Etnografi A Me Todo Campo Reflexividad
Etnografi A Me Todo Campo Reflexividad
Etnografi A Me Todo Campo Reflexividad
lntrod ucci6n 15
3. La observaci6n participante 51
Los dos factores de Ia ecuaci6n 52
Una mirada reflexiva de Ia observaci6n participante 56
Participaci6n: los dos palos de Ia reflexividad 60
La participaci6n nativa 66
4. La entrevista etnogratica,
o el arte de Ia "no directividad" 69
Dos miradas sabre Ia entrevista 70
Umites y supuestos de Ia no directividad 73
La entrevista en Ia dinamica general de Ia investigaci6n 78
La entrevista en Ia dinamica particular del encuentro 88
Notas 1 37
11
liviana y de cierto impacto, para circular en una colcccion
que inclula tematicas tan diversas como los medios de co
municacion, los estudios culturales y los debates sociologi
cos. Junto a otros au tores de verdaclero renombre, como
Renato Ortiz, Martin Jes{ts Barbero, Rossana Reguillo o
Eliseo Veron, me encontre en 1m contexto cle obras per
tenecien tes a autores latinoamericanos y de lectores que
no habla imaginado: un habla hispana que no se limitaba
a America Latina sino que trascendla a los Iatinos de otros
paises. Y fue esc con texto el que ayudo a volar a La etno
grajia, llevandola por rutas diferentes a las que recorrfa
El salvaje metropolitano. �Tramas editoriales? �Polfticas de
precios? Seguramente, pero tambien !a denuncia de un
espacio vacante para pensar, proponer y encarar una for
ma de trabajo intelectual que no se regodea en artilugios
retoricos ni en el {tltimo grito del autor frances de moda,
sino que descansa en !a propia experiencia y hace de las
dificultades de conocimiento del projimo el monumento
mismo de Ia elaboracion de Ia experiencia i n telectual.
Eso aprendi en mis sucesivos trab<0os de campo con in
migrantes judfos asken azies en Buenos Aires, con residen
tes en villas miseria del sur del Conurbano bonaerense,
con protagonistas directos de !a trinchera argentina en el
conflicto angloargenti11o por las Malvinas e Islas del Atlan
tica Sur en 1 982, y con mis colegas antropologos argenti
n as. Pero tambien eso fue lo que aprendf en los cursos de
Esther Hermitte, que tome entre 1 9 78 y 1 984 en el Insti
tuto de Desarrollo Economico y Social ( I D ES), en los de
Katherine Verdery y Emily Martin en Ia U n iversidac! Johns
Hopkins en los Estados Unidos, y en los cursos que vengo
dictanclo clesde 1984 en uniclacles acaclemicas muy clistin
tas y clistan tes -Misiones, Buenos Aires, Cordoba, Arica y
San Pedro de Atacama, �Iexico, Brasil-, de modo presen
cia! pero ahora tambien virtual. Y no solo en los cursos
tomados o enseiiados: tambien en los grupos de estudio
como el Grupo-Taller de Trab<0o de Campo Etn ografico
12
del IDES -que funcion6 plenamente entre 1993 y 2000-,
en las J orn aclas de Etnografia y Mctoclos Cualitativos que
esc Grupo-Taller inven t6 t:n 1994 y que con tin ttan, yen las
investigaciones sobre cl trab<0o de campo de mis colegas
en la Argentina de los aiios sesenta y setenta.
Las razones de esta reeclici6n residen en la confirmaci6n
cle una hip6 tesis: que cl trab<0o de campo e tnografico es
una forma acaso arcaica pero siempre novedosa de produ
cir conocimiento social. Las impresiones sucesivas de La
etnogmjia sc fueron agotando pero su demanda n o , quizas
porque hay algo de la etnografia que los cien tistas sociales
nccesitan y no encuentran en los recursos supuestamente
mas "objetivos" y ecuanimes del catalogo de los metodos
de investigacion. Sera porque acrecienta !a m cdida huma
na de aquellos a quienes queremos conocer. Sera porque
acrecienta la medida humana de los investigadores. 0,
tambien, sera porque nos permite poner de manifiesto !a
medida humana del proceso de conocimiento de nuestros
objetos de estudio.
13
lntroducci6n
15
avenwra, en parte para "rescatar" modos de vida en vias
de extinci6n ante cl avance modernizador.�
Hoy, Ia perplejidad que suscita Ia extrema diversidad
del genero humano es Ia que mueve cada vez mas a profe
sionales de las ciencias sociales hacia el trab<0o de campo,
no solo para explicar el resurgimiento de los etnonacio
nalismos y los movimientos sociales, sino tambien para
dcscribir y explicar Ia globalizacion misma, y restituirles a
los conjuntos humanos Ia agencia social que hoy parecerfa
prescindible desde perspectivas macroestructurales.
En este volumen quisieramos mostrar que Ia etnogra
fia -en su triple acepci6n de enfoque, metodo y texto
es un medio para lograrlo. En tanto enfoque, constituye
una concepcion y pr<1ctica de conocimiento que busca
comprender los fen6mcnos sociales desd e Ia perspectiva
de sus miembros ( en ten didos como "actores", "agentes"
o "st0etos sociales") . La especificidad de este enfoque co
rresponde, segl"m Walter Runciman ( 1 983) , a! elemento
distintivo de las ciencias sociales: Ia descripcion. Estas
ciencias observan tres niveles de comprension: el n ivel
primario o "reporte" es lo que se infonna que ha ocurri
do (el "que") ; Ia "explicacio n " o comprension secunda
ria alude a sus causas ( el "porqw!") ; y la "descrip cion " o
comprension terciaria se ocupa de lo que ocurrio desde
la perspectiva de sus agen tes ( el "como es" para ellos) . Un
investigador social dificilmente pueda comprender una
accion si no en tiende los terminos en que Ia caracterizan
sus protagonistas. En este sentido, los agentes son infor
man tes privilegiados pues solo ellos pueden dar cucnta
de lo que piensan , sienten, dicen y hacen con respecto a
los eventos que los involucran. Mientras que la explica
ci6n y el reporte dependen de su ajuste a los he chos, la
descripci6n depende de su aj uste a Ia perspectiva nativa
de los miembros de un grupo social. Una buena d escrip
ci6n es aquella que no los malin terpreta, es decir, que n o
mcurre e n interpretaciones etnocentricas, sustituyendo
16
su pun to de vista, valorcs y razones, por el pun to de vista,
v alores y razones del investigador. Veamos tm ejemplo.
La ocupacion de tierras es un fenomeno exten dido en
Ame rica Latina. Por lo gen eral se trata de areas del m edio
urbana caracterizadas por su hacinamiento, falta de servi
cios pttblicos, inundabilidad y exposicion a derrumbes. En
1985, una pesima combinacion de viento y lluvia an ego ex
tensas zonas de Ia ciudad de Buenos Aires y su en torn o, el
Gran Buenos Aires, sede de nutridas "villas miseria" ( tam
bien llamadas favelas, poblaciones, banios o callampas). Los
n oticieros de television iniciaron una encendida predica
contra el inexplicable empecinamiento de los "villeros"
por permanecer en sus precarias viviendas, apostandose
sobre los techos con todo cuanto hubieran podido salvar
de las aguas. Pese a Ia intervencion de los poderes p ttbli
cos, ellos seguian ahi, exponiendose a morir ahogados o
electrocutados. Escribi entonces un articulo para un dia
rio, en el que explicaba que esa actitud podia deberse a
que los "tercos villeros" estaban defendien do su derech o
a un predio q u e solo les pertenecia de hecho, p o r o cu
pacion. Por el caracter ilegal de las villas, sus residen tes
no cuentan con escrituras que acrediten su propiedad del
terreno. lrse, aun a causa de una catastrofe natural, podia
significar Ia perdida de Ia posesion ante Ia llegada de otro
ocupante ( Guber, 1985). Que Ia n o t.1. periodistica fuera
premiada por la Confederacion de Villas de Emergencia
de Buenos Aires parecia i ndicar que yo habia entendido
o, mejor dicho, descripto adecuadamente (en sus propios
tenninos) , Ia reaccion de estos pobladores.
Este sentido de "descripcion " corresponde a lo que
suel e llamarse "interpretacion". Para Clifford Geertz, por
ejemplo, Ia "descripcion " (eq uivalente a! "reporte" de
Runciman ) presenta los comportamientos como acciones
fisicas sin otorgarles un sentido, como cuando se consigna
el gesto de "cerrar un ojo manteniendo el otro abierto".
La "in terpretacion" o "descripcion densa" recon oce los
17
"marcos de interpretacion" den tro de los cuales los actores
clasifican el comportamiento y le au·ibuyen sentido, como
cuando a aquel movimiento ocular se lo llama "guiiio" y
se lo interpreta como gesto de complicidad, aproximacion
sexual, seiia en un juego de naipes, etc. (Geertz, 1 973) . El
investigador debe, pues, aprehender las estructuras con
ceptuales con que la gente acttia y hace inteligible su con
ducta y la de los demas.
En este tipo de descripcion-interpretacion, adoptar un
enfoque etnografico consiste en elaborar una representa
cion coherente de lo que piensan y dicen los nativos, de
modo que esa "descripcion" n o es ni el mundo de los na
tivos, ni el modo en que ellos lo ven, sino una conclusion
interpretativa que elabora el investigador (Jacobson, 199 1 :
4-7) . Pero, a diferencia d e otros informes, esa conclusion
proviene de la articulacion entre la elaboracion teorica
del investigador y su contacto prolongado con los nativos.
En suma, las etnografias no solo reportan el objeto em
pirico de investigacion -un pueblo, una cultura, una socie
dad-, sino que constituyen la interpretacion-descripcion
sobre lo que el investigador vio y escuch6. Una etnografia
presenta la interpretacion problematizada del autor acer
ca de algiin aspecto de la "realidad de la accion humana"
(Jacobson , 1 99 1 : 3; la traduccion es nuestra [ t. n . ] ) .
Describir de este modo somete los conceptos que ela
boran otras disciplinas sociales a la diversidad de la expe
riencia humana, y desafia la pretendida universalidad de
los grandes paradigmas sociol6gicos. Por eso los antrop6-
logos suelen ser tildados de "panisitos" de las demas dis
ciplinas: siempre consignan que hay algun pueblo donde
el complejo de Edipo no se cumple tal como dijo Freud,
o donde la maximizaci6n de ganancias no explica la con
ducta de la gente, segun lo establecia la teoria clasica. Esta
predilecci6n por la particularidad responde a lo que en
realidad es una puesta a prueba de las generalizaciones
etnocentricas de otras disciplinas, a la luz de casos inves-
18
tigad os mediante el metodo etnografico, y cuyo fin es ga
ran tizar una universalidad mas genuina de los conceptos
soci ol6gicos. El etn6grafo supone, pues, que a partir del
contraste de n uestros conceptos con los de los nativos es
posible formular una idea de humanidad consu·uida sobre
Ja base de las diferencias (Peirano, 1995: 15).
Como un metodo abierto de investigaci6n en un terre
no donde caben las encuestas, las tecnicas n o direc tivas
-fun damentalmente, Ia observaci6n participante y las en
trevistas no dirigidas- y Ia residencia prolongada con los
sujetos de estudio, Ia etnografia es el c onjunto de activida
des que suele designarse como "trabajo de campo", y cuyo
resultado se emplea como evidencia para Ia descripci6n.
Los fun damentos y caracterfsticas de esta flexibilidad o
"apertura" radican, precisamente, en que son los actores
y no el investigador los privilegiados a Ia hora de expresar
en palabras y en pricticas el sentido de su vida, su cotidia
nidad, sus hechos extraordinarios y su devenir. Este esta
tus de privilegio replantea Ia centralidad del investigador
como sujeto asertivo de un conocimiento preexistente y
lo convierte, mas bien, en un sujeto cognoscente que de
hera recorrer el arduo camino del des-conocimiento a! re
conocimiento.
Este proceso comprende dos aspectos. En primer Iugar,
el investigador parte de una ignorancia metodo!6gica y se
aproxima a Ia realidad que estudia para conocerla. Esto es:
el investigador construye su conocimiento a partir de una
supuesta y premeditada ignorancia. Cuanto mas conscien
te sea de que no sabe (o cuanto mas ponga en cuesti6n sus
certezas) , mas dispuesto estara a aprehender Ia realidad
en terminos que no sean los propios. En segundo Iugar, el
i nvestigador se propone interpretar-describir una cultura
p ara hacerla inteligible ante quienes no pertenecen a ella.
Este prop6sito suele equipararse a! de Ia "traducci6n",
p ero, como saben los traductores, los terminos de una len
gua no siempre corresponden a los de otra. Hay practicas
19
y nociones que no tienen correlato en el sistema culmral
a! que pertenece el in\'estigador. Entonces. no solo sc trata
de encon trar un vehiculo no ctnocentrico de traducci6n
que sirva para dar cuenta lo mas gen uinamente posible
de una practica o n ocirm, sino adcm;i.s de ser capaz de de
tectar y reconocer esa practica o noci6n incsperada para
el sistema de clasificacion del in\'estigador. La flcxibilidad
del trab�o de campo etnografico sirvc, precisamente, para
advertir lo imprevisible, aquello que, en principia, parece
"no tener sentido". La ambigiicdad de sus propuestas me
todologicas sirve para dar Iugar a! des-conocimiento preli
minar del investigador acerca de como con ocer a quienes,
por principia (metodologico ) , no conoce. La historia de
como lleg6 a plantearse esta "sabia ignorancia" sera cl ob
jeto del primer capitulo.
Dado que no existen instrumen tos prefigurados para Ia
extraordinaria variabilidad de los sistemas socioculturalcs,
ni siquiera b�jo Ia aparente uniformidad de Ia globaliza
cion, el in\'estigador social solo puede conocer otros mun
dos a traves de su propia exposici6n a ellos. Esta exposi
cion tiene dos caras: los mecanismos o instrumentos que
imagina, ensaya, crea y recrea para entrar en contacto con
Ia poblaci6n en cucsti6n y trabajar con ella, y los distintos
sentidos socioculturales que exhibe en su persona. Tal es
Ia distincion, mas analftica que real, entre las "tecnicas"
( capitulos 3, 4 y 6) y el "instrumento" ( capitulos 5 y 7) .
Las tecnicas mas distintivas son Ia entrevista no dirigida,
Ia observaci6n participante y los metodos de registro y
almacenamiento de Ia informacion; el instrumento es el
mismo investigador con sus atributos socioculturalmente
considerados -genero, nacionalidad, raza, etc.-, en una
interaccion social de campo, y posteriormente su relacion
con quienes devicnen sus lectores.
Esta doble cara del trab<�jo de campo etn ografico nos ad
vierte que las impresiones del campo no solo son recibidas
por el intelecto sino que impactan tambien en Ia persona
20
clcl antrop6logo. Esto explica, por un !ado, Ia n eccsicbcl clc
]os etn6grafos de basar su discurso -oral, escrito, tc6rico y
crnpirico- en una instancia cmpirica espccilica replcta de
ru ptnras y tropiezos, gaffes y contraticm pos, lo que los an
tro p 6logos han bautizado como "inciclen tes reveladores".
p0 r o tro !ado, explica tam bien CJLIC "en Ia inYestigaci6n de
campo se constate que Ia Yida imita a Ia teoria, porque cl
investigador en trenaclo en los aspectos mas extrai1os y los
m as corrien tes de Ia conducta h umana encuen tra en su
experiencia un ejemplo viYo de Ia literatura tc6rica a par
tir de la cual se form6" (Peirano, 1 995: 22-3, t. n . ) .
Esta articulaci6n vivencial enu·e teorfa y referente em
pirico puede in terpretarse como un obstaculo subjetiYo al
conocimicnto o como su eminen te facilitador. En las cien
cias sociales, y con mayor fucrza en Ia an tropologfa, no
existc conocimiento que no este mediado por Ia presen
cia del investigaclor. P ero que esta mediacion sea efectiva,
conscicn te y sistem5.ticamen te rccu peracla en cl proceso
de conocimiento d epende de Ia perspec tiva epistemol6gi
ca con que conciba sus p racticas; tal sera el contenido del
capitulo 2.
El producto de este reconido, Ia tercera acepci6n del ter
mino "etnografia", es Ia descripci6n textual del comporta
miento en una cultura particular, resultante del trab�o de
campo (Marcus y Cushman, 1 982; Van Maanen, l 988 ) . En
esta presentaci6n, generalmente monografica y por escri
to (y, mas recientemente, tambien visual) ' el antropologo
intenta representar, interpretar o traclucir una cultura o
determinados aspectos de una cultura para lectores que no
est5.n familiarizados con ella (Van Maanen, 1 995: 1 4) . Lo
que sejuega en el texto es Ia relaci6n entre teorla y campo,
mediada por los datos etnograficos (Peirano, 1995: 48-49) .
As!, lo que da trascendencia a Ia obra etnografica es
21
tencial y psfquico de la investigaci6n de campo,
parece que el material etnografico, aunque este
presente, se hubiera vuelto frfo, distante y mudo.
Los datos se transformaron, con el paso del tiem
po, en meras ilustraciones, en algo muy alejado
de la experiencia totalizadora que, aunque pueda
ocurrir en otras circunstancias, simboliza la inves
tigaci6n de campo. En suma, los datos perdieron
presencia te6rica, y el dialogo entre la teoria del
antrop6logo y las teorfas nativas, dialogo que se
da en el antrop6logo, desapareci6. El investigador
solo, sin interlocutores interiorizados, volvi6 a ser
occidental (Peirano, 1995: 51-2, t. n . ) .
22
1. Una breve histori a d e l trabajo
de campo etnografico
Los proleg6menos
23
com(m de la historia de la humanidad. De esta manera,
establecian leyes para la evoluci6n h umana y la difusi6n
de bienes culturales seg(m los dos paradigmas que domi
naban tanto los estudios del hombre como las ciencias na
ttu·ales. El evolucionismo y el difusionismo diferian en su
consideraci6n de la variacion en las cul turas humanas, que
el primero atribuia a diferencias en la velocidad y graclos
de su evoluci6n y el segun do al con tacto entre los pueblos,
pero coincidian al no cuestionar el supuesto cle que estas
culturas representaban el pasado cle la humanidacl.
Para fundamentar sus teorias ambos necesitaban gran
des cantidades de informacion y artefactos que exponian
en los museos, cuyas vitrinas presen taban articulos de dis
tintos pueblos ( Chapman , 1 985; Jacknis, 1 985; Stocking,
1 985) . La logica de estos agrupamien tos procedia del ma
terial que traian los viajeros y de los cuestionarios sobre
los modos de vida de los salv<0es que los comerciantes,
misioneros y funcionarios administraban mediante institu
ciones particulares y oficiales, imperiales o federales. Los
cuestionarios mas conocidos fueron el Notes and Queries
on Anthropology, que distribuyo el Royal Anthropological
Institute desde 1 874 hasta 1 9 5 1 (RAJ, 1 984) , y la circular
sobre terminos de parentesco del n orteamericano Lewis
H. Morgan ( 1 862) .3
Estos cuestionarios proveyeron una nutrida pero hete
rogenea informacion, pues quienes debian respon derlos
no dominaban las lenguas nativas, ni estaban consustan
ciados con el interes cientifico. Salvo n o tables excepcio
nes, la division en tre el recolector y el analista-experto
era irremontable. Ademas, la informacion desmen tia la
especulacion de las teorias corrientes, lo que ponfa en evi
den cia la necesidad de emprender trabajos in situ (Kuper,
1 973; Urry, 1 984) .
En 1888, el zoologo Alfred C. Haddon encabezo la pri
mera expedici6n antropol6gica de Cambridge al est.recho
de Torres, en Oceania, para obtener material sobre las cos-
24
ntm bres de los aborfgenes y las especies fitozoograficas. Los
111ewdos eran los de la ciencia experimental. Sin embargo,
[ue la segunda expedici6n, tambien dirigida por Haddo n ,
e n u e 1898 y 1 899, l a q u e trascendi6 a la historia d e l trabajo
·
25
Los heroes culturales
26
"excavar en una cultura", aludiendo a las similitudes de la
tarea boasiana con la arqueologfa; el informante hablaba
de su pasado y de las tradiciones de su pueblo, y Boas es
cuchaba al traductor indigena a quien intentaba entrenar
en !a transcripcion de la lengua nativa. Las quejas mas ha
bitu ales de los primeros antropologos norteamericanos se
correspondian con este enfoque: frecuentes calambres en
las manos por tamar notas, y "perdida de tiempo" inten
tando encontrar un informante confiable (R. Wax, 1 97 1 ) .
El trab ajo de campo era, entonces, un "mal necesario" en
la fabulosa empresa de rescatar la cultura indlgena de su
inminente desaparicion.
En Europa, la historia de las antropologlas metropoli
tanas remonta el uso del termino "etnografia" al estudio
de los "pueblos primitivos o salvajes", no en su dimension
biologica sino sociocultural. De acuerdo con la escuela in
glesa instaurada en las decadas de 1 9 1 0- 1 920 por el antro
pologo britanico A. R. Radcliffe-Brown, hacer etnografia
consistfa en realizar "trabajos descriptivos sabre pueblos
analfabetos", en contraposicion a la vieja escuela especula
tiva de evolucionistas y difusionistas (Kuper, 1 973: 1 6) . En
el marco de la "revolucion funcionalista" y de un "fuerte
renacimiento del empirismo britanico" (Kuper, 1 973: 1 9 ) ,
el investigador debfa analizar la integracion sociocultural
de los grupos humanos.
La teorfa funcionalista sostenfa que las sociedades es
taban integradas en todas sus partes, y que las practicas,
creencias y nociones de sus miembros cumplfan alguna
"funcion" para la totalidad. Esta postura volvfa obsoletas
tanto la recoleccion de datos fuera de su contexto de uso
como la descripcion de los pueblos en tanto ejemplares
del pasado. La formulacion de vastas generalizaciones
ce dio al "holismo" o vision totalizadora, que ya no serfa
Universal o panhumanitaria sino referida a una forma de
vida particular. El trabajo de campo fue, pues, el canal de
Una transformacion teorica cuya expresion metodologica,
27
Ia etnografia y lucgo Ia exposici6n mon ografica, Ia sobre
vivirfa largamen te.
Los protagonistas y heroes de esta "misi6n civilizatoria"
fueron A. R. Radcliffe-Brown, I en el ambito de Ia teorfa,
y Bronislav Malinowski, en el cle Ia practica etnografica.
Oriundo de Polonia, Malinowski habfa estudiado ffsica y
qufmica en Cracovia, pero durante un reposo por enfer
medad acc edi6 a Ia antropo logfa leyenclo La mrna domda,
un volumen de mitologfa primitiva escrito por uno de los
padres de Ia antropologfa bri t:mica, Georges Frazer. Viaj6
entonces a Londres a estudiar antropologfa en I a London
School of Economics, don de aprendi6 los rudimentos de
Ia disciplina y se con tact6 con C. G. Seligman, miembro
de Ia segunda expedici6n de Cambriclge.5 Estaba comen
zando sus estudios de campo sobre parentesco aborigen
en Australia y Melanesia cuando lo sorprendi6 Ia Primcra
Guerra Mundial. Dado que, por su nacionalidad, Mali
nowski era tecnicamente un enemigo del Reino Unido, se
sugiri 6, para su resguardo, su permanencia en Oceania.
Este virtual continamiento se convirti6 en el modelo del
trabajo de campo. Las estadfas de Malinowski en Mela
nesia datan de septiembre de 1 914 a marzo de 1 9 1 5 , de
junio de 1 9 1 5 a mayo de 1 9 1 6, y de octubre de 1 9 1 7 a
octubre de 1 9 1 8, coincidiendo con Ia prim era conflagra
ci6n (Ellen et a/., 1988; Durham, 1 978 ) .
El resultado de este prolongaclo u·ab�o fue una serie de
detalladas descripciones de Ia vida de los mclanesios que ha
bitaban los archipielagos de Nueva Guinea Oriental. La pri
mera obra de esa serie, Los mgonautas del Pacifico Occidental
( 1 922) , describe una extrana practica de dificil traducci6n
para el mundo europeo: el kuln, o intercambio de "valores"
o vaiqu 'a, brazaletes y col!ares de caracoles, que los aborf
genes de las Islas Trobriancl se pasaban de unos a otros sin
motivo aparente, solo para in tercambiarlos, creando una
cadena o anillo entre los poblaclores de una misma alclea,
de aldeas vecinas y de is!as pr6ximas. Con Los argonautas...
28
:V!alino\\·ski no s61o clio cuenta de un modo de clescribir una
29
no podia entenderse sin comprender su vida
cotidiana y su estructura social, y menos a(m
sin conocer acabadamente !a lengua nativa
(Malinowski [ 1922], 1986) . Asi, !a tarea del
antropologo, a quien se empezaba a denominar
"etnografo", era una labor de composicion que
iba desde los "datos secos" hasta !a recreacion o
evocacion de !a vida indigena.
30
recrea ndo una actitud de conocimiento en la que el natu
ralista era tan importante como el humanista que fundaba
el aprendizaje de otras formas de vida en la propia expe
riencia (Urry, 1 984; Stocking, 1 9 83) . Con el tiempo, esta
premisa revertirfa en el cuestionamiento y autoamilisis del
propio investigador.
Otro gran aporte consisti6 en mostrar la integraci6n de
los datos en el trabajo final, la etnografia, que para el podfa
concentrarse en un solo aspecto que, como el kula, apare
cfa como nodal para describir su cultura. En este sentido,
Malinowski proponfa un conocimiento holfstico (global,
totalizador) de la cultura de un pueblo, pero considerado
a partir de un aspecto o conjunto de pd.cticas, normas
y valores -un "hecho social total", en palabras de Marcel
Mauss (1 990) - significativos para los aborfgenes. Puede
decirse que Malinowski fue el primero que confront6 las
teorfas sociol6gicas, antropol6gicas, econ6micas y lingufs
ticas de la epoca con las ideas que los trobriandeses tenfan
con respecto a lo que hacfan. Pero este procedimiento
no solo entranaba una traducci6n conceptual termino a
termino, sino que tambien daba cuenta de los "residuos
no explicados" por el sistema conceptual y clasificatorio
occidental. El descubrimiento de "residuos" como el kula
resultaba de la confrontaci6n entre la teorfa y el sentido
comun europeos, y la observaci6n de los nativos. El princi
pal aporte de Malinowski fue, entonces, no tanto la validez
de su teorfa funcional de la cultura, como la permanencia
de la teorfa de la reciprocidad, que no puede adjudicarse
le fntegramente a el sino que fue producto de su encuen
tro con los nativos (Peirano, 1 995) .
Este enfoque, que postula una metodologfa abierta,
ocup6 mas la practica que la reflexi6n de sus sucesores.
La mayorfa de los posgrados de los departamentos cen
trales de antropologfa social carecieron, hasta hace poco,
de asignaturas sobre metodologfa y u·abajo de campo. El
mismo Malinowski se limitaba a hojear sus propias notas y
31
a pensar en voz alta algunas elahoraciones (Powdermaker,
1966; veanse EYans-Pritchard, 1957; Bowen, 1964).
En suma, a! finalizar el pcrfodo malinowsk.iano en los
aii.os treinta, el trab<:jo de campo ya se habla consolidado
como una actividad eminentemcnte individual realizada
en una sola cultura, un rito de paso a Ia profesi6n que co
rrespondfa a Ia etapa doctoral. La estadla prolongada y Ia
interacci6n clirecta, cant a cara, con los micmbros de una
cultura, se transfonn6 en Ia experiencia mas totalizaclora
Y distintiYa de los antrop6logos, el Iugar de proclucci6n
de su saber y el media para legitimarlo. Su prop6sito era
suministrar una vision contextua!izada de los datos cultu
rales en Ia vida social tal como era vivida por los nativos.
32
no s infonnantes "clave", en lugar de registrar el fhuo de
)<l vid a diaria (R. Wax, 1971) . En Sll obra mas difundida,
un tra bajo sobre la adolescencia, Coming of Age in Samoa
33
mexicanas en el distrito federal de Mexico, y de puertorri
queiios en San Juan de Puerto Rico y Nueva York ( 1 959,
1 96 1 , 1 965 ) .
Los especialistas e n estudios de comunidad y sociolo
gfa urbana debieron transformar los metodos nacidos del
estudio de poblaciones pequeiias para aplicarlos a socie
dades estratificadas de millones de habitantes. Este despla
zamiento se masific6 en las decadas de 1 960 y 1 970, con
importantes consecuencias te6ricas y epistemol6gicas.
El exotism o de Ia natividad
34
1967; Golde, 1970; Powdennaker, 1966; R. Wax, 1971). En
elias se reconocia al etn6grafo como un ser sociocultural
con un saber hist6ricamente situado. El primer objetivo
de esta desmitificaci6n fue la "natividad" del etn6grafo.
Hasta los anos sesenta, iba de suyo que el conocimien
to del Otro, en tanto conocimiento no etnocentrico de la
sociedad humana, debia buscarse a partir de la soledad
con respecto a entornos y senticlos concebidos como fa
miliares, una tabla rasa valorativa y una (casi) completa
resocializaci6n para acceder al punto de vista del nativo
(Guber, 1995). Pero con la encrucijada hist6rica de las re
voluciones nacionales, "hacer antropologia" en la propia
sociedad se volvi6 una posibilidad concreta, a veces incluso
una obligaci6n o un mandamiento. Los nuevos gobiernos
africanos y asiaticos contaban con sus propios intelectua
les, muchos de ellos entrenados en las academias centra
les; ademas, los antrop6logos metropolitanos no eran ya
bienvenidos en las ex colonias debido a su "macula im
perialista" (Messerschmidt, 1981: 9-10;]. Nash, 1975). Lo
que hasta entonces habia sido una situaci6n de hecho (el
desplazamiento hacia regiones lejanas, hacia el ambien
te natural del salvaje) se convirti6 en objeto premedita
do de reflexi6n te6rico-epistemol6gica (Jackson, 1987) .
Quienes abogaban por una antropologia en contextos
ex6ticos, provenientes en su mayorfa de la academia oc
cidental, argumentaban que el contraste cultural promue
ve la curiosidad y la percepci6n, ademas de garantizar un
conocimiento cientifico neutral y desprejuiciado, y que el
desintcres en competir por los recursos locales asegura la
equidistancia del investigador extranjero respecto de los
distintos sectores que componen la comunidad estudiada
(Beattie, cit. en Aguilar, 1981: 16-17).
Quienes auspiciaban la investigaci6n en la propia so
ciedad afirmaban que una cosa es conocer una cultura y
otra haberla vivido (Uchendu, cit. en Aguilar, 1981: 20),
Y que el shock cultural es un obst3.culo innecesario, ade-
35
mas de una metafora inadecuada, que reemplaza con una
desorientacion artificial y pas�era lo que deberfa ser un
estado de desoricntacion cronica y metodica (D. Nash, cit.
en Aguilar, 1981: 17) . Estudiar Ia pmpia socicdad tiene,
pues, varias ventajas: cl antrop61ogo nativo no debe atra
vesar los a veces complicados Yericuetos para acceder a Ia
comunidad n i demorar su focalizacion tematica; no nece
sita aprender Ia lengua nativa que un extraii.o conocera,
de todos modos, siempre imperfectamente (Nukunya, cit.
en Aguilar, 198 1:19) . Ademas, su pertcnencia a! grupo n o
introduce alteraciones significativas, lo cual con tribuye a
generar una interacci6n mas natural y mayores oportu
nidades para Ia observaci6n participante. El antrop6logo
n ativo rara vez cae presa de los estereotipos que pesan sa
bre Ia poblaci6n, pues esta en mejores condiciones para
penetrar Ia vida real , en Iugar de dejarse obnubilar por las
imagenes idealizadas que los st0etos suelen presentar de sf
(Aguilar, 1981: 16-21) .
A pesar de su oposici6n, ambas posturas coincidfan en
que Ia capacidad de los antrop61ogos extranjeros y de los
nativos para reconocer 1 6gicas y categorfas locales consis
tia en asegurar el acceso no mediado a! mundo social, sea
por el mantenimiento de Ia distancia, como pretendfan
los externalistas, sea por Ia fusion con Ia realidad en estu
dio, de acuerdo con Ia perspetiva de los nativistas. El empi
rismo ingenuo que subyace a las afirmaciones de quienes
abogan por una antropologfa nativa, argumen tando que
ella implica una menor distorsi6n de lo observado y una
menor visibilidad del investigador en el campo, n o clifie
re del de quienes sostienen que solo una mirada externa
puede cap tar lo real de manera no sesgada y cientffica
men te de sin teresada.
Si bien, como luego veremos, estas ilusiones fueron ob
jeto de crftica (Strathern, 1987) , el debate puso en cues
ti6n el Iugar de Ia "persona" del investigador en el proce
so de conocimiento (retomaremos esto en el capitulo 5).
36
Co mo principal instrumento cle in\'estigaci6n y tennino
i tn plfcito de comparaci6n in tet-cultural, cl etn6grafo es,
aclcmas de un entc academico, miembro de una soc iedad
y portador de cierto sentido com(m .
E n suma, esta historia muestra Cjtte, si bien el trab�o
d e campo se mantuvo fie! a sus premisas inic ialcs, los e t
n (Jgra fos fueron recon ceptualizanclo su practica, dandole
nue\'os valores a !a relaci6n de campo. En terminos clel an
trop61ogo brasilei1o Roberto cla Matta, Ia tarea cle familia
rizarse con lo ex6tico termin6 por exotizar lo familiar. E l
investigaclor fue el principal beneficiario cle este proceso.
37
2. El trabajo d e ca mpo:
un m a rco reflexive pa ra
Ia i nterpretacion de las te c n i cas
Positivismo y naturalismo
39
otros investigadores; esto es: Ia teorfa debe ser confirmacla
o falseada. La ciencia procede comparanclo lo que dice Ia
teorfa con lo que sucede en el terreno empfrico; el cien
tifico recolecta datos a traves de mctodos que garantizan
su neutralidad valorativa, pues cle lo con trario su material
serfa poco confiable e inverificable. Para que estos meto
dos puedan ser replicados por otros investigaclores, de ben
ser estandarizados, como Ia encuesta y Ia en trevista con
ccdula 0 dirigida.
Aun una exposicion tan simple permite cletectar con
facilidad las flaquezas de esta perspec tiva, pues n o con
ceptualiza el acceso del investigador a los sen tidos que los
st�etos les asignan a sus prac ticas, ni las formas nativas de
obtencion de informacion , de modo que Ia inciclencia del
investigador en el proceso de recoleccion de datos, lejos
de eliminarse, se oculta y silencia (Holy, 1984) .
El naturalismo ha pretendido ser una alternativa epis
temol6gica a! enfoque an terior, postulando que Ia cien
cia social accede a una realidad preinterpretacla por los
st�etos. En Iugar de extremar Ia objetividad externa con
respecto a! campo, los naturalistas proponen una fusion
del investigador con los st�etos de estudio, de forma tal
que estc aprehencle Ia logica de Ia vida social como lo ha
cen sus miembros. El sentido de este aprencliz�je cs, como
el objetivo de Ia ciencia, generalizar a! interior del caso,
pues cada modo de vida es irreductible a los demas. Por
consiguiente, el investigador no se propone explicar una
cultura sino interpretarla o compren derla. Las tecnicas
mas id6neas son las menos in trusivas en Ia cotidianidad
estudiada: Ia obscrvacion participante y Ia en trevista en
profundidad o no dirigida.
Las limitaciones del naturalismo se corresponclen en
parte con las del positivismo, en Ia medida en que cles
conocc las mediaciones de Ia teorfa y el sen tido com(m
etnocentrico que opcran en el investigador. Aclemas, los
naturalistas confunden "inteligibiliclacl" con "validcz" o
40
"vc rc!ad", aunque no todo lo inteligible es verclaclcro. El
rela tivismo y !a reproducci6n de !a 1 6gica nativa a la hora
d e ex plicar los procesos sociales son, pues, prin cipios pro
ble maticos del enfoque naturalista (Hammersley y Atkin
son , 1 983) .
Rcproclucicndo las posiciones en Ia con trovcrsia en
wrno a Ia antropologfa nativa, positivistas y naturalistas
nicgan al inYestigaclor y a los st0etos de estuclio como clos
partes clistintas de una relaci6n. Empeiiados en borrar los
efec tos del investigador sobre los datos, para unos Ia solu
cion es Ia estandarizacion de los procedimientos y, para
otros, !a experiencia directa del mundo social (Hammers
ley y Atk.inson, 1983: 13).
Este debate ha cobrado actualiclad en las discusioncs
accrca de !a articulacion entre Ia rcalidad social y su repre
sentacion textual. Como seiiala Graham ·watson, !a "teo
ria de Ia corrcspondencia" sostiene que nuestros rclatos o
dcscripciones de !a realidad rcproducen y equivalcn a esa
realidad. El problema surge entonces cuando los sesgos del
invcstigador restan Yaliclcz o credibilidad a sus rclatos. Se
gl"m Ia "temia interprctativa", en cambio, los relatos no son
espejos pasivos de un mundo exterior, sino interpretacioncs
activamcnte construidas sobre el. Pero, igual que en Ia teo
ria de Ia correspondcncia, !a on tologfa sigue siendo realista,
pues sugiere que existe un mundo real, solo que ahora ese
mundo admite varias interpretaciones (Watson, 1987).
Las "teorfas constitutivas", en cambio, sostienen que
nucstros relatos o descripciones c onstituyen la realidad
que refieren. Quienes participan de esta perspectiva sue
len hacer dis tin tos usos del concepto de "reflexividad ",
tcrmi no introducido en el mundo acaclemico por la etno
m eto do!ogfa que, en las dccadas de 1950 y 1960, comenzo
a ocuparse de como y por que los miembros de una socie
dad !ogran reproducirla en el dfa a clia.
41
El descubrimiento etnometodol6gico
de Ia reflexividad
42
a )a situacion de in teraccion ( Coulon, 1 988) . El sen ti do de
di ch as expresiones es inseparable del con texto que pro
d ucen los inlerlocutores. Por eso las palabras son insufi
ci en tes y su significado no es trans-situacional. Pero la pro
pi edad indexical de los relatos no los transforma en falsos
sin o en especificaciones incorregibles de Ia relacion entre
)as experiencias de una comunidad de hablantes y lo que
se considera como un mundo identico en Ia coticlianidad
(Wolf, 1 9 82; Hymes, 1 97 2) .
La otra propiedad del lenguaje es la reflexividad. Las
descripciones y afirmaciones sobre la realidad n o solo
informan sobre ella; Ia constituyen. Esto significa que el
codigo no es informativo ni externo a Ia situacion, sino
que es eminentemente pra.ctico y consti tutivo. El conoci
miento de sentido comun n o solo pinta una sociedad real
para sus miembros, a Ia vez que opera como una profecfa
autocumplida; las caracterfsticas de la sociedad real son
producidas por la conformidad motivada de las personas
que la han descripto. Si bien es cierto que los miembros
no son conscien tes del cara.cter reflexivo de sus acciones,
en Ia medida que actuan y hablan producen su mundo y
Ia racionalidad de lo que hacen. Describir una situacion
es, pues, construirla y definirla. El ejemplo tfpico que se
utiliza para ilustrar esta caracterfstica es Ia figura de dos
rectangulos concentricos: c:represen tan una superficie
concava o convexa? La figura se vera de una manera o
de otra segun el adjetivo que se utilice para caracterizarla
(Wolf, 1 982) . Las tipificaciones sociales operan del mismo
modo; decirle a alguien 'judfo", "villero" o "boliviano " es
con stituirlo instantaneamente con atributos que lo ubican
en una posicion estigmatizada. Y esto es, por supuesto, in
dependiente de que el referente en cuestion sea indfgena
o mestizo, judfo o ruso blanco, peruano o jujeiio.
La reflexividad seiiala la intima relacion entre la com
pren sion y la expresion de dicha comprension. El relato
es el soporte y el vehfculo de esta intimidad. Por eso, la
43
reflexiviclacl supon e que bs activiclaclcs realizadas para
producir y mancjar las situaciones cle !a vida cotidiana son
iclcnticas a los procedimicntos empleaclos para describir
esas situaciones ( Coulon, 1 988) . Asi, seg-tm los etn ome
tod6logos, un enunciado transmite cicrta informacion, a
Ia vez que genera el contexto en el cual csa informaci6n
puede aparecer y cobrar senticlo. De este modo, los sujetos
producen Ia racionaliclad de sus acciones y transforman Ia
vida social en una realidad cohcrente y comprensible.
Estas afinnaciones sobre Ia vida cotidiana resultan tam
bien validas para el con ocimiento social. Garfinkel consi
deraba que Ia base de Ia "etnometodologia" radicaba en
que las actividades por las cuales los miembros proclucen
y manejan las situaciones organizadas de Ia vida cotidiana
son identicas a los metodos que emplcan para clescribirlas.
Los metodos a que rccurren los invcstigadores para co
nocer el mundo social son, pues, basicamcntc los mismos
que utilizan los actores para conocer, describir y actuar
en su propio mundo ( Cicourel, 1 973; Garfin kel, 1 967;
Heritage, l 99 1: 1 5 ) . La particularidad del conocimicn
to cien tffico no reside en sus metoclos sino en el con trol
de Ia reflexividad y su articulacion con Ia teoria social. El
problema de los enfoques positivistas y naturalistas es que
intentan sustraer del lenguaje y Ia comunicaci6n cientifi
cos las cualidades indexicales y rcflexivas del lenguaje y Ia
comunicaci6n. En !a medida en que !a reflexiviclad es una
propiedad de cualquier descripci6n de Ia realidad, no es
privativa de los investigadores, de algunas lineas te6ricas y
de los cientificos sociales.
Admitir Ia reflexividad del mundo social tiene varios
efectos sobre Ia investigaci6n social. Primero, los relatos
del investigador son comunicaciones intencionales que
describen rasgos de una situaci6n, pero estas comunica
ciones no son "meras" descripciones sino que producen
las situaciones mismas que describen. Segundo, los fun
damentos epistemol6gicos de Ia ciencia social no son in-
44
clcpendien tes ni con trarios a los del sentido com(m ( He
ritage, 199 1 : 17) , sino que operan sobre la misma l6gica.
Ter cero , los mctodos de la invcstigaci6n social son basi
c am en te los mismos q tiC los q tiC se usan para prod ucir
conocimiento en la vida cotidiana (Heri tage, 19 9 1: 15) .
Es tarca del investigador aprehcnder las formas en que
lo s st0e tos de estudio producen e in terprc tan su reali
c!ad para aprehender sus mctodos de investigaci6n. Pero,
como la (m ica forma de conocer o in terpretar es partici
par en si tuaciones de intcracci6n, el investigaclor debe
involucrarse en estas situaciones a condici6n de n o creer
que su presencia es totalmente exterior ni que su i n terio
ridad lo diluye. La presencia del investigador consti tuye
las situaciones de i n teracci6n, como el lenguaje consti tuye
[a realiclad. El investigador se convierte, entonces, en el
principal instrumento de investigacion y produccion de
conocimien tos ( Heritage, 199 1 : 1 8; C. Briggs, 1 986) . Vea
mos ahora como se aplica esta perspcctiva al trab�o d e
campo etnografico.
45
se trata de un espacio social y politico. La segunda dimen
sion ataiie al "epistemocen trismo", que refiere a las "deter
minaciones inherentes a la postura intelectual misma. La
tenden cia teoricista o intelectualista consiste en olvidarse
de inscribir, en la teorfa que construimos del mundo social,
el hecho de que es el producto de una mirada teorica, un
'oj o contemplativo'" (Bourdieu y Wacquant, 1992: 69) . El
in vestigador se enfrenta a su objeto de conocimien to como
si fuera un espectaculo, y n o desde la logica practica de sus
actores (Bourdieu y Wacquant, 1992) . Estas tres dimensio- ·
46
est udia r equipado solamente con sus metodos y sus con
cep t os. Pero el etn6grafo, tarde o temprano, se sumerge
en una cotidianidad que lo interpela como miembro, sin
dern a siada atenci6n a sus dotes cientificas. En Ia medida
en que convive con los pobladores y participa en distintas
instancias de sus vidas, se transforma funcional, y no lite
ralrn ente, en "uno mas". Pero los terminos en los que los
poblaclores interpretaran esta membresfa pueden diferir
de los del investigador, en Ia medida en que este persigue
un obj etivo cientffico y a Ia vez pertenece a otra sociedad.
D irimir esta cuesti6n resulta crucial para aprehender el
mundo social que se estudia, ya que se trata de reflexivida
des diversas que generan distintos contextos y realidades.
Esto es: Ia reflexividad del investigador en tanto miembro
de una sociedad X produce un contexto que no es igual
a! que produce como miembro del campo academico, y
el que producen los nativos cuando el esta presente es,
a su vez, diferente del que se genera cuando no lo esta.
El investigador puede predefinir un campo de estudio se
gun sus intereses te6ricos o su sentido comun, "Ia villa",
"Ia aldea", pero el sentido u ltimo del campo estara dado
por Ia reflexividad de los nativos. Esta !6gica se aplica in
cluso cuando el investigador pertenece a! mismo grupo
o secto r que sus informantes, porque sus intereses como
investigado r difieren de lo s intereses practicos de sus in
ter!ocuto res.
El desafio es, entonces, transitar de Ia reflexividad pro
pia a Ia de los nativos. �Como? AI principia, no existe entre
ello s reciprocidad de sentido con respecto a sus accio nes
Y no cio nes (Holy y Stuchlik, 1 983: 1 19) . N inguno puede
descifrar cabalmente los movimientos, elucubracio nes,
preguntas y verbalizaciones del otro. El investigador se
encuentra con dos 6rdenes: uno corresponde a las con
ductas y a las afirmaciones inexplicables que pertenecen
a! mundo social y cultural propio de los sujetos, ya sean
practicas incomprensibles, conductas "sin sentido " o res-
47
puestas "incongruentes" a sus pregun tas; el otro corres
ponde a conductas y afirmaciones que surgen y se clesa
rrollan en la situaci6n de campo propiamente clicha. Del
primer arden se ha ocupado clasicamente la investigaci6n
social; el segundo emergi6 como inquietud de la discipli
na recien en los aiios ochenta. Al producirse el encuentro
en el campo, Ia reflexividad del investigador sc pone en
relaci6n con la de los individuos que, a partir de en tonc�s,
se transforman en st0etos de estudio y, eventualmente, en
informantes. Entonces Ia reflexividacl de ambos en la in te
racci6n adopta, sabre todo en esta primera etapa, Ia forma
de la perplejidad.
El investigador no alcanza a dilucidar el sentido de las
respuestas que recibe ni las reacciones que despierta su
presencia; se siente incomprendiclo, le parece que molcs
ta y, frecuentemente, no sabe que decir ni pregun tar. Los
pobladores, por su parte, no saben que busca realmente el
investigador cuando se instala en el vecindario, conversa
con la gente, frecuenta a algunas familias. No pueden re
mitir a un universo significativo com(m las preguntas que
aquel les formula. Estos desencuentros se plantean, en las
primeras instancias del trab<0o de campo, como "inconve
nientes" que suscita la presentaci6n del investigador, como
"obstaculos" o dificultades de acceso a los informantes, y
dan lugar a diversos intentos de superar sus prevenciones
y lograr la aceptaci6n o una relaci6n de rapport o empatia
con ellos. En este marasma de "malentendidos", el inves
tigador empieza a aplicar sus tecnicas de recolecci6n de
datos. Pero detengamonos en el acceso.
Ante estas perplejidades expresadas en rotundas negati
vas, gestos de desconfianza y postergaci6n de encuentros,
el investigador ensaya varias interpretaciones. La mas co
mun es creer que el "malentenclido" se debe a Ia falta de
informacion de los pobladores, a su escasa familiaridad
c on la investigaci6n cien tffica. La forma de subsanar este
inconveniente es explicar "mas claramente" sus prop6sitos
48
�11-;1 m itigar los temores que puc!ieran haberse suscitaclo.
�i csta tactica no da resultados, el investigaclor probable
me n te se consuelc pensanclo que tarde o temprano los
n<J.tivos se acostumbrantn a su presencia como "un mal
necesario ". Pero esta situacion presenta tres limitaciones:
l <1 111as evic\ente es que los "nativos" cada vez se "acostum
bran " menos y establecen nuevas reglas cle reciprociclad
p ar<l permitir el acceso de extraiios; la segunda es que los
cocligos cle etica academicos son bastante rigurosos a fin
de preservar a los sLuetos sociales de intrusiones no cle
seadas o que Ia poblacion pueda consiclerar pe1judicialcs.
La tercera limitacion -Ia mas sutil y, sin embargo, Ia mas
problematica- consiste en que, aun cuanclo los nativos se
acostumbren a! investigador, ni cste ni probablemente
cllos sepan jamas por que.
Esta caja negra opera en el trab<0o de campo propiamen
te dicho, pero tambien deja sus huellas en Ia in terpretacion
de la informacion obtenida en un contexto mutuamente
ininteligible. Si Ia reflexividad de su practica de campo no
ha sido esclarecida, el investigador puede forzar los datos
para adaptarlos a sus modelos clasificatorios y explicativos.
En este caso, su enfoque le imposibilitad. escuchar mas de
lo que cree que oye. "La informacion obtenida en situa
cion unilateral es mas significativa con respecto a las cate
gorfas y las represen taciones contenidas en el dispositivo
de captacion, que a Ia represen tacion del universo investi
gado" (Thiollent, 1982: 24) . La unilateralidad consiste en
ac ceder a! referente empfrico siguiendo acrfticamente las
pautas del modelo teorico o de sentido com(m del investi
gador y abandonando en el camino los sentidos propios o
Ia reflexividad especffica de ese mundo social.
�Para que el campo? Es aquf donde modelos teoricos,
poli ticos, cultura!es y sociales se confron tan inmediata
men te -se advierta o no- con los de los actores. La legi
ti midad de "estar allf" no proviene de una autoridad de
exp erto ante !egos ignorantes, como suele creerse, sino
49
de que solo "estando alii" es posible realizar el transito de
Ia reflexividad del investigador en tanto miembro de otra
sociedad, a Ia reflexividad de los pobladores. Este transito,
sin embargo, no es ni progresivo ni secuencial. El investi
gador sabra mas de sf mismo despues de haberse puesto
en relacion con los pobladores, precisamente porque al
·
principia solo puede pensar, orientarse hacia los demas y
formularse preguntas desde sus propios esquemas. En el
trabaj o de campo, en cambio, aprende a hacerlo vis-a-vis
otros marcos de referencia, con los cuales necesariamente
se compara.
En suma, Ia reflexividad inherente al trabajo de cam
po consiste en el proceso de interaccion, diferenciacion y
reciprocidad entre la reflexividad del sujeto cognoscente
-sentido comiin, teorfa, modelos explicativos- y la de los
actores o sujetos/objetos de investigacion. Es esto, precisa
mente, lo que advierte Peirano cuando seiiala que el cono
cimiento se revela no "al" investigador sino "en " el investi
gador, quien debe comparecer en el campo, reaprenderse
y reaprender el mundo desde o tra perspectiva. Por eso el
trabajo de campo es prolongado y suele equipararse a una
"resocializacion", con sus inevitables contratiempos, des
tiempos y perdidas de tiempo. Tal es la mecifora del pa
saje de un menor, u n aprendiz, un inexperto, al lugar de
adulto . . . en terminos nativos (Adler y Adler, 1987; Agar,
1980; Hatfield, 1 973).
En los pr6ximos dos capftulos analizaremos de que
modo lo que la literatura academica ha calificado como
"tecnicas de recoleccion de datos" permite efectuar este
pasaje hacia la comunicaci6n entre distintas reflexivida
des, y en el capitulo 5 veremos que aspectos de la persona
del investigador se ven transformados cuando atraviesa
ese pasaje.
50
3. La observa ci6n parti c ipa nte
51
declaraciones amorosas y agresion es, asistir a una clase en
Ia escuela o a una reunion del partido politico. En rigor,
su ambigtiedad es, mas que un deficit, su cualidad distin ti
va. Veamos por que.
52
I-{ab la m os cle "participar" en el sen tic!o cle "clesempenarse
hacen los nativos", de aprender a realizar ciertas
co n 1 o lo
,1 c Li \·i clac les y a comportarse como un micmbro de la co
m un icl acl. La participaci6n pone el enfasis en la experien
ci a vivi cla por el investigador en rclaci6n con su objetivo
de in tegrarsc a Ia sociedad cstucliacla. En el polo con trario,
53
participar -lo que, como veremos, no depende solo de su
decision-; y, por otro !ado, Ia fundamentacion epistemo
logica que el investigador ofrece de lo que hace. Detenga
monos en este pun to para volver luego sabre quien decide
si "observar" o "participar".
54
Lle Nl alinowski transformo en ven taja para Ia investiga
;i6 n, enc ajaba en Ia concepcion epistemologica segun Ia
c lw l s
olo a traves de Ia observacion directa era posible dar
fe d e los distintos aspectos de Ia vida social desde una op
rica n o etnocentrica que superara las teorias hipoteticas
evolu cionistas y difusionistas del siglo XIX (Holy, 1 984) .
55
Ia observacion) o involucramiento (en cl de Ia participa
cion ) en relacion con los pobladorcs (Tonkin, 1 984) . Pero
inclependientemente cle que, en Ia practica, separaci(m/
observaci6n e involucramiento/participaci6n sean canales
excluyentcs, Ia observaci6n participante pone cle manifies
to, ya clesde su denominaci6n, Ia tension epistemol6gica
caractcristica cle Ia invcstigaci6n social y, por lo tan to, de
Ia investigaci6n etnografica: con occr como clistante (epis
temocentrismo, segtm Bourclieu ) una especie a Ia que se
pertenece, y en virtue! de esta comtm membresia clescu
brir los marcos tan diversos de sentido con que las per
sonas significan sus munclos particulares y comun es. La
ambigiiedad implicita en el nombre de esta tecnica, con
vertida no casualmente en sinonimo del trabajo cle cam
po etnog-rafico, no solo alude a una tension epistcmolo
gica, propia del conocimiento social, entre logica teorica
y 16gica practica, sino tambien a las logicas practicas que
convergen en el campo. Veamos entonces en que consiste
observar y participar "estando alii".
56
qtl e est
.
o s se conviert:.1.n en obstaculos o vehfculos del co-
nac
i i en to
m depende de su grado de apertura, asunto que
cla r e mos en el capitulo 5. De todos modos, Ia subjetivi
;�bor
d<�d fo n na parte de Ia conciencia del investigaclor y desem-
c ii ;� u n papel ac tivo en el conocimiento, particularmente
�uan clo se trata de sus congeneres. Ello no quiere decir
que Ia
su�jetividad sea una caja negra que n o es posible
so!I I c ter a ana lisis.
Co n Ia tension que es inheren te a ella, Ia observacion
partici pante permite recordar, en todo momento, que se
participa para observar y que se observa para participar;
es to es, que involucramiento e investigacion no son opues
tos sino partes de un mismo proceso de conocimiento so
cial ( Holy, 1 984) . En esta linea, Ia observacion participan
te es el medio i deal para realizar descubrimien tos, para
examinar crfticam ente los conceptos teoricos y anclarlos
en realidades concretas, poniendo en comunicacion dis
tin tas reflexividades. Veamos como los dos facto res de Ia
ecuacion , observacion y participacion, pued en articularse
exitosamente sin perder esta tension productiva y creativa.
La diferencia entre observar y participar radica en el
tipo de relacion cognitiva que el investigador entabla con
los st�jetos/informantes y el nivel de involucramiento que
resulta de d icha relacion. Las condiciones de Ia interaccion
plantean, en cada caso, distintos requerimientos y recursos.
Es cierto que Ia observacion no es del todo n eutral o exter
na, pues incide en los st0etos observados; asimismo, Ia par
ticipacion nunca es total, excepto que el investigador adop
te, como "campo", un referente de su propia cotidianiclad.
Pero aun asf, el hecho de que un miembro se transformc
en investigador introduce diferencias en Ia forma de partici
par y observar. Suele creerse, sin embargo, que Ia presencia
de ! investigador como "mero observador" exige un grado
lllenor de aceptacion y de compromiso tanto por su parte
como por parte de los infonnantes, que el requerido en el
caso de Ia participacion. Pero veamos el siguiente ejemplo.
57
El investigador de una gran ciudad argentina observa,
desde la mesa de un bar, como algunas nnueres conocidas
como "las bolivianas" llegan al mercado. Registra hora de
arribo, edades aproximadas y cargamento; las ve disponer
lo que, supone, son sus mercaderfas sobre un lienzo a un
!ado de Ia vereda, y sentarse de frente a la calle y a los tran
seuntes. Luego, el investigador se aproxima y las observa
negociar con algunos individuos. Mas tarde, se acerca a
ellas e indaga el precio de varios productos; las vendedoras
responden puntualmente y el investigador compra un kilo
de limones. La escena se repite dfa tras dia. El investigador
es, para "las bolivianas", un c omprador mas que aiiade a
las usuales preguntas por los precios o tras que no concier
nen directamente a Ia transacci6n: surgen comentarios
sobre los niiios, el Iugar de origen y el valor de cambio
del peso argentino y del boliviano. Las mtueres entablan
con el breves conversaciones que podrian responder a Ia
intenci6n de preservarlo como cliente. Este rol de "cliente
conversador" ha sido el canal de acceso que el investigador
encontr6 para establecer un contacto inicial. Pero en sus
visitas diarias no siempre les compra. En cuan to se limita
a conversar, las mujeres comienzan a preguntarse a que
vienen tantas "averiguaciones". El investigador debe ahora
explicitar sus motivos si no quiere encontrarse con una
negativa rotunda. Aunque no lo sepa, estas mtueres han
ingresado a Ia Argentina ilegalmente; sospechan entonces
que el presunto investigador es, en realidad, un inspector
en busca de indocumentados.
Si comparamos Ia observaci6n que el investigador lleva
a c abo desde el bar con su posterior participaci6n en Ia
transacci6n comcrcial, parece posible seiialar que en el
primer caso el investigador no incide en Ia conducta de
las mujeres observadas. Sin embargo, si, como suele su
ceder, el investigador que observa se encuentra den tro
del radio visual de las ven dedoras, aun cuando se limi
te a mirarlas, estani in tegran do con ellas un camp o de
58
n es directas y susci tando alguna reac cion que, en
rcl <� ci o
c aso , puede ser el temor o Ia sospecha. El investiga
es tc
em pieza a comprar y se convierte en un "comprador
dor
c o nv ers ador". Pero luego deja de comprar y entonces las
ven ded o ras le asignan a su actitud el sentido de Ia ame
n a z a. Estos supuestos y expec tativas revierten en el inves
<ra dor, quien percibe Ia renuencia y se siente obligado
ti0
a explicar Ia razon de su presencia y sus preguntas. Se
p resen ta entonces en calidad de investigador o estudian
te universitario, o bien como estudioso de costumbres
p op ulares, etc.
( Que implican cias tiene ser observador y ser partici
p an te en una relacion? En este ejemplo, el investigador
se sintio o bligado a presen tarse solo cuando se dispuso a
mantener una relacion cotidiana. lncluso an tes de es to ,
debio comportarse como comprador. D e ello resulta
que Ia presencia directa d el investigador an te los po
bladores dificilmente pueda ser neutral o prescinden te,
pues, a diferencia de Ia representacion del observador
como "una mosca en Ia pared", resulta inevitable que
los pobladores o torguen un sen tido a su observacion y
obren en consecuen cia.
La observacion que se propone obtener informacion
significativa requiere alg(m grado, siquiera minimo, de
participacion; esto es, requiere que el investigador desem
peiie algun rol y por lo tanto incida en la conducta de los
informan tes, que a su vez influyen en Ia suya. Asi, para
detectar los sentidos de Ia reciprocidad de la relacion es
neces ario que el investigador an alice cuidadosamen te los
terminos de Ia interaccion con los informan tes y el sentido
que estos le dan a! encuentro. Estos sentidos, a! principio
i gno rados, se iran aclarando en el transcurso del trabajo
de ca mpo.
59
Participaci6n: l os dos polos
de Ia reflexividad
60
c o m o un objeto de registro y de an{tlisis, aun an tes de ser
c Jpaz cle reconocer su sen ticlo en !a in teraccion y para los
]'1Jti\'OS.
Tal es el pas�e de una participacion en tennin os del
i n \·e stigador a una p articipacion en tenninos nativos. Acle
Jll as de impracticable y vanamente angustiante, Ia "parti
cip aci6n correcta" (es clecir, aquella que cumple con las
11 0rmas y valores locales) no es ni Ia (mica ni Ia mas clcsea
ble en un primer momenta , porque Ia transgresion (que
l!am amos "errores" o "traspies") es para el investigador y
para el informante un medio adecuado de problematizar
dis tin tos angulos de Ia conducta social y evaluar su signifi
caci 6n en Ia cotidianiclad de los nativos.
En el uso de Ia tccnica de observacion participante, Ia
participacion supone desempeiiar ciertos roles locales, lo
cual pone en eviclencia, como decfamos, Ia tension estruc
nu·an te del trabajo de campo etnografico entre hacer y
conocer, participar y observar, mantener Ia distancia e in
volucrarse. Este d esempeiio de roles locales conlleva un
esfuerzo del investigador por in tegrarse a una logica que
no le es pro pia. Des de Ia perspectiva de los infonnan tes,
esc esfuerzo puede in terpretarse como el intento del in
vestigador por apropiarse de los codigos locales, de modo
que las practicas y nociones de los poblaclores se vuelvan
mas comprensibles facilitando !a comunicacion (Adler y
Adler, 1 9 87) . A proposito de su estadla en un poblaclo de
Chiapas, Mexico, Esther Hermi tte refiere que
61
gl"m el con cepto de enfermedad en Pinola, hay
ciertas erupciones que se atribuyen a una inca
pacidad de la sangre para absorber la vergiienza
sufrida en una situaci6n publica. Esa enferme
dad se conoce como "disipela" ( keshlal en lengua
nativa) . La mujer me explic6 que mi presencia
en una fiesta la noche anterior era seguramen
te causa de que yo me hubiera avergonzado y
me aconsej6 que me sometiera a una curaci6n,
que se lleva a cabo cuando el curador se llen a la
boca de aguardiente y sopla con fuerza arrojan
do una fina lluvia del lfquido en las partes afec-
. tadas y en otras consideradas vi tales, tales c omo .
la cabeza, la nuca, las muiiecas y el p echo. Yo
acate el consej o y despues de varias "sopladas"
me retire del lugar. Pero eso se supo y permiti6
en adelante un dialogo con los informantes de
tono distinto a los que habfan precedido a mi
curaci6n. El haber permitido que me curaran
de una enfermedad que es muy c omiin en la
aldea cre6 un vinculo afectivo y se convirti6 en
tema de prolongadas conversaciones (Hermitte
[ 1 974] , 2002: 272-3 ) .
62
si o n p
ara desplegar su participaci6n en tenninos nativos.
o
L rele
vante de Ia "disipela" de Hermitte no fue su padeci
mi e nto por Ia inflamaci6n sin o el hecho de que ella acep
ra ra int erpretarla en el marco de sentido local de Ia salud
y Ja e nfermedad. Aunque no hubiera previsto que iba a
s er p icada
por mosquitos, que se le inflamarian las piernas
v que encontraria a una pin olteca locuaz que le ofreceria
�m diagn6stico y un tratamiento, Hermitte mantenia una
ac titud que permitia que sus informantes clasificaran y l e
explicaran que habia sucedido en s u cuerpo; una actitud
q ue aceptaba de ellos una soluci6n. Esta "participaci6n "
redund6 en un aprendizaje de practicas curativas y de ve-
. cindad, y de sus correspondientes sentidos, como verguen
za, "disipela", enfermedad.
Pero Ia participaci6n no siempre abre las puertas a una
interacci6n mas intima con Ia comunidad, como eviden
ciara el ejemplo que se ofrece a continuaci6n. Una tarde,
acompaiie a Graciela y a su marido Pedro, habitantes d e
una villa miseria, a I a casa de Chiquita, u n a mujer mayor
que vivia en el barrio vecino, y para quien Graciela traba
jaba por las mananas haciendo Ia limpieza y algunos man
dados. La breve visita tenia por objeto buscar un armario
que Chiqui ta iba a regalarles. Mientras Pedro lo desarma
ba en piezas transportables, Graciela y yo mantenfamos
una conversaci6n "casual" con Ia dueii.a de casa. Recuerdo
este pasaje:
63
Yo: Una cara funesta terminantemente prohibida en el
manual del "buen trabajador de campo".
Apenas salimos de Ia casa le pregunte a Graciela por
que no le habfa replicado su prejuicio y me contest6:
"Y bueno, hay que entenderlos, son gente mayor,
gente de antes . . . "
64
de !a villa. Una scmana m{ts tarde, Graciela me transmi
comentarios negativos de C h iquita sobre mi mueca
ti b l os
ell: cl cs agrado: "(Y a ella que lc importa? Si no es de ahf. . .
65
investigador ensaya Ia reciprociclacl de senticlos con sus in
formantes. Veremos a con tinuaci6n que Ia "participaci6n"
no es otra cosa que una instancia necesaria de aproxima
ci6n a los sujetos, don de se juega esa reciprocidad. Es des
de esta reciprocidad que se dirime que se observa y en que
se participa.
La participaci6n nativa
66
ci on plena reside en que desempeiiar in tegramente un rol
n ativo puede implicar el cierre de otros roles estructural
0 coyunturalmente opuestos al adoptado. Un investigador
67
no in terfiere menos en el campo que Ia participacion, es
clara que cada una de las moclalidades no difiere de las
clemas por los grados de clistancia entre el investigaclor y
el referente empfrico, sino por una relacion particular y
cambiante entre el rol del investigaclor y los roles cultural
mente adecuados y posiblcs (Adler y Adler, 1 987) .
�De que depende que cl investigador adopte una u o tra
modalidad? De el y, centralmente, de los pob!adores. E.
E. Evans-Pritchard trab�j6 con dos grupos del oriente
africano. Los Azande lo reconocieron siempre como un
superior britanico; los Nuer como un representante me
tropolitano, potencialmente enemigo y transitoriamente a
su merced ( [ 1 940] , 1 977) . Reconocer esos lfmites es parte
del proceso de campo. Son Ia tension, Ia flexihilidad y Ia
apenura de Ia observaci6n panicipan te las que hacen po
sihle adoptar el o los roles adecuaclos en cada caso.
En suma, que el investigador pueda participar en distin
tas instancias de Ia cotidianidad muesu·a no tanto Ia apli
caci6n adecuada de una tecnica, sino el cxito, con avances
y retrocesos, del proceso de conocimiento de las insercio
nes y fm·mas de conocimiento localmen te viables. ,:Pero
que ocurre cuanclo Ia division de tareas entre investigador
e informantes esta mas claramente definida?
68
4. La e ntrevista etno g rati c a ,
o el a rte d e I a " n o d i re ctivi dad"
69
distin tas reflexividades pero, tambien, donde se produce
una nueva reflexividad. La entrevista es, entonces, una re
lacion social a traves de la cual se obtienen enunciaclos y
verbalizaciones en una instancia de observacion directa y
de participacion.
70
enu·e las partes. Segun esta concepcion, Ia informacion se
o btiene en Ia entrevista y es transmitida por el entrevistado
(Thiollen t, 1 982: 79) .
Desde una perspec tiva constructivista, Ia en trevista es
una relacion social, de manera que los datos que provee
el entrevistado son Ia realidad que este construye con el
entrevistador en el encuentro. Como senala Aaron Ci
co urel, las normas supuestas para mantener una entre
vista n o son o tras que las normas de Ia buena c omuni
cacion en sociedad. A veces, investigador e informantes
utilizan el mismo stock de conocimientos, el mismo tipo
de evidencia, las mismas tipificaciones y los mismos re
cursos para definir Ia situacion ( Cic ourel, 1 9 73) . A veces,
por el contrario, esos stocks proceden de universos distin
tos. Para Charles Briggs, las en trevistas son "ejemplos de
metacomunicacion, enunciados que informan, describen,
interpretan y evalil an actos y procesos comunicativos", y
que muestran los "repertorios de eventos metacomunica
tivos" de comunidades de hablan tes ( C. Briggs, 1 986: 2 ;
Hymes, 1 9 72) . Los investigadores suelen mistificar Ia en
trevista al confiar "en sus propias ru tinas me tacomunica
tivas", sin preocuparse por conocer mej or los repertorios
y pautas de sus informantes. AI estruc turar el encuentro
"en funcion de los roles de entrevistador y entrevistado,
los roles que c ada uno ocupa normalmente en Ia vida se
pasan a un sustrato o telon de fondo". Esto conlleva Ia
mistificacion de
71
investigador puede malinterpretar el sign ilictclo
de las respuestas (C. Briggs, 1 98 6 : 2-3, t. n.) .
72
cir, cl contcxto dondc lo verbalizado por los infonnan tes
tcndra sentido para Ia investigaci6n y cl universo cognitivo
del investigador. Este contexto se expresa a traves de Ia se
lecci6n tematica y lexica de las prcguntas. In terrogar por
"los problemas del barrio" en una villa miseria es dcfinir
Ia situaci6n como lo haec un asistentc social del Estado.
Por eso el investigador debe cmpezar por rcconocer su
propio marco in tcrprctativo acerca de lo que estudiara,
diferenciandolo en cuanto a los conceptos y Ia tennino
logfa del marco de los entrevistados. Estc rcconocimiento
puede llcvarse a cabo revel an do las respuestas subyacen tes
a ciertas preguntas y el rol que esas pregun tas suponen
que el informante le asigna a! investigador. .
73
Es cierto que la no directividad, cuando resulta de una
relacion socialmente determinada en la cual cuentan la
reflexividad de los actores y la del investigador, puede con
tribuir a corregir la tendencia a la imposicion del marco
del investigador. Pero esto requiere de todas formas ana
lizar la presencia del investigador no directivo y las con
diciones en que se produce la entrevista en el campo de
estudio. La reflexividad en el trabajo de campo, y parti
cularmente en la entrevista, puede contribuir a diferen
ciar los contextos y a detectar la presencia de los marcos
interpretativos del investigador y de los informantes en la
relacion; es decir, como interpreta cada uno la relacion
y sus verbalizaciones. Para ello es necesario ir tendiendo
un puente entre ambos universos e identificar a que pre
guntas esta respondiendo, implfcitamente, el informante
(Black y Metzger, cit. en Spradley 1 979: 86) . De este modo
es posible descubrir e incorporar tematicas del universo
del informante al universo del investigador, y empezar a
preguntar sobre ellas.
La no directividad se basa en el supuesto de que "aque
llo que pertenece al orden afectivo es mas profunda, mas
significativo y mas determinante de los comportamientos,
que el comportamiento intelectualizado" ( Guy Michelat,
cit. en Thiollent, 1 982: 85, t. n. ) . Las entrevistas no direc
tivas tfpicas de los psicoanalistas suponen que la interven
cion mediatizada y relativizada del terapeuta reside en
dejar fluir la propia actividad inconsciente del analizado
(Thiollent, 1 982) .
La aplicacion de este supuesto, que puede c onsiderar
se, aun con matices, valido para la entrevista etnografica,
conduce a la obtencion de conceptos experienciales ( ex
perience near concepts, vease Agar, 1 980: 90) , que a su vez
permiten dar cuenta del modo en que los informantes
conciben, viven y asignan contenido a un termino o una
situacion. En esto reside, precisamente, la significatividad
y confiabilidad de la informacion. Pero para alcanzar esos
74
conceptos significativos, el etnografo se basa en los testi
monios vividos que obtiene de labios de sus informantes, a
traves de sus lfneas de asociacion (Palmer, cit. en Burgess,
1982: 1 07; Guy Michellat, cit. en Thiollent, 1982: 85) . En
las en trevistas estructuradas, el investigador formula las
preguntas y solicita al entrevistado que se subordine a su
concepcion de en trevista, a su dinamica, a su cuestionario
y a sus categorfas. En las en trevistas no dirigidas, en cam
bio, el entrevistador esta atento a los indicios que provee
el informante, para descubrir, a partir de ellos, los acce
sos a su universo cultural. Este plan teo es muy similar a la
transicion de "participar en terminos del investigador" a
"participar en terminos de los informantes".
Para lograr el acceso al universo cultural del informante,
la en trevista an tropologica se vale de tres procedimien
tos: la atencion flotante del investigador, la asociacion
libre del informante y la categorizacion diferida, n ueva
mente, del investigador.
AI iniciar su contacto, el investigador lleva consigo al
gunas preguntas que provienen de sus intereses mas ge
n erales y de su investigacion . Pero, a diferencia de otros
contextos investigativos, sus temas y cuestionarios mas
o menos explicitados son solo n exos provisorios, gufas
tentativas que seran dejadas de lado 0 reformuladas en
el curso del trabajo. La premisa es que, si bien solo p o
demos conocer desde nuestro bagaje con ceptual y de
sentido comun, vamos en busca de temas y conceptos
que la poblacion expresa por asociacion libre. Esto sig
nifica que los informantes introducen sus prioridades en
forma de temas de c onversacion y practicas atestiguadas
por el investigaclor, y en los modos de recibir pregun tas
y de preguntar que revelan los nudos problematicos de
su realidad social tal como la perciben desde su universo
cultural.
Para captar este material, el investigador permanece
en estado de atencion flo tante, un modo de escucha que
75
consiste en no privilegiar de antemano ningtm punta del
discurso (Michelat y Maitre, cit. en Thiollent, 1 982: 9 1 ) .
Este procedimiento se diferencia del empleado en las en
cuestas y cuestionarios, porque Ia libre asociacion permi
te introducir temas y conceptos desde Ia perspectiva del
informante mas que desde Ia del investigador. Promover
Ia libre asociacion en Ia entrevista etnografica cleriva en
ciena asimetria en el plano del habla, con verbalizaciones
mas prolongadas del informante, y minimas 0 variables
por parte del investigador.
Esta tarea sugiere Ia metafora de un guia que conduce
a traves de tierras desconocidas; el investigador aprende a
acompaiiar al informante por los caminos de su logica, lo
cual requiere gran cautela para prevenir, sabre toclo, sus
intrusiones incontroladas. Esto implica, ademas, confiar
en que los rumbas elegidos por el baquian o lo llevaran
a destino, aunque poco de lo que vea y suponga quede
clara por el momen ta. Esos trozos de informacion, verba
lizaciones y practicas pueden parecer absurdos e incon
ducentes, pero son el camino que se le propane recorrer,
aun con sentido critico y capacidad de asombro.
76
H: tJ como es el gobierno de los naturales?
1: Ah, ese es distinto porque los viejitos vuelan y si
haces algo malo te chingan.
H: i,C6mo? -pregunt6 sorprendida Ia investigadora.
1: Sf, los viejitos vuelan alto y te chingan.
(Hermitte, 1 960; GTTCE, 1 999).
77
sea posible debe haber una ruptura con sus scntidos que
"tenga sentido" para el investigador. Y para esto, a su vez,
se ne cesita tiempo, Ia espera paciente y confiada de que,
si bien por el momento solo se comprenden fragmentos
dispersos, seguramente mas adelan te se podran in tegrar
de manera coherente. Se trata de una espera activa en Ia
que el investigador relaciona, conjetura, confirma y refu
ta sus propias hip6tesis etnocen tricas. Tal como sucede
con Ia observaci6n participante, Ia entrevista etnografica
requiere un alto grado de flexibilidad que se manifies
ta en estrategias para descubrir las preguntas id6n eas y
prepararse para iden tificar los con textos en virtud de los
cuales las respuestas cobran sen tido. Estas estrategias se.
despliegan a lo largo de Ia investigaci6n, y en cada en
cuentro.
78
etapa y hasta tanto no haya sumado algunas paginas a sus
notas, !a enu·evista etnografica sirve fundamentalmente
para descubrir pregun tas, es decir, para construir los mar
cos de referencia de los actores a partir de !a verbalizaci6n
asociada mas o menos libremente en el flt�o de !a vida
cotidiana. De estos marcos extraera las preguntas y temas
significativos para !a segunda etapa.
El investigador n ecesita partir de una tematica prede
terminada, que sera provisoria hasta tanto !a vincule 0
80
cion es v valoraciones. Por eso es clave que en csta pri1 m:ra
ctapa d invcstigador alicnte a! i n fonnantc a ampliar sus rcs
puestas y clescripciones, exp li c itan d o incluso aquello que
po cl rfa p are c erl e u·ivial o secun dario.
Esto pu eclc l ograrse i n troclucien d o ! a menor c a n ticl a d
posible de i nt errup c i o n es , dejanclo que f1u,·a el cl iscurso
p o r Ia libre asociaci 6 n , o bien mediante prc g u n ra s abier
tas. Sin em bargo, pennanecer en riguroso s i l e n c i o pu ccl e
pn>n> car ans i e clacl o m ales t<tr, e in cluso Ia li nalizacion clel
c n c u en tro. Si e l silencio parece forzacl o , en I ug a r de de
no tar in tercs y respeto por p arte de quien escucha, pue
de gcnerar Ia impresitm de que cl hablan tc esta siendo
evaluado. Por o tro l a cl o , si las imerrup c io n e s son n ec esa
81
es la diferencia en el barrio comparado con
otros tiempos? ") ;
v) en base a alguna idea cxprcsada por el infor
mante en su exposici6n, pedirle que amplfe
(Inv.: "Usted me decfa que antes la gen te era
mas pacifica, �que cosas pasaban entonces para
que la gente fuera asi? ") ;
vi) introducir un nuevo tema de conversaci6n.
82
ciaba con otros la descarga de algunos camiones
para el dia siguiente. De este modo, tuve una
idea aproximada del contexto de donde Cantilo
extraia parte de su alimentacion y conformaba
ciertas redes sociales y de reciprocidad ) ;
• las relacionadas con una tarea o proposito, pa
ralelamen te a la realizacion de alguna actividad,
como cuando el infonnante explica lo que esta
haciendo (una comida, un arreglo en su casa, etc.) .
83
En el curso de Ia conversaci6n, el investigador puccle
recurrir a interrogantes cstratcgicamcnte dircctivos. Las
preguntas anzuelo ( bait, vease Agar, 1 980: 93) pueclen dar
pie a! pronunciamien to enfatico del informante. En las
preguntas del tipo "abogaclo del diablo" (veasc Spradley,
1 979) , el investigador suministra un punto de vista pre
meditadamente elT6neo o con trapuesto para que el infor
mante lo corrija o exponga su argumento.
En las preguntas hipoteticas sc trata de ubicar a! infor
mante frente a un interlocutor o situaci6n imaginaria.
Por ejemplo: "�Como se imagina que sera Ia vida en los
departamentos?". La presentaci6n de situaciones hipoteti
cas puede permitir imaginar otras respuestas y puntos de
enunciaci6n que atan en a Ia valoraci6n de Ia situaci6n real
(Spradley, 1 979) .
En sintesis, durante Ia primera etapa, el investigador se
propone armar un marco de terminos y referencias signi
ficativo para sus futuras entrevistas; aprende a distinguir lo
relevante de lo secundario, lo que pertenece a! infonnante
y lo que proviene de sus propias inferencias y preconcep
tos, y en el curso de este proceso modifica y relativiza su
perspectiva sobre el universo cultural de los entrevistados.
Como senala Agar, "en Ia en trevista etnografica todo es
negociable" ( 1 980: 90) . Los infonnantes reformulan, nie
gan o aceptan, aun implfcitamente, los terminos y el or
den de las preguntas y los temas, sus supuestos y las jerar
quizaciones conceptuales del investigador. De este modo,
el investigador hace de Ia entrevista un puente entre su
reflexividad, Ia reflexividad pro pia de Ia in teracci6n y Ia
de la poblaci6n.
84
situaciones y tenninos p rivilegiados doncle se expresa al
g una relaci6n significativa con respecto al objeto del in
vestigador. En esta seguncla etapa, el investigador puede
dedicarse a ampliar, profundizar y sistematizar el material
obtenido, estableciendo los alcances de las categorfas sig
nificativas identificadas en la primera etapa. Para ello se
vale de nuevas fm·mas de en trevista que le permitan descu
brir las dimensiones de una categorfa o noci6n.
En las investigaciones en sociedacles "ex6ticas", el des
cubrimiento o la identificaci6n de categorfas son, quizas,
mas sencillos que en la propia sociedad del investigador,
porque los terminos le resultan poco familiares y es mas
sensible a sus manifestaciones. Pero, en su propio medio,
estos concep tos se ocultan en expresiones que el investi
gador cree conocer porque las utiliza o las ha escuchado
reiteradamente, aunque en realidad las desconozca en su
nueva o particular significaci6n.
Para explorar el sentido de un numero restringido de
categorfas, es convenien te reformular la perspectiva de la
in terrogaci6n sobre un termino especifico, y buscar sus
relaciones con ou·as categorfas sociales. Pero es mejor
encarar esta busqueda en relaci6n con los usos mas que
mediante definiciones abstractas. Cuando en trevistaba a
una concejal sobre los residen tes de las villas, me con test6
que lo mas problematico era la promiscuidad. Pregunte:
"(Que es 'promiscuidad' para usted?". La entrevistada,
sorprendida, me respondi6: "( j C6mo 'que es promiscui
dad ' ! ? j Que andan en la promiscuidad, que son asf, pro
miscuos ! ". Yo no vefa como salir del atolladero. Su sor
presa podfa deberse a que consideraba: a) que no habfa
sido clara con el termino, b) que se habfa expresado mal,
c) que no estaba a la altura del entrevistador, o, y este era
el caso, d) que la en trevistadora era una ingenua o una
tonta, porque todo el mundo sabe que significa "promis
cuidad", pues forma parte del acervo del sentido com(m .
Opte p o r enfocar l a cuesti6n hacia e l uso del termino y l e
85
pregunte: "�Por que me dice que los villeros viven en la
promiscuidad? �Usted que vio?". "Y, los ves, vas a la casa
y los ves." "Aha." "Un hijo se llama Lopez, otro Martinez,
otro Perez. Ahi ves bien clarita la promisc uidad, i todos
hijos de distinto padre ! ".
En esta etapa, Spradley sugiere preguntas estructurales y
contrastivas. Las primeras se utilizan para interrogar acer
ca de o tros elementos de la misma o de o tras categorias,
que puedan a su vez ser englobadas en c ategorias mayores
(Spradley, 1 979) . Por ejemplo, cuando detecte que el "vi
Hero" es solo uno de los posibles habitantes de las villas,
pregunte "� Quienes mas viven en la villa?", a lo que se me
respondio: "gente rescatable", "gente decente':, etc.
Con las preguntas contrastivas se intenta establecer la
distincion entre categorias. Siguiendo con el ejemplo,
podia preguntar: "�Que diferencia hay entre el 'villero' y
la 'gente rescatable'?". Como la comparacion entre estos
terminos proviene del uso categorial de los informantes,
de una pregunta contrastiva se extraen datos acerca de la
comparatividad de los elemen tos (Agar, 1 980; Spradley,
1 979) . Los "no villeros", por ejemplo, conciben al "villero"
como lo opuesto a la "gente rescatable", a la vez que consi
deran al "paraguayo" como un tipo de villero.
El contraste es un tipo posible de relacion entre cate
gorias. Otras relaciones que permiten articular conceptos
son las de inclusion ( el villero es un tipo de pobre) , ubica
ci6n (la via es una parte de la villa) , causa ('Trini fue a la
salita porque no sabia que tenia la criatura") , raz6n ( "se
van de la villa por el mal ambiente") ; localizaci6n de la
acci6n ( "la via es un lugar don de hay mucha j oda") , fun
cion ( "un pasillo con mas de una entrada de acceso sirve
para que se raj en los chorritos-ladronzuelos") , secuencia
( "para hacer el pasillo primero se organizaron, despues
mangaron a los demas, despues fueron a la Municipalidad
y despues trajeron los materiales y se pusieron a laburar") ,
y atributos ( "aca en la villa es jodido, se inunda") (Spra-
86
clley, 1 979) . Una vez identificaclas, se puede explorar el
modo en que o tros informantes relacionan y u tilizan estas
mismas categorfas. En este pun to, las encuestas y los cucs
tionarios son 1itiles porque permiten examinar los usos en
universos mayores.
En un segundo momenta de !a investigacion, tambien
se puede avanzar sabre temas que, por considerarse tab(t,
conflictivos, comprometedores o vergonzantes, n o se han
tratado en los primeros encuentros. Estas cuestiones sue
len darse a conocer cuando el informante sabe "algo mas"
del investigador, en particular como maneja la informa
cion, si es capaz de preservar el secreta y la confianza. Ella
es vital para asegurar que las actividades, reflexiones u opi
niones de cada uno de los enu·evistados no trascenderan a
los demas, ni daiianin su imagen y sus vfnculos.
Sin embargo, guardar secretos no es sencillo cuando
se trata de hechos conflictivos cuyos protagonistas son
facilmente identificables. c: Como no poner de manifiesto
la fuente y, al mismo tiempo, contrastar visiones conten
dientes? A esto se suma que el investigador suele ser el
confesor, y tambien el blanco de los reclamos de legitimi
dad de las partes en disputa. Una forma de evitar suspica
cias es ampliar la problematica de tratamiento a traves de
preguntas lo suficientemente generales como para incluir
aspectos relativos a las versiones enfrentadas, pero esto
obliga a buscar un tema general adecuado para englobar
el caso particular (Whyte, 1982: 1 1 6) .
Ademas, l os temas tabu son propios de cada grupo social
y de cada sociedad. Es probable que el investigador descu
bra en sus primeras indagaciones algunos de estos temas,
a traves de ciertos comentarios de sus informantes que le
advierten que su tratamiento es inadecuado o prohibido.
No existe una unica conducta correcta respecto de estas
cuestiones; su manejo resulta mas bien de una constante
negociacion entre el investigador y sus inform antes. Tiem
p o y continuidad en el trabajo de campo pueden contri-
87
huir a que csws decic!an que ya es hora cle ahrir "algunas
c�jas fu enes"; mas alla cle esto, cs muy probable que la
rc laci c'lll se m an ten ga en terminos corcliales y en un nivel
m (ts b i e n general.
En su m a d uran te el perloclo de profundizacion y foca
,
El contexte de entrevista
Suele entcnderse por contexto el "marco" del encuentro.
Aquf, seg(m ya sei1alamos, lo concebimos no como tcl6n
clc fonclo cle una trama, sino como parte de Ia trama mis
ma (C. Briggs, 1 986; Giglioli, 1 9 7 2) . En este senticlo, el
con texto comprcncle clos niveles, uno ampliaclo y o tro
rcstringido. El primero sc refierc a! conjunto de relacio-
88
n es pollticas, economicas y c u l tu ra l cs q ue en glo b an al
i n ve stigad o r y al infonnante (si ambos rcpresen tan p o cl c
res asimetricos en u n a rclaci(m colonial, cle clase, etc . ) .
"Durante el Proceso [ el re gime n mili tar que gobern6 l a
Argentina entre 1 976 y 1 983] , cuan cl o venia algl'm asis
tentc social a h a c e rnos pregun tas para arreglar al go en
la villa, seguro qu e al ella s ig ui c n te te barr! an. Por eso aca
no habla naclie ", lc clecia u n vecino de un barrio humilde
a Ia a n tro p ol oga Claudia Girola. El con texto restringi cl o,
en camhio, se reliere a Ia situacion social e sp e cifica clel
encuentro, cloncle se articulan I u gar, personas, ac tiviclades
y tiempo. Las instancias cle este nivel varian en relacion
m<l.s clirecta con el desarrollo clel trab<0o cle campo en Ia
uniclacl social p articu la r.
En un trab<0o cle c ampo, l a en trevista suelc tener Iu
gar en ambitos familiares para los informan tes, pues s ol o
a partir cle sus situaciones coticlianas y re a l cs es posi ble
descubrir el sen ticlo cle sus practicas y ve rbal izacion es. Su
cecle sin embargo que, como "extranjero ", el invcstigaclor
no con oce cle an temano cual es el contexto significativo
y/ o adecuado, y esto en clos sentidos. Por un !ado, en el
caso cle los re si clc n tes clc villas miseria, habituaclos a que
los agentes oficiales se relacionen con ellos en tcrm i n os
r c pres ivos o asisten ciales, seguramen te esa expericncia
inciclira en los roles que le asigncn al i nvestigaclor. Estos
h abi tos clefinen Ia relaci6n de en trevista y Ia informacion
que se produce. Por otro laclo, si bien Ia en trevista etno
grafica suelc hacerse en cl meclio habi tual clcl en trevis
tacl o, esto no siempre cs una ven taja. Si, por ej emp l o , Ia
informante se siente controlacla por su mariclo, puecle ser
convcn icnte buscar otros ambitos mas "neutralcs". Quizas
sea ace rta clo clejar entonces que en una primera instancia
cl infonnante clecida el Iugar clel encue mro , para l u ego
ex p lo rar graclualmente lugares altern<ltivos y sus respecti
vas significacion es.
89
Los ritmos del encuentro
En terminos generales, una en trevista tiene un inicio, un
desarrollo y un cierre. Puede dar comienzo con cualquier
interlocutor, en cualquier lugar, habiendo o no concer
tado el encuentro, con o sin una duraci6n estipulada.
lnstancias como los encuen tros casuales y los com en ta
rios "a! pasar" pueden conducir a un intercambio mas
prolongado.
A diferencia de los intercambios verbales ocasionales, !a
dinamica de las entrevistas de mediana a larga duraci6n
implica un mayor numero de decisiones por parte del in
formante y del investigador (McCracken, 1 988) . Puede
ser aconsejable no enfocar tematicas demasiado acotadas
basta que !a relaci6n se consolide y el informante conozca
mas acabadamente, en sus propios terminos, los objetivos
del investigador. AI comenzar el encuentro, puede ser
oportuno referirse a temas triviales, teniendo en cuen ta
que lo que se considera trivial varia de acuerdo con el sec
tor social, etnico y etario de que se trate. Cada encuentro,
sin embargo, es una caja de sorpresas y puede revelar cues
tiones que se suponfan confidencialfsimas y que quizas n o
vuelvan a aparecer.
Una de las premisas clave con respecto a !a duraci6n
de !a entrevista es no cansar a! informante ni abusar de
su tiempo y disposici6n; el material obtenido en tales cir
cunstancias puede darse por compromiso, para "sacarse
de encima a! investigador", y este arriesga cerrar las puer
tas a encuentros ulteriores. lntercalar alguna experiencia
o comentario acerca de alguna vivencia del investigador
puede compensar los terminos unilaterales propios de
una interacci6n entre alguien que pregunta y alguien que
responde, y contribuir a crear un espacio para que el infor
mante exprese sus dudas y haga sus preguntas. Estas con
sideraciones dependen de una distinci6n adecuada entre
el tiempo del investigad or y el de los entrevistados; pese a
su denominaci6n, com(m a lajerga policial y tambien pe-
90
riodistica, los injormantes no son maquinas que responden
seg(m los plazos y n ecesidades del investigaclor.
El tiempo y los tiempos se negocian y construyen reci
procamente en Ia reflexiviclacl de Ia relacion de campo.
Esperas, urgencias, pausas y retrasos son tambien signifi
cados que el investigador debe aprender "en carne pro
pia". Un etnografo de campo "tiempo completo" puede
disponer de sus actividades sin someterse a horarios "ur
ban os" o "de oficina". Sin embargo, el tiempo es tambien
un ritmo in terno que el investigador !leva consigo adoncle
quiera que vaya. La impaciencia suele ser enemiga de Ia
relacion de trabajo. Aunque el investigador no elimine sus
ansiedades, puede pon erlas en foco e identificarlas como
carga propia.
El cierre o desenlace del encuen tro tiene sus peculiari
dades. En ciertos casos, las intrusiones externas pueden
dar por terminada Ia entrevista o bien modificar su orien
tacion. En lo que ataiie a! investigador, no es conveniente
concluir Ia en trevista de manera abrupta en momentos de
gran emotividad o en pleno tratamiento de puntos con
flictivos y/ o tabtl.
Estas y otras recomendaciones pertenecen a la esfera
del trato in terpersonal y seguramente seran manejadas
por cada investigador seg(m sus propios criterios y aque
llos que haya aprendido en el trato cotidiano a lo largo
de su trabaj o de campo. Este proceso de aprendizaje, que
recorre la en trevista y la observacion participan te, tiene
estrecha relaci6n con Ia imagen que los informantes han
construido del investigador.
91
5. El reg istro :
m e d i c s te c n i cos e i nform a c i o n
s a b re e l proceso d e ca m p o
93
de Ia reflexividad de los nativos y de Ia reflexiviclad del
trabajo de campo en sf.
En efecto, el registro no implica que el investigador "se
lleve el campo a casa" sino que logra, mas bien, una su
cesion de imagenes instantaneas del proceso de apertura
hacia otras reflexividades. AI situarse en un contexto cle
terminado, Ia relacion entre investigador e informantes se
concreta y complejiza, incorporando variantes de dicha re
lacion. En ese proceso, el registro es una especie de crista
lizacion de Ia relacion vista desde el angulo de quien hace
las anotaciones o flja el teleobjetivo de Ia camara. Pero
este angulo no es equiparable a "Ia realidad registrada",
en primer Iugar porque un registro no puede dar cuenta
de todo sino que implica un recorte de lo que el investiga
dor supone relevante y significativo. Los criterios de sig
nificatividad y relevancia, a su vez, responden al grado de
apertura de Ia mirada del investigador en esa etapa de su
trabajo de campo. Por eso, el registro es una valiosa ayuda:
1) para almacenar y preservar informacion, 2) para visua
lizar el proceso por el cual el investigador va abriendo su
mirada, aprehendiendo el campo y aprehendiendose a sf
mismo, y 3) para visualizar el proceso de produccion de
conocimientos que resulta de Ia relacion entre el campo y
Ia teorfa del investigador, proceso que en las notas queda a
cargo exclusivamente de quien hace el registro. A causa de
esto, resulta imprescindible que el investigador registre n o
solo lo que ocurre "ahf afuera", sino tambien todo aquello
que pueda echar luz sobre las razones que lo llevan a regis
trar algunas cuestiones y relegar o tras, a reparar en deter
minados aspectos y no en otros, a integrarlos de una y n o
d e otra manera. L o que e l investigador tiene e n s u registro
es Ia materializacion de su propia perspectiva de conoci
miento sobre una realidad determinada, no esa realidad
en sf. Pero esto no significa que Ia realidad no exista o sea
irrelevante; por el contrario, resulta fundamental, precisa
mente, para Ia produccion de descripciones menos etno-
94
centricas que incorporen la pcrspectiva nativa. Para que cl
registro se oriente en esta direccion, es necesario explicitar
a cada paso, en la medida de lo posible, la intervencion
con ceptual de quien registra para abrir su mirada, recono
ciendo los contrastes con el mundo social en cstudio e in te
rrogandose por el significado, dentro de su propio marco
conceptual y en funcion de su objeto de conocimiento, del
material obteniclo y transformado en dato.
Formas de registro
95
total" de lo que sc \Trhaliza; decimos "casi" no s61o por los
eventualcs problemas t ccnicos que pudieran acaecer con
respecto a Ia grabaci6n, sino tam bien porque tm grabaclor
no reg-istra movimientos, gestos, ancfactos materiales ni
relaciones entre personas. El registro por meclio escrito
suele hacerse en una librcta cle notas, en versi(m taq uigdt
fica, tomando algunas expresiones tcxtualcs y signos incli
cadores de los temas tratados que se completar:m lucgo.
Otra alternativa es no tomar notas en absoluto y apebr
a Ia memoria \' a Ia reconstrn cci6n una vez transcurrido
el encuentro. Cada uno de estos sistemas genera efectos
particulares en Ia interac ci6n.
En relacion con el informan te, Ia grabacion combina un
efecto de total fidelidad con otro de inhibi ci(m , reticencia
o temor. Desde el pun to de vista del investigador, implica
una mayor comodidad, a tal punto que es frecnen te no
reparar en lo que se esta clicienclo. El investigador no re
cuerda a ciencia cierta que se trat6 en cl encuentro y pue
de sucecler que el infonnante "sc !argue a hablar" recien
cuan do sc apaga el aparato. La extrema ckpcn dencia de
este recurso tecnico puede desalcntar en el inn�stigador
el uso de Ia memoria, con lo cual se dejan de !ado los "da
tos fuera de Jibreto". Por o tra parte, grabar los encuentros
exige tambien una posterior desgrabaci6n, que suele ser
lenta y costosa, lo que hace que el acopio de toclo el ma
terial se postergue para el final del trabajo de campo. Esta
demora dilata, notablemente, Ia distincion de las reflexivi
dades que se estan cruzanclo en el campo, y transforma tm
proceso reflexivo en una "mera recoleccion " o captaci6n
empirista de los datos. En este con texto, resu!ta dificil evi
tar Ia aplicaci6n cacla vez mas cristalilada de preguntas y !a
participaci6n cada \'CZ m{ts mecanica en Ia in teraccion con
los nativos. Por eso, el acto de transcribir notas constituye
una de las hcrramientas por excelencia para Ia elahora
cion reflexiva de lo que ocurre en cl campo y, simultanea
e inexorablemen te, para Ia proclucci(m de datos. No basta
96
con almacenar Ia infonnacicm en una carpeta, un CD o en
d disco de Ia computadora. Es necesario trab�jarlos, estu
diarlos, relacionarlos e in terpretarlos de man era continua
;· progresiva.
Mas atm , supon er que !a grabacion asegura "llevarse el
campo a casa" solo es cierto parcialmente, en !a mcdida en
q ue se limite el campo a son idos fisicos verbalizados por
el infonnan te. Pero este recorte del fh0o de !a vida co ti
cliana no garantiza que el investigador pueda reconstruir
!a situacion en !a que se prodt0cron esas verbalizaciones y
su con texto resultante (gestos, expresiones corporales, !a
iclen tiel ad de las person as reunidas, desplazamien tos espa
ciales, hechos anteceden tes y consecuen tes de Ia si tuacion
registrada, ac titud del investigador, etc.) . Esta limitacion
no es solo tecnica; es epistemol 6gica. Si bien un buen y
fie! registro permite volver sobre los datos con cierta con
fiabilidad y revivir las con diciones en que se prodt0o !a
informacion, cualquiera sea el l apso u·anscurrido descle
que se obtuvo, es conveniente no homologar veracidad
de Ia informacion y veraciclad de !a interpretacion o, en
los terminos que venimos utilizando, de Ia clescripcion . El
registro grabado no evita el recorte de !a informacion y !a
construccion de datos, pues, en tanto parte de una descrip
cion, estos son siempre una elaboracion del investigador.
A los efectos de "des-cen trar" el conocimiento de Ia
unidad social, es imprescindible contar con un n utrido
cuerpo de materiales. Sin embargo, !a forma de regisu·o
se encuadra en el contexto de una relacion social. Y suele
ocurrir que el informante tcnga una imagen estereo tipada
de Ia investigacion social, que requiere entonces de ciertas
practicas para legitimarse, como Ia presencia del grabador
y el cuaderno de notas.
Si el investigador es veloz para to mar notas durante !a
en trevista, Ia funcion del grabador puede ser sustituida
por versiones mas o menos completas de lo verbalizaclo.
Por ejemplo, los registros de lo que ocurre en una sala
97
de clases suelen realizarse por este medio, mediante un a
serie de criterios de notaci6n que permiten, a diferencia
del grabador, incorporar Ia conducta de los alumnos y Ia
disposici6n del maestro, y lo que se escribe en las pizarras.
Para los registros en el campo educativo, Rockwell ( 1 980)
sugiere utilizar comillas para Ia notaci6n textual; barras
para Ia notaci6n textual aproximada, paren tesis para las
aclaraciones contextuales como dimas, gestos, etc.; pun
tos suspensivos subrayados para lo que no se alcanza a re
gistrar; puntos suspensivos para senalar que el que habla
no termina su enunciado, y subrayado para lo que se escri
be en el pizarr6n o se dicta.
Sin embargo, este medio reproduce algunas de las di
ficultades del registro magnetof6nico y agrega otras. La
mas frecuente es que enfrenta a! investigador a! dilema de
atender y mirar a! informante, o bien tomar notas. En el
curso de laentrevista, y desde luego en el desarrollo de una
ceremonia o una discusi6n o cualquier even to observable,
el registro escrito puede incomodar a! informante. En las
entrevistas, el interlocutor a veces termina dictandole a!
investigador en Iugar de responder mas espont:ineamen
te. Ademas, el contacto visual es fundamental para estable
cer una relaci6n de confianza, proximidad y soltura, mar
co conveniente para desarrollar buenas entrevistas. Quizas
sea aconsejable postergar el registro o tomar nota indicial
mente de los temas tratados y de algunas expresiones que
se consideren particularmente interesantes en funci6n de
los objetivos del investigador, sus hip6tesis o, incluso, sus
intuiciones. La obsesi6n por anotar todo tambien puede
conducir a que el investigador no formule pregun tas en
momentos en que Ia conversaci6n decae y se produzcan
entonces silencios desconcertantes para ambos interlocu
tores. El registro escrito simultaneo puede estorbar a! in
formante en Ia medida que le recuerda permanentemente
que est:i siendo observado. Su inhibici6n es, entonces, una
version corregida y aumentada de Ia que produce el gra-
98
bador, siquiera porque el grabador es menos ostensible
y las partes pueden olvidarse de su presencia al calor del
encuen tro. En este caso, el contacto visual con el investiga
dor compensa la atenci6n en la forma de registro, lo que
n o ocurre con el registro escrito simultaneo.
Sin embargo, todo depende de los habitos de los nati
vos. Si el informante homologa "u·abaj o serio" con formas
de registro visibles, como sucede en el periodismo, puede
incluso ofenderse si el investigador no toma notas o graba
o filma, bajo el supuesto de que alterara u olvidara partes
significativas de su discurso. Es usual que el informante
pregunte, despues de dos horas 0 mas de en trevista infor
mal: "(Y?, (CUando me va a hacer la entrevista?"; o que le
"tome examen" al investigador para cerciorarse de que,
aun sin grabador y sin libreta de notas, pudo retener lo
que el informante le dijo. En estos casos, puede ser acon
sejable grabar o tomar notas y, luego de apagado el gra
bador o cerrada la libreta, con tinuar la en trevista como
una charla informal. Aqui es cuando suelen surgir algunos
temas de modo menos planificado y sobreactuado.
Reconstruir a posteriori de la "sesi6n de campo" puede ser
conveniente por varias razones: en con textos conflictivos
que impliquen persecuci6n, suspicacia, enfren tamiento o
subordinaci6n al poder, el informante puede retraerse al
considerar que su palabra esta comprometida en manos
(o instrumentos) de un extraiio, puesto que desconoce su
verdadero destino, y posiblemente desee precaverse con
tra su mal uso o publicidad ante grupos an tag6nicos. La
inhibici6n y la verguenza pueden tambien suscitarse cuan
do se tratan asuntos personales o tabii, particularmente
temas como el sexo, los conflictos familiares o ciertas
cuestiones morales. Los aspectos no verbalizables del en
cuen tro, como el con texto o los even tos que lo preceden y
suceden, tambien pueden registrarse a posteriori, asi como
cuando el informante se explaya "fuera de libreto" sobre
algun tema. En todos estos casos, es conveniente hacer un
99
primer listado indicia! cle los tcmas en un sitio apartado o
ya fuera del campo; y luego , con mas tiempo, comenzar
Ia transcripci6n detallada de Ia situaci6n del encucn tro .
Aunque a! principia esto parezca inviable, se trata de un
aprendizaje que se logra con Ia practica de Ia mem oria, Ia
asociaci6n y Ia atenci6n en el campo. El investigador pue
de retener cada vez mas y mejor informacion no s6lo por
Ia experiencia profesional sin o tambicn , y fundamen tal
mente, porque va comprendicndo lo que ve y escucha en
tc:�rminos que antes le resultaban poco sign ificativos por
desconocer Ia reflexividad de los pobladores.
Por otra parte, y en apoyo a Ia reconstrucci6n a posterimi,
el transcurso de Ia vida cotidiana y sus mt'iltiples niveles y
dimensiones no pueden captarse, como decfamos, en una
cinta magnetof6nica o en una filmaci6n. Es cierto que cl
registro diferido es menos fie! que Ia grabaci6n y el regis
tro paralelo a Ia entrevista. Pero si el investigador nccesa
riamente recorta, condensa y sin tetiza los testimonios y los
eventos seg(m su propia reflexividad , avanzar en el recono
cimiento de Ia reflexividad de los pobladores forma parte
de su proceso de conocimiento. El desafio consistira, en
tonces, en aprender a ver y escuchar lo que no podia regis
trarse por falta de categorfas hom6logas en Ia concepcion
del investigador.
Para ello es de gran ayuda Ia redundancia de Ia vida so
cial. Si bien cada situaci6n es {mica e irrepetible, y el mate
rial generado es por lo tanto inecuperable, Ia naturaleza
plural y reiterada del trab�o de campo antropol6gico pue
de contribuir a descubrir sus regularidades y recuperar pa
labras o hechos perdidos. Nunca las seii.ales, los signos y las
situaciones se replican exactamente; pero, en tanto hechos
sociales, son lo suficientemente recurrentes como para per
mitir a los actores reconocer su continuiclad y descifrar cli
versas situaciones. Por eso es necesario estar presente en Ia
mayor cantidad y va1iedacl de situaciones; por eso es nece
sario tambien que Ia estadfa en e\ campo sea prolongacla, y
1 00
por eso es necesario sumergirse, lo mas posiblc, en Ia coti
clianiclacl local (Whyte, 1 982: 236; Kemp y Ellen, 1 984: 229) .
P cro resta todavfa un t'iltimo argumento a f�n·or clcl re
gistro a posle1iori. Especial men te en las prim eras experien
cias de trab�o de campo, esta moclaliclacl obliga a! itn-es
tigador a realizar una profunda introspecci6n, y p or encle
un arduo y fructffero proceso de au toconocimiento, para
recordar. Ello supone, paral elamen tc, un apren diz�e en
relaci6n con I a elaboraci6n de datos al tiempo que se pro
cede a su registro, de man era que el analisis de datos es,
en buena medida y mas gen uinamente, paralelo a! trabaj o
de campo mismo.
Las formas de registro dependen de varios factores que
atai1en a Ia investigaci6 n , a! marco te6rico y metodol6gico
del investigador, y a Ia situacion de en trevista y obsc-rva
ci6n. La viahilidad y I a prac ticiclad de cliversos medios de
registro dependen de varios fac tores: Ia tematica a tratar,
su conflictividacl y el graclo de com promiso que en traii.a
para los infonnantes; Ia personaliclacl de los presentes;
Ia ctapa clc Ia investigaci6n; el nH�todo de an;'t lisis de da
tos (si se trata de 1!11 analisis semi6tico 0 de discurso, por
ejemplo, se requerir;\n registros textuales) . No tener en
cuenta estas condiciones n i requ erimientos suelc con cltl
cir, cuando se combina con Ia avidez cle "llevar el campo
a casa", a optar por cualquier m edio, lfcito o no, para ob
tener y registrar informacion . Tal es el caso del "grabador
pirata" que, adelantos tccnicos mediante, puecl e ocultar
se f;'1cilmente y operarse a voluntacl. Este procedimiento,
ademas de scr moralmente censurable por no con tar con
Ia aprohaci6n del infonnante, puedc gcnerar graves con
secucncias, sobre toclo si Ia rclacic'm con el in forman te n o
es an6nima y pretcnde continuarse. Como este recurso es
facilmcntc asimilahle a un acto de mala fe y de espi onaje.
su clescuhrimiento pueclc prm·ocar una sanci6n n egativa
hacia el investigaclor, quien no p odra revertir su imagen
cle ··men tiroso" y clebcra abandonar el cam po. Adem�'is,
1 01
los beneficios de este recurso no son tales como para po
ner en peligro aquello que constituye lo mas importante
que tiene el investigador: su persona en Ia relacion con
los informantes, que son, en definitiva, sus colaboradores
imprescindibles. AI fin y a! cabo, las vias para registrar in
formacion son parte de Ia reflexividad del investigador y
del informante, en el marco de una relacion social, y, por
lo tanto, son parte del proceso de conocimiento.
(.Que se registra?
1 02
primera variante puede dar mayor tranquilidad al investiga
dor pero tambien sesga, desdc el comicnzo, su acceso a lo
emp!I;co: no propicia la actitud de "apertura de la mirada"
que tratamos con anterioridad. Aunque nunca se alcance
del todo, quiza resulte conveniente seguir cultivando aque
lla vieja y productiva utopia de "regisu·arlo todo", siempre
y cuando se tenga claro que ese "todo" no excedera, al me
nos no demasiado , las referencias impuestas por el marco
cognitivo del investigador. En todo caso, la apertura de la
mirada sera paralela a la apertura del conocimiento y de las
conexiones explicativas.
Teniendo presentes estas premisas, proponemos registrar
to do (lo posible) . De acuerdo con las recomendaciones de
cap!tulos anteriores, incluimos aqu! los datos observables y
los audibles, esto es, los que proceden de la observacion y
las verbalizaciones. Ambos tipos de datos surgen en situa
cion es donde convergen un ambito, una serie de activida
des y un grupo de personas (denu·o de las que se cuenta el
investigador o equipo de investigacion) en una secuencia
de tiempo. Por ultimo, y para que los datos puedan aportar
nuevo material al conocimiento sobre la unidad social en
cuestion, convendr!a recordar que el investigador aprende
gradualmen te a diferenciarse mas y mas de los infonnan
tes, a distinguir sus inferencias de los datos observables, y
sus propias valoraciones de aquellas que no le pertenecen.
Esto entraiia, por un lado, efectuar una n!tida diferencia
cion entre lo que el investigador observa y escucha, aquello
que creyo ver y escuchar, y lo que piensa sobre lo que vio y
escucho. Por otro lado, implica desarrollar una mayor agu
deza en la captacion de informacion significativa que pueda
transformar en datos, ya se trate de sentidos, relaciones, in
formacion cuantitativa, etc. La fuente, entonces, del proce
so de registro es la situacion conformada en el cruce de:
actividades personas
Iugar tiempo
1 03
Lo que observa, Io que oye
1 04
!'or otra parte, los datos proccd en tes de Ia informaci(m \'Cr
balizada no son s<'Jio aquellos q ue se encuadran en Ia en tre
vista y que respo n d en a las pre gun tas del in\·es tigaclor. .-\ lo
largo clc estas p;\ginas, h emos intentado reafirmar Ia nocion
cle que d ebe consiclerarse como parte del trabajo de campo
todo cuanto ocutTe en el campo (y aun fu era de (�1 ) cmt
los inform;mtes t ca l es y potenciales- y con cl investigador.
- -
1 05
de relacion con el investigador. Asf, no solamente caben
en el registro los en trevistados sino tambien los testigos
o quienes se encuentren presentes, aunque fuera espora
dicamente, durante el encuentro. E stos, como ya explica
mos, pueden afectar la disposicion del informante y los te
mas a tratar, ademas de aportar informacion acerca de los
vfnculos del infonnante con otros individuos en su medio
!aboral (si el encuentro se realiza en su Iugar de trabajo) ,
domestico (si se lleva a cabo en su hogar) o vecinal (si se
realiza en su barrio ) . Registrar personas significa tener en
cuenta las siguientes variables:
• sexo
• edad (aproximada)
• nacionalidad y/o grupo etnico
• ocupacion/ es
• vfnculos que mantienen entre sf y formas de
trato interpersonal
• flujos sociales (por ejemplo, en sitios publicos,
es importante reparar en la mayor o menor
afluencia en determinados horarios)
• vestimenta y ornamentacion
• actitudes generales
• actividades desarrolladas en el lugar
1 06
• En relacion con el encuentro, resultan relevan
tes las siguientes variables: forma de concerta
cion (casual, planificada) ; canales de acceso
al informante; numero de encuentros previos;
condiciones generales de la apertura; condicio
nes generales del encuentro; interrupciones y
desarrollo y condiciones del cierre y finalizacion
( causas exogenas o endogenas, modo abrupto o
gradual, etc.) .
• En cuanto al informante, conviene relevar: sexo,
edad, nacionalidad, grupo etnico y religioso,
nivel de instruccion formal, nombre o seudoni
mo, posicion en las relaciones de parentesco y
en la unidad domestica, ocupaciones -prin cipal,
secundaria-, antigiiedad en la o las ocupacio
nes, lugar de residencia actual.
• Cabe bacer tambien anotaciones acerca de la
disposicion del informante durante el encuen
tro, su forma de presentarse, su vestimenta, as!
como cualquier informacion indicativa que pro
venga de sus gestos o expresiones, recurrencias,
redundancias y renuencias a la bora de abordar
n uevas tematicas.
• Respecto del investigador, resultan relevantes: la
presentaci6n que bace de si al informante y a los
presentes; su disposici6n previa al encuentro
y en el transcurso de este; las expectativas que ba
depositado en el encuentro; los temas que se pro
pone relevar; sus primeras impresiones, pregun
tas, comentarios, movimientos, silencios, dudas,
inferencias y supuestos; as! como tambien sus inte
rrupciones y preguntas aclaratorias, y las asocia
ciones que baga con el material de registros previos.
1 07
un material que cimentar{t !a proxima visita ( esto, si segui
mos siendo consecuentes con Ia ref1exividad del investiga
dor en terreno y con un conocimiento no empirista de lo
real) y resignifica todo lo actuado hasta el momento. De
ese modo, el registro es una herramienta que puede in du
cir a reformular el contenido y los canales de los futuros
encuentros. Para que adquicra este caracter din{unico es
aconsejable que, a! cabo de su rcalizacion, se anoten las
expec tativas de trabajo futuro, que pueden incluir:
1 08
que el investigador lleva a cabo consigo para conocer a
sus informantes a! tiempo que se conoce a sl mismo. Por
consiguiente, no es una fotocopia de Ia realidad sino una
buena "radiografia" del proceso cogn itivo. Ello n o impide
que haya registros mas y menos precisos accrca de Ia vida
soci<ll, ya que lo real existe independientemente de que
el investigador este alii para registrarlo. Lo importan te es
que seamos consecuen tes con el prin cipia que postula que
. el conocimiento de lo real forma parte de un proceso de
construcci6n que lleva a cabo cl st0eto, con sus respec
tivos bagajes, de manera tal que es imposible concebirlo
como indepen diente del conocimiento de sl mismo. Un
buen registro es, a !a vez, una ventana hacia afuera y hacia
aclentro.
1 09
6. El i nvestigador en el c a m p o
111
un inciden te que protagonicc a! concluir mi trab<�jo de
campo.
Un incidente de campo 1 1
112
Para esc 2 c l c abril sc habla programado u n d e s lile q u e
a t rave s arla c l c e n tro c l e Ia capital para culminar en e l "i\·Io
numento a l os Cafcl os en el Atl{m tico Sur", en Ia Plaza Ge
n eral San iVIartfn . Esa vez, Ia marcha suc e d e r fa a una misa
en Ia Catcdral metropolitana.
L!eguc p u n tualmen te a! Iugar, y cncontrc a Ia esposa
cle Carlos, a q t �ien ya conocfa; Ia saludc con un beso pero
se m a n tm·o cli stante. M i e n tras ella saluclaba a los dem {ts
de Ia ronda, dijo en voz bien alta, con Ia mirada perclida:
" i est{m llcgan clo los servis! ". Mire y no vi nacla raro; como
nadie m e invi to a queclarme, seguf rumba a Ia Catedral .
En tonces apareci6 Carlos con unifonne militar. Aunque
no l o Ye!a desde el aii.o a n terior, no mostro demasiado en
tusiasmo por ci reencucn tro y siguio con sus preparativos.
Me console p cnsando que posiblemente tcndrfa mucho
que hacer, y q ue tal \'ez mi presencia le resultase irrelevan
temente familiar (c:acaso un "mal necesario"?) . Me ubique
en Ia en trada de Ia Catedral para esperar, cuancto Ia mt0er
de Carlos se acerco y me clijo: "Mini, vos mantencte l ej os
de los ex co mbatien tes y de mi marido, porque no quere
mo s gen te d e inteligen cia en Ia organizacion. Y cui date,
porque si n o \"as a perder tu trabajo en in teligen cia". Solo
ati n e a contes tar "�Vos est {ts en peclo [loca] ? ", pero se fue
sin darme tiem po a nada mas.
Aturdicla, s en tf que me transfonnaba en una column a
rmis del edifi cio. Sin reaccionar todavfa, me dije que cle
bfa regis trar el even to y que, despues de toclo, no tenia
nada que ocu l tar ni de que avergonzarme. Pero aunque
deci clf seguir con lo previsto, poco pude hacer desde mi
estado de ani mo, que apenas si me permitio acompaii.ar,
en otra sinto nfa, el acto de conmemoracion; pues, a pe
sar de saber q ue el cargo no me corresponclfa, me au·avc
saba Ia vergii enza de I a acusacion. Solo rcgistre, siempre
men talmente , algunas generaliclacles, m ien tras trataba cle
sobreponenn c a Ia sensacion de estar marcada por una
campanilla d e leprosos. � Como actuar con naturalidacl si
113
toda intervenci6n 0 pregunta que in ten tara ir mas alla del
saludo cordial podia interpretarse como un acto de "es
pionaje"?
Ante situaciones como esta, los investigadores podemos
optar por desentendernos de lo ocurrido y "pasar a otra
cosa", atribuyendo el traspie a un malcntendido, a la mala
fe o a la ignorancia. Yo prefer! enfocarlo como si se tratara
de informacion relevante, al menos para calmar mi ansie
dad. De acuerdo con este enfoque, cuatro aspectos se po
nlan claramente en cuesti6n: mi persona, mis emociones,
mi lugar en tanto mujer y mi nacionalidad.
114
tambien el concepto de persona como un sujeto jurfdico
universal de derechos. La "persona" moderna y liberal es
Ia culminaci6n de un desarrollo que reune a! st0eto de de
recho de los romanos con el yo moralmente responsable
e individual de los estoicos, y con el st0eto de derechos
universales (libertad, justicia, con ciencia, comunicaci6n
directa con Dios) . En esta confluencia, el concepto 13 man
tuvo basicamente el sentido de su etimologfa, per sonare,
que pro cede de Ia palabra etrusca phersu, por su asociaci6n
con Ia mascara dramatica. Poco a poco, esta acepci6n, li
gada a Ia noci6n de personaje expresado en la mascara,
fue cediendo al caracter individual/institucional (Mauss
[ 1 938] , 1985; Whittaker, 1 992; La Fontaine, 1 985) .14
Que actualmente se haya impuesto el concepto de per
sona propio del liberalismo, vinculado con la ciudadanfa,
no implica que su significado haya sido el mismo en todos
los tiempos y sociedades. Pero el investigador social mo
derno actua como un individuo que, independientemente
de su sexo, raza o ideologfa polftica, acomete Ia busqueda
desinteresada e impersonal del conocimiento.
Esta representaci6n de la persona se pone en escena en
el campo constantemente, pero es mas evidente a! princi
pia porque tanto el investigador como el informante in
terpretan sus papeles (roles) y estatus formales segun el
"deber ser" que establecen sus respectivas sociedades, cul
turas y reflexividades. Asf, el investigador se presenta como
miembro de una instituci6n universitaria que va a realizar
un estudio, mientras que sus primeros interlocutores se
presentan como autoridades en la materia, en el Iugar y
entre sus vecinos. Esta presentaci6n es, como ha seii.ala
do Erving Coffman, una actuaci6n cuya relevancia reside
en indicar pautas de derecho, moralidad y responsabili
dad. Nombres y cargos, patrones de deferencia y respeto,
permiten clasificar al interlocutor ( Coffman, 1 97 1 ) . Con
sus cargas morales, de rol y de estatus, estas tipificaciones
trazan las lfneas futuras de interacci6n, cooperaci6n y reci-
115
procidad, y por lo tanto los lugares viables e inviables para
observar, participar y en trevistar.
Mi perplejidad denunciaba, pues, una disonancia entre
mi persona de "investigador y academico " (n6tese el mas
culino) , y Ia persona que me atribufan (a! menos) Car
los y su mtuer. El incidente me demostr6 que el concepto
occidental de persona no es generalizable ni siquiera en
Occiden te, en particular cuando, pese a invocarse 1111 su
jeto universal de derechos, se habita un espacio juridico
cuyos habitan tes han siclo cronicamente menguaclos en
su plena ciudadania. La persona del liberalismo es incom
patible con Ia de un grupo social que ha siclo blanco de
persecuci6n, de castigos y hasta de Ia sustracci6n absoluta
y total de su persona, como sucede en el caso de los "desa
parecidos". Mientras el etn6grafo se presenta a sf mismo
como un ser aut6nomo de su origen so cial, politico o etni
co, ligado solamente a sus credenciales acacl emicas, a sus
interlocutores les sobran los mo tivos para in terpretar esa
presencia en terminos mas proximos a S U experiencia.
Las emociones
116
cso, aeon tecimien tos como el que acabo de relatar nos
)1tunillan y avergi't enzan, y nos obligan a resignificar
nuestra deYocion humanitaria y a preguntarnos si "he
!110Snacido para esto ".
Est.a dimension de Ia perplejidad esti generalmente au
sente de Ia mayoria de los manualcs, pero aparece en toclos
lo s relatos autobiograficos cle los· etnografos. Temor, ansie
dad, vergiienza, atracci6n, amor y secluccion caben en una
categoria sistematicamente negada por Ia metoclologia de
Ia investigaci6n social: Ia emoci6n, contracara subjetiva,
p rivacla e intima de la "persona" en tan to st�eto juriclico.
La 16gica academica, para Ia cual Ia raz6n es el principal
vehfculo y mecanismo elaboraclor cle conocimiento, deja
completamente de !ado Ia pasi6n, los instintos corporales
y Ia fe. Asignadas a] reino del cuet·po, el espiritu y ]a in
mici6n, estas facetas fueron relegadas como expresiones
\'crgonzantes o, a lo sumo, consideradas eventuales obje
tos de domesticaci6n y formas distorsionadas de conoci
miento. Esta segregaci6n tiene su correlato social, pues
los grupos considerados como mas pr6ximos a ]a raz6n
-los hombres, los adultos, los miembros de clase media y
los blancos o europeos- estarfan en m ejores condiciones
de acceder a] conocimiento cientffico que los segmentos
"mas emocionales", como las mt�eres, las masas popula
res y los j6venes (Taylor, 1 98 1 ; Lutz y Abu-Lughod, 1 990;
Lutz, 1 9 88) , o mas ligados afectivamente al saber tradicio
nal, como los aborfgenes y los campesinos.
Desde esta perspectiva, Ia emoci6n es el "anti-metodo"
que nos aleja del conocimiento ecuanime y objetivo, y
hace de Ia participaci6n un comportamiento sospechoso.
Las emociones pertenecen al dominio privaclo del indivi
cluo, al que solo puede acceder Ia psicologia. Cuando lo
exceden, recurrimos a calificativos como "emocional", "in
lllacluro", "primitivo" o "patol6gico" (Lutz, 1 988: 40-4 1 ) .
La emocion se ratifica en el polo individual del clualismo
in divicluo/sociedad, fuera de las relaciones sociales.
117
Esta concepcio n incidio profundamente en !a meto da..
Iogia de !a investigacion, suprimiend o las emociones d e!
investigador, pero tambien las de los informantes, e impi
dien do considerar !a emocion como un fenomeno soci o.
cultural con distintas expresiones y fundamentos (Lutz y
Abu-Lu ghod, 1 990) . La escena que protagonice junto con
!a mujer de Carlos presentaba a dos "personas emocion a
les" en un mundo de hombres -el de los ex soldados-.
Que fuera una mujer (y "!a mt0er de") , no un hombre, !a
encargada de echarme, replanteaba (degradaba) mi esta
tus de "investigador" y el suyo como "dirigente ad hoc";
eramos, en cambio, dos mt0eres que dirimian diferencias
a traves de un desplante, actitud que remitia menos a una
acusacion polftica que a otro tipo de situaciones.
118
y masculino. El sustan tivo neutro o no marcado, en termi
n os saussurianos, de "investigador", que hemos utilizado
en este texto, se aplic6 tan to a los investigadores como a
los pueblos o grupos estudiados (los Nuer, los Azande) .
Este uso naturalizaba, por un !ado, que el mundo nativo
estudiado era predominantemente masculino y, por el
otro, que el investigador era, en general, un hombre. La
masculinizaci6n del investigador y de los pobladores ob
jeto de estudio deriv6, necesariam ente, en Ia masculiniza
ci6n de las tematicas de investigaci6n.
La primera advertencia contra esta tendencia fue, en
los aiios sesenta, Ia irrupci6n de "los estudios de Ia mujer",
cuyo objetivo era "hacer visible a Ia mujer en Ia sociedad y
explicar su opresi6n " desde distintas teorfas, incorporan
do el aspecto femenino como elemento faltante (Cangia
no y Dubois, 1 993) . La perspectiva inu·oducida en los aiios
ochenta puso en cuesti6n las bases del conocimiento social
como un conocimien to masculino, mientras buscaba com
plejizar Ia pretendida homogeneidad femenina, hegemo
nizada por Ia mujer blanca, de clase media, universitaria
y occidental. La nueva perspectiva debfa mostrar que, asf
como todo conocimiento es un saber situado (Haraway,
1 988) , las mujeres construyen sus identidades en el con
texto de discursos determinados por relaciones sociales
(De Lauretis, 1 990; Cangiano y Dubois, 1 993: 1 0 ) .
El nuevo feminismo adopt6, de Ia gramatica, el termino
"genero", que designa un sistema de clasificaci6n bipolar,
para subrayar el caracter eminentemente social de las dis
tinciones basadas en el sexo, y para rechazar el determinis
mo biol6gico implfcito en las palabras "sexo" y "diferencia
sexual". Asf, el genero cobr6 el sentido de un "saber sobre
Ia diferencia sexual" (Scott, 1 993) , no limitado al "sexo
natural" (presencia o ausencia de falo) sino focalizado en
las formas en que los sujetos sociales elaboran los roles
biol6gicos sexuales produciendo valores, creencias y nor
mas (Warren, 1 988: 1 2 ) . En este proceso, el genero emer-
119
gi<l como tm los
com promiso acadcmico para transformar
paradigmas disciplinarios, ydej{> d e ser una ca tc gorfa des
criptiva para convenirse en una categorfa analltica (Scott,
1 993: 1 7- 1 9 ) .
Estas perspectivas inciclieron profunclamen te en I a litera
Lura metoclologica replanteanclo cl Iugar del investig·aclor
como instrumento neutral, omnisciente y omniprcsen te
del conocimiento. A partir de esc momen to, "ser m t�jcr"
no serla una anomalia sino 1 1 11 posicionamiento distin to
de, aunque equivalente a, "ser h om bre " , con sus ventajas y
limitaciones, sus sensibilidacles y actuaciones particulares y
culturalmente determinaclas. Si en Ia mayorfa cle las socie
dacles existen dominios cle habla y cle acci6n tfpicamente
femeninos y masculinos, !a informacion que obtiene una
nnuer no sera Ia misma que Ia que obtiene un hombre
(Haraway, 1 988) .
Ya en 1 9 70 Peggy Golde expli caba que el intercs sohre
el Iugar de las muj ercs en el campo raclicaba en que cl
"sexo" ( todavla no se habla impucsto el uso de "gcnero")
es Ia variable basica de Ia organizacion social, y por eso se
Ia asocia a su vez a las variables cl e edacl, estatus marital,
momento clel ciclo vital, y a veces a Ia segregaciou parcial
o total de ciertas esferas de activiclad, y a Ia distincion en
tre lo privado y l o pttblico. El investigador siempre tiene
un sexo y por tanto, cuanclo \'a al campo, es incorporado
inexorablemente a las categorlas locales de gen ero.
En este sen ticlo, segun Golde, el rasgo clistin tivo de !a
experiencia de las investigadoras es su ndnerabiliclacl, atri
buida a Ia debilidad fisica y a su mayor exposici6n al ase
dio sexual. Pero esta vulnerabilidacl ticne su contracara en
Ia provocacion o seduccion maliciosa o involun taria de las
mt0eres. Si Ia vulnerabiliclacl implica una exposici6n al ase
dio, Ia capacidad de scducir puede scr lefda en tenninos
defcnsivos, como una caracterlstica cle Ia que las mt0eres
podrlan aprovecharse. La protecci6n masculina ofrecida e
im puesta a las nn�jeres i m·cs t igadora s tiene pues clos obje-
1 20
ti\·os: dar scgttridad a [a IlllUCJ" y pro tcgcr a qttiencs est{tn
,·inculados con ella.
Las mujcres suelen ser ol�jeto de cuidados cxageraclos
por parte de su familia adoptiva, que tiende a asignarles
un rol que n eutralice su sexualidad. Por eso , en el cam
po ticndcn a quedar suhsumidas, seg1m su cdad y estatus
marital, a! papel de nii1as, hennanas o abuelas. Las in\'es
tigadoras j6n·ncs y soltcras suelen scr m{ts cclosamcn te
rcsguardadas porq ne ponen en peligro real o potencial
cl honor y buen nombre de sus pro tectores. Ciertamen te,
Ia protecci6n tiene ven t�as y desvent�jas, porque bri n da
seguridad y traza vfnculos muy pr6ximos, pero a! mismo
tiempo ostenta posesividad y control sobre la in.\·estigado
ra y le veda el acceso a ciertos :."unbitos, l imitandola e n sus
mo\·imien tos y modclando, en definitiva, su campo y su
oqjeto de in\'estigaci6n.
El valor dual de Ia nnuer, a la vez como peligrosa y vulne
rable, suscita reacciones tambicn duales en el campo. Una
investigadora puede ser mas tolerada, menos temida que
un investigador, si traspasa los lfmites de lo permitido. ln
cluso sus errores y traspics son in tcrpretados en tl:�rminos
de su inimputabilidad n atural, mas que como una presen
cia institucionalizada pcrjudicial para los pobladores. Sin
embargo, cuando despliega sus "armas", esto es, su auto
nomfa y capacidad de aprcnder los c6digos locales, la ins
ti tucionalidad (servicio de inteligencia) puede anicularse
con Ia an ti-instituci onalidad (el poder demonfaco cle I a
seducci6n ) . En este sentido, u n o de los recursos favoritos
cs el rumor, que, generalmcnte a cargo de otras mt0eres,
evaliia la con ducta de Ia inn·usa en tenninos sexuales, mas
que politicos y profesionales.
De ello resulta que las mt�jeres suelen estar mas obli
gadas a prestar explfcita confonnidad a las reg·Jas basicas
de Ia poblaci6n local. Si cl extrar-ro se corwierte en "buni
liar" y. adem as, en miembro adoptivo de una bmilia, debe
adecuarse a sus expectativas. Conviene entonces evaluar
1 21
como in terviene ese estatus en la investigacion. Las in
vestigadoras pueden tratar de inven tarse un rol propio ,
aunque negociando en otros planos y actividades co n
la sociedad anfitriona. La posicion de dependencia con
respecto a los hombres suele compensarse con el origen
occidental, el nivel de instruccion universitaria y la prO
fesion. Pero en algunos con textos, como por ejemplo los
ambientes sexualmen te segregados del Media Oriente, los
margenes de negociacion son tan estrechos que el objeto
de investigacion quizas deba modificarse (Abu-Lughod ,
1988; Altorki y El-Solh, 1 988; Razavi, 1 993) .
Retrospectivamente, pense, yo no me habfa encuadrado
en ninguna organizacion de ex soldados y no habfa ne
gociado mi autonomfa ideologica, polftica y, sabre todo,
femenina. Mi libre circulacion me convertfa en alguien sin
control ni clasificacion. Esta amenaza que yo empezaba a
representar oscilaba entre el estatus de marginal (cuando
fui a pedirle a Carlos una explicacion, me contesto: "Esta
no es una organizacion de mt0eres de veteranos; es una
organizacion de veteranos de guerra") y el de antagonista
con fuerzas propias, esto es, de enemigo, al servicio del
Estado nacional. A diferencia de mis amigos y colegas, nin
guno de los demas veteranos interpreto el incidente como
una "cosa de mujeres", sino como una "seria acusacion".
Uno de los ex soldados incluso me dijo: "Si yo quisiera
espiar a una organizacion de veteranos, mandarfa a una
mujer".
La naturalizaci6n de lo foraneo
1 22
es correlativa a la experiencia polftica del grupo estudia
do. Distintas expresiones de pertenencia -como el color
de la piel, la clase social, la cultura de origen y la nacio
nalidad- se corresponden con "personas" construidas a
partir de determinadas experiencias, por ejemplo, de au
toritarismo, subordinacion y genocidio. La sospecha de es
pionaje remite entonces no solo a la dependencia estatal
sino tambien a una atribucion de lealtades espurias que
vinculan al investigador con pertenencias ajenas a las que
la comunidad valora y considera como propias.
Al proponerse el conocimiento de mundos distantes y
exoticos, el etnografo se ubico, de hecho y metodologi
camente, como un agente extranjero respecto de la po
blacion estudiada. Esta distancia, que fue problematizada
por los antropologos nativos de las academias perifericas,
requiere una doble reflexion: sobre el cono cimiento que
esa distancia produce, y sobre los sistemas de clasificacion
de las pertenencias (ser nativo o foraneo ) .
Algunos autores identificados con la antropologfa pos
moderna han intentado sup erar la division jerarquica
en tre el investigador y el Otro presentando el trabajo de
campo como un ambito donde priman el dialogo y la ne
gociacion. Por eso, las nuevas etnografias intentan desta
car las voces de resistencia y oposicion del Otro al Sf Mis
mo (el investigador) , del Resto a Occidente, evitando que
la pluma del investigador haga caso omiso del disenso y lo
anule para siempre (Dwyer, 1982) . Complementariamen
te, esta vertiente se ha dedicado a rescatar el Sf Mismo del
etnografo, su persona sociocultural, de la tentacion mime
tica respecto del campo y de la tendencia estereotipadora
de Occidente.
En un mundo globalizado, sin embargo, el investigador
no es un agente totalmente externo a la realidad que estu
dia; ni el ni los stuetos de su trabajo se ubican en lugares
que no hayan sido previamente interpretados. Pero que
habiten el mismo mundo no significa que los sentidos que
1 23
le impriman a su cxpcriencia scan los mismos. A csto se
reficre Marilyn Su·athcrn cuando define a Ia "au to-an tro
pologfa" como aquella "que se !leva a cabo en el contcxto
social que Ia ha producido" (Strath ern, 1 9 87: 1 7, t. n . ) . El
punta no es si las creclcnciales (nacionales, etnicas) del
investigador coinciden con l as de los informantes, sino
"si existe continuidad cultural entre los productos de su
labor y lo que Ia gentc en Ia socicdad estudiacla produ
ce en terminos de explicacioncs cle sf misma" (Strathern ,
1 987: 1 7) . Strathcrn propane cl con cepto de "reflcxividad
conceptual", que atan e al "proceso antropol6gico de 'co
nacimiento' [que] se erige sabre conccptos que p ertene
ccn tam bien a Ia sociedad y cultura en estudio" (Strathern
1 987: 1 8 ) . Incluso si el investigador procedc del mundo
social de los sujetos, esto n o garantiza que iden tifiquc
las discontinuidacles entre Ia comprension incligcna ,. los
conceptos analfticos, ni que adopte l os gcneros culturales
apropiaclos para in terprctarla.
El segundo cuestionamicn to con cicrnc a l os sistemas clc
clasificacion cle lo propio y lo cxu·anjcro en cacla socicdacl.
Los mas habituates son los que remitcn a Ia raza, referida
a rasgos fenotipicos y hercclitarios; Ia ctnia, como pertc
nen cia a una unidacl cui tural; v Ia n acionalidacl, o afilia
ci6n a un Estado nacional. La relcvancia cle estos tcnninos
clepcnde del con texto y Ia cxpcriencia de los sectores so
ciales en estudio. No es Io m ismo tener tcz morena en Ia
Repiiblica cle Suclafrica que en cl Brasil, ni ser o parccer
juclfo en Ia Alcmania clc 1 930 que en Ia Aleman ia actual.
El incidente que prescntamos aqui muestra hasta que
pun to las clasificacioncs que se aplican a! investigaclor son
propias cle cacla contcxto. Que yo fucra una argen tina rcs
catanclo Ia memoria de Malvinas n o me hacfa mas accp
table, a! menos no para Carlos y su nHucr, que me iden ti
ficaban con un servire cle in teligencia. Pero esa afiliacion
no me remitfa a Ia CIA ni a! ?\Iossad ni a Ia KGB, sino a
1 24
pren derm e de esta logica acusatoria C�por que creen que
soy servicio si n o lo soy?) y preguntanne algo impensable
para mis compatriotas: (por que, despues de todo, es tan
abominable trabajar para un servicio de inteligencia del
Estado propio? (Por que un empleado estatal, incluso uno
de Ia SIDE, n o puede conmemorar el 2 de abril de 1 982?15
En tod o caso, a! distanciarme de mi propio sentido com tin
como argentina, pude advertir que en este pafs, constitui
do a Ia luz de Ia nacionalidad por con tra to ciudadano pero
con extensos perfodos de persecucion polftica, ser asigna
do a! Estado implica, para Ia mayorfa de los argentinas, ser
identificado, mas que como extranjero, como enemigo.
M i posicion de presunto espfa de mis connacion ales me
ubicaba en el polo de Ia antinacion, indepen dien temente
de mis explicaciones y buenas intenciones.
1 25
como vfctimas y, tam bien, como victimarios. Fue necesario
contar con c6digos de etica antropol6gica en las distintas
comunidades academicas, para sistematizar !a postura de
sus miembros ante una realidad compleja, problematica y
cambiante. El hecho de que estos c6digos n o hayan cerra
do el debate acerca de si, aun con fines humanitarios, se si
gue sosteniendo !a concepcion occidental e individualista
de la "persona" (Fluehr-Lobban, 1 99 1 ; Huizer y Manheim,
1 979; Wilson, 1 993) , pone en evidencia !a contradictoria
realidad, (mica y plural, en !a que se ha desarrollado el
trabajo de campo etnografico.
126
7 . E l m etoda etnog rafi c o
e n e l texto
1 27
especial clescle !a tc o ria fo ucaul tiana, !a critica l i t c raria y
l as tcorias fe ministas- c mp c zaron a plan tcarse Ia a c ti\·a
intervcncion del a u tor en Ia clescri pci{m p rc su n tam e n t e
objetiva, i mp erso n al, cle lo aprc n cl i cl o en cl campo, como
un ejerc i c io de pocler rctorico y de c o n stru c ci {m clc !a au
toriclacl etnografica ( Crapanzan o , 1 9 77; Clifiorcl, 1 983;
C lifio rcl y Marcus, 1 98(i; i\larcus y Fisch er, 1 9 86: � � ) .
Esta crftica sc funclaha en cl postulaclo, cohcrente en
parte con el concepto c l c rdlcxividacl, de que !a realidad
se constituye a partir de los discursos y los conocimicntos
sobre ella, esto es, dcsdc el lcngu<0e. Asf, el cmografo puc
de constituir mundos a partir de sus descripcioncs (Van
Maanen, 1 9 95: 14; Atkinson, 1 990) . El podcr del autor ra
clica en producir relatos sobrc unidacles c ulturalcs, que
ocultan cl proceso de su propi a producci6n .
Tal es el cas o de las etnografias "realistas", como puede
calificarse, seg(m estos criti cos, a !a mayorfa de l as etnogra
fias u·adicionales. El realismo etnogrMico es una forma de
escribir que busca representar !a realidad de un munclo o
forma de vicla (Marcus y Fischer, 1 986: �3) . Estc tipo de
etnografla se sostienc sobrc !a ilusion empirista de que !a
naturaleza no mcdiacla c l e los datos obtcnidos en tcrreno, a
u·aves del ocultamiento de !a presencia del autor en cl tcxto
y del investigador en cl campo, suprime la perspcc tiva del
individuo proveniente de una cultura en favor de un tipifi
cado pun to de vista nativo, y ubica a !a cultura estudiada en
un presente etnografico atempora!. La etnografia realista
silencia su contexto de produccion y subraya su lcgitimiclad
en !a pretendida fusion entre realidad cmpirica, trabajo de
campo y representacion textual, fusion vehiculada por !a
presencia directa del au tor en !a concepcion de !a investiga
cion, en el campo y en !a redaccion (Van Maanen, 1 995: 7) .
1 28
tan solo como alguien que lo conocio de primera
mano puede hacerlo, constituyenclo asf un fuene
lazo en tre Ia escritura etnogr�'tfica y cl trab�jo de
campo ( Marcus y Fischer, 1 996: 23, t. n.) .
1 29
en efecto, exitosa -ajuzgar por Ia con tin uidacl de Ia prod uc
cion etnografica durante un siglo-, .:acaso radica so lam en te
en su s figuras retoricas? Poclrlamos en tonces complcmen
t.'l. r este en fo qu e mediante una i n clagacion d e los modos
textuales con que los c tn ografos han cscrito sus cl escr ip
"
1 30
nes de sociedac!es geo graiic a , cul tural u organ izacion al
m c n tc similares; comparando una etn ografia c o n o tros
1 31
A cada uno de estos dominios se accede, p ri n cipal p ero
no exclusivamen te, por canales clistin tos. En el caso de los
moclos de p ensamiento priman las en trevistas, en el cle los
m o clos de accion prima Ia obserYacion parti cipante. Sin
embargo, como vimos, unos y otros constituyen un acce
so c omplemen tario y no excluyente a Ia realidad social.
D e todas man eras, convien e distinguir los tipos d e argu
men tos a los que cada uno cia Iugar, pues los problemas
de i n terpretacion surgen cuando un dato pertenecien te
a un nivel se usa para hacer afirmaciones acerca del otro.
N ormalmente, los antropologos usan datos verbales para
hacer afirmaciones acerca de modos de p ensamiento , y
. n o-,·erbales para hablar cle modos de acci6n (Jacobson,
1 99 1 : 1 1- 1 2 ) . Cuanclo una histori a de vida o una en trevista
sobre h echos del pasado se utilizan para dar cuenta del
pasado "tal como fue", se estan confundiendo los niveles.
Y cuando se infieren de una practica los sentidos que sus
actores Ie asignan, se incurre en el mismo error.
La evidencia de los moclos de pensamien to es predo
minantemente Iingtilstica: Ia terminologfa nativa funcio
n a como evidencia de los con ceptos de los nativos que el
etnografo explica y u·aduce. Su inclusion en el texto n o es
caprichosa sino que permite dar cuenta de las d eman das
sobre categorfas culturales. Asimismo , pueden u tilizarse
o bj etos -banderas, senales, unifonnes- cuyo sen tido n o es
obvio. La evidencia de los modos de accion se desprende
de Ia conducta, resumida frecuentemente en censos y es
tadfsticas que presentan acciones agrupadas por frecuen
cia y distribucion. Tam bien se recurre a casos particulares,
median te la observaci6n de individuos que in teract(lan
en una situacion especffica. D esde Iuego, el estudio de las
conductas no puede ser inclependiente de las nociones
que los actores utilizan para darles sentido.
Los clos niveles de analisis no estan en relaci6n de eq ui
valencia. La evidencia Yerbal remite a Io que a Ia gente le
gustarfa hacer, o piensa que serla bueno o conYeniente, o
1 32
espera que se haga. Pero hay una gran cliscrepancia e n tre
el plano ideal y el real , y l a vida social pin tad a des de uno
u o tro fmgulo varia diametralmente . As!, el lector de la e t
nografia debe con u·astar el tipo de demandas-tesis que el
autor propon e con l as evidencias que ofrece para susten
tarlas, para asegurarse de que el tipo de cviclencia provista
sea el apropiado al tipo de ascveracion que haec o a la
conclusion que extrae. La presentacion de datos verbalcs
es irrelevantc para una conclusion sabre las conductas (Ja
cobson, 1 99 1 : 1 6-7) .
1 33
sistematicidad del proceso cle investigacion (Agar, 1 98 0 ;
Bernard, 1 988; Bulm er, 1 982; Burgess, 1 982 y 1 9 84; Crane
y Angrosino, 1 99 2 ; Ellen, 1 9 84; Hammersley y Atkinson,
1 983; Pelto y Pel to, 1 970 ) . Sin embargo, con raras excep
ciones, estos man u ales no solo escindfan el m ctodo clel
objeto de conocimiento, sino que ademas imponfan cierta
homogeneidad y extrema coh eren cia al campo. El inves
tigador mismo quedaba consolidaclo como una persona
masculina, adulta y blanca/occidental con Ia cual se po
pulariz6 el trab�o de campo. Es decir, un man ual servia
tanto para mujeres como para hombres, para j6venes y
para mayores, para nativos y para extranjeros, pero estaba
concebido y redactado por un (mico tipo de agentc.
Desde Ia dccada de 1 960, las experiencias autobiografi
cas de campo se impusieron como un gencro en s! mismo,
pero aun escindido del texto principal, "Ia etn ografla".
Allf, los autores describfan las condiciones de su trab�jo
en terreno, las dificultades de acceso, las sospcchas de los
pobladores , Ia eleccion de un Iugar de residencia, l os me
todos que aplicaban , los fracasos y los logros , y ta:mbicn
el cierre de Ia investigacion y Ia partida del Iugar (Bowe n ,
1 964;]. Briggs, 1 9 70; Golde, 1 970; Freilich, 1 970) .
En los aii.os ochenta comenzaron a aparecer las autobio
grafias reilexivas de campo, que, sin formar parte a(m del
texto principal, problematizaban cuestiones relativas a Ia
autoridad etnografica, como Ia superioridad del investiga
dor en medios c olonialcs y extracoloniales ( Crapanzano,
1 980; Dwyer, 1 982; Rabin ow, 1 977; Stoller y Olkes, 1 987) .
El llamado posmoderno a Ia reflexividad forzo al etnografo
a someter a crftica su propia posicion en el texto y en su des
cripcion del pueblo en estudio, al poner en evidencia que
lo que estamos capacitados para ver en l os demas depende
en buena medida de lo que esta en nosotros mismos. Para
James ClifTord, entre otros, Ia reflexividad es no solo un ins
trumento de conocimiento, sino tambien de compensacio n
de las asimetrfas entre Occidente y el O tro , entre el investi-
1 34
gador y los st0etos que investiga. Pero esta ref1exividad ocu
tTe, de acuerdo con este au tor, a! niYel de Ia pn1ctica textual,
pues cliscute problemas de representaci6n en !a escritura.
Si, como propone Clifford, cl conocimien to debe plan tear
se dial6gicam ente, vale clecir, en pennanente negociaci6n
en el marco de una pluralidad de \'oces, Ia cultura habrfa
dejado de ser un hecho dado y exterior, para reconocerse
como !a resultan te cle un proceso in tersubjetivo que es a Ia
vez convergen te, divergen te y paralelo. El hecho de que tan
to st0etos como investigadores puedan ahora ser coautores
(por ejemplo, Bahr et al., 1 974) tiene importantes conse
cuencias, porque a! perder "el estatus de st0eto cognoscente
privilegiaclo, el antropologo es igualado a! nativo y tiene que
hablar sobre lo que los iguala: sus experiencias coticlianas"
(Pires do Rio Caldeira, 1 988: 142, t. n . ) . En !a mayorfa de
las investigaciones antropologicas, esas experiencias suce
den en el campo. El etnografo solo es dueito de sus pro
pias vivencias e in terpretaciones que ya no aspiran, como
supuestamen te sucedfa an tes, a represen tar totalizadora y
congruentemente a! Otro (Hasu·up y Hervik, 1 994) .
Ello explicarfa por que algunos autores transcriben in
extenso sus recuerdos y viYencias, sus dialogos y anecdo tas.
Pero, a diferencia de lo que sucedfa en Ia decada de l os se
senta, el enfasis se ha desplazado clesde el campo empfrico
a! analisis y a! ensayo textual (aunque no n ecesariamente
a Ia teorfa antropologica) y, paralelamente, a !a utilizacion
de Ia crftica l iteraria como vehfculo privilegiado para ana
lizar cuestiones que se vin cularfan mas con el campo d e
I a retorica q u e c o n el trab;Uo empfrico . 16 L a exp erien cia
en terreno entra en el debate acerca de Ia representacion
del trabajo de campo como un arclid persuasivo que bus
ca imponer !a autenticidad cle Ia descripcion e tnografica
y Ia autoridad del investigador sobre dicha dcscripci o n .
En tre tan to , !a discusion sobre como el trab;Uo empfrico
incicle, moclela y condiciona Ia obra ctnografica ha sido
nuevamente rclegada y subordinacla, esta vez a !a presen-
1 35
cia narrativa del autor. Las expcriencias de campo con
tinuan estancia textualmente segregaclas en un vol umen
o secci6n de Ia obra etnografica principal (por cjcmplo,
Rabinow, 1 977) , en tcrminos de confron taci6n dial6gica
entre el Yo ( Selj) y el O tro ( Other) (Dwyer, 1 982) ,17 en clave
hermeneutica, donde se comprende a! Yo a t.raves de Ia
comprensi6n del O tro ( Rabinow, 1 977) , I H o en Ia hetero
glosia propia de Ia plurivocalidacl de los mundos sociales
( Clifford [ 1 983] , 1 99 1 ) .
Conviene, sin embargo, tener en cuenta que escribir so
bre Ia escritura no es lo mismo que ocuparse del tema de
Ia escritura o de Ia histmia de Ia escritura sobre un tema
en particular. Sostener que el estilo ejerce cierta coercion
sobre el lector o es restrictivo para el autor nos obliga a
examinar en profundidad las consideraciones que han
infonnado a lectores y escritores hist6ricamente situados,
quienes tuvieron particulares razones para leer y escribir.
Los escritores y lectorcs son entidades complejas y agentes
hist6ricamente especificos. No reconocer esto es inventar
agentes transtemporales que escriben y que leen (Farclon,
1 990: 1 9-20) .
Y pese a todo, estas reflcxiones acerca de como plasmar
a! O tro por escrito denuncian una diferencia crucial e ino
cultablc con el trabajo de campo y Ia escritura en tiempos
de Malinowski: hoy los natims sf leen aquello que se escri
be sobre ellos, y frecuentemente ponen en tela de juicio
las conclusiones "autorizadas" de los etn6grafos (Bretell,
1996) . En este punto, Ia globalizaci6n, en especial gracias
a Internet, es tan ostensible que, aunque no lleguc a re
vertir las asimetrfas socialcs, culturales y polfticas, alcanza
a poner en contacto a las m l"l ltiples fuentes de sabcres que
produce el genera h umano en sus mas variadas fm·mas.
Quizas sea esta, en fin, Ia raz6n practica para seguir hacien
da etnografia: someter nucstras elucubraciones cpistem o
etno-centricas al dialogo con las urgencias, las historias y
las vidas de los nativos de cualquier pun to del planeta.
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N otas
lntroduccion
1 37
Gran Bretaiia, el trabajo de campo y Ia organizacion etnolo
gica del imperial Bureau of Ethnology ( 1 890) eran empresas
semiprivadas. Las materias universitarias se establecieron
hacia 1 900 con el fin de superar Ia division entre experto y
recolector, y profesionalizar los estudios antropologicos y
etnologicos. A diferencia de los padres de Ia etnologia, que
recorrian el mundo desde sus mullidos sillones (actitud que
les valdria el apodo de armchair anthropologists o "amropo
logos de sillon"), estos profesores provenian de las ciencias
naturales (Urry, 1 984; Stocking, 1 983).
4 Los aportes de Radcliffe-Brown continuaron Ia linea mar
cada por Rivers, con el enfasis en las genealogias y en los
sistemas de clasificacion del parentesco. Pero su modelo
siguio siendo el "trabajo de campo de Ia baranda", esto es,
en Ia galeria de las viviendas coloniales. En 1 9 1 0 viajo a
Australia para trabajar con los abcrfgenes. Despues de que
una partida policial interrumpiera sus trabajos, Radcliffe
Brown se dirigio a Ia isla Bermer, para trabajar en un
hospital con los aborigenes internados por enfermedades
venereas. Los aborigenes -los internados y los prisioneros
se transformaron en informantes a quienes se interrogaba
sabre su sistema de matrimonio (Stccking, 1 983).
5 Antes de llegar a Londres, Malinowski paso una temporada
en Leipzig, donde conocio, entre otros, a Wilhelm Wundt y
su teoria de Ia psicologfa colectiva, que resulto crucial a Ia
hora de definir su metodologia teorica y de campo (vease
Durham, 1 978).
6 Teoricamente, Malinowski nunca dejo de ser funcionalista, pero
su antropologia era una antropologia de "salvataje", como Ia
que se realizaba en Melanesia y el Pacifico. Solo hacia el final de
su carrera dejo de adherir a este modelo cuando, de Ia mano
de sus alumnos, penetro en Ia realidad africana. El cambia de
area de interes antropol6gico de Oceania a Africa es paralelo
al acceso de los antropologos a las sociedades complejas en
proceso de cambia (Stocking, 1 983 y 1 984).
7 Verandah es lo que en castellano llamamos "galerfa" o
"balcon". Se refiere al espacio tech ado propio de construc
ciones en zonas tropicales y lluviosas que circunda las casas
o precede su !rente, y que se encuentra, como el ingreso a
Ia vivienda, al menos Ires escalones por encima del nivel del
suelo. La galerfa es un espacio que utilizan las familias para
su esparcimiento, a resguardo de Ia lluvia o del intenso sol.
1 38
8 La influencia britanica se hizo senrir con Ia visita de Radc!if.e
Brown en 1 93 1 y de Malinowski durante Ia Segunda Guerra,
ademas del intercambio de alumnos norteamericanos como
Hortense Powdermaker, doctorada en Londres con Mali
nowski, o Lloyd Warner, autor de Yankee City, cuyo trabajo
de campo con aborfgenes australianos fue dirigido por
Radcliffe-Brown.
3. La observaci6n participante
6. El investigador en el campo
1 39
objetos tanto animados como inanimados. Se relacior:a con
Ia noci6n de persona cuando se apela a! respe:o por ella o a Ia
dignidad en tanto que individuo, en un sentido impreso per Ia
filosoffa liberal europea occidental. Por otra parte, Ia noci6n
de identidad suele entenderse como un conjunto relativa
mente estable de rasgos distintivos, mediante los cuales
puede reconocerse a un individuo o grupo de individuos a
Jo largo de una trayectoria. Estos rasgos son esencialmente
configuraciones socioculturales instauradas desoe el pasado,
instituidas y disponibles como procedimier:tcs de di�eren
ciaci6n. La invocaci6n de Ia identidad activa las categorias y
atributos por medio de los cuales los individuos o grupos se
tornan reconocibles. Por eso su localizaci6n es generalmente
publica y en Ia interacci6n. La noci6n de caracter tiene mas
relaci6n con Ia personalidad. Pero tambien puede utilizarse
con el sentido de "personaje", en referenda a a'guien "pinto
resco", o para quienes reivindican algun tipo de unicidad o
excepcionalidad. El self o "si mismo" es Ia reificaci6n de una
entidad separada al nivel interno del individuo. Los self no
son entidades visibles sino abstractas, que se supone ocul
tas en el individuo. Las ciencias sociales suelen opener self a
sociedad, o a conceptos como el "Mi", etc. La persona, por
ultimo, constituye una asignaci6n de Ia individualidad a un
marco moral e institucional. La persona tiene una posicion
legal y de estatus, y se relaciona con Ia dignidad, Ia deferen
cia, el respeto y las formas de trato. En este sentido, se dife
rencia de aquellos que moralmente carecen de humanidad,
como los desviados, los locos o los viejos, y frecuentemente
las mujeres y los nirios (Whittacker, 1 992: 1 98-200).
1 5 Entonces recorde Ia participaci6n de notorios antrop61ogos
nortearnericanos (Mead y Benedict, entre otros), que funcio
naron como asesores de su gobierno para contribuir al !rente
aliado antinazi durante Ia Segunda Guerra Mundial (Goldman
y Neiburg, 1 998; Wakin, 1 992).
1 40
Clifford (1 983); o "Comprenciiendo los texws e;nograficos" (Un
derstanding Ethnographic Texts) de P. Atki nson (1 992), en:re
muchos otros.
1 7 Dwyer (1 982) seriala que Ia in:eraccicn debe ser transcripta
literalmente para no distorsionar Ia palabra del Otro mediante
las composiciones realizadas por el Yo. Per eso recurre a Ia
presentaci6n textual de sus dialogos ccn el faquir marroqui, a
Ia vez que evita incluir fragmentos que su infcrmante cor:sidera
inconvenientes.
1 8 Rabinow (1 977) configura su realidad de campo en un
mundo autocontenido y tota!izador, encarnado en diversos
personajes que, a lo largo del libro, reproducen el trayecto de
Ia menor a Ia mayor proximidad del investigador a Ia cultura
local. Ese trayecto tiene por finalidad duplicar el hipotetico
camino que el investigador recorre desde Ia periferia hasta el
coraz6n de Ia cultura.
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