Ensayo Critico - Actitud Cientifica

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ESCUELA DE ALTOS ESTUDIOS DE LA

CÁMARA MINERA DEL PERÚ

PROGRAMA: MAESTRÍA EN SALUD OCUPACIONAL

CURSO: TRABAJO DE TESIS III

TEMA: “LA ACTITUD CIENTÍFICA”

Dr. Paolo César Sinchiguano Navarro

12 de noviembre del 2021

I. INTRODUCCIÓN

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Es fácil apreciar la diferencia que la actitud científica puede suponer en la
transformación de un campo de estudio no sometido a disciplina alguna en otro
dotado de rigor científico, puesto que contamos con el ejemplo de la medicina
moderna. Antes del siglo XX, la práctica de la medicina se basaba en gran medida
en corazonadas, sabiduría popular y pruebas y errores. No se conocían los
experimentos a gran escala y los datos eran difíciles de reunir. De hecho, incluso la
idea de que fuera necesario poner a prueba las propias hipótesis sobre la base de su
contraste con la evidencia empírica resultaba extraña. Todo esto cambió en un
período relativamente corto de tiempo después de la teoría germinal de la
enfermedad en la década de 1860 y su traducción en una práctica clínica a
comienzos del siglo XX (García Aguilar, 1996)

La actitud científica que Semmelweis adoptó dio frutos de los que se benefició toda
la medicina. Casi a la vez que Semmelweis desarrollaba su trabajo, la medicina
asistió a la primera demostración pública de anestesia. Por primera vez, los cirujanos
pudieron tomarse su tiempo para realizar una operación, puesto que ya no tenían que
luchar contra pacientes plenamente conscientes que lanzaban alaridos de dolor. Esto
no bastó en sí mismo ni por sí mismo para reducir las tasas de mortalidad, puesto
que un factor complicado que alargaba las intervenciones quirúrgicas era que los
pacientes también pasaban más tiempo con las heridas abiertas al aire, lo que
propiciaba infecciones (García Aguilar, 1996). Solo después de que Pasteur
descubriera las bacterias y Koch detallara el proceso de esterilización pudo la teoría
germinal de la enfermedad empezar a asentarse. Cuando Lister introdujo las técnicas
antisépticas (que mataban los gérmenes) y la cirugía aséptica (que evitaba antes que
nada los gérmenes) en 1867, fue al fin posible hacer que la cura no fuera peor que la
enfermedad (Garcia, 2001)

Desde el punto de vista de hoy en día, es fácil pasar por alto la importancia de estos
avances y subestimar su contribución a la mejora de las técnicas cuantitativas, los
análisis de laboratorio, la experimentación controlada, y la idea de que el
diagnóstico y el tratamiento deben basarse en la evidencia en lugar de en la
intuición. Pero no se debería olvidar que la medicina occidental siempre se ha
imaginado a sí misma como científica; lo único que ocurre es que el significado del
término ha cambiado La medicina astrológica y las sangrías fueron una vez
consideradas vanguardistas sobre la base de los principios de la racionalidad y la
experiencia.

No sin dificultades sería alguien capaz de encontrar a un médico del siglo XVIII
(Marcos, 2020) e incluso que tampoco de los primeros tiempos de la civilización
griega, que no consideraba su conocimiento como científico (Marcos, 2020). Bajo
esta breve reminiscencia ¿Cómo se puede afirmar, entonces, que estos primeros
médicos y practicantes carecían de actitud científica y cómo está repercute en las
ciencias médicas en el avance evolutivo que se palpa en la actualidad?

I. ARGUMENTACIÓN

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En el libro The History of Medicine: A Very Short Introduction, William Bynum
recuerda que: a pesar de las sangrías, los brebajes ponzoñosos, las trepanaciones y
una serie de curas frecuentemente peores que la enfermedad, la medicina occidental
siempre se ha considerado a sí misma moderna. La transición fuera de esta fase no
empírica de la medicina fue considerablemente lenta. La tradición escolástica
persistió en la medicina hasta mucho tiempo después que en la astronomía y la
física, con el resultado de que aún doscientos años después de que la revolución
científica diera comienzo en el siglo XVII, las cuestiones médicas se abordaban
habitualmente de manera teórica y mediante argumentos como si estuvieran
resueltas en vez de mediante la experimentación controlada (Huaman Guerrero y de
la Cruz-Vargas, 2016)  .

Tanto la práctica clínica como la empírica de la medicina se mantuvieron bastante


atrasadas hasta mediados del siglo XIX. De hecho, la incipiente ciencia médica que
da sus primeros pasos en el Renacimiento tuvo un efecto en el conocimiento más
que en la salud. A pesar de los grandes avances en anatomía y fisiología a principios
de la Edad Moderna, por ejemplo, el trabajo de Harvey en el siglo XVII en torno a
la circulación de la sangre. Los logros de la medicina se mostraron más
impresionantes en el papel que en la práctica de cabecera (Huaman Guerrero y de la
Cruz-Vargas, 2016) . Incluso la única mejora inequívoca en la atención médica
durante el siglo XVIII, la vacuna contra la viruela, es vista por algunos no como el
resultado de la ciencia, sino más bien de abrazar la sabiduría popular. Este punto de
vista no científico se mantuvo en medicina a lo largo de todo el siglo XVIII que ha
sido llamado era de la charlatanería; no es hasta mediados del siglo XIX cuando la
medina moderna empezó a despegar verdaderamente.

En sus formidables memorias, The Youngest Science, Lewis Thomas compara el


tipo de medicina científica que se practica hoy en día con el tipo de medicina que se
enseñaba y practicaba en la primera parte del siglo XIX, cuando cualquier cosa que
se le pasara al médico por la cabeza se ponía a prueba para el tratamiento de
enfermedades. Revisar la literatura médica de aquellos años es espeluznante: un
texto tras otro relata los beneficios de hacer sangrar a los enfermos, de las ventosas,
de las purgas violentas, de la elevación de ampollas con ungüentos vesicantes, de la
inmersión del cuerpo en agua ora fría ora intolerablemente caliente, de la mezcla y
cocción de interminables listas de extractos botánicos según meros caprichos. La
mayoría de los remedios de uso común eran más propensos a hacer daño que algún
bien (Soto ÁLvarez, 2007) .

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En su importante libro Seeking the Cure, el doctor Ira Rutkow escribe que los
ciudadanos sufrían innecesariamente como consecuencia del egotismo y la ausencia
de metodologías científicas de Rush. En una época en la que nadie entendía el
significado de medir la presión sanguínea y la temperatura corporal, y los médicos
estaban empezando a hacerse una idea de la importancia del corazón y la frecuencia
respiratoria, los médicos en América no disponían de parámetros para evitar hacer
daño a los pacientes. A del surgimiento de laboratorios científicos en Alemania y el
aprecio al microscopio de Rudolf Virchow y otros condujo a más avances en la
ciencia básica, toda esta actividad propició que estudiantes de Medicina de todas
partes del mundo especialmente de Estados Unidos, fueran a Francia y Alemania
para obtener una formación médica más fundamentada científicamente. Aun así, los
beneficios que esto trajo consigo para la práctica médica directa tardaron en
manifestarse a ambos lados del Atlántico (Sanjuan, 2021).

La bifurcación social dentro de la comunidad médica tendía a poner en práctica la


regla no escrita de que los investigadores no se dedicaban a lo práctico, mientras
que los practicantes no hacían investigación. Los debates sobre la metodología de
la filosofía natural la ciencia tocaban la medicina solo de manera oblicua (Martín
Cazorla, 2011). La medicina seguía depositando su confianza en sus textos
canónicos, y contaba con sus propios procedimientos y lugares para la búsqueda del
conocimiento: la cabecera de la cama y el teatro de anatomía. La mayoría de los
médicos juraban por el conocimiento tácito en las yemas de sus dedos. A pesar de
todo su progreso, la medicina no era todavía una ciencia. Incluso si todo este nuevo
conocimiento arduamente alcanzado estaba ahora a disposición de cualquiera que
se interesara por él, un problema sistémico persistía: cómo cerrar la brecha entre el
conocimiento y la curación en aquellos que practicaban la medicina, y cómo
asegurarse de que los estudiantes que son el futuro de la profesión pudieran
familiarizarse con estos nuevos hallazgos.

En los albores del siglo XX, los médicos todavía no sabían lo suficiente acerca de
cómo curar la mayoría de las enfermedades, aunque en aquel momento supieran
identificarlas mejor. Gracias a la aceptación de la teoría germinal de la enfermedad,
quizá no fuera tan probable como en los siglos anteriores que los médicos y
cirujanos mataran a sus pacientes en intervenciones mal orientadas; pero los
avances científicos de las décadas de 1860 y 1870 no servían aún de gran cosa en la
atención directa a los pacientes. Lewis Thomas escribe que la explicación es el
verdadero interés de la medicina. Lo que el paciente enfermo y su familia deseaban
en mayor medida era saber el nombre de la enfermedad, luego, si es posible, lo que
la había causado, y, finalmente, lo más importante, en qué podía resultar.

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Gracias a los avances en antisepsia y anestesia unidos a los descubrimientos
bacteriológicos de Pasteur y Koch, sobre principios del siglo XX la medicina
clínica estaba madura para dejar atrás su pasado de tinieblas. A medida que la
noticia de esos descubrimientos iba propagándose, la disparidad de tratamientos y
prácticas en medicina clínica se convirtió súbitamente en una vergüenza. Por
supuesto, como con cualquier cambio de paradigma, Kuhn nos ha enseñado que
una de las fuerzas más poderosas en funcionamiento es que las resistencias van
feneciendo y se llevan las viejas ideas consigo, mientras que los jóvenes ejercientes
adoptan las nuevas, pero las fuerzas sociales tuvieron probablemente una influencia
mayor. La medicina moderna no es solo una ciencia, sino también una institución
social. Y es importante darse cuenta de que incluso antes de que fuera
verdaderamente científica, las fuerzas sociales conformaban cómo era percibida y
practicada, y algo tuvieron que ver en el giro que experimentó hasta convertirse en
la ciencia que es hoy.

Tras las reformas profesionales de principios del siglo XX, la medicina maduró.
Con el descubrimiento de la penicilina en 1928, los médicos finalmente pudieron
hacer un progreso clínico real, sobre la base de los frutos de la investigación
científica. Entonces llegaron las explosivas noticias de la sulfanilamida y el
comienzo de la verdadera revolución en la medicina.
En su obra The Rise and Fall of Modern Medicine, James Le Fanu detalla la
cornucopia de descubrimientos médicos y novedades que siguieron: la cortisona
(1949), la estreptomicina (1950), la cirugía a corazón abierto (1955), la vacuna
contra la polio (también 1955), el trasplante de riñón (1963) y la lista continúa. Con
el desarrollo de la quimioterapia (1971), la fecundación in vitro (1978) y la
angioplastia (1979) (Marcos, 2020) .

La medicina clínica podría finalmente disfrutar del beneficio de toda esa ciencia
básica. Como señala, el descubrimiento de la medicina no fue el producto del
razonamiento científico, sino de un accidente. Sin embargo, aunque esto sea
verdad, todavía es necesario convencerse de que otros descubrimientos no son
directamente atribuibles a la investigación científica. Está claro que tanto la serie de
avances del último tercio del siglo XIX como la transición de los frutos que
propició a la ciencia clínica que empezó en el XX se deben a la actitud científica.
Tener la curiosidad científica de aprender de la evidencia empírica incluso como
resultado de un accidente, y luego modificar las propias creencias sobre la base de
lo que se ha aprendido, es lo que significa tener una actitud científica.

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II. CONCLUSIONES

La medicina dio con el camino que le permitió dejar atrás esos tiempos oscuros y
entrar en una época en la que su práctica podía basarse en una cuidadosa
observación, cálculos, experimentos y una mentalidad lo suficientemente flexible
como para aceptar una idea cuando y solo cuando haya sido empíricamente
demostrada.

La actitud científica no solo requiere la preocupación por la evidencia puesto que lo


que se entienda por evidencia puede variar de una época a otra, sino el estar
dispuestos a cambiar la teoría sobre la base de nueva evidencia.

Dentro de la medicina se puede asistir a cómo la generalización de una actitud


empírica hacia la evidencia, junto con la aceptación de esta norma por parte de un
grupo que luego la utilizó para criticar el trabajo de sus colegas, transformó un
campo, que antes se basaba en la superstición y la ideología, en una ciencia
moderna.

La actitud científica no solo funcionó para la física y la astronomía y la medicina en


el pasado. Todavía funciona.

Se puede tener una revolución científica moderna en campos previamente


acientíficos solo con que apliquemos la actitud científica. No obstante, todavía
queda afrontar el problema de aquellos que rechazan la actitud científica
abiertamente, de aquellos que no parecen entender que las creencias basadas en la
ideología, como el diseño inteligente, no son científicas, que caen en la negación de
teorías bien fundamentadas, como el calentamiento global, por una comprensión
deficiente de cómo funciona la ciencia.

III. REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS.

Actitud Cientifica Como Estilo De Vida La. (2021). EDITORIAL BRUJAS.

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García Aguilar, L. (1996). La ciencia en el pensamiento de Ortega: ensayo sobre la
influencia de la ciencia en la evolución del pensamiento orteguiano. ENDOXA,
7, 257–278. https://doi.org/10.5944/endoxa.7.1996.4873
Garcia, C. (2001). EVOLUCIÓN DE LA RELACIÓN MÉDICO-PACIENTE: DE LA
MEDICINA CENTRADA EN EL MÉDICO A LA MEDICINA CENTRADA
EN EL PACIENTE. Evidencia, Actualizacion En La Práctica Ambulatoria,
4(4). https://doi.org/10.51987/evidencia.v4i4.4955
Huaman Guerrero, M., & de la Cruz-Vargas, J. (2016). LA COMUNICACIÓN
CIENTÍFICA EN MEDICINA. Revista de La Facultad de Medicina Humana,
16(1). https://doi.org/10.25176/rfmh.v16.n1.13
Marcos, R. L. (2020). Optimismo y salud: Lo que la ciencia sabe de los beneficios del
pensamiento positivo (Spanish Edition). GRIJALBO.
Martín Cazorla, F. (2011). La ciencia llama a la ciencia. Cuadernos de Medicina
Forense, 17(1). https://doi.org/10.4321/s1135-76062011000100002
Sanjuan, M. (2021). Sobre el respeto a la evidencia empírica. McIntyre en La actitud
científica. Daímon, 82, 189–195. https://doi.org/10.6018/daimon.436061
Soto ÁLvarez, J. (2007). Medicina basada en resultados en salud: la evolución lógica y
deseable de la medicina basada en la evidencia. Medicina Clínica, 128(7), 254–
255. https://doi.org/10.1016/s0025-7753(07)72553-8

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