Gilberto Valdez-Cultura y Diversidad-Ed - CCC
Gilberto Valdez-Cultura y Diversidad-Ed - CCC
Gilberto Valdez-Cultura y Diversidad-Ed - CCC
1
Crescenciano Grave, «El conflicto trágico en la estética de Hegel», en: Ideas y valores No. 133, Bogotá, abril de
2007, p. 58.
sólo queda una reflexión filosófica sobre la historia y el significado del arte que
ya se ha cristalizado como forma más alta de la expresión de la verdad.»2
El camino ascencional va de la intuición del Arte a la representación imaginativa o
simbólica de lo absoluto en la religión, más solo con la filosofía el Espíritu alcanza el
Saber Absoluto y la Autoconciencia. De ahí la muerte o transfiguración del Arte que
tantas controversias, versiones explicativas y posicionamientos epistemológicos ha
generado a partir de las deducciones de Arthur Danto y la filosofía analítica en el arte.
Luego de su portentosa construcción dialéctica especulativa, Hegel deja a sus
continuadores el trágico dilema de hallar una explicación a la quiebra que desde
entonces asalta de manera dramática a los artistas, estetas y filósofos del arte: ¿Qué
hacer para reconciliar en el Arte la separación entra la vida mundana, concreta, sensible,
empírica y la aspiración a lo absoluto, las esencias, los valores de esa vida?
El desgarramiento, la escisión entre la vida individual y la genérica ocupará una
preocupación epistemológica central en el joven Marx, base de su teoría de la
enajenación. Múltiples intentos de restablecer nexos entre ambas y de exigir al Arte esa
conciliación perdida —desde que Baudelaire desalojó el panteón de dioses, héroes y
heroínas de la poesía moderna para que brotaran sus flores del mal, y desde que Marx
revelara el secreto de la sagrada familia en las propias contradicciones de la familia
terrenal consigo misma— proliferan entre los teóricos del arte durante el siglo XX.
Resulta interesante lo que Marc Jiménez llama, metodológicamente, el giro político de
la estética en el siglo XX, protagonizado por figuras con visiones tan diferentes y a la
vez asociadas por una preocupación común sobre el destino de la civilización y la
cultura occidental, como Gyorgy Lukács, Martin Heidegger, Walter Benjamin, Hebert
Marcuse, Theodor W. Adorno y otros autores provenientes de la fenomenología y el
existencialismo.
En su ¿Qué es la estética?, Jiménez señala:
«El entusiasmo y el optimismo en los que se bañaba la burguesía antes de la
catástrofe han cedido el lugar a la inquietud por el presente y la angustia por el
porvenir… Ese diagnóstico amargo y desencantado sobre el estado del mundo
acarrea por lo menos dos consecuencias. Por una parte, incita a algunos
pensadores a adherirse a teorías que devuelven la esperanza al individuo llevado
a la perdición y prometen un destino mejor para la colectividad: Heidegger ve en
2
Esteban Gerardo, «Arte y filosofía en Hegel», en: Diaporías, Revista de ciencias sociales, No. 5, Buenos Aires,
noviembre 1995, p. 13.
la ‘grandeza’ interior del movimiento nacional socialista una posibilidad de
salvación para el pueblo alemán, mientras que, para Lukács, sólo la filosofía
marxista de la historia determina un destino posible para la humanidad; Ernst
Bloch confía en que el comunismo pueda permitir la concreción de las
esperanzas utópicas contenidas en el arte; en cuanto a Benjamin, Marcuse y
Adorno, influidos por el concepto marxista de la historia, pero violentamente
hostiles al marxismo dogmático, al igual que a sus realizaciones históricas y
políticas, esperan, sin creer en ello demasiado, una conmoción de las estructuras
de la sociedad capitalista capaz de poner término a la alienación de las formas de
vida contemporáneas.»3
La idealización neorromántica del pasado heroico y las tradiciones nacionales y el
habitar poético en el mundo como alternativa a la decadencia de los valores de la
cultura moderna en Heidegger; la búsqueda de un nuevo proyecto creativo que permita
reconciliar la totalidad perdida y la coherencia formal en el mundo moderno (la nueva
novela realista) de Lukács; la inquietud por la pérdida del aura y la atrofia de la
experiencia por el imperio creciente de la reproductibilidad técnica y las imágenes
mediáticas que denuncia Benjamin como pionero; la crítica radical a la sociedad
unidimensional y su capacidad para absolver y mediatizar la protesta del arte, al hacerlo
funcional a la dominación, de Marcuse; la estética «negativa» de Adorno y sus estudios
críticos sobre las consecuencias de la homogenización de la industria cultural; son
algunas de las salidas que ofrece el llamado giro político de la estética al que hacemos
referencia.4
El historicismo de inspiración idealista o marxista que subyace en el fondo de estas
concepciones, pese a sus indudables aportes, no logró subvertir aquella visión lineal y
homegeneizante de la historia de la que el propio Marx se desentendió con prontitud, al
negarse a formular una «anticipación dogmática» del mundo, ya que para él «la
construcción del futuro y la invención de una fórmula permanentemente actual no es
obligación nuestra».5
Hoy ese proyecto utópico de la reconciliación de lo absoluto y lo contingente por el arte
ha desaparecido. «No existe este mundo y el otro. El artista no puede seguir
reivindicando habitar una esfera autónoma, un dominio separado. Ni siquiera para
3
Marc Jiménez, ¿Qué es la estética?, Idea Books, Barcelona, 1999, pp. 231-232.
4
Cf. Marc Jiménez, ¿Qué es la estética? Ob. Cit.
5
Carlos Marx, Los anales franco-alemanes, Ediciones Martínez Roca, Barcelona, 1970, p. 67.
argumentar la operación ‘superadora’ de su estatuto escindido.»6 O para decirlo con las
palabras de Paul Eluard que presiden este artículo: No hay otros mundos, todos los
otros mundos están en este.
6
José Luis Brea, El tercer umbral. Estatuto de las prácticas artísticas en la era del capitalismo cultural, CENDEAC,
Murcia, España, 2003, p. 122.
7
Mayra Sánchez Medina, «Lo estético y lo artístico. Un acercamiento a la caracterización de las relaciones estéticas»,
Estética. Enfoque Actuales, Editorial Félix Varela, 2005, p. 123.
vivos. En este sentido, tal disposición sensible, generadora de la dimensión
estética, se instala en la base de la posibilidad del arte, y no al contrario.»8
Esta inversión permite, en primer lugar, legitimar desde un punto de vista teórico el
estatuto filosófico de la estética, al superar la tradicional reducción de su objeto a la
belleza, superar el paradigma artístico de lo estético —esto es: pensar las relaciones
estéticas más allá del arte, aunque comprendiéndolo— y distinguiendo el saber estético
del de la filosofía y la historia del arte. En otras palabras, precisado el ámbito de la
indagación estética en el sentido antes apuntado por Sánchez Medina, no reducido a la
significación de las relaciones artísticas, queda legitimado el lugar insustituible de la
teoría, la historia y la crítica del arte y sus múltiples estrategias y procedimientos
específicos de investigación. Ello no implica, por supuesto, desterrar al arte de los
dominios reflexivos de la estética.
Desde esa ampliación de la noción de lo estético en tanto canal comunicativo, del que el
arte es una referencia, mas no la única ni la primaria, se produce también un vuelco en
la llamada educación estética, ya que desde
«la visión tradicional, lamentablemente dominante, se presenta la personalidad
estética sólo como aspiración; en sentido modélico, como excepcionalidad,
como producto aséptico, idealizado. Se han confundido las proyecciones del
ideal estético —afirma la autora—, de los paradigmas socialmente aceptados,
con la disposición natural de los seres humanos a comunicarnos desde la
sensibilidad y de ser portadores, cada uno de nosotros, de nuestra propia
personalidad estética. Entonces, la personalidad estética no es sólo la meta a
lograr: es punto de partida, objeto y fin del trabajo estético educativo».9
En esa visión educativa amplia, social-humana, no pueden desecharse las
«manifestaciones asociadas a lo marginal, lo vulgar, lo cotidiano, que por otra parte,
tienen que ver con el individuo real, el conjunto de sus relaciones esenciales, sus gustos
y preferencias, sus aspiraciones y necesidades materiales y espirituales».10 Aparece así
la posibilidad de una educación de la sensibilidad que no contrapone cotidianidad a
trascendencia, que no impone un ideal inalcanzable al sujeto, sino que lo prepara de
manera participativa para co-construir sus propios canales estéticos, su propia
8
Ibídem, p. 124.
9
Mayra Sánchez Medina, «Los impactos invisibles. La teoría de la Educación estética hoy», en Estética. Enfoque
Actuales, Félix Varela, La Habana, 2005, p. 168.
10
Ibídem, p. 168.
subjetividad, hacerse responsable de su proyección en consonancia con la comunidad y
la época.
Por otra parte, tal concepción favorece el entendimiento de un fenómeno tan
controvertido como la estetización de la vida, signo de la cultura y la sociedad
contemporáneas, sin reducirla al embellecimiento u otros aspectos superficiales o
externos. A su criterio,
«la palabra de orden en la estetización puede ser visibilidad, entendida en su
sentido lato como la actividad fundamental en que se ha centrado ‘el mundo
como imagen’, o en un sentido metafórico, que abarca la emersión al escenario
público a partir de la masmediatización tecnológica, de modos sub-culturales
antes ‘ocultos’. Una visibilidad plural que se abre hacia la diferencia
multicultural, pero que para nada quiere decir que se ha democratizado
realmente la escena cultural del mundo.»11
Esta perspectiva supone un cambio sustantivo de mirada que contradice la cultura
estética y artística que tenemos introyectada. Hay múltiples aristas para debatir. Una de
ellas es la aparente regresión al punto de vista estético de Kant en detrimento de sus
continuadores dentro de la filosofía clásica alemana, en especial Hegel. Mas no se trata,
a mi juicio, de un retorno al kantismo, sino de una interpretación de raigambre
materialista marxista que parte de hacer visible la universalidad y pluralidad de la praxis
cotidiana, que desmistifica las bases conceptuales e ideológicas de la autonomía del arte
occidental y restituye las llamadas epistemologías de la contextualidad en el análisis
estético. Adoptando el enfoque comunicacional, Sánchez Medina reconoce su deuda
con la estética de lo cotidiano de una autora como la mexicana Katia Mandoki, 12 cuya
«visión del intercambio estético intersubjetivo devela un acontecer ignorado y
subestimado por la teoría estética, una de las vías de interacción más potentes y,
sorprendentemente, más ignoradas por el propio hombre».13
¿Existe o no el peligro de que la diversidad de epistemes estéticos devenga sucedáneo a
la carencia de criterios universalizadores de «detección» del arte? ¿Cómo evitar el
relativismo radical que borra las fronteras entre arte y vida cotidiana? De asumir hoy
criterios universalizadores sobre el arte, ¿cuáles serían los límites y las posibilidades
11
Mayra Sánchez Medina, La estetización del mundo actual y sus implicaciones estético filosóficas, Tesis en opción al
grado científico de doctor en ciencias filosóficas, Fondos Instituto de Filosofía, La Habana, 2004, p. 176.
12
Nos referimos específicamente al texto Prosaica. Introducción a la Estética de lo cotidiano, Grijalbo,
Interdisciplinaria, México, 1994.
13
Mayra Sánchez Medina, «La estetización difusa o la difusa estetización del mundo actual», en: Estética. Enfoque
Actuales, Félix Varela, La Habana, 2005, pp. 244-245.
heurísticas de esa teorización?, ¿cómo impedir la repetición de aquel infinito malo que
mencionaba Hegel, hipóstasis de una visión particular ontologizada como valor
absoluto? ¿Cómo enfocar el ya mencionado problema del «fin del arte» desde el
pluralismo estético-cultural? En este tema, José Ramón Fabelo Corzo se pregunta:
«¿Por qué no pensar en una ampliación del concepto de arte y no en su final? ¿Por qué
no intentar flexibilizar el relato o reconocer que de hecho se necesita uno nuevo,
distinto, abierto, plural, acorde a lo que el propio Danto exige de manera legítima, en
lugar de clausurar todo intento de aprehensión teórica de lo que el arte es? En resumen,
¿no resultaría más plausible ampliar el concepto y no clausurar el arte?».14
«Ciertamente —arguye este autor—, la propia praxis artística nos obliga hoy a
admitir la inoperancia de un único relato excluyente. Pero ¿es lo mismo el
pluralismo, si se quiere radical —como Danto lo califica—, que el relativismo
del ‘todo vale’? ¿Por qué se asume como la alternativa a la unilateralidad la
totalidad indiferenciada y no una multilateralidad, todo lo amplia que se quiera,
pero al mismo tiempo necesariamente finita, como lo exige el uso de un
concepto —el arte— que sigue siendo necesario desde el punto de vista de la
praxis social?»15
Coincidimos con la reflexión de Fabelo Corzo cuando insiste en que, «en lugar de
afirmar el fin del arte, ¿no sería mejor atender a los cambios en el contenido de este
concepto, a las variaciones de su intención y de su extensión, a lo que hoy denota y
connota?»16 También con autores como Rubén de Ventós17 que, ante los procesos de
desdefiniciones de lo artístico y la ampliación de sus fronteras, siguen apostando por
una especie de trascendencia —sin la connotación áurea del término— de objetos,
fenómenos, procesos, actitudes, acciones, gestos y movimientos que, en determinados
contextos intencionados, trascienden la convencionalidad cotidiana y devienen arte,
siempre que varíen las condiciones de existencia funcional o habitual de los mismos. Lo
que seguirá exigiendo, aunque se modifiquen y amplíen las coordenadas del análisis, un
esfuerzo cognitivo especial para tales expresiones.
Una visión original sobre este tema nos la ofrece Gerardo de la Fuente Lora, al recordar
que aún en esta época presuntamente posartística y posestética,
14
José Ramón Fabelo Corzo, Sobre el decretado «fin del arte» de Danto, Facultad de Filosofía y Letras de la Benemérita
Universidad Autónoma de Puebla, 2007. p. 3.
15
Ibídem, p. 5.
16
Ibídem, p. 7.
17
Cf. Natividad Norma Medero Hernández: «Actualidad en el arte. Análisis epistemológico», Fondo Instituto de
Filosofía, La Habana.
«tenemos la posibilidad de optar por la estética y el arte, hemos alcanzado la
potencialidad de elegirlos, contamos con la suerte infinita de no tenerlos ya
como una constante humana o un imperativo moderno; podemos tomarlos
también sin escatología, sin esperas trascendentes de salvación. Menos y más
que eso, podemos agruparnos como los amantes de la belleza sensible y sus
aporías, y dedicarnos a leer así todas las producciones que nos encontremos,
poco importa que a tales productos nuestros afanes esteticistas no les importen.
Y nos es dado hacer, por qué no, una política de las imágenes cuya finalidad sea
la comunidad y el erotismo. Como en los tiempos del arte.»18
Nuevos contextos a partir de los años setenta y ochenta harán que aquellas
preocupaciones del giro político de las primeras décadas del XX cedan ante lo que Marc
Jiménez llama el giro cultural de la estética. La reacción cultural tuvo como rasgo
común el abandono de la visión mesiánica del Arte —con mayúscula—, aun la de
aquellos representantes más iconoclastas de las vanguardias de entre guerra. No es que
el arte haya perdido ninguna de las funciones simbólicas, heurísticas, formales,
comunicativas que le han sido conferidas a lo largo de su historia, sino que en esta
reacción cultural ha dejado de estar sobreexigido en términos políticos. No promete ya
el mejor ni el peor de los mundos. No es la tabla de salvación universal ante un mundo
descolorido, enajenado y enajenante. Ya no es posible que se erija en patrón
omnicomprensivo, por demás elitista, de la salvación o la condena de la especie. Pero
sigue estando ahí, en los peldaños de la experiencia social sensible y la imaginación
humanas, apegado a ellas y trascendiéndolas.
La dislocación espacial y temporal del arte actual, destacada por Paul Virilio, 19 la
porosidad de la frontera entre objetos, gestos, modos y actitudes que se mueven entre el
mundo empírico cotidiano y el mundo del arte, ha potenciado la creencia acerca de la
época posartística y posestética.
«No existen obras de arte —nos dice José Luis Brea en El tercer umbral—.
Existen un trabajo y unas prácticas que podemos denominar artísticas. Tienen
que ver con la producción significante, afectiva y cultural, y juegan papeles
específicos en relación a los sujetos de experiencia. Pero no tienen que ver con
18
Gerardo de la Fuente Lora, La Estética en una época postartística, Facultad de Filosofía y Letras de la Benemérita
Universidad Autónoma de Puebla, 2007, p. 5.
19
«Hemos pasado de la dislocación espacial —en el arte abstracto y el cubismo— hasta la dislocación temporal que
ahora está en curso. Esto representa la virtualización en su misma esencia: la virtualización de las acciones ‘mientras
suceden’ y no simplemente de lo que ya fue, recordando la idea de Barthes. No es la virtualización de la fotografía,
de la reproducción o del cine; no se produce ya en tiempo diferido, sino en tiempo real». Catherine David & Paul
Virilio: Alles Fertig: Se acabó (una conversación), meca., p. 1.
la producción de objetos particulares, sino únicamente con la impulsión pública
de ciertos efectos circulatorios: efectos de significado, efectos simbólicos,
efectos intensivos, afectivos.»20
«Cuando el consumo alcanza significado ‘simbólico’ —analiza Alicia Pino— y
traspasa la necesidad de satisfacer alguna aspiración humana legítima, una vida
con equidad y se convierte sólo en ansiedad de consumo como tendencia
(consumismo), estamos ante una nueva circunstancia, la cultura del consumo
que debe ser entendida como conjunto de imaginarios, signos y símbolos, mitos
que están determinados por las condiciones que la sociedad del mercado provee
a través de sus diversos mecanismos de publicidad y promoción.»21
Para José Luis Brea, en el llamado tercer umbral del «capitalismo cultural» la
producción y reproducción de simbolicidad es el nuevo gran motor generador de
riqueza. La megaindustria contemporánea de subjetividad y sus redes de distribución
transnacional han producido modos de sujeción nunca antes vistos:
«Pero las nuevas economías propias de las sociedades red no solo afectan a los
modos de producción y consumo de los objetos que las prácticas culturales
generan y distribuyen (digamos: de los objetos inmateriales) en su seno, sino
también, y quizás de manera aún más decisiva, a los propios sujetos, a los modos
en que en ellas se producen los efectos de subjetividad, de sujeción. En medio de
la crisis profunda de las Grandes Máquinas tradicionales productoras de
identidad, el conjunto de los dispositivos inductores de socialización —familia,
religión, etnia, escuela, patria, tradiciones…—, tiende cada vez más a perder su
papel en las sociedades occidentales avanzadas, declinando en su función. Sin
dudas el espectacular aumento en la movilidad social —geográfica, física; pero
también afectiva, cultural, de género e identidad, tanto como de estatus
económico y profesional— determina esa decadencia progresiva de máquinas en
última instancia territoriales. Pero lo que sobre todo decide su actual debacle es
la absorción generalizada de esa función instituyente por parte de las industrias
contemporáneas del imaginario colectivo (a la sazón cargadas con unos
potenciales de condicionamiento de los modos de vida poco menos que
absolutos). Una industria expandida —más bien una ‘constelación de
industrias’—, en las que se funden las de la comunicación, el espectáculo, el
20
José Luis Brea, Ob. Cit., p. 120.
21
Alicia Pino Rodríguez, «La cultura del consumo: problemas actuales», en: Estética. Enfoque Actuales, Félix
Varela, La Habana, 2005, p. 218.
ocio y el entretenimiento cultural, y en términos aún más generales, la totalidad
de las industrias de la experiencia y la representación de la propia vida, que toma
a su cargo la función contemporánea de producir al sujeto en los modos en que
éste se reconoce como un sí mismo en medio de sus semejantes, administrando
en esa relación sus efectos de diferencia e identidad».22
El impacto global de esas megaindustrias ha hecho de la enajenación mediático cultural
la norma de la vida contemporánea, al generar tensiones insolubles: alta concentración
de los medios como forma de dominio del capital sobre la sociedad; su conversión en
espacios de toma de decisiones políticas y de contrainsurgencia frente a las alternativas
y las resistencias populares que pongan en peligro su hegemonía; su papel como puerta
«estetizada» del mercado capitalista, antesala visual de la plusvalía, paralización del
pensamiento crítico a través de la velocidad de la imagen fragmentada y del simulacro
virtual, hiperrealista de las televisoras.
Una cadena de eufemismos posmodernos se ha esforzado por diluir y estetizar la dureza
creciente de las desigualdades. El campo económico y social del capital completa su
fortaleza con su conversión en capital simbólico. Mientras enfrentábamos su poder
visible con las armas de la crítica reflexivo-racional, sus tentáculos estetizados
contactaban con los subvalorados rincones del inconsciente social e individual de sus
víctimas, logrando incorporarlas, en no pocas ocasiones, al consenso de sus victimarios.
Ello se hace patente en el lenguaje cotidiano que, a juicio de Jean Robert, se transforma
hoy en subsistema del sistema capitalista. Los hábitos lingüísticos del sistema-mundo
internalizan la lógica del capital. La actual jerga económica, política, profesional,
carcelaria nos hace hablar capitalismo. Para el investigador suizo-mexicano, se hace
necesario confeccionar un Glosario del lenguaje capitalista para descapitalizar nuestras
mentes y sentimientos.23
24
Peter Sloterdijk, El palacio de cristal, Fondo Instituto de Filosofía, La Habana, meca, p. 13.
25
Ibídem, p. 14.
26
Ibídem, p.14.
27
Eduardo Galeano, Nosotros decimos no. Crónicas (1963-1988), Siglo XXI, Madrid, 1989, p. 362.
ecología de las producciones y distribuciones sociales y frente a la monocultura de lo
universal generalizable, la ecología de las transescalas de la diversidad.28
Muchas experiencias sociales en el Sur se encuentran subteorizadas, al no adecuarse a
los paradigmas académicos habituales y no encajar en el pensamiento dicotómico de las
alternativas colocadas de manera lineal. Ni aldeanismo epistemológico ni
cosmopolitismo eurocéntrico mimético. Las nuevas visiones cultural-civilizatorias se
fundamentan en el pensamiento crítico-propositivo construido desde las prácticas de
resistencia, lucha y creación alternativas, como saber ecologizado e integrador,
respondiendo a una lógica dialógica de complementariedad: «con todos y todas, en
cualquier lugar y en cualquier momento».
Una crítica al pensamiento binario sobre las alternativas encierra la noción de Alter-
Natos que propone Gustavo Castro:
«Pero cuando hablamos de la alternativa al Sistema Capitalista no nos referimos a
la única otra ‘alternativa’, como si solo hubiera que elegir entre dos cosas, entre el
Capitalismo o la otra cosa que no conocemos pero que a final de cuentas será otra
cosa hegemónica. Esto significa reducir a dos la realidad que es abierta y diversa.
No optamos por una hegemonía para abrazar otra que se imponga y domine a los
demás. Por ello la diferencia con otro pronombre, ‘alius’, que proviene también
del latín alius, alia, aliud, que significa otro, entre tres o más opciones o
posibilidades. Sin embargo, para algunos estudiosos del tema con el paso del
tiempo se borró la diferencia y se incluyó en alternativa la idea de opción entre
dos o más posibilidades. Y descubrimos que esto es el Alter, los Otros. Las
palabras alterado o inalterable, que significa que no es afectado por los hechos
externos; o altercado, e incluso enaltecido que significa magnificado o resaltado
por otros que no son él mismo, sugieren un movimiento de fuera hacia dentro. Por
ello insistimos en la perspectiva de adentro hacia fuera, el ‘Natos’. Se trata de
encontrar, lograr, potenciar, descubrir o crear ‘lo que se nace naturalmente’, de lo
que es suyo, propio, que ‘nace de la suidad’, ‘de la mismidad’. Que es propio de
un pueblo, de una cultura. Este es el ‘Natos’. Es lo otro que nace desde adentro. Es
esta unidad mundanal que nace de la unidad de suidades, de mismidades. Sólo la
diversidad genera unidad. Y sólo existe la unidad porque hay diversos.
28
Cf. Boaventura de Sousa Santos, Una epistemología del sur. La reinvención del conocimiento y la emancipación
social, CLACSO. Siglo XXI, DF., 2009. Un estudio revelador de esta perspectiva se halla en Antoni Jesús Aguiló
Bonet, La universidad y la globalización alternativa: justicia cognitiva, diversidad epistémica y democracia de
saberes, Publicación Electrónica de la Universidad Complutense | ISSN 1578-6730
Es por ello que la diversidad de culturas hace posible que en el Mundo haya Otros
Mundos propios, suyos, distintos al Sistema Capitalista. Por ello, Alter-Natos son
Otros Mundos, otros sistemas diversamente unidos. Por ello el movimiento social
no es uno, sino muchos, con una lucha anticapitalista local y con visión global
sistémica, pero en búsqueda y en experiencias reales aquí y ahora de cada vez
mayor plenitud humana.»29
Arrogarse la causa de la humanidad en general ha sido una fuente de errores y
distorsiones propias del imaginario occidental del que, en lo cultural, formamos parte.
Una exigencia prioritaria desde esa lógica ha sido mirar al resto de las culturas como
subalternas o atrasadas, como mero caudal de elementos que, de manera selectiva,
pudieran integrarse al patrón cultural hegemónico, refuncionalizados. El epistemicidio y
la injusticia cognitiva son consecuencias de aquella arrogancia.
Para Hegel el arte tiene el derecho más elevado a emplear la existencia humana y, en
general, las formas del mundo sensible para expresar lo absoluto. El recorrido tríadico
de la Idea a partir del arte oriental, apegado aún a la materia, su ascensión en el arte
griego, donde se alcanza la perfecta comunión entre Idea y Forma, hasta el momento
romántico-cristiano en el que la idea se libera de lo sensible para acceder a su
autoconciencia en el pensamiento filosófico, muestra con claridad las claves de una
ascensión dialéctica que hace de la cultura occidental una teleología. Desde esa visión,
asumida consciente o vergonzantemente, la modernidad juzgará al resto de las culturas
del planeta —tanto las ancestrales que fueron preteridas por la soberbia modernizadora
en tanto arcaicas o premodernas, como las emergentes— a la luz de su propio itinerario
y categorías de análisis, con lo cual gengerará conflictos de identidad y autoestima y de
malabarismos miméticos para legitimarse ante presuntas desviaciones del canon
universalizado de una tradición específica.
La prevalencia de un tipo de paradigma de definición de lo artístico y del saber estético,
centrado en el arquetipo de la historia del arte euroccidental, ha dado lugar al
ocultamiento o subvaloración de otros tipos de relaciones estéticas en el ámbito de la
sensibilidad humana-social, así como a modos de hacer, recepcionar y vivenciar las
manifestaciones artísticas desde los nichos culturales subalternos, que no clasifican a la
luz de tales criterios elitistas. Esos modelos excluyentes funcionan como patrones que
29
Gustavo Castro Soto, Los movimientos sociales en Mesoamérica ante la crisis del capitalismo, Otros Mundos, AC,
San Cristóbal de las Casas, Chiapas, México. En www.otrosmundoschiapas.org, 20 de julio de 2009, p. 6.
se han introyectado en la psiquis y la cultura humana, aun en la de los sujetos culturales
víctimas de esas propias definiciones inerciales.
El sistema de dominaciones culturales provee a las culturas subalternas de
identificaciones inerciales: «Tú ocuparás el lugar de…». La identidad autoproducida de
los sujetos subalternos que enfrentan, resisten y combaten las identidades inerciales que
le confiere el sistema cultural dominante, comprende su autonomía y autoestima: esta
última consiste en aprender a quererse a sí misma para ofrecerse al resto de las culturas
humanas. La autoestima no se liga con narcisismo ni con fundamentalismo. Pasa por
cuidar de sí, integrarse, aprender a asumirse como parte de un proceso plural universal.
Es factor decisivo de la identidad autoproducida. Y puede ser muy complicado y
riesgoso testimoniar esta autoestima cultural, irradiarla, porque, ya hemos visto, puede
darse en un sistema de poder que no la admite, que la invisibiliza, la folcloriza de
manera light para banalizarla y destruirla como cultura.
Es así que para las culturas no hegemónicas los puntos de referencia decisivos son su
autonomía, el reconocimiento de la especificidad cultural y la competencia simbólica y
comunicativa de cada grupo o pueblo, la autoproducción de identidad efectiva, la
conversión de sus espacios de encuentro y creación, de sus expresiones cotidianas en
situaciones de aprendizaje, el testimonio, el discurso narrativo en cualquier modalidad,
la irradiación de autoestima. Sin autoestima ninguna proyección cultural-civilizatoria
humana resulta positiva.
Mientras que, desde el episteme estético-cultural y artístico occidental, los teóricos se
erijan en designadores omnipotentes del lugar del Otro, habrá normatividad de roles e
identidades adscriptivas. Esta especie de desvergüenza epistemológica legitima el juego
del «elogio y el vituperio» en el plano artístico. Si el actor (grupo, pueblo, región) que
sufre tal designación trata de vivir como si pudiera hacer abstracción de las
designaciones de que es objeto por el otro y pretende autodefinirse desde su propia
experiencia cultural subalterna, no hace sino seleccionar de nuevo, por cuenta propia,
los aspectos del mundo que ya han seleccionado para él, y resignificar el lenguaje
mismo que lo destina a una forma de vida y de comportamiento frente a los patrones
culturales hegemónicos que debe acatar, dentro de un espacio ausente de actividad
crítico-reflexiva.
Una totalidad «tramposa», en consecuencia, sería aquella que conciba al proceso
histórico cultural plural como sinónimo de rasero nivelador para un denominador
común.
No es ocioso recordar que el multiculturalismo genuino será resultado de la experiencia
de creación y apropiación de los valores culturales propia de los actores diversos de la
humanidad. Cada cual deberá y podrá aportar y expresar todo lo suyo desde sus propios
epistemes —sus prácticas y tradiciones estético-culturales, sus propios medios de
expresión, las visiones civilizatorias y perspectivas libertarias y de reconocimiento
identitario y la diversidad de saberes construidos desde las identidades sociales y
culturales respectivas—. Qué quedará en la perspectiva histórica de la identidad de cada
cultura, movimiento o modalidad artística es algo imposible de determinar a priori, al
margen de la confrontación contrahegemónica cultural concreta y de los intercambios
sucesivos.
Desde el contexto cultural de la India, Corinne Kumar reclama:
«Lo que necesitamos en el mundo hoy son nuevos universalismos, no
universalismos que nieguen los muchos y afirmen el único, no universalismos
nacidos de eurocentricidades, de patriarcados, sino universalismos que
reconozcan lo universal en los idiomas civilizatorios específicos en el mundo.
Universalismos que no negarán las experiencias acumuladas y conocimientos de
generaciones pasadas, sino ese que no aceptará la imposición de cualquier
estructura monolítica bajo la cual se presume que otros pueblos pueden estar
incluidos. Nuevos universalismos que retarán el modo universal —la lógica de
nuestro desarrollo, ciencia, tecnología, patriarcado, militarización,
nuclearización, guerra—. Universalismos que respeten la pluralidad de las
diferentes sociedades, de su filosofía, de su ideología, de sus tradiciones y
culturas.»30
En el Sur, como categoría de otredad, existe un caudal de prácticas culturales y
cosmologías que han sido preteridas, cuando no subyugadas o destruidas, por el
paradigma estético-cultural dominante. Redescubrámoslas. Pero no para hacer de ellas
otra poética dominante, sino para hallar en cada una lo humanamente valioso que pueda
enriquecer la cultura de cada rincón de este universo.
Al analizar la presunta crisis de los paradigmas, Franz Hinkelammert se pregunta si
existe en verdad una pérdida de los criterios universalistas de actuar con capacidad
crítica beligerante frente al triunfo del universalismo abstracto de la cultura
euroccidental, transformado en la actualidad en sistema globalizante y homegeneizante.
Este sistema, arguye, está lejos de ser afectado por la fragmentación. Todo lo contrario:
30
Corinne Kumar, El viento del Sur, Fondo Instituto de Filosofía, La Habana, meca, p. 10.
aparece como un bloque unitario ante la dispersión de sus posibles opositores. Su
conclusión es que no podemos enfrentar dicho universalismo abstracto mediante otro
sistema de universalismo abstracto, sino mediante lo que define como una «respuesta
universal», que haga de la fragmentación un proyecto universal alternativo:
«Fragmentarizar el mercado mundial mediante una lógica de lo plural es una
condición imprescindible de un proyecto de liberación hoy. No obstante, la
fragmentación/pluralización como proyecto implica, ella misma, una respuesta
universal. La fragmentación no debe ser fragmentaria. Si lo es, es pura
desbandada, es caos y nada más. Además, caería en la misma paradoja del
relativismo. Solo se transformará en criterio universal cuando para la propia
fragmentación exista un criterio universal. La fragmentación no debe ser
fragmentaria. Por eso esta ‘fragmentación’ es pluralización.»31
No es necesario sustituir un universalismo por otro. Hay otros modos menos soberbios y
destructivos de reconstruir la totalidad, de acceder a ella desde cada singularidad
humana, desde cada cultura.
El concepto de cultura es complicado en sus propios términos, pues avanza la idea de
afirmación en el plano del reconocimiento a la vez que establece las bases de la
homogenización por el proyecto que apuesta. Este doble juego funciona pues como
política de la afirmación y del reconocimiento en una forma difícil de disociar. La
pregunta inmediata que procede de tal aseveración es: ¿qué intereses articularon esas
apuestas políticas y qué fuerzas las llevaron a cabo? Sin lugar a dudas, para el caso de la
constitución de los Estados-Nación occidentales, la necesidad de vertebrar los mercados
propios de un territorio, así como la homogenización de una ciudadanía entendida como
fuerza de trabajo imprescindible para los procesos de acumulación —entre otras
necesidades—, establecieron las bases de una transformación que el mismo mercado iba
a necesitar a través de la iniciativa del propio Estado emergente —como bien demuestra
Karl Polanyi, el mercado y la regulación estatal han ido , de manera regular, de la mano
—.32 La cultura fue, sin lugar a dudas, el sustrato fundamental que necesitó la burguesía
nacional para avanzar en sus proyectos de acumulación y modernización.33
La relación cultura-trabajo dista hoy de la que sentó las bases de la cultura nacional en
la primera modernización. En esta primera globalidad, en especial a partir del Estado de
31
Franz J. Hinkelammert, Determinismo, caos, sujeto. El mapa del emperador, DEI, San José, 1996, p. 238.
32
Cf. K. Polanyi, La gran transformación. Crítica del liberalismo económico, La Piqueta, Madrid, 1989.
33
Cf. José Luis Castilla Vallejo, El multiculturalismo y la trampa de la cultura, Fondo Instituto de Filosofía, La
Habana, meca.
bienestar keynesiano, el capital y el trabajo mantuvieron compromisos mutuos. La
lógica del capital y la lógica de la fuerza de trabajo pudieron implicarse en una lógica
cultural incluyente de relativo mutuo beneficio, donde la confrontación no dejaba de ser
el camino para los acuerdos. El espacio en que ese compromiso tuvo lugar fue el del
Estado-nación: implicó territorialidad del trabajo y en buena medida territorialidad del
capital, ambos articulados en función de una fuerte territorialidad del poder político,
que desarrolló una efectiva función de gobierno sobre las relaciones entre el trabajo y el
capital, legitimado por los valores de la cultura nacional.
Podemos llamar globalización como tal a la globalidad o mundialización de la segunda
modernidad, en la que los Estados nacionales soberanos, al imbricarse de manera
múltiple con actores transnacionales, ven desdibujada su soberanía. Esta globalidad de
la segunda modernización se identifica con la fase expansiva del capital financiero. A
diferencia de la globalidad anterior, la tendencia que se impuso, desde el capital, fue una
ruptura del compromiso entre el trabajo y el capital. Al dejar sin efecto su compromiso
con la fuerza de trabajo, que implicaba asegurar condiciones humanas de reproducción
en las cuales la actividad productiva podía no ser vivida como pura explotación, genera
la situación y amenaza de la flexibilización, la precarización y la exclusión.
El Estado-nación se debilita por las agresiones de las gigantescas empresas
transnacionales, al ser estas la objetivación en la práctica de ese fenómeno abstracto
llamado transnacionalización del capitalismo. Tales empresas no son más que la
transformación cualitativa de los viejos monopolios del siglo pasado, que tuvieron su
corolario alrededor de la Primera Guerra Mundial. Las empresas transnacionales
actuales —conformadas desde la segunda postguerra— cumplen con su naturaleza de
máximos monopolios: coartan la plena libertad de comercio mundial y entorpecen el
libre juego de las fuerzas del mercado.
El advenimiento de la globalización disloca lo nacional a favor de lo local, lo regional
y lo global. Por un lado, aparece la oportunidad para un mayor protagonismo de lo
local, tradicionalmente homogeneizado, invisibilizado y no representado en su
especificidad en lo nacional. Por otro, al afectarse la centralidad del Estado-nación
como espacio político, lo global invade el espacio de lo nacional, lo que en este tipo de
globalización hegemónica implica una afectación no sólo a su antiguo papel
homogeneizador, sino protector. Tenemos así una paradoja entre mayor apertura de las
fronteras nacionales y rigidez de las fronteras sociales al interior del Estado-nación, lo
cual fue acompañado de una creciente desigualdad como dato y como tendencia. La
democracia no puede entonces desarrollarse asociada a un modo de vida que genera
desigualdad.
Se trata de recuperar el Estado-nación —pluriétnico, plurinacional— como espacio de
un proyecto cultural nacional alternativo a las tendencias destructivas y desagregantes
de la globalización. Un proyecto que sea la articulación de muchos proyectos, que no
reproduzca por fuerza la homogeneización y la negación de las diferencias al interior
del Estado-nación. Un proyecto cultural social-popular, —multiétnico allí donde lo exija
la sociedad conformada—, no populista y, por tanto, participativo y democrático de
manera sustantiva.34
Con relación al espacio global, aparece como alternativa la creación de una ciudadanía-
mundo/Estado-mundo. No se trata de un Estado mundial que desplace la ciudadanía,
como se observa hoy con el Estado mundial de facto, sino de un horizonte institucional
de protección, regulador, para el desarrollo de la cultura planetaria misma.
El tema de la diversidad cultural frente a este universalismo abstracto y su tendencia
niveladora es una necesidad de enunciación política y de enunciación reflexiva. La
diversidad ha estado siempre, sobre todo en una región tan marcada por el mestizaje
cultural e histórico como la nuestra. Pero hoy la diversidad es mucho más que
fragmentos identitarios preteridos o subyugados por las sucesivas vueltas de tuerca de la
homogeneización modernizadora: ha adquirido beligerancia política y visibilidad
epistemológica. Así como ella existe, existen sus lecturas.35
No tenemos, en esto, dudas: necesitamos construir una ética de la articulación cultural,
no de manera declarativa, sino como aprendizaje y desarrollo de la capacidad dialógica,
profundo respeto por lo(a)s otro(a)s, disposición a construir juntos desde saberes,
cosmologías, subjetividades y experiencias de creación distintas, potenciar identidades y
subjetividades. Tal ética ha de moverse dentro de las coordenadas de un paradigma de
racionalidad crítica, organizada mediante el diálogo de los sujetos implicados y
orientada a descubrir el significado auténtico de la cultura y las relaciones humanas.
Conviene detenerse en la propuesta sobre las identidades múltiples que nos hace Héctor
Díaz Polanco en su libro Elogio de la diversidad. Globalización, multiculturalismo y
etnofagia:
34
Cf. Yamandú Acosta, Democratización en la globalización, Conferencia ofrecida en el Encuentro «Filosofía
Latinoamericana, Globalización y Democracia», organizado por el departamento de Filosofía de la Práctica y el
Centro de Estudios Interdisciplinarios Latinoamericanos, Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación,
Montevideo, de 28 de septiembre al 1 de octubre de 1999, Fondo Instituto de Filosofía, La Habana, meca.
35
Cf. Gilberto Valdés Gutiérrez, «La controversia en torno a la diversidad», Revista Caminos, Centro Memorial Dr.
Martin Luther King, Jr., No. 33, La Habana, 2004.
«Puede decirse, por lo tanto, que la identidad múltiple es la regla. Los sujetos no
se adscriben a una identidad única, sino a una multiplicidad de pertenencias que
ellos mismos organizan de alguna manera en el marco de las obvias restricciones
sistémicas, pero que están presentes de modo simultáneo. En su misma
simplicidad, la imagen de diversas camisetas convenientemente colocadas una
encima de la otra, sobre el mismo sujeto, ayuda a ilustrar el fenómeno. El mismo
papel juega la de cajas dentro de cajas como ilustración de los diversos planos y
unidades de la identidad. Comprender la diversidad, en este caso, requiere
considerar tal articulación compleja de planos identitarios como constitutivos de
la noción social de los nosotros.»36
Para Díaz Polanco, la multiplicidad de planos identitarios no actúa de manera neutra e
jerarquía es también dinámico de acuerdo con las circunstancias concretas que ponen
una pertenencia u otra en primer plano, en otros términos, «en un caso se puede poner el
otras pertenencias con las que seguramente se tienen muchos horizontes en común. Lo
36
Héctor Díaz Polanco, Elogio de la diversidad. Globalización, multiculturalismo y etnofagia, Siglo XXI Editores,
México, 2006, pp. 144-145.
37
«Hay que estar alerta contra la pretensión de utilizar la noción de identidades múltiples —nos dice Díaz Polanco—
para desvalorizar la identidad misma, colocándola bajo la perspectiva de la ‘fluidez’ o el ‘hibridismo’ que
supuestamente ‘relativizan’ el sentido de pertenencia», Ob, cit, p. 146.
38
Ibídem, p. 145.
39
Ibídem, p. 145.
requiere reconectar en la teoría y la práctica emancipatorias los aspectos de la economía
política referidos a las injusticias de explotación, con los aspectos propios del
reconocimiento de las especificidades culturales.
Fernando de la Riva adelanta ideas similares a las antes expuestas mediante lo que el
educador popular gaditano llama la «apuesta por el mestizaje»:
«Vamos a tener que apostar por el mestizaje, por las mezclas que nacen desde la
identidad de cada uno, pero se convierten en algo más cuando incorporan la
fuerza y las capacidades de los otros. Aprender a buscar a los afines, a negociar,
a sumar voluntades, a construir alianzas, a sintonizar nuestros movimientos,
nuestras acciones, frente a los antagónicos. El aprendizaje de la tolerancia, como
la entendía Pablo Freire. Sin perder la diversidad, en medio de ella.»40
En tiempos de crisis lo antisistémico se resignifica como subversión/superación no sólo
política, económica y social del capitalismo, sino civilizatoria y cultural, mediado por
ejes transversales, cuyo centro es la diversidad —de género, étnico-racial, cultural,
identitaria, etcétera—. La diversidad —natural, social-humana, cultural— no es un
lastre a superar, ni a nivelar de manera violenta. No es debilidad, sino fortaleza. Es una
riqueza para potenciar y articular. La referencia de los valores antisistémicos —
anticapitalistas, antipatriarcales, por relaciones de producción no depredadoras con el
medio ambiente, en defensa de la diversidad natural, de la diversidad social-humana—
es clave para asumir esos valores en la cotidianidad y fundar las acciones de
transformación en esa ética y no desligar fines y medios. En otros términos, lo que hoy
atenta contra la existencia y plenitud del principio Vida, en el contexto de la civilización
capitalista, no puede ser asumido como necesario en una etapa presumiblemente
alternativa al sistema social-productivo y cultural vigente.
Lo anterior significa que el ideal de justicia distributiva y de equidad social, irrenunciable
para cualquier proyecto de avance hacia la emancipación humana, tendrá que
acompañarse de nuevos desafíos relacionados con el cuestionamiento del patriarcado en
todas sus formas —económicas, políticas y simbólico-culturales—, del modelo
productivista y depredador de desarrollo, no solo vigente a nivel mundial, sino deificado
como aspiración y única alternativa de progreso humano, metamorfoseado con el
apellido «sostenible» para el Sur, o de expresas alusiones a la reducción de la pobreza,
siempre que estas escondan el proceso real de empobrecimiento que la produce. No se
trata de renunciar al bienestar, sino de comprender que el mito del bienestar centrado en
40
Cf. Fernando de la Riva, En la encrucijada, Fondo Instituto de Filosofía, meca.
el consumo desenfrenado del industrialismo moderno y sus variantes actuales, es causa
del camino acelerado hacia un punto de no regreso para la posibilidad de la cultura y de
la propia vida.
***
La versión original de este trabajo se publicó en Estética, Arte y Consumo, BUAP, Colección La Fuente,
Puebla, México, 2011.