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Javier H. Muril/o ..

La voz y el criminal Un análisis de La virgen tIe /os siclUÍOs

La novela

La virger: de los sicanos es un prontuario criminal con divertimento que resul-


ta del encuentro de un presunto gramático con la verdad. Apenas una novela. "En
este mundo sobra gente", comienza diciendo Vallejo el día del lanzamiento del
libro en España, I y sigue: "Y para qué queremos tanta gente si no nos vamos a
acostar con ellos?" . Por eso decide ayudarle un poquito con la novela a su señora
Muerte; "por simpatía", como dice, le sumó "doscientos o trescientos". Ahí exa-
gera, no serán más de treinta o cuarenta, pero no lo hace cuando se queja: "Pero
ay, ésos no son muertos reales, son muertos de mentiritas, sobre el papel'?
Últimamente a Fernando Vallejo, que antes era tan calladito, que ni siquiera
aparecía en fotos, le ha dado por aparecer, por hablar, por hacer ruido cuando
habla; él, que le reservaba toda la explosión a la escritura. Y cuando aparece y
habla sabe sacudir los muertos, quién lo duda, pero si por alguna razón La
virger: de los sicarios se merece toda la atención que le están dando en Colom-

* Magister en Literatura y Profesor de la Carrera de Literatura de la Pontificia Universidad


Javeriana.
1 Este texto fue reproducido en el número 179 de la revista Quimera, en abril de 1999.
2 Estos fragmentos corresponden al mismo texto mencionado arriba; el título es "El hombre, ese
animal alzado".

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bia, en Francia o en España, no es porque mate a treinta, a cuarenta, a doscien-


tos o mil animales alzados, sino porque Fernando Vallejo es el mismo escritor
impecable de siempre, porque construye una honesta caricatura de la violen-
cia que vive Colombia hoy.
La novela está compuesta por ciento cuarenta y dos páginas que cuentan, que
dan cuenta, de un lugar común de este escritor: el regreso. El río del tiempo
(1999) también es un intento por volver al origen, a Medellín, a la finca de la
abuela, a la memoria y a la literatura que la perpetúa. No La vllgen de los sicanos.
Fernando Vallejo vuelve para constatar que su Medellín natal ya no existe: "Ha-
bía en las afueras de Medellín un pueblo silencioso y apacible que se llamaba
Sabaneta" (1994: 8). "Había", no "Hay"; "que se llamaba", no "que se llama".
El imperfecto es el tiempo verbal de lo que solía ser pero ya no es. Ya no existe
su Sabaneta sino otra, ya no existe su Medellín sino otro, ya no existe Vallejo
sino otro, la sombra de Vallejo, el recuerdo que viene en busca de la muerte;
Vallejo pasado, viejo, anacrónico. Pero vivo todavía. Como los toros, buscando
morir a las puertas de donde salió. Compadre de la muerte, invisible para ella, se
pasea Vallejo por el nuevo mundo. Sabaneta, el silencioso y apacible pueblo
situado al [mal del mundo, es ahora el templo de María Auxiliadora, la virgen de
los sicarios, colmena alrededor de la cual pulula la muerte tan buscada.
y, ¿qué es un sicario? Fácil lo cuenta Vallejo para su abuelo, que hubiera
necesitado la explicación: Un sicario es "un muchachito, a veces un niño, que
mata por encargo" (10). El asunto va más allá. El sicario tradicionalmente es un
asesino a sueldo -del latin sicarfus-, que viene de sica, cuchillo. Original-
mente el nombre se utilizaba para los asaltantes de las ciudades romanas,' que a
punta de cuchillo se ganaban la vida; el paso de la microempresa al monopolio
o del cuchillo al revólver o la sub-ametralladora es historia. Con uno de esos
sicarios vuelve Vallejo a Sabaneta. Alexis, se llama, pero podría también lla-
marse Tayson Alexánder, Fáber, Éder, Wílfer, Rommel o Yeison. Dice Vallejo
respecto a los nombres: "es lo único que los pobres pueden dar para arrancar en
esta mísera vida a sus niños, un vano, necio nombre extranjero o inventado,
ridículo, de relumbrón" (9). Con Alexis viene Vallejo de la mano, seguro de sí
mismo y de su lugar en el mundo. ¿Dónde si no de la mano de un Angel Exter-
minador puede una sombra que persigue la muerte estar más a gusto?

3 Un ejemplo de ello se puede encontrar en "Los laureles del César", una de las aventuras de
Astérix, héroe galo creado por Uderzo y Goscinny.

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LA VOZ Y EL CRIMINAL. UN ANÁLISIS DE LA YlRGEN DE LOS S/CAJUOS

La larga herencia de sangre nos deja marcados a todos por el dolor, el mie-
do y el odio. En Colombia, en "mi Colombia querida", como dice Vallejo, "la
muerte se nos convirtió en una enfermedad contagiosa" (97). Enfermedad,
odio, muerte, violencia, delincuencia, simbolizado todo para él en la figura de
la noche: "La noche de alma negra, delincuente, tomaba posesión de mi Me-
dellín, capital de odio, corazón de los vastos reinos de Satanás" (96). Fernan-
do Vallejo vuelve a Medellín buscando lo que se le perdió en la memoria y
solamente consigue fragmentos anacrónicos --como él- o la constatación de
que Medellín es otra completamente diferente, una ciudad circundada de ba-
rrios marginales -las comunas- que la rodean, dice, con un abrazo de judas.
Una ciudad decadente, partida en dos, cariada por el presente:
Sí señor, Medellín son dos en uno: desde arriba nos ven y desde abajo los
vemos, sobre todo en las noches claras cuando brillan más las luces y nos conver-
timos en focos. Yo propongo que se siga llamando Medellín a la ciudad de abajo,
y que se deje su alias para la de arriba: Medalla. Dos nombres puesto que somos
dos, o uno pero con el alma partida. ¿Y qué hace Medellín por Medalla? Nada,
canchas de fútbol en terraplenes elevados, excavados en la montaña, con muy
bonita vista (nosotros), panorámica, para que jueguen fútbol todo el día y se acues-
ten cansados y ya no piensen en matar ni en la cópula. A ver si zumba así un
poquito menos sobre el valle el avispero (99)

A Medallo, pues, es a quien se entrega con saña, convertido en el compañe-


ro predilecto de la muerte que bulle alrededor. Con la esperanza rota, ir al
fondo es la mejor opción. Se convierte entonces en un hombre que deambula
solo tratando de reconocer lo que ya no reconoce, que se convierte en el terri-
ble vestido de negro que camina de la mano del Angel Exterminador dando el
tiro de gracia a los que lo rodean, a los que lo merecen.
Curiosa idea esta que se propone en la novela de cosmos invertido, mundo
donde Dios no existe o, lo que es peor, donde es un loco que sufre pesadillas
de basuco. "Dios no existe y es la gran gonorrea" (91), afirma Vallejo en una
contradicción que no es tal. Se trata de un mundo desprovisto de presencias
tutelares como no sean las que justifican el mal; mundo de infierno arriba y un
valle abajo cuyo cielo está dominado por los buitres que bailan sobre las cabe-
zas de los que se pudren, de los muertos y de los vivos muertos. Mundo que
sólo tiene sentido para el que va de la mano de un ángel negro.
Es un paisaje apocalíptico por el que caminan el narrador y su guía. Las dos
figuras contrastan y se complementan. El uno está cansado, apabullado por el
pasado, cargado de recuerdos que no lo dejan ir en línea recta. El otro es muy

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joven, un niño limpio, sin recuerdos y sin conciencia que pese y haga fallar el
disparo. Sin futuro los dos, el uno por viejo y el otro por efímero, exento de las
ignominias de la vejez. Puro este sicario también porque no conoce mujer y su
sexo está limpio del crimen de la reproducción", puro porque apenas si sabe
fmnar, con esa "pureza incontaminada de letra impresa": reclama Vallejo: "¡Para
libros los que yo he leído!, y mírenme, véanme" (52). Esta pureza es la que le
permite ocupar el lugar ausente de Dios en medio de la ciudad enferma. El ángel
exterminador viene a acabar con su raza maldita, que desencadena todos los
demonios interiores; una mañana, después de una noche de aguardiente y amor
pasado de boca a boca, el narrador y Alexis amanecen en un charco de vómito.
"Eran los demonios de Medellín -dice Vallejcr-la ciudad maldita, que había-
mos agarrado al andar por sus calles y se nos habían adentrado por los ojos, por
la nariz, por la boca" (32). En estas circunstancias nada más natural, más hermo-
so y más digno que la muerte violenta. Alexis, ahijado de la muerte, está justifi-
cado en la precisión de su disparo, "Lo matamos por chichipato, por bazofia, por
basura, por existir", dice orgulloso el narrador. En cada una de las muertes enu-
meradas -de ahí el que la novela sea un prontuario-e- brilla el profundo brillo
del sicario -un ojo preciso, una mano firme y tres escapularios sagrados- y la
indignidad de los que sobreviven al muñeco de turno: "Del fondo de sus almas
viles --observa el narrador-testigo-e- rebosaba el último gozo. Estaban ellos
incluso más contentos que yo, ellos a quienes no les iba nada en el muerto.
Aunque no tuvieran qué comer hoy sí tenían qué contar" (31). A los brazos
castigadores del ángel cae, pues, Vallejo-narrador, sólo junto a él puede encon-
trar alguna salvación -la del amor- en medio del desbarajuste, del desmadre
y la orfandad que sufre, Eros y Thanatos apuntando al tiempo; en medio de la
abyeccción el más abyecto es rey: El bajo, el vil, el despreciable, el abatido, es la
única boca que puede contar esta historia nuestra.
Pero hay un último paralelismo que hermana en la diferencia a este par de
justicieros. Si el sicario es fundamentalmente puro desde su inocencia, no lo
es así el narrador. Sus recuerdos no solamente le pesan sino que lo marcan, le
hacen un camino, lo llevan más allá de la caracterización. Él es, precisamente,
la memoria y la conciencia que toma cuerpo a través de la escritura. Exiliado

4 En el artículo ya mencionado de "El hombre, ese animal alzado" hay toda una diatriba contra
la reproducción, y la claridad de que reproducción, un crimen, no debe tener nada que ver con el
sexo que "es bueno, conveniente, inocente, inocuo, entretenido, sano. Y bendito para la salud men-
tal" (9).

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LA VOZ Y EL CRIMINAL. UN ANÁLISIS DE LA VIRGEN DE LOS S/CARlOS

eterno de su propio mundo, vaga ausente en uno ajeno de la mano de su inter-


cesor. Es la vida que aún tiene la que le permite ser testigo de este mundo
turbio, corroído desde el mismo centro, Dante desposeído casi completamen-
te de su capacidad de asombro --está aún el niño como la belleza erótica en su
forma más pura-, nostálgico en su abandono de niño viejo. Y es precisamen-
te la conciencia la que lo lleva y lo trae, lo que le permite deambular mudo,
que le permite escribir, disparar o no disparar. Una tarde, caminando con Alexis,
encuentran un perro moribundo a orillas del río Medellín. Vallejo, amante
declarado de los animales, le pide a Alexis que le dé, como a tantos otros, el
tiro de gracia. Alexis no puede. Ha matado a diez, a veinte, a cincuenta perso-
nas y no puede dispararle a un perro. Vallejo entonces le quita el revólver y, él
sí, le dispara al animal. Después, Alexis es asesinado por otro sicario
-Wilmar- que,fi¡tum novelístico, termina en la cama con el narrador. Una
madrugada, Vallejo lo descubre, Wílmar está dormido, el revólver encima de
la mesa. Toma el arma y apunta para cobrar venganza sobre su primer ángel
caído, pero esta vez ya no puede disparar.
El disparo al perro --el intento por salvar del dolor un último reducto- es
reconocer la caída más allá de la última frontera; saber que la felicidad será en
adelante un imposible. "Sigue tú matando solo -le dice a Alexis- que yo ya
no quiero vivir" (91). No va más. Intenta suicidarse con un disparo en el corazón
-----comoSilva, uno de sus poetas favoritos- pero Alexis no se lo permite;
forcejeando por quedarse con el revólver en la mano caen al caño, hundiéndose
por completo en la mierda, de la que ya estaban, como Medellín, como Colom-
bia, hasta el alma. Matar a Wílmar evidentemente estaba más allá de sus posibi-
lidades. En el momento de apuntarle, dice, "descubrí lo que no sabía, que estaba
infinitamente cansado, que me importaba un carajo el honor, que me daba lo
mismo la impunidad o el castigo, y que la venganza era demasiada carga para
mis años" (135). De ahí que después, cuando también maten a Wílmar, Vallejo
simplemente decida irse definitivamente, para donde sea, y dejarle el problema
a los que se quedan, "pobres seres inocentes, sacados sin motivo de la nada y
lanzados en el vértigo del tiempo" (142). Este juego contra la muerte también lo
tiene ganado; Medellín puede estar muerto, pero Fernando Vallejo todavía no.

La noche y la escritura

Se escribe desde la distancia. La escritura es el recurso de los que tienen la


boca cerrada. Hay en "El casamiento engañoso", una de las Novelas ejempla-

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res de Cervantes, mención a un par de perros que con linternas "andan de


noche con los hermanos de la Capacha, alumbrándoles cuando piden limos-
na" (1970: 141). Este par de perros mahúdes, Cipión y Berganza, aparecen en
la siguiente novela -El coloquio de losperros+, en el Hospital de la Resu-
rrección, fuera de la puerta del Campo de la Ciudad de Valladolid, para descu-
brir que por una noche pueden hablar y contarse sus aventuras y sus desgracias.
La noche es el espacio propicio para que hable el que de día calla, de ahí el
pavor verbal al sol por parte de los perros, a la luz, al orden y a las jerarquías
establecidas. Durante el día se ve claro y no hay posibilidad para lo ambiguo o lo
posible. El día es el espacio del autócrata Apolo. La noche, en cambio, es donde
se le da gusto a ese otro esfínter que es la mano, apéndice de la boca que en la
escritura calla silenciosa. La noche es el momento propicio para que la oscuri-
dad corra como la sangre en el crimen, para que el discurso se libere de la razón
y de los mundos y de los juicios legítimamente constituidos -se trata de perros
que hablan, de un escritor ayuntándose con sicarios-. Se habla mejor desde la
sombra porque la sombra regala anonimato y porque desde la sombra no hay
ningún señor a quien servir salvo a sí mismo, al yo que es anónimo. En ella la
única acción posible es el verbo, y lo único concreto, el sustantivo.
Vallejo, de negro, de la mano de la muerte, después de ver cómo todo en
Medellín está marcado por la ignorancia y el irrespeto, reniega también de su
tradición y de su nombre: "( ... ) he vuelto a esta iglesia del sufragio donde sin
permiso me bautizaron, a renegar. De suerte que aunque siga siendo yo ya no
tenga nombre" (78). Anónimo, pues, se desplaza por el mundo verbal que
construye, amo y señor del nuevo universo. Desde ahí puede formar y defor-
mar el mundo como le parezca, dando rienda suelta a esa vocación catártica
que posee la escritura. No solamente determina cada vez un distanciamiento
más grande con respecto a cierta legitimidad diurna: el trabajo, los horarios, la
ayuda al prójimo, la vida de bien- sino que muestra una vocación desaforada
para permanecer en ella, para soslayarse en ella y para transformarse a través
de ella. William Clamurro, profesor de Emporia State University (Kansas),
dice, hablando precisamente de Cervantes y la literatura picaresca: "Madness
produces telling and ultimatelly text. Text produces more madness" (387).
Esta "locura" está determinada por la distancia que a voluntad toma Fernando
Vallejo sobre la realidad colombiana, la preferencia de su propio código lin-
güístico sobre el normal. La risa cínica y el humor negro, transgresor, determi-
nan su rompimiento con el mundo en busca de la verdad que éste se empeña
en mantener oculta como un pecado.

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LA VOZ Y EL CRIMINAL. UN ANÁLISIS DE LA VIRGEN DE LOS SICARIOS

La posición crítica de Vallejo hay que entenderla, pues, desde la escritura


de ficción, no desde el número de muertos que aparecen en el texto. Fernando
Vallejo tomó desde muy joven la opción de irse de Colombia, pero desde la
distancia lo único que ha hecho es contarla, a través del cine o de la literatura.
Se situó desde el principio fuera de Colombia y desde allá mira. Y como sabe
que el regreso es imposible porque la casa ya no existe salvo en el recuerdo,
mira y habla como quien no tiene ya nada que perder. Puede ver la verdad a la
cara como solamente lo hacen el criminal y el loco. Su voz se limpia de toda
formalidad -como no sea la del manejo del lenguaje- para insistir en su
exhibicionismo, en la voz que se justifica a sí misma desde el margen, desde
donde la escritura es la venganza que sí puede llevarse a cabo. El personaje, la
máscara, son el medio, pues la verdad no puede mirarse nunca de frente por-
que quema los ojos. La verdad le cobra al que la mira, lo queda conociendo,
como los sicarios a los que son testigos de sus víctimas. La literatura, la
novelización constituida a partir de la caricatura de una realidad de por sí
monstruosa, es el recurso para dar cuenta de la verdad. Un personaje-narrador
que se llama igual que el escritor, la historia de amor con los sicarios, el rom-
pimiento de toda estructura tradicional para hacer novela: el espacio se hace
virtual; no pasa de ser memoria o invención a pesar de ser una Medellín per-
fectamente tangible. El personaje se multiplica para construir una memoria
polifónica, y el tiempo cronológico explota para dar paso al tiempo necesario
de la escritura, el de la asociación en medio de la cual navega el recuerdo.
Sin embargo, hay un intento cierto de novelación. Hay un personaje. El
narrador, cargado de los recuerdos y las experiencias de Fernando Vallejo y
que no es Fernando Vallejo. Ese es el hombre de negro que con la narración se
hace progresivamente anónimo e invisible. Pero este tampoco es un proceso
constante. Después de haber renegado del nombre, Alexis -justo cuando vie-
ne la muerte en forma de bala-lo nombra: '''¡Cuidado!, [Fernando!' alcanzó
a gritarme Alexis en el momento en el que los de la moto disparaban. Fue lo
último que dijo, mi nombre, que nunca antes había pronunciado" (92). Y él,
que se iba haciendo más liviano, vuelve a estar justificado, clavado en la vida
otra vez. "Mi nombre dicho por Alexis en su último instante me empezó a
pesar como una lápida" (96). Alexis, después de muerto, y por el amor, lo
sigue jalando al abismo.
También forma parte del proceso de novelar la elaboración lingüística rea-
lizada por parte del escritor. Fernando Vallejo, crítico y profundo conocedor
del lenguaje, escritor de un libro como Logoi, una gramática del lenguaje

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literario (1983), adopta en este texto el ideolecto propio de las calles de Me-
dellín, la jerga de las comunas. La virgen de los sicarios es también la presen-
tación en sociedad de este nuevo lenguaje, la universalización del ideolecto, la
recuperación de esta voz popular marginada del mundo cultural tradicional-
mente manejado desde la escritura. De Alexis dice:
Sin saber inglés o francés ni japonés ni nada sólo comprende el idioma univer-
sal del golpe. Esto hace parte de su pureza intocada. Lo demás es palabrería
hueca zumbando en la cabeza. No habla español, habla en argot o jerga. En la
jerga de las comunas o el argot comunero que está formado en esencia de un viejo
fondo de idioma local de Antioquia, que fue el que hablé yo cuando vivo ( ... ),
más una que otra supervivencia del malevo antiguo del barrio de Guayaquil, ya
demolido, que hablaron sus cuchilleros, ya muerto, y en fin, de una serie de voca-
blos y giros nuevos, feos, para designar ciertos conceptos viejos: matar, morir, el
muerto, el revólver, la policía ... Un ejemplo: '¿Entonces qué, parcero, vientos o
maletas?' ¿Qué dijo? Dijo: "Hola hijo de puta'. Es un saludo de rufianes (26).

Hay que recalcar que ya no se siente vivo, como la Sabaneta de ahora no es


la misma que se menciona al principio de la novela. Ante la disolución del
mundo y de la lengua, también se da la disolución del yo. Hacia el final de la
novela, cuando va a reconocer el cadáver de Wílmar, se ha transformado en el
hombre invisible, puede pasar por los puestos de control de la morgue sin que
nadie lo vea porque la disolución del recuerdo e, inclusive, de ese amor pos-
trero lo transforman en un ser esencialmente vacío, para el que la partida defi-
nitiva no es sino la confirmación de la distancia y de la ausencia.
A primera vista, si no se tiene en cuenta la transposición que del mundo
está haciendo el narrador a partir del fracaso del regreso, claro que La virgen
de los sicarios puede ser una escandalosa secuencia de muertes de la que no
se salva nada ni nadie. Pero el libro necesita un lector que, a partir de este
texto fragmentario, como la novela picaresca, descubra un sentido desde lo
que no se dijo. La brutal crítica que hace esta novela de la Colombia actual
no está en el evidente desenfreno de cómo se mata sino en el choque que
produce el paso de la ficción y la realidad: no hay ninguna diferencia entre la
caricatura y lo caricaturizado. Al terminar la novela debe venir el nuevo en-
frentamiento con la realidad, y la sospecha surgida desde los intersticios de
la lectura, germen del profundo poder íntimo y oscuro para enfrentar -para
dudar- de toda forma tradicional de norma y de canon. Ésta es la única ética
que puede tener para Fernando Vallejo el escribir, atacar la verdad de frente y
torcerle el cuello al mutismo de la conformidad en un mundo donde no hay
nadie que sea inocente.

248 Oladenlos de litera/11m, lJogOlá (Co!omb,(¡). 7 (13.14): .24/-249, el!e!lJ":/llllioyjll/io-dláémbre de 2001


LA VOZ Y EL CRIMINAL. UN ANÁLISIS DE LA VIRGEN DE LOS SICAR/OS

Bibliograjia

Cervantes, Miguel de (1970). "El casamiento engañoso" en Novelas t;jem-


piares. Estella (Navarra): Salvat Editores.
Clamurro, W. "The Quijote, The 'Curioso' and the Diseases of Telling".
Revista de Estudios Hispanoamericanos 3, Washington University.
Vallejo, Fernando (1994). La vitgen de los sicarios. Bogotá: Alfaguara.
__ (1983). LogO/; una gramática dellenguqje literario. México: FCE.

Cut/demos de !tlt:'ratllFa, BOgOlá (Colomb"'). 1 (IJ. /4): 241-249, ellero-jllllio y julio-diciembre de 200/249

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