Notas e Impresiones

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RMIE, ABRIL-JUNIO 2009, VOL. 14, NÚM. 41, PP.

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Reseña

Quintanilla, Susana (2008). Nosotros. La juventud


del Ateneo en México, México, DF : Tusquets editores.

NOTAS E IMPRESIONES
DE LA LECTURA DE UN LIBRO
O de la necesidad de «Nosotros» y de convocar a otros “Nosotros”*
ANTONIO PADILLA ARROYO

L a obra de Susana Quintanilla es vasta y se basta a sí misma. Por eso


inicio estas líneas con una aclaración necesaria: contienen impresiones,
y sólo eso. No es factible leer y reseñar Nosotros. La juventud del Ateneo de
México sin abrir los sentidos para dar paso a las percepciones y los senti-
mientos que abarca y encierra. Es un “fragoroso y primorosamente labra-
do estudio”, como decían los pensadores sociales mexicanos decimonónicos
cuando resumían las cualidades que debían poseer hombres y mujeres des-
pués de recibir las luces que prometían las instituciones educativas y cul-
turales. El uso de estos sustantivos y adjetivos de ningún modo es desmedido.
Intentaré explicar por qué.
En cada una de las páginas de este libro existe todo un cúmulo de cono-
cimientos y emociones que el lector va descubriendo. Si no, cómo com-
prender a los personajes centrales de la narración, a la amistad profunda
que crearon y cultivaron (a veces con discreción y en otras con reproches y
reclamos airados) para formar una atmósfera propiciatoria que abrió e inspiró
caminos, unos fugaces y otros, los más de ellos, fecundos y perennes. Más
allá de las cercanías y distancias geográficas, de las fobias y de las filias

Antonio Padilla Arroyo es profesor investigador de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos:
Av. Universidad núm. 1001, col. Chamilpa, 62209, Cuernavaca, Morelos. CE: antonin_19@yahoo.com.mx
* Este texto fue leído en la mesa redonda “La educación en México en la primera mitad del siglo XX, a través
de tres libros. Un diálogo entre autores y textos”, en el marco de los trabajos del seminario de Historia
Contemporánea que se realiza en El Colegio Mexiquense, coordinado por Alicia Civera, Carlos Escalante,
Carmen Salinas y Paolo Riguzzi. Si bien el título de la mesa alude a dos personajes primordiales de una obra,
me permití agregar un tercer interlocutor, los lectores.

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políticas, de los orígenes geográficos, culturales y sociales, de las trayecto-


rias personales, unas breves y desafortunadas, de los dramas y las come-
dias, la amistad es la materia de la que está hecha la naturaleza humana. Al
menos es lo que uno aprende leyendo la obra de Susana Quintanilla.
Nosotros presenta un recuento exhaustivo de los primeros pasos del lar-
go trayecto que hubieron de recorrer los jóvenes que en octubre de 1909
crearon el Ateneo de la Juventud. Esta labor hubiera sido más que sufi-
ciente, pero la autora fue más allá: buscó y comprendió las razones, des-
cribió las circunstancias, reconstruyó ambientes, imaginó tramas y retrató
a otros hombres que inspiraron y orientaron los proyectos que bullían en
la mente de los ateneístas. De manera sobresaliente está Justo Sierra, a
quien Susana concede un papel estelar y un lugar preponderante, con ar-
gumentos convincentes, en el destino individual y colectivo de la pléyade
del Ateneo.
Este enorme esfuerzo de elaboración histórica permite comprender a
cabalidad los fracasos y los éxitos de la generación del Ateneo, en un clima
poco propicio a las “expresiones del espíritu”, como se decía en aquella
época. Permite entender también los recursos a los que este grupo recurrió
para fundar y consolidar iniciativas culturales y sociales, en primerísimo
lugar el Ateneo de la Juventud. Como es sabido, esta asociación dejó su
impronta en el panorama cultural de nuestro país.
¿Qué motivos habrán seducido a Susana para dedicar más de dos déca-
das de pesquisas, de lectura y relectura de textos, a fin de develar las pala-
bras y las acciones de los “literatos” de antaño? ¿Cómo fue que ella logró
“infiltrarse” en el grupo (tengo la certeza de que es la primera mujer del
conjunto ateneísta) y, tras eso, se dio a la tarea de exponer sus mezquindades
y generosidades? Lo cierto es que ella rastreó concienzudamente los con-
tornos culturales de ese tiempo y de ese espacio, para metamorfosearse en
una más de los protagonistas. Desde ahí edificó paso a paso, andamio tras
andamio, según la feliz expresión de Mario Benedetti, una biografía inte-
lectual colectiva de esa generación que, no hay la menor duda, se hizo a
pulso, en medio de holguras y dificultades, de hostilidades y cobijos, de
simpatías y venganzas. La obra resultante nos ayuda a desentrañar varias
de las facetas de la condición humana.
Con esto no intento, ni por asomo, aminorar la importancia de la la-
bor de reconstrucción historiográfica que representó la hechura del texto.
Tampoco desdeño la imprescindible necesidad de comprensión e interpre-

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tación que demanda una aventura de esta naturaleza. La autora trabajó


con rigor histórico e intelectual, asumiendo como propias las reglas más
importantes del quehacer historiográfico. Para corroborar esto, es sufi-
ciente con revisar la organización de las secciones y apartados que estructuran
la investigación, la extensa e intensa bibliografía, la consulta a fuentes
primarias impresas, tanto de archivo como de revistas y periódicos. Sin
duda, el texto se inscribe dentro de la denominada “nueva” historia inte-
lectual y, todavía más, en la historia de las sensibilidades, sobre todo en
algunos de los pasajes. Por fortuna, esta corriente se ha venido aclimatan-
do en México desde hace tiempo.
Sin menoscabo del derecho de los lectores a realizar su propia lectura,
estoy convencido de que dos de los apartados de Nosotros son memorables:
trazan y resumen de cuerpo entero las maneras, los gestos, las ideas, los
comportamientos, el hacer y los quehaceres de los miembros más conspi-
cuos de esa generación de jóvenes en vías de transformarse en intelectuales
comprometidos con su época. El estilo y el entramado narrativo de la au-
tora atrapan al lector. “Días alcióneos” evoca uno de los pasajes más entra-
ñables en la configuración de “Nosotros”, el grupo de íntimos que dio
vida y luz al Ateneo. Corría el año 1907, y el reposo era sólo una fachada
para la exigente y disciplinada reflexión, la lectura pausada y la interacción
pedagógica. Para Susana, estos días representaron el reencuentro de Pedro
Henríquez Ureña, el maestro erudito y autoritario, con Alfonso Reyes, el
discípulo aventajado, y Antonio Caso, en una circunstancia crucial en la
vida cultural mexicana, cuando la mayoría de los futuros ateneístas esta-
ban dedicados a la bohemia, indisciplinados conferencistas y concertistas:

Encontró consuelo a estos pesares (Henríquez Ureña), en la devoción de Re-


yes y Caso, con los que viviría “días alcióneos” dedicados al cultivo de la
amistad, la lectura, las disquisiciones filosóficas y la experimentación litera-
ria. En el curso de esas horas, irrepetibles por su intensidad y belleza, se inició
el viaje de una nueva generación intelectual hacia el mundo de la cultura
clásica (Quintanilla, 2008:68).

Sí, esos días fueron definitivos en el futuro cultural no sólo del grupo sino
del país mismo. Baste recordar el programa de José Vasconcelos, tanto en su
carácter de secretario de Educación Pública como de Rector de la Universi-
dad Nacional Autónoma, la difusión masiva de los autores clásicos, la pre-

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paración concienzuda de El Banquete para tener una idea de la importancia


que tendría el redescubrimiento de los griegos. A este respecto, dejo de lado
la riqueza y la variedad de tonos, estados de ánimo y prácticas culturales
que encierra el relato de los actos públicos de la señera Sociedad de Confe-
rencias y Conciertos, para pasar al capítulo intitulado “El banquete”:

La cita era la noche del 25 de diciembre de 1908 […] el contingente era más
reducido y homogéneo: ninguno de los jóvenes rebasaba los 30 años, todos se
conocían de tiempo atrás y comenzaban a destacar en la cohorte cultural de la
ciudad de México. La tertulia no fue ni un acto común para curar la resaca de la
Nochebuena ni un ritual casero con motivo navideño. El propósito que convo-
có a quienes acudieron al convite era festejar el nacimiento de Dionisio […]
Los invitados a la residencia de Agustín Reyes se reunieron al caer el sol, dis-
puestos a festejar toda la noche manteniendo a raya el sueño y el silencio. Al
igual que en El Banquete, lo sustancial del diálogo ocurrió en la oscuridad […]
(Quintanilla, 2008:113, 120, 122).

Acaso, con el fin de que el lector tuviera un motivo más de contentamien-


to hubiera sido deseable acompañar el texto con imágenes de los persona-
jes para tener una mayor intimidad y cercanía con éstos y no únicamente
para ilustrar. No se malinterprete mi deseo: la fuerza de la narración, la
contundencia de las palabras están fuera de duda, pero la imagen, conver-
tida en memoria visual, hubiera constituido un recurso documental que
hubiese aportado otros datos y sugerido otras miradas. En cualquier caso,
se trata de un anhelo estrictamente personal.
El texto delibera en torno al inmenso horizonte cultural que hereda-
ron, construyeron y recrearon unos jóvenes que, en los albores del siglo
XX , quisieron contenerlo todo, todo el mundo cultural, según la feliz ca-
racterización que brinda uno de los historiadores más fecundos, pero des-
graciadamente menos familiares, Johan Huizinga. Ellos creyeron que este
todo era posible en un país que cada vez y con mayor frecuencia cerraba
oportunidades y cancelaba esperanzas de una vida menos tosca y vulgar. 1
Por ello se propusieron nuevas aventuras humanas, nuevas expresiones en
las cuales reconocerse como parte del universo espiritual de sus contem-
poráneos, de experimentar formas de decir, pensar y hacer. Tuvieron que
aquilatar el valor de los afectos, de las actitudes, de las ideas, de las coin-
cidencias y las disidencias. Forjaron una identidad, un nosotros para dife-

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renciarse de los otros y, desde ahí, realizar su primera hazaña intelectual,


la revista Savia Moderna. El nombre elegido no fue casual, hablaba de sus
pretensiones juveniles, de la necesidad, tal vez un poco difusa, de la reno-
vación y de la regeneración del espíritu nacional. Eran unos jóvenes privi-
legiados tanto por fortuna cuanto por atributos personales: eran parte de
las élites intelectuales en medio de una geografía dominada por el analfa-
betismo, sobre todo en el mundo rural. Reconocerían esto último, pero
con la exigencia del reposo y de la distancia que impone, a querer o no, el
ejercicio intelectual.
En su texto, Susana da cuenta de un fragmento de la historia y de la
vida del Ateneo, precisamente del periodo de formación. Describe los te-
rritorios públicos y privados que recorrió esa generación, hasta integrarse
a la “República de las letras” que tenía su principal zona de residencia la
ciudad de México. Este proceso formativo preparó a los futuros intelec-
tuales para encomiendas personales, colectivas e institucionales que deja-
ron impronta. Fueron constructores de instituciones culturales en la primera
mitad del siglo XX , y sus ecos todavía suenan. Dieron respuesta a las ur-
gencias del Estado mexicano de la posrevolución para recomponer el teji-
do social, económico y, especialmente, el cultural. Muchas de sus palabras
y acciones, de sus obras y pensamiento, están hoy presentes.
A fin de explorar en los primeros pasos de los ateneístas, Susana incursiona
en las fuentes literarias, económicas, sociales y políticas en las que ellos
abrevaron. Localiza y comprende estos referentes para ofrecernos cua-
dros casi exactos de las tramas vitales que nacían de la viva mundana,
como la vida misma. Reconstruye con esmero experiencias creadoras en
muy diversos campos, la filosofía, la literatura, el teatro y las artes plás-
ticas. Negarse a ello hubiera sido un contrasentido, porque la elección
del oficio de la escritura supone una labor artesanal que implica mil y un
quehaceres.
Susana disecciona a un sector de la juventud de principios del siglo XX
que se había propuesto nutrir el alma, el espíritu, “lo subjetivo”, para re-
mover la aridez y el conformismo que dominaba en los círculos y en el
ambiente cultural de la época. Su propósito requería el aprendizaje de los
sinsabores, de los disgustos, de las discordias, de los egoísmos, de la mise-
ria humana, así como de la camaradería, de la confraternidad, de la hones-
tidad y del desprendimiento, del dolor y las alegrías. Una vez que perfilaron
un proyecto, estos jóvenes se dieron a la tarea de realizarlo apostando por

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un estilo de vida y un pensamiento compartido. Esto los distinguió, en el


sentido que Pierre Bourdieu da a esta categoría social y sociológica, para
ser “nosotros”, no sólo por azar sino por voluntad, no sólo por amistad
sino por inteligencia. Esta identidad los estimuló, los congregó y los man-
tuvo unidos.
Un ejemplo de la voluntad, decisión y temple que identificaría a ese
grupo de jóvenes intelectuales:

Nosotros, los que firmamos al calce, mayoría de hecho y de derecho, del núcleo
de la juventud intelectual, y con toda la energía de que somos capaces, protesta-
mos públicamente contra la obra de irreverencia y falsedad que, en nombre del
excelso poeta Manuel Gutiérrez Nájera, se está cometiendo con la publicación de
un papel que se titula Revista Azul […] Somos modernistas, sí, pero en la amplia
acepción de este vocablo, esto es: constantes revolucionarios, enemigos del estan-
camiento, amantes de todo lo bello, viejo o nuevo, y en una palabra, hijos de
nuestra época y de nuestro siglo.
¡Momias, a vuestros sepulcros! ¡Abrid el paso! ¡Vamos hacia el porvenir!
(Quintanilla, 2008:54-55).

El segundo ejemplo es un excelente cuadro que Susana elige no al azar


sino con el fino olfato, en el mejor sentido historiográfico, que la caracte-
riza. En él se describe el método, si se me concede el uso de esa expresión,
que empleaban para el intercambio y la exposición de las ideas, según re-
cordaba José Juan Tablada:

Fue la amistad en nuestro grupo literario una gran escuela, y nuestras charlas
instructivas y luminosas. Comentábamos mutuas lecturas, discutíamos proble-
mas, aclarábamos incertidumbres y el reconocimiento de cada quien y la sim-
patía por afinidades generales fueron lazos de nuestra vinculación (Quintanilla,
2008:70).

Para concluir, recuerdo una frase que Susana escribió en un prólogo breve
y que en ese momento no comprendí del todo ni menos aún los motivos
que la inspiraban. Ahora, al leer este texto, creo haber hallado el impulso
primordial que la inspiró. Ella evocaba a esos jóvenes, a los que ella misma
pertenece por derecho, por herencia y por identidad, que apenas atisbaban
lo que con el tiempo serían al congregarse en el Ateneo de la Juventud.

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Notas e impresiones de la lectura de un libro o de la necesidad de «Nosotros» y de convocar a otros ”Nosotros”

Susana escribió lo siguiente: “Cualquiera que lea este libro podrá advertir
que muchos de sus temas son vigentes y que casi todas sus tramas ocurren
día a día (suprimo del texto original cinco palabras y añado “en los círcu-
los intelectuales”), de la época actual. Eso sí, ahora se utilizan otras pala-
bras, menos hermosas y precisas, para describirlas”.2 Y de eso, Susana tiene
un largo y sinuoso recorrido, como lo testimonia su obra.
No resisto la tentación de transferir un párrafo en el que Alfonso Re-
yes responde a una larga carta que le había sido enviada por María Zambrano,
una de las personas más afines y cercanas a él, a propósito de las opinio-
nes que había publicado acerca de las obras de Goethe y Nietzche. El
texto alude a la sabiduría ya acumulada y muestra la generosidad, los
lazos afectivos, el balance y el valor de la amistad que Reyes prodigó
desde sus años mozos:

Callo y medito. Pero, en el fondo, amiga querida, ¿no cree usted que este diálogo
está más allá de las palabras, más allá de la inteligencia y se agarra en subsuelos de
sensibilidad y el temperamento, donde las palabras pierden su oficio? Téngame
en su recuerdo como de un cordón suave de seda y siéntame siempre a su lado.3

Suscribo todo lo que este párrafo expresa y, como no tengo la elocuencia


de Reyes, lo retomo para subrayar una de las valías más significativas de la
labor historiográfica y de reconstrucción histórica de Susana. Ella recoge,
desmenuza, inquiere, cuestiona, ensaya y restaura el espíritu de una épo-
ca, y en ese propósito ha comprometido gran parte de su trayecto intelec-
tual. Para nuestro contento, pone el resultado a la vista de lectores ávidos
de nuevas incursiones intelectuales, en un mundo desolado en el que las
ideas audaces, y sobre todo originales, están ausentes.

Notas
1
Johan Huizinga, Entre las sombras del ma- noma del Estado de México/Miguel Ángel
ñana. Diagnóstico de la enfermedad cultural de Porrúa, 2004, p. 12.
3
nuestro tiempo (traducción de María Meyere, “México, DF, 4 de septiembre de 1954. Sra.
revisada por María Rossich), Barcelona, Península, María Zambrano. Piazza del Popolo, 3. Roma,
2007. Italia. Alfonso Reyes. Av. Industrial, 122, Méxi-
2
Susana Quintanilla, “Prólogo”, en Anto- co, 11, DF”, en Alberto Enríquez Perea (com-
nio Padilla Arroyo con la colaboración de María pilación, estudio preliminar y notas). Días de exilio.
del Carmen Gutiérrez Garduño, Tiempos de re- Correspondencia entre María Zambrano y Alfon-
vuelo: juventud y vida escolar (El Instituto Cien- so Reyes 1939-1959 y textos de María Zambrano
tífico y Literario del Estado de México , sobre Alfonso Reyes 1960-1989, México, DF, Taurus/
1910-1920), México, DF, Universidad Autó- El Colegio de México, 2005, p. 258.

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