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La primera infancia es la etapa de la vida en que se aprende a

simbolizar, y simbolizar es la base de la experiencia de pensamiento. Sin

jugar, sin cantar, sin leer o escuchar historias ficcionales es difícil

enriquecer la capacidad de pensar. Qué lugar le otorgamos a la palabra

lúdica y poética, a la lectura y a la presencia de los libros en la vida de

los niños es una pregunta por la capacidad de pensamiento de una

sociedad, por su habilidad para inventar y revertir el estado de las cosas.

Entendemos por “intervención cultural” el acceso a la lectura, al arte, al

juego, a la palabra y a la narración como hecho comunitario, además de

la ampliación y enriquecimiento del universo de prácticas familiares

que acompañan espontáneamente a los niños desde su llegada.

¿Cuántas historias de la infancia conviven actualmente en los contextos

que nos convocan? ¿Cuántas formas de ser niño, madre, padre,

educador, artista, interpelan las prácticas de hoy?

¿Cómo hacer para que la

música, la literatura y el arte en general pertenezcan de pleno derecho al

conjunto de los componentes sociales? ¿Cómo hacer para que esos

diferentes modos de producción cultural no se vuelvan únicamente

especialidades, sino que puedan articularse unos con otros, y a la vez

lograr escapar a la posesión hegemónica de algunos grupos

privilegiados?
cuando hablamos de

cultura de la infancia no nos referimos únicamente al arte, al juego, a

las expresiones creadoras. La crianza en sus distintas modalidades y los

vínculos entre niños y adultos constituyen un fondo cultural de alta

densidad en la vida de los niños y las familias.

Vivimos una época de fuertes contrastes. Las formas familiares

actuales hablan de modificaciones en los modelos tradicionales de

variadas maneras. No sólo la relación básica de cuidados, ligados a la

supervivencia, está en juego en los modos de construir subjetividad;

también las constituciones familiares: conviven las familias

monoparentales, niños nacidos por inseminación artificial y con

donante de esperma u óvulos anónimos, niños hijos de parejas

homosexuales, todas ellas hacen a la cultura de la infancia. ¿Cómo

construir un pensamiento que aloje las preguntas nuevas que vienen

con los niños, una escucha, una envoltura, una tela donde desplegar las

incógnitas del crecimiento, de la identidad, de la crianza? ¿Cómo

pensar el acompañamiento de las familias en su singularidad? ¿Cómo

incluir en el fluir imaginario de los niños las problemáticas que hacen a

la vida contemporánea? Los libros infantiles, las películas, los juguetes,

¿Deberían nombrar en su dimensión más amplia esa heterogeneidad

propia de la cultura que habitamos? ¿Cómo desarticular los propios

puntos de vista cuando estamos a cargo de un grupo de niños, para

alojar lo emergente, lo disruptivo, lo singular?


No existe comprensión sin empatía. Probablemente un pensamiento

sobre las nuevas modalidades subjetivas que pueden interpelan desde la

infancia exija sobre todo ese ejercicio afectivo y epistemológico de

despojamiento de pre-conceptos, de certezas, de gestos aprendidos

como parte de la propia historia de infancia, para dar lugar a la

diferencia, y también a la desacomodación de los hábitos de la vida

cotidiana.

La

desaparición de la narración como uno de los costos del pasaje a las

sociedades industrializadas, donde los espacios intersubjetivos,

mediados por el lenguaje, se reducen ; la televisión y los medios

reemplazan a la voz humana encarnada en otro real en simultaneidad

de presencia, las nanas y arrullos hechos de voz, contacto y aliento son

reemplazados por máquinas televisivas, la ternura desplazada por la

imagen-mercancía que viene de la pantalla. Los finales del siglo XX e

inicios del XXI suman a ritmo vertiginoso nuevas máquinas, y a la

pasividad de la mirada frente a la televisión agregan la transformación

cognitiva de un niño activo frente a la pantalla, incitado a la actividad

frenética, de rápida resolución, lucha de poder frente a los aparatos que

lo desafían.

¿Hay posibilidades de mitigar ese déficit de palabras, de caricias, de dialogía humana? ¿Cómo crearlas?

¿Qué lugar ocupa el

juego con los otros, la lectura, el canto, cuando el vínculo no es una

condición dada sino un desafío a conquistar?


La primera infancia es la etapa de la vida en que se aprende a

simbolizar, y simbolizar es la base de la experiencia de pensamiento. Sin

jugar, sin cantar, sin leer o escuchar historias ficcionales es difícil

enriquecer la capacidad de pensar. Qué lugar le otorgamos a la palabra

lúdica y poética, a la lectura y a la presencia de los libros en la vida de

los niños es una pregunta por la capacidad de pensamiento de una

sociedad, por su habilidad para inventar y revertir el estado de las cosas.

lo que tiene de creador cada niño como

sujeto que se abre al mundo, lo que hay de “constructor” en los niños

que tienen a disposición materiales y oportunidades para inventar, para

jugar en el territorio de la metáfora, que es fundamentalmente el campo

de la narración en un sentido amplio. Los niños pueden ser grandes

inventores; la relación con las palabras, con los juguetes, con la

naturaleza es una relación de descubrimiento y creación en tanto deben

construir sentidos para humanizarse, de allí que niño y artista

construyen una relación de estrecha hermandad.

¿Cómo

crear dispositivos que permitan crear condiciones de ternura corporal entre niños y adultos?

¿Qué es ser niño hoy, qué

culturas de infancia conviven en los ámbitos compartidos, son

propuestas de intervención cultural que tienden a la producción

creadora de pensamiento?
El derecho a la existencia de lo diverso

Abrir a los padres posibilidades de

encuentro con los hechos de la cultura la noción de “igualdad” cobra

nueva dimensión dentro de la dinámica de los derechos humanos.

Podríamos hablar de una “didáctica de la ternura” como metáfora de

una intervención integral que aloja al niño pequeño y a su

familia en un espacio físico y mental sostenedor, creativo, con

disponibilidad afectiva y generando buenas condiciones para el

desarrollo cognitivo. La didáctica de la ternura pone al niño en lugar de

“sujeto del vínculo” además de sujeto del aprendizaje, y ese giro en la

mirada profesional de los educadores modifica radicalmente el foco de

atención y las posibilidades de empatía. La empatía es condición de un

apego seguro.

“ La didáctica de la ternura tiene a su favor algunas

particularidades: que como mira y piensa al otro antes que ninguna otra

cosa, rara vez le pasarán desapercibidas las competencias e

incompetencias de sus destinatarios. Como está fundada en la empatía,

pocas veces no llegará a producir una situación de encuentro. Y por

último, como exige vínculo, compromete integralmente a las partes, lo

que mitiga en cierta forma la abrumadora condición de desamparo de los

unos y / o de los otros.


La didáctica de la ternura es fundamentalmente dialógica, y por lo tanto

construye una base democrática. Algo para nada desdeñable en la

bravura de los tiempos que nos toca vivir.” apego seguro.

Qué tipo de cuidados, qué clase de

estímulos lúdicos, poéticos y lingüísticos reciben los niños, cuánta

mirada y arrullo singularizado, son interrogantes que hacen a una

política cultural para la primera infancia. Y también lo son las diversas

formas que adquiere la idea de familia, de madre y padre en los variados

contextos. Alojar cada singularidad, producir una hospitalidad para esa

experiencia de separación temprana, para ese aparato de pensamiento

naciente en cada niño, fuente de su potencia creadora.

Los centros infantiles tienen en sus manos la posibilidad de producir

Muchas veces los niños,

con sus imaginarios saturados de los contenidos mediáticos, necesitan

intervenciones que los ayuden a despejarse de los modelos y a bucear en

sus imágenes propias para poder producir actos de imaginación.

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