Tema
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La mediación lectora se inicia en casa. Las madres son mediadoras naturales desde que
tienen al niño en el vientre. Al cantar, contar, acariciar la barriguita conversando con el
bebé, están introduciendo a los niños en el camino lector. Los arrullos, nanas y canciones
de cuna son el primer alimento simbólico que reciben los bebés. De allí en adelante, el
ideal es que los niños reciban durante sus primeros años (y ojalá después) una
abundancia de palabras simbólicas mediadas por el afecto, que los hagan crecer seguros,
felices, creativos y con el suficiente equipaje para enfrentar las experiencias duras y
difíciles de la vida. En esta parada vamos a reflexionar un poco sobre la importancia que
tiene la tradición oral en el desarrollo de los niños y las niñas, y la relación de ellos con los
libros como objetos culturales. Veremos también cómo podemos enriquecer los acervos
de la tradición oral desde nuestros escenarios de mediación (jardines infantiles, escuelas,
bibliotecas escolares y públicas, espacios culturales, etc.) para apoyar así a las madres y
padres de familia, abuelas y cuidadores en el desarrollo de la capacidad simbólica y
metafórica de los niños y niñas.
IMPORTANTE
¿Por qué creen ustedes que son importantes la palabra oral y el encuentro de los niños y
niñas con los primeros libros?
¿Qué ofrecen estos encuentros a los más pequeños?
¿Qué les aportan para su crecimiento?
Respondan estas preguntas para ustedes, conversen al respecto con sus compañeros en
su entorno laboral o con sus seres cercanos en su casa o barrio. Ahora leamos algunos
textos que nos permitirán ampliar nuestra comprensión acerca de la importancia de
acercar a las niñas y niños al juego, a la oralidad, a los libros.
I ESCOLIO
El primer escolio surge de una frase reveladora de Evelio Cabrejo, psicolingüista
colombiano especializado en la relación entre el lenguaje y la formación del psiquismo de
los niños y niñas. Dice Cabrejo: Los niños necesitan pan, afecto y literatura. Así, en el
mismo plano. Pan para el cuerpo, afecto para su territorio emocional y su certeza afectiva,
y literatura para su espíritu, su psique y su imaginario. La literatura alimenta al niño. El
tiempo y el espacio simbólicos se nutren, logrando así que se desarrolle y fortalezca el
pensamiento simbólico. Es decir, la capacidad creativa. Está en nosotros, los adultos,
ayudar a que se desarrolle esta capacidad. Infortunadamente, muchos de nuestros
niños crecen con hambre de palabra simbólica, y esta carencia puede llegar incluso
a atrofiar su capacidad metafórica, que no es otra cosa que su capacidad de dirigir
sus propios destinos a pesar de las adversidades que la vida les presente. Esta
capacidad metafórica los niños la traen consigo casi de manera natural, como un campo
de potencia creativa que debe ser nutrida para que se fortalezca y se exprese.
En una experiencia que tuve con niños de tercer grado, niños creciendo en ambientes
pobres de pan, afecto y literatura, me encontré con una situación que me hizo comprender
y ampliar la cita de Cabrejo. Estábamos haciendo un bestiario, que no fue fácil por el
exceso de realismo en el que crecen estos niños. En una de las sesiones descubrí que
muchos de ellos no podían imaginar los aretes que le faltan a la luna, esa hermosa
imagen extraviada de un bolero.
Es grave que un niño crezca carente de metáforas, pues la esencia de la niñez es la
capacidad de jugar, y el juego es el territorio natural de la metáfora. Cuando un niño
juega, inventa personajes, diálogos, escenarios diferentes a los de la vida real. Inventa un
mundo paralelo que le da la posibilidad de irse apropiando poco a poco del mundo real a
través del lenguaje, pero también de un mundo que le da seguridad y que le va
entregando los recursos para narrarse, para crearse un lugar que le pertenezca, un
mundo habitable.
La literatura hace parte esencial de este territorio del juego. La primera relación que tienen
los niños pequeños con la literatura puede surgir desde el vientre. Cuando la madre le
canta o le cuenta al niño que aún está en su vientre, le está generando las primeras
experiencias literarias.
TEXTOS
Duerme, duerme negrito, que tu mama está en el campo, negrito/ te va a traer codornices
para ti/ te va a traer muchas cosas para ti… La esperanza del regreso de la madre cuando
está ausente se siembra con estos sencillos versos de la tradición oral, interpretados por
Athaualpa Yupankui, quien los escuchó por primera vez de boca de una mujer morena del
Caribe entre Colombia y Venezuela. La literatura, expresada en canciones de cuna,
arrullos, nanas, cuentos, libros de imágenes e historias cotidianas tiene efectos en las
emociones, la psique, la imaginación y el inconsciente de los niños y niñas.
Los primeros efectos están relacionados con nuestra inscripción en el tiempo. A través de
la cadencia, la musicalidad, el ritmo de las canciones de cuna, el niño pequeño incorpora
pautas temporales más ricas y complejas que las marcas del tiempo cotidiano. Y como
dice George Jean:
“…La evidencia poética es mucho más una apertura, una fulguración de “otro espacio”, y
la “continuidad de murmullo” de los cuentos y de las “historias” invita a cierta conciencia
paciente de nuestra inscripción en el tiempo”.
(Jean, George, 1994, p. 15) (Jean, George. Los senderos de la imaginación infantil. Los
cuentos, los poemas, la realidad. México: F.C.E (1990)).
“La literatura ayuda a los niños a construir el tiempo y el espacio imaginarios. Este cuerpo
de palabras, sonidos, voces y cadencias entregados por el adulto al niño durante su
infancia, se convierte en reserva para toda la vida. Es un ciclo ecológico de preservación
de la salud emocional que servirá no sólo para disfrutar los años de niñez, sino también
para acudir a ésta en los momentos difíciles de la vida. La palabra poética, el lenguaje
literario, la metáfora, la rima, se inscriben en el cuerpo del niño, nutren su inconsciente y
se quedan a vivir con él como un eco. Esta reserva, además de ayudar a configurar un
tiempo y un espacio imaginarios más allá del tiempo y el espacio concretos, abre la
posibilidad de crear, lo que le permite al niño sentir que el mundo en el que vive puede ser
diferente y que él es artífice de esa transformación. El hombre al nombrar el mundo se
vuelve poderoso, se vuelve creador, y es desde la infancia que el niño debe apropiarse de
ese lenguaje que resulta mágico y que va más allá del lenguaje cotidiano necesario para
comunicarse. El poder de la palabra mágica lo aporta la literatura y ésta, por fortuna, es
inmensamente rica y variada”.
(Beatriz Helena Robledo. La literatura y los niños. Cuatro escolios imprescindibles. En
Revista Infancia, Universidad Distrital de Colombia).
“Propiciar la lectura es ofrecer al bebé, en su cuna, momentos de juego con una amplia
oferta de móviles distintos, (cada uno con grupos de imágenes significativas, con distintos
conjuntos de pájaros, perros, flores, herramientas) que permanecen unos días sobre la
cuna y luego se cambian por otros; es construir un acervo de rompecabezas de pocas
piezas y pedir a los niños de dos años de edad que elijan cuál quieren armar ese día; es
propiciar que los niños de tres años de edad describan, en voz alta y de acuerdo con sus
propios significados, la vida diaria de un nido de golondrinas (sin que nadie más los corrija
o instruya); es tomar dictado a los que tienen cuatro años de edad y escribir por ellos un
cuento de su creación que, más tarde, deberán ilustrar y encuadernar ellos mismos; es
invitar a quienes tienen cinco años de edad a que lean en voz alta, por cuenta y riesgo
propios, lo que les dicen las imágenes de un libro álbum; es apoyar a los que ya
cumplieron seis años de edad para que repliquen, en tercera dimensión, el mecanismo de
un pozo artesanal que aparece en uno de los libros de su acervo. Propiciar la lectura es
anunciar a los niños, desde muy temprano, que el mundo está ahí para ser leído
(escuchado, debatido y significado); que ellos son ya grandes lectores y que pueden
ofrecer al mundo sus propuestas, visiones, ideas y emociones, en calidad de autores. Sin
importar de qué edad estamos hablando, el ejercicio de promoción de la lectura (con su
correspondiente creación literaria) deberá girar en torno a la suscitación, la invitación, la
oferta, el estímulo, el acompañamiento, la imaginación, la inclusión, la pluralidad de
lenguajes, la palabra, la pregunta, el argumento, la reflexión, la opción, el acceso, la
diversidad, la tertulia, el juego, la heurística, el pensamiento crítico, el placer —intelectual,
emocional, estético— la autonomía y la libertad creativa”.
(Luz María Chapela. En Dimediréydirás. Ediciones SM: México, 2010 pgs 30-31.)
TEXTOS
Fijémonos en las letras en negrilla y detengámonos a pensar un poco en ello.
Cuando recordamos nuestra época escolar o cuando observamos a los niños crecer
mediante sus experiencias en la escuela, podríamos preguntarnos hasta qué punto las
lecciones contribuyeron a que ahora seamos usuarios de la cultura escrita. Los ejercicios
de lectura y escritura, las preguntas y respuestas, los reportes, las notas, los libros de
texto, las bibliotecas, la afición a los libros que viene con la edad, o nuestro rechazo ante
ellos, todo eso se vuelve borroso en la memoria con el paso de los años. ¿Cuánto tiempo
después de haber dejado la escuela nos acordamos aún de lo que se dijo sobre nuestras
tareas? ¿Basamos aún algunos de nuestros juicios en algo que resultó significativo
aprender cuando éramos lectores inexpertos? ¿Qué agregaba nuestra cultura escrita
escolar a eso como para que más adelante lo consideráramos importante? Padres y
maestros necesitan confrontar sus propias experiencias del aprendizaje infantil para
apreciar cómo ha cambiado la cultura escrita. (…) La cultura escrita no es una materia
escolar, no aparece en ningún tablero como un curso. Sin embargo, vincula la lectura y la
escritura con el crecimiento, el desarrollo y, más en particular, con la imaginación.
Creemos que los niños deben ir a la escuela para aprender a leer y a escribir de
modo que puedan leer y escribir para aprender. Pero, evidentemente esa no es toda la
historia. Hasta hace poco tiempo la mayor parte de lo que constituye el comportamiento
de los usuarios de la cultura escrita escolar. Los ensayos y reportes que tienen que
escribir los niños rara vez se ven fuera de la escuela. Los libros que leen en áreas
temáticas: historia, geografía y ciencias, pierden vigencia en una década. La lectura y la
escritura que hacen los alumnos en la escuela están moldeadas para los propósitos de
ésta”.
(Margaret Meek. En torno a la cultura escrita. FCE: México, 2004 pag 183).
“¿De qué manera la lectura —en particular la lectura literaria— contribuye a la elaboración
de la subjetividad? El tema es enorme, y sólo abordaré aquí algunos aspectos,
refiriéndome a la experiencia de esos jóvenes usuarios de bibliotecas a los que evocaba y
que no son necesariamente grandes lectores. (…) El primer aspecto que deseaba evocar,
porque quizás constituye la base de todo el resto, es que la lectura puede ser, a cualquier
edad, un atajo privilegiado para elaborar o mantener un espacio propio, un espacio íntimo,
privado. Ya lo dicen los lectores: la lectura permite elaborar un espacio propio, “es una
habitación para uno mismo”, para decirlo como Virginia Woolf, incluso en contextos donde
no parece haber quedado ningún espacio personal”.
(Michèle Petit. Lecturas: del espacio íntimo al espacio público. FCE: México, 2001. Pgs.
42-43).
Leamos ahora los testimonios recogidos por Petit de jóvenes para quienes la literatura se
convirtió en ese espacio íntimo:
(Agiba, 16 años): “Yo tenía un secreto mío, era mi propio universo, Mis imágenes, mis
libros y todo eso. Ese mundo mío está en los sueños”. Christian, por su parte, tiene
diecisiete años y vive en un hogar para trabajadores jóvenes. Va a la biblioteca para
estudiar horticultura y gestión del agua. Y también: “Me gustas todo lo que tiene un aire a
Robinson (Crusoe), las cosas así. Me permite soñar. Me imagino que algún día llegaré a
una isla, como él, y a lo mejor, quién sabe, podría hacerme una cabaña.” Escuchemos
también a Ridha, que recuerda sus lecturas de infancia: “Me gustaba porque el Libro de la
selva es algo así como arreglárselas en la selva. Es el hombre que por su ahínco acaba
siempre por dominar las cosas. El león es tal vez el patrón que no quiere darte trabajo o la
gente que no te quiere. Y Mowgli se construye una choza, es como un hogar, y de hecho
pone sus marcos. Se delimita”.
(Michèle Petit. Lecturas: del espacio íntimo al espacio público. FCE: México, 2001. Pg.
43).
“Este espacio creado por la lectura no es una ilusión. Es un espacio psíquico, que puede
ser el sitio mismo de la elaboración o la reconquista de una posición de sujeto. Porque los
lectores no son páginas en blanco donde el texto se vaya imprimiendo. Los lectores son
activos, desarrollan toda una actividad psíquica, se apropian de lo que leen, interpretan el
texto, y deslizan entre las líneas su deseo, sus fantasías, sus angustias. Para evocar esa
libertad del lector, Michel de Certeau tenía una bonita fórmula. Escribía: los lectores son
viajeros; circulan sobre tierras ajenas, como nómadas que cazan furtivamente a través de
campos que no han escrito. De lo que se trata es de la elaboración de una posición de
sujeto. De un sujeto que construye su historia apoyándose en fragmentos de relatos, en
imágenes, en frases escritas por otros, y que de allí saca fuerzas para ir a un lugar
diferente al que todo parecía destinarlo. Y si determinado libro o determinada frase
contaron para ellos, es porque les permiten reconocerse, no tanto en el sentido de
reconocerse en un espejo, como de sentir que tienen un derecho legítimo a tener un lugar,
a ser lo que son, o, más aún, a convertirse en lo que no sabían que todavía eran”.
(Michèle Petit. Idem pag. 48).
Lea con atención esta reflexión sobre los talleres de escritura en la escuela que hace la
escritora argentina María Teresa Adruetto y luego pregúntese si esto ocurre o podría
ocurrir en su lugar de trabajo. ¿Cómo implementar talleres de escritura para las niñas,
niños y jóvenes? Este texto puede darle ideas.
“Ante todo, quisiera decir que, más allá de la denominación oficial que la institución
escuela o el sistema le den a ese espacio, yo prefiero saber que en realidad se trata de
talleres de producción de textos, o talleres de expresión por la palabra, o incluso talleres
de escritura antes que de talleres literarios porque la literatura como tal es un horizonte
demasiado vasto y sería muy ambicioso y también contraproducente pretender de un
espacio de taller (y más todavía de un espacio de taller en la escuela) productos a rotular
como literarios. Aclarado esto, la pregunta sería ¿qué nos interesa obtener de un taller
de escritura en la escuela? ¿qué resultados pretendemos alcanzar?, porque creo que
no nos interesa ya —o por lo menos no me interesa a mí— lograr (sólo) que un chico
distinga o produzca una narración o una copla, sino generar un espacio en el que haya
experimentación con la palabra, exploración de cada uno en sí mismo, interrelación
entre la palabra y otras formas de expresión, hasta abrirlos y abrirnos a un mundo que
está en nosotros y fuera de nosotros y que es susceptible de ser leído, volcado, narrado,
compartido y modificado a través de esa producción. Instalado en la institución escolar, el
taller rompe, debe romper, con el espacio del aula y de la clase, permitiendo
explorar zonas y relaciones que faciliten el encuentro con un lenguaje propio, con
una palabra propia, porque un taller ruptura la homogeneidad y esa ruptura, ese
desequilibrio, provoca un modo diferente de vínculo con uno mismo y con los otros, y con
la palabra de uno y la de los otros. En ese sentido, podemos decir que el taller —como un
espacio de investigación vivencial que rompe el diseño tradicional de la clase de lengua y
permite explorar las posibilidades de la palabra propia y acceder a las posibilidades que
los otros tienen de resolver un mismo desafío— es liberador, y lo es particularmente en el
seno de la educación sistémica, que ha inclinado la balanza sobre la transmisión de
información y está tan supeditada a lo que debe ser. (…) Entonces, volviendo a la
pregunta inicial acerca de si es válido un taller de producción de textos en la escuela, creo
que sí, que no sólo es válido sino también indispensable. Claro que, para que eso sea
posible, la escuela en la que se inserte deberá luchar, qué paradoja, contra el fantasma de
la escolarización, contra la domesticación de la literatura, contra las demandas de utilidad
y rendimiento, contra las selecciones por temas, las clasificaciones por edades, los
cuestionarios y resúmenes, los manuales, las antologías, el aprovechamiento de los
textos, el deber ser, lo bueno y lo correcto, de modo de respetar a rajatabla el espacio
privilegiado de exploración que un taller puede ofrecernos, su aparente sinsentido, su
gratuidad, características todas que proponen un recorrido de constantes desafíos, de
constantes descontroles y de constantes riesgos porque, como dice Graciela Montes, “lo
que está demasiado vivo siempre es peligroso”.
(María Teressa Andruetto. Escribir en la escuela. Dos aproximaciones. En: Hacia una
literatura sin adjetivos. Comunicarte: Córdoba, Argentina, 2010. Pgs 51-52).
Lea con atención este texto y si es posible compártalo con sus colegas y compañeros de
trabajo, y reflexionen juntos sobre esta nueva realidad. ¿Qué les dice este texto? ¿Cómo
lo relacionan con lo que ustedes viven día a día con sus niñas, niños y jóvenes? ¿Qué
retos tienen frente a estos cambios tecnológicos? ¿Cómo los están asumiendo?
“Lectores y escritores de sí mismos. Comienzo por el correo personal, leo rápidamente las
cabeceras de los asuntos y me detengo sólo en aquellos que tienen algo que ver
conmigo. Uno o dos, en una lista de mensajes masivos que envió a la basura digital.
(Autoetnografía, 1/8/16) Vivo con la sensación de tener una copia de seguridad en alguna
parte, pensando que todo lo digital permanecerá archivado automáticamente en alguna
máquina. Contradictoriamente, siento que lo que leo en mis redes se desvanece en horas,
a lo sumo, un día. (A., 29/8/16).
Internet hizo de la pantalla un conglomerado de superficies transitorias habitadas por un
fascinante universo de materiales vagabundos y apropiables, pero también por nosotros
mismos. La aparente potencia del sujeto como creador y lector de mundo en la Red
contrastaba desde los inicios de la socialización de Internet con su fragilidad como sujeto,
especialmente frente a los nuevos mecanismos de producción de valor derivados, no solo
de la colonización de lo virtual por parte de las industrias digitales, sino también de las
dinámicas de la multitud conectada. Viejas y originales formas de lectura comenzaron a
coexistir en la pantalla, mientras una nueva cultura empezaba a tomar forma en este
principio del siglo XXI. Y me parece que esto ha tenido que ver con cómo la Red atraviesa
los campos de relación con el otro, ya siempre mediados por un ‘marco de
representación’, ese que antes acogía la obra simbólica (por ejemplo: un cuadro, un rito,
una película o un libro) y que ahora se disuelve en la pantalla online en formas fluidas de
la imaginación, la representación y la presentación de los mundos de vida del sujeto
conectado. Así, de lo que hablaré a continuación es de cómo Internet transforma la
práctica que llamamos ‘lectura’ (antes claramente delimitada) y cómo esto es
sintomático de un nuevo régimen para el sujeto conectado. Para empezar, una cuestión
de marco y de contexto. La Red transforma la lectura porque la cultura se está
transformando rápidamente con Internet. Y me refiero tanto a la lectura como práctica
relacionada con el consumo intelectual de obras escritas, como a la práctica ‘encendida’
desde que las yemas de nuestros dedos activan un dispositivo electrónico y lo
conectamos a la Red, ese mundo para ser leído como quien mira. Itinerarios del yo en un
cuarto propio conectado. ¿Cómo leemos en la sociedad digital? La lectura será aquí el
punto de entrada a una diversidad de prácticas que trasciende la clásica lectura pasiva y
anónima de una obra. Diversidad que habla de la inmersión, intervención y circulación de
textos que escribimos y leemos en la Red, allí donde se minimiza la distancia entre el que
escribe y lo escrito, entre el uso y el olvido, el residuo y la sustitución. Recordando que
distintas actividades acontecen en la lectura en Internet de manera entrecruzada,
vinculando cuestiones tan diversas como la materialidad de la relación máquina-humano,
el mercado y las industrias del yo en Internet, las formas de valor y trabajo cultural online,
la transformación de los públicos o, en definitiva, la construcción subjetiva”.
(Remedios Zafra. Itinerarios del yo en un cuarto propio conectados. En: ¿Cómo leemos
en la sociedad digital? Editorial Ariel: Madrid, 2017 pgs. 81-82).