Síntesis Teológica Trinidad

Descargar como docx, pdf o txt
Descargar como docx, pdf o txt
Está en la página 1de 7

TEMA X.

EL DIOS VIVO Y VERDADERO: DESARROLLO


TRINITARIO DEL DOGMA

El Dios cristiano presentado por Jesucristo. Desarrollo trinitario del dogma hasta la proclamación
del Símbolo niceno-constantinopolitano del 381. Elementos de la teología trinitaria agustiniana:
la noción de relación, la doctrina psicológica, etc. Rasgos centrales de la elaboración sistemática
trinitaria de Santo Tomás de Aquino. La cuestión del Filioque en el pasado y en la actualidad. La
teología trinitaria contemporánea. La enseñanza del Concilio Vaticano II. La cuestión teológica de
la relación entre Trinidad «inmanente» y Trinidad «económica». Reflexión trinitaria y teología de
la cruz. Misterio trinitario y espiritualidad cristiana

La unidad de Dios en tres personas es el misterio central de la fe cristiana y el rasgo


distintivo del cristianismo frente a otras religiones. La fe en la Trinidad, por tanto,
proyecta su luz sobre todos los aspectos del cristianismo, especialmente sobre la
cristología (tanto en su dimensión ontológica como soteriológica) y sobre la existencia
cristiana, entendida como una participación del creyente en la vida trinitaria de Dios.

Ciertamente en la Sagrada Escritura no figura la formulación dogmática del misterio


de la Trinidad como tal, pero podemos decir que la verdad de fe según la cual el Padre,
el Hijo y el Espíritu Santo son distintos y son un solo Dios está contenida virtualmente
en la revelación, sobre todo en el NT. El que, posteriormente, se gane en precisión o
profundidad especulativa no significa que se diga más de lo que nos revela el NT, leído
a la luz de la fe y de la Tradición.

El Antiguo Testamento está jalonado por la fe monoteísta del pueblo de Israel:


«Escucha, Israel: El Señor es nuestro Dios, el Señor es uno solo» (Dt 6,4). Dado su
carácter de preparación y promesa, contiene también alusiones a una múltiple
personalidad de Dios, pero no la descubre claramente. Las expresiones con que se
alude especialmente en el AT a una cierta pluralidad en Dios son las denominadas
figuras de mediación: él «ángel de Yahvé» (cf. Is 9,6; Mal 3,1), la «palabra de Dios» (cf.
Sal 33,6; Sal 107,20), el «espíritu de Dios» (cf. Gén 1,2; Sal 103,30, Jl 3,1-2; Ez 36,27) y
la «Sabiduría» (cf. Prov 8,22-31; Eclo 24,1-22; Sab 7,22-29; 9,9-10). Estas figuras de
mediación van a facilitar la comprensión de algunos aspectos como la preexistencia del
Hijo o el carácter eterno del Espíritu Santo.

En el Nuevo Testamento, es Jesús quien revela el misterio de la unidad de Dios en


la trinidad de personas. Aunque no encontramos una predicación amplia y detallada
de Jesucristo sobre el misterio trinitario, sí podemos aportar abundantes datos que
nos llevan a afirmar que «la confesión trinitaria es la estructura básica y el núcleo del
testimonio neotestamentario que sustenta toda fe en Dios y en Jesucristo» 1.
Encontramos, por tantos, datos explícitos de la condición de Jesús (cf. Flp 2,6-8; Jn 1,1-
1
W. Kasper, El Dios de Jesucristo, 279.

1
18, etc.) y del Espíritu Santo (cf. 1 Cor 2,10-12; 2 Cor 3,17, etc.), al tiempo que se revela
reiteradamente el ser de Dios como Padre (cf. Mt 11,25; Mc 14,36; Rom 8,14; Gál 4,6,
etc.). Es más, los autores del NT tenían clara conciencia de la acción conjunta de las
tres divinas personas en la historia de la salvación, tal como queda recogido en las
conocidas como «fórmulas triádicas» (cf. Mt 28,19; 2 Cor 13,13; 1 Cor 12,4-7).

A pesar de los datos precedentes, es obvio que la Sagrada Escritura no conoce un


dogma ni una doctrina de la Trinidad como tal. En general, se puede afirmar que la fe
en la Trinidad de la Iglesia primitiva se encuentra en la liturgia del bautismo, en la
estructura del Símbolo apostólico, en las reglas de fe transmitidas durante los siglos II y
III, así como en el ámbito de la celebración eucarística, particularmente en el Sanctus y
en la epíclesis eucarística, que se configuraron de forma trinitaria.

Ya durante los siglos II y III, los Padres apologetas desarrollarán conceptualmente el


contenido de la Sagrada Escritura y de la vida creyente de la Iglesia en un contexto de
defensa frente al paganismo y la gnosis. Comparan la generación del Hijo con la
generación intelectual del concepto en la mente. No faltaron expresiones de tipo
subordinacionista en algunos autores de los primeros momentos como Justino o
Teófilo de Antioquía, de manera que el Hijo parecía de un nivel inferior al Padre.
Puesto que determinadas afirmaciones bíblicas ponían al Hijo o al Verbo en relación
con la creación, algunos dedujeron que la razón de su existencia era ayudar al Padre en
la creación. De este modo, si el Verbo era Dios, sería un dios de nivel inferior al Padre,
casi como el receptáculo de las ideas divinas, según ciertas filosofías del logos de la
época. No hay muchas reflexiones sobre el Espíritu Santo, aunque Atenágoras lo une al
Padre y al Hijo en la vida trinitaria.

El mayor peligro al que hubo de hacer frente el dogma trinitario durante los
primeros siglos fue, sin lugar a dudas, el monarquianismo. Empeñados en defender a
toda costa el monoteísmo judío, los monarquianos negaban la pluralidad de personas
en Dios. Para ello, adoptaban dos posturas cristológicas: Cristo era un hombre dotado
de una fuerza divina (monarquianismo adopcionista, defendido por Teodoto), o bien
un modo de manifestación del único Dios (monarquianismo modalista, defendido por
Sabelio).

Tertuliano se opuso al sabeliano Práxeas y a su doctrina, conocida como


«patripasianismo», según la cual el Padre se habría encarnado y habría muerto
crucificado bajo la máscara (prósopon) del Hijo. Frente a este error opone Tertuliano la
regula fidei, que asegura la fe en un solo Dios a la vez que la distinción entre el Padre,
el Hijo y el Espíritu Santo. Emplea el término «persona» para designar a los tres, frente
a «sustancia», que es una y única. Trata la procesión del Hijo en la línea de los

2
apologetas, y no expresa con claridad su eternidad. En cuanto al Espíritu Santo, afirma
que viene del Padre por el Hijo, pero se centra en su acción en la economía salvífica.

Orígenes subraya la inmaterialidad divina y la eternidad de la generación del Verbo.


En algunos pasajes parece subordinacionista, ya que distancia en exceso al Padre y al
Hijo. Así, llega incluso a afirmar que hay más distancia entre el Padre y el Verbo que
entre el Verbo y las criaturas. En un contexto de oposición al monarquianismo
modalista, emplea el término hypostasis para referirse a la distinción de personas en
Dios. De este modo, ofrece una terminología que será determinante después.

También era la pretensión del presbítero alejandrino Arrio oponerse al modalismo.


Así, afirma que el Hijo no es simplemente un modo de presentación de Dios, sino que
realmente es alguien distinto que ha nacido de Él. Este punto de partida lo llevará al
núcleo central de su tesis herética: el Hijo es una criatura, si bien la primera de ellas, la
más perfecta, ya que recibe el ser directamente de Dios.

Después de las respuestas de su obispo Alejandro de Alejandría y ante la gravedad


del problema, se convoca el concilio de Nicea (325), que añadirá a una fórmula de fe
anterior una serie de incisos para precisar la divinidad del Hijo: procede de la sustancia
del Padre; es Dios verdadero de Dios verdadero; engendrado, no creado; consustancial
(homoousios) al Padre2.

La obra de los Padres capadocios, también llamados neonicenos, fue fundamental a


la hora de desarrollar la doctrina trinitaria y dilucidar el credo niceno, en un contexto
de defensa frente a la herejía de los pneumatómacos, seguidores de Macedonio, que
no querían reconocer la divinidad del Espíritu Santo. San Basilio Magno establecerá la
terminología trinitaria que se hará definitiva: una ousia y tres hypostasis, mientras que
el mérito principal de san Gregorio Nacianceno reside en que defendió sin ninguna
ambigüedad la divinidad del Espíritu Santo.

Finalmente el emperador Teodosio convocó el concilio de Constantinopla (381)


para poner fin a la herejía arriana y atacar la herejía de los pneumatómacos. Parte del
credo de Nicea y añade nuevas cláusulas. Sobre el Espíritu Santo se explica su divinidad
de modo equivalente, sin emplear el término Dios, conforme a la prudencia de san
Basilio. De esta manera, después de «en el Espíritu Santo» se añaden los siguientes
incisos: Señor, que es un título divino (cf. 2 Cor 3,17); dador de vida, otro atributo
divino (cf. 2 Cor 3,6; Jn 6,63); que procede del Padre (cfr. Jn 15,26), para indicar que no
es una criatura; que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria; que

2
Cf. DH 125-126.

3
habló por los profetas (cf. Mc 12,36; 1 Pe 1,1) 3. Por tanto, con la conclusión de
Constantinopla queda fijado el dogma trinitario.

Habrá que esperar hasta el siglo IV para encontrar la primera síntesis y exposición
unitaria del misterio de la Trinidad con san Agustín de Hipona. Con su tratado De
Trinitate comienza la teología trinitaria en sentido eminente. Tiene un claro interés por
destacar la unidad de Dios en el ser, en la cualidad y en las acciones, de tal manera que
llegará a afirmar que existe una cooperación común de las tres personas divinas
cuando actúan ad extra. El primer gran logro de Agustín en el campo de la doctrina
trinitaria especulativa es el concepto de «relación» como expresión de la
diferenciación personal del Dios único. De este modo, en Dios todo es uno excepto lo
que indica relación: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Por otra parte, para explicar la
Trinidad en la unidad establecerá una analogía con la vida anímica humana (memoria,
intelligentia, voluntas), apoyado en la afirmación escriturística según la cual el hombre
es imagen de la Trinidad (cf. Gén 1,26). Con todo, las analogías psicológicas no
pretenden ser pruebas racionales de la existencia de la Trinidad.

Otro hito de la teología trinitaria durante la Edad Media lo constituye la cuestión


del Filioque. Respecto al Espíritu Santo, en el Credo del concilio de Constantinopla se
decía simplemente que procedía del Padre. Sin embargo, ante el problema arriano que
negaba la divinidad del Hijo, el tercer concilio de Toledo añadió la cláusula «y del Hijo»
(en latín Filioque). Simplemente se quería decir que el Hijo tenía algo que ver en la
procesión del Espíritu, pero sin negar, en modo alguno, que el Padre fuera el único
principio en la divinidad. Por tanto, es válida la fórmula oriental según la cual el
Espíritu Santo procede del Padre por el Hijo (a Patre per Filium). La introducción del
Filioque en el Símbolo nicenoconstantinopolitano por la liturgia latina constituye,
todavía hoy, un motivo de no convergencia con las Iglesias ortodoxas.

Pero la definitiva sistematización tendrá lugar en el siglo XIII de la mano de santo


Tomás de Aquino. De este modo, la teología trinitaria de los siglos siguientes tendrá
como objeto afinar cada vez más los conceptos metafísicos sobre la Trinidad
desarrollados por él: las procesiones, las relaciones y las propiedades personales.

El término «procesión» se emplea en teología para indicar que unas personas


divinas tienen su origen en otra. Así, santo Tomás distingue dos procesiones ad intra:
la primera procesión, que es la del Hijo, que procede del Padre, recibe el nombre de
«generación», mientras que la segunda, la del Espíritu Santo, que procede del Padre y
del Hijo, recibe el nombre de «espiración».

3
Cf. DH 150.

4
Pero, más que las procesiones, para santo Tomás son las «relaciones» las que
ayudan a profundizar en el misterio de la Trinidad. En la vida intradivina surgen cuatro
relaciones: la del Padre al Hijo (generación activa o paternidad), la del Hijo al Padre
(generación pasiva o filiación), la del Padre y el Hijo al Espíritu Santo (espiración activa)
y la del Espíritu Santo al Padre y al Hijo (espiración pasiva). De estas cuatro, tres se
distinguen realmente entre sí y son constitutivas de las personas: paternidad, filiación
y espiración pasiva. La espiración activa, por la que es originado el Espíritu Santo, es
común al Padre y al Hijo y no puede, por tanto, en sentido estricto, ser constitutiva de
una persona.

De la diferencia relacional de las personas se derivan unas determinadas


«propiedades» o peculiaridades, que solo pueden predicarse de una persona concreta,
aunque siempre en referencia a otras: innascibilidad y generación activa como
características distintivas del Padre; generación pasiva como cualidad distintiva del
Hijo; espiración pasiva como característica distintiva del Espíritu Santo.

Santo Tomás emplea el término perichóresis para designar la unidad y mutua


inmanencia de las personas divinas entre sí. Es una consecuencia de la unidad de
esencia de la Trinidad, y permite afirmar la distinción sin caer en el triteísmo, o en una
mera unidad genérica. La perichóresis en sentido ontológico no se opone, sino que va
acompañada de una comunión de amor entre las tres personas divinas.

Después de santo Tomás se consolida una manera de hacer teología en la que la


doctrina acerca de la Trinidad va perdiendo fuerza, convirtiéndose solo en un aspecto
de la doctrina sobre Dios. De esta manera, se acentuaron y privilegiaron los contenidos
o elementos que son más accesibles a la razón, pero se aisló la reflexión de la Trinidad
como un misterio salvífico en sí misma.

Andando el tiempo, ya en el siglo XX, Karl Rahner intentará superar esta situación
con la formulación de su axioma fundamental, según el cual «la Trinidad “económica”
es la Trinidad “inmanente”, y a la inversa». Ciertamente existe una identidad entre lo
que Dios revela (Trinidad económica) y lo que Dios es (Trinidad inmanente), de tal
modo que la actuación de Dios en la historia de la salvación es el único camino para
acceder al conocimiento de la vida inmanente de Dios.

Sin embargo, no podemos afirmar la segunda parte del axioma, es decir, la


identidad entre la Trinidad inmanente y la Trinidad económica, sin precisarla. En
efecto, si bien Dios se da en la economía de la salvación, permanece siempre como un
misterio que no se agota al manifestarse en la historia de la salvación. Por tanto, quizás

5
sería mejor decir que la «Trinidad inmanente es el fundamento trascendente de la
economía de la salvación»4.

En época contemporánea, el misterio trinitario ha constituido un constante punto


de referencia para la teología del concilio Vaticano II (1962-1965) desde una
perspectiva histórico-salvífica. De este modo, los documentos conciliares no
reflexionan sobre la Trinidad en sí, sino que ponen el misterio de la Trinidad en
relación con la soteriología.

Así, al Padre se le atribuye el designio creador y salvador, así como las misiones del
Hijo y del Espíritu Santo. En segundo lugar, el Hijo tiene como cometido propio la
revelación del Padre, la redención del género humano y la efusión del Espíritu sobre la
Iglesia. Por último, al Espíritu Santo le corresponde la santificación de la Iglesia y de los
creyentes, la distribución de los dones y carismas, y la configuración del bautizado con
Cristo.

Es interesante cómo la teología contemporánea ―especialmente la obra de autores


como Moltmann y Jüngel― ha querido contemplar en la teología de la cruz el locus
natalis de la revelación de la Trinidad. De esta manera, la fe cristiana no puede
presuponer un concepto cualquiera de Dios, sino que solo puede partir del concepto
de Dios que se muestra en la cruz de Jesús.

De este modo, la cruz revela, junto con el amor del Padre a los hombres, la
obediencia filial de Jesús, que se entrega a la muerte. La respuesta del Padre a la
entrega de Cristo es la resurrección, en la que recibe la glorificación que le constituye
como Kyrios. Y en cuanto Señor, Cristo envía el Espíritu Santo a los hombres, por
medio del cual los hace participar de la vida misma de Dios en los tiempos
escatológicos.

No podemos terminar nuestra exposición sin hacer referencia a las implicaciones


concretas del misterio trinitario para la vida del creyente. Desde el bautismo, la vida
del cristiano se convierte en comunión con cada una de las personas divinas. Así, por
ejemplo, la liturgia se configura de forma trinitaria, de tal manera que la oración de la
Iglesia se dirige al Padre en el Hijo por el Espíritu. Nuestro fin último es la comunión
perfecta con la Trinidad en el cielo 5, pero ya en la tierra podemos vivir el misterio de la
«inhabitación», que consiste en la presencia y la posesión por parte del alma en gracia
de las tres personas divinas (cf. Jn 14,26).

4
L. F. Ladaria, El Dios vivo y verdadero. El misterio de la Trinidad, 59.
5
Cf. CEC 260.

6
 BIBLIOGRAFÍA:

- Catecismo de la Iglesia Católica


- Denzinger, Heinrich - Hünermann, Peter, El Magisterio de la Iglesia, Herder,
Barcelona 2017.
- Fernández, Aurelio, Teología dogmática, I, BAC, Madrid 2012.
- Fries, Heinrich (dir.), «Trinidad» en Conceptos fundamentales de la teología, IV,
Ediciones Cristiandad, Madrid 1996.
- Kasper, Walter, El Dios de Jesucristo, Sígueme, Salamanca 2011.
- Ladaria, Luis F.., El Dios vivo y verdadero. El misterio de la Trinidad, Secretariado
Trinitario, Salamanca 1998.
- Müller, Gerhard L., Dogmática. Teoría y práctica de la teología, Herder, Barcelona
1998.
- Vadillo, Eduardo, Breve síntesis académica de teología. Guía para la preparación del
examen de Bachillerato, Instituto Teológico San Ildefonso, Toledo 2010.

También podría gustarte