute la série des tragédies des rois pose précisément ce problème, sans que
jamais, me semble-t-il, on ait fait de l’infamie du souverain la théorie .” (p. 23).
8
Como es una categoría amplia que aparece en otros escenarios con una multiplicidad de sentidos y
riquezas que nos desviaría del foco al que el ridículo nos permite llegar con mayor precisión. Me refiero al
libro Lo grotesco, un estudio de los significados de Barasch (1971).
Por Ridículo Político podemos, por lo tanto, definir tanto el rendimiento particular de un
individuo como la performatividad en sí misma, una especie de método al que cualquiera -
grupo, movimiento, partido- puede adherirse. La calidad de la publicidad es la garantía de un
beneficio político inmediato en forma de votos. La performatividad personal tiene lugar en una
escena, una atmósfera construida, una especie de atmósfera dentro de un escenario en el que
el actor sólo necesita ser espontáneo y catártico, en el que la estupidez, la rudeza, la tontería
sirven de impulso para que el texto verbal sea entregado. En este escenario, que tiene la
dimensión de un todo en la percepción colectiva, se establece una Gestalt de personajes
9
Véase la investigación de Pinheiro-Machado, R. y Mury Scalco, L. (2020) y el libro Amanhã vai ser maior
de Pinheiro-Machado (2019). Ver también la investigación de Solano Gallego, E. (2019) La bolsonarización
de Brasil.
políticos. La percepción de la forma política como algo desagradable que puede surgir para
algunos espectadores no excluye el éxtasis generado a nivel escénico para masas enteras por
tales personajes. Existen, en Brasil y en el mundo, casos de personas que podrían haber sido
víctimas de escenas ridículas en las que participaron, pero que, de hecho, fueron
recompensadas por ellas al elegirse a sí mismas como los candidatos más votados.10
10
Hay varios casos, pero podemos destacar algunos miembros que merecen ser analizados: Tiririca,
Janaína Pascoal, Alexandre Frota, Kim Kataguiri. Ascendieron al poder desde posturas que encajaban con
lo que Foucault llamaba grotesco. Desafortunadamente, los detalles de cada uno de estos personajes no
pueden ser analizados en el contexto de este artículo. Me refiero, sin embargo, a los congresistas que
durante la famosa escena en el Congreso Nacional Brasileño, en el momento del voto de destitución de
Dilma Rousseff en 2016, que conmocionó a la población. Los diputados que estaban allí fueron reelegidos
en 2018. Uno de ellos, que pronunció el siguiente discurso, el más grotesco de todos, se convirtió en
presidente de Brasil: “En este día de gloria para el pueblo brasileño, tiene un nombre que pasará a la
historia en esa fecha, por la forma en que realizó su tarea. Felicitaciones, Presidente Eduardo Cunha.
Perdieron en 64, perdieron ahora en 2016. Por la familia y la inocencia de los niños en el aula que nunca
tuvo el PT, por el comunismo, por nuestra libertad, por el foro de São Paulo, por la memoria del coronel
Carlos Alberto Brilhante Ustra, por el miedo a Dilma Rousseff, por el ejército de Caxias, por nuestras
fuerzas armadas, por un Brasil por encima de todo y por Dios por encima de todo, mi voto es sí”.
Bolsonaro era conocido por no haber hecho nunca una ley. Entre sus proyectos presentados a la cámara
legislativa está el de la castración química de violadores. A pesar de su pobre desempeño en la Cámara,
siempre ha sido uno de los más votados del país. El gobierno de Bolsonaro sigue hoy la línea de su
campaña, que ha crecido y aparecido desde ese momento.
11
Me esforcé por sentar las bases de una teoría de la televisión, en el libro Olho de Vidro: a televisão e o
estado de exceção da imagem (2011) en el que trato de mostrar cómo la televisión es el universo de
pantallas a las que estamos sometidos y que funcionan como un mecanismo de desubjetivación.
de las antiguas percepciones y rituales que definían, hasta entonces, la experiencia con la
política.
Con la declaración de Marx en el Brumario 1812 que la historia una vez se presenta
como tragedia y luego se repite como farsa, el terreno del Ridículo Político se presenta una vez
más. Tal posición, leída por muchos como simple civismo, se refiere a un modelo trágico de
política que habría sido adulterado. En Grüner, encontramos el tema del recurrente
“deslizamiento de la tragedia a la farsa” (Grüner, 2002, p. 16), pero el autor no aclara cómo se
lleva a cabo la operación de deslizamiento. La pista está en el modelo marxista: los personajes
del presente serían imitaciones caricaturescas de héroes del pasado. La operación es estética: la
imitación o mímesis, que, desde la controversia entre las posiciones de Platón y Aristóteles,
implica la falsificación, en la primera; mientras que, en la segunda, implica la ficción.13 En Platón,
la mímesis no se refiere sólo a las obras de arte, sino a todos los seres, incluyendo los discursos
e instituciones. Platón será un crítico del procedimiento mimético, ese artificio imitativo por el
cual las ideas que habitan un mundo más allá de lo sensible están como manchadas en forma de
simulaciones, un problema que no se encuentra en Aristóteles. La preocupación de Platón es
con la experiencia formativa, con la educación, mientras que Aristóteles habría sido más
condescendiente con la dimensión de entretenimiento propia de las artes imitativas. Para los
fines de este argumento, es importante saber que la mímesis es un concepto que implica un
método, un movimiento entre las ideas y la realidad, análogo al sentido de Eros en el campo del
conocimiento como vemos en el Banquete (Platón, 2002).
12
“Hegel observa en una de sus obras que todos los hechos y personajes de gran importancia en la
historia del mundo ocurren, por así decirlo, dos veces. Y se olvidó de añadir: la primera como tragedia y la
segunda como farsa.” (Marx, 2011, p. 6)
13
El concepto de mímesis recorre la historia de la estética filosófica, siendo el arte y la literatura uno de
sus términos más polifónicos. Ver Gebauer, G. y Wulf, C. (1996).
14
Warburg, A. (2017; 2003) y Michaud, P-A. et Didi-Huberman, G. (2012)
Grüner percibe esta intimidad en la obra de Aby Warburg, un investigador que se ha convertido
en importante para el mundo de la historia del arte, pero cuya dimensión política rara vez se
observa. Grüner percibe en la “dualidad siniestra (unheimliche Doppelheit) del hecho cultural”
(unheimliche Doppelheit) entre el terror y la belleza, entre el caos y la armonía, la relación entre
la tragedia y la política. La noción de dualidad siniestra está relacionada con la noción de Freud
de extrañeza inquietante. Es posible ampliar esta noción para entender la relación entre la
tragedia y su par estético habitual, la comedia. Al igual que la tragedia, la comedia no es sólo un
estilo, o una forma, en el sentido de un género literario o teatral sino, sobre todo, una cierta
manera de articular la política.
En este sentido, la operación de deslizamiento no implica el fin del ritual político, sino la
aparición de otro ritual, aquel dentro del cual ya no es la vida de los dioses y la trascendencia lo
que está en juego, sino la animalidad del ser humano. Si la tragedia hace reír, la comedia hace
que la risa sea imperativa. En otro nivel de comparación, se puede decir que en lugar de lo bello
y sublime que constituye el campo de la tragedia, lo que hay en el campo de la comedia es el
asco, lo siniestro y la sensación de distopía. La tensión entre el consciente y el inconsciente que
se juega en el universo del cómico vuelve a poner en escena la “siniestra dualidad” en una
eterna repetición del deslizamiento introyectado y transformado en operación mental. Los
procedimientos de cultivo son procedimientos subjetivos. La comedia implica el ritual
carnavalesco en el que se invierten los sentidos habituales, pero que pueden ser vividos
subjetiva e individualmente. Hay en la comedia una destrucción formal de la ley previamente
establecida que en la tragedia fue tensionada y problematizada, pero aun así respetada. La
siniestra dualidad implica un movimiento de basculamiento dialéctico. La comedia se convierte
en terror y, más allá, en fascismo.
Es con Warburg que la posibilidad de una historia de las imágenes surge de la hipótesis
que hay una supervivencia de estas imágenes en el tiempo histórico, que regresan en el tiempo.
El término usado por Warburg es “nachleben”. Eduardo Grüner vio en el “nachleben” de
Warburg la idea de una "supervivencia zombi" que en todo se combina con el momento político
de las naciones dominadas por tiranos fascistas. El deslizamiento frente a esta observación
tendría que ver con el deterioro, con el proceso de muerte. Sería el instinto freudiano de
muerte o la represión (Verdrängung), sería la decadencia nietzscheana, o sería mucho más un
proceso por el cual la sublimación que debería haber ocurrido en la tragedia como obra de arte,
se convierte en fantasmagoría en la comedia como Fake News.
El deslizamiento al que se refiere Grüner implica que la política (la burocracia) destruye
lo Político (el universo de Zôon Logikon). De la misma manera, la estética estaría destruyendo la
estética, así como lo cómico estaría aplastando la tragedia. La fórmula por la cual la industria
cultural es para la burocracia, como la política para el político, tiene valor en este proceso. Es la
política misma la que vuelve vacío su funcionamiento y aparece con la farsa, como forma pura,
como emulación pura sin contenido, como "poder sin cualificación", como el sujeto de Ubu Roi
y no de Macbeth (siendo uno la continuidad del otro), en el momento en que la política se imita
a sí misma, se simula a sí misma y el mundo parece duplicado y, en momentos catastróficos,
incluso invertido. El paso de la tragedia a la farsa es una constante, un basculante en el que la
intersección entre la estética y la política constituye su vínculo. La sensación actual del siniestro
freudiano en la experiencia política, la tragedia y la farsa marxista, la supervivencia zombi
encarnada por los personajes políticos de nuestro tiempo no nos permiten olvidar el estupor
paralizante de los pueblos indígenas ante los comedores de oro españoles de los que habla
Silvia Cusicanqui (2010)15. Tales ejemplos forman parte de la misma experiencia estético-política
de los pueblos que nunca deja de repetirse.
15
La sensación de que el mundo está invertido, sin embargo, no es nueva en términos de política. Ya
había golpeado a los pueblos amerindios hace mucho tiempo. Ahora puede convertirse en una categoría
de análisis político también para todas las culturas amenazadas en esta etapa de nuestra historia. Según
la filósofa boliviana (Cusicanqui, 2010): “La lengua en la que escribe Waman Puma está plagada de
palabras y giros de habla oral en qhichwa, de canciones y jayllis en aymara y de nociones como “Mundo al
Revés”, que se derivan de la catastrófica experiencia de la conquista y la colonización. Esta notación de
Mundo al Revés salió a la luz en la obra de un pintor que investigó las mediaciones del siglo diecinueve,
que en su desafortunada vida política como hombre confinado y deportado, aprendió a conocer los
lugares más recónditos del país y a convivir con los indígenas de los que sólo se notaban - como los
Bororos en el Ignacio o los Chacobos y Moxeños en las tierras orientales. Para él, el Mundo al Revés aludía
al gobierno de la república, en manos de bestias, que uncen al pueblo de trabajo el arado de los bueyes.”
En la sociología de las imágenes de Cusicanqui, encontramos la cuestión del mundo invertido, de un
mundo al revés, el mundo de los pueblos invadidos por los españoles y humillados por ellos. Cusicanqui
muestra la operación de “apequeñamiento” de los indios registrada en las imágenes de Waman Puna, de
las que cree que es posible rehacer la historia del sometimiento de los pueblos, incluyendo los aspectos
psicológicos implicados en los procesos de humillación. En este caso, la violencia era un operador de
destrucción, que los rituales de los pueblos indígenas vienen a rehacer la relación entre el “Estado”
indígena, lo social y el ritual, en un momento dado, reposicionando el sentido de la muerte y la violencia
vivida. Si Warburg analiza la repetición de imágenes en el tiempo, sopesando lo estético, Cusicanqui hace
lo mismo, pero sopesando lo político. Si la operación de Warburg es política, como dice Grüner, la de
Cusicanqui es estética.
líder y sus seguidores. Las masas están complacidas, no sólo por las imágenes con las que
pueden sentirse contempladas narcisistamente, sino a un nivel más profundo, físicamente
(Türcke, 2010), como veremos a continuación.
En el imaginario popular, la política es un concepto cada vez más asociado a la farsa que
es, técnicamente hablando, una forma teatral del orden de la comedia, pero que también tiene
un sentido de mala calidad, de engaño. La forma general de la farsa asumió el todo del ritual
político y se convirtió en la imagen general de la política. Se trata, pues, en el texto actual, de
comprender las operaciones vinculadas a la risa -y a lo cómico en contraposición a lo trágico-
que ponen de manifiesto las formas de soberanía infame, para aprovechar la expresión de
Foucault, que debemos comprender en el momento en que resurge en nuevas condiciones,
presentándose como la reproducción del caos en la dirección opuesta a la cohesión necesaria
para sostener una sociedad.
Los autores señalan la continuidad entre la risa y el ridículo, el acto o hecho particular
de la risa y la acción que la promueve hacia el otro. Esta acción quita la simple naturalidad o
espontaneidad de la risa y la coloca en un lugar político, mediado por las relaciones de poder.
Tomar la risa de antemano como una virtud o una ventaja es el peligro que la cultura se ha
acostumbrado a correr hasta que este peligro se vuelve natural. Esto es precisamente el uso de
la risa en una cultura autoritaria.
La crítica de la risa de Adorno y Horkheimer forma parte de una crítica estética, a saber,
la crítica de la belleza como una especie de forma ideológica resultante de una “reproducción
mecánica de la belleza” como una “exaltación reaccionaria de la cultura”. Los autores hablan de
un “triunfo sobre la belleza” que se lleva a cabo por medio del humor, como en una guerra en la
que se ataca a lo elevado, lo trágico, lo trascendente. Los autores tienen una visión dialéctica de
este juego de fuerzas, pero no consideran la risa como una victoria. Tampoco es la belleza sobre
la cual se pretende triunfar. La risa es una falsa victoria. En este sentido, afirman que “nos
reímos del hecho de que no hay nada de lo que reírse” (1988, pp. 148-149). La risa se ha
convertido en una forma de engañar a la felicidad, lo que sería un parámetro ético de la cultura.
En este sentido, vemos en tal proceso el método de degradación y reversión que es propio de la
comedia como estructura artística.
153)16. Es en este sentido que el entretenimiento será, para los autores, la nueva catarsis.
(Veloso, 2018) La “industria cultural devela la verdad sobre la catarsis” (p. 152)17 porque si “la
catarsis es una acción purgativa de las emociones que armoniza con la represión” (Adorno, s/d.
p. 267) esto significa que encuentra nuevos caminos de expresión no siempre ligados a algo
mejor.
El trote social implícito en la risa, como vemos en Bergson, implica algo de esta catarsis
y el carácter estético-político de la risa. Según él,
En este caso, la risa implica una acción sobre el otro que es la de la humillación, de la
degradación que garantiza una especie de soberanía, la de la superioridad subjetiva en un breve
juego de lenguaje, como el chiste. En un nivel institucional, implicaría la superioridad del
gobernante malvado, que humilla al pueblo y es, por el pueblo, idolatrado. En contextos de
polarización, el pueblo humilla al pueblo con el infame líder como mediador de la humillación.
La catarsis está en este caso vinculada a una operación por la cual se ha perdido de vista lo
trágico. Bergson se dio cuenta de la proximidad del campo de la risa a la vida. En sus palabras:
la comedia está mucho más cerca de la vida real que el drama. Cuanto mayor
es el drama, más profunda es la elaboración a la que el poeta tuvo que someter la
realidad para comprender la tragicidad en estado puro. Por el contrario, sólo en sus
formas más bajas, el vodevil y la farsa, la comedia contrasta con la realidad, pues
cuanto más se eleva, más tiende a confundirse con la vida, y hay escenas de la vida real
16
"Die Befreiung, die Amusement verspricht, ist die von Denken als von Negation."
17
"Wie über den Stil enthüllt die Kulturindustrie die Wahrheit über die Katharsis."
tan cercanas a la alta comedia que el teatro podría apropiarse de ellas sin cambiar una
palabra. (Bergson, 1959, p. 61)
Si la lógica de la visión carnavalesca del mundo era la de las cosas al revés, de un mundo
en el que todo estaba invertido, tenemos un parámetro a partir del cual podemos pensar en el
ridículo político contemporáneo. No se trata, en ridículo, de crear un segundo mundo, una
segunda vida, como en el carnaval, en el que toda puesta en escena busca y conduce a una
especie de desorden, es un mundo a la baja en el que la segunda vida tomó el lugar de la
primera, en el que lo serio y lo no serio se confundieron, en forma de yuxtaposición de escenas
que pueden producir efectos altamente destructivos de la subjetividad y la objetividad. En este
sentido, la risa es la trampa, el cebo que la Industria Cultural pone a las hordas de consumidores
devorados por el consumismo.
El concepto de la risa como catarsis nos ayuda a entender la adhesión de las masas al
fascismo. Por un lado, la banalidad se apodera de todos los procesos y experiencias sociales y
comunitarias. Por otro lado, la banalidad lleva al éxtasis. La catarsis en la industria cultural tiene
este papel de narcótico. Es la percepción humana que se ve afectada bajo condiciones estéticas
la que, en nuestra época, comprende los medios microtecnológicos, digitales y mediáticos como
se expone en la obra de Christoph Türcke Sociedad Excitada (2002; 2010) en la que el carácter
extático de los medios se apodera del mundo de la vida. Estas condiciones definen la
producción del lenguaje y su difusión. Las condiciones de nuestra época involucran a la industria
cultural en su conjunto, pero también a la industria cultural de la política, lo que nos lleva a
reflexionar sobre la creación de estereotipos políticos que son exitosos, que causan sensación.
Son actores políticos que, como stars, hipnotizan a las masas poniendo a todo el mundo bajo el
efecto de sus discursos y actuaciones. La hipnosis y la producción de éxtasis se convierten en
metodologías políticas. No es casualidad que la religión, la economía y la política se acerquen
cada vez más porque utilizan métodos similares.
18
Naomi Klein (2008) reconstruye la historia de la investigación de las descargas eléctricas en los Estados
Unidos y el uso del mecanismo en la tortura en la época de las dictaduras latinoamericanas y compara el
neoliberalismo como un procedimiento basado en una política de descargas.
19
“Desde cierta perspectiva, el paradigma de la sensación es más “paradigmático” que el concebido por
Kuhn: no sólo como la base de investigación de un sistema científico, sino como la base de percepción de
toda una sociedad. No sólo las creencias científicas están sujetas a cambios históricos; todo el aparato de
percepción, del que emergen, se transforma, sólo que mucho más lentamente.” (Türcke, p. 85)
tout court”, todos los cuerpos se someten a ella. La sumisión a la sensación como forma de
excitación es estética y política. Altera el campo de la política y la estética, así como las prácticas
estéticas y políticas del mundo de la vida. Lo que causa “sensación” es una farsa. La calidad de
esta sensación, a su vez, dependerá de factores vinculados a las condiciones culturales de los
individuos y grupos. La comedia llegará más fácilmente a las masas cuyas subjetividades han
sido configuradas durante mucho tiempo para las actuaciones cómicas y la catarsis de la
industria cultural. El estilo es kitsch. En este sentido, los diputados más votados en las
elecciones de países como Brasil son los que hacen reír a la gente, o los que capturan a los
votantes por gracia. El mismo Jair Bolsonaro, antes de convertirse en un fascista más serio, era
visto sólo como un tipo jocoso. Muchos intelectuales no creyeron en su potencial hasta justo
antes de las elecciones. Hay algo ficticio en el fascismo (Adorno, 2019, p. 13). La propaganda
como máquina de guerra es el campo responsable del trabajo de convertir el ridículo en algo
“sensacional”.
El cuerpo es golpeado por choques que funcionan como inyecciones que dominan la
existencia físicamente a través de un circuito en el que se manipulan la anestesia y la adicción.
El desgaste del sistema nervioso vendrá más tarde. Antes, el cuerpo se acostumbrará al juego
entre el placer y el disgusto y permanecerá vivo y, para recordar a Foucault, será un cuerpo
dócil. A través de la sensación, este cuerpo es explorado económica, física y estéticamente.
20
Según Türcke: “La presentación de los bienes es siempre un evento estético también. Las cosas que ya
vienen al mundo como mercancía y por lo tanto tienen que ser preparadas para el mercado ya durante la
fabricación están provistas de una superficie brillante. Con esto la producción de bienes trae consigo la
necesidad interna de una tecnología de configuración de toda la superfície.” (p. 189)
Türcke dirá que “la estetización de todas las relaciones de producción y de vida es también una
estetización de la expropiación y de la explotación” (p. 268). Es en este sentido que los “shocks
audiovisuales” aplicados a los cuerpos como “golpazos” hacen que “la caja registradora suene
en alguna parte” y nadie se da cuenta de que están siendo explotados porque son adictos a la
moda, a las series de televisión, a las redes sociales.
A partir de la exploración del sistema sensorial, el sistema nervioso en sí, pocos tienen
la oportunidad de escapar. Uno de sus efectos es la “compulsión a emitir” que se convierte en
un comportamiento universal. Tiene la estructura de la adicción que se convierte en algo
banal22 y universal. La docilidad de los cuerpos es explícita en lo que Türcke define como la
“característica esencialmente conformista de la adicción”: la voluntad de un número colosal de
seres humanos de colocarse ante el cuentagotas de un aparato multimedia y dejarse explorar
neurológica y estéticamente. Este cuestionamiento nos ayuda a entender por qué presidentes
como Jair Bolsonaro o Donald Trump y tantos otros personajes del Ridículo Político, y todo su
gobierno, aplican diariamente choques a la población, con palabras y acciones lingüísticas. Tales
choques son promovidos por las redes sociales. Su contenido llega a dominar las noticias diarias
y la mentalidad. Las acciones relacionadas con la aniquilación de los derechos se esconden
detrás de los titulares y escenas diarias de ridículo político que constituyen una nueva forma de
totalitarismo internalizado por los ciudadanos y tal vez sin posibilidad de ser superado social,
estética y políticamente.
21
Me refiero a la lectura del libro de Federici (2017) sobre el paso del feudalismo al capitalismo y el papel
de la acumulación primitiva de capital sobre las mujeres, que mantiene hasta nuestros días.
22
En un trabajo anterior desarrollé la noción de “banalidad del vicio”. (Tiburi, M.; Dias, A., 2012)
La naturalización del ridículo es la mayor astucia del capital en una sociedad excitada. El
ridículo se impone como capital y como nueva mediación. Ya no es la simple imagen o escena,
sino la imagen capitalizada por su exceso, por su falta de medida, por su potencial de inversión.
Tampoco es sólo una imagen vista como ficción o entretenimiento, es mucho más un éxtasis
religioso-económico y político.
El ridículo político es una relación social mediada por escenas. Estas escenas son el
espectacular, exhibicionista y ostentoso capital en sí mismo. La subjetividad implicada en este
proceso es la del perverso, el sujeto sin la dimensión del otro y que, con él, está conviviendo. El
uno para el que el otro no es el mismo, sino sólo un enemigo y, como tal, debe ser tratado
como una cosa, o como un tonto en un juego cínico. Aquel que debe ser humillado y degradado
mientras no puede percibirse a sí mismo como un objeto en un juego porque las condiciones
que le permitirían saber que era un juego fueron extirpadas antes de que pudiera elegir
participar en él.
Bibliografía
Resumen
El problema del Otro es un cuestionamiento relativamente nuevo en el terreno
filosófico, pues no forma parte del origen griego de la filosofía occidental sino que se
constituye como pregunta filosófica recién en la Modernidad. Este artículo pretende
ahondar en la problemática de la alteridad, reflexionando sobre la forma en que dicha
temática ha sido abordada por parte de la filosofía occidental. A tal efecto, se hace eco
del aporte de Lévinas, quien considera que desde sus orígenes en la filosofía occidental
ha primado la ontología por sobre la ética, y, en consecuencia, el concepto por sobre la
individualidad. En el acto de conceptualización y objetivación del mundo por parte del
Yo se neutraliza la alteridad del Otro y se lo convierte en Mismidad.
*
El presente trabajo se enmarca en la investigación de la tesina de grado para acceder al título de
Licenciada en Filosofía de la UNS.
*
Doctora en Filosofía, Becaria Posdoctoral y Docente de la UNS.
María E. Wagon
Abstract
The problem of the Other is a relatively new questioning in the philosophical
field, since it is not part of the Greek origin of Western philosophy, but it is constituted
as a philosophical question only in Modernity. This research aims to delve into the
problem of otherness, reflecting on the way in which this subject has been addressed
by Western philosophy. To this end, he echoes the contribution of Lévinas, who
considers that from its origins in western philosophy, ontology has prevailed over
ethics, and, consequently, the concept over individuality. In the act of
conceptualization and objectification of the world on the part of the Self, the alterity of
the Other is neutralized and becomes Mismity.
Now, despite taking up the Levinasian proposal, in this work it is stated that the
fundamental question that causes the absence of the Other in philosophical discourse
is the lack of connection between the theoretical plane of culture and the practical
sphere of life, space exclusive where the encounter / clash between the Self and the
Other occurs. Taking this into account, the Levinasian contribution is partially set aside,
to analyze the philosophical proposal of Mikhail Bakhtin, who remarks that the great
flaw of philosophy is not being able to establish direct contact between the abstract
and universal sphere in which it operates and the singularity of the practical life of the
human being. The originality of this work is given by the foundation of the Levinasian
sentence through Bakhtin's theoretical proposal.
1. Introducción
El problema del Otro es un cuestionamiento relativamente nuevo en el terreno
filosófico, pues no forma parte del origen griego de la filosofía occidental sino que se
constituye como pregunta filosófica recién en la Modernidad. Sin embargo, con el
correr del tiempo ha cobrado vigencia y relevancia no solo en el ámbito de la filosofía,
donde el problema de la alteridad es de un interés cada vez mayor, sino también en lo
que respecta a diversas áreas del saber, siendo estudiado desde la óptica de diferentes
perspectivas teóricas y bajo una gran variedad de abordajes diferentes, ya sea
antropológicos, sociológicos, históricos, literarios, psicológicos.1
No obstante esta gran variedad de acercamientos teóricos, las posturas que
adopta el Yo2 respecto del Otro podrían clasificarse siguiendo los criterios de dos
grandes perspectivas: una de ellas hace referencia a una primera instancia de
encuentro con el Otro, a las impresiones que el Yo se forma del él por medio de sus
sentidos, a las conclusiones que obtiene del análisis de dichas impresiones y al
1
González Silva (2009) realiza un recorrido pormenorizado por los diferentes aportes multidisciplinares
que se han realizado respecto a la alteridad.
2
‘Yo’ es utilizado en este artículo para remitir al sujeto de conocimiento que da origen a toda
concepción occidental del mundo. En lo que respecta al ‘Otro’, este hará referencia a toda aquella
realidad que se opone al Yo concebido como sujeto privilegiado de la acción y del quehacer filosóficos.
El Otro, en este caso, representa una existencia que escapa a los modos de aprehensión propios de la
ontología filosófica occidental y es en este sentido que la alteridad es concebida como aquello que
queda fuera del dominio de la totalidad (ambas palabras, ‘Otro’ y ‘Yo’, serán escritas siempre con
mayúscula en su función sustantiva).
reconocimiento por parte del Yo de que eso que se presenta ante sus sentidos existe, y
no es algo sino alguien. La otra perspectiva podría ser pensada como un segundo
momento. Una vez que el Yo reconoce la existencia del Otro, surge una nueva
problemática: ese Otro, si es un Otro y precisamente por serlo, debe ser diferente al Yo
que lo percibe y son esas diferencias las que han provocado desde siempre en el Yo
percipiente un conflicto que ha sido resuelto, polarizando las posibilidades, ya sea
mediante la aceptación y el reconocimiento del Otro en su diferencia, o mediante el
afán de acallar, de negar a ese Otro. “La relación entre el yo y el otro, entre mismidad y
alteridad, es multiforme; sin embargo, sus muchos sentidos se pueden capturar a lo
largo de dos vectores opuestos: atracción y reacción” (Gnecco, 2008: 103).
Este trabajo se sitúa en una instancia anterior a las dos perspectivas
recientemente mencionadas pues pretende ahondar en la problemática de la
alteridad, reflexionando sobre la forma en que dicha temática ha sido abordada por
parte de la filosofía occidental, desde sus inicios y hasta la actualidad. La presente
propuesta se hace eco del aporte de Emmanuel Lévinas (1997), quien considera que
desde sus orígenes en la filosofía occidental ha primado la ontología por sobre la ética,
y, en consecuencia, el concepto por sobre la individualidad. En el acto de
conceptualización y objetivación del mundo por parte del Yo se neutraliza la alteridad
del Otro y se lo convierte en Mismidad.3 Es decir, el discurso que la filosofía ha
esgrimido respecto a la alteridad ha sido el del Yo reflexionando sobre el Otro, pero la
voz de este, su visión y su posición en el mundo se han mantenido en silencio.
Ahora bien, no obstante retomar la propuesta lévinasiana, en este trabajo se
plantea que la cuestión fundamental que provoca la ausencia del Otro en el discurso
filosófico es la falta de conexión entre el plano teórico de la cultura y la esfera práctica
de la vida, espacio exclusivo donde se da el encuentro/choque entre el Yo y el Otro,
cuestión que no ha sido abordada específicamente por Lévinas. El Yo epistémico no
3
La noción de Mismidad debe ser tomada en el sentido lévinasiano del término, cuya modalidad, según
Lévinas (1997), es la de suspender la alteridad de lo que es Otro en relación al Yo. El Mismo no debe
vincularse con el Otro mediante una relación de oposición, ya que dicha relación englobaría a ambos en
una totalidad. En Lévinas se entiende por Mismo o Mismidad la reducción de todo lo diferente a una
identidad común, se opone a la noción de Otro y es usado como sinónimo de Totalidad (Domínguez Rey,
2001).
entra en contacto con otras conciencias sino con meros objetos. En su movimiento
cognoscente objetiviza al Otro y lo sumerge en su concepción totalizante del mundo, el
Otro se vuelve ya sea objeto o alter ego, otro Yo. Es, en cambio, en el actuar concreto y
singular del Yo donde el Otro surge como existencia autónoma.
En consonancia con esto, en este artículo se propone que la ausencia del Otro
en el discurso filosófico radica en la falta de comunicación que existe entre el ámbito
teórico, abstracto y totalizante en el que se enmarca la filosofía y el ámbito práctico y
concreto en el que transcurre la vida del hombre. Teniendo en cuenta lo expuesto, se
deja parcialmente de lado el aporte lévinasiano, para analizar la propuesta filosófica de
Mijaíl Bajtín (1997c), quien remarca que la gran falencia de la filosofía, entre otras
disciplinas teóricas, es no poder establecer un contacto directo entre el ámbito
abstracto y universal en el que actúa y la singularidad de la vida práctica del ser
humano. La originalidad de este trabajo está dada en la fundamentación de la
sentencia lévinasiana (la filosofía occidental no habla del Otro), por medio de la
propuesta teórica de Bajtín (la falta de comunicación entre el mundo de la teoría y el
mundo de la práctica y la posibilidad de establecer un puente entre ambos mediante el
acto ético responsable4).
Teniendo en cuenta el objetivo del presente estudio, en un primer momento se
pondrá el acento en la alternativa que propone Bajtín de relacionar el mundo de la
cultura y el mundo de la vida por medio del acto ético responsable. Esta unificación del
universo del hombre por medio del acto que realiza el Yo es fundamental para poder
acceder al Otro, ya que en el origen de todo acto del Yo se encuentra implícito
necesariamente el Otro. Luego se expondrá la teoría estética bajtiniana a la luz de la
tesis de este trabajo: el surgimiento del Otro en el mundo concreto y singular de la
vida ante la acción responsable del Yo. Por último, se pondrá el acento en la creación
estética como reflejo del mundo concreto, pues su centro de significación está dado en
relación a un individuo particular inmerso en la singularidad de su acontecer cotidiano
y no en la generalidad de un Yo abstracto. La creación estética, especialmente la
4
En el parágrafo “Unidad del acto ético responsable” se profundizará sobre dicha noción.
creación literaria de la mano del discurso dialógico, es, para Bajtín, la vía de conexión
entre el mundo de la cultura y el mundo de la vida.
ya que solo surge ante el Yo mediante su accionar en el mundo de la vida. Para dicho
mundo teórico el individuo en tanto que Otro no es necesario, puede prescindir de él
por completo, de hecho, así lo hace. Por lo tanto, todo criterio de acción, toda regla
aportada por el pensamiento teórico no puede servir de criterio para el vivir práctico y
concreto del ser humano.
A la gente que desea y sabe pensar participativamente, es decir, no separar su acto del
producto de este acto, sino relacionarlos y buscar definirlos en el contexto único y
singular de la vida como indivisos, les parece que la filosofía, que debiera resolver los
problemas terminales (es decir, una filosofía que plantee los problemas en el contexto
del ser singular y global), no habla de lo que debería. A pesar de que sus postulados
alcanzan a tener cierta validez, no resultan capaces de determinar el acto y el mundo en
el que el acto real y responsablemente se realiza por única vez (Bajtín, 1997c: 27).
La filosofía del acto ético, del acto responsable, solo puede ser la
fenomenología5, ya que esta permite un abordaje de la realidad describiéndola como
inmersa en el mundo de la acción y no como un producto de las concepciones teóricas
del hombre. Para Bajtín, actuar ética y responsablemente es actuar para Otro. Un Otro
que no surge ante los movimientos cognoscentes de un Yo epistémico sino ante la
acción concreta de un Yo individual en el seno del mundo del vivir cotidiano.
5
Es importante aclarar que la fenomenología propuesta por Bajtín difiere en algunas cuestiones de la
fenomenología de Husserl, no obstante estar ligada a ella en otros aspectos. Ponzio (1997b) especifica
que a la relación sujeto-objeto husserliana, Bajtín le opone una relación de alteridad basada en la
responsabilidad moral. La fenomenología del pensador ruso tiene solo un valor metodológico. La idea
rectora del pensamiento bajtiniano es un dejar de lado toda concepción teórica dada y volver a las cosas
mismas (Bertorello, 2009).
6
Acto ético es traducido por T. Bubnova (1997) del ruso postupok. Dicho expresión no tiene equivalente
exacto en español y, no obstante no ser un término de la lengua soviética, Bajtín le atribuye un estatus
conceptual de vital importancia para su propuesta teórica. La autora remarca que esta es una de las
estrategias propias de la escritura Bajtiniana, plagada de neologismos de origen vernáculo, y palabras de
uso común que son resignificadas filosóficamente por el autor.
7
Razón práctica entendida como una razón orientada moralmente por el accionar en el mundo de un
sujeto en el acontecimiento singular del ser.
“conciencia del autor como yo de la conciencia del héroe como otro” (Bajtín, 1985b:
84). En el acontecimiento estético se da la relación entre dos conciencias separadas
irreductiblemente, encuentro en que el autor hace referencia al héroe desde su
perspectiva vital y subjetiva y no desde el punto de vista de su constitución objetiva.
Para Bajtín (1997c) el mundo del arte, si bien forma parte del mundo
culturalmente abstracto, es el que más cerca se encuentra del acontecer singular del
acto ético, y, en consecuencia, se encuentra también cercano al Otro. Esta cercanía
está dada por la plenitud de tonos emocionales y volitivos que toda creación artística
representa. La unidad del mundo de la visión estética se trata de una unidad
arquitectónica cuyo núcleo organizador es un centro valorativo concreto. Dicho centro
único es el hombre y todo cobra valor y relevancia en relación con él y con las
circunstancias particulares que lo distinguen y lo hacen único. Cabe aclarar que el
aspecto del contenido de un suceso determinado es igual a sí mismo si se observa
desde un plano abstracto, sin embargo, lo que ofrece una similitud semántica, al ser
puesto bajo la óptica de los diferentes puntos de vista de los observadores, cada uno
con sus vivencias e historias particulares, comienza a ocupar lugares distintos dentro
de la realidad arquitectónica del campo de visualización de cada uno de los individuos
que lo observan. Es fundamental tener presente que no se puede sustituir la
arquitectónica valorativa por un conjunto de valores abstractos fundamentados en un
sistema de relaciones lógicas.
8
Cronotopo: horizonte espacio-temporal del evento comunicativo, común al emisor y al receptor de la
obra (Vicente Gómez, 1987: 350). La poética sugerida por Bajtín concibe la comprensión situada en un
tiempo y un espacio determinados. El cronotopo deja lugar para una hermenéutica localizada y situada
témporo-espacialmente. En el cronotopo se condensan los elementos axiológicos del observador. Este
indica las proporciones de otredad o extrañamiento y los diferentes mundos de valoraciones, cuestión
que conduce de lo homogéneo a lo heterogéneo, o de lo monológico a la dialógico (Zabala, 1996).
Ambos términos (monológico y dialógico) serán explicados posteriormente.
tiene respecto del Yo. La visión estética se basa en dicho excedente, el Otro tiene un
acceso al Yo que a este le está vedado por no poder salirse del lugar particular que
ocupa y observarse desde el exterior, como un tercero. En este sentido, el autor tiene
acceso no solo a lo que el conjunto de los personajes y a su vez cada uno de ellos,
siente, cree e imagina, sino que además conoce todo aquello que les es inaccesible por
principio. Todo lo que acontece en la conciencia del héroe, su orientación emocional y
volitiva, se encuentra sujeto a los límites de la conciencia del autor. “El interés vital
(ético y cognoscitivo) del personaje está comprendido por el interés artístico del autor”
(Bajtín, 1985b: 20).
De lo recién expuesto se deduce la fórmula estéticamente productiva de la
actitud del autor en relación al héroe, que está fundada en la extraposición o exotopía9
del primero respecto de todos y cada uno de los momentos que constituyen al
segundo. La perspectiva desde afuera que posee el autor, del sentido y los valores,
posibilita la conclusión del héroe, internamente sujeto a la tensión entre el mundo del
conocimiento y el acto ético en su acontecer irrepetible y concreto. La visión exotópica
del autor le permite ensamblar desde el exterior al héroe y su vida por medio de todos
aquellos aspectos y momentos que le son inaccesibles de por sí: su imagen externa en
sentido pleno, el fondo sobre el cual dicha imagen se recorta, etc. Es esta actitud del
autor-creador la que extrae al personaje del acontecimiento único del ser que lo
incluye dentro de sí, acontecimiento que no solo abarca al héroe sino también al
autor-persona. Dicha extraposición del autor respecto al héroe purifica su espacio vital
dejándolo libre para el ser del personaje.
En consonancia con lo recién expuesto, es decir, con la cercanía que se
establece entre la creación artística literaria y el mundo del acontecer diario, Bajtín
considera que no se debe establecer una distinción entre las nociones de forma y
contenido propuestas por Saussure, debido a que ambos conceptos van unidos en la
palabra concebida como fenómeno social. Bajtín manifiesta la necesidad de tender un
lazo de unión entre dichas nociones, de mantener un equilibrio entre ellas (Todorov,
9
‘Exotopía’ es reemplazada en la traducción española por ‘extraposición’ (outsideness en la traducción
inglesa). Es “la capacidad de ponerse fuera de la posición hermenéutica de uno mismo con el fin de
aprehender el problema desde un punto de vista distanciado” (Zbinden, 2006: 333).
10
Los géneros discursivos son definidos por Bajtín (1985b) como tipos relativamente estables de
enunciados que pertenecen a las diferentes esferas del uso de la lengua. Los géneros presentan una
gran riqueza y diversidad que los hacen en extremo heterogéneos. La práctica social se fusiona con los
géneros discursivos por medio de lo que podría denominarse un contrato social de habla entre dos o
más interlocutores que desempeñan roles sociales y discursivos específicos. Los géneros discursivos son
la expresión lingüística de lo que Bajtín denomina pensamiento participativo ya que por su intermedio,
la vida participa del lenguaje y este participa de la vida.
11
También denominada metalingüística. Su función es superar los límites de la lingüística y abordar la
lengua de manera dinámica (Vicente Gómez, 1987).
resulta ajeno al Yo. La palabra dialógica es bivocal, rasgo particular que permite el
encuentro entre el Yo y el Otro, ambos fundantes bivocalmente del diálogo. En todo
texto dialógico se refleja la interacción que se establece entre el autor y el
oyente/lector, ambos concebidos como inmersos en la realidad textual y no como
exteriores a la misma. Para Bajtín es precisamente dicha estructura configurada por el
narrador/oyente la que enmarca la obra como un constante debate de experiencias
sociales y textuales. La palabra dialógica hace alusión tanto al discurso que se
encuentra presente en el texto como también al que está ausente, constituyendo una
ambivalencia, en clara oposición con la univocalización de todo texto académico sujeto
a la rigurosidad y normatividad del código de signos oficial.
Una noción fundamental para poder aprehender el concepto de palabra
dialógica es la noción de voz. Lachmann (1997), respecto a la noción de voz, manifiesta
que es concebida como la huella que expresa las sedimentaciones que ha sufrido la
palabra. La voz penetra la historia interna de la palabra, descentraliza, transgrede el
espacio sígnico delimitado por la palabra entrecruzada con la voz del Otro. Es la voz la
que establece el contacto entre el interior psicológico y el exterior social. El rol que
lleva a cabo la voz crea desdoblamiento, diferenciación y en este sentido es subversivo.
Ahora bien, la noción de voz recién expuesta no debe reducirse a los datos fonéticos.
La voz debe interpretarse como metáfora del cuerpo, de la presencia del hombre en el
diálogo. La voz remite a la encarnación de un individuo particular y concreto de una
postura social (Bubnova, 2006).
La obra literaria tiene como sustrato la bivocalidad dialógica de la que carece el
discurso filosófico. Esta condición le permite contener dentro de sí una realidad
plurilingüe que hace que cada enunciado se mantenga siempre en una lucha constante
con la palabra del Otro pero donde no se erige ninguno como vencedor. Toda
experiencia se funda y se da en el lenguaje, pero no un lenguaje uniforme,
monolingüe, sino en un discurso que está poblado por lo Otro y ligado
irremisiblemente a lo heterogéneo, al constante e inestable fluir de valoraciones y de
emociones, de posiciones ideológicas que se sostienen en un tiempo y un espacio
determinados (Zabala, 1996).
El discurso literario abre sus puertas a los géneros que dicen lo Otro, lo que
desde siempre ha quedado afuera. Por el contrario, el decir filosófico, no obstante
pensar la diferencia, la alteridad, solo le presta su voz al lenguaje totalizante del Yo.
Bajtín sienta las bases de una nueva forma de filosofar que para poder explicitar la
relación del hombre con la totalidad de la cultura así como también con la unicidad y
singularidad de su posición en el mundo en cuanto sujeto individual, debe dar cabida
dentro de su pensamiento al hombre inmerso en un espacio y un tiempo
determinados (Bubnova, 1997), universo en el que el Otro se manifiesta
necesariamente al Yo, ya que en la abstracción teórica del mundo de la cultura la
alteridad es reducida por los embates de lo Mismo.
Para Bajtín, uno de los mejores ejemplos de lenguaje dialógico es el que puede
encontrarse en los escritos de Dostoievski. Debido a la importancia que revisten para
la cultura soviética, fueron objeto de estudio de Bajtín, quien enfrenta dicho corpus
literario de manera novedosa, es decir, de forma no monológica. Por lo dicho, no
fuerza a confluir la gran variedad de voces y posturas ideológicas que están presentes
en el texto, en una gran propuesta unificante por parte del autor, esbozada al final de
cada obra. Su aporte original consiste en afirmar que Dostoievski en sus novelas
expone una situación plural donde las diferentes formas de mirar el mundo por parte
de los diversos héroes propuestos, no son vehículo de la verdad ni pueden
subordinarse a ninguna idea rectora y dominante encarnada por la voz de su autor. A
esta propuesta dialógica que se establece entre el discurso de los personajes de las
novelas de Dostoievski, Bajtín la denomina polifonía. “La independencia de cada voz o
punto de vista, la ausencia de jerarquías entre voces (…) hacen lógicamente imposible
el concepto de verdad absoluta (…)” (Igartúa Ugarte, 1997: 223). Bajtín incluye la
literatura de Dostoievski dentro de la tradición de géneros que desde la antigüedad
incorporaron principios estructurales propios no solo del diálogo polémico sino
también de la sátira menipea y de las formas del carnaval que se hicieron un lugar
dentro de la literatura prosística (Huerta Calvo, 1982, Vicente Gómez, 1987 y
Lachmann, 1997).
Dostoievski, igual que el Prometeo de Goethe, no crea esclavos carentes de voz propia
(como lo hace Zeus), sino personas libres, capaces de enfrentarse a su creador, de no
estar de acuerdo con él y hasta de oponérsele.
La pluralidad de voces y conciencias independientes e inconfundibles, la auténtica
polifonía de voces autónomas, viene a ser, en efecto, la característica principal de las
novelas de Dostoievski (Bajtín, 1986: 16).
4. Conclusión
En este artículo se pretendió resignificar la sentencia lévinasiana, es decir,
replegar una vez más la reflexión filosófica sobre sí misma, obligando a la filosofía a
cuestionarse y a reconocer sus limitaciones, su mutismo en todo lo concerniente a la
vida singular y concreta del individuo, del Yo, y en consonancia, a lo referente al Otro.
A los efectos de las limitaciones espaciales del trabajo y de los objetivos en él
planteados, no se ha hecho una mención pormenorizada de la propuesta de Lévinas ni
se ha comparado la alternativa lévinasiana respecto a la propuesta de Bajtín.
El lenguaje filosófico se hace eco de la mirada totalizante con la que la filosofía
se vuelca al mundo y en su ansia de conocimiento y apropiación somete a la alteridad
bajo las categorías de lo Mismo. El Otro en su condición de diferente y opuesto al Yo
queda fuera del discurso filosófico que solo atrae hacia sí el concepto abstracto,
general y en consecuencia vacío de esa realidad inabarcable e infinita. Bajtín alerta
sobre la falta de comunicación que se establece entre lo que él llama mundo de la
cultura y mundo de la vida, manifestando particularmente que la filosofía parece no
poder o no querer ocuparse de aquello esencial al hombre en su acontecer cotidiano.
En este trabajo se hace hincapié en dicha interpretación bajtiniana, pues se analiza la
imposibilidad que presenta la filosofía a la hora de abordar la alteridad, en la
separación de mundos recientemente mencionada. El nexo de unión entre ambos
12
La heteroglosia (pluridiscursividad o plurilingüismo), hace alusión al lenguaje como acción, donde
convergen una pluralidad de lenguajes sociales y de discursos ideológicos. Al igual que el carnaval o la
carnavalización, la heteroglosia es una metáfora teórica que permite evidenciar que todo
acontecimiento social se encuentra atravesado por un antagonismo central que se establece entre las
fuerzas centrípetas del sistema y la estructura del lenguaje, comprendidas como tendencias de
unificación social, y las fuerzas centrífugas que impulsan hacia lo heterogéneo y lo múltiple (Zabala,
1997 y Sisto Campos, 2000).
mundos propuesto por Bajtín es el acto ético responsable por medio del cual el Yo
entra en contacto necesariamente con el Otro, un Yo y un Otro no genéricos ni
abstractos sino singulares y concretos. Es decir, mediante el acto ético responsable es
como el pensamiento teórico puede hacer mella en la realidad singular del individuo,
una realidad que se despliega en una arquitectónica estructurada por las figuras de un
Yo y de un Otro que jamás se funden ni se unifican.
En consecuencia, el Otro surge en la realidad del Yo únicamente en el accionar
concreto y singular de ese Yo, pues toda acción implica necesariamente a un Otro y lo
compromete responsable y exclusivamente con él. La filosofía occidental con su
primado ontológico, como expuso Lévinas, redujo a Mismidad la alteridad irreductible
del Otro. En palabras de Bajtín, el mundo de la cultura, el mundo de la filosofía, se
encuentra por completo aislado del mundo del acontecer cotidiano del hombre. Este
trabajo propone que el Yo entra en contacto con el Otro únicamente mediante su
actuar concreto. Ergo, mientras que en la filosofía siga primando la ontología y la
reflexión filosófica se mantenga en completo aislamiento respecto del mundo de la
vida, la alteridad va a permanecer extraña a ella.
Un posible contacto entre el mundo de la cultura y el mundo de la vida estaría
dado por medio de la creación estética, en particular por la obra literaria, ya que esta
tiene como centro axiológico la singularidad del acontecer del hombre en su vivir y
sentir cotidianos, remitiendo a un tiempo y a un espacio que se circunscriben y hacen
referencia a la realidad de un individuo en su particularidad. Toda creación estética al
igual que toda acción del Yo, tiene en su origen necesariamente al Otro, dado que para
que el evento creativo sea estético, es imprescindible la mirada exotópica del autor.
Una mirada que le permite un acceso privilegiado a sus personajes por medio del
excedente de visión brindado por su alteridad. Por otra parte, el discurso dialógico
propio de la literatura polifónica abre las puertas a lo heterogéneo, a los diferentes
centros axiológicos que se dan en el interior de la escritura. El autor no somete las
ideologías y las diferentes formas de mirar el mundo bajo una postura totalizante, sino
que las mantiene en tensión constante, haciéndolas permanecer irreductibles unas a
las otras.
Bibliografía
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Lévinas, E., (2000). La huella del otro. México D. F.: Editorial Taurus.
Nota preliminar
“Le due anime della cultura di Weimar” es es título original del texto de Tomás
Maldonado (1922-2018), cuya traducción al castellano ofrecemos en este número de
Nuevo itinerario. Revista de filosofía. Fue publicado por primera vez en 1978, en la
compilación Weimar. Lotte sociali e sistema democratico nella Germania degli anni
Venti, que estuvo al cuidado de Lucio Villari (Bologna: Il Mulino, pp. 153-161). El
traductor quiere agradecer a los herederos de Tomas Maldonado y a la editorial
Feltrinelli por haber cedido gentilmente los derechos del ensayo para la publicación de
esta traducción. Para quien guarde interés por la cultura weimariana, encontrará en
este texto una lúcida aproximación a las tendencias dominantes de una época que
parece ya lejana, pero que en muchos aspectos sigue siendo el espejo en el que se
refleja nuestra problemática modernidad.
Nicolás López
UNC-CONICET
nlopez@mi.unc.edu.ar
Las dos almas de la cultura de Weimar
Tomás Maldonado
1
Las obras a las que se hace referencia en el curso de este ensayo son las siguientes: P. Behrens, «Kunst
und Technik», Elektrotechnische Zeitschrift, XXII, (1910); G. Benn, Provoziertes Leben, Berlin, 1955; E.
Bloch, Erbschaft dieser Zeit, Frankfurt am Main, 1962; E. Bloch, Geist der Utopie, Frankfurt am Main,
1964; F. Dessauer, Technische Kultur, Kempten, 1907; A. Döblin, Berlin Alexanderplatz. Die Geschichte
vom Franz Biberkopf (1929), Berlin, 1963; A. Gramsci, «Americanismo e fordismo» (1934), en Quaderni
dal Carcere, Torino, 1975; H. von Hofmannsthal, «Das Schrifttum als geistiger Raum der Nation” (1927),
en Erzählungen und Aufsätze, Frankfurt am Main, 1957; E. Kapp, Grundlinien einer Philosophie der
Technik. Zur Entstehungsgeschichte der Kultur aus neuen Gesichtspunkten, Braunschweig, 1877; L.
Klages, Der Geist als Widersacher der Seele, Bonn, 1972; R. Kühnl, G. Hardach (eds.), Die Zerstörung der
Weimarer Republik, Köln, 1977; G. Lukács, «‘Grosse und Verfall’ des Expressionismus», en Essays über
Realismus, Neuwied, 1971; G. Martens, Vitalismus und Expressionismus, Stuttgart, 1971; L. Mittner, La
letteratura tedesca del Novecento, Torino, 1960; H. Muthesius, Die Weltwirtschaft. Ein Jahr- und
Lesebuch, Leipzig-Berlin, 1906; J. M. Palmier, L'expressionisme comme révolte, Paris, 1978; J. Popper,
Technischen Fortschritte nach ihrer ästhetischen und kulturellen Bedeutung, Leipzig, 1888; W. Rathenau,
Tagebuch 1907-1922, Düsseldorf, 1967; W. Rothe (ed.), Expressionismus als Literatur, Bern, 1969; W.
Sombart, «Technik und Kultur», Archiv für Sozialwissenschaft und Sozialpolitik, XXXIII (septiembre,
1911), n. 2; M. Weber, L’etica protestante e lo spirito del capitalismo, Firenze, 1965; J. Wiesner, «Natur-
Geist-Technik», en Ausgewählte Reden, Vorträge und Essays, Leipzig, 1910.
2
Es decir, Italia (N. del T.)
3
En alemán en el original: “Dorados años veinte” (N. del T.)
4
El «Sturm und Drang» (“Tempestad e Ímpetu”) fue el famoso círculo artístico de la segunda mitad del
siglo XVIII ligado a las figuras de Herder, el joven Goethe y Friedrich Schiller, entre otros. Su estética era
una clara protesta contra la cultura racionalista de la Aufklärung. (N. del T.)
5
“Filosofía de la vida” (N. del T.)
6
Acerca de esta cuestión y de los autores implicados en el debate, el lector puede remitirse a una
nutrida colección de textos, compilada e introducida por el propio T. Maldonado, en Técnica y cultura. El
debate alemán entre Bismarck y Weimar. Buenos Aires: Infinito, 2002. (N. del. T.)
contexto de los países industrializados, aquellos países que él llama «civiles»: «En los
países civiles, observa, no se puede imaginar oficio más complicado o difícil que aquel
del eremita». Pero en otros momentos sugiere que, en el vasto proceso de
«mecanización del mundo», un acuerdo entre «mecanizados» y «eremitas» sería
deseable, al menos en parte. Lo que tiene en mente es una suerte de pacto de no-
agresión, sobre todo de no-interferencia en las tareas específicas de cada uno.
Dejando a un lado las metáforas: una verdadera y propia «división del trabajo», ya que
esto significaría, en la práctica, garantizar a los «mecanizados» la dirección autónoma
de la «cultura de la racionalización», y a los «eremitas», la de la «cultura de la
expresión». Tal diseño debería llevar a la primera a una mayor eficacia operativa, y a la
segunda, a una mayor libertad creativa.
¿Pero qué se ocultaba realmente en esta confrontación entre eficacia y
libertad? Sin querer ser demasiado reductivos, se puede afirmar que la estrategia de la
«racionalización industrial» –entendida sobre todo como fordismo– no es de ningún
modo extraña a esta confrontación. Al contrario: es su raíz. Bastaría con mostrar los
términos en que se desarrolló el debate sobre la relación arte/industria, arte/técnica
en los primeros quince años de este siglo. Los artistas, en particular los representantes
del supuesto «arte aplicado», querían intervenir sobre la forma de los productos
fabricados en serie, por medio de una simple transferencia de la modalidad formal (o
estilístico-formal) elaborada en la práctica artística pura. Pero la práctica artística de
aquellos años, fuertemente condicionada por el «fanatismo de la expresión»,
presentaba propuestas en abierto conflicto con aquella modalidad formal del producto
que la industria consideraba más adecuada a la nueva exigencia de la racionalización
productiva.
El mejor intérprete de esta perspectiva de la gran industria es quizás Hermann
Muthesius. En 1906 escribía: «La máquina está perfectamente capacitada para
emprender la fabricación de los objetos industriales satisfactoriamente, porque no se
predispone a imitar el trabajo manual. La máquina tiene sus formas propias. Son las
formas que derivan, obviamente, de la modalidad misma del proceso de fabricación.
Serán formas esencialmente lisas, de superficies pulidas, porque en eso consiste la
fuerza de la máquina. Estas encarnan el modo de fabricación, así como las pequeñas
imprecisiones y la individualidad constituyen el encanto del objeto producido a mano.
De cuanto hemos dicho, se deriva que para los objetos fabricados por la máquina se
debe crear un nuevo universo formal».
Mucho más próxima a la posición de Rathenau, al menos hasta cierto punto, es
aquella asumida al inicio de la década de 1910 por Peter Behrens, arquitecto y
diseñador industrial de la AEG. Como sucedía con Rathenau, también en Behrens se
puede percibir, en ocasiones, una mala consciencia, aunque no es igual el modo en
que se manifiesta. En el primero, la ambigüedad –lo hemos visto– parece disolverse,
aparentemente, en la astuta (y salomónica) propuesta de una «división del trabajo».
No sucede así en Behrens. La transparente ambigüedad de su posición parece no
despertarle vergüenza alguna: con extrema desenvoltura, de hecho, lo vemos oscilar
entre el lema «la forma sigue la electricidad» y la adhesión entusiasta a la filosofía de
la anti-civilidad (esto es, de la anti-técnica) de H. S. Chamberlain.
Pero el más grande esfuerzo analítico sobre la naturaleza del conflicto entre
«cultura de la expresión» y «cultura de la racionalización» fue llevado a cabo por Ernst
Bloch, en el escrito Geist der Utopie («El espíritu de la utopía») (1918-1923). Bloch,
siguiendo en cierto sentido el rastro de Simmel, su maestro, avanza la hipótesis de que
la co-presencia de estos dos mundos –el mundo de la «gran expresión» («Grosse
Expression») y el mundo de la «gran técnica» («grosse Technik»)– es «trágica», es
decir, fatal y necesaria. Sin embargo, rechaza –y en esto reside su originalidad–
cualquier forma de tregua entre las dos fuerzas implicadas. Rechaza, por lo tanto, la
posición del tipo Rathenau, y obviamente también la del tipo Muthesius. Pero rechaza,
sobre todo, las actitudes de duplicidad consoladora, de sermoneante mediación entre
la «Zivilisation» de la AEG y la «Kultur» de Chamberlain y Klages, reconocibles en los
escritos de Behrens en torno a 1910. El interés de Bloch es el de eternizar el
antagonismo. No sólo eso: busca exacerbar la virulencia. Porque esta exacerbación
sería la única capaz de mantener vivo en la historia, precisamente, el «Geist der
Utopie».
estructurales– el no haber sabido identificar un espacio de acción cultural por fuera del
combate entre expresión y racionalización. Y este punto no se debe subestimar: como
en la época de la república de Weimar, también en la nuestra es un espacio que falta.