Época Prenicena (Recuperado Automáticamente)
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LA ÉPOCA PRENICENA
La liturgia bautismal
La liturgia eucarística
Ya San Justino testimonia en su Primera Apología que la liturgia eucarística está ligada
al misterio trinitario.
La anáfora comienza dirigiéndose al Padre, por medio del Hijo. En su desarrollo es clara
la distinción e igualdad de las tres divinas Personas. En la epíclesis se pide al Padre que
envíe al Espíritu Santo para que podamos glorificarle por medio del Hijo. Se trata de
una invocación que tendrá un gran desarrollo en las liturgias orientales. La anáfora
concluye con una doxología en que de nuevo se expresa la fe trinitaria. Esta doxología
se repetirá frecuentemente a lo largo de la Tradición Apostólica. Esta misma dimensión
trinitaria de la plegaria eucarística se encuentra universalmente presente en todos los
testimonios que han llegado gado hasta nosotros.
La oración cristiana
La oración cristiana hereda muchos rasgos de la oración judía, pero se distingue de ella
por un rasgo fundamental: se dirige a Dios por la mediación de Jesucristo, nuestro
Señor. En este marco se sitúan las doxologías cristianas que tanta importancia tendrán
en el desarrollo de la doctrina trinitaria. Se trata de un reconocimiento de los atributos
divinos, especialmente de su gloria. Estas doxologías están presentes en los primeros
testimonios de la oración cristiana.
Aparecen con profusión en gran parte de los escritos del Nuevo Testamento. El uso de
la doxología Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo está ya generalizado a mediados
del siglo IV. Se encuentra en el himno Phos hilarán, luz gozosa, perteneciente a los
siglos II-IIP.
El trasfondo cultural
La etapa de los Padres Apostólicos comprende los escritores de los siglos I/II cuyas
enseñanzas pueden considerarse como un eco bastante directo de la predicación de los
Apóstoles, a quienes algunos de ellos conocieron personalmente.
Los Padres Apostólicos, no pretenden ni hacer una apología de la fe cristiana, ni
presentar una exposición científica de ella. Sus escritos no contienen especulación
alguna, ni sobre la existencia de Dios, ni sobre su naturaleza o sus perfecciones;
simplemente sintetizan la enseñanza bíblica sobre Dios, Creador y Padre de todas las
cosas. Su talante primordial es el de testimonio; sus escritos destilan una gran nostalgia
de la presencia física del Señor.
Los apologetas
La I literatura apologética mira especialmente a estos tres campos: los paganos, a los
que se les intenta mostrar no solamente que los cristianos no son ateos, sino que
únicamente el Dios cristiano -el Padre Jesucristo- puede ser el Dios verdadero, mientras
que el politeísmo es intrínsecamente falso; los judíos, a los que se intenta demostrar que
el Dios verdadero -el Dios de Israel- es el Padre de Jesucristo y que esto no va contra el
monoteísmo enseñado en el Antiguo Testamento; finalmente, preocupan las
innumerables corrientes dualistas, sectas gnósticas y docetas -que eran también
dualistas-, a las que se intenta demostrar que no hay dos dioses -uno bueno y otro malo,
el uno principio del bien y el otro principio del mal, el uno del Antiguo Testamento y el
otro del Nuevo Testamento-, y que este mundo no procede de Dios por emanación, sino
por creación. También las primeras reflexiones teológicas en torno al misterio de la
Trinidad, especialmente en tomo a la Divinidad del Hijo, aparecen con los Apologetas.
lreneo destaca ante todo la unidad absoluta de Dios, y destaca también que no ha
existido jamás una materia eterna junto Dios, que sea el origen del Mal. Dios es único;
no existe un dios inferior
que sea el demiurgo o el hacedor de este mundo. Este Dios creador es justicia y
santidad. Él es autor del Antiguo Testamento y autor también del Nuevo. Puntualiza San
lreneo que Dios no tenía necesidad de crear al hombre, puesto que, desde siempre, antes
de la creación de Adán, el Padre y el Verbo se glorificaban mutuamente.
Para San Ireneo, el cristiano es ante todo un hombre que cree en la Trinidad, La
afirmación de las tres Personas divinas se realiza siempre en conexión con la economía
de la salvación y no en el contexto especulativo, típico de los Apologetas, que
entrelazan sus afirmaciones sobre la Trinidad con especulaciones filosóficas.
Dos grandes pensadores del siglo III: Clemente de Alejandría y Orígenes
Herejías antitrinitarias
El monarquianismo
La lucha contra el Espíritu Santo por parte de los pneumatómacos se manifiesta con
especial claridad en sus dubitaciones en torno a la doxología. Sus reticencias fueron la
ocasión de que San Basilio escribiese su tratado Sobre el Espíritu Santo.
Los pneumatómacos se oponían a que, en la doxología, el Espíritu apareciese junto al
Padre y al Hijo en forma yuxtapuesta; sólo la forma subordinada. Según ellos no se
debía decir «Gloria al Padre y al Hijo junto con el Espíritu Santo», sino «Gloria al
Padre, por el Hijo, en el Espíritu Santo», para que la gloria del Espíritu Santo no fuese
celebrada juntamente con la del Padre y la del Hijo. San Basilio argumentará con toda
razón que esa doxología es correcta, pues responde a la teología contenida en el
mandato bautismal que coloca en igualdad de poder y honor a las tres divinas Personas.
CAPÍTULO VII
De Nicea a Constantinopla
Nicea había sentado las bases para defender en toda su radicalidad la afirmación
neotestamentaria de la filiación divina de Jesús. Había protegido la fe trinitaria tanto del
subordinacionismo como del modalismo. Pero no se habían puntualizado una serie de
facetas de la mayor importancia en teología trinitaria. Así al introducir el homousios, no
se había precisado si esta consustancialidad implicaba no sólo igualdad de esencia, sino
también identidad numérica Tampoco se había precisado si la generación del Verbo es
eterna. El homousios estaba, por así decirlo, demasiado desprotegido y expuesto a
interpretaciones equívocas.
San Atanacio defensor de la fe proclamada en Nicea
Atanasio insiste en que es necesario afirmar que la generación del Hijo es eterna. Lo
pide así la naturaleza de Dios, pues jamás la sustancia del Padre ha sido imperfecta. Y,
si el Hijo no fuese eterno, habría habido un momento en que esta sustancia habría
recibido su última perfección
precisamente al engendrar al Hijo. A partir de aquí, llama la atención sobre el hecho de
que la generación en Dios es muy diferente de la generación humana".
Los Padres capadocios
En su exposición trinitaria, los Capadocios emprenden un camino diverso al de San Atanasia. Este
había partido de la unidad de Dios a la que sigue la afirmación de que el Hijo es de la misma
naturaleza que el Padre; los Capadocios parten de la triple realidad personal existente en Dios.
La fórmula era ya conocida por Orígenes, y era utilizada por los teólogos de formación
origenista. El Concilio de Alejandría del año 362 es un Concilio en el que se busca,
sobre todo, la reconciliación con todos los que acepten la fe proclamada en Nicea,
aunque se resistan a aceptar el término homousios. Se acepta la utilización de la fórmula
mía ousía, treis hypostáseis.
San Basilio distingue, además, entre nombres positivos y nombres negativos. Los
nombres positivos significan lo que es Dios: Bueno, Justo, Creador. Los nombres
negativos significan aquello que Dios no es: Dios es in-corruptible, es in-mortal, es in-
visible; estos nombres significan que en Dios no hay corrupción, ni muerte, ni
corporeidad. Uniendo estas dos formas de hablar de Dios, dice San Basilio, nosotros nos
formamos una cierta idea de Dios.
El macedonismo
San Basilio mantiene una gran dependencia con respecto a San Atanasio y, al mismo
tiempo, Jo supera en precisión teológica. En efecto, mientras que para Atanasio el
misterio de la procesión del Espíritu permanece impenetrable y sería insensato pretender
escudriñarlo, San Basilio, aun subrayando que la manera de existir el Espíritu Santo
permanece inefable, añade algo más al distinguir el modo de proceder del Espíritu Santo
como soplo de la boca de Dios-, de la procedencia del Hijo.
Lo primero que afirma San Basilio es la perfecta divinidad del Espíritu Santo. Para
mostrar que es verdad revelada, aduce al mandato bautismal de Mt 28, 19. La con
numeración del Espíritu con el Padre y con el Hijo no es un invento humano, sino algo
enseñado por el mismo Jesucristo. El mandato del bautismo muestra no sólo igualdad
entre las Personas, sino también comunión entre ellas. Se trata de una comunión en
todo: las tres divinas Personas poseen los mismos atributos y, en consecuencia, merecen
igual honor.
El símbolo Nicenioconstantinopolitano
Este Símbolo adquiere su actual rango teológico al ser aceptado solemnemente por el
Concilio de Calcedonia. De este Símbolo nos interesa en este momento la doctrina
pneumatológica, que constituye su nota más característica: Del Espíritu Santo se
confiesa:
Se define, en primer lugar, la divinidad del Espíritu Santo. Para afirmar la igualdad del
Espíritu con las otras divinas Personas no era posible, como en el caso del Hijo,
remitirse a las exigencias de una auténtica generación, pues el Espíritu Santo no procede
del Padre por vía de generación.
La discusión con los macedonianos y, en especial, la argumentación de San Basilio, San
Gregario de Nacianzo y de San Gregario de Nisa ofrecieron material abundante para
establecer la fe pneumatológica.
El inciso que procede del Padre, como es obvio, está puesta para mostrar el origen
divino del Espíritu. El Espíritu procede, pero sin ser engendrado; procede, pero no es
hecho, ni creado. Se recoge aquí la afirmación de Nuestro Señor contenida en Jn 15, 26-
27 «el Espíritu que procede del Padre», y la maravillosa exposición que San Gregario de
Nacianzo hace de esto.
CAPÍTULO VIII
La fe cristiana exige creer no sólo en la unidad divina, sino también en una real trinidad
de personas. En el Adversus Praxeam, escrito hacia el año 213, cuando ya es
montanista, Tertuliano, basándose en la regula fidei, señala que los tres de la Trinidad
no son tres modos distintos de manifestarse el único Padre, sino que son tres
subsistentes distintos. Y que esta distinción de personas se da en la unidad de un único
Dios.
l.- La regla de la fe indica que hay en Dios una sola sustancia y tres Personas, las cuales
poseen igual dignidad.
2.- Estas personas se diferencian no en que son diversos, sino en que son distintos en el
orden.
3.- La Trinidad de Personas en nada invalida la unicidad de Dios, pues las demás
Personas proceden del Padre".
5.- No hay más que un solo Dios, es decir, una sola sustancia divina", pues el Padre es
el origen de la Trinidad. Tertuliano expresa esta verdad con un lenguaje todavía
inexacto: El Padre es toda la sustancia; el Hijo, en cambio, es una derivación y una
porción de toda ella, según Él mismo confiesa al decir: «El Padre es mayor que yo».
Aportaciones de san Ilario de Poitiers
A la hora de analizar las relaciones entre Padre e Hijo, San Hilario toma como concepto
clave el de generación para argumentar en torno a la unidad y distinción entre ambos.
La consustancialidad del Hijo con el Padre significa que no ha sido hecho de la nada, ni
de una materia preexistente, como si su origen se debiera a un acto creador, sino que
procede del Padre por una generación inefable, sin escisión, ni división, ni partición de
la sustancia divina. El Padre ha entregado toda su sustancia al Hijo sin perder nada de sí
mismo, pues esta generación no ha
de entenderse como una protensio o una transfusio, sino como una aeterna generatio. En
consecuencia, la misma y única naturaleza existe in utroque: a vivente vivus, a vero
verus, a perfecto perfectus". Tras estas afirmaciones, es lógico que sea fácil para Hilario
distinguir la filiación eterna del Verbo de nuestra filiación adoptiva.
San Hilario comienza a utilizar ya aquí la expresión de subsistentis naturae para referirla
a las personas, concepto que tendrá tanta importancia en los siglos posteriores a la hora
de precisar la definición de persona. La misma importancia tiene el señalar junto a la
discretio personarum el hecho de la circuminsessio, es decir, el hecho de que las divinas
Personas son distintas, pero permanecen siempre la una en la otra: uno está en el otro, el
Padre está en el Hijo y el Hijo en el Padre a causa de la indisoluble unidad de
naturaleza, sin confundirse entre sí, y
sin estar separados.
San Agustín condensa este pensamiento en el célebre axioma: in divinis omnia sunt
unum, ubi non obviat relationis oppositio", fórmula en la cual la unidad se atribuye a la
naturaleza, mientras que las diferencias se colocan sólo en las relaciones de las Personas
entre sí.
El lenguaje trinitario latino recibe así su orientación definitiva. Se identifican los
conceptos de sustancia y esencia como nombres aplicables a lo que Dios es en su propia
naturaleza, y se reserva el nombre de persona a lo relativo, es decir, a los tres que
subsisten en la misma sustancia o esencia.
Trinidad y Cristología
CAPÍTULO IX
El Pseudo-Dionisia mantiene que no hay que indagar con la razón cuál es la naturaleza
de Dios, puesto que Dios está más allá de todo cuanto nosotros podemos pensar de Él;
está más allá del ser y del bien, del poder y de la vida, de la razón y de la inteligencia.
Nos encontramos, pues, ante la formulación más enérgica de la teología negativa, que
tanto influirá en el pensamiento y en la espiritualidad cristiana.
Según el Dionisio, son tres los caminos para llegar a Dios. Uno la teología positiva.
Consiste ésta en acercarse a Dios a partir del mundo sensible. Esta teología positiva
debe ser corregida por una teología superior, a la que el Pseudo-Dionisio llama teología
negativa, que borra todo lo que pertenece al mundo creado, para fijarse solamente en lo
que está sobre todo lo creado.
Lo más personalísirno del PseudoDionisio, hay una tercera vía, la teología mística, que
es cuando el hombre como entornando los ojos del alma, se sumerge en el silencio de
las tinieblas, y envuelto en una luz super esencial, sin forma, sin figura, sin sonido y sin
concepto, en mística inmersión, se hace uno con Dios.
Boecio expresa esta trascendencia diciendo que Dios está por encima de todos los
predicamentos; por ejemplo, en El la sustancia no es verdaderamente sustancia, sino que
sobrepasa la noción de sustancia: «En Él, la sustancia no es sustancia en sentido estricto, sino
que está más allá de la sustancia» 13• Como es obvio, decir que Dios está ultra substantiam es lo
mismo que dicen los Padres griegos al afirmarde Dios que es hyper ousía, es decir, una
sustancia suprasustancial.
Boecio sólo dedica dos pequeños opúsculos a la Trinidad. En este terreno se limita a seguir el
camino ya trazado por San Agustín, especialmente en la importancia que otorga a la relación.
Sólo la relación permite hablar de tres en la Trinidad manteniendo, al mismo tiempo, su unidad.
Esto es así, porque la relación no dice lo que el sujeto es en sí mismo, sino sólo su referencia a
otro". Severino Boecio elabora una de las más conocidas definiciones de persona.
San Juan Damasceno, tras pedir la gracia de la Santísima Trinidad, inicia su exposición de las
razones que hay para afirmar la existencia de Dios. Y son estas tres:
La primera razón de que Dios existe se toma de la mutabilidad de las cosas: «Todo lo que
existe, o es creado o es increado. Si es creado, también es mudable. En efecto, lo que comenzó
por una mutación, es necesario que permanezca sometido también a la mutación, ya sea que
perezca, ya sea que se convierta de una cosa en otra. Pero si es increado, se sigue
necesariamente que no puede cambiar.
La segunda razón se toma del gobierno y de la conservación del mundo: «Más aún, la
misma conjunción de todas las cosas creadas, su conservación y gobierno, nos enseñan
que existe un Dios que ha aglutinado al universo, que lo sustenta, lo conserva y lo
gobierna. Pues ¿cómo podría suceder que entre tantas naturalezas luchan entre sí,
contribuyesen a la constitución de un único mundo, y fuesen coherentes entre sí, o
estuviesen unidas entre sí con un lazo tan fuerte que no puede desatarse nunca, si no los
uniese una fuerza omnipotente y las librase perpetuamente de la disolución.
La tercera razón se toma del orden existente de las cosas en el mundo. El Damasceno tiene
presentes fundamentalmente a los maniqueos, contra los que se dice que el cosmos no está
unido por la casualidad ni espontáneamente: «¿Qué es lo que vio o dispuso determinados
lugares para las cosas que hay en el cielo, que existen en la tierra, que vagan por el aire, o que
viven en las aguas, más aún, a las cosas que son anteriores a estas cosas: ¿el cielo, la tierra, el
aire, la naturaleza del fuego y del agua? ¿Por quién fueron unidas y separadas? ¿Qué es lo que
imprimió en ellas el movimiento y lo que las conduce en una perenne y nunca frenada carrera?
¿Acaso no es su artífice el 9ue imprimió en todas las cosas la razón y el modo por el que este
que las produjo en la naturaleza de las cosas? No debemos atribuir esto ni a una fuerza
automática, ni a la casualidad.
Las formulas trinitarias en las profesiones de fe de occidente
Fides Damasi
Recoge fórmulas, que nos son ya conocidas, se insiste en Dios que es único, pero no es
solitario. Tampoco la Trinidad de Personas puede concebirse en sentido modalista,
como si el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo fuesen el mismo. Se distingue la procesión
del Espíritu de la del Hijo. Siendo el mismo Dios, cada una de las personas tiene su
nombre propio. La igualdad de las Personas entre sí radica en el hecho de que brotan del
Padre. Nótese que se dice que el Espíritu Santo procede «de Patre et de Filio».
Clemens Trinitas
También esta fórmula se sitúa en las Galias en tomo al año 500. Las afirmaciones
trinitarias son muy parecidas.
El lenguaje y los conceptos aparecen aquí totalmente perfilados. Se ha de confesar la
unidad y la trinidad, evitando al mismo tiempo el sabelianismo y el arrianismo. Se
cumplen perfectamente las reglas en el uso del singular y del plural a la hora de referirse
bien a la sustancia,
bien a las personas. Se perfila con exactitud la diversidad de procedencia entre el Hijo y
el Espíritu. Se insiste intencionadamente en la procedencia del Espíritu del Padre y del
Hijo.
El Espíritu es nonfactus, nec creatus, nec genitus, sed procedens, sin decir más en torno
a la forma de esta procedencia. Hay un solo Dios, pero tres Personas, que son distintas e
incomunicables: el Padre no es el Hijo, el Hijo no es el Padre, El Espíritu Santo no es ni
el Padre, ni el Hijo. El Símbolo es de una gran fuerza pedagógica y un buen resumen de
la doctrina trinitaria. Se comprende su aceptación. Desde el punto de vista de la historia
de la doctrina
trinitaria se debe hacer notar que la perspectiva es muy conceptual y un tanto lejana a la
consideración del misterio trinitario a la luz de la historia de la salvación.
El Concilio III de Toledo, celebrado en mayo del año 589, pone fin al arrianismo en
España. Ocho obispos arrianos, el rey Recaredo y su corte firmaron la profesión de fe
trinitaria compuesta por el Concilio.
CAPÍTULO X
Ricardo es, sobre todo, un autor místico que, como toda la escuela de San Víctor, está
bajo la influencia de San Agustín. También se encuentra bajo la influencia de San
Anselmo, sobre todo en su concepción del quehacer teológico como fides quaerens
intellectum, es decir, como esfuerzo por «comprender».
Libro II: Los atributos divinos. Dios es increado e inmenso. Al ser increado, es
inmutable, hay que excluir en Él todo aumento o disminución. Es infinito en grandeza y
duración. Los atributos divinos se identifican con la esencia de Dios, y todos ellos
llevan a la unicidad de un solo Señor, un solo poderoso, un solo eterno.
Libro III: Pluralidad y Trinidad en Dios. Ricardo intenta mostrar con argumentos
comprensibles para la razón que, en la unidad divina, tiene que existir una pluralidad de
personas. Existen en Dios caridad perfecta y soberana. Trinidad de Personas; La caridad
suprema y perfecta exige que se quiera comunicar la felicidad que se experimenta en el
amor: cada una de las dos Personas debe, desear tener un objeto de amor común.
Libro IV: Las Personas. Una vez afirmada la unida de naturaleza y la pluralidad de
personas existentes en Dios, es necesario esclarecer el sentido del término persona. La
palabra persona se refiere a la sustancia, pero no es sinónimo de sustancia: ella designa
una sustancia dotada de razón y significa también una propiedad singular
incomunicable.
Libro V: Las procesiones. Puesto que hay en Dios personas distintas en razón se su
distinción de origen, es necesario estudiar este origen. Una persona debe tener la
existencia de ella misma y de ella sola. Pues teniendo el poder en plenitud, ella es fuente
y el principio de toda otra esencial, existencia y persona.
Libro VI: Los nombres de las Personas: a pesar de las semejanzas que la generación del
Hijo comporta con la generación humana, conviene hablar de Padre e Hijo en Dios.
Alejandro de Hales
CAPÍTULO XI
El concilio IV Letrán
La enseñanza trinitaria del Concilio IV de Letrán está relacionada con la doctrina del
abad Joaquín de Fiore. El abad Joaquín acusaba a Pedro Lombardo de introducir en la
Trinidad una especie de cuaternidad, porque Pedro Lombardo decía que la esencia
divina, común a las tres Personas, no era ni generans, ni generata, ni procedens.
Joaquín, por su parte, concebía la unidad de las tres personas como una unidad en la
especie, algo así como sucede en tres hombres, los cuales coinciden en pertenecer a la
especie humana, pero son tres individuos numéricamente distintos.
El concilio corta todo camino que lleve a una concepción de la Trinidad en la que se
hiciese surgir a la Persona del Padre de una previa esencia impersonal. Es decir, no hay
prioridad de la esencia divina sobre las Personas. La esencia divina no es la que
engendra, sino el Padre. Se subraya así la afirmación de que el Padre es fuente y origen
de toda la Trinidad.
El concilio II de Lyon
La cuestión trinitaria clave fue, como es lógico, la procesión del Espíritu Santo en su
doble vertiente: a) procesión del Padre y del Hijo; b) ambos no constituyen más que un
solo principio".
El concilio de Florencia
Nos encontrarnos, pues, ante una solemne proclamación de la fe en la que se enseña que
el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo como de un solo principio y por una
única espiración, recibiendo de ellos su realidad esencial y personal. Se señala la
igualdad de las fórmulas ex Patre Filioque o a Patre per Filium y se legitima la
introducción del Filioque por las necesidades del tiempo, es decir, para proteger la
perfecta divinidad del Hijo.
En concreto, se subraya no sólo que el Espíritu Santo procede del Padre, sino sobre todo
que procede del Padre y del Hijo como de un único principio; que el Hijo, al ser
engendrado, lo recibe todo del Padre y por tanto incluso la espiración del Espíritu Santo;
que el Padre no recibe nada de ninguna Persona, pues es principio sin principio; y se
insiste en que la fórmula ex Patre Filioque procedit no es contradictoria con la fórmula
ex Patre per Filium procedit.
El Concilio Vaticano II desarrolla una teología trinitaria más en conexión con la visión
económica del misterio trinitario. Al Padre se le atribuye el designio creador y salvador,
el envío del Hijo y del Espíritu, el llamamiento a participar en la filiación del Hijo. El
Padre es el término y fin de la acción de Cristo y del Espíritu. Al Hijo se le asigna la
revelación del Padre, la redención, el don del Espíritu. Al Espíritu Santo se le asigna la
santificación de la Iglesia y de las almas, el producir la unidad en la Iglesia, la
distribución de los dones y carismas, la configuración con Cristo". Baste el siguiente
texto como ejemplo de la constancia con que el Vaticano II remite a la Trinidad como
fuente y meta de toda la historia de la salvación.
La consideración del misterio trinitario a la luz de las misionesdivinas ha dado nuevas
fuerzas a la renovación de la pneumatología precisamente al poner de relieve la
actuación del Espíritu en la iglesia.
La iglesia en esta misma perspectiva es la más adecuada para situar todo el misterio
cristiano en un marco trinitario. La Iglesia es el Cuerpo de Cristo aminado por el
Espíritu. El cristiano es hecho hijo de Dios en Cristo por la acción del Espíritu Santo.
Todo apunta hacia la estrecha relación entre la misión del Hijo y la misión del Espíritu.
La enseñanza de Juan Pablo II
San Juan Pablo II ha prestado gran atención al misterio trinitario. Además de una amplia
catequesis en las audiencias de los miércoles dedicadas cada una de las divinas
Personas, ha publicado una trilogía de Encíclicas trinitarias de un denso contenido
teológico.
CAPÍTULO XII
Tras el esplendor al que, en Occidente, llega la doctrina trinitaria con Santo Tomás de
Aquino y San Buenaventura, sigue un período de larga y lenta decadencia, sobre todo
por su polarización en las cuestiones filosóficas y por el olvido de los demás y de las
perspectivas más específicamente teológicas.
Entre los negadores del misterio trinitario ocupan lugar destacado los socinianos".
También su rechazo del misterio de trinitario se debe a un estrecho racionalismo, que, al
mismo tiempo, minusvalora las fuerzas de la razón. Para ellos la razón es incapaz de
descubrir la existencia de Dios. El conocimiento de la existencia de Dios exige la
revelación.
Ahora bien, la revelación dice con claridad que no hay más que un solo Dios; en
consecuencia, la fe en la Trinidad es contraria a la Biblia. Serávano -argumentan- buscar
en la Sagrada Escritura la aplicación del término persona al Verbo o al Espíritu. La
razón, a su vez, se niega a admitir que haya en un solo ser más de una persona.
Tampoco se puede aceptar que Jesucristo sea Dios.
Según Rahner, las causas de este olvido del misterio trinitario se deben, especialmente,
al abuso del axioma tan usual en teología de que las obras ad extra de la Trinidad son
comunes a las tres Personas, pues este abuso hace que se considere casi siempre a Dios
como uno. De hecho, Rahner intenta prescindir de este axioma en la medida de lo
posible con el fin de subrayar lo propio de cada Persona en su intervención en la historia
de la salvación.
Rahner propone también prescindir del término persona en teología trinitaria. Es una
proposición que hemos visto ya formulada por K. Barth. Rahner teme que, al afirmar
actualmente la existencia de tres Personas en la Trinidad, se esté dando pie a concebir la
Trinidad como tres centros de actividad, como tres subjetividades espirituales y, al hacer
esto, se esté cayendo en un triteísmo.
Se trata de una auténtica renovación teológica en la que se recogen los grandes pasos
dados por el pensamiento cristiano a lo Largo de este siglo, que encuentran un esencial
punto de referencia en el Concibo Vaticano II. Se recogen también los frutos de la
consideración más profunda y unitaria en campos de tanta trascendencia como la
antropología, la cristología y la pneumatología.
La fórmula que utilizó el Vaticano II para describir la tarea central de los teólogos,
renovar las disciplinas teológicas por un contacto más vívido con el misterio de Cristo y
la historia de la salvación, ha traído consigo un nuevo modo de ver las cosas, que ha
repercutido directamente en la renovación del tratado de Dios.
En la ejecución de la nueva evangelización para hablar de Dios nada mejor que hacerlo
con las palabras con que El habló de Sí mismo. «El cristianismo comienza con la
encarnación del verbo. Aquí no es solo el hombre quien busca a Dios, sino que es Dios
quien viene en persona a hablar de sí al hombre y a mostrarle el camino por el cual es
posible alcanzarlo, en Cristo la religión ya no es un buscar a Dios a tientas, sino una
respuesta de amor a Dios que se revela: respuesta en la que el hombre habla a Dios
como su creador y Padre; respuesta hecha posible por aquel hombre único que es al
mismo tiempo el Verbo consustancial al Padre, en quien Dios habla a cada hombre y
cada hombre es capacitado para responder a Dios.
CAPÍTULO XIII
En este campo Santo Tomás niega decididamente que sea evidente para nosotros que
Dios existe, y explica así la opinión de quienes piensan que el hombre puede percibir
con evidencia la existencia de Dios: Esta opinión proviene en parte por la costumbre de
oír invocar el nombre de Dios desde el principio.
La costumbre, y sobre todo la que arranca desde la niñez, adquiere fuerza de naturaleza;
por esto sucede que admitimos como connaturales y evidentes las ideas de que estamos
imbuidos desde la infancia.
Todas las pruebas de la existencia de Dios aducidas por Santo Tomás se apoyan en el
principio de causalidad y, en síntesis, dicen lo siguiente: todo lo que sucede tiene una
causa, todo ser contingente, aun cuando existiera ab aeterno, exige una causa; todo lo
que es sin ser por sí mismo depende de una causa que sea por sí misma.
En otras palabras, lo que participa de la existencia depende en último término de una
causa que no participa de la existencia, sino que es la Existencia misma, el Ser por
esencia.
En la elaboración de las «pruebas» de la existencia de Dios, Santo Tomás se orienta
exclusivamente hacia el terreno cosmológico y se apoya exclusivamente en el principio
de causalidad. San Agustín, en cambio, se adentra en el interior del hombre: en las
exigencias de su inteligencia y de su corazón. Hay además otra diferencia entre San
Agustín y Santo Tomás: Santo Tomás aduce las vías entendiendo que en ellas se puede
probar la existencia de Dios; San Agustín aduce sus argumentos intentando sólo
describir el itinerario de la mente a Dios.
Estas vías tienen como punto de partida una faceta del ser creado inmediatamente
perceptible a la experiencia universal de los hombres: el movimiento, la causalidad
eficiente, la contingencia de los seres, las perfecciones existentes en las cosas, la
finalidad ínsita en todos los seres.
Todas las pruebas de la existencia de Dios aducidas por Santo Tomás se apoyan en el
principio de causalidad y, en síntesis, dicen lo siguiente: todo lo que sucede tiene una
causa, todo ser contingente, aun cuando existiera ab aeterno, exige una causa; todo lo
que es sin ser por sí mismo depende de una causa que sea por sí misma.
Puede por ello ascender a Dios por tres vías: la vía del ser, la de la verdad y la
del amor. La segunda es la más frecuente, y es por eso la más típica del agustinismo,
porque San Agustín ama a partir de las verdades más incuestionables, como la
conciencia del propio conocer y querer, para reducir el escepticismo al silencio.
Las vías de la existencia de Dios de Santo Tomas, tienen como fin Dios, con la con la
intencionalidad de destacar daca atributo Divino:
A. La causa primera, por ser incausada, debe tener en sí misma la razón de la propia
existencia; ahora bien, esta causa no se ha podido causar a sí misma, por
consiguiente, no tiene una existencia recibida de ninguna causa, sino que ella
misma es la existencia.
B. El Ser necesario implica también la existencia como atributo esencial, pues no
sólo debe tener la existencia, sino que Él debe ser la existencia misma.
C. EI Ser supremo, totalmente perfecto, no puede tener ninguna perfección limitada
y, por tanto, no puede tener nada recibido; en consecuencia, tampoco puede
tener la existencia como recibida, sino que Él mismo ha de ser la existencia.
D. Dios no puede tener belleza o vida; Él es la Belleza y la Vida.
El argumento ontológico
En cualquier caso, es claro que Santo Tomás y con él la mayor parte de los teólogos, al
tratar de las pruebas de la existencia de Dios, no aceptan más que las pruebas a
posteriori.
La analogía, en efecto, permite que nuestro hablar sobre Dios no sea ni un mero hablar
metafórico, ni un hablar equivoco", sino un hablar en el que, respetando la naturaleza de
las cosas, se dice realmente algo sobre Dios.
Se trata de un proceso mental que implica tres pasos:
El conocimiento de la fe
Mediante la fe, por la que creemos distintamente en Dios como Padre, Hijo y Espíritu
Santo, somos introducidos en la vida intratrinitaria hasta el punto de que la Trinidad
inhabita en nuestros corazones, es decir hay una relación personal a cada una de las
divinas Personas. Se trata, pues, de un encuentro, profundo y definitivo con el Dios
trino, que llegará a su plenitud en el más allá, cuando la fe de paso a la clara visión en
gloria.
Al hablar de la teología natural no se está hablando del itinerario completo del hombre
hacia Dios, sino sólo de la posibilidad de comprender y hacer comprensibles- a la
inteligencia natural del hombre las razones que existen para afirmar la existencia de
Dios. Como ya hemos visto, la gran tradición teológica desde los santos Padres hasta
nuestros días ha afirmado siempre que es posible a la razón humana dentro de graves
dificultades y limitaciones alcanzar algo del conocimiento de Dios; más aún, que el
deseo de Dios inscrito en el corazón del hombre para lanzarlo a esta búsqueda.
Se unta de una búsqueda que implica a todo el hombre cabeza y corazón y que
comporta, por eso mismo, su propia aventura intelectual.
La teología natural es preámbulo imprescindible de la teología sobrenatural y, a su vez,
dada la actual situación del hombre, la fe protege y preserva de errores a la teología
natural. Pero proteger no significa suplantar.
CAPÍTULO XIV
La vía de la afirmación (thésis) consiste en afirmar que existen en Dios todas las
perfecciones que existen en las cosas. Esta vía se fundamenta en la consideración de que
Dios es la causa de todas las cosas y, por tanto, ha de tener en sí todas las perfecciones
que se encuentran en ellas.
Una vez negado el límite, se señala en forma positiva hacia la infinitud para la que no
existen conceptos humanos adecuados, las perfecciones puras se encuentran todas
realmente en Dios y en grado infinito. Esta trascendencia a todo concepto limitado da
razón de por qué siempre se ha dicho que no sabernos de Dios Jo que es, sino lo que no
es.
Estas vías se complementan mutuamente, de forma que es necesario utilizarlas a las tres
conjuntamente. San Juan Damasceno, sintetizando el largo camino recorrido por la
teología Patrística: Como Él es la causa de todas las cosas y comprende en sí los
conceptos y causas de todos los entes, es llamado también según todo lo que existe,
incluso según lo opuesto, como, por ejemplo, luz y tinieblas, agua y fuego; Debemos
percatarnos de que Dios no es esencialmente estas cosas.
El conocimiento analógico
En el modo humano de conocer, la analogía es un instrumento clave para adquirir
nuevos conocimientos y para hablar de Dios, tanto a la luz de la razón natural, como a la
luz de la fe. La palabra analogía significa semejanza, concordancia: de algo conocido,
pasamos a conocer algo nuevo, pero que guarda cierta semejanza con lo que ya
conocemos. Y lo conocemos precisamente en esta semejanza-desemejanza.
La teología apofática
Se trata de una teología que quiere resaltar, sobre todo, la inadecuación de cualquier
palabra o de cualquier pensamiento para referirse a la naturaleza divina. Dios está
siempre más allá de toda expresión. Se trata, pues, de una vía teológica que procede por
medio de negaciones a fin de acercarse a Dios trascendiendo todo concepto.
D. Los nombres que se aplican a Dios y a las criaturas han de aplicarse siempre
enfonna análoga, pues esta analogía responde al distinto modo y grado en que
estas perfecciones están en Dios y en las criaturas.
E. Los nombres que designan perfecciones impuras o mixtas no se pueden aplicar
a Dios más que metafóricamente y siempre dentro de la analogía, ya que estos
términos no se pueden aplicar propiamente más que a las criaturas y, por tanto,
al aplicarlos a Dios, se incluye siempre el significado que tienen aplicados a las
criaturas".
CAPÍTULO XV
Para hablar de lo que es Dios, no tenemos más punto de partida que el conocimiento del
mundo material en el que nos movemos. Los conceptos de esencia y de naturaleza están
tomados de él, con lo que esto implica de perfección y de límite.
Santo Tomás dice que Él que es, es el nombre más propio de todos los que aplicamos a
Dios, aduciendo tres argumentos para demostrarlo:
Los atributos divinos pueden definirse, pues, como las cualidades o virtudes que
constituyen la esencia de Dios y que, según nuestro orden lógico de conocer, dimanan
del constitutivo metafísico de su esencia, es decir, del lpsum esse subsistens.
Estas se denomina como perfecciones comunes a las tres divinas Personas, pues cada
una de ellas posee en común y sin división toda la esencia divina. Por esta razón, no se
califica como atributos divinos lo concerniente a las relaciones trinitarias, pues no son
comunes a las tres divinas Personas, sino propias sólo de cada una de ellas.
Por estos atributos Dios se constituye como infinitamente sabio, infinitamente justo e
infinitamente misericordioso. Dios es todas estas cosas al mismo tiempo. Toda obra de
Dios está llena de justicia, de sabiduría y de misericordia. Su misericordia es justa y
sabia, y no sería misericordia infinitamente perfecta, si careciese de justicia o de
sabiduría.
Clasificación de los atributos divinos
CAPÍTULO XVI
La simplicidad de Dios
b) Por esta misma razón, tampoco puede haber en Dios composición de materia y
forma, pues esa composición entraña límite y potencialidad, divisibilidad, esencial
imperfección.
c) Por esta misma razón, en Dios, se identifican esencia y naturaleza. Dios no tiene
nada, sino que es todo aquello que tiene. No hay en Él nada accidental. La distinción
existente entre las tres divinas Personas no se puede concebir como algo que provenga
de una distinción entre sustancia y accidentes. Las relaciones divinas no se pueden
concebir como si fuesen modos accidentales del ser de Dios.
d) No puede haber en Dios composición de esencia y existencia, pues toda esencia que
entra en composición con la existencia se comporta como una potencia que es «llenada»
por su acto".
e) Dios tampoco puede entrar a formar parte de nada, porque Dios, precisamente por su
perfección, no puede ser perfeccionado por nada. En efecto, siguiendo el axioma de que
el todo es mayor que las partes, la suma de Dios y el mundo sería más perfecta que Dios
solo, lo cual equivaldría a decir que se da en Dios la potencialidad de una mayor
perfección: la perfección que se derivaría de la suma del mundo y Dios.
La espiritualidad de Dios
En el Antiguo Testamento, el término espíritu (ruah) se utiliza para designar antes que
nada el soplo divino que hace vivir al hombre. En el Nuevo Testamento, término ruah
se utiliza no sólo para designar la vida de Dios, sino también para designar la tercera
Persona de la Santísima Trinidad. El concepto de espiritualidad para referirnos al
aspecto positivo de la inmaterialidad divina, es decir, para referimos a la trascendencia
de Dios sobre la materia.
Decir que Dios es espíritu lleva consigo la afirmación de que Él no es cuerpo. Como ya
se hizo notar, la corporalidad no estáformalmente en Dios. Sólo está virtualmente. En
consecuencia, tampoco se puede entender que el sexo esté formalmente en Dios. El sexo
sólo está en Dios virtualmente.
Y esto por la propia definición del sexo, que es corporeidad y división dentro de un
género. Lo masculino y lo femenino son _dos formas de realización de lo humano. La
forma en que Dios se realiza es infinitamente simple, sin división alguna. No se puede,
pues, concebir a Dios como masculino o como femenino.
La inmutabilidad divina
La ausencia de pasiones
La perfección de la vida divina incluye el que esta no se pueda concebir como un flujo y
reflujo de sentimientos y pasiones. Hablando con propiedad, no hay en Dios cambios de
«estados de ánimo», sino amor indeficiente. Siempre dentro de la analogía, hay que
predicar de Dios todo lo que corresponde a la vida espiritual; los afectos que no
implican imperfección alguna se encuentran en Dios formalmente.
La incorrupción y la inmortalidad
La afirmación de que Dios trasciende la vida corporal torna imposible que se le conciba
inmerso en los procesos de nacimiento y muerte tan propios del mundo material. Tanto
entre los pueblos limítrofes de Israel como en todo el mundo pagano era frecuente
imaginar a los dioses sometidos a los procesos de resurrección y de muerte.
El panteísmo más frecuente es el que confunde a Dios con el mundo. Este panteísmo
puede ser total o parcial. Según el panteísmo total, el ser divino se identificaría con todo
el ser de la criatura, es decir, todo cuanto existe es divino.
El panteísmo se subdivide en panteísmo monístico y pluralístico, Según el panteísmo
monístico, el mundo Y Dios constituirían una única sustancia. Según al panteísmo
pluralístico, las criaturas serian sustancias emanadas del ser divino.
CAPÍTULO XVII
La inmensidad de Dios
La inmensidad divina concebida en forma espacial resulta absurda. Una inmensidad así
haría imposible la ubiquidad de Dios. La inmensidad divina es equivalente a su
inespacialidad. Ella es antes que nada espiritualidad y simplicidad.
La presencia es una relación de indistancia entre dos seres. En toda relación han de
darse necesariamente los términos que se relacionan y la razón o fundamento por el que
se relacionan. En el caso que nos ocupa, puesto que esta relación no puede basarse en la
espacialidad, ha de basarse en la acción divina. La presencia de Dios al mundo no tiene
nada de material ni de cuantitativo. Dios ni es la medida del ser creado, ni es medido
por él. Dios no es una materia sin límites, sino un ser espiritual que trasciende el
espacio.
La eternidad de Dios
CAPÍTULO XVIII
LA UNICIDAD DE DIOS
La unicidad de Dios
a) Dios es su misma naturaleza. Luego eso mismo que le hace ser Dios hace que
sea este Dios. Es, pues, imposible que haya muchos dioses, ya que aquello que
hace que una cosa singular sea precisamente esta cosa, eso no se puede
comunicar a otros.
b) Dios posee todas las perfecciones en grado infinito. En el caso de haber muchos
dioses, tendrían que ser distintos y, por lo tanto, uno tendría que tener algo que
no tuviese el otro. Esta verdad -recuerda Santo Tomás- es la que forzó a los
filósofos antiguos a admitir un solo principio infinito.
c) Todas las cosas existentes están ordenadas entre sí. Pero cosas tan diversas no se
coordinarían en un solo plan si no las ordenase alguien que sea uno, luego tiene
que haber un solo Dios.
Dios y el mundo, sino una diferencia esencial, un abismo en cierto modo infinito: la
diferencia que existe entre aseidad y contingencia. Sólo se entiende la profundidad del
monoteísmo cuando se le considera en su fundamento, es decir, en la aseidad divina.
Dios tiene en sí mismo la razón de su existencia; nada de cuanto existe fuera de Él tiene
la razón de su existencia en sí mismo.
Ser creado significa no sólo haber recibido de Dios todo lo que uno tiene, sino también
todo lo que uno es. Esto quiere decir que todo existe en la medida en que Dios lo piensa,
lo diseña y lo mantiene en el ser.
CAPÍTULO XIX
La noción de verdad
Llamamos verdaderas a las cosas en la medida en que coinciden con la idea que las ha
originado, con la idea que es su arquetipo. Esta coincidencia con la idea arquetipo lleva
consigo el que las cosas sean, a su vez, inteligibles, es decir, sean aptas para ser
entendidas por aquellas otra inteligencia que no las han diseñado.
La verdad descubre el ser y también las conexiones del ser, abre perspectivas dentro de
dominios aún desconocidos, tiene en sí misma el movimiento hacia una verdad más
amplia.
La expresión verdad de las cosas tiene, pues, un profundo sentido teológico. Significa
que las cosas responden a la medida de Dios, poseen en sí mismas veracidad e
inteligibilidad como una huella del Ser que no sólo las ha hecho existir, sino que las ha
diseñado en su más profunda esencia.
El mundo está situado, pues, entre dos inteligencias: entre la inteligencia infinita que lo
ha diseñado y la inteligencia finita, esencialmente tendente a comprenderlo, y hacia la
cual el mundo se abre como una invitación. De ahí que sea justa la afirmación de que las
cosas son en sí mismas portadoras de verdad.
La veracidad divina
La Verdad divina se identifica con el mismo ser de Dios, el cual es Trinidad de Personas
y Amor esencial. En Dios, Verdad y Amor se identifican realmente. La Verdad de Dios
es la verdad del Amor. Ambas dimensiones son inseparables de la afirmación de que
Dios es la Verdad subsistente. Esa Verdad no sólo no es algo abstracto, sino un Ser
concretísimo, que es comunión interpersonal de existencia, de conocimiento y de amor.
CAPÍTULO XX
La analogía psicológica
Son muchas las razones que explican el que la teología haya elegido casi siempre este
campo para estructurar el tratado sobre la Trinidad. Los mismos nombres dados por el
Nuevo Testamento a las Personas divinas, en especial al Verbo, parecen indicar esta
analogía como el mejor camino.
En efecto, decir que Dios tiene un Logos cabe sí desde antes de la creación del mundo,
indica que este Logos tiene algún reflejo en el logos humano, es decir, en la vida del
espíritu humano. La enseñanza antropológica de la Sagrada Escritura sugiere también el
mismo camino.
Son caminos diversos que plantean problemas también diversos, pero que no pueden
tomarse como incompatibles, ni siquiera como paralelos, sino como complementarios.
Y mucho menos, si nos remontamos a la época patrística. La teología patrística griega
parte de la confesión de fe bautismal y de la Sagrada Escritura en la que se despliega
primero la doctrina sobre Dios y, después, su realidad trinitaria.
Pero esto no quiere decir que sea justo calificar a la teología latina como una teología de
la esencia divina, como si se olvidase de la teología de las Personas, o como si su
caminar fuese primordialmente filosófico. Conviene recordar la firmeza con que Santo
Tomás hace hincapié en la incognoscibilidad de Dios y en la distinción real entre las
Personas y, en consecuencia, en la realidad de las procesiones en Dios.
En la parte histórica, nos han salido ya al paso algunos términos, que iban siendo
acuñados conforme lo requerían las circunstancias, para exponer con la mayor precisión
posible el misterio trinitario.
Estos tres términos sirven para designar todo lo que en Dios es común a las tres
Personas, de forma que con ellos se designa el conjunto de los atributos y predicados
absolutos que se dicen de Dios. Se utilizan, pues, para designar todo aquello que se debe
decir de Dios en singular.
Etimológicamente los tres nombres designan la misma realidad, aunque con matices
diversos: la esencia es lo que una cosa es; la naturaleza es lo que una cosa ha recibido
con su nacimiento y, por lo tanto, lo que una cosa es; la sustancia es lo que está debajo
de los accidentes, es decir, lo que permanece.
Son los términos utilizados para designar las realidades que se dicen de Dios en plural.
Supósito o hipóstasis, son definidos como un sujeto, completo en sí mismo, distinto de
los demás de una misma naturaleza del cual se predican todas las perfecciones que
posee, porque todas descansan en él como en su último fundamento.
Subsistencia
Relaciones subsistentes
Procesiones
El Padre no sólo entrega su propia sustancia al Hijo, sino que la entrega sin ninguna
división o escisión cuando decimos que el Hijo es consustancial al Padre, no sólo
decimos que es de una sustancia igual al Padre, sino que es de la misma sustancia
numérica que el Padre.
En Dios hay dos procesiones inmanentes: el Hijo procede del Padre mediante
generación; el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo mediante espiración
(ekpóreusis). Por esta razón las tres divinas personas son consustanciales, es decir,
poseen la misma y única esencia.
Misiones
El término misión designa, pues, el envío de una Persona divina ad extra de la Trinidad.
La misión implica orden de origen, es decir, que la persona enviada procede de aquella
que la envía.
Apropiaciones
Precisamente porque las obras ad extra son comunes a las tres divinas Personas, se
llama apropiación el hecho de atribuir una determinada obra ad extra o un determinado
atributo que es común a los tres a una Persona con preferencia a las otras, dadas sus
características personales. Santo Tomás define la apropiación como la manifestación de
las divinas personas por medio de los atributos esenciales.
CAPÍTULO XXI
La fe no sólo afirma que las tres personas constituyen un sólo Dios, sino que enseña,
además, que se da entre ellas una íntima relación vital: el Padre engendra, el Hijo es
engendrado por el Padre, el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo. Así pues, el
misterio de la Santísima Trinidad no es sólo el misterio del ser de Dios, sino
primordialmente el misterio de la fecundidad de su vida inmanente.
Existen dos procesiones inmanentes en Dios: una por vía de generación; la otra por vía
de espiración. El Padre no procede de nadie; el Hijo procede del Padre por vía de
generación; el Espíritu Santo procede del Padre a través del Hijo.
La procesión se llama inmanente cuando el término que procede permanece en aquél del
que procede, como es el caso del verbo mental, que procede de la inteligencia y
permanece en ella.
Es necesario recordar una vez más que, dada la infinita trascendencia de Dios, todos los
elementos de las procesiones han de tomarse en sentido analógico. En efecto, han de
concebirse como procesiones en un ser infinitamente perfecto, que no tiene ni antes ni
después, ni composición de acto y potencia.
Es necesario recordar una vez más que, dada la infinita trascendencia de Dios, todos los
elementos de las procesiones han de tomarse en sentido analógico. En efecto, han de
concebirse como procesiones en un ser infinitamente perfecto, que no tiene ni antes ni
después, ni composición de acto y potencia.
Las operaciones que dan origen a las procesiones revisten, pues, las mismas
características que las procesiones que originan: tienen lugar sin movimiento, prioridad
ni posterioridad, ni diversidad de naturaleza, ni composición de acto y potencia, ni
transmutación de ningún género, sucesión ni tiempo; sin distinción de causa y efecto, ni
mezcla alguna de imperfección.
El Padre no procede de nadie; fuente y origen de toda la Trinidad, engendra en tanto que
posee la plenitud vital, mejor dicho, en tanto que es la plenitud vital absoluta, la cual se
identifica con el ser divino.
CAPÍTULO XXII
Sólo existen dos procesiones inmanentes en Dios: la del Hijo y la del Espíritu Santo. El
Padre no procede de ninguna Persona. Tampoco procede de la esencia divina. Por esta
razón se le llama principium sine principio ya que el mismo se constituye como el
principio de todo en el más absoluto y universal de los sentidos: es el principio del
misterio trinitario; es también el principio de la creación y de la historia de la salvación.
Principio
Las tres Personas son un único principio de la criatura. Tornado en sentido nocional, el
término principio sólo se aplica con propiedad al Padre por ser principio no principiado.
El Hijo, en cambio, es principio principiado.
Conviene subrayar que, cuando se dice, que el Espíritu Santo procede del Padre y del
Hijo como de un solo principio, se está considerando que el Espíritu procede del Hijo en
cuanto Hijo, es decir, en cuanto principiado, pues el Hijo es principium de principio.
Padre
Ingénito
CAPÍTULO XXIII
La generación en Dios
Se trata de una expresión análoga, como corresponde a la diferencia existente entre Dios
y las criaturas. Pero, como es obvio este lenguaje analógico no puede tomarse como una
simple metáfora. La afirmación de la filiación divina de Jesús, el Unigénito del Padre,
Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, de la misma sustancia del
Padre, exige una afirmación igual de la existencia de generación en Dios.
En Dios la generación del Hijo no implica tránsito del no ser al ser: eternamente existe
el Hijo y eternamente está siendo engendrado por el Padre; el Hijo recibe la misma
sustancia del Padre, no sólo en género, sino también en número.
La generación de los seres creados se da tránsito del no ser al ser y, por tanto, el padre
es anterior al hijo, y el hijo comienza a ser a partir de su generación; la entrega de la
propia naturaleza que hace un padre a su hijo tampoco es perfecta: el padre entrega al
hijo una naturaleza idéntica en su género, pero no idéntica en el número.
Toda procesión supone una acción tras la afirmación de que existe generación en Dios,
surge la cuestión de cómo concebir esta acción generativa en Dios. Es obvio, dada la
infinita simplicidad de Dios, que no tiene sentido concebir esta generación en forma
sexuada es necesario concebirla, como corresponde a la infinitud divina, en una forma
que trasciende toda división y composición. Es decir, ha de concebirse en analogía con
las procesiones que tienen lugar en los actos de conocimiento y de amor.
Prosiguiendo con la analogía del verbo humano, los teólogos han encontrado siempre un
argumento de la unicidad del Verbo en Dios precisamente en su perfección en cuanto
verbo. Lo mismo sucede, si se habla del Hijo. Tanto el Verbo como el Hijo expresan
perfectísimamente al Padre.
Desde cualquier punto de vista que se mire, la infinita perfección y simplicidad de Dios
exige la unicidad del Hijo: lo exige el mismo acto de engendrar, cuya perfección incluye
la infinitud en la entrega que el Padre hace al Hijo de su propia sustancia de Padre hasta
el punto de que el Hijo es un mismo y único Dios con el Padre; lo exige también la
perfección del Hijo y Verbo, en cuanto término de esta generación, pues en su infinitud,
expresa perfectamente al Padre.
El nombre de Imagen
Tampoco los griegos se han orientado hacia una teología del Verbo en la que se utilice
con total precisión su analogía con el verbo humano en cuanto imagen en la que se
expresa el conocimiento.
Los latinos sí lo hicieron y de ahí que prefieran reservar el nombre de Imagen para la
segunda Persona, como corresponde no sólo al hecho de que procede del Padre, sino
que al hecho de que procede del Padre en cuanto Verbo y, por esto, lo consideran
reduplicativamente Imagen suya. Los latinos añaden otra razón para esta forma de
proceder, que la Sagrada Escritura no aplica nunca el nombre de Imagen al Espíritu
Santo.
El Hijo amado
CAPÍTULO XXIV
La «personalidad» del Espíritu Santo sigue siendo la más desconocida hasta el punto de
que se le ha llamado el Dios Desconocido Existe un claro déficit pneumatológica en la
piedad de muchos cristianos.
El nombre con que le designa Nuestro Señor es precisamente el de Espíritu Santo. Este
nombre es, por así decirlo, su nombre más propio, el nombre con que le invocamos en la
celebración del bautismo o con que le designa San Pablo al hablar de su inhabitación en
el alma del justo.
El nombre de Amor también corresponde como nombre propio al Espíritu Santo, que
procede por vía de amor. En este caso, la palabra Amor es equivalente a la palabra
Verbo en cuanto designa la Persona que es término ad quem de la procesión. De igual
forma que Verbo designa lo entendido como presente en el que entiende, así la palabra
amor designa lo amado en cuanto presente en el amante.
El Espíritu Santo es el amor mutuo entre el Padre y el Hijo que, dada la simplicidad del
ser divino en el que no cabe nada accidental, es amor subsistente. Esta concepción,
como es obvio, facilita el camino hacia el Filioque, pues en ella el Espíritu Santo
aparece como el espíritu común.
Con el Filioque no se niega que el Padre sea en verdad fons et origo totius Trinitatis,
sino que se reafirma. En efecto, el Espíritu Santo procede del Padre, pero el Padre es
Padre sólo en cuanto que engendra al Hijo.
Afirmar que el Espíritu Santo procede del Padre, equivale a decir que procede del Padre
en cuanto tiene un Hijo. El Hijo va incluido en la mención del Padre. La misma
igualdad entre el Padre y el Hijo el Hijo es la perfecta Imagen del Padre parece indicar
que el Hijo es uno con el Padre en la espiración del Amor.
El Espíritu Santo como Don
San Agustín utiliza el nombre de Don como nombre propio del Espíritu Santo
uniéndolo, como era lógico en su esquema trinitario, con el nombre de Amor. El
pensamiento de fondo es buena muestra de la genialidad de San Agustín: Dios es amor;
no hay don mayor que el amor. Así pues, no hay mayor donación ni mayor don que el
que Dios hace de sí mismo.
El Espíritu es el Don de Dios por excelencia. Los Padres, especialmente los latinos,
influidos por San Hilario y San Agustín, han puesto de relieve este aspecto esencial de
Don, que se destaca como propiedad personal del Espíritu Santo.
El Espíritu Santo, en cuanto Don, es el quicio de la unión de los hombres con Dios, es el
autor de la unidad de la Iglesia y del amor cristiano. La caridad brota de la donación del
Espíritu. La divinización del cristiano es obra del Espíritu, y es tan profunda y radical
que sólo Dios mismo puede llevarla a cabo.