DMJ Egw
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Jesucristo
Ellen G. White
1956
Copyright © 2012
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Sobre el Autor
Ellen G. White (1827-1915) es considerada como el autor más
traducido de América, sus obras han sido publicadas en más de
160 idiomas. Ella escribió más de 100.000 páginas en una amplia
variedad de temas espirituales y prácticos. Guiados por el Espíritu
Santo, que exaltó a Jesús y se refirió a las Escrituras como la base
de la fe.
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Una breve biografía de Elena G. de White
Sobre la Elena G. White Estate
II
III
Prefacio
E. G. de W.
[5]
Índice general
Información sobre este libro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . I
Prefacio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . I V
En la ladera del monte . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9
Las bienaventuranzas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13
“Abriendo su boca, les enseñaba, diciendo:
bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos
es el reino de los cielos”. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13
“Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán
consolación”. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15
“Bienaventurados los mansos”. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 18
“Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia,
porque ellos serán hartos”. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 21
“Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos
alcanzarán misericordia”. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 24
“Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos
verán a Dios”. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 25
“Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán
llamados hijos de Dios”. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 27
“Bienaventurados los que padecen persecución por causa
de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos”. 28
“Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y
os persigan”. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 30
“Vosotros sois la sal de la tierra”. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 33
“Vosotros sois la luz del mundo”. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 35
La espiritualidad de la ley . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 41
“No he venido para abrogar, sino para cumplir”. . . . . . . . . . . 41
“Cualquiera que quebrante uno de estos mandamientos
muy pequeños, y así enseñe a los hombres, muy
pequeño será llamado en el reino de los cielos”. . . . . . . 45
“Si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y
fariseos, no entraréis en el reino de los cielos”. . . . . . . . 46
“Cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable
de juicio”. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 48
“Reconcíliate primero con tu hermano”. . . . . . . . . . . . . . . . . . 50
VI
Índice general VII
Mas de catorce siglos antes que Jesús naciera en Belén, los hijos
de Israel estaban reunidos en el hermoso valle de Siquem. Desde las
montañas situadas a ambos lados se oían las voces de los sacerdotes
que proclamaban las bendiciones y las maldiciones: “la bendición,
si oyereis los mandamientos de Jehová vuestro Dios... y la maldi-
ción, si no oyereis”.1 Por esto, el monte desde el cual procedieron
las palabras de bendición llegó a conocerse como el monte de las
Bendiciones. Mas no fue sobre Gerizim donde se pronunciaron las
palabras que llegaron como bendición para un mundo pecador y en-
tristecido. No alcanzó Israel el alto ideal que se le había propuesto.
Un Ser distinto de Josué debía conducir a su pueblo al verdadero re-
poso de la fe. El Monte de las Bienaventuranzas no es Gerizim, sino
aquel monte, sin nombre, junto al lago de Genesaret donde Jesús
dirigió las palabras de bendición a sus discípulos y a la multitud.
Volvamos con los ojos de la imaginación a ese escenario, y,
sentados con los discípulos en la ladera del monte, analicemos los
pensamientos y sentimientos que llenaban sus corazones. Si com-
prendemos lo que significaban las palabras de Jesús para quienes las
oyeron, podremos percibir en ellas nueva vida y belleza, y podremos
aprovechar sus lecciones más profundas.
Cuando el Salvador principió su ministerio, el concepto que el
pueblo tenía acerca del Mesías y de su obra era tal que inhabilitaba
completamente al pueblo para recibirlo. El espíritu de verdadera
devoción se había perdido en las tradiciones y el ritualismo, y las [8]
profecías eran interpretadas al antojo de corazones orgullosos y
amantes del mundo. Los judíos no esperaban como Salvador del
pecado a Aquel que iba a venir, sino como a un príncipe poderoso
que sometería a todas las naciones a la supremacía del León de la
tribu de Judá. En vano les había pedido Juan el Bautista, con la
fuerza conmovedora de los profetas antiguos, que se arrepintiesen.
En vano, a orillas del Jordán, había señalado a Jesús como Cordero
de Dios que quita el pecado del mundo. Dios trataba de dirigir su
9
10 El Discurso Maestro de Jesucristo
* Los versículos de las Sagradas Escrituras que aparecen en esta obra han sido
transcriptos de la versión Reina-Valera (1960). Cuando, por razones de claridad, se ha
preferido otra versión, se ha dejado constancia de ello de acuerdo con la siguiente clave:
versión Reina-Valera, (1909)—(VV, 1909); versión Moderna—(VM); y versión de Torres
Amat—(VTA).
Las bienaventuranzas
13
14 El Discurso Maestro de Jesucristo
obra que los hará “aptos para participar de la herencia de los santos
en luz”.4
Todos los que sienten la absoluta pobreza del alma, que saben
que en sí mismos no hay nada bueno, pueden hallar justicia y fuerza
recurriendo a Jesús. Dice él: “Venid a mí todos los que estáis tra-
bajados y cargados”.5 Nos invita a cambiar nuestra pobreza por las
riquezas de su gracia. No merecemos el amor de Dios, pero Cristo,
nuestro fiador, es sobremanera digno y capaz de salvar a todos los
que vengan a él. No importa cuál haya sido la experiencia del pa-
sado ni cuán desalentadoras sean las circunstancias del presente, si
acudimos a Cristo en nuestra condición actual—débiles, sin fuerza,
desesperados—, nuestro compasivo Salvador saldrá a recibirnos mu-
cho antes de que lleguemos, y nos rodeará con sus brazos amantes y
con la capa de su propia justicia. Nos presentará a su Padre en las
blancas vestiduras de su propio carácter. El aboga por nosotros ante
el Padre, diciendo: Me he puesto en el lugar del pecador. No mires a
este hijo desobediente, sino a mí. Y cuando Satanás contiende fuer-
temente contra nuestras almas, acusándonos de pecado y alegando
que somos su presa, la sangre de Cristo aboga con mayor poder. [14]
“Y se dirá de mí: Ciertamente en Jehová está la justicia y la
fuerza... En Jehová será justificada y se gloriará toda la descendencia
de Israel”.6
[19] del Salvador, aunque transcurrió en medio de conflictos, era una vida
de paz. Aun cuando lo acosaban constantemente enemigos airados,
dijo: “El que me envió, conmigo está; no me ha dejado solo el Padre,
porque yo hago siempre lo que le agrada”. Ninguna tempestad de
la ira humana o satánica podía perturbar la calma de esta comunión
perfecta con Dios. Y él nos dice: “La paz os dejo, mi paz os doy”.
“Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso
y humilde de corazón; y hallaréis descanso”.19 Llevad conmigo el
yugo de servicio para gloria de Dios y elevación de la humanidad, y
veréis que es fácil el yugo y ligera la carga.
Es el amor a uno mismo lo que destruye nuestra paz. Mientras
viva el yo, estaremos siempre dispuestos a protegerlo contra los
insultos y la mortificación; pero cuando hayamos muerto al yo y
nuestra vida esté escondida con Cristo en Dios, no tomaremos a
pecho los desdenes y desaires. Seremos sordos a los vituperios y
ciegos al escarnio y al ultraje. “El amor es sufrido y benigno; él
amor no tiene envidia; el amor no es jactancioso, no se ensoberbece,
no se porta indecorosamente, no busca lo suyo propio, no se irrita,
no hace caso de un agravio; no se regocija en la injusticia, más se
regocija con la verdad: todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera,
todo lo soporta. El amor nunca se acaba”.20
La felicidad derivada de fuentes mundanales es tan mudable
como la pueden hacer las circunstancias variables; pero la paz de
Cristo es constante, permanente. No depende de las circunstancias
de la vida, ni de la cantidad de bienes materiales ni del número de
amigos que se tenga en esta tierra. Cristo es la fuente de agua viva,
y la felicidad que proviene de él no puede agotarse jamás.
La mansedumbre de Cristo manifestada en el hogar hará felices
a los miembros de la familia; no incita a los altercados, no responde
con ira, sino que calma el mal humor y difunde una amabilidad
que sienten todos los que están dentro de su círculo encantado.
Dondequiera que se la abrigue, hace de las familias de la tierra una
parte de la gran familia celestial.
[20] Mucho mejor sería para nosotros sufrir bajo una falsa acusación
que infligirnos la tortura de vengarnos de nuestros enemigos. El
espíritu de odio y venganza tuvo su origen en Satanás, y sólo puede
reportar mal a quien lo abrigue. La humildad del corazón, esa man-
Las bienaventuranzas 21
Dijo Jesús: “El agua que yo le daré será en él una fuente de agua
que salte para vida eterna”.30 Cuando el Espíritu Santo nos revele la
verdad, atesoraremos las experiencias más preciosas y desearemos
hablar a otras personas de las enseñanzas consoladoras que se nos
han revelado. Al tratar con ellas, les comunicaremos un pensamiento
nuevo acerca del carácter o la obra de Cristo. Tendremos nuevas
revelaciones del amor compasivo de Dios, y las impartiremos a los
que lo aman y a los que no lo aman.
“Dad, y se os dará”, porque la Palabra de Dios es una “fuente de
huertos, pozo de aguas vivas, que corren del Líbano”. El corazón
que probó el amor de Cristo, anhela incesantemente beber de él con
más abundancia, y mientras lo impartimos a otros, lo recibiremos
en medida más rica y copiosa. Cada revelación de Dios al alma
aumenta la capacidad de saber y de amar. El clamor continuo del
corazón es: “Más de ti”, y a él responde siempre el Espíritu: “Mucho
más”. Dios se deleita en hacer “mucho más abundantemente de lo
que pedimos o entendemos”. A Jesús, quien se entregó por entero
para la salvación de la humanidad perdida, se le dio sin medida el
Espíritu Santo. Así será dado también a cada seguidor de Cristo
siempre que le entregue su corazón como morada. Nuestro Señor
mismo nos ordenó: “Sed llenos de Espíritu”, y este mandamiento
es también una promesa de su cumplimiento. Era la voluntad del
Padre que en Cristo “habitase toda la plenitud”; y “vosotros estáis
completos en él”.31 [23]
Dios derramó su amor sin reserva alguna, como las lluvias que
refrescan la tierra. Dice él: “Rociad, cielos, de arriba, y las nubes
destilen la justicia; ábrase la tierra, y prodúzcanse la salvación y la
justicia; háganse brotar juntamente”. “Los afligidos y menesterosos
buscan las aguas, y no las hay; seca está de sed su lengua; yo Jehová
los oiré, yo el Dios de Israel no los desampararé. En las alturas abriré
ríos, y fuentes en medio de los valles; abriré en el desierto estanques
de aguas, y manantiales de aguas en la tierra seca”. “Porque de su
plenitud tomamos todos, y gracia sobre gracia”.32
24 El Discurso Maestro de Jesucristo
eran sinceros entre ellos fueron luces para las naciones circundantes.
Por su medio Dios se reveló al mundo. De Daniel y sus compañeros
en Babilonia, de Mardoqueo en Persia, brotaron vívidos rayos de luz
en medio de las tinieblas de las cortes reales. De igual manera han
sido puestos los discípulos de Cristo como portaluces en el camino [38]
al cielo. Por su medio, la misericordia y la bondad del Padre se
manifiestan a un mundo sumido en la oscuridad de una concepción
errónea de Dios. Al ver sus obras buenas, otros se sienten inducidos
a dar gloria al Padre celestial; porque resulta manifiesto que hay en
el trono del universo un Dios cuyo carácter es digno de alabanza
e imitación. El amor divino que arde en el corazón y la armonía
cristiana revelada en la vida son como una vislumbre del cielo,
concedida a los hombres para que se den cuenta de la excelencia
celestial.
Así es como los hombres son inducidos a creer en “el amor que
Dios tiene para con nosotros”. Así los corazones que antes eran
pecaminosos y corrompidos son purificados y transformados para
presentarse “sin mancha delante de su gloria con grande alegría”.63
Las palabras del Salvador “Vosotros sois la luz del mundo” indi-
can que confió a sus seguidores una misión de alcance mundial. En
los tiempos de Cristo, el orgullo, el egoísmo y el prejuicio habían le-
vantado una muralla de separación sólida y alta entre los que habían
sido designados custodios de los oráculos sagrados y las demás na-
ciones del mundo. Cristo vino a cambiar todo esto. Las palabras que
el pueblo oía de sus labios eran distintas de cuantas había escuchado
de sacerdotes o rabinos. Cristo derribó la muralla de separación, el
amor propio, y el prejuicio divisor del nacionalismo egoísta; enseñó
a amar a toda la familia humana. Elevó al hombre por encima del
círculo limitado que les prescribía su propio egoísmo; anuló toda
frontera territorial y toda distinción artificial de las capas sociales.
Para él no había diferencia entre vecinos y extranjeros ni entre ami-
gos y enemigos. Nos enseña a considerar a cada alma necesitada
como nuestro prójimo y al mundo como nuestro campo.
Así como los rayos del sol penetran hasta las partes más remotas
del mundo, Dios quiere que el Evangelio llegue a toda alma en
la tierra. Si la iglesia de Cristo cumpliera el propósito del Señor,
se derramaría luz sobre todos los que moran en las tinieblas y en [39]
regiones de sombra de muerte. En vez de agruparse y rehuir la
38 El Discurso Maestro de Jesucristo
29 Salmos 62:5.
30 Juan 4:14.
31 Lucas 6:38; Cantares 4:15; Romanos 5:9, 10; Efesios 3:20; 5:18; Colosenses 1:19;
2:10.
32 Isaías 45:8; 41:17, 18; Juan 1:16.
33 1 Juan 4:19.
34 Éxodo 34:6, 7.
35 Job 29:12-16.
36 Proverbios 11:25; Salmos 41:1-3.
37 Filipenses 4:19.
38 Santiago 3:17.
39 Salmos 50:21; Isaías 53:2; Juan 8:48.
40 Hebreos 10:27.
41 Proverbios 22:11.
42 1 Corintios 13:12.
43 Isaías 9:6; Romanos 5:1.
44 1 Juan 4:7; Romanos 8:9, 14.
45 Miqueas 5:7.
46 Deuteronomio 33:25; 2 Corintios 12:9.
47 Romanos 8:18; 2 Corintios 4:17.
48 Apocalipsis 15:2, 3; 7:14, 15.
49 Salmos 69:9.
50 Hebreos 11:27; 2 Corintios 4:18.
51 Santiago 5:10; Hebreos 11:36, 35.
52 Filipenses 1:15-18; 1 Pedro 1:23.
53 Génesis 15:1.
54 Colosenses 2:3, 9; Efesios 3:18, 19; Isaías 54:17 (VTA).
55 Filipenses 1:18; 4:4.
56 Tito 2:11.
57 Juan 17:19.
58 Apocalipsis 3:15, 16.
59 1 Corintios 13:1-3.
60 Juan 1:4.
61 Juan 17:18.
62 1 Pedro 1:11.
63 1 Juan 4:16; Judas 24.
64 Génesis 12:2; Isaías 60:1.
65 Salmos 29:9 (VV, 1909); Salmos 145:5, 6.
La espiritualidad de la ley
41
42 El Discurso Maestro de Jesucristo
“No perjurarás”.
Se nos indica por qué se dio este mandamiento: No hemos de
jurar “ni por el cielo, porque es el trono de Dios; ni por la tierra,
porque es el estrado de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la
ciudad del gran Rey. Ni por tu cabeza jurarás, porque no puedes
hacer blanco o negro un sólo cabello”.
Todo proviene de Dios. No tenemos nada que no hayamos re-
cibido; además, no tenemos nada que no haya sido comprado para
nosotros por la sangre de Cristo. Todo lo que poseemos nos llega [59]
con el sello de la cruz, y ha sido comprado con la sangre que es más
preciosa que cuanto puede imaginarse, porque es la vida de Dios. De
ahí que no tengamos derecho de empeñar cosa alguna en juramento,
como si fuera nuestra, para garantizar el cumplimiento de nuestra
palabra.
Los judíos entendían que el tercer mandamiento prohibía el uso
profano del nombre de Dios; pero se creían libres para pronunciar
otros juramentos. Prestar juramento era común entre ellos. Por medio
de Moisés se les prohibió jurar en falso; pero tenían muchos artificios
para librarse de la obligación que entraña un juramento. No temían
incurrir en lo que era realmente blasfemia ni les atemorizaba el
perjurio, siempre que estuviera disfrazado por algún subterfugio
técnico que les permitiera eludir la ley.
Jesús condenó sus prácticas, y declaró que su costumbre de jurar
era una transgresión del mandamiento de Dios. Pero el Salvador no
prohibió el juramento judicial o legal en el cual se pide solemne-
mente a Dios que sea testigo de que cuanto se dice es la verdad,
y nada más que la verdad. El mismo Jesús, durante su juicio ante
el Sanedrín, no se negó a dar testimonio bajo juramento. Dijo el
sumo sacerdote: “Te conjuro por el Dios viviente, que nos digas
si eres tú el Cristo, el Hijo de Dios”. Contestó Jesús: “Tú lo has
dicho”.33 Si Cristo hubiera condenado en el Sermón del Monte el
juramento judicial, en su juicio habría reprobado al sumo sacerdote
56 El Discurso Maestro de Jesucristo
entre sí; pero ahora Jesús pronunció una declaración aún más cate-
górica:
“Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu
enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a
los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por
los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro
Padre que está en los cielos”.
Tal era el espíritu de la ley que los rabinos habían interpretado
erróneamente como un código frío de demandas rígidas. Se creían
mejores que los demás hombres y se consideraban con derecho
al favor especial de Dios por haber nacido israelitas; pero Jesús
señaló que únicamente un espíritu de amor misericordioso podría
dar evidencia de que estaban animados por motivos más elevados
que los publicanos y los pecadores, a quienes aborrecían.
Señaló Jesús a sus oyentes al Gobernante del universo bajo un
nuevo nombre: “Padre nuestro”. Quería que entendieran con cuánta
ternura el corazón de Dios anhelaba recibirlos. Enseñó que Dios se
interesa por cada alma perdida; que “como el padre se compadece de
los hijos, se compadece Jehová de los que le temen”.42 Ninguna otra
religión que la de la Biblia presentó jamás al mundo tal concepto de
Dios. El paganismo enseña a los hombres a mirar al Ser Supremo
como objeto de temor antes que de amor, como una deidad maligna
[65] a la que es preciso aplacar con sacrificios, en vez de un Padre que
vierte sobre sus hijos el don de su amor. Aun el pueblo de Israel había
llegado a estar tan ciego a la enseñanza preciosa de los profetas con
referencia a Dios, que esta revelación de su amor paternal parecía
un tema original, un nuevo don al mundo.
Los judíos creían que Dios amaba a los que le servían—los
cuales eran, en su opinión, quienes cumplían las exigencias de los
rabinos—y que todo el resto del mundo vivía bajo su desaprobación
y maldición. Pero no es así, dijo Jesús; el mundo entero, los malos y
los buenos, reciben el sol de su amor. Esta verdad debierais haberla
aprendido de la misma naturaleza, porque Dios “hace salir su sol
sobre malos y buenos, y... hace llover sobre justos e injustos”.
No es por un poder inherente por lo que año tras año produce la
tierra sus frutos y sigue en su derrotero alrededor del sol. La mano
de Dios guía a los planetas y los mantiene en posición en su marcha
ordenada a través de los cielos. Es su poder el que hace que el verano
La espiritualidad de la ley 61
65
66 El Discurso Maestro de Jesucristo
Con estas palabras, Jesús no quiso enseñar que los actos benévo-
los deben guardarse siempre en secreto. El apóstol Pablo, inspirado
por el Espíritu Santo, no ocultó el sacrificio personal de los genero-
sos cristianos de Macedonia, sino que se refirió a la gracia que Cristo
había manifestado en ellos, y así otros se sintieron movidos por el
mismo espíritu. Escribió también a la iglesia de Corinto: “Vuestro
ejemplo ha estimulado a muchos”.1
Las propias palabras de Cristo expresan claramente lo que que-
ría decir, a saber, que en la realización de actos de caridad no se
deben buscar las alabanzas ni los honores de los hombres. La piedad
verdadera no impulsa a la ostentación. Los que desean palabras de
alabanza y adulación, y las saborean como delicioso manjar, son
meramente cristianos de nombre.
Por sus obras buenas, los seguidores de Cristo deben dar gloria,
no a sí mismos, sino al que les ha dado gracia y poder para obrar.
Toda obra buena se cumple solamente por el Espíritu Santo, y éste
es dado para glorificar, no al que lo recibe, sino al Dador. Cuando la
luz de Cristo brille en el alma, los labios pronunciarán alabanzas y
agradecimiento a Dios. Nuestras oraciones, nuestro cumplimiento
del deber, nuestra benevolencia, nuestro sacrificio personal, no serán
el tema de nuestros pensamientos ni de nuestra conversación. Jesús
será magnificado, el yo se esconderá y se verá que Cristo reina
supremo en nuestra vida.
Hemos de dar sinceramente, mas no con el fin de alardear de
nuestras buenas acciones, sino por amor y simpatía hacia los que
sufren. La sinceridad del propósito y la bondad genuina del corazón
son los motivos apreciados por el cielo. Dios considera más preciosa
[71] que el oro de Ofir el alma que lo ama sinceramente y de todo corazón.
No hemos de pensar en el galardón, sino en el servicio; sin
embargo, la bondad que se muestra en tal espíritu no dejará de tener
recompensa. “Tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en
público”. Aunque es verdad que Dios mismo es el gran Galardón,
que abarca todo lo demás, el alma lo recibe y se goza en él solamente
en la medida en que se asemeja a él en carácter. Sólo podemos
apreciar lo que es parecido a nosotros. Sólo cuando nos entregamos
a Dios para que nos emplee en el servicio de la humanidad, nos
hacemos partícipes de su gloria y carácter.
El verdadero motivo del servicio 67
Nadie puede dejar que por su vida y su corazón fluya hacia los
demás el río de bendiciones celestiales sin recibir para sí mismo una
rica recompensa. Las laderas de los collados y los llanos no sufren
porque por ellos corren ríos que se dirigen al mar. Lo que dan se les
retribuye cien veces, porque el arroyo que pasa cantando deja tras
sí regalos de vegetación y fertilidad. En sus orillas la hierba es más
verde; los árboles, más lozanos; las flores, más abundantes. Cuando
los campos se ven yermos y agostados por el calor abrasador del
verano, la corriente del río se destaca por su línea de verdor, y el
llano que facilitó el transporte de los tesoros de las montañas hasta
el mar se viste de frescura y belleza, atestiguando así la recompensa
que la gracia de Dios da a cuantos sirven de conductos para las
bendiciones del cielo.
Tal es la bendición para quienes son misericordiosos con los
pobres. El profeta Isaías dice: “¿No es que partas tu pan con el
hambriento, y a los pobres errantes albergues en casa; que cuando
veas al desnudo, lo cubras, y no te escondas de tu hermano? Entonces
nacerá tu luz como el alba, y tu salvación se dejará ver pronto...
Jehová te pastoreará siempre, y en las sequías saciará tu alma..., y
serás como huerto de riego, y como manantial de aguas, cuyas aguas
nunca faltan”.2
La obra de beneficencia es dos veces bendita. Mientras el que
da a los menesterosos los beneficia, él mismo se beneficia en grado
aún mayor. La gracia de Cristo en el alma desarrolla atributos del
carácter que son opuestos al egoísmo, atributos que han de refinar, [72]
ennoblecer y enriquecer la vida. Los actos de bondad hechos en
secreto ligarán los corazones y los acercarán al corazón de Aquel
de quien mana todo impulso generoso. Las pequeñas atenciones y
los actos insignificantes de amor y de sacrificio, que manan de la
vida tan quedamente como la fragancia de una flor, constituyen una
gran parte de las bendiciones y felicidades de la vida. Al fin se verá
que la abnegación para bien y dicha de los demás, por humilde e
inadvertida que sea en la tierra, se reconoce en el cielo como muestra
de nuestra unión con el Rey de gloria, quien, siendo rico, se hizo
pobre por nosotros.
Aunque los actos de bondad sean realizados en secreto, no se
puede esconder su resultado sobre el carácter del que los realiza.
Si trabajamos sin reserva como seguidores de Cristo, el corazón se
68 El Discurso Maestro de Jesucristo
81
82 El Discurso Maestro de Jesucristo
“Venga tu reino”.
Dios es nuestro Padre, que nos ama y nos cuida como hijos
suyos; es también el gran Rey del universo. Los intereses de su reino
son los nuestros; hemos de obrar para su progreso.
Los discípulos de Cristo esperaban el advenimiento inmediato
del reino de su gloria; pero al darles esta oración Jesús les enseñó
que el reino no había de establecerse entonces. Habían de orar por
su venida como un suceso todavía futuro. Pero esta petición era
también una promesa para ellos. Aunque no verían el advenimiento
del reino en su tiempo, el hecho de que Jesús les dijera que oraran
por él es prueba de que vendrá seguramente cuando Dios quiera. [93]
El reino de la gracia de Dios se está estableciendo, a medida que
ahora, día tras día, los corazones que estaban llenos de pecado y re-
belión se someten a la soberanía de su amor. Pero el establecimiento
completo del reino de su gloria no se producirá hasta la segunda
venida de Cristo a este mundo. “El reino y el dominio y la majestad
de los reinos debajo de todo el cielo” serán dados “al pueblo de los
santos del Altísimo”. Heredarán el reino preparado para ellos “desde
la fundación del mundo”.9 Cristo asumirá entonces su gran poder y
reinará.
Las puertas del cielo se abrirán otra vez y nuestro Salvador,
acompañado de millones de santos, saldrá como Rey de reyes y
Señor de señores. Jehová Emmanuel “será rey sobre toda la tierra.
En aquel día Jehová será uno, y uno su nombre”. “El tabernáculo
de Dios” estará con los hombres y Dios “morará con ellos; y ellos
serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios”.10
Jesús dijo, sin embargo, que antes de aquella venida “será predi-
cado este Evangelio del reino en todo el mundo, para testimonio a
todas las naciones”. Su reino no vendrá hasta que las buenas nuevas
de su gracia se hayan proclamado a toda la tierra. De ahí que, al
entregarnos a Dios y ganar a otras almas para él, apresuramos la
venida de su reino. Únicamente aquellos que se dedican a servirle
86 El Discurso Maestro de Jesucristo
diciendo: “Heme aquí, envíame a mí”, para abrir los ojos de los
ciegos, para apartar a los hombres “de las tinieblas a la luz, y de la
potestad de Satanás a Dios; para que reciban, por la fe... perdón de
pecados y herencia entre los santificados”;11 solamente éstos oran
con sinceridad: “Venga tu reino”.
ricos... Mas cuando hagas banquete, llama a los pobres, los mancos,
los cojos y los ciegos; y serás bienaventurado; porque ellos no te
pueden recompensar, pero te será recompensado en la resurrección
[96] de los justos”.16
“Y poderoso es Dios para hacer que abunde en vosotros toda
gracia, a fin de que, teniendo siempre en todas las cosas todo lo
suficiente, abundéis para toda buena obra”. “El que siembra escasa-
mente, también segará escasamente; y el que siembra generosamente,
generosamente también segará”.17
La oración por el pan cotidiano incluye no solamente el alimento
para sostener el cuerpo, sino también el pan espiritual que nutrirá el
alma para vida eterna. Nos dice Jesús: “Trabajad, no por la comida
que perece, sino por la comida que a vida eterna permanece”. “Yo
soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno comiere de este
pan, vivirá para siempre”.18 Nuestro Salvador es el pan de vida;
cuando miramos su amor y lo recibimos en el alma, comemos el pan
que desciende del cielo.
Recibimos a Cristo por su Palabra, y se nos da el Espíritu Santo
para abrir la Palabra de Dios a nuestro entendimiento y hacer penetrar
sus verdades en nuestro corazón. Hemos de orar día tras día para
que, mientras leemos su Palabra, Dios nos envíe su Espíritu con el
fin de revelarnos la verdad que fortalecerá nuestras almas para las
necesidades del día.
Al enseñarnos a pedir cada día lo que necesitamos, tanto las
bendiciones temporales como las espirituales, Dios desea alcanzar
un propósito para beneficio nuestro. Quiere que sintamos cuánto
dependemos de su cuidado constante, porque procura atraernos a
una comunión íntima con él. En esta comunión con Cristo, mediante
la oración y el estudio de las verdades grandes y preciosas de su
Palabra, seremos alimentados como almas con hambre; como almas
sedientas seremos refrescados en la fuente de la vida.
amor de Dios es lo que nos atrae a él. Ese amor no puede afectar
nuestros corazones sin despertar amor hacia nuestros hermanos. [97]
Al terminar el Padrenuestro, añadió Jesús: “Porque si perdo-
náis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros
vuestro Padre celestial; mas si no perdonáis a los hombres sus ofen-
sas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas”. El que
no perdona suprime el único conducto por el cual puede recibir la
misericordia de Dios. No debemos pensar que, a menos que con-
fiesen su culpa los que nos han hecho daño, tenemos razón para
no perdonarlos. Sin duda, es su deber humillar sus corazones por
el arrepentimiento y la confesión; pero hemos de tener un espíritu
compasivo hacia los que han pecado contra nosotros, confiesen o no
sus faltas. Por mucho que nos hayan ofendido, no debemos pensar
de continuo en los agravios que hemos sufrido ni compadecernos
de nosotros mismos por los daños. Así como esperamos que Dios
nos perdone nuestras ofensas, debemos perdonar a todos los que nos
han hecho mal.
Pero el perdón tiene un significado más abarcante del que mu-
chos suponen. Cuando Dios promete que “será amplio en perdonar”,
añade, como si el alcance de esa promesa fuera más de lo que
pudiéramos entender: “Porque mis pensamientos no son vuestros
pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová. Como
son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos
que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pen-
samientos”.19 El perdón de Dios no es solamente un acto judicial
por el cual libra de la condenación. No es sólo el perdón por el
pecado. Es también una redención del pecado. Es la efusión del
amor redentor que transforma el corazón. David tenía el verdadero
concepto del perdón cuando oró “Crea en mí, oh Dios, un corazón
limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí”. También dijo:
“Cuanto está lejos el oriente del occidente, hizo alejar de nosotros
nuestras rebeliones”.20
Dios se dio a sí mismo en Cristo por nuestros pecados. Sufrió la
muerte cruel de la cruz; llevó por nosotros el peso del pecado, “el
justo por los injustos”, para revelarnos su amor y atraernos hacia él.
“Antes—dice—sed benignos unos con otros, misericordiosos, per- [98]
donándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros
en Cristo”.21 Dejad que more en vosotros Cristo, la Vida divina, y
90 El Discurso Maestro de Jesucristo
para toda alma que se entrega a él; pero es de naturaleza tal que
ciega y engaña, y nos tentará con presentaciones lisonjeras. Si nos
aventuramos en el terreno de Satanás, no hay seguridad de que
seremos protegidos contra su poder. En cuanto sea posible debemos
cerrar todas las puertas por las cuales el tentador podría llegar hasta
nosotros.
El ruego “no nos dejes caer en tentación” es una promesa en sí
mismo. Si nos entregamos a Dios, se nos promete: “No os dejará
ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también
juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar”.28
La única salvaguardia contra el mal consiste en que mediante la
fe en su justicia Cristo more en el corazón. La tentación tiene poder
sobre nosotros porque existe egoísmo en nuestros corazones. Pero
cuando contemplamos el gran amor de Dios, vemos el egoísmo en
su carácter horrible y repugnante, y deseamos que sea expulsado
del alma. A medida que el Espíritu Santo glorifica a Cristo, nuestro
corazón se ablanda y se somete, la tentación pierde su poder y la
gracia de Cristo transforma el carácter.
Cristo no abandonará al alma por la cual murió. Ella puede
[101] dejarlo a él y ser vencida por la tentación; pero nunca puede apar-
tarse Cristo de uno a quien compró con su propia vida. Si pudiera
agudizarse nuestra visión espiritual, veríamos almas oprimidas y
sobrecargadas de tristeza, a punto de morir de desaliento. Vería-
mos ángeles volando rápidamente para socorrer a estos tentados,
quienes se hallan como al borde de un precipicio. Los ángeles del
cielo rechazan las huestes del mal que rodean a estas almas, y las
guían hasta que pisen un fundamento seguro. Las batallas entre los
dos ejércitos son tan reales como las que sostienen los ejércitos del
mundo, y del resultado del conflicto espiritual dependen los destinos
eternos.
A nosotros, como a Pedro, se nos dice: “Satanás os ha pedido
para zarandearos como a trigo; pero yo he rogado por ti, que tu fe no
falte”. Gracias a Dios, no se nos deja solos. El que “de tal manera
amó... al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo
aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”, no nos
abandonará en la lucha contra el enemigo de Dios y de los hombres.
“He aquí—dice—os doy potestad de hollar serpientes y escorpiones,
y sobre toda fuerza del enemigo, y nada os dañará”.29
El padrenuestro 93
15 Salmos 37:3 (VV, 1909), 25; Isaías 33:16; Salmos 37:19; Romanos 8:32; Mateo
9:36.
16 Salmos 68:10; Lucas 14:12-14.
17 2 Corintios 9:8, 6.
18 Juan 6:27, 51.
19 Isaías 55:7-9.
20 Salmos 51:10; 103:12.
21 1 Pedro 3:18; Efesios 4:32.
22 1 Juan 4:16.
23 1 Juan 1:7; 1 Timoteo 1:15.
24 1 Juan 1:9; Miqueas 7:18.
25 Santiago 1:13.
26 Zacarías 3:1-4.
27 Isaías 30:21.
28 1 Corintios 10:13.
29 Lucas 22:31, 32; Juan 3:16; Lucas 10:19.
30 Proverbios 18:10.
31 Mateo 24:6-8.
32 Isaías 45:5.
33 1 Crónicas 29:11, 12.
Las críticas y la regla de oro
96
Las críticas y la regla de oro 97
“Así que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan con
vosotros, así también haced vosotros con ellos”.
En la seguridad del amor de Dios hacia nosotros, Jesús ordena,
en un abarcante principio que incluye todas las relaciones humanas,
que nos amemos unos a otros.
Los judíos se preocupaban por lo que habían de recibir; su ansia
principal era lo que creían merecer en cuanto a poder, respeto y
servicio. Cristo enseña que nuestro motivo de ansiedad no debe ser
¿cuánto podemos recibir?, sino ¿cuánto podemos dar? La medida de
lo que debemos a los demás es lo que estimaríamos que ellos nos [114]
104 El Discurso Maestro de Jesucristo
deben a nosotros.
En nuestro trato con otros, pongámonos en su lugar. Comprenda-
mos sus sentimientos, sus dificultades, sus chascos, sus gozos y sus
pesares. Identifiquémonos con ellos; luego tratémoslos como quisié-
ramos que nos trataran a nosotros si cambiásemos de lugar con ellos.
Esta es la regla de la verdadera honradez. Es otra manera de expresar
esta ley: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.14 Es la médula de
la enseñanza de los profetas, un principio del cielo. Se desarrollará
en todos los que se preparan para el sagrado compañerismo con él.
La regla de oro es el principio de la cortesía verdadera, cuya
ilustración más exacta se ve en la vida y el carácter de Jesús. ¡Oh!
¡qué rayos de amabilidad y belleza se desprendían de la vida diaria
de nuestro Salvador! ¡Qué dulzura emanaba de su misma presencial
El mismo espíritu se revelará en sus hijos. Aquellos con quienes
mora Cristo serán rodeados de una atmósfera divina. Sus blancas
vestiduras de pureza difundirán la fragancia del jardín del Señor. Sus
rostros reflejarán la luz de su semblante, que iluminará la senda para
los pies cansados e inseguros.
Nadie que tenga el ideal verdadero de lo que constituye un
carácter perfecto dejará de manifestar la simpatía y la ternura de
Cristo. La influencia de la gracia debe ablandar el corazón, refinar y
purificar los sentimientos, impartir delicadeza celestial y un sentido
de lo correcto.
Todavía hay un significado mucho más profundo en la regla
de oro. Todo aquel que haya sido hecho mayordomo de la gracia
múltiple de Dios está en la obligación de impartirla a las almas
sumidas en la ignorancia y la oscuridad, así como, si él estuviera
en su lugar, desearía que se la impartiesen. Dijo el apóstol Pablo:
“A griegos y a no griegos, a sabios y a no sabios soy deudor”.15
Por todo lo que hemos conocido del amor de Dios y recibido de los
ricos dones de su gracia por encima del alma más entenebrecida y
degradada del mundo, estamos en deuda con ella para comunicarle
[115] esos dones.
Así sucede también con las dádivas y las bendiciones de esta
vida: cuanto más poseáis que vuestros prójimos, tanto más sois
deudores para con los menos favorecidos. Si tenemos riquezas, o
aun las comodidades de la vida, entonces estamos bajo la obligación
más solemne de cuidar de los enfermos que sufren, de la viuda y los
Las críticas y la regla de oro 105
aquello por lo cual había luchado en vano con sus propias fuerzas.
“Esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe”.22
todo mora una vida común, y ninguna tempestad puede destruir ese
edificio.
Todo edificio construído sobre otro fundamento que no sea la
Palabra de Dios, caerá. Aquel que, a semejanza de los judíos del
tiempo de Cristo, edifica sobre el fundamento de ideas y opiniones
humanas, de formalidades y ceremonias inventadas por los hombres
o sobre cualesquiera obras que se puedan hacer independientemente
de la gracia de Cristo, erige la estructura de su carácter sobre arena
movediza. Las tempestades violentas de la tentación barrerán el
cimiento de arena y dejarán su casa reducida a escombros sobre las
orillas del tiempo.
“Por tanto, Jehová el Señor dice así...: Ajustaré el juicio a cordel, [127]
y a nivel la justicia; y granizo barrerá el refugio de la mentira, y
aguas arrollarán el escondrijo”.31
Hoy todavía la misericordia invita al pecador. “Vivo yo, dice
Jehová el Señor, que no quiero la muerte del impío, sino que se
vuelva el impío de su camino, y que viva. Volveos, volveos de vues-
tros malos caminos; ¿por qué moriréis?” La voz que habla a los
impenitentes es la voz de Aquel que exclamó, con el corazón lleno
de angustia, cuando miró la ciudad objeto de su amor: “¡Jerusa-
lén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que te son
enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina
a sus polluelos debajo de sus alas, y no quisiste! He aquí, vuestra
casa os es dejada desierta”. En Jerusalén vio Jesús un símbolo del
mundo que había rechazado y despreciado su gracia. ¡Lloraba, oh
corazón endurecido, por ti! Aún mientras Jesús vertía lágrimas sobre
el monte, Jerusalén habría podido arrepentirse y escapar a su conde-
nación. Por corto tiempo el Don de los cielos siguió aguardando su
aceptación. Así también, oh corazón, Cristo te habla aún con acentos
de amor: “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo: si alguno oye mi
voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo”. “He
aquí ahora el tiempo aceptable; he aquí ahora el día de salvación”.32
Los que cifran sus esperanzas en sí mismos están edificando
sobre la arena. Aún no es demasiado tarde para escapar de la ruina
inminente. Huyamos en procura de fundamento seguro antes que
se desate la tempestad. “Por tanto, Jehová el Señor dice así: He
aquí que yo he puesto en Sion por fundamento una piedra, piedra
probada, angular, preciosa, de cimiento estable; el que creyere, no se
116 El Discurso Maestro de Jesucristo