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Libro Recuerdos PDF

El documento presenta un prólogo y palabras introductorias al libro "Recuerdos de aparecidos" de Luis Zapiola. El prólogo destaca la importancia de escribir desde la perspectiva de la alteridad y reconocer las culturas originarias. También incluye un índice de los cuentos y relatos que componen la obra.

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El documento presenta un prólogo y palabras introductorias al libro "Recuerdos de aparecidos" de Luis Zapiola. El prólogo destaca la importancia de escribir desde la perspectiva de la alteridad y reconocer las culturas originarias. También incluye un índice de los cuentos y relatos que componen la obra.

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5

5
RECUERDOS DE
APARECIDOS

Un viaje de ida a los recuerdos que


entibian el corazón para pensar el
futuro.

5
1º Edición.

Traducción: Noeth Osvaldo Segovia. Docente intercultural


Wichí. Maestro ilustre 2010, Presidencia de la Naciòn.

Diseño de tapa y contratapa: Juan Manuel Lenscak

Ilustración de Tapa: Marcelo Chiavazza

Obra: La caza Tachowalhan

Fotos: del autor, Maca Amado, Gustavo Molfino.

Hecho el depósito que marca la ley


11.723.

Impreso en Argentina

I.S.B.N. 978-987-86-8109-2

1. Narrativa argentina. 2 cuentos. I Título.

CDD A863.

Toda reproducción sin fines de lucro está permitida.

Se agradece citar la fuente.

6
INDICE

Prólogo ………………………………………………………….. 9

Palabras de Noeth Osvaldo Segovia ………………….. 13

Agradecimientos …………………………………………….. 15

Unas Palabras de aparecido……………………………… 17

El vuelo del hechicero ……………………………………… 25

¡Esto es para usted doctora!.................................... 31

El sueño de Laishí …………………………………………… 35

El consejo del moribundo ………………………………… 37

El lugar donde cayó el rayo ………………………………. 45

El loro atrapado ………………………………………………. 53

¡Prestame a tu señora! ……………………………………… 57

Anselmo el recolector de miel ….…..…………………… 63

Entierro para el diablo ……………………………………... 81

Las manos del artesano …………………………………….. 85

Los Fortineros …………………………………………………. 87

Declarar en lengua extranjera …………………………… 89

7
Pandemia en el monte ………………………………… 93

Blas …………………………………………………………… 95

El preso………………………………………………………. 101

El cazador y el fiscal …………………………………….. 105

8
Catinga americana
Prólogo al libro “Recuerdos de aparecidos”, de Luis Zapiola

Pensar desde la alteridad no es un ejercicio cotidiano en


nuestra cultura. Escribir, desde un eje distinto al nuestro,
mucho menos. La cultura de la totalidad, del imperio, de la
voluntad del poder, del egoísmo hegemónico, atraviesa
nuestro día a día, casi sin percatarnos de ello. Vemos lo que
queremos ver, tocamos lo que queremos tocar, olemos lo que
queremos oler.

Roberto Kush intentó hacerlo, y habló del hedor americano, y


del estar sobre el ser, revolucionando la filosofía tradicional
hegemónica del nordatlántico (desde la escolástica al
existencialismo). Pero a Kush casi no se lo conoce en el ámbito
académico de los círculos que adoran su propio ombligo y
huelen sus propio saumerios.

En ese marco de ensimismamiento, lo diferente se reduce, o se


intenta convertirlo a lo que uno cree como verdadero. La
alteridad no se la respeta tal cual es; no se la re-conoce, y
menos se dia-loga con ella.

Así nacieron las “reducciones” aborígenes, el principio


constitucional de “convertirlos al catolicismo” (1) y hasta la
impunidad del gobierno central porteño de nombrar a uno de
los departamentos de mayor población aborigen en Formosa
con el nombre de Ramón Lista, responsable del mayor
genocidio del pueblo ona (selknam), por el que se conmemora
oficialmente en el país, el día del indígena patagónico.

Que todavía no hayan cambiado el nombre, a más de un siglo


de aquel bautismo porteño, cuando consideraban a Formosa

1
Constitución Nacional Argentina (1853); en su artículo 67 inciso 15
9
como “territorio”, expresa a las claras lo irrelevante del tema
también para nuestra sociedad provincial, y esta aculturación
a la que estamos sometidos.

Hubo muchas formas de escribir sobre las comunidades


nativas. Muchas perduran. No hace falta remontarnos a la
época de la colonia para comprobar la férrea voluntad de
sometimiento que motivaba y hegemonizaba aquella aciaga
época, cuando se discutía en castillos y monasterios si los
indios americanos tenían alma o no la tenían.

Releamos a una de las plumas más brillantes del proceso de


organización nacional, Domingo Faustino Sarmiento cuando
publicaba en diarios porteños El Progreso y El Nacional:
"¿Lograremos exterminar los indios? Por los salvajes de
América siento una invencible repugnancia sin poderlo
remediar. Esa canalla no son más que unos indios asquerosos
que los mandaría a colgar ahora si reapareciesen. Lautaro,
Caupolicán, son unos indios piojosos, porque así son todos.
Incapaces de progreso, su exterminio es providencial y útil,
sublime y grande. Se los debe exterminar sin si quiera
perdonar al pequeño que tiene ya el odio instintivo al hombre
civilizado."

No fue un exabrupto, ni pirotecnia verbal electoralista. Se trata


de una expresión genuina de la época. En sintonía con el
mentor de nuestra constitución liberal, Juan Bautista Alberdi,
quien, enfrentado en otros temas a Sarmiento, había
afirmado: “...Y el salvaje del Chaco, apoyado en el arco de su
flecha, contemplará con tristeza el curso de la formidable
máquina que le intima el abandono de aquellas márgenes.
Resto infeliz de la criatura primitiva: decid adiós al dominio
de vuestros pasados. La razón despliega hoy sus banderas
sagradas en el país que no protegerá ya con asilo inmerecido
la bestialidad de las más de las razas”.
10
Uno podría decir que se trata del pasado remoto. Pero la
realidad del pasado reciente ratifica su vigencia. Si leemos el
Decreto Ley N° 3138/78 de la última dictadura cívico militar
en Formosa, podemos encontrar que caracteriza
positivamente a Enrique de Ibarreta como “domesticador de
aborígenes”. La “reducción”, y la “conversión”, se tradujeron
por los amos de la vida y de la muerte de los coprovincianos,
en “domesticación”.

Por ello el trabajo literario de Luis Zapiola tiene un valor


excepcional. No escribe desde un púlpito, ni desde el lado de
la culata del fusil de los “aparecidos”. Sino todo lo contrario,
nace desde lo profano, desde quienes se sienten apuntados con
la orden de obedecer para no ser desaparecidos.

Tiene la particularidad (y la virtud) de ser un intento de


comprensión de otras miradas, y del reconocimiento de
nuestro propio origen latinoamericano. De aquello que
también constituye a nuestra sociedad, aunque se haya hecho
todo el esfuerzo para negarlo. Esa realidad que miramos sin
ver día a día en la toponimia con nombres en lenguas
originarias, en numerosísimas palabras guaraníes, mapuches,
collas, que utilizamos cotidianamente en nuestra
conversaciones, en costumbres que nos distinguen a nivel
internacional como el de tomar mate, el cheísmo, el de haber
elegido a la flor de ceibo como nuestra flor nacional, el contar
con un padre de la Patria que entendía el guaraní, o sentirnos
halagados por la UNESCO al reconocer la vena artística de
nuestra cuna cultural amazónica expresada en el chamamé
como patrimonio universal de la humanidad.

Esta expresión desde la alteridad negada constituye una


oportunidad de reconocimiento no solo de lo que somos, sino
además de descubrir riquezas humanas sistemáticamente
reprimidas. Hoy que la cultura de la explotación del hombre y
11
de los recursos naturales ha recalentado el sistema y
provocado sucesivas pandemias, volver a determinados
criterios ancestrales como el buen vivir, el pachacuti y la tierra
sin mal, cobran singular importancia.

Para los formoseños muchísimo más. Porque contamos una


“auténtica identidad multiétnica y pluricultural” que estamos
comenzando a reconocer, y desandar los caminos de los
monólogos que conducían al exterminio de nuestro propio
origen. Comenzamos a comprobar que las esencias y perfumes
europeos también huelen mal, y a reconocer nuestra propia
catinga americana. Ese hedor del que hablaba Kush todavía
con términos de origen castizo. Catinga significa lo mismo,
pero el término es de origen guaraní.

Sobre las culturas qom, pilagá y wichí sabemos muy poco. Son
parte de nuestra provincia, sabemos que están, pero no nos
atrevemos todavía y nos cuesta horrores, identificarnos con
ellos.

Pensemos como hipótesis, para comprender cuánto camino


falta recorrer todavía, qué sucedería si ganara las elecciones en
Formosa, como lo hizo en Bolivia, un o una representante
originario/a. ¿Y si al asumir se adornara con los plumajes
ancestrales, revitalizara ritos originarios de entronización y se
asesorara con chamanes, como lo vimos con Evo Morales?.

Vale la pena hacer el esfuerzo de imaginación para


reconocernos quiénes somos, y cómo nos relacionamos.

Por ello esta incursión literaria que nos ofrece Luis Zapiola
titulada “Recuerdos de aparecidos” es muchísimo más que
una mera descripción con voces autóctonas; o un simple relato
costumbrista. Se trata nada más y nada menos de un intento
de construir un nuevo paradigma cultural, de una nueva y
sólida relación dialogal; de una mancomunión desde el origen
12
para diseñar juntos nuestro destino; de “un viaje de ida a los
recuerdos que entibian el corazón para pensar el futuro”,
como lo define el autor en el título de esta obra; que está en
sus manos, y tiene “catinga americana”. Vale la pena leerla;
para ir reconociendo nuestros propios olores, nuestra
diversidad de categorías y nuestro origen común como pueblo
y como especie.

Juan Eduardo Lenscak


Formosa, Lunas de las Cosechas, 2020

Palabras de Noeth Osvaldo Segovia


Leer los textos de Luis es una manera de refrescar la memoria
colectiva en la que nos encontramos todos, y nos hace pensar
y recordar aquellas palabras dichas por algún ancestro nuestro
que nos sirva para hoy.

Lograr esta producción es una capacidad que pocas personas


no indígenas logran. Escuchar y entender que las palabras de
las víctimas son muy fuertes para comprobar hasta donde
deben tener confianza para contar los secretos de la naturaleza
y compartir la herencia de los ancestros.

La historia y la memoria escrita se logran cuando hay


confianza. Leyendo nos encontramos en los distintos caminos
que recorren el Gran Chaco. Nos invita a ver y a no decir lo que
creemos saber de los que estamos aquí.

El Potrillo, Formosa. Enero de 2021

13
Jóvenes wichí. Foto 1926. Colección Milda Rivarola

14
Agradecimientos
Mi agradecimiento de aparecido a todos aquellos que de un
modo u otro colaboraron en la realización de este libro. En
particular a los originarios de los pueblos qom y wichí, que con
su amistad inquebrantable posibilitaron profundas charlas
que me permitieron asomarme a una mirada del mundo que
desconocía. Muchos de ellos me honraron y aún lo hacen con
su amistad, un tesoro que llevo en el corazón.

Un enorme gracias a aquellos que en estos años han partido,


enormes luchadores por la tierra y por el bienestar de su gente:
Elías Ortiz, Honorato Centeno, Silvano Juárez, Alejandro
López, Gabino Acosta, Julio Glácido, Armando Coquero,
Timoteo Francia, Miguel Ortiz, y tantos otros que guiaron a su
gente en tiempos difíciles posibilitando el reconocimiento de
la “tierra prometida” en los inicios de la recuperación
democrática en la década del 80 del siglo pasado.

Especiales gracias a Noeth Osvaldo Segovia por las


traducciones al wichí Lhamtes de algunos relatos de este libro
y a Gustavo Molfino, un fotógrafo excepcional y compañero.
También a Maca Amado por esa foto de mujeres en tiempo de
pandemia.

A Marcelo Chiavazza, por esa hermosa pintura del monte


formoseño y en ella la presencia cazadora y cultural de los
wichí.

A Juan Eduardo Lenscak por su amistad y compañerismo y


por el prólogo a esta obra que pretende mostrar una de “las
venas abiertas de América Latina”.

A AMSAFE, sindicato docente de la Provincia de Santa Fe por


la inclusión de algunos de estos relatos en sus publicaciones.

15
A los Maestros Especiales en Modalidad Aborigen (MEMA) de
Formosa.

A Luis Basterra, por su amistad y aliento en todos los tiempos.

A Eulogio Frites primer abogado indígena de la República


Argentina. A Ricardo Altabe, abogado y mártir de la defensa
de los derechos de los pueblos originarios. A mis compañeros
de la Comisión de Juristas Indígenas de la República
Argentina. A Eduardo Nieva, Cacique de la Comunidad
Diaguita de Amaichá del Valle de Tucumán, por tanto camino
recorrido juntos y por su amistad inquebrantable.

A la Liga Argentina por los Derechos Humanos por el


compañerismo y el compromiso con los pueblos.

A la Provincia de Formosa, por permitirme ser uno de sus


hijos.

A todos ellos y a los que no nombro. ¡Gracias totales!

16
Unas palabras de aparecido

“Los científicos dicen que


estamos hechos de
átomos, pero a mí un
pajarito me contó que
estamos hechos de
historias”. Eduardo
Galeno.

Siempre me pareció curioso que los wichí del Pilcomayo se


refirieran a los no indígenas con el término “ahatay”. En otras
zonas, en particular el de las comunidades wichí de la zona del
rio Bermejo se los denomina “siwele”. Ambos términos están
cargados de significado en su origen.

En la lengua de estas comunidades los ahatay, fueron


originalmente los “aparecidos”, aquellos no wichí que un día
llegaron a una zona, el Gran Chaco Sudamericano, que no
pudieron conquistar en cuatrocientos años. Ahatay da cuenta
de gente endemoniada, gritona, quienes con el paso de los
años y los siglos se fueron instalando en sus territorios
comenzando una disputa por los recursos del monte que
marcó la memoria oral por generaciones. Los ahatay fueron
desde su origen “fwitsaj”, furiosos, enfermos de la buena
voluntad.

Con el tiempo, el termino fue incorporado en una traducción


literal de no wichí, no indígena. Cada pueblo originario del
Gran Chaco Sudamericano tiene su palabra para definir a ese
otro no indígena. A lo largo de estos relatos iremos
descubriendo esos términos, siempre cargados de memoria.

17
La gran paradoja es que al tiempo de arribo de los aparecidos,
los originarios fueron desapareciendo, en el sentido de
volverse invisibles a los ojos, los corazones y las
preocupaciones de la cultura dominante.

Los Pueblos Originarios del Gran Chaco no tienen en sus


lenguas un término que defina la “memoria”, entendida como
recordar y no como una función del cerebro. Este término nos
decía Galeano, en el Libro de los Abrazos, viene del latín re-
cordis, volver a pasar por el corazón.

Los wichí incorporan la memoria de generaciones en la


expresión “nuestro pensamiento”, porque la expresión del
recuerdo, del presente y del futuro es siempre una acción
colectiva, constitutiva de identidad.

Entonces, recordar y expresarlo en un pensamiento colectivo


no es un proceso analítico individual, neutral. Es una toma de
posición frente al pasado, al presente y al futuro.

En los inicios del siglo XXI vine a Formosa, procedente de la


opulenta Buenos Aires, si bien no nací en ella sino en la
Provincia de Rio Negro, en Fiske Menuco. Ya hacía un buen
tiempo que había puesto mis ojos en los pueblos originarios,
en sus derechos plasmados en leyes provinciales, nacionales y
en los Tratados internacionales.

En mis primeros contactos con los wichí, los qom y los pilagá
se abrió ante mis ojos un mundo nuevo, de una riqueza
cultural y espiritual que golpea la conciencia y que te lleva a
replantearte tu lugar en el mundo y un “ser” vivenciado desde
lo colectivo. El derecho contiene en sus formulaciones teóricas
esta posibilidad de “ser en lo colectivo”, pero con el no alcanza.
Además, lo jurídico, las leyes y los Tratados de Derechos
Humanos son aspectos extremadamente importantes que, si
quedan solo en manos de abogados y jueces, pueden
18
convertirse en elementos peligrosos para los anhelos de sus
destinatarios.

En estos años de recorrer sus comunidades, conocer a su gente


y sus dirigentes fue tomando fuerza la importancia y la fuerza
de lo “intercultural”. Porque las relaciones de culturas en
contacto pueden ser mutuamente enriquecedoras o un espacio
de conflicto donde prevalezca el más fuerte, en el sentido de
quien puede ejercer violencia material o simbólica.

Este contacto se manifiesta en toda su magnitud en el derecho


penal, pleno de palabras que no tienen traducción a las
lenguas madre de los pueblos originarios. Se imponen
conceptos, términos y ritos inentendibles para los originarios
y las cuestiones procesales, más inentendibles aún. El poder
judicial tiene una tarea pendiente todavía para juzgar a
personas que portan una cultura a la que separa un abismo de
los valores que sustentan el Código Penal y los Códigos
Procesales.

Lo intercultural se juega en el contacto entre culturas. Ello en


la vida cotidiana territorial se da en todos los planos. El éxito
o el fracaso de una sociedad que contiene pluralidad de
culturas, se juega en el conflicto, desde los aspectos pequeños
hasta los grandes. Conocer las culturas indígenas en las que se
debe operar es el gran primer paso al respeto, y a la
construcción de una sociedad mas justa, que siempre es un
objetivo a alcanzar, en cada paso que se dé.

Estos relatos no son específicamente para abogados u


operadores judiciales. Son un intento de aproximación al
pensamiento colectivo de los originarios en esa inestable
relación con el mundo no indígena que une lo religioso, lo
jurídico y lo social.

19
Las narraciones, en algunos casos rescatan aspectos de la
cultura y la espiritualidad presente o pasada de las
comunidades y pueblos originarios. En otros casos se trata de
historias de base real en las que me tocó actuar como abogado,
con los alcances y salvedades del caso. Quien quiera hallar en
esta obra repudios o toma de posiciones propias y adaptadas
por la fuerza a la realidad, deberá buscar otras fuentes.

Por ello esto de recordar, volver a pasar por el corazón. El


acompañamiento a los pueblos originarios es siempre una
opción personal, cara a cara, aunque se pertenezca a una
organización pública o privada. Es la victoria de mirar al otro
y con él, a los otros de igual a igual, superando cualquier
impulso de superioridad. El acompañamiento supone
amistad, hermandad y un proceso de escucha activa que lleva
en todos los casos a incorporar los deseos libremente
expresados por los pueblos.

El camino de “ser con el otro” es un camino de ida, sabedor


que no le cambia la vida a nadie. Porque solo los pueblos a lo
largo de su historia cambian su realidad en la construcción de
un mundo nuevo donde quepan todas las voces. Hermanarse
de algún modo con estos pueblos produce tibieza y la
comprensión que en nada importa lo que se lleva puesto, lo
que se tiene, sino lo que hay en el corazón, que entibia ese
pasado, los recuerdos, la memoria activa, y este presente para
pensar un futuro sin discriminación y de igualdad.

Estos relatos están fuera de la “doctrina del buen salvaje” de


antaño y todavía presente en muchos aspectos de la vida social
y política. Son vivencias frente a personas concretas que como
todo el género humano tienen virtudes y defectos. No se trata
de una aproximación antropológica o etnográfica, ajena a mis
conocimientos, salvo las lecturas que a lo largo de los años fui
incorporando, en ese mundo nuevo que es la antropología
20
jurídica. Se trata de abrir la mente a otras formas de ver el
mundo sin renunciar a las formas que uno lleva consigo, en el
intento de desterrar la discriminación y la mirada errónea del
otro.

Los relatos no pretenden totalizar la riqueza de las culturas


originarias. Son solo recuerdos vivenciados que si sirven para
ver que en el mundo caben todos los mundos, nuestro Gran
Chaco Sudamericano, nuestra Patria Grande serán mucho
más humanas, y con esa “catinga americana” que expresa el
profesor Juan Eduardo Lenscak en el prólogo a este libro que
tanto agradezco.

Y en esto de agradecer mencionar a tantas familias wichí, qom,


y pilagá que me abrieron las puertas de sus casas y con quienes
pasamos horas escuchándonos, en este camino de
“enchamigarse” también a dirigentes que han dejado este
mundo en busca de ese cielo pleno de caza y pesca que el
Creador tiene para sus hijos.

Un gracias con el corazón a los detenidos desaparecidos


formoseños, que eran aparecidos, pero caminaron las huellas
del Chaco Central acompañando a los pueblos. También a los
ex detenidos del terrorismo de estado, que todo lo sufrieron,
en esa búsqueda empecinada de la Tierra sin Mal.

¡Por cierto, Formosa es hermosa!. Es una tierra de memorias


con gran diversidad de culturas y lenguas. En un territorio
lleno de verde, esteros, bañados y monte nativo conviven los
pueblos originarios con la cultura guaranítica del este
formoseño y con culturas inmigrantes venidas de afuera. La
gran tarea es que el proceso de convivencia entre esas culturas
sea siempre con diálogo, respeto y con justicia social.

Tierra con memoria y ríos que son caminos, “con gente que da
la mano y saluda al sol”, como decía Hamlet Lima Quintana.
21
Un día quise atrapar una parte de ella en un letra para
chamamé, aun inconclusa:

RIO PARAGUAY, AGUA CON MEMORIA.


Vivo al costado de un rio
con aire de chamamé,
cultura qom, guaraní
y de ancestros abipones.
Un rio que en su camino
lleva memorias del agua,
de sangre de paraguayos
abatidos por la infamia.
Un escondido misterio
de aguas llenas de muertos
por la maldad del Imperio
y la hipocresía del Puerto.
Rio que supo de guerra
entre hermanos por destino
rio que nos acerca
entre hermanos campesinos.
Un río de canoeros
de redes y manos fuertes
de aquel que solo persigue
llevar el pan a la mesa.
Un rio color moreno
de gente humilde y sencilla
que vive dando las gracias
en la mesa de familia.
Vivo al costado de un río
que se que inunda en las orillas
la gente corre a lo alto
con resignación de vida.
Mientras la desgracia crece
canta el ave sus himnos
22
sin saber de esos dolores
ofrece al pobre su trino.
Desde esta orilla argentina
el Paraguay se divisa
unidos por un abrazo
y una húmeda caricia.
Un río que une destinos
hermanos y Patria Grande
agua de manos unidas
por la justicia y la vida.

23
24
EL VUELO DEL HECHICERO

El anciano hechicero cargó su pipa con una hierba del monte


y comenzó a fumarla mientras una ensoñación de apoderaba
de sus sentidos. A su lado yacía Avelina una mujer de edad que
tenía su salud quebrantada. Ella miraba asustada al anciano
acostada en el suelo del monte, mientras el hiyawu, el chamán
canturreaba una tonada milenaria en la lengua del antiguo
hombre chaqueño.

En segundos el viejo mago se elevó y desde la altura pudo verse


a sí mismo fumando su pipa con su cabeza cubierta con un
pañuelo que dejaba ver sus orejas perforadas y adornadas con
madera y plumas. Ya había iniciado su viaje a través del
mundo espiritual. Cerca suyo en ese espacio aéreo estaban sus
dos espíritus auxiliares, que le había dado su padre antes de
morir, en un ritual que se extendía de padres a hijos por
generaciones. Lo acompañaban en cada sanación, para tener
el poder de buscar la voluntad de la enferma y devolverlo a su
cuerpo para restablecer así el equilibrio perdido.

Las sanaciones eran realizadas por el anciano en un lugar


secreto del monte, cerca de la aldea wichí, el lewet. Allí hacia
poco tiempo se habían instalado unos aparecidos con sus
vacas acompañados de unos misioneros que anunciaban un
dios nuevo de quien decían tenía mucho poder y cuya palabra
estaba en un libro que solo esos religiosos podían leer.

Su dios no era Nilataj, aquel que creó la tierra y el monte que


luego el viento estiró, para darles a los hombres primigenios la
posibilidad de una vida plena. Este, decían los aparecidos, era
un dios todopoderoso que había creado todo lo que existe y
quien tenía un representante en este mundo que vivía en un
inmenso poblado llamado Roma. Este Dios le había dado el

25
monte de los wichí a un rey y a una reina que los originarios
debían aceptar y adorar para evitar que los maten.

Desde el aire el espíritu del hechicero sobrevolaba el monte.


Desde allí podía ver los fogones encendidos junto a las chozas
de la gente con un poco de tristeza. Las familias de a poco
fueron aceptando a ese dios y el sanador tuvo que huir con su
familia al monte para evitar las burlas y el desprecio. También
sonreía. Cuando la enfermedad asolaba a su gente casi todos
lo venían a ver en secreto, en busca de su sabiduría milenaria.

Cerca del lewet, los religiosos aparecidos construyeron un


templo con los brazos y los hombros de los originarios. Allí
pusieron una inmensa cruz donde el hijo de dios había sido
muerto por los pecados de todos. En el día del sol como ellos
lo llamaban, allí se juntaban en lo que llamaban misa. A las
familias wichí de la aldea las dejaban estar al fondo del templo.

El hechicero volaba con sus espíritus auxiliares por la espesura


del algarrobal buscando la voluntad, el espíritu de Avelina que
había abandonado su cuerpo. El monte estaba lleno de
espíritus malignos que transformaban la noche y la selva de
los wichí en un lugar peligroso del que solo se estaba a salvo
en la aldea.

Todos los ahat, los espíritus malignos eran entidades para


temerles y cuidarse de ellos. El más temido, el Lewo, la
serpiente o arco iris, responsable de rayos y terremotos, los
dueños del agua, la serpiente, el hayaj o tigre.

Al pie de un inmenso algarrobo encontró el espíritu, el husek


de Avelina. Estaba escondido en una cueva de Tatú Carreta. El
hechicero saltó de un árbol y le dijo:

-Volvé Avelina. No es tu tiempo-.

26
El espíritu de la anciana tendió su mano al anciano mago y
juntos volaron por el monte impenetrable en busca de sus
cuerpos. Cuando llegaron, pudieron verse desde el aire. Ella
acostada en el piso y el viejo chamán canturreando
antiquísimas tonadas de su monte lleno de memorias.

Volvió la salud a Adelina, con los poderes transmitidos por


siglos de generación en generación de padres a hijos.

En el pueblo de los misioneros aparecidos había tristeza. La


viruela se llevaba muchas vidas o dejaba rostros marcados por
su maligno paso. Los husek de la gente enferma no
sobrevolaban el monte ni se los podía encontrar para
devolverlos al cuerpo. El viaje ritual del hiyawu no tenía
espíritus auxiliares para esos males del alma. Las memorias de
la selva de los wichí se llenaron de muertes que ni la sabiduría
milenaria pudo sanar.

Comenzó así un nuevo tiempo rodeado de recuerdos de una


tierra que se llenó de silencios.

Hiyawu w’ekyaj

Hin’o wumekfwaj tä hiyawu tachuma lachuthi wet itsäjche


latsukw wet hitsuhi t’at pajtha nemhit yahanlhamej tä
atofwche latichunhayajay. Atsinha wumekfwaj Avelina
imätkatsi tsi pajche tä yillhi nemhit thakajaylhi. Imatkatsi wet
tä iyahen wet nowaye hin’o wumekfwaj, mat hiyawul iwotesa
tä t’ichoyhen wet tiljänhen häpe t’at lhayil tä iwoyepej hin’ol tä
iche lhipeyna tälhettsiy.

Tä pajfwaj wet hin’o wumekfwajna nech’e wiyä tä yäm kaphä


wet nech’e lhayw’en tha hitsuhi lachuthi wet lakha ihi wet äp
hiw’en tä lach’ote lheley tä hal’ä lhipey wet n’osilatyenej
27
afwenche w’oley. Pajche mat tä iwoye n’ohusey w’ekyaj. Tä
iwoye law’ekyajna wet hiw’en tä iche tefwasno lach’otfwas tä
iwot’unfwaya häpehen lhamil tä pajche p’ante lafwcha
hiw’enho tä t’ot’ayek yinhila, häp p’ante tä lakeyna tä
lafwchalis iwoyeje lales. Lach’otfwasna iwopejt’unfwaya häp
lawhäy tä ichesat elh tä yillhi tsi lhamilna tha lhaythatwek wet
lhamil yahanej iwoyneje chi hiisyen m’ek tä niisa häpkhilak elh
iches.

Lhip tä ihi p’ante tä lhamil ichesthen iyhäj häp p’ante lhip tä


newahi wichi tsi nilhokhiyejt’a wichik iwoyek hiw’en lhenyajna
häp p’ante lawhäy tä tsilkas wichi. Pajihyachet’a tä n’amhen
lhamil tä w’enhalhamejlä wichi lhamilna ichäjp’ante laläy wet
äp tä iche p’ante iyhäj tä ifwenho wichi lhamil lawuk tä
w’enhalhamejlä wichi wuhuy wet lawujyaj wet lanohyaj
tafwaype nilhokej wichi wuhuy wet tsilak lhamil tä n’ohusewos
tä yahanej lawuk lhämet tsi iyahyen lawuk lhämet hi.

Lhamil lawuk khit’a Nilataj, lham tä lhenek honhat wet tayhi


wet layalh tha yayhetsi yämthilak nilhokej wichi nilhoke m’ek
tä lhamil hiw’en yämthilek latamsekis ihi. Tajna, iwoyetso
ahätäy lhayis, häpe lawuk tä lakajyhayaj ihi wet lham tä lhenek
nilhokej meyhey tä ipe honhat wet lhip tä matche tä kalelhäj
ta matche ta law’et häpe tat Roma. Nowukna häp tä yachaje
wichi katayhi häp ahätäy lhayis kaniyat wet niyattsinha wet
lhamil tä law’et iwatläk lhamil nokwiyej wet iwunit tsi chi
niteyatso wet kalelhäj tä n’olänhihena t’at.

Hiyawu husek weyälhitpe tayhi. Wet tä ikaphä hiw’ene itäs tä


iwhäye lawuhuy wukwey wet ifwitajlhi. Wichi nech’e iwotesa
tä lhamil tachumlä n’ot’ekanyaj tä nech’e wet nech’e hiyawu
yik ilethanho tayhi tsi nowayek iyhäj iläkwlhi. Lak’aj t’ischeyeji
m’ek tä hiw’ene. Tä inuhchä n’ot’inhayaj wet elh pej tha
weskatey tsi yahanej tä hin’ona ichumyenlhi nohanyhayaj tä
tälhettsiy.

28
T’ot’aye wichi w’et nohusewos ineyhatpa nohusew’et häp tä
isej wichi tä yenlhi. Ichufwi hupna hal’ä tä notechaynej hal’ä
p’ante nopajtej hin’o lhäs häpet wichi ch’isukwyaj tä tamenej.
Tä nichäte lawhäy tä lhamil yenifwala kaifwalaya, lhamil
lhayhutwek tä iwoye lanokwhayaj. Lhamil iwahnej tat wichi
chi lhamil ilach’oyey n’ohusew’et.

Hiyawu husek lhäy’e lach’otfwas fwiyälhitpe fwaachuy tä


lhamil t’ukwe notichunhayaj, häpet Avelina husek tä yikch’oye
t’isan. Matche tä lhele ihi tayhi tapoyej husey ta niisahen tsilak
lhip ta wichi ihi ta is.

Nilhokej ahätlhayis, husey tä fwitses tä iwatläk


olhayamhin’ohlä wet onowaye. Elh tä matche tä
tanhowatnhan häpe Lawo, amlhätaj tä wujche tä nälepej
lafwak, lham tä pelhay lhäy’e layalhtaj tälhe, inätwuhuy,
amlhätaj, hayäj wet lhäy’e iyhäj.

Nilhoke Avelina husek tä iyej fwa’ayuk tä wujche lates.


Ifwajchet howanaj jäkw. Hiyawu inuhchä tä ihi hal’ä wet yokw:

• Tapil Avelina. Kamaj chi lataj awhäy.

Wet atsinhana lahusek itiye takwey häp hiyawu wet nech’e


lhamil weyähen tä nekpe tayhi tä lhamil t’ukwe t’isanis. Wet
lhamil hiw’eney tä ikaphä. Atsinha tisan ifwaj atkatsi wet
hin’owumekfwaj t’ichoy t’at tä iten n’otenkay tä tälhettsiy wet
äp itichunhayene lawhäyis tä pajche.

Yachajo tä iches Avelina, isej nokajyhayaj tä tälhettsiy tä


lafwchalis ichufwenej lales yämthilak nittäya.

Wuj nofwitatajayaj tä ihi lhip tä n’ohusewos ihi. Chech’etäj


ilänhen p’ante wichi ichet iyhäj tä tafwayej tha häpta nemhit
iswetha. Lhamil lahusey nemhit yikch’oye lhiptso häp tä
tamenej tä hiyawu nemhit yahanej iwoynejek ichesat tsi
29
hiw’enhit’ahlä. Hiyawu isakanhiyejt’ak iwoye lachumtes tsi
lawuhuy ifwihiyet’a wichitso lahusey. Iche p’ante lawhäy tä
nemhit hiyawi yahanej iwoynejek ichesthen tsi n’otnhayajay
w’enhalhamej nemhit tet iwoye ifwalas tä tsilak lhamej wichi.

Iwotesa lawhäy tä iche m’ek tä iche tha nemhit iche elh chi
nitäfwelej wet tä tetso nemhit iche elh chi yenlalhämet’a.

30
¡ESTO ES PARA USTED DOCTORA ¡

Audencia caminaba rumbo a su comunidad wichí en Laguna


Yema, pensando distraída en el día que había vivido. Era un
viernes de un calor sofocante como suelen ser los días de
primavera y verano cuando llega el tiempo de las lluvias en el
oeste formoseño.

El pueblo wichí desde siglos dividió siempre las estaciones del


año en forma distinta a los aparecidos. Lo hacían desde los
tiempos de antes con algo de poesía y en una relación vital con
su entorno de montes impenetrables. El tiempo lo contaban
por lunas. Así las lunas del tiempo de las flores, allá por agosto,
la llamaban Nawup. Esas flores se transformaban en frutas
polinizadas por los aves y bichos del monte, y esa explosión de
vida y recolección de alimentos se transformaba en el Yachup,
el tiempo de las Lunas de la Algarroba. Poco a poco el calor
aumentado por el viento norte y las lluvias, posibilitaban el
milagro del crecimiento de las plantas que Nilataj puso en el
almacén que era el monte para alimentar a sus hijos. Y llegaba
Lup, las Lunas de las Cosechas. Finalmente, cuando arribaba
el frio que en muchos años tenía a mal traer a las familias, las
noches se hacían difíciles. Era la Luna de las Heladas, Fwiyetil.
La sabiduría de los antiguos había llamado a esas, sus
estaciones del año con palabras descriptivas, llenas de poesía,
que explicaban su mundo en palabras antiguas que no daban
lugar a error.

Audencia volvía, ya de noche, en tiempos de Yachup. De la


espesura del sendero que llegaba a su lewet, su comunidad, de
improviso se le aparecieron cuatro jóvenes aparecidos y la
rodearon en medio de burlas. Sin palabras, porque los
violadores son de pocas palabras, la forzaron y la emboscada

31
terminó en violación. Los líderes de su comunidad, advertidos
del ultraje cometido a una de sus miembros, de tan solo
dieciséis años, la fueron a buscar y con muchas heridas en el
cuerpo, y mucho más en el husek, su espíritu, la internaron en
el hospital.

Los cuatro aparecidos fueron apresados y encarcelados. Poco


tiempo después dos de ellos fueron liberados, dijo el juez, por
falta de pruebas.

Desde entonces el sendero que lleva a la comunidad de


Audencia se despobló de jóvenes aparecidos que en
demasiadas oportunidades concurrían a esos territorios para
“divertirse” con las mujeres de la comunidad. Es que los
cobardes no son tontos.

Meses después, los dos jóvenes detenidos, defendidos por una


abogada, debieron concurrir a su juicio oral. Los líderes de las
comunidades de Laguna Yema estaban entre el público, en
busca de justicia para Audencia.

Cuando estaba por comenzar el proceso, Luis se levantó


solemne de su asiento entre el público y sosteniendo un libro
en sus manos se dirigió a los jueces:

-Quiero decir que para Audencia y los testigos wichí que van a
declarar, es obligatorio que tengan traductor. Así lo dice el
Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo
que es ley de nosotros los originarios. No queremos que estos
señores salgan libres porque nuestros hermanos no entienden
las preguntas-.

La presidenta del Tribunal lo miró fijamente y pensativa.


Inmediatamente dirigió su mirada a la defensora de los
aparecidos y con voz firme y quizás, con un poco de ternura le
dijo a la abogada que se oponía a viva voz:
32
¡Esto es para usted doctora!

El wichí lhamtes, la lengua wichí resonó en la sala en las


declaraciones brindadas y traducidas, trayendo un poco de
comprensión entre dos mundos que no se entienden.
Los aparecidos fueron condenados, con las limitaciones de
este tipo de delitos.

Años después la decisión de los jueces fue confirmada por la


Corte Suprema de Justicia de la Nación.

33
34
EL SUEÑO DE LAISHI

Los qom tomaban en serio los sueños. En ellos se reflejaban


las realidades que vivían, y aún viven, a diario.

Fray Pedro Iturralde, llegó al paraje con varios frailes


franciscanos menores allá por 1900 y se afincó en la zona
dispuesto a fundar una misión destinada a evangelizar a los
originarios qom o tobas de la región y enseñarles “oficios”.
Julio Argentino Roca le había otorgado casi 80.000 hectáreas
para fundar una “reducción” indígena en la región, y otra en
Tacaaglé, ambas en la hoy provincia de Formosa.

El líder qom Bustos lo recibió en un gran parlamento con su


gente. En esos tiempos los tobas sufrían constantes atropellos
y trabajo en condiciones de esclavitud por parte de los dueños
de la tierra. Y aceptó instalarse en esas tierras concedidas a los
franciscanos.

El otro líder de la zona era Laishí o Laiseq, quien tenía el don


de la palabra, y lideraba a los grupos indígenas que se oponían
a pactar con el doqshi, el blanco.

El no aceptó la propuesta de reducirse en la misión. Laishí


soñó una noche de malos presagios rodeada del calor de la
región, que los aparecidos, esta vez con hábitos marrones, los
dejarían sin tierras y sin animales para la caza.

Los frailes fundaron su reducción. Y establecieron allí un


ingenio azucarero y una escuela de internados para los niños
qom. Allí las niñas aprendían el único oficio posible en la
mirada de quienes los veían como “salvajes”: La limpieza,
costura y otras artes que en definitiva las convertían en buenas
empleadas domésticas.

35
Pasaron los años y en la década de 1953 los sacerdotes pidieron
autorización para vender las tierras. Recién en 1958 se les
concedió esa autorización. De a poco, el sueño que fue la tierra
terminó en pesadilla. En los albores del siglo XXI vendieron
las ultimas hectáreas que quedaron.

Como ocurre siempre, la decisión de Laishí de no pactar con


los aparecidos terminó en una pelea entre los desheredados de
la tierra. En un enfrentamiento entre esos dos líderes, Bustos
terminó con la vida de Laishí, triste destino al que se llegó
antes de la fundación de la reducción.

Hoy los descendientes de ambos viven en esa ciudad, San


Francisco de Laishí, la que lleva el nombre de quien soñó el
despojo, donde aún se pueden observar las ruinas del ingenio
azucarero de los franciscanos y un viejo puente que cruza el
río.

Sus descendientes saben que los sueños tienen poder en la


vida espiritual y cultural de su gente y que el sueño de Laishí
presagiaba un destino de ser el último escalón en una sociedad
donde finalmente todo se compra y se vende.

36
EL CONSEJO DEL MORIBUNDO

Memorias de la tierra prometida.

Al costado del Teuc, que los siwele llaman Rio Bermejo tenían
sus campamentos de verano los wichí. Las aldeas se sucedían
frente a sus orillas y los hombres celebraban la pesca con sus
redes tijera en busca del sábalo, el bagre y a veces algún surubí.
En el paraje Tas Tas, las mujeres construían sus chozas en
forma de cúpula. Luego de siglos de construcciones en el
mismo lugar, la zona del lewet era un poco más elevada por el
apisonamiento del suelo año tras año. Restos de cerámica son
mudos testigos de ese mundo de risas, abuelas contando las
historias de los antepasados a sus nietos, hombres danzando
con sus brazos entrelazados formando un círculo y una vida
cotidiana sin violencia y solo buscando la buena voluntad.

Todo el tayhi, el monte, era un inmenso cementerio. Los wichí


enterraban a sus muertos envueltos en telas chaguar y no
dejaban señales en cada sepultura uniendo de ese modo a sus
parientes con la tierra, el almacén que da la vida.

Un día comenzaron a llegar los misioneros anglicanos.


Fundaron en Formosa distintas misiones orientadas a la
evangelización, y a la protección de las aldeas frente al
conflicto con los nuevos ocupantes aparecidos. Así nacieron
las misiones de San Andrés, Pozo Yacaré y El Yuto en el
extremo oeste de Formosa y, en la zona de Tas Tas, la Misión
Esteros.

Esta misión fue el lugar de refugio de los grupos wichí de la


zona ante un mundo que cambiaba aceleradamente. En esos
aislados parajes la ley vigente era la del más fuerte.

37
En esos tiempos los enterramientos de los wichí comenzaron
a ser señalados por un objeto sobre el terreno, a veces una lata
u otro objeto, y finalmente con una pequeña cruz de madera.

Lusa pertenecía a la parentela wichí de los ribereños del


Bermejo y había nacido en libertad allá por la década del 20
suponía su familia. Por esa época los originarios wichí no eran
ciudadanos argentinos, ni siquiera tenían documento de
identidad. Su madre Arcelia, era hija de un niyat un líder wichí
renombrado en los parajes del monte: Afwenche, Pajarito en
la lengua de los aparecidos.

Su infancia se vio rodeada de disputas con los siwele que


llegaban de todos lados a ocupar la tierra que ellos habían
recorrido durante siglos. En esos itinerarios por la espesura
del monte, se afincaban en “campamentos” de invierno y
verano. Eran tiempos de persecuciones, de disputas y de un
abismo de incomprensión de dos culturas que no podían
entenderse.

Los padres de Lusa habían trabajado, junto a los pilagá y los


qom en la construcción del Ferrocarril, el Ramal C25 que
atravesó de lado a lado el Territorio Nacional de Formosa y a
cuya vera se conformaron pueblos a los que sostenidamente
las comunidades ribereñas fueron migrando buscando
mejores condiciones de vida.

Allí nació Ramón y en esas soledades transcurrió su infancia,


en la espesura del hayaj -el yaguareté- - y de peces en
abundancia Su padre Lusa era un fornido pescador del
Bermejo y su madre Yolanda le narraba el mundo de los wichí
para que sea transmitido a sus hijos y así hasta el final de los
tiempos. El lugar era un monte impenetrable al que un día
llegaron aparecidos y alambraron un enorme territorio en el
que ya la gente no pudo cazar. Los aparecidos decían que el

38
nombre de su grupo era Bunge y Born. Por esas soledades
cuentan que se escondió en algunas ocasiones Segundo David
Peralta, alias Mate Cocido, un famoso bandolero anarquista,
amigo de los pobres y desheredados de la tierra. Así lo
apodaban por una herida que tenía en la cabeza.

Las disputas por el territorio, las persecuciones y el hambre


provocaron de a poco el éxodo de algunas de las aldeas de
pescadores hacia los centros poblados, en particular los de la
ruta nacional 81 en busca de trabajo y mejores condiciones de
vida. Al final de la década del setenta partió Ramón con su
familia rumbo a Las Lomitas en busca de una nueva vida.

Allí quedaron, en Tas Tas, las tumbas de los antiguos, las


ruinas del templo anglicano con sus horcones de madera, los
sitios de asentamientos milenarios, y la memoria de la selva
impenetrable que los vio nacer a orillas de las barrancas del
Bermejo, mudo testigo de ese mundo que estaba cambiando
en forma acelerada.

Muchos años después Ramón se sentó al lado del camastro en


que su padre Lusa se aferraba a sus últimos momentos de vida.
Lo invadía una tristeza infinita pero no lo demostraba, salvo
por sus ojos apagados y tristes. Acaso su pensamiento estaba
puesto en la tierra que lo vio nacer. Desde tiempos ancestrales
los wichí han controlado sus sentimientos, al menos por fuera.

-Hijo- le dijo en un susurro acercándolo con un abrazo.

-Tenes que juntar nuestra gente y volver a la tierra de los


antiguos, a nuestro monte y a nuestro cielo lleno de estrellas.
Ese es nuestro hogar. Allí están nuestros peces, los animales y
los frutos que nos dan la vida. Te encargo recuperar lo que es
nuestro -.

39
Las palabras del anciano Lusa eran un wit ole, el consejo del
moribundo. La misión encomendada de regresar a la tierra
prometida era un mandato que Ramón no podía rechazar. En
la espiritualidad wichí, no aceptar hubiera vuelto el consejo en
su contra y convertido en una maldición.

Esa misma noche, el anciano dejó su monte y con el


pensamiento puesto en el rio de su infancia, murió.

Así, en los primeros años del tercer milenio, las familias de


ribereños del Bermejo caminaron de regreso a la tierra de los
antiguos, desde esa Babilonia en la que vivían. distante a unos
ciento treinta kilómetros de los lugares de la infancia y la
llamaron Afwenche, en honor al abuelo de Lusa.

Reencontraron las ruinas de su templo de la misión Esteros y


con la ayuda de profesionales solidarios identificaron las
tumbas de los antiguos para obtener ADN para compararlo
con los niños actuales, signo de pertenencia a ese lugar hoy
ocupado por aparecidos. Los wichí querían dar testimonio de
su linaje para obtener la propiedad colectiva de esas tierras.

El rio Teuc se pobló nuevamente de pescadores y la selva se


reencontró con las memorias de la tierra en una lengua que
siempre entendió.

Hin’o tä y’ilt’at lachufwenyaj

N’osilätyaj tä yämeje honhat tä ihichela

Tä iwhäye Tewok, tä ahätäy lhayis yen lheya Rio Bermejo, iche


wujpe hupuy tä wichi wukwey häp lawhäy tä nahayhos. Wichi
ifwasche t’at tewok lhip wet hin’ol yike w’ahat sich’us wet
40
päsenaj iche tä afwukwnha. Iche lhip t’at tä lawuhuy yenlheya
Tas Tas, atsinhay hitsufwyenchehchä lawukwey. Tä pajche tä
wichi wet nech’e honhat atofwpä wet nech’e näl tä wichi w’et.
Iche meyhey tä hinälit tä pajche tä wichi ihi lhiptso tejta lapak
newahi tha kalelhäj tä yäme t’at tä han atläk wichi w’et, äp te
iche t’at atsinhawumhayyhas tä yen chumeta tä ifwenhomche
lachetsos m’ek tä lhamil lakeyis, hin’ol ta ifwalas ta tsilak t’at
ta lhamil yen lakeyisa ta itsokomche tackwech’ol tä
lhayt’olnhatlhi tä t’ukwe m’ek tä lhamil isiyeja lhäy’e
notichunhayaj tä t’uhawetej.

Nilhok tayhi, häpe t’at nopitseyheyw’et. Ifwalas ta pajche wet


wichi tajänlä elh pitsek wet yäm matche tä atofwchä tha
hip’ajtej elh kameyhey wet ta tetso wet nemhit kalelhäj chi iche
p’ante elh n’opitsek chi n’otjänlä, lhamil yokw yäpilet lhip tsi
honhat t’at n’oelh tefwaji.

Ifwala tä häpe wet nämhen anglicanos, nohusewos. Lhamil


yenchelhi p’ante nohusew’etes ta ihi Formosa tsi lhamil
nowayejpe ahätäy lhayis chi neke wichi tä istunpe lhamil
law’etes. Nech’e iche p’ante lhipey kalelhäj tä häpe p’ante San
Andres, Pozo Yacare wet E Yuto tä tumej Formosa lhipna tä
tafwofwyhi wet Misión Esteros tä tumej lhip tä Tas Tas tumej.

Lhip ta n’ohusewos hiw’enho wichi häp tat ta wichi isej tsi


lafwunyaj ihi tejta wujpe m’eyhey ta iche tha wichi latamsek
ihi tat. M’ek ta matche ta näl ta laha ihi ta iche lhipeyna häpe
tat wichi iyhäj keyis ta n’olänejen wichi.

Lawhäyistso häpe p’ante ta iwotesa ta n’owotetnekayej lhip ta


n’ot’o ihi, m’ek ta wichi hiw’en ta t’uhawetej chi n’oti’pe
häpkhilak elh pej ta häpe nech’e yahanej ihi, ta paj p’ante wet
nech’e hal’ä thip tä n’omäyhnho elh.

Lusa häpe p’ante wichi ta tewok elh Bermejo lhele wet law’et
yäme tha iche p’ante ta nekchä 20. Lawhäytso kamaj wichi
häpkhihent’a p’ante iyhäj ta law’et lhipna Argentina, tsi lhamil
41
hiw’enhit’a p’ante n’olheyis hi ta yakalelhät elh ta häpe wet
lhip ta law’et. Lako hápe p’ante Arcelia, niyat ta matche ta
wichi nitäfwelej häpe p’ante ta lhäse lhey p’ante Afwenche wet
ahätäy lhayis yokw Pajarito.

Ta kamaj nithaläkwa wet hiw’en p’ante t’at ahätäy lhayis ta


neke wichi w’etes ta lhayen lewuhuya, häp honhat ta
kahanakhiye ta wichi lunwet. Lawayistso ahatay lhayis wet
wichi lhamil tachump’antepe honhat elh tefwaji näyej t’at
honhat tsi yahanej ta lawuk wet ta newache elh chi nitäfwelche
mek ta elh tichunhayaj wet nech’e lhaletayhfwas tat.

Lusa w’et häpe p’antet elh lhamil ta tachuma n’äyij ta n’oyenlhi


ta nekho Formosa kahonhat, wichi ta iche n’ochumetna wet
lhamil t’ayey p’ante tsi yenek nech’e isila m’ek ta iyej lhamil,
häp ta tamenej ta lhamil law’etes nech’e t’ot’aho näyijna.

Ramon nichätihchä lhipeyna häp honhat ta hayäj lhayen at


lawukwa tayhi wet wuj p’ante w’ahat ta ihi tewokw, lafwcha
Lusa häpe p’ante elh ta w’ahat kot wet lako Yolanda häpe
p’ante atsinha ta yahumin p’ante ta ifwenho lhäs häp meyhey
ta iyej wichi yak nämeyna. Honhat ta lhamil ihi häpe p’ante
lhip ta tsajpe paj p’ante ta namhen ahätäy lhayis wet lhamil
ilafwlhi pajta nemhit lanäyhäy ihi wichi ta ilunhen. Ahatay
lhayistso häpe p’ante Bunge wet Born lhayis. N’oyämetha
hin’o ta n’oyokw Segundo David Peralta, ta n’oyen lheya Mate
Cocido häp p’ante ta äp iche wichiw’etes ta iletanlhi tsi häpe
elh ta awitäyhtsaj wet isej ta yen kalayisa iyhäj ta p’alitsej wet
ilethanwethä. Hin’otso tha n’op’ante taj lhetek tha häp ta chi
äp y’il.

Ta noyokwos wichi wet ap n’olafwlhi honhat wet häp ta


tamenej ta nemhit iche mek chi wichi isej ta tälho tayhi wet
tewokw, nech’e yikhen wichi ta ituyey lhipey ta ahätäy lhayis
ihi tsi yenek häp ta n’ochumet ihi wet lhamil isiyeja m’ek tä ihi

42
lhipeyna. Ramón lhäy’e law’et lheley yikhen p’ante ta ituyey
Lomitas tsi t’unläk iche m’ek ta isej lhäy’e law’et lheley.

Wet nech’e Tas Tas tso tha tsilak at n’ot’olis ta ihi, n’ohusew’et
w’et, wet iyhäj meyhey ta yakalelhät ta wichi w’et ta pajche,
honhat, tayhi tewok yokw tam tsi wichi yikhen nemhit tewoye
ifwalas p’ante näl ta wichi tat ta law’etes lhipeyna.

Lawhäy ta häpe wet Ramon yahoho lhip p’ante lafwcha Lusa


imähi lawhäy ta ileyej t’at honhat. Matche ta wuj p’ante
m’eyhey ta nitichunchehlä tejta ninämayejphä tha itpe tatey ta
lafwitajayaj ihi. Latichunhayaj ihi ta hiw’en lhip ta nichätinchä
p’ante. Talhettsiy ta wichi yahanej ta itilhamhi m’ek ta iläte ta
tumho lach’owej.

-Yäs- Iwoyetso ta tahuche lhäs ch’ote.

-iwatläk lahutwet wichi wet amil latapiley lhaw’etes p’ante,


tayhi wet pule ta katetsel ihi. Häp ta lhaw’et. Häp ta w’ahat wet
itshätäy lhäy’e hal’ä lhay ihi wet hiw’enho lawatshancheyaj
hap wichi. Owatläk lachutetej ta lanachaj m’ek ta n’alewuhuy-
.

Lusa elh ta thaläkw lhämettso häpet n’olhämet ta hinäyej lhäs,


lawit’ole, ta kamaj wet iläyhyhaji häp ta ifwenho lhäs.
Lhämettso matche ta laha ihi wet chi elh niwoyaye wet äp
lawit’ayhyaj t’at häp ta chi iche elh chi n’olhämet iyej wet
iwatläk iwoye.

Honajchetso wet hin’owumekfwajtso ileyej honhat tsilak


latichunhayaj ta imälhehi honhat ta nichäthihchä p’ante.

Pajich’eta ta wichi lhayis yäpinhomche law’etes p’ante wet


lhamil yenlheya Afwenche tsi lhamil nitichunche lhamil
lachäti Lusa.

Lhamil nichäte lhipey p’ante law’etes wet tsilak at hupuyw’etes


wet lhamil ta ahantses wet tach’ote tsi kamaj kalelhäj n’ot’olis
43
ta ihi lhiytso tsi iwatläk n’otetshanej n’atfwas w’oyis chi yiwitej
häp n’op’itseyhey ta ihi lhiptso wet kalelhäj ta wichina law’etes
tejta ahätäy ihi ta iwatläk yachaje wichi tsi lhamil ta latetsel
p’ante law’etes. Ta kalelhäj wet nech’e wichi t’alhe chi
n’ow’enho lach’a ta yäme ta lhamil ta law’etes.

Tewok wet tayhi yachajo ta äp nopakas ta pajche p’ante


tumhopej nech’e äp tumho. Wahat kotses wet lhamil ta yike
meyhey ta ihi tayhi nech’e äp pitsaje ta tumpe lhipeytso.

44
EL LUGAR DONDE CAYÓ EL RAYO
Un relato de la dignidad wichí.

-Vos no podes vender alcohol- le dijo Bilardino al bolichero


criollo en el mostrador de su almacén.

-¡Yo vendo lo que quiero!- contestó el aparecido con un aire de


superioridad mal disimulado.

Bilardino el wichí entrecerró los ojos sin perturbarse ni perder


la compostura de su gente. Su pueblo ve la ira como una
enfermedad del husek, el espíritu que es contenido por el
cuerpo. Enojarse es ser fwitsaj, furioso.

-Estas envenenado a nuestros jóvenes—replicó. Si no dejás de


vender te vamos a echar de la comunidad. Esta tierra es
nuestra- advirtió, y sin más se fue del almacén.

Bilardino era el líder de la zona, poblada desde tiempos


ancestrales por una parentela de grupos ribereños wichí al que
las demás comunidades llamaban Phamlheley, Arribeños del
Pilcomayo. Esa zona forma un triángulo con el Paraguay de un
lado y el este salteño del otro.

Los ribereños se habían organizado en varias aldeas


bautizadas con nombres criollos desde hacía décadas: Santa
Teresa (Hala Ta Tho), Campo del Hacha (Hosan Thowajhek),
El Breal, San Miguel (Pethay Tajnwet) , Pozo La Chiva, Barrio
Solari y la aldea de Bilardino, María Cristina. Los wichí la
llamaban Siwajuichat, el lugar donde cayó el rayo. Quien sabe
hacía cuantas décadas se había producido la descarga, pero
quedó en la memoria oral y terminó imponiendo su nombre a
la aldea. El lugar fue llamado por los criollos “María Cristina”,
en recuerdo de la hija de un español que llegó en las primeras
45
décadas del siglo XX con carretas llenas de campesinos pobres
a colonizar las tierras de los wichí. Allí comenzó todo.

Los fenómenos naturales para los wichí tenían un sentido


ominoso. Llamar al lugar como aquel en que cayó el rayo
pretendía congelar en un instante algo no querido, inesperado
y asociado a lo ahat, lo negativo. Del mismo modo, el arco iris
también era visto con preocupación al ser considerado una
serpiente o una lagartija, el lewo. Y la lluvia y el rayo tenían ese
sentido ominoso de la serpiente más temida que era un ser del
agua.

El bolichero criollo había cruzado desde el Paraguay y se había


asentado en el corazón de la aldea. Trajo consigo a su esposa a
la que describía orgulloso como canadiense, a pesar de sus
rasgos acriollados. Allí abrió un almacén desde el cual llevaba
“cuentas” a los wichí, donde anotaba los alimentos y
mercadería general que les entregaba, números mágicos en
que los lugareños siempre salían perdiendo y debiendo cada
vez más. Prosperó y abrió un bar y comedor, donde solo se
podía degustar milanesas con papas fritas y huevos, gaseosas
de incierto origen y por supuesto cerveza y vino. También, a
escondidas, vendía alcohol medicinal, en envases herméticos
de plástico, con el cual los jóvenes preparaban una bebida que
llamaban cachurí, mitad agua mitad alcohol y a veces mitad
jugo de frutas. Esta práctica preocupaba a todas las familias
wichí que entendían que desde allí se perdía la buena
voluntad.

Bilardino salió del almacén y reunió a los líderes, niyatey, y a


los principales dirigentes de la zona para que expresen su
pensamiento sobre cómo solucionar el problema del
aparecido, ahatay, que le envenenaba la cabeza a los jóvenes.
En ronda, cada líder se ponía de pie y expresaba su
pensamiento. La segunda ronda la constituían las mujeres que

46
aprobaban o reprobaban las palabras de los hombres. La
palabra para ellos era la expresión de su pensamiento. Y su
lengua, el wichí lhamtes, un signo de identidad cultural.

Nadie hablaba por hablar nomas. Esos pensamientos volcados


en común se transformaban en un pensamiento colectivo,
othamil othichunhayaj. Ya habían intentado con la policía,
pero nunca hubo una respuesta concreta. Los policías eran
también criollos y la palabra wichí cotizaba a la mitad.
Hablaron hasta tarde en la noche, como siempre, sin
interrumpirse uno a otro. Y tomaron su decisión.

Tres días después, el criollo comerciante advirtió con sorpresa


que su bar se llenaba de originarios. Su esposa canadiense
entro temerosa y le contó que afuera había muchísimos wichí
quienes serenos pero muy serios habían comenzado a
desarmar su cerco.

-Venimos a decirte que nuestro pensamiento es que te vayas


de nuestra tierra- le dijo Bilardino con tono pausado y sin
levantar la voz.

-No me voy a ir- respondió el aparecido, tratando de aparentar


estar muy seguro de si mismo.

-Tenes tres horas para irte- advirtió Bilardino. –Sino te


echamos nosotros y perdés todo lo que tenes agregó con
mirada sería y una entonación que no dejaba dudas de que
debía tomar el consejo en serio.

En esas horas siguientes el criollo cargó sus cosas en su


camioneta y con la ayuda de otros criollos se llevó sus muebles,
su bar, su almacén. Exactamente en tres horas. Vano fue el
intento de los dos policías del lugar de convencer a la gente. La
tierra era wichí y ellos habían tomado su decisión.

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Apenas se fue el bolichero en su vieja camioneta, con su esposa
canadiense cargada atrás, los wichí desarmaron esa casa y el
bar, madera por madera, chapa por chapa, horcón por horcón,
y limpiaron el terreno hasta tal punto que no se notaba que allí
había existido una construcción.

Desde ese día la mirada de los wichí se notaba más altiva,


había sonrisas y la calma volvió a la aldea.

Había vuelto a caer el rayo, pero esta vez como un presagio


esperanzador y justiciero.

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49
Foto: Gustavo Molfino

Foto gentileza

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Aníbal

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EL LORO ATRAPADO

Las mujeres sin derechos.

Una mañana fría de fin del invierno, Lucía se vestía en su


habitación. Trenzaba su larga cabellera renegrida en una sola
trenza que recorría su espalda hasta la cintura.

Madre de siete hijos, se había juntado con Cuellar hacía dos


años, un criollo con carácter irascible y violento que la tenía a
mal traer.

Lucía pertenecía a la Comunidad Wichi Elé Nahá “Loro


Atrapado” distante unos seis kilómetros del pueblo. En los
tiempos de antes, en el yachep, la estación de la maduración
de la algarroba, un grupo de mujeres wichí mientras
recolectaban, encontró en un árbol un loro que había quedado
aprisionado de una pata en un gran algarrobo y allí se
asentaron, en un extenso territorio que incluía en las primeras
décadas del siglo XX el paraje “Pampa del 20” y
posteriormente, en la década del 30 la “Colonia Francisco
Javier Muñiz”, una reducción indígena creada para asentar
definitivamente a los wichí de una franja del Rio Bermejo.
Habían sido llevados allí por el Ejército, alejándolos
definitivamente de su Rio Teuc y de la posibilidad de la pesca,
para liberar la zona a la empresa Bunge y Born. Allí durante
décadas trabajaron de sol a sol sembrando algodón, cuando
Formosa era aún un territorio nacional, en una relación en la
que pocas veces cobraban.

Allí se crió Lucía al cuidado de Celia, su madre, en su monte


de promesas postergadas. De niña escuchaba las historias de
ese rio caudaloso y de altos barrancos, donde su gente armaba
su “campamento” de verano. Contaba la abuela que
antiguamente, toda el agua del mundo estaba encerrada en un
árbol, un gran yuchán (palo borracho). No existían los ríos. En
53
el árbol vivían todos los peces. Por eso la gente vivía cerca de
el, festejando la pesca, con arco y flecha. Un día llegó Tokwaj,
el tío travieso, convertido en perro y comenzó a comer
pescado. De todas las familias lo echaron porque era un perro
muy feo. Los ancianos pensaron que podía ser Tokwaj y
decidieron no correrlo y esperar. Al día siguiente, Tío Travieso
estaba allí y el perro no. El aparecido hizo su propio arco y
flecha y se dispuso a pescar. La gente tenía miedo que pesque
un enorme dorado que había en el Yuchán que no debían
pescar. Apuntó al centro del añoso árbol y atravesó el
majestuoso pez con una flecha. Pero el pez era grande y se
movía violentamente por el árbol golpeando sus costados con
su poderosa cola, hasta que rompió el tronco que lo contenía.
Así se escapó el agua que era de Fwichilaj, un espíritu y su hijo.
Ellos con una vara marcaban el camino del agua que salía sin
parar del viejo árbol. Uno caminó con la vara por el norte
originando un río, el Pilcomayo. El otro por el sur, formó el
Bermejo. A Tokwaj lo corrió el agua y avanzaba a los saltos de
un lado a otro. Por eso si uno ve esos ríos, tienen muchas
curvas, porque el siguió ese camino, y como estaba
preocupado daba muchas vueltas. Tío Travieso alteró la pesca
que antes estaba en el árbol, y desde entonces los wichí
debieron buscar el pescado a lo largo de las orillas de los ríos,
con sus redes con forma de tijera. Así contaba la abuela que se
formaron los ríos que dan la vida.

Lucía se había hecho fama entre las mujeres siwele, las criollas
del pueblo, como curandera, en especial de señoras de buena
posición económica que recurrían a ella en especial por
“amarres” de amor. En esos menesteres había progresado y se
había construido una casa en el pueblo y comprado una moto
que utilizaba para llegar a su comunidad todos los días para
cuidar sus cabras.

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Don Cuellar era un celoso de esos con el golpe de puño a la
mujer y el cinturón siempre preparado y era de la convicción
que golpear a Lucía y celarla era una forma de “demostrar
amor”. Innumerables veces la había golpeado a ella y a sus
hijos e hijas que la vida y los amores de la tierra le habían
dejado. Incluso un día la corrió por el pueblo con un cuchillo
en mano intentando matarla. En esas soledades las mujeres no
sabían que existía eso que los blancos llamaban “derechos”,
una palabra que no tiene traducción en la lengua de los wichí.

Las mujeres originarias del Gran Chaco cuando forman


familia llevan a su hombre a vivir en su comunidad, en el
círculo de casas de su familia extensa, para estar a salvo de la
violencia en medio del cuidado de los suyos.

Hacía frío y mientras se miraba al espejo se tomaba el vientre


y sonreía. Estaba embarazada nuevamente. Los hijos son
siempre un don y acompañan en la vida.

La ensoñación se cortó abruptamente.

- ¿Dónde vas tan arreglada? - bramó el criollo con esa mirada


que presagiaba paliza. Las innumerables veces que la había
golpeado la pregunta era la misma. Incluso aquella vez que
perdió un embarazo producto de esos golpes.

-A Muñiz en la moto- contestó la curandera sabiendo que allí


terminaban las palabras. Sin decir más Cuellar empezó a
golpearla. Mientras corría hasta la entrada de la casa, Lucía
tomó una pistola que el criollo tenía en un ropero. Llegó hasta
la moto y sintió un golpe en la espalda y en un instante se vio
disparándole tres tiros que despenaron al hombre en ese
instante.

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Se sentó en la puerta de su casa con la mente en blanco y llena
de temores. En minutos la casa se llenó de policías y Lucía
cambió la libertad por una celda en la cárcel del pueblo.

En los meses que estuvo presa, las mujeres criollas del pueblo
la visitaban y desde allí ejercía sus tareas para garantizar el
amor. En esos tiempos fue la única mujer originaria detenida
en todo el país. También encerrada tuvo a su hijo.

Una mañana se puso su mejor pollera multicolor, trenzó su


pelo y se sentó frente a tres jueces siwele a contar su historia.
La potencia de la declaración de la mujer, contando uno por
uno los golpes recibidos a lo largo de dos años tensaron la sala
de audiencias. Los jueces pidieron a la comisaría todas las
denuncias que ella había hecho, al juzgado del pueblo y al
Hospital. Y allí estaba la inactividad de siempre. Todo estaba
allí. “Exceso en la legítima defensa” dijeron, y le dieron por
cumplida la condena por los meses que llevaba detenida.
Dijeron los magistrados que si todos hubieran cumplido con
su deber, el criollo estaría vivo. Poca justicia para la mujer
indígena que se animó a volar, a defenderse.

Allí volvió Lucia con sus hijos, con sus cabras sabiendo que
nunca más permitiría que la golpearan.

Las mujeres golpeadas son un loro atrapado. Del miedo, de la


inminencia, del dolor. Muchas viven en una jaula con la puerta
abierta pero la vida sin derechos impide el vuelo.

A partir de ese día Lucía voló libre, ejemplo para las mujeres
de su comunidad.

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¡PRESTAME A TU SEÑORA ¡

Un relato del sendero de los Nivaclé.

Inaa recorría el sendero que separa el “barrio Nivaclé” de la


entrada del pueblo de Laguna Yema. Todos los días atravesaba
ese camino para ir a hacer changas al pueblo y así alimentar a
su extensa familia. Hace muchos años, junto a varias familias
nivaclé había llegado del Paraguay buscando mejores
condiciones de vida.

En la memoria colectiva de su pueblo Laguna Yema era la


Tierra Prometida. Cuentan los abuelos que allí existía en los
albores del siglo XX una gran comunidad nivaclé y que incluso
el más renombrado de sus dirigentes, el gran caavanclé, era el
líder de la zona, separada de la margen opuesta del Pilcomayo
por una extensa franja de territorio que los wichí llamaban “el
sendero de los Asowaj” (Nivaclé), o “chulupies” como los
bautizaron los chaqueños.

Era la zona por donde los cazadores iban y venían del paraje
de Estero en el Paraguay cuando el territorio era todavía libre.

Habían pasado los años, pero en la memoria colectiva tanto de


los vecinos wichí como de los propios nivaclé, esa franja de
territorio todavía estaba marcada nítidamente. Casi sobre el
rio que los wichí llamaban “Teuc” se establecían las aldeas
nivaclé. Eran un círculo concéntrico de chozas cupulares cuya
construcción era trabajo de las mujeres. Cuentan los ancianos
que las relaciones con los wichí pasaban por períodos de
armonía y a veces de guerra. El líder de sus vecinos wichí se
llamaba Yemú, y su nombre resonaba entre los ribereños del
Bermejo.

Un día de principios del siglo XX cruzó el rio un enjambre de


soldados y los nivaclé y los wichí se aliaron para la guerra. Allí
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quedó como mudo testigo el cementerio de los caídos que hoy
se encuentra dentro de las defensas de la Laguna Yema. Los
nivaclé tomaron su sendero y derrotados huyeron con rumbo
norte hasta cruzar el Río de los Pájaros, que los incas llamaban
“Pilcomayo”.

En la margen norte del Pilcomayo las familias nivaclé fueron


evangelizadas por una orden de curas católicos llamados
Padres Oblatos. Los nivaclé más montaraces trabaron relación
años después con los menonitas. Por eso fueron los únicos
originarios del Gran Chaco Argentino que abrazaron la fe
católica, sincretizada con la cultura propia.

Siempre quedó en su memoria ese sendero: décadas después


las familias nivaclé comenzaron a volver a la tierra de los
antiguos y entre otros parajes se instalaron a la vera del pueblo
de Laguna Yema, una deformación del nombre de aquel líder
wichí, Yemú, que supo defender a su gente.

Al costado del sendero en dirección al pueblo por el que Inaa


caminaba, tenía su casa un “samtó” (blanco de pelo negro)
Don Juárez, un criollo de edad inescrutable que oficiaba de
curandero. En su casa sobre una mesa tosca de algarrobo
había armado su “altar” con una figura de yeso del Gauchito
Gil, el santito de los pobres del enorme Chaco Gualamba. A su
lado infinidad de velas, estampitas de santos diversos y las
infaltables cartas de un ajado mazo criollo. Hacía mucho
tiempo había enviudado y desde entonces solo atendía a sus
pacientes en aquellos momentos en que el alcohol no superaba
la posibilidad de sus adivinanzas y pases mágicos para hacer
“trabajos” para el amor, la salud, la buena suerte o la
maldición. También para deshacerlos, menester para el cual
era realmente más buscado.

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En sus días de abrazo al vino, a Don Juárez le pesaba la
soledad, que no alcanzaba a menguar la vecindad de su hijo
mayor Audencio, el único que seguía viviendo en la zona. Los
otros cuatro habían partido buscando mejores vidas y
conchabos en distintos parajes de la región.

En compañía del vino, el curandero se ponía a veces pesado y


pendenciero. Sus vecinos y particularmente los nivaclé, lo
evitaban para no tener problemas con el ni con la ley. ¡Triste
vida la del pobre al que la soledad de los parajes del monte del
Chaco Central le pesan en los momentos de debilidad!.

La familia de Inaa provenía de los “tovoc lhavós”, los pueblos


del río. Desde antiguo la obtención de alimentos se vinculaba
con el río donde armaban trampas con palos para los peces y
luego los ensartaban con una lanza corta. Otras aldeas nivaclé
asentadas en el monte eran los “yita’a lhavos”, los pueblos del
monte.

Mientras recorría el sendero que lleva al pueblo, Inaa


acariciaba recuerdos de la aldea de su infancia. Su abuela le
relataba la historia del Hombre Luna, Welá, el creador del
monte, los animales, los ríos y el padre de los primeros nivaclé.
Muchas noches alrededor del fuego la abuela atrapaba
historias mientras miraba el infinito recordando vaya a saber
uno que momentos vividos. - Luna era un hombre – decía la
abuela. -Un día se fue a los cielos y desde entonces todas las
noches está en ese mundo. Se pueden ver las manchas en su
cara, esas manchas oscuras y muchos agujeritos. Un día antes
de irse al cielo, Luna sacudió un gran árbol y de sus hojas
cayeron muchos piojos que le picaron la cara. Y quedó con la
cara marcada-, contaba riendo junto a sus nietos mientras les
contaba esas historias que eran la transmisión oral del mundo
nivaclé.

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Foto: Gustavo Molfino

Inmerso en sus recuerdos Inaa avanzaba por la huella que


lleva a Laguna Yema, cuando de improviso se le apareció
saliendo detrás de unas plantas el anciano curandero. Con
palabras estiradas por el alcohol le gritó: - ¡prestame a tu
señora! -. Inaa asustado por la repentina aparición del viejo
mago, a quien temía, apuró el paso, mientras don Juárez
repetía; -¡Dale chulú!, ¡prestame a tu señora!, ahora
llamándolo por la abreviación de “chulupí”, como llamaban los
samtó a su gente.

-¡Si ella quiere!- Contestó Inaa apurando aún más el paso.


Sintió un ruido atrás suyo y antes de poder voltear a mirar
recibió un fuerte golpe en la espalda que lo hizo caer al suelo.
En su caída rodó y quedó tendido boca arriba en la oscuridad
del sendero. En un instante el anciano estaba sentado sobre su
vientre ahorcándolo con sus dos manos. Conservaba el brujo
aún la fuerza de antaño.

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Inaa sentía que la vida se le iba por la falta de aire. - ¡Prestame
a tu señora te dije indio sucio! le recriminaba mientras
apretaba aún más el cuello del nivaclé.

El sendero estaba oscuro por las nubes que presagiaban


tormenta. Ya casi sin vida, Inaa pudo ver a Welá en un
pequeño claro del cielo, que iluminó el lugar tenuemente, con
ese gris plateado que solo la Luna llena puede pintar en el
monte. El curandero se distrajo un momento mirando ese
cielo y gracias a esa luz Inaa pudo ver un cuchillo en la cintura
del anciano. Fue suficiente. Las manos de mil cosechas en los
Ingenios azucareros del nivaclé, con sus patrones napi
yishiyan Ihpeso (los que mezquinan el dinero), atrajeron al
brujo hacia su cuerpo. Con su brazo izquierdo lo aferro contra
sí y con el derecho le sacó el cuchillo de la cintura. Dibujó un
arco en el aire que fue a parar en la espalda de Don Juárez.
Cayó de lado con el cuchillo entre dos costillas cerca de la
columna vertebral y allí quedó, con los ojos sin vida mirando
la Luna.

Inaa se levantó y mientras caminaba hacia la comisaría a


entregarse pensaba en Welá que le había salvado la vida.
Meses después fue liberado por eso de la defensa propia, por
tres jueces samtó y Audencio, el hijo del viejo mago, quienes
nunca se enteraron que Luna, el padre de los primeros
humanos, el que habita en el mundo del cielo, defendió a su
hijo nivaclé plateando la noche.

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ANSELMO EL RECOLECTOR DE MIEL

Un relato en las soledades del Gran Chaco.

Anselmo caminaba monte adentro en las soledades del Gran


Chaco.

Con sus setenta años “meleaba”, recolectaba miel que obtenía


confundiendo a las abejas con el humo de un palo encendido.
El fuego lo preparaba al costado para que las abejas no lo
ataquen. Ese fuego que a los antiguos le había dado Jualá
enojado. Vano intento, había sido picado por las abejas
inmemoriales veces desde niño, en los tiempos de antes,
cuando señoreaba el monte junto a los suyos trasladándose
entre campamentos de invierno y de verano.

El anciano era un taylheley, un wichí del monte. Los wichí,


simplemente la “gente”. El monte y sus habitantes eran sus
aliados. Las enseñanzas de sus antiguos, cazadores, le
enseñaron a entender el lenguaje de los afwench’ey, los
pájaros, con sus silencios cuando se acercaba un peligro, sea
un yaguareté como lo llamaban los criollos y paraguayos, un
puma o un grupo de aparecidos. Los ancianos relataban que
las aves les avisaban con esos silencios o con sus gritos y vuelo
en bandada cuando se acercaban los soldados aparecidos.
Pariente de las aldeas del río, su dureza era especial por la
hostilidad del ambiente que lo rodeaba pero que a pesar de sus
peligros era su territorio y su hogar.

Con las primeras luces del día partió del wichí-w’etes, su


aldea, con el recorrido que haría en su pensamiento. Imaginó
un camino para no perderse en la espesura como le había
indicado a su mujer. Iría desde el wichí-w’etes hasta
“Paraguayo Muerto”, ese lugar misterioso donde años atrás
encontraron a un criollo de ese país muerto por causas
desconocidas. Desviaría rumbo al Pilcomayo hasta “Yuchán
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Grande”, el lugar de encuentro al pie de ese inmenso Palo
Borracho. Desde allí, paralelo al Río de los Pájaros rodearía
“Aguada Grande”, un enorme algarrobal donde sabía que
encontraría su objetivo: la miel.

Llegó a Aguada Grande y divisó un gran panal construido por


las abejas junto a un inmenso algarrobo y se dispuso a prender
el fuego con las ramas caídas del árbol. Era mediodía y Jualá,
el Sol picaba fuerte.

En ese instante los pájaros callaron. Y pudo escuchar pasos


que se acercaban. Cerca de el, en la espesura, resonaban los
pasos de caballos y antes que se diera cuenta sonaron tres
disparos de arma de fuego.

Allí quedó Anselmo junto a sus ramas apiladas. La muerte lo


encontró con su cara azulada y con un hilo de sangre brotando
de sus ojos, mientras los montados se alejaban de las abejas.

Tarde en la noche, la abuela Celia estaba preocupada por


Anselmo. No había vuelto y sus hijos y nietos se preguntaban
cómo podría haberse perdido en el monte después de tantos
años de melear.

La abuela recorrió la huella que llevaba a la casa de Ramón, su


Niyat , el líder del wichí-w’etes para poner en aviso a toda la
gente. Le relató al fornido líder el recorrido que Anselmo le
había contado que haría: “paraguayo muerto”, “Yuchán
Grande” y “Aguada Grande”. Eran referencias de lugares que
los wichí utilizaban y aún utilizan para no perderse en el
monte. Al alejarse de la aldea los cazadores, meleros y
pescadores no se apartaban de esas rutas fijadas. Tampoco las
mujeres cuando recolectaban frutos u hojas de chaguar. Si se
perdían o tenían algún problema, su gente sabría donde
buscarlos.

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El Niyat salió con su grupo a buscarlo antes de la salida del
sol. Siguió la ruta prefijada el día anterior por el anciano
recolector de miel. Al llegar a “Aguada Grande” no tardaron
mucho en encontrar el cuerpo del abuelo wichí. Estaba de
costado junto a su fuego a medio preparar. Lo primero que
notaron fue su cara. Estaba azulada y la sangre ya seca que
había salido de sus ojos todavía se podía ver.

-Bala- dijo uno de los hombres del niyat, con su rostro


atravesado por el dolor mientras apretaba sus puños. Expertos
conocedores del monte, rápidamente encontraron tres vainas
de balas y huellas de montados que se alejaban del lugar.
Huellearon el rastro cerca de dos horas hasta llegar a un
“puesto” criollo donde se habían instalado unos ahatays, los
aparecidos, no hacía mucho. En el lugar no había nadie.

Ramón señaló con toda la mano en dirección al pueblo criollo


cercano, un caserío ubicado monte adentro en cercanías del
Pilcomayo. Este pueblo criollo contaba con un destacamento
policial con dos integrantes, una sala de primeros auxilios y
una escuela de paredes de adobe.

Los policías escucharon la “renuncia” que traía el grupo de


montaraces y dijeron que iban a ir al lugar donde Anselmo
yacía a buscar su cuerpo y a investigar que había pasado. Su
escaso dominio del castellano reemplazaba esa palabra por
“denuncia”. Los pensamientos de los hombres de la tierra
estaban llenos de desconfianza por la investigación prometida.
Lo habían escuchado muchas veces. Antes de retirarse del
pueblo, contaron lo ocurrido al Niyat del lugar, taylheley
también, porque al igual que las ocho aldeas de esa región
todos estaban integrados por parientes montaraces.

Los policías tardaron tres días en acercarse al lugar donde


estaba el cuerpo de Anselmo. La médica se acercó temerosa y

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desde unos veinte metros tomó su lapicera y escribió “paro
cardiorrespiratorio” sin revisar al finado.

Hacía décadas los wichí tenían problemas con los criollos.


Muchos años antes llegó un español a la zona del Pilcomayo
Arriba y tomó para sí una enorme región a la que llamó
“Colonia Buenaventura”. Trajo carretas llenas de familias
pobres que venían del este salteño. Trajeron con ellos las
vacas, que los wichí no conocían y a las que miraban con cierto
temor. Distribuyó las tierras y reservó una parte como
“Reserva de indios”. Desde entonces comenzaron las
persecuciones. Innumerables veces recurrieron a la autoridad
porque su gente era perseguida, asesinada, sus mujeres
molestadas en el monte cuando recolectaban frutos y chaguar
para hacer sus “hilú”, sus bolsos diseñados y tejidos por las
mujeres desde generaciones que son todo un instrumento de
identidad para cada wichí. Nunca se esclareció nada.

Todos los años, en los tiempos de antes, las familias wichí se


reunían en el “yachep”, la estación de la maduración de los
frutos. Eran las celebraciones de la algarroba, con la que
preparaban bebidas fermentándola. Durante días se danzaba
al sonar del tambor y las noches se llenaban de retumbos que
presagiaban matrimonios, alianzas de guerra y una escena de
relatos de los abuelos para explicarse su mundo. Llegaban
cazadores y pescadores junto a sus familias desde distantes
lugares y los wichí celebraban la vida plena y la buena
voluntad.

Cuando llegaron las vacas, llegó también el hambre. Las


mujeres salían a recolectar la algarroba pero las vacas llegaban
primero. Desde entonces los wichí “mezquinaban” la tierra, el
almacén que Nilataj , el espíritu, el creador, el eterno principio
de la vida plena les había dado junto a la mujer estrella. Las
abuelas en las noches de fogón contaban a sus nietos que

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Nilataj creó la tierra y un enorme viento la arrastró y por eso
existe el monte.

Al principio solo existían los hombres. Las mujeres vivían en


el cielo. Eran Estrellas. Por una soga bajaban a robar la comida
de los hombres, hasta que una noche en que ya habían bajado
varias mujeres, uno de los antiguos cortó esa soga. Desde
entonces las mujeres que quedaron en la tierra formaron las
familias wichí. Y las otras mujeres quedaron como las estrellas
del cielo brillando y sirviendo de guía en los parajes
impenetrables.

Los montaraces sabían que existía un ahatay allá lejos al que


le decían “juez”, que era el que podía castigar la muerte de
Anselmo. Pero ya lo habían llamado con las leyes ajenas y
nunca había ido por la zona.

Cansados de esperar noticias de la Policía, convocaron a las


aldeas de montaraces de toda la zona. Eran ocho
asentamientos, todos parte de su familia grande, un mundo de
padres, hijos, tíos, sobrinos, primos y algunos parentescos
propios.

Ramón, propuso ir hasta el puesto criollo para demostrarle al


juez cuando venga que Anselmo había sido asesinado por esos
ahatays.

Se juntaron en el paraje unos doscientos wichí y sigilosamente


llegaron al lugar. No había nadie. Encontraron una pistola y
botas con la suela idéntica a las huellas que habían encontrado
en el lugar donde Anselmo terminó sus días. Pensando en
entregar a la Policía esas pruebas, se retiraban del lugar
cuando llegaron los dos aparecidos. Allí discutieron. Los
criollos negaban haber matado a Anselmo. La discusión fue
creciendo hasta que uno de ellos gritó:

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- ¡Les pago el muerto! - y oscureció el lugar y la buena
voluntad, provocando más tensión de todos.

No hizo falta agregar nada. Los guerreros wichí se abalanzaron


sobre los criollos y comenzó una enorme pelea en la que los
aparecidos llevaban todas las de perder. Los ocho niyatey
presentes, a una orden de Ramón, sujetaron a su gente y así
les salvaron la vida a esos criollos que ya estaban en mal
estado.

En el wichí-w’etes de Ramón las familias se fueron reuniendo


para despedir a Anselmo. Las abuelas wichí con sus largas
cabelleras trenzadas colocaron sus pañuelos multicolores y
tomándose la cabeza con ambas manos entonaban un canto
lastimero que trasuntaba siglos de historia e identidad. Era su
modo de llorar. Acompañaban sus gestos con una casi
imperceptible danza de sus cuerpos. El fuego dio cuenta de
todas las pertenencias de Anselmo, incluido su rancho. El
espíritu wichí, algo parecido al alma de los cristianos, al que
ellos llaman husek, en el momento de la muerte sufre una
transformación: se transforma en ahat. Un duelo permanente
entre el bien y el mal. Y el ahat Anselmo podía extrañar a su
familia y querer llevársela. Destruir su casa tenía el sentido de
confundir al espíritu para que no encuentre a sus seres
queridos. Luego todas las mujeres del wichí-w’etes se cortaron
el pelo en señal de duelo.

La sepultura fue simple, cerca de la aldea, a diferencia de los


enterramientos que en general se hacen en el monte, y sin
señales de su presencia en el lugar.

Días después, una mañana temprano llegó el juez,


acompañado de muchos ahatays. Policías de civil, un médico
y dos mujeres vestidas de blanco y funcionarios. Una comitiva

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de cerca de treinta personas. Rápidamente llegaron también
los hombres de guerra wichí.

Los lugareños rodearon a la comitiva y el juez, con expresión


seria dijo dirigiéndose a Ramón:

-Venimos a hacer la autopsia del fallecido para determinar las


causas de la muerte- dijo ante la mirada extrañada de los
lugareños que no entendían el significado de “autopsia” y eso
de “determinar”.

-No entendemos- dijo Ramón sintiéndose invadido al igual


que su gente.

-Tenemos que desenterrar al muerto para ver porqué murió.


Por eso vino el médico y sus dos ayudantes- le respondió el
magistrado, preocupado porque el círculo de habitantes del
lugar se cerraba cada vez más.

Solo Ramón hablaba en su medio castellano. El resto de los


wichí lo hacía en su lengua reprobando esa presencia y las
intenciones de profanar la tumba de Anselmo.
Décadas de denuncias sin resultado colmaron los
pensamientos de Ramón. Gesticulando con sus manos y
pateando el piso de tierra del wichí-w’etes le hablaba al juez.

-Cuando denunciamos que esos criollos mezquinan el monte y


le disparan a nuestros cazadores a usted nunca lo vimos por
acá. Muchas veces fuimos a hacer la “renuncia” a la policía
porque nuestras mujeres son perseguidas en el monte. Y usted
nunca vino- elevó el tono con una mezcla de determinación y
dolor.

-Nunca me llegaron esas denuncias- replicó el juez ya con


rostro más preocupado y ante la mirada sorprendida de
Ramón.
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-Cuando nuestras familias pasaron hambre porque los criollos
mezquinan el monte o invaden nuestras tierras usted nunca
vino. Y ahora que nuestro hermano Anselmo está muerto se
quieren llevar su cuerpo- dijo Ramón ya definitivamente
enojado. Los wichí estrechaban su cerco y decían en su idioma
que no lo iban a permitir. Su chamán, el hiyawul del lugar,
había hecho un viaje en sueños y responsabilizaba a los criollos
del puesto por la muerte del anciano recolector de miel.

Ramón se dirigió a su gente y en su lengua les pidió reunirse


entre ellos a cien metros del lugar para deliberar.

La opinión general era no permitir la profanación. Ramón,


explicó que el desentierro de su hermano serviría para
demostrar que esos ahatay eran los responsables de su
muerte. Deliberaron largamente mientras la comitiva miraba
a lo lejos con miradas fijas y el ceño adusto.

Concluyeron los wichí que permitirían que revisen el cuerpo


de Anselmo pero dentro de la propia tumba, rodeado de
jóvenes guerreros que controlarían el trabajo del médico.
Jamás permitirían que se lo llevaran.

Cuando llevaron su decisión al juez, de todas las casas del


wichí-w’etes se levantaron lamentos de las mujeres con esa
forma de llorar tan particular de los velorios. A su modo, tan
sin palabras, protestaban la decisión de sus hombres. Milenios
de identidad cultural llovieron sobre la comitiva y cundió el
miedo entre los recién llegados.

Los propios jóvenes cavaron en la tumba de Anselmo que


había sido enterrado envuelto en una frazada. El médico allí se
introdujo y comenzó su trabajo bajo la penetrante y tensa
mirada de los jóvenes. Allí se dieron cuenta que Anselmo había
muerto de “susto”. No había bala. Su rostro azulado al ser
encontrado estaba en ese estado por la explosión de su
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corazón. Los criollos le habían mezquinado su monte y
dispararon al aire. El viejo corazón montaraz, afectado ya en
forma irreversible por el Mal de Chagas no soportó el mal
momento.

Todos comprendieron. ¡Cómo no iban a comprender! Abuelos,


padres, madres, tías, hijos, sobrinos, primos, todos. Volvía la
calma aparente. Todo quedó allí a la espera de la próxima
“renuncia”.

Pinu kotses elh ta lhey Anselmo


N’olhämet tä tälho tayhina Gran Chaco

Anselmo tiyojche tat tayhi ta ihi lhipna ta n’oyen lheya Gran


Chaco.

Setenta nekchämis ta yahamit ta t’ukwe pinu, yen at chumeta


ta yike pinu ta istunej tutsaj häp pinu wos. Yen lakeya ta
ilhänhi itäj ta itiwhäye lhip ta pinu ihi tsi häp ta isej wet nemhit
pinu wos iso. N’oyämetha ifwala p’ante ta laka itäj. Tejta ichet
thayej tutsaj kamaj pinuwo tajpej tat tha hap ta yahoyenlä tsi
tälhe ta nithaläkwa ta pinu wos itshänpej, nilhokej ta lhamil
hiw’enpe täjna tsi lhamil lakeyis tat ta tajpej ta fwiy’etil wok ta
nahayhos wet lhamil tiyäjfwaschet tayhi.

Hin’o wumekfwajna häpe p’ante tayhlheley elh, wichi ta ihi


tayhi. Wichi häpe tat n’oyhäj. Wichina ta lhamil t’unfwas tat
m’eyhey ta lhamtej ihi tayhi. Lhamil yahänlhi tat laka thänhäy
chufwenyaj häp ta tamenej ta lhamil yahanej nilhokej m’eyhey
ta ihi tayhi, yajet afwenchey ta lhamil nitäfwelche m’ek ta
t’iphayaj yäme. Häp ta tamenej pej ta ahätäy wok hay’äj
nisakanayej tä ichowalhe. Wichi ta thänhäy lhamil yäme ta

71
afwenchey pej ta iwosilätaye chi sip’äl t’ot’aye lhip ta lhamil
ihi. Lhamil isej tat tayhi wet tewokw tejta häpe lhip ta matche
ta afwitäyhtsaj ta häp ta lhamil law’etes tat, ichufwenej ta
lhayämhin’ohlä lawitäyhyaj.

Häpet ta nech’e fwala yik ta tälho wichi-w’etes ta tiyäjey lhip


ta pajche yentichunhayaja ta yahohiyela. Nitichunche tat
lanäyij mat lach’efwa ifwenho tsi nowayhläk wetayej lhiptso.
Lhip ta yahoye wet owolheya ta n’oyokw “paraguayo pitsek”
lhiptso wet n’op’ante hiw’en ahätäy pitsek ta ihi ta chi n’ohanej
m’ek ta tamenej ta y’il. Tälhiye lhiptso wet ifwahichene tewok
lhip pajin’e tha nichäte lhip ta n’oyokw “Tsemlhäkwitaj”, lhip
häp ta n’okastaw’et. Talhiyene lhiptso ta nech’e ilunhiyejn’e
“inätw’ettaj” fwa’achat lhiptso wet nech’e nichäthiyen’e m’ek
ta t’ukwe: pinu

Ta nichäte lhip ta lakapes wet hiw’en pinu ta ihi fwa’ayuk


nech’e yenlhi lalhet ta tachuma tat hal’ä pesey ta hiw’en. Ifwala
ihi lachowej, iwotesa ta nälej ta chayokwe.

Welkate ta honhat yokw tam yajet afwenchey ta nemhit


yiphen. Häp ta nech’e kalelhäj m’ek ta tataye, ilät atlä y’elataj
ta nek wet häpet ta fwetaj iyahenlä tha iläte tat lutsej ta
n’otfwomej.

Ihit ta ihi Anselmo itwhäye lalhet. Yokwet t’ilek nichätpe,


tatelhoy ifwakanhiche wet lawoyis tälhomche tat tatelhoy wet
lhikoyistso tha äp yikhen.

Ta honajchowej, wet lakatela matche ta nilhakalejlhi lacheyäs


Anselmo. Lales wet lachetsos nilhokej law’et lheley lhamil
nilhakalwethä tsi chi t’uhawetej chi weta hin’o ta talhettsiy ta
lalunwet häp tayhi.

Lakatela yik ta ifwala lhamil laka niyat Ramon, wet nech’e


niyatna ifwelpe laka wichi ta Anselmo yikn’aji wet chi kamaj
72
näm. Ifwenho laka wichi lhipey ta Anselmo tiyäjeyn’aji. Häpe
tat lhipey ta lhamil nitäfwelej tsi lalunwetes tat wet chi iche elh
chi tatäy wet kalelhäj tat ta hap ihi lhipeyna ta ihi, häp ta
lhamil yen lakeyisa ta yakalelhät lhipey ta lalunwetes hap ta
chi iche elh chi pajla wet lhamil itamakomche lhipeyna.

Ta kamaj ninuyapä ifwala wet yik niyat ta t’ukwe laka wichi


elh. Tiyäjche tat lhipnaj elh inukwe. Ta nichäte inätw’ettaj wet
hiw’en elh pitsek ta itkatsi, itwhäye lalhet ta näl t’at ta chi
wak’alh n’aji ta yenlhi. Hiw’en ta elh teype ifwak’an wet
lawoyis ta talhchehen tatelhoy nech’e tamchäy t’at.

–Lutsej lhele- Iwoyetso elh ta iyahen elh pitsek wet näl ta


latichunhayaj äytajche. Lhamil iyahenchetso tha hiw’en tat
lutsej lheleyhi ta ikatsi wet y’elataj n’äyhäy. Lhamil yahän
p’ante tha pajtha tataye tat ahätäy lhayis ta ihi lhip ta yen
law’etesa, lhiptso wet chi pajche ta ahätäy lhayis nämho ta yen
lakasthawetha tä t’uye lhamil laläy. Yokw tam chi iche elh chi
ikatsi.

Ramón tapäche lhip ta ahätäy lhayis iche, lhiptso wet sip’äl ta


ihi, kachaw’et wet n’ochufwenyajw’et ta ihi, huptso ta iyhät.

Sip’äl iläte ta wichina tayhlheley yenlhi renuncia wet lhamil


ifwenho wichi ta itamakhiyela lhip ta Anselmo pitsek ihi.
Lhamil fweta iten ahätäy lhämet ta yokw denuncia. Lhamil
latichunhayajtso tha chi imatitche m’ek ta sip’äl ifwenho tsi
pajche pej iläte ta sip’äl yokw otetshanhila wet pajpej ta
kalelhäj ta chi wom’ek chi iche. Ta kamaj lhamil nekach’oye
lhipna wet lhamil yahoye niyat ta law’et lhiptso tsi kamaj häpet
elh lhamil tsi wichi nilhokej ta häpe tayhlheley wet lhalhamil
tat.

Pajp’ante ta ifwalas ihi lajt’unfwa elh wet nech’e ta sip’äl


nichäte lhip ta Anselmo pitsek ihi. Kachawo tso ta tsilak at ta
iyahney chi wet at’ot’aho tha häp ta ilesay’en t’at m’ek ta
73
tamenej tä y’il n’oelh, ilesayen ta itihi ta t’otle ta takasit häp ta
tamenej ta y’il chi wet iyahenlhi ayij.

Pajche ta ahätäy lhayis wet wichi itlhamejen m’ek ta niisa. Iche


p’ante ahätäy ta name lhipeyna wet lhayen lawukwa honhat
wet yenlheya “Colonia Buenaventura”. Ichäj p’ante lhamche
iyhäj ta p’alitses ta yen lakawosa lhamilna tälhe Salta lhip ta
ifwala tälhche. Lhamil ichäj p’ante laläy tololis, wichitso ta
nech’e ta hiw’en wet chi lhamil ifwiye. Hiw’en p’ante
lhamhomche honhat wet tachuma lhiphaj wet yokw
wichiw’etla taja. Tälhe lawhäytso ta iwotesa ta ahätäy lhayis
näyejo wichi chi ilunlhipe lhipeymhaj lalunwetes. Iche ta
lhamil yahänweta atsinhay ta yike fwa’ay wok lhamil yike
chutsaj ta yenejlhi huli, häp m’ek ta nitälhiyattsiy ta lhamil yen
chumeta. Tej pej ta lhamil ifwenho niyatey m’ek ta ahätäy
lhayis iwoyeje tha chi hanej chi n’otetshan, chi hanej chi
n’owolahaya.

Ifwalas ta pajche wet nekchämpej ta wichi lhayhutwet, häp


lawhäy ta iche fwa’ay, yachup. Wichitso tha lhamil yenlhi fwa’a
ta ithatho, elh inuye lakafwitsukw, honatsi ta takatinhen wet
tälho täjtso ta iche pej elh ta tawhayey wet hin’olwumhaytso ta
w’enhayej t’at ta ifwenho lachetsos m’eyhey ta pajche ta lhamil
hiw’enpe. N’oyäme tha tälhomchet lhipey wichi ta name
n’okäjyajna. Matche ta is lhamil latamsekis ihiche.

Ta iche p’ante tololis wet nemhit nälej chi atsinhay isakanej


fwa’ay tsi itshätäy t’ichun pej atlä lhamil häp ta tamenej ta iche
pej nehläs. Nech’e wichitso ta te näyej laka honhat, häp honhat
ta lhamil yokw lawuk ihi, N’ilataj ta yachaje wichi yämthilak
latamsekis ihiche. Atsinhawumhay ifwenhomche pej lachetsos
täjp’ante iwotesa ta N’ilataj yenlhi honhat wet m’ek ta tamenej
ta iche tayhi. Thamil yämeta layalh p’ante ta äytaji ta yahuttsi
hal’äy.

74
N’oyämetha ifwalas ta t’ichun wet tsilak p’antet hin’ol ta i’pe
honhat. Atsinhay tso ta ip’ante puleye. Katetsel. Lhamil
nekche pej lakanyhäy ta neke hin’ol lhäk, lhamil t’etane wet
lawhäy ta häpe wet n’oyiset lhamil lanäyij wet nemhit isakaney
pule wet nech’e iyej tat hin’ol ta yen law’etlheleya. Iyhäj
atsinhay imälheyey t’at pule wet ta honatsi wet näleyhen wet
wichi yent’itsekayejen ta yakalelhät lhipey ta lhamil ihiche.

Tayhlheley yahanej ta iche iyhäj ahätäy lhayis ta


N’okalelhthayaj wos tha häpta iche pej lawhäy ta lhamil t’alhe
chi itamakpe m’ek witäy ta ihi wichi w’etes wet chi hanej chi
näme wichi. Lhamil w’et t’ekhaye tat chi häpkhilak yakalelhät
Anselmo lhikoyis.

Ta lhamil yelej ta tataye m’ek chi kalelhäj ta tälhe sip’äl wet


nech’e lhayhutwek tayhlheley. Talhomche p’ante law’etes ta
nitäkw näl ta lhalhamil, nilhokej p’ante ta lhayhutwek, hin’ol,
atsinhay, n’atfwas, mamses, lhutshay. Lhalhamil nech’e n’äl ta
lha lepuhfwas.

Ramón, latichunhayaj chi yahoye ahätäy ta ihi law’et wet


ipäyne N’okalelhthayaj wo ta häp lhamilna ta ilän n’aji
Anselmo.

Lhamil lhayhutwet ta nitäkw p’ante wet lhamil yahoye ahätäy


ta ihi law’et. Chi lhamil hiw’en p’ante. Lhamil hiw’en lutsej wet
nisähes ta lan’äyhäy häpe t’at täjnaj iwhäye n’op’itsek. Lhamil
latichunhayaj chi ipäyne sip’äl, ta lhamil yikhen wet nech’e
nämhen ahätäy ta law’et lhiptso. Nech’e lhamil inokwajwetä
lhamejen. Ahätäy yakachu ta matche ta n’otiyej chi lhamil ta
ilän Anselmo. Yik t’at ta lhaytseläjwethä pajta elh tumkanhi
tha yokw:

-owohla lahaya n’opitsek! Noj ta yämwethä lhamhomche


nech’e matche ta lhamil nichäte t’at lawitäyhyaj. Nemhit iche
m’ek chi lhamil yäme. Wichinena ta lhamil lhaylhokonpe
75
ahätäy, chi lhamil tump’antehlä wichi, isej p’ante ta niyatey
iyhäj tach’ahuye Ramon ta yokw n’amälhteji wet häp p’ante ta
tamenej ta lhamil nilänahen ahätäy lhayis.

Lhayhutwek wichi ta ihi Ramón w’et ta lhamil tajänlä


Anselmo. Atsinha wumhay iwolakhala wet itsokchepe lhetey
wet tafwchehchä ta pitsajey häp lachoslis ta talhettsiy ta
lhokwey p’ante ta pitsaje pej lawhäy ta iche lawitäyhyaj.
Yokwet ta n’äle tat itäj tsi lakey ta n’op’ohen elh ta ileyej
honhat laka m’eyhey yajet lawukwefwaj. N’oelh ta y’il
lahusekfwajtso ta n’oyokw nech’e yik iche ta is wok niisa, iche
ta n’oyokw ahät tat. Wichi yäme ta häp ta tamenej ta
n’ohp’ohen n’oelh ka m’eyhey tsi iche ta tapiley lhipey ta
pajche pej n’oelh ihi wet iche ta iwitäyen iyhäj ta kamaj
ichehen. Nilhokej atsinhay ta yisetchehen law’oley tsi häpe
n’otetnek ta n’oelh lawitäyhyaj ihi wet nitichunche elh ta ileyej
honhat.

La sepultura fue simple, cerca de la aldea, a diferencia de los


enterramientos que en general se hacen en el monte, y sin
señales de su presencia en el lugar. Otjänch’oye wet lhip ta
n’otihitso ta chi iche m’ek chi otihi chi hinälit ta n’ot’o ta ihi.
Ihi lhip ta t’ot’aho wichi w’et.

Ifwalas iyhäj wet näm N’okalelhthayaj wo ta nech’e


fwamlafwaj lhäy’e iyhäj ahätäy lhayis. Sip’äl, kachawo wet
atsinhay ta lakhäy ipelas wet niyatey ta ahätäy. Nilhok ta
nitäkw. Äp wichitso ta te nämhen ta nitäkw, häp lhamil ta
wak’alhej n’okatsayaj.

Los lugareños rodearon a la comitiva y el juez, con expresión


seria dijo dirigiéndose a Ramón:

Wichitso ta ilunej N’okalelhthayaj wo, hin’onena ta iyahen


Ramón ta yokw:

76
-olhamil onämhen ta oneke n’opitsek olhamil oyenlhi autopsia
tsi olhamil owatläk kalelhäj m’ek ta tamenej ta y’il- wichitso ta
iyahen t’at tsi chi lhamil nitäfwelche m’ek ta häpe autopsia wet
lhämet ta yokw owatläk kalelhäj m’ek ta tamenej ta y’il.

-Olhamil ontäfwenhichet’a m’ek ta lhäme- Iwoyetso Ramón tsi


yajet laka wichi ta chi lhamil yahanej m’ek ta N’okalelhthayaj
wo yäme.

-Olhamil owatläk otonphä n’opitsek tsi olhamil owatläk


ohanej m’ek ta tamenej ta y’il n’oelh. Häp ta tamenej ta ikana
kachawos lhäy’e lach’otfwas- Iwoyetso ta nichulho wichi häp
N’okalelhthayaj wo, nilhakallhi t’at tsi iyahen ta wichi ilunej.

Tsilak at Ramon ta iten ahätäy lhämet. Iyhäj tsilak at lhämet


ta itihi ta iwahnhiyej t’ala chi lhamil yen woynejeka Anselmo
t’o. Pajche ta iche pej ta olhamil otume m’ek ta niisa ta ahätäy
lhayis yenn’oyehen wet chi hanej chi n’owolahaya tetso
latichunhayaj Ramon. Iyahnhit honhat wet nech’e tahuyej
N’okalelhthayaj wo.

- Chi olhamil owatläk n’otetshan ta ahätäy lhayisna näyej


nohohen tayhi äp tiyäjwethä wichi ta w’elekwethä wet chi
hanej chi lahon’oyehen. Sip’äl yahanej tsi pajche pej olhamil
ofwenho ta n’ostunwethä atsinhay ta n’ow’en tä ihi tayhi. Wet
amtso tha chi hanej chi lanämn’oyehen-ifwitsenej ta yämlhi tsi
äytajche latichunhayaj wet äp matche ta yelej m’ek ta niisa ta
n’owoyeje lhamil.

- Chi hanej chi nichätn’oye m’ek ta lafwenhopej sip’äl-


Iwoyetso ta nichulho Ramón tsi hiw’en ta n’oelh matche ta
lhaykajyen tsi matche m’ek ta yäme.

- Chi olhamil onchuyuhen tsi nemhit olhamil osakanej tayhi


tsi ahätäy n’ayejn’ohen wok chi lhamil istun’opehen honhat ta
olhamil ow’et wet chi hanej chi lahon’oyehen. Ta y’il olhamil
77
opuhfwa Anselmo nech’e ta lanäm wet laneke lep’itsek ta
lachäj- Iwoyetso Ramón ta matche tat nech’e tawakwaylhi.
Wichitso ta lhamil ilunej ahätäy lhayis wet yämwethä
lhamhomche ta kalelhäj ta iwahnhit’ala elh pitsek chi n’ochäj.
Elh ta hiyawu pajche yahanej ta kalelhäj ta häpe tat ahätäy
lhayis ta ihi lhiptso ta lalänek häp elh ta y’il.

Ramón tahuyej laka wichi wet t’alhe chi lhayhutwek ta ihi lhip
ta atofwehlä ahätäy lhayis pajlatha kalelhäj lhamil
latichunhayaj.

M’ek ta kalelhäj häp ta lhamil iwahnhit’ala elh pitsek chi


n’ochäjchetso. Ramón ifwenho iyhäj ta iwatläk n’otonpha ayij
n’opitsek häpkhilak kalelhäj ta matche tat ta ahätäy ta ilän.
Lhamil yämejlhi täjtso pajtha kalelhäjchä latichunhayajay
ahätäy lhayistso ta tataye t’at tsilak ta w’et iyahnhe t’at.

Wichitso ta kalelhäj ta paj ta iwahen t’at elh pitsek ta häp ta


iwatläk n’otihi t’at lhip ta ihi ta n’oyahenlhi, mamses ta
n’okatshayajwos lhamil ta itetshan m’ek ta kachawos iwoyeje
elh pitsek. Atha chi lhamil iwahnhilak n’ochäjchetso n’opitsek.

Häpet ta n’ofwenho N’okalelhthayaj wo tha pitsajet atsinhay


ta ihi lhiptso ta ifwitsenejen lhafwyhayaj ta hinälit ta iche m’ek
witäy. Yajwek lapakas tha nech’e honhat tanhochaytaj atpe
yahet ahätäy ta näme wichiw’et ta lanowayhyaj ihi.

Mamses lhamil t’at ta tijche Anselmo t’o wet lhamil itonphä ta


n’okäfwelejche lawuy. Nech’e kachawo iwotesa ta yahäne
lachumetchal mamses tso ta iyahen tat. Nech’e lhamil yahanej
ta m’ek ta tamenej ta y’il Anselmo häp ta t’iseltejn’aji m’ek ta
iläte. Ihichet’a lutsej lho chi ihi. M’ek ta tamenej ta ifwak’an
tateype häp ta t’otle ta tech’elh. Ahätäy lhayis tsilak naj ta
inuhatphä lalutsej tsi häp ta lhamil yen lakeyisa ta n’äyejlhi
honhat. Ta niisalhi t’otle hin’o wumekfwaj tsi sip’ak ta lalänek

78
häp ta tamenej ta y’il tsi nemhit t’otle tumlä m’ek ta n’owoyeje
pej.

Nilhokej ta nitäfwelche m’ek ta n’oy’itho. Chi iwoyek


nitäfwelache m’ek ta kalelhäj! Nilhokej. Yachajo ta tet häp chi
latamsek wichi. Lhamil iniwhilä chi yachajo chi lhamil yenlhi
m’ek ta lhamil yokw “renuncia”

79
80
ENTIERRO PARA EL DIABLO

Hubo un tiempo en que el monte del Chaco Central se poblada


de sonidos canturreados al son del tambor, anunciando
curaciones, fiestas de la aloja y despertares de la feminidad.

Cuando comenzaron a llegar los aparecidos con sus vacas y


fusiles, la voz de los sabios sanadores se fue apagando con el
arribo de voces extrañas y una forma incomprensible de ver el
mundo.

Los hiyawu, chamanes wichí, no utilizaban yuyos e infusiones


para curar las enfermedades. Los sabios ancianos wichí sabían
que la ausencia de salud era consecuencia del abandono del
cuerpo por parte del espíritu del enfermo. Era el husek, la
voluntad, el alma que orientaba a la vida plena. El hiyawu
utilizaba su poder que le venía por generaciones para
devolverlo al cuerpo sufriente. En un éxtasis de cebil, una
planta alucinógena de esas soledades, el husek del curandero
salía de su cuerpo y buscaba la voluntad del enfermo para
devolvérselo, restituyendo la armonía perdida.

Un día comenzaron a llegar los aparecidos. Eran pálidos y


montaban animales que les servían mansamente. En esos
tiempos de antes a veces las relaciones con ellos eran de buena
voluntad. Pero muchas veces con la maldad de los ahatays, los
aparecidos, llegaba la guerra en defensa del único mundo que
la gente conocía.

Los soldados venían con familias de aparecidos que se


asentaban en el monte y miraban las aldeas con desconfianza.
Junto a ellos llegaron los misioneros. Hablaban de un dios que
creó el monte y los ríos leyéndoles un libro que decían era la
palabra de ese dios. Las familias wichí no entendían porque
los misioneros se llevan tan mal con los hiyawul, los
representantes de su mundo espiritual. Poco a poco los
81
ancianos sanadores comenzaron a practicar sus curaciones
espirituales en secreto, lejos de la vista de los aparecidos, por
temor al castigo.

“José” era un hiyawu. Allá por la década del cuarenta del Siglo
XIX pescaba con su familia con red tijera y trampas para peces
en el río, en los campamentos de verano. Los wichí
trashumaban el territorio en busca de los recursos que Nilataj,
el eterno principio de la vida plena había puesto en el almacén
de la gente, las selvas y los ríos.

Los aparecidos eran gente rara. Hablaban muy fuerte, casi


gritando, interrumpían los pensamientos de la gente y eran
fwitsaj, furiosos. Desde que llegaron apareció el hambre. Los
conquistadores mezquinaban la tierra y cada vez había menos
espacio para cazar y recolectar miel y frutos.

A principios de siglo comenzó la construcción del ferrocarril y


muchas familias trabajaron de sol a sol en el tendido de vías,
dando las primeras formas a pueblos que se fundaron desde
Formosa a Embarcación en Salta. Por esos tiempos se llevaban
muchas familias completas a trabajar en los ingenios
azucareros de Salta y Jujuy donde la gente pasaba muchas
privaciones, no les pagaban y muchos morían de cansancio,
hambre y enfermedades. Fue el trabajo esclavo en tiempos de
vigencia de la Constitución, que nunca rigió para los
desheredados de la tierra.

Cuando llegaron los misioneros católicos fundaron la


parroquia en los pueblos de ahatays y obligaban a los wichí a
ir a misa allá en el fondo del templo, lugar reservado a los
harapientos. Los pocos que hablaban español entendían que
había un Dios que amaba a los pobres, pero siempre los

82
enviaba al fondo. El frente de bancos del templo siempre fue
para los ricos del lugar.

Hubo un tiempo en que “José” era un joven cazador wichí. Su


padre, un anciano hiyawul un día enfermó. Sabiendo que su
husek se escapaba definitivamente de su cuerpo, llamó a su
hijo para dejarle un wit ole, el consejo del moribundo. Era el
modo milenario de transmitirle sus poderes de sanador
espiritual y sus espíritus auxiliares, aquellos que lo ayudaban
a sanar. Así, con su fuerza, lo convirtió en hiyawu. Si el nuevo
chamán no hubiera aceptado ese consejo, este se le hubiera
vuelto en contra, presagio de una maldición de la que no
hubiera podido escapar.

“José” aceptó su destino, que le venía de sus ancestros y


durante mucho tiempo su nombre resonó en las familias y
parajes del monte.

Años después llegaron otros misioneros predicando el


evangelio de los aparecidos. No vestían hábitos marrones o
negros como los anteriores. Para sorpresa de la gente en poco
tiempo aprendieron su lengua, el wichí lhamtes Eran pastores
evangélicos de distintas iglesias y poco a poco convencieron a
los originarios que su espiritualidad milenaria era “brujería” y
“José" un brujo que adoraba al demonio.

Los aparecidos eran gente inteligente, se decía “José” a sí


mismo. Así, de a poco, comenzó a dudar de sí mismo, a verse
como un simple hechicero y a mirar con curiosidad a ese Dios
bueno que amaba a los pobres.

Y una noche llena de estrellas ocurrió. El cansado chamán


recorrió un sendero del monte hasta un añoso árbol de palo
santo, se limpió el rostro de su pintura ritual y con sus manos
cavó un pozo donde colocó con lentitud lo que le quedaba de
cebil, sus muñequeras sonoras con muchas pezuñas de
83
animales que colocaba en tobillos y manos y que utilizaba en
los tiempos de antes para danzar.

Miró al cielo del nuevo Dios cristiano y luego al pozo recién


recubierto con sus reliquias y exclamó:

-¡Te devuelvo tus cosas demonio!-.


-¡Ahora soy de Dios¡-

En ese instante se convirtió en cristiano y en poco tiempo en


pastor evangélico.

Hoy, cuando está solo, murmura incomprensibles canturreos


en la lengua de los antiguos, lleno de nostalgia de ese mundo
que conoció y lentamente comenzó a morir.

Así el viejo hiyawu puso un pie en estos tiempos nuevos,


reservando lágrimas y sonrisas a esos tiempos de antes en que
los wichí eran libres.

84
LAS MANOS DEL ARTESANO

"Amarga es la madera

De Palo Santo

Pero es como el amor

Que no muere y perfuma".

(Jose Pedroni)

Aníbal era un anciano artesano. Recorría su monte en busca


de Palo Santo, esa madera perfumada por la Madre Tierra con
un aroma especial y con la dureza del pueblo wichí.
Inexpresivo, solo sonreía en el momento del abrazo.

De sus manos fluían formas maravillosas, transformando esa


madera tan dura en piezas llenas de memoria.

Los días del oeste formoseño en que soplaba el viento norte


eran propicios para el tereré para evitar la deshidratación. El
calor se hacía insoportable.

El artesano se crió en el monte en una época en que su


comunidad recorría la selva en la zona de Rio Pilcomayo, un
territorio que no tenía rutas y solo unos pocos aparecidos
solían llegar. Con ellos llegaron cosas que en poco tiempo
comenzaron a cambiar ese mundo. De joven comenzó a tratar
de entender esas voces que salían de una caja que llamaban
radio y hablaba en el idioma de los aparecidos, los ahatay.
También llegó la escuela y el cristianismo.

Aníbal fue acostumbrándose a ese mundo nuevo, donde cazar,


pescar y recolectar, su economía ancestral, fue cambiando de
a poco. Conoció el trabajo en los ingenios azucareros de Salta
85
y Jujuy de donde mucha de su gente no volvía. Vivió en su
cuerpo el hambre y las inundaciones del rio que los obligaba a
trasladarse año a año.

Cuando el sol caía, solíamos sentarnos a compartir el tereré,


momento de largos silencios hasta que el artesano contaba sus
días de pescador con redes tijera en el Rio de los Pájaros y sus
recorridas por la selva para recolectar miel. También,
siguiendo lo aprendido de sus padres, recolectaba Palo Santo
para transformarlo con sus manos en figuras que siempre
representaban expresiones de su mundo, nunca olvidado y
presente en su forma de caminar la tierra.

Esos silencios mate en mano le posibilitaban pensar su


mundo, los tiempos de antes, y contarlos con humildad y
sabiduría.

Aníbal, cuyo nombre wichí quedó allí, en los tiempos de antes,


era sabio. Un día su corazón dijo basta y partió a ese lugar de
buena caza donde Nilataj, el eterno principio de la vida plena
espera a sus hijos.

Siempre conservé ese vaso de Palo Santo que me dio de si para


tomar tereré y de ese modo no olvidar ese mundo tan especial
que conocí a través de el.

Aníbal era mi amigo.

86
LOS FORTINEROS

La espesura del impenetrable formoseño nos envolvía


mientras el polvo del camino de tierra, casi una huella,
penetraba en nuestro vehículo. Cada tanto un arenal nos
llenaba de temor de quedar allí con el piso del auto apoyado
en la arena y así esperar un tractor que nos sacara de la
inmovilidad.

Serpenteando pasamos hasta llegar al margen del corazón del


Bañado La Estrella, un estero enclavado en el corazón del
monte formoseño que es una de las joyas naturales de la
Argentina profunda, con sus anacondas amarillas o curiyú,
carpinchos, yacarés nutrias, pumas, suris y las mas de
trescientas especies de aves que la transforman en un paraíso
en la tierra.

Los campesinos criollos estaban hace rato preparando el asado


regado con vino de damajuana. Cuando llegamos sonaba un
acordeón con ese sonido alegre litoraleño mezclada con
chacareras ancestrales traídas años antes de Salta y Santiago
del Estero por sus anteabuelos que llegaron a instalarse en ese
territorio que en aquellos tiempos fue despojado a los
originarios.

Esos criollos, trajeron consigo una cultura producto de una


matriz cultural hispano diaguita asociada a ecos fortineros aún
presentes en algunos de sus rasgos. Celebran a la Pachamama,
al Gauchito Gil, coplean durante días en los parajes del monte
y hasta utilizan términos quechuas en su hablar cotidiano.

Luego de unos vasos de vino y chacareras varias, uno de ellos,


en tren de organización de esos productores familiares, cuyas
familiares supieron ser puesteras de quienes se querían
apropiar de todo, se dirigió a los presentes.

87
-Estuvimos en el paraje Bajo Hondo de asamblea. Éramos
unos 35 cristianos y unos 20 aborígenes- relató muy seguro de
si mismo.

Uno de los presentes lo miró frunciendo el ceño y le dijo:

- ¿Porqué habla así? -.

- ¿Así como? respondió extrañado el aparecido.

- ¿Por qué distingue entre “cristianos” y “aborígenes”? Hoy los


indígenas son tan o más cristianos que ustedes-.

-Bueno, nosotros hablamos así- respondió el criollo-

- Pero eso es lenguaje del siglo XIX propio de la vida fortinera-


le respondió el inquisidor.

-No hay que discriminar-

El criollo siguió con su relato de esa asamblea que era, en su


relato, un mosaico cultural.

A esos campesinos les corre por las venas la sangre de América


Latina, sangre originaria, pero en ese territorio de disputas
que es el Gran Chaco Sudamericano tienen negadas sus raíces.
El “indio” es el “otro”.

Así, entre océanos de incomprensión transcurre la vida de


unos y otros, en la búsqueda de un destino común que
hermane y aglutine a los olvidados de la tierra.

88
DECLARAR EN UNA LENGUA EXTRANJERA

Cuentan los abuelos nivaclé que los samtó, los blancos,


siempre que llegaban a sus comunidades y aldeas tenían un
comportamiento extraño.

Hablaban gritando, interrumpían permanentemente la


expresión del pensamiento de quien estaba hablando,
hablaban demasiado rápido, utilizaban palabras
incomprensibles en un idioma distinto a aquel que durante
milenios los originarios habían utilizado como signo de la
propia identidad. Cuando los ribereños del Rio Pilcomayo se
refieren a si mismos, utilizan la palabra “nivaclé”, para
referirse a un hombre o nosotros, nuestra gente, en referencia
a los varones, y “nivashé” al referirse a las mujeres. Los
aparecidos siempre dispuestos a “bautizar” a los pueblos que
nunca se tomaron el trabajo de comprender, los llamaron
“chulupíes”, denominación que tomaron de los guaraníes.

Siempre que llegaban a los parajes del monte lo hacían para


pedir algo, en todos los casos a viva voz, sea ese algo un
conocimiento, votos o simplemente fotos. También llegaban
para “dar” algo, sean donaciones, beneficios sociales,
proyectos, entre otras propuestas siempre pensadas desde una
“otredad” a los nivaclé.

Nunca los samtó llegaban a sus casas solo con la intención de


compartir un mate o tereré bajo la sombra del árbol familiar
para tender puentes de amistad. Esas conversaciones, en las
escasas ocasiones en que un samtó se acercaba con corazón de
amigo, tenían algo de ceremonial. Plagadas de largos silencios
mientras circulaba la infusión, posibilitaba el milagro que
surgía cuando el liderazgo familiar compartido por ambos
sexos y en particular por la matriarca, expresaba sus deseos o
89
pensamientos sobre algún asunto que le preocupaba, siempre
relacionado con intereses colectivos de su gente. Las mujeres
rodeaban en círculo la conversación, y si los niños gritaban o
interferían eran corregidos tan solo con una mirada de
reprobación y nunca con violencia.

El mundo de los nivaclé , y sus vecinos qom, pilagá, wichí y


qom-pilagá, constituido por una serie de relaciones de familia
y parentesco en relación a un territorio recibido de sus
ancestros primigenios, pleno de ritualismo y conocimiento del
medio ambiente, fue constitutivo de todos los pueblos
cazadores recolectores del mundo, o de quienes hasta hace
pocas décadas lo fueron. Y nunca se llevó bien con esa forma
de ver el mundo de los aparecidos, donde todo se divide o se
compra y se vende.

Las apariciones de los samtó siempre tenían un apuro


incomprensible para quienes hicieron de la palabra, esa
expresión del pensamiento y de su cultura, un aspecto central
de sus vidas y relaciones.

En esos poco comprensibles intercambios los originarios


fueron incorporando palabras de la lengua de los aparecidos y
poco a poco comenzaron a utilizar frases de uso común y
cotidiano. Ese escaso conocimiento de una lengua extranjera
para ellos los llevó a tener un sentimiento amenazador al
hablar con los recién llegados. En especial con aquellos que
representaban cierta autoridad, entre ellos policías,
funcionarios y en especial jueces, fiscales y en general
funcionarios judiciales.

Con el tiempo comenzaron a coexistir en el mundo nivaclé dos


lenguas, una de uso familiar y comunitario y otra formal para
comunicarse con los aparecidos. Está ultima terminó siendo

90
dominante, pero siempre extranjera para aquellos que no la
comprendían.

Los abogados y jueces siempre utilizaron un lenguaje


enigmático que poco cambió desde los tiempos de la colonia.
Al juez había que tratarlo de “vuestra señoría” y al abogado de
“doctor”.

Cierta vez, Eusebio, un nivaclé de Laguna Yema, poblado del


monte formoseño, le pidió a Cirilo, un vecino wichí poseedor
de una desvencijada camioneta si podía traer a su hija de doce
años de Rio Muerto, un paraje de la Argentina profunda
lindante con el Paraguay, a quien había dejado unos días en
ese paraje al cuidado de su tía.

En el viaje de vuelta, fue detenido en un control caminero y al


ver los gendarmes a la niña, Cirilo fue detenido acusado de
“trata de personas” y secuestrada su única fuente de ingresos
que era precisamente el resistente vehículo.

Días después, Eusebio fue llamado a declarar como testigo en


el juicio que se le inició a quien le hiciera el favor de traer de
vuelta a su hija. Se sentó frente al funcionario judicial que le
iba a tomar declaración. El defensor de Cirilo había pedido un
traductor de la lengua nivaclé ante las dificultades
lingüísticas, solicitud por supuesto denegada luego de un corto
examen de “castellano”.

El funcionario lhafcata, argentino, muy solemne lo miró fijo y


le dijo: -El Código Procesal establece que si usted no dice la
verdad se le abrirá una “causa” por “falso testimonio”- ante la
mirada asombrada de Eusebio.

El abogado defensor pidió la palabra y dirigiéndose al nivaclé


le preguntó pausadamente: -Cirilo, ¿vos sabes lo que es una

91
“causa”? -. El originario luego de unos segundos se limitó a
levantar los hombros y con mirada asustada contestó – No-.

-¿Vos sabes que es “falso testimonio”?-. Eusebio miró fijo al


abogado y contesto nuevamente -No- con los ojos
inmensamente abiertos.

¿Sabes que significa “código procesal”?- Ya invadido por el


temor de esa lengua incomprensible, el originario volvió a
decir -No-.

El abogado de dirigió al funcionario judicial y le dijo con una


sonrisa irónica: -¡Continuemos con esta ficción!-.

Días después Cirilo fue declarado inocente. Recuperar su


anciana camioneta fue otra larga historia.

92
PANDEMIA EN EL MONTE

En los montes de la Argentina Profunda, “allí donde nace el


viento” al decir de Raly Barrionuevo, los originarios enfrentan
un virus invisible que les ha cambiado su modo de estar en el
mundo, al menos por ahora.

Las familias extensas, verdadero modo de organización social,


ya no pueden visitarse. Ni desplazarse a uno y otro lado de los
ríos.

Un virus venido del extranjero, una vez más, los lleva al


aislamiento y con ello a la esperanza de que todo vuelva a ser
como antes, cuando celebraban la espiritualidad, la pesca, la
caza, la recolección de frutos y las clases en las escuelas donde
el saber se habla en dos lenguas.

Ellos saben de pestes traídas por el extranjero desde hace


décadas. Las gripes, la neumonía, la viruela y tantas otras que
a lo largo de los años provocaron enormes sufrimientos.

La esperanza en su caso no es simbólica o solo un sentimiento.


Se cuidan para asi cuidar a todos y en especial a los mayores,
en parajes de difícil acceso donde las comunidades se suceden
a lo largo de ríos y bañados.

Los originarios no hacen marchas anticuarentena, ni


desencajan sus rostros curtidos por odio. Esperan.

En sus parajes se cuidan porque saben que ese virus que nos
cambió la vida a todos llega también allí a través de aparecidos
que sin proponérselo lo traen a sus lugares. Saben que del otro
lado del Bermejo, su Teuc hay hermanos contagiados.

Los Hijos de la Tierra con su silencio atronador tan de


siempre, nos marcan la huella.
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En tanto el odio de los bien comidos se enseñorea, ellos
esperan.

Como decía Eduardo Galeano, es la dignidad de los nadies.

94
BLAS

"A toda esa gente que quiso un camino nuevo pa’ su pago, pero que no
precisa un camino nuevo pa’ llegar a mi memoria”. (Ruben Lena-Braulio
López).

En las tierras bajas sudamericanas los ríos eran dadores de


vida. A lo largo de sus cursos se asentaban las familias extensas
de originarios. En el monte impenetrable y árido del Gran
Chaco Sudamericano eran caminos que vinculaban parientes
y un gran almacén donde servirse el pescado. Eran también un
destino, un camino de ida, un futuro que está lejos de la
comprensión de culturas que viven el día a día. Recorrer esos
caminos de agua llevaba a ensanchar el mundo de las
comunidades y a colocarlas en un destino de todos. Por eso los
ríos tenían significados espirituales y espíritus dueños del
agua a quienes había que respetar para que nunca falten los
peces.

Muchos años atrás, las comunidades pilagá se agrupaban


sobre la costa del Rio de los Pájaros, el Pilcomayo, en parajes
nombrados con voces originarias casi ya olvidados, salvo en la
nostalgia de los ancianos que en cada ocasión propicia,
relataban a sus nietos sus raíces. Las aldeas originarias pilagá
se autodenominaban con nombres de ave, las que
sobrevolaban sus parajes y les avisaban con sus cantos y gritos
cuando se acercaban los aparecidos. En el centro del Chaco
Central tenían su asentamiento los Suri, los toritos, los
caranchos y muchos otros que daban identidad a cada
asentamiento pilagá en esa región de esteros, lagunas y ríos.
En verano por el calor de la zona y la falta de agua, se
trasladaban a sus zonas de resguardo en el sur del territorio.

Un día llegó el alambrado y esos “campamentos” se


convirtieron en definitivos y nació un nuevo modo de vida
ajeno a esa forma libre de relacionarse con la naturaleza.

95
Allá por los años cuarenta del siglo veinte, una de estas
comunidades, se asentaba en las proximidades de Las
Lomitas. Después de la invasión grande llamada por los
aparecidos “La Conquista del Chaco” allí se instaló el ejercito
fundando el Fortín Soledad. Era un territorio de espeso monte
combinado con inmensos pastizales que hacían confluir cielo
y tierra, en una explosión de naturaleza aprisionada por dos
ríos móviles, el Pilcomayo y el Bermejo, que con el correr de
los siglos le dieron a esa geografía una particular belleza. En
1963, uno de los cambios de cauce del Pilcomayo originó un
inmenso humedal, el Bañado La Estrella, a uno de cuyos
márgenes quedó ese Fortín con el que los pilagá convivieron
junto a familias de aparecidos criollos que se instalaron en el
lugar.

Allí nació Blas Mario Rojas, un pilagá a quien los caminos de


los ríos dadores de vida llevarían a infortunios y alegrías que
marcarían su existencia.

Su familia cazaba y recolectaba para subsistir cuando los


caminos eran simples huellas. Un día se enteraron que por la
zona andaba un hermano originario que predicaba la palabra
del Dios cristiano y que tenía fama de sanador a quien
llamaban por el nombre impuesto por los criollos, Luciano.
Otros indígenas de la zona lo llamaban el “Dios Luciano”. Su
fama de sanador era reconocida en toda la región.

Luciano predicaba la palabra de Dios desde una elevación a la


que llamaban “corona” por su forma circular. En 1947 sus
seguidores escuchaban su prédica en su lengua materna. Blas
que entonces era muy pequeño, junto a su familia, se
reunieron en Rincón Bomba, un territorio pilagá contiguo al
pueblo de aparecidos de Las Lomitas, fundado tres décadas
antes.

96
Allí, con sus vestimentas ancestrales y sus pinturas rituales,
danzaban al son del pin pin mientras Luciano repartía Biblias
traídas del Chaco que, aseguraba, tenía poderes que salvarían
a los pilagá.

En octubre de ese año, la intolerancia pudo mas y la


Gendarmería atacó mientras se practicaba ese culto,
ametrallando a los originarios y masacrando centenares de
originarios en lo que se denominó la “Masacre de Rincón
Bomba”, un hecho que quedó en la memoria y el dolor
colectivo de los pilagá.

En ese escenario de terror recibió Blas, siendo muy niño, su


bautismo de dolores y esa sería la semilla que lo llevaría muy
lejos en defensa de los suyos y de un país para todos.

Al poco tiempo fue adoptado por una familia de aparecidos de


la ciudad de Salta, donde terminó sus estudios secundarios y
obtuvo su título de maestro. Ejerció la docencia en esa
provincia junto a Marina Vilte, hoy detenida desaparecida.
Uno de los centenares de casos por los que fue sometido a
proceso Luciano Benjamin Menendez. Conoció los dolores del
exilio en un país de originarios, el Perú.

Blas nunca olvidó ni renegó de su origen indígena en el centro


formoseño. Junto a un grupo pionero de originarios y con el
asesoramiento y participación de Eulogio Frites, primer
abogado indígena y maestro de numerosos abogados,
participó de la fundación de la Asociación Indígena de la
República Argentina (AIRA), organización pionera en la
defensa de los derechos de los pueblos y comunidades
indígenas en la Argentina. Hacia 1974 la organización
comenzó a ser perseguida por la Alianza Anticomunista
Argentina, la tenebrosa Triple A de López Rega. El Aira fue

97
copado por sectores que respondían a la ultraderecha
peronista y sus dirigentes perseguidos y encarcelados.

En esos años de militancia en favor de los suyos, Blas participó


de la fundación de otra organización pionera: el Consejo
Mundial de Pueblos Indígenas, iniciando un proceso que
llevaría a la internacionalización de los derechos de los
pueblos. Quizás por eso, por su lucha por los derechos de todos
y su actividad sindical docente, fue detenido y desaparecido,
víctima de quienes llevaron a la Noche del Apagón en Jujuy en
la dictadura militar. En una de esas curvas de los antiguos ríos
se encontró con la ferocidad de los mismos aparecidos que
llevaban a sus padres y abuelos a hacer trabajo esclavo en los
ingenios azucareros.

Ni el cautiverio ni la tortura pudieron destruir su compromiso


con el orgullo de sus raíces. Ya en democracia los ríos lo
llevaron a organizaciones que luchaban para que la
Constitución Nacional reconociera los derechos de los
pueblos. Junto a Eulogio Frites y muchos otros dirigentes
participaron del “Foro de los Pueblos Indígenas en la
Constitución Nacional”, un espacio de debate y acción política
que contribuyó a la incorporación de los derechos colectivos
indígenas en la Reforma de 1994 en Santa Fe. En ese Foro
destacó, junto a Eulogio Frites un abogado de querida
memoria, perseguido y exiliado de la dictadura, Horacio
Maldonado quien también acompañó en la Reforma
Constitucional.

Los ríos siguieron su curso, siempre al futuro. Blas, siguiendo


el camino de los ríos, retornó a su Formosa natal y se asentó
en El Colorado, un pueblo de aparecidos situado sobre el rio
Bermejo. Quería morir en su tierra. Allí formó la Comisión de
Derechos Humanos local. Pasó sus últimos años luchando por

98
los derechos de todos y en especial de los que siempre llegan
tarde al reparto.

Partió con sus ancestros a cazar y pescar en noviembre de


2018.

El agua, los ríos, los peces y la gente pilagá son parte de un


mismo cuerpo. Blas lo sabía y por eso hoy es una parte
imprescindible de las memorias de la tierra.

99
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EL PRESO

Cuando se viaja monte adentro en las soledades de la


Argentina Profunda, los misterios de los wichí rodean al
viajero mientras realiza ese viaje que siempre es de ida.
Algunos le llaman “el camino del indio”, porque una vez que
se emprende esa huella que lleva a las entrañas mismas de
Latinoamérica ya no hay retorno posible. La transformación
personal y la mirada del mundo en su diversidad es inevitable
y no tiene vuelta atras. La palabra “indio” en esas selvas
achaparradas no es la mas apropiada porque fue y es la
utilizada por los aparecidos como signo de desprecio y
consideración del “otro” como un ser inferior. Es la perversa
continuidad histórica de separar a los pueblos entre “ellos” y
“nosotros”.

En cierta ocasión, en uno de esos viajes de ida, llegamos con


Ricardo Altabe, abogado de cálida y reconocida memoria, a un
destacamento policial para orientarnos en una zona donde las
huellas se dividen una y otra vez, transformando la elección
equivocada en extravíos y horas de búsqueda de formas
enmarañadas de orientación. En el cercado de la edificación
policial, un joven de aspecto originario barría y desmalezaba
el terreno bajo el sol y el calor abrazador del oeste formoseño.

- Buen día-, saludamos.

- ¡Chiwoye! respondió el joven en su lengua, el wichí lhamtes.

En su media lengua castellana, el joven nos contó que los


policías no estaban, que habían ido todos a cobrar sus sueldos
a Ingeniero Juárez.

- ¡Ah claro!, es finde mes- contestamos señalando que


comprendimos.

101
- ¿Y vos quien sos?-, preguntamos pensando en asesorarnos
con él, quien quizás conocía aún mejor todos los sitios del
monte de la región.

-Yo soy el preso-, contestó no sin cierto orgullo.

Acertamos en ilustrarnos con el sobre la geografía y caminos


de la zona. Y no pudimos evitar seguir ese viaje de ida sin dejar
de reflexionar en que hay lugares en que mal o bien se come
todos los días.

N’OLHÄYTSEK

Chi elh chi häpe iwolaw’ekyaja tä inukwe lhipey tä wichi


law’etes, lhipey tä ts’anis tä ihi lhipna Argentina, nilhoklape tä
iche wujpe m’eyhey tä atha tä tälhejlä wichi wet äp yahanej t’at
tä law’ekyajna tefwaj atni. Iche lhamil tä hiw’enpe wet
yenlheya lanäyijna “n’oyhäj n’äyij” tsi häpe t’at n’äyij tä ipäyne
nilhokej m’eyhey tä ihi América lhipna wet tä hiw’en wet
tajlhame t’at nemhit ihichela chi yachajohläk äp iche
law’ekyajna. Äp ihichet’alak yachahohlak n’oelh yapiley m’ek
tä häpe chi nilhoke tä matlhattsi iche wujpe m’eyhey tä iche tä
w’enhahiche wet isis wet nemhit ihichela lawhäy chi n’oelh
yäpnhiyela lawhäy tä pajche. N’olhämet tä n’oyen lheya wichi
tä law’etes lhipeyna, “indio” t’uhawethiyejt’a tsi ahätäy lhayis
lhämetna tä iwoye häpe t’at tä yittej tä laha ihihit’a wichi.
Tälhettsiy tä iche n’olhämtes tä hiw’enhathen n’oyhäj,
“lhamil” wet “n’amil”.

Lawhäy tä häpe wet olhäy’e Ricardo Altabe häpe hin’o tä


latamsek ihi wet nilhok m’ek tä nip’ethalä, tä olhamil
owow’ekyaja, olhamil ot’ukwe lhip tä sip’äl ihi tsi olhamil
owatläk ipäyennokwe n’äyij tä tatsupiye lhip tä olhamil
ot’ukwe. Olhamil ow’ene hin’o mamse tä näl t’at tä wichi tä
102
tsilak t’at lham tä ihi lhip tä sip’äl ihi tachumhajlhi t’at tejta
nahayoj yajche honhat.

• Nech’e fwala-, olhamil on’okwayej.


• ¡Chiwoye! Nichulhn’ohohen tä itihi lhämet, wichi
lhämtes.
• Atsi sip’ä tä iwoyek otyätshaneje m’ek tä owatläk
ohanej? -

Olhamil ontäfwelchehen t’at ahätäy lhämet tä ifweln’ohohen


tä sip’äl ihichet’akatsi, lhamil yikeyhen mat lakäwaj tä ihi
Ingeniero Juárez.

• ¡Yak uuh!, tsi noj iwelä! - olhamil onchulho wet nech’e


yahanej tä olhamil õntäfwelche t’at m’ek tä
ifweln’ohohen.
• Wet am atsi m’ek tä ahäpe? Olhamil otyätsane tsi
olhamil owatläk tach’otejn’oyehen tä olhamil owatläk
ohanej ihi lhipey tä ihi lhipna.
• On’olhäytsek-, nichulhn’ohohen tä näl tä chi
yahuminche m’ek tä ihi.

Olhamil owetahihent’a tejta wujpe n’äyhäy. Wet chi olhamil


oleyej tä oyentichunhayaj tä iche lhipey tä tejta niisa tha häp
tä nilhokej ifwalas tä ichet m’ekfwaj tä n’oelh tufw.

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EL CAZADOR Y EL FISCAL

La camioneta avanzaba polvorienta por los caminos del oeste


formoseño, por el camino del petróleo como lo llamaron
cuando hace décadas la empre YPF descubrió petróleo en la
zona. El largo camino de tierra, asentado con canto rodado en
su tramo sur, atraviesa el territorio wichí de la parentela de los
montaraces que mantenían su subsistencia hasta no hace
mucho años de la caza y la recolección de frutos del monte.

Llegaban noticias terribles y oscuras que contaban que Cirilo,


un mariscador, cazador de su comunidad, había sido
encontrado muerto de un balazo de escopeta. Había
preocupación en las aldeas y los originarios estaban enojados
por la oscuridad que rodeaba la muerte del comunero.

Llegaron al lewet, la aldea wichí, junto a Donoso, pastor


anglicano wichí para acompañar ese dolor que es siempre el
de los parajes olvidados.

Fueron llegando los originarios por los senderos del monte, el


tayhi. Se sentaron en la tierra en un enorme círculo que
contenía presencias de comunidades de la parentela de esa
zona del territorio donde no llega la televisión, ni el cable ni la
señal de celulares. Un punto en el mapa lleno de hombres y
mujeres de buena voluntad.

El vocero comunitario contó que la policía decía que el


fallecido tuvo un tropiezo, cayó al suelo con su escopeta que se
disparó provocándole una hemorragia y así encontró su
muerte en las espesuras de la selva de los wichí. Se trataba
decían los uniformados de una escopeta vieja y de gatillo
celoso. Las comunidades no creían esa versión y exigían que
se investigue lo ocurrido.

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El abogado les explicaba que eso era simplemente una
investigación policial, y que el juez debía ordenar una pericia
judicial que establezca las causas y circunstancias de la muerte
de Cirilo. Y que los resultados podían ser tres: que el cazador
haya sido asesinado, o que se trató de un accidente como decía
la policía, o como pasa a veces que haya dudas y no se pueda
saber de cual de esas dos posibilidades se trata. Que había que
buscar otras pruebas para el juez.

El vocero interrumpió enojado en ese punto del mapa de la


Argentina profunda, sin medios de comunicación y con la
mirada fija exclamó:

¡A nosotros no nos va a pasar lo de Nisman!.

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