Resumen El Crátilo

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Introducción

El diálogo se gesta entre Crátilo quien sostiene que cada uno de los seres tiene el
nombre exacto por naturaleza, respondiendo a la realidad (teoría naturalista del
lenguaje); Hermógenes, quien argumenta lo contrario, es decir, que los nombres
son producto de la convención o consenso, algo que imponen mediante un
acuerdo, y Sócrates, como mediador, criticando y analizando ambas posturas
desde dos ópticas: la epistémica y la metafísica. Aunque éste parece tambalearse
entre ambas teorías, mostrándose en concordancia ora con una, ora con otra, al
final veremos cómo el ateniense rechaza ambas posturas.

Desarrollo

El debate inicia con Hermógenes emitiendo unas palabras “aquí tenemos a


Sócrates” que de cierta manera hace referencia a un hombre llamado Sócrates por
todo el mundo, sin saber o cuestionarse si realmente ese nombre responde a su
naturaleza; o tal vez se refiera a que Hermógenes nos presenta al que va tomar la
batuta en prácticamente todo el diálogo, ya que como señala José Luis Calvo,
quien es el traductor del texto del Crátilo en la edición de Gredos la etimología del
nombre Sócrates, formado por el sustantivo Krátos significa “dominio” (532).

Una de las primeras contradicciones con las que comienza el texto es con la de
Crátilo. Éste sostiene que todos los nombres- incluido el de él - son literales y
revelan la naturaleza de las cosas. Entonces Hermógenes le pregunta si todos los
hombres tienen también el nombre que les corresponde por naturaleza y Crátilo le
responde “Tu nombre al menos no es Hermógenes ni aunque te llame así todo el
mundo” (Platón 532) debido a que Hermógenes significa “del linaje de Hermes” y
este nombre no le corresponde, debido a sus dificultades pecuniarias y a su poca
facilidad de palabra (Calvo 532).

Posteriormente Hermógenes le pide una opinión a Sócrates sobre la exactitud de


los nombres, y éste aunque le aclara que será difícil llegar a la verdad sobre tan
serio asunto accede a indagar y nos da una muestra del argumento más poderoso
contra ambas teorías a lo largo de todo el diálogo, el principio que de se puede
hablar falsamente.

Sóc.- “¿Hay algo a lo que llamas hablar con la verdad y hablar con falsedad?”
(Platón 533).

El diálogo continúa y llega al argumento de Sócrates en contra del


convencionalismo vía relativismo Protagórico:

Sóc.- ¿Acaso el nombre que cada uno atribuye a un objeto es el


nombre de cada objeto?

Herm.- Sí.

Sóc.- Entonces ¿también cuantos se atribuyan a cada objeto, todos


ellos serán sus nombres y en el momento en que se les atribuye?

Herm.- Desde luego Sócrates, no conozco para el nombre otra


exactitud que ésta: el que yo pueda dar a cada cosa un nombre, el
que yo haya dispuesto, que tú puedas darle otro, el que a tu vez,
dispongas…

Sóc.- ¡Vaya! Veamos entonces, Hermógenes, si también te parece


que sucede así con los seres: que su esencia es distinta para cada
individuo como mantenía Protágoras al decir que el hombre es la
medida de todas las cosas ( en el sentido, sin duda, de que tal como
me parecen a mí, así son para mí, y tal como te parecen a ti, así son
para ti), o si crees que los seres tienen una cierta consistencia en su
esencia (Platón 535).

Esto deja un poco perplejo a Hermógenes ya que dice que aunque en algún
momento se sintió atraído por lo que afirma Protágoras, no le parece que sea así
del todo. El diálogo continúa, luego Sócrates concluye, en contraposición a la
negación de la validez objetiva del conocimiento de Protágoras, esbozando su
metafísica y mostrando un aparente rechazo por el convencionalismo de
Hermógenes y que se repetirá al final del diálogo en contra de Crátilo:
Sóc.- Por consiguiente, si ni todo es para todos igual al mismo tiempo
y en todo momento, ni tampoco cada uno de los seres es distinto
para cada individuo, es evidente que las cosas poseen un ser propio
consistente. No tienen relación ni dependencia con nosotros ni se
dejan arrastrar arriba y abajo por obra de nuestra imaginación, sino
que son en sí y con relación a su propio ser conforme a su naturaleza
(Platón 536).

En una de las interpelaciones que Sócrates le hace a Hermógenes le pregunta si


sabe quiénes son los que proporcionan los nombres a las cosas; éste último
responde que no. Y curiosamente Sócrates se muestra afín a ambas posturas:

Sóc.- “Por consiguiente, Hermógenes, no es cosa de cualquier


hombre el imponer nombres, sino de un nominador”

(…)

Sóc.- Puede entonces, Hermógenes, que no sea banal, como tú


crees la imposición de nombres, ni obra de hombres vulgares o de
cualesquiera hombres. Conque Crátilo tiene razón cuando afirma que
las cosas tienen el nombre por naturaleza y que el artesano de los
nombres no es cualquiera, sino sólo aquel que se fija en el nombre
que cada cosa tiene por naturaleza y es capaz de aplicar su forma
tanto a las letras como a las sílabas .

Sóc.- Yo por mi parte Hermógenes… resulta ya claro esto: que el


nombre tiene por naturaleza una cierta exactitud y que no es obra de
cualquier hombre el saber imponerlo bien a cualquier cosa (Platón
542).

Sócrates continúa su discurso y dice que es evidente que los dioses aplican con
exactitud los nombres que son por naturaleza y tanto él como Hermógenes
convergen en que los hombres (varones) son quienes deben aplicar los nombres
con más exactitud, ya que según éstos - como era común en su época misógina-
son más sensatos que las mujeres.
La tertulia de pronto comienza a ser objeto de análisis etimológico y Sócrates
aduce la siguiente afirmación para justificar las fantásticas etimologías que se
presentan en buena parte del texto:

Sóc.- “Nada importa que sean unas u otras las letras que expresan el mismo
significado; ni tampoco que se añada o suprima una letra con tal que siga siendo
dominante la esencia de la cosa que se manifiesta en el nombre” (Platón 546).

Sócrates da un ejemplo de tal situación con los nombres Astyánax y Héktor que
solo tiene la letra t en común, y, sin embargo significan los mismo (señor y dueño,
respectivamente)

Que por cierto buena parte de las etimologías, sostiene José Luis Calvo, son
falsas etimologías, es decir, suelen consistir en relacionar una palabra con otra de
su misma raíz; la mayoría son pura fantasía, y puede que Platón lo haga para
ironizar sobre la forma en que procedían los sofistas en sus etimologías (544 y
545).

Sócrates repara en las etimologías para explicar que hay ciertos nombres de
dioses y personas que analizando sus raíces, nos podemos dar cuenta de que sus
nombres corresponden a la naturaleza de esos seres (de nuevo se inclina por la
teoría naturalista), y sobre todo, como ya se mencionó hace un momento, los de
los dioses.

Sóc.- Parece que Zeus, tiene maravillosamente puesto el nombre…


lo dividimos en dos partes… unos le llaman Zena y otros Día, y si lo
ayuntamos en uno, pone de manifiesto la naturaleza del dios… Y es
que, tanto para nosotros como para los demás, no hay mayor
causante de la vida (zen) que el dominador y rey de todo (platón
549).

Luego Sócrates, después de cavilar acerca del significado de varios nombres,


alude a Heráclito, debido a que se da cuenta que los nombres que ha citado, han
sido puestos a las cosas como si todas se movieran, fluyesen y devinieran (Platón
570). Un ejemplo de esto es theoús (dioses) que se deriva de thein (correr),
debido a que él sospecha que los primeros hombres tuvieron por dioses al sol, la
luna, la tierra, los astros y les llamaron así porque siempre los veían em
movimiento y “a la carrera” (théonta) (Platón 551).

Posteriormente, Sócrates le propone a Hermógenes dejar de analizar nombres


para llegar a lo que ya no se compone de otros nombres o raíces. Cree que esto
puede llevarlos al elemento primario el cual ya no necesita asirse de otros
nombres. Esto lo lleva a proponer una mímesis como fundamento técnico del
naturalismo, es decir que si no tuviéramos voz ni lengua para nombrar a las cosas,
intentaríamos manifestarlas e imitarlas con las con las manos y el resto del
cuerpo.

Sóc.- “Entonces, según parece, el nombre es una imitación con la voz de aquello
que se imita; y el imitador nombra con su voz lo que imita” (Platón 585).

Pasa a dejar de lado esta hipótesis para luego proponer que el legislador que
impuso el lenguaje redujo todo a letras y sílabas, creando un signo y un nombre
para cada uno de los seres, y a partir de aquí, compuso el resto mediante la
imitación con estos mismos elementos

Sóc.- “Es manifiestamente ridículo, Hermógenes -pienso yo-, que las cosas hayan
de revelarse mediante letras y sílabas. Sin embargo, es inevitable, pues no
disponemos de nada mejor que esto a lo que podamos recurrir sobre la verdad de
los nombres primarios” (Platón 588).

Por fin, Sócrates logra hacer hablar a quien parece que ha renunciado al lenguaje;
Crátilo, y lo hace aparentemente defendiendo la postura de Hermógenes:

Sóc.- ¿Te complace, acaso, esto otro: que el nombre es una


manifestación de la cosa?

Crát.- Sí.

(…)

Sóc.- ¡Claro que yo, personalmente, prefiero que los nombres tengan
la mayor semejanza posible con las cosas! Pero temo que, en
realidad, como decía Hermógenes, resulte forzado arrastrar la
semejanza y sea inevitable servirse de la convención, por grosera
que ésta sea, para la exactitud de los nombres (Platón 600).

Crátilo le discute que cuando alguien conoce el nombre, conocerá también la


cosa, debido a que es semejante al nombre. Sócrates le dice que si uno busca las
cosas dejándose guiar por los nombres, examinando lo que significa cada uno, se
corre el riego de caer en el engaño, porque la persona que impuso los nombres lo
hizo según a su juicio, y puede que no juzgaba correctamente. Crátilo argumenta
que aquél que impuso los nombres lo hizo forzosamente con conocimiento.
Sócrates lo refuta y Crátilo, sintiéndose acorralado, opta por echar mano de una
explicación sobrehumana.

Sóc.- Entonces afirmas también que el que puso los nombres


primarios los puso con conocimiento?

Crát.- Con conocimiento.

Sóc.- Entonces, ¿con qué nombres conoció o descubrió las cosas, si


los primarios aún no estaban puestos y, de otro lado, sostenemos
que es imposible conocer o descubrir las cosas si no es conociendo
los nombres o descubriendo qué cosa significan?

Crát.- Creo, Sócrates, que objetas algo grave.

Sóc.- ¿En qué sentido diremos que impusieron los nombres con
conocimiento, dado que no hay otra forma de conocer las cosas que
a partir de los nombres?

Crát.- Pienso yo, Sócrates, que la razón más verdadera sobre el


tema es ésta: existe una fuerza superior a la del hombre que impuso
a las cosas los nombres primarios, de forma que es inevitable que
sean exactos (Platón 603).

Continúa la conversación, y Sócrates nos muestra en conclusión su postura final,


una postura metafísica y en desacuerdo con ambas teorías:
Sóc.- “En verdad, puede que sea superior a mis fuerzas y a las tuyas dilucidar de
qué forma hay que conocer o descubrir los seres. Y habrá que contentarse con
llegar a este acuerdo: que no es a partir de los nombres, sino que hay que conocer
y buscar los seres en sí mismos, más que a partir de los nombres” (Platón 604).

Entonces Sócrates propone que de lo que se trata es de conocer a las cosas


mismas para llegar a los nombres, y no al revés. A pesar de esto, parece que la
postura que más le convence, es el convencionalismo, ya que hubiese sido
imposible que él y sus dos tertulianos, pudieran dialogar acerca del origen de los
nombres sin asirse de estos, que como es evidente, provienen del uso que les
dieron sus predecesores.

Sóc.- “Pero temo que, en realidad, como decía Hermógenes, resulte forzado
arrastrar la semejanza y sea inevitable servirse de la convención, por grosera que
ésta sea, para la exactitud de los nombres” (Platón 600).

Por último, Sócrates alude al fundamento heraclíteo para dejar la pregunta abierta
sobre el origen de los nombres. Se pregunta si quienes impusieron los nombres lo
hicieron con la idea de que todo se mueve y fluye, que él cree que así pensaban,
como ya mencionamos acerca de la raíz de la palabra Dios.

Sóc.- ¿Cómo, entonces, podría tener alguna existencia aquello que


nunca se mantiene igual? Pues si es un momento se mantiene igual,
es evidente que, durante ese tiempo, no cambia en absoluto. Y si
siempre se mantiene igual y es los mismo, ¿cómo podría ello
cambiar o moverse, si no abandona su propia forma?

Crát.- De ninguna manera.

Sóc.- Pero es más, tampoco podría ser conocido por nadie. Pues en
el instante mismo en que se acercara quien va a conocerlo, se
convertiría en otra cosa distinta, de forma que no podría conocerse
qué cosa es o cómo es.

Crát.- Es como tú dices.


Soc.- Pero es razonable sostener que ni si quiera existe el
conocimiento, Crátilo, si todas las cosas cambian y nada
permanece… Si siempre está cambiando, no podría haberse siempre
conocimiento y, conforme a este razonamiento, no habría ni sujeto ni
objeto de conocimiento. En cambio, si siempre hay sujeto, si hay
objeto de conocimiento; si existe lo bello, lo bueno y cada uno de los
seres, es evidente, para mí, que lo que ahora decimos nosotros no
se parece en absoluto al flujo ni al movimiento…

En definitiva, Crátilo, quizá las cosas sean así, o quizás no… (Platón
606).

Referencias

Platón. Crátilo, obras completas 3 vols. España: Gredos, 2016.

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