Antología de Lecturas Breves
Antología de Lecturas Breves
Contenido
LECTURAS BREVES… P E R O MUY INTERESANTES........................................................3
ACNÉCODTA...................................................................................................................................4
ACUÉRDATE....................................................................................................................................8
LOS RATONES PATAS ARRIBA.......................................................................................................10
ALGO MUY GRAVE VA ASUCEDER EN ESTE PUEBLO.....................................................................12
AMNÉSICOS..................................................................................................................................15
DILES QUE NO ME MATEN...........................................................................................................19
EL CHISTE......................................................................................................................................24
UN CUENTO DE AMOR Y DE AMISTAD.........................................................................................28
EL HOMBRE DE LA GORRA MARRÓN............................................................................................30
INQUIETUDES DE UNA RAYA........................................................................................................32
RESPONSABILIDAD.......................................................................................................................35
LECTURAS BREVES… MUY BREVES...................................................................................................37
EL MAL CORRE..............................................................................................................................38
TODO A SU TIEMPO......................................................................................................................38
EL ENGAÑO..................................................................................................................................38
EL GUARDIAN DEL REINO.............................................................................................................39
CARNEROS CON GARRAS..............................................................................................................39
AMISTAD......................................................................................................................................39
UN CUENTO DE HADAS................................................................................................................40
EL BURRO Y LA FLAUTA................................................................................................................40
EL GUIJARRO DEL ESPLENDOR......................................................................................................40
LA VERDAD SOBRE EL CANARIO...................................................................................................41
LOS LOBOS...................................................................................................................................41
EL GESTO DE LA MUERTE.............................................................................................................41
PELAJES........................................................................................................................................42
LA MADRE....................................................................................................................................42
LA CIENCIA....................................................................................................................................42
LA PUNTA DE LA MADEJA.............................................................................................................42
TRES SERDITOS CON CE................................................................................................................42
OTRA VEZ ‘LE CORBEAU ET LE RENARD........................................................................................43
EL MALTRATADO..........................................................................................................................43
LA OVEJA NEGRA..........................................................................................................................44
Pá gina 1
LECTURAS BREVES
LOS MOSQUITOS..........................................................................................................................44
TRISTE HISTORIA DE AMOR..........................................................................................................44
REENCUENTRO.............................................................................................................................44
LA OBRA MAESTRA.......................................................................................................................45
PARÁBOLA....................................................................................................................................45
LAS ÁNIMAS DE SAN DIEGO.........................................................................................................45
Pá gina 2
LECTURAS BREVES
M INTERESANTES
UY
Pá gina 3
LECTURAS BREVES
LUIS PESCETTI
- Acnécdota.
- Je…
- Anécdota…
- ¿Acnéndota?
- Sin la n Nati…
- ¿Acécdota?
- ¿Dónde?
- An..éc…dota.
- ¿¿Qué??
- Acnécodta…
Pá gina 4
LECTURAS BREVES
- Pero yo no hablo como se le antojara, yo nada más voy a decir así: acnécodta, porque me
sale más fácil.
- Para mí sí…
- Bueno, para ti sí, pero igual tienes que aprender a decirlo bien.
- Mira les escribo a donde inventaron hablar. ¿Dónde inventaron hablar mami?
- No sé Nati, pero como vivían muy lejos unos del otro se fueron entendiendo con ruiditos
distintos.
- ¿Y por qué no se pusieron de acuerdo y así entonces hablaríamos todos igual porque yo a
veces a Pati ni la entiendo?
- Pero yo a veces no la entiendo, porque habla más rápido y con la boca cerrada.
Pá gina 5
LECTURAS BREVES
- Porque cada uno estaba acostumbrado a como hablaba, pero hubo algunos que se juntaron
con otros y se dieron cuenta que cuando estos decían: gra gra, era lo mismo que cuando
ellos decían: fru fru.
- Es un ejemplo Nati, no quiere decir nada y entonces en cada tribu o en cada pueblo
siguieron hablando el mismo idioma pero tenían a algunos de éstos que hablaban el suyo y
el de los otros y que servían para que se entendieran… pero escúchame Nati. ¿Por qué me
estás preguntando todo esto?
- Es por una tarea de la escuela mami, había que escribir una poesía y decirla mañana.
- ¿Y tú escribiste una?
- Sí
- ¿A ver? Dímela.
- ¡Esta preciosa Nati! ¿Te puedo preguntar una cosa? ¿Qué quiere decir anécdota para ti?
- ¡Y qué va a querer decir mamá! ¡Es así como una cosa, como una travesura o que se portó
bien y le dieron un premio pero porque es así simpático!
- ¡Está buenísimo!
Pá gina 6
LECTURAS BREVES
- ¡No Nati! Dile el tuyo que está mejor, ¿sí? Nada más que aprende a decir anécdota.
- No, mira: le escribes una carta a los de la tribu que decías antes y les pones que yo digo
acnécodta y que quiere decir travieso y listo, ¿no? Así ellos también aprenden mi idioma,
pobres, sino un día va a venir uno de los de la tribu y me va a querer decir algo y ni va a
saber, pobre, ¿no?
- Sí, pobre.
Pá gina 7
LECTURAS BREVES
ACUÉRDATE
JUAN RULFO
Acuérdate de Urbano Gómez, hijo de don Urbano, nieto de Dimas, aquél que dirigía las pastorelas
y que murió recitando el "rezonga ángel maldito" cuando la época de la gripe. De esto hace ya
años, quizá quince. Pero te debes acordar de él. Acuérdate que le decíamos "el Abuelo" por
aquello de que su otro hijo, Fidencio Gómez, tenía dos hijas muy juguetonas: una prieta y
chaparrita, que por mal nombre le decían la Arremangada, y la otra que era rete alta y que tenía
los ojos zarcos y que hasta se decía que ni era suya y que por más señas estaba enferma del hipo.
Acuérdate del relajo que armaba cuando estábamos en misa y que a la mera hora de la Elevación
soltaba un ataque de hipo, que parecía como si estuviera riendo y llorando a la vez, hasta que la
sacaban fuera y le daban tantita agua con azúcar y entonces se calmaba. Esa acabó casándose con
Lucio Chico, dueño de la mezcalera que antes fue de Librado, río arriba, por donde está el molino
de linaza de los Teódulos.
Acuérdate que a su madre le decían la Berenjena porque siempre andaba metida en líos y de cada
lío salía con un muchacho. Se dice que tuvo su dinerito, pero se lo acabó en los entierros, pues
todos los hijos se le morían recién nacidos y siempre les mandaba cantar alabanzas, llevándolos al
panteón entre música y coros de monaguillos que cantaban "hosannas" y "glorias" y la canción esa
de "ahí te mando, Señor, otro angelito". De eso se quedó pobre, porque le resultaba caro cada
funeral, por eso de las canelas que les daba a los invitados del velorio. Sólo le vivieron dos, el
Urbano y la Natalia, que ya nacieron pobres y a los que ella no vio crecer, porque se murió en el
último parto que tuvo, ya de grande, pegada a los cincuenta años.
La debes haber conocido, pues era muy discutidora y cada rato andaba en pleito con las
vendedoras en la plaza del mercado porque le querían dar muy caros los jitomates, pegaba gritos y
decía que la estaban robando. Después, ya pobre, se le veía rondando entre la basura, juntando
rabos de cebolla, ejotes ya sancochados y alguno que otro cañuto de caña "para que se les
endulzara la boca a sus hijos". Tenía dos, como ya te digo, que fueron los únicos que se le
lograron. Después no se supo ya de ella.
Ese Urbano Gómez era más o menos de nuestra edad, apenas unos meses más grande, muy bueno
para jugar a la rayuela y para las trácalas. Acuérdate que nos vendía clavellinas y nosotros se las
comprábamos, cuando lo más fácil era ir a cortarlas al cerro. Nos vendía mangos verdes que se
robaba del mango que estaba en el patio de la escuela y naranjas con chile que compraba en la
portería a dos centavos y que luego nos las revendía a cinco. Rifaba cuanta porquería y media traía
en el bolso: canicas ágata, trompos y zumbadores y hasta mayates verdes, de esos a los que se les
amarra un hilo en una pata para que no vuelen muy lejos. Nos traficaba a todos, acuérdate.
Era cuñado de Nachito Rivero, aquel que se volvió tonto a los pocos días de casado y que Inés, su
mujer, para mantenerse tuvo que poner un puesto de tepache en la garita del camino real,
mientras Nachito se vivía tocando canciones todas refinadas en una mandolina que le prestaban
en la peluquería de don Refugio.
Pá gina 8
LECTURAS BREVES
Y nosotros íbamos con Urbano a ver a su hermana, a bebernos el tepache que siempre le
quedábamos a deber y que nunca le pagábamos, porque nunca teníamos dinero. Después hasta se
quedó sin amigos, porque todos al verlo, le sacábamos la vuelta para que no fuera a cobrarnos.
Lo expulsaron de la escuela antes del quinto año, porque lo encontraron con su prima la
Arremangada jugando a marido y mujer detrás de los lavaderos, metidos en un aljibe seco. Lo
sacaron de las orejas por la puerta grande entre el risón de todos, pasándolo por una fila de
muchachos y muchachas para avergonzarlo. Y él pasó por allí, con la cara levantada,
amenazándolos a todos con la mano y como diciendo: "Ya me las pagarán caro".
Y después a ella, que salió haciendo pucheros y con la mirada raspando los ladrillos, hasta que ya
en la puerta soltó el llanto; un chillido que se estuvo oyendo toda la tarde como si fuera un aullido
de coyote.
Dicen que su tío Fidencio, el del molino, le arrimó una paliza que por poco y lo deja parálisis, y que
él, de coraje, se fue del pueblo.
Lo cierto es que no lo volvimos a ver sino cuando apareció de vuelta aquí convertido en policía.
Siempre estaba en la plaza de armas, sentado en la banca con la carabina entre las piernas y
mirando con mucho odio a todos. No hablaba con nadie. No saludaba a nadie. Y si uno lo miraba,
él se hacía el desentendido como si no conociera a la gente.
Fue entonces cuando mató a su cuñado, el de la mandolina. Al Nachito se le ocurrió ir a darle una
serenata, ya de noche, poquito después de las ocho y cuando las campanas todavía estaban
tocando el toque de Ánimas. Entonces se oyeron los gritos y la gente que estaba en la Iglesia
rezando el rosario salió a la carrera y allí los vieron: al Nachito defendiéndose patas arriba con la
mandolina y al Urbano mandándole un culatazo tras otro con el máuser, sin oír lo que le gritaba la
gente, rabioso, como perro del mal. Hasta que un fulano que no era ni de por aquí se desprendió
de la muchedumbre y fue y le quitó la carabina y le dio con ella en la espalda, doblándolo sobre la
banca del jardín donde se estuvo tendido.
Allí lo dejaron pasar la noche. Cuando amaneció se fue. Dicen que antes estuvo en el curato y que
hasta le pidió la bendición al padre cura, pero que él no se la dio.
Tú te debes acordar de él, pues fuimos compañeros de escuela y lo conociste como yo.
Pá gina 9
LECTURAS BREVES
Había una vez un viejo de 87 años llamado Labón. Toda su vida había sido un hombre callado y
tranquilo. Era muy pobre y muy feliz.
Cuando Labón descubrió que había ratones en su casa, no se molestó mucho, al principio. Pero los
ratones se multiplicaron. Empezaron a molestarlo. Los ratones siguieron multiplicándose hasta
que él no pudo soportarlo.
"Esto es demasiado", él se dijo. "Esto ya está yendo demasiado lejos". Salió de su casa y cojeó
hasta un almacén donde compró algunas trampas para ratones, un pedazo de queso y pegante.
Cuando llegó a la casa, le puso un poco de pegante a la parte de abajo de las trampas y las pegó al
techo. A continuación, las cebó cuidadosamente con los pedacitos de queso y las dejó listas para
dispararse.
Esa noche, cuando los ratones salieron de sus agujeros y vieron las trampas en el techo, pensaron
que era graciosísimo. Caminaron por el piso codeándose unos a otros y señalando hacia arriba con
sus patas delanteras, muertos de la risa. Después de todo, era muy tonto, eso de las trampas para
ratones en el techo.
La mañana siguiente, cuando Labón bajó y vio que no habían caído ratones en las trampas, sonrió
pero no dijo nada.
Cogió un asiento y le colocó pegante en las patas y lo pegó al techo patas arriba, cerca de las
trampas. Seguidamente, hizo lo mismo con la mesa, el televisor y la lámpara. Cogió todo lo que
había en el suelo y lo pegó patas arriba en el techo. Hasta puso un pequeño tapete allá arriba.
A la noche siguiente, cuando los ratones volvieron a salir de sus agujeros, todavía se reían y hacían
chistes por lo que habían visto la noche anterior.
Pero esta vez, cuando miraron al techo, de repente dejaron de reírse.
"Santa Pacha bendita" dijo uno. "¡Miren allá arriba! Allá está el suelo!"
"Santo cielo!" exclamó otro. "¡Debemos estar parados en el techo!"
"Me estoy empezando a sentir un poco mareado," dijo otro.
"Se me está viniendo toda la sangre a la cabeza," dijo otro más.
"¡Esto es terrible!" exclamó un ratón de mucha edad con largos bigotes.
"Esto es realmente terrible !Debemos hacer algo al respecto ya mismo!"
"Si sigo parado en la cabeza más tiempo, ¡me voy a desmayar!" gritó un ratoncito joven.
"¡Yo también!"
"¡No lo soporto!"
"Sálvennos !Alguien haga algo, rápido!"
Se estaban volviendo histéricos.
"Yo sé lo que podemos hacer" dijo el ratón más anciano. "Si nos paramos en la cabeza
quedaremos al derecho."
Pá gina 10
LECTURAS BREVES
Pá gina 11
LECTURAS BREVES
Imagínese usted un pueblo muy pequeño donde hay una señora vieja que tiene dos hijos, uno de
17 y una hija de 14. Está sirviéndoles el desayuno y tiene una expresión de preocupación. Los hijos
le preguntan qué le pasa y ella les responde:
-No sé, pero he amanecido con el presentimiento de que algo muy grave va a sucederle a este
pueblo.
Ellos se ríen de la madre. Dicen que esos son presentimientos de vieja, cosas que pasan. El hijo se
va a jugar al billar, y en el momento en que va a tirar una carambola sencillísima, el otro jugador le
dice:
Todos se ríen. Él se ríe. Tira la carambola y no la hace. Paga su peso y todos le preguntan qué pasó,
si era una carambola sencilla. Contesta:
-Es cierto, pero me ha quedado la preocupación de una cosa que me dijo mi madre esta mañana
sobre algo grave que va a suceder a este pueblo.
Todos se ríen de él, y el que se ha ganado su peso regresa a su casa, donde está con su mamá o
una nieta o en fin, cualquier pariente. Feliz con su peso, dice:
-Le gané este peso a Dámaso en la forma más sencilla porque es un tonto.
-Hombre, porque no pudo hacer una carambola sencillísima estorbado con la idea de que su
mamá amaneció hoy con la idea de que algo muy grave va a suceder en este pueblo.
-Véndame una libra de carne -y en el momento que se la están cortando, agrega-: Mejor véndame
dos, porque andan diciendo que algo grave va a pasar y lo mejor es estar preparado.
El carnicero despacha su carne y cuando llega otra señora a comprar una libra de carne, le dice:
-Lleve dos porque hasta aquí llega la gente diciendo que algo muy grave va a pasar, y se están
preparando y comprando cosas.
Pá gina 12
LECTURAS BREVES
Se lleva las cuatro libras; y para no hacer largo el cuento, diré que el carnicero en media hora
agota la carne, mata otra vaca, se vende toda y se va esparciendo el rumor. Llega el momento en
que todo el mundo, en el pueblo, está esperando que pase algo. Se paralizan las actividades y de
pronto, a las dos de la tarde, hace calor como siempre. Alguien dice:
(Tanto calor que es pueblo donde los músicos tenían instrumentos remendados con brea y
tocaban siempre a la sombra porque si tocaban al sol se les caían a pedazos.)
-Sin embargo -dice uno-, a esta hora nunca ha hecho tanto calor.
Llega un momento de tal tensión para los habitantes del pueblo, que todos están desesperados
por irse y no tienen el valor de hacerlo.
Agarra sus muebles, sus hijos, sus animales, los mete en una carreta y atraviesa la calle central
donde está el pobre pueblo viéndolo. Hasta el momento en que dicen:
Y empiezan a desmantelar literalmente el pueblo. Se llevan las cosas, los animales, todo.
Pá gina 13
LECTURAS BREVES
-Que no venga la desgracia a caer sobre lo que queda de nuestra casa -y entonces la incendia y
otros incendian también sus casas.
-Yo dije que algo muy grave iba a pasar, y me dijeron que estaba loca.
Pá gina 14
LECTURAS BREVES
AMNÉSICOS
LUIS PESCETTI
- ¿”Encuentro anual”?
- ¡Eso! (aprobó el orador aliviado y la sala estalló en un aplauso) ¡Muchas gracias por su
valiosa aportación!
- No, bueno es que estaba escrito acá… (Señaló el joven) en la… la…
- Mejor leo lo que preparé, para no hacerles perder tiempo (el presidente buscó en su
portafolio). No acá no está.
- Sí, claro (hurgó), ¡Uy, unas llaves que busqué la semana pasada! No, en éste no.
- ¿A ver? ¡Sí! Ya los tenía encima de la mesa (aplausos en la sala. Miró la hoja que decía:
“Por cualquier cosa: empezar acá”). Bien: El objetivo de este Cuarto Encuentro Nacional de
Amnésicos es compartir nuestras experiencias cotidianas para ayudarnos a superar los
escollos en los que tropezamos día a día. Lo declaro inaugurado, comencemos ya mismo
con las primeras ponencias.
Pá gina 15
LECTURAS BREVES
Otro aplauso recorrió la sala. Se fue acallando sin que nadie subiera al estrado. El
vicepresidente tomó el micrófono:
- … (silencio).
- Podemos pasar a un breve receso, pero acabamos de empezar y sería mejor que el invitado
para la primera conferencia pasara.
- Ése.
- ¿Cuál “ése”?
- ¿”Yo” decía?
- ¡Si ni hablé!
- ¿Y para qué?
- ¿A qué?
Pá gina 16
LECTURAS BREVES
Silencio incómodo de los participantes que evitaban ser escogidos. Uno alzó la mano y se
incorporó.
- Yo voy, pero aclaro que no sé bien a qué (se adelantó en medio de un aplauso).
Llegó hasta el escenario, se paró frente a todos, miró a los miembros de la mesa como
preguntándoles “¿Y ahora?”. El presidente le señaló el público. Se volteó, miró hacia el
salón, dudó un instante y luego se inclinó en un saludo. La sala rompió en otro aplauso, él
agradeció y bajó del estrado con la intención de regresar a su lugar; pero titubeó. El
presidente interpretó la situación y preguntó en el micrófono:
Tres personas levantaron la mano, señalando hacia un hueco entre ellos, y el participante
regresó a su asiento. Se aplacó la excitación de ese momento y regresó la inquietud de saber
qué seguiría después. Silencio. El Presidente retomó la palabra:
Uno levantó la mano, pasó al estrado, lo aplaudieron. Divertido por esa aceptación saludó
alzando ambos brazos, como si sacara músculos, la sala se rió, él saludó y regresó al lugar.
Pasó otro sin que el Presidente se viera en la necesidad de solicitarlo. Hubo aplausos y el
participante directamente hizo el gesto de mostrar sus músculos. Risas, aplausos. Luego
pasaron otro y otro. Cada uno dobló sus brazos, sacó pecho y adoptó posturas de
fisicoculturista. Subió otro participante y preguntó:
Respondió la audiencia y comenzaron a batir palmas al unísono. Este participante tenía una
prominente barriga y arrancó a bailar en broma, al ritmo de las palmas. Arrojó sus apuntes
al aire, buscó a los integrantes de la mesa, armó un trencito que hizo estallar de alegría a la
sala. Bajaron del estrado e invitaron a la sala a sumarse al tren. Formaron una hilera
enorme. Salieron del salón y del edificio. Ganaron la calle. Como era época de elecciones la
policía no se atrevió a dispersarlos. Los escoltaron pensando que querían dirigirse a la plaza
frente a la Casa de Gobierno. Ellos, a su vez, entendieron que los guiaban y se dejaron
llevar. Se agolparon debajo del balcón principal. El Presidente de la República estaba con
representantes de la prensa extranjera y salió al balcón, invitando a los fotógrafos a que lo
siguieran. Saludó con las manos, pero enseguida advirtió que varios de los manifestantes
hacían gestos como de sacar músculos. Interpretó que era una manera de pedirle que debía
ser fuerte. Sin dudarlo respondió con el mismo gesto, y pensó para sí que era verdad, el
propio pueblo le pedía que fuera fuerte. La gente rompió en aplausos y se unificaron en ese
gesto de sacar músculos. Los fotógrafos no perdieron esa oportunidad. El Presidente de la
República, atento a los flashes, redobló su postura de fuerza, con los brazos doblados y el
ceño serio y tenso.
Pá gina 17
LECTURAS BREVES
Esa imagen dio la vuelta al mundo. En los principales periódicos de Europa fue foto de
portada, así quedó la impresión de que éramos un país de bárbaros, de monos prontos a caer
en un período de violencia. Bajó el turismo, decayó la inversión extranjera y aumentaron
las tasas de interés para la deuda externa. Pero ya nadie recuerda eso.
Pá gina 18
LECTURAS BREVES
-¡Diles que no me maten, Justino! Anda, vete a decirles eso. Que por caridad. Así diles. Diles que lo
hagan por caridad.
-No puedo. Hay allí un sargento que no quiere oír hablar nada de ti.
-Haz que te oiga. Date tus mañas y dile que para sustos ya ha estado bueno. Dile que lo haga por
caridad de Dios.
-No se trata de sustos. Parece que te van a matar de a de veras. Y yo ya no quiero volver allá.
-No. No tengo ganas de eso, yo soy tu hijo. Y si voy mucho con ellos, acabarán por saber quién soy
y les dará por afusilarme a mí también. Es mejor dejar las cosas de este tamaño.
-Anda, Justino. Diles que tengan tantita lástima de mí. Nomás eso diles.
-No.
Justino se levantó de la pila de piedras en que estaba sentado y caminó hasta la puerta del corral.
Luego se dio vuelta para decir:
-Voy, pues. Pero si de perdida me afusilan a mí también, ¿quién cuidará de mi mujer y de los hijos?
-La Providencia, Justino. Ella se encargará de ellos. Ocúpate de ir allá y ver qué cosas haces por mí.
Eso es lo que urge.
Lo habían traído de madrugada. Y ahora era ya entrada la mañana y él seguía todavía allí,
amarrado a un horcón, esperando. No se podía estar quieto. Había hecho el intento de dormir un
rato para apaciguarse, pero el sueño se le había ido. También se le había ido el hambre. No tenía
ganas de nada. Sólo de vivir. Ahora que sabía bien a bien que lo iban a matar, le habían entrado
unas ganas tan grandes de vivir como sólo las puede sentir un recién resucitado. Quién le iba a
decir que volvería aquel asunto tan viejo, tan rancio, tan enterrado como creía que estaba. Aquel
asunto de cuando tuvo que matar a don Lupe. No nada más por nomás, como quisieron hacerle
ver los de Alima, sino porque tuvo sus razones. Él se acordaba:
Don Lupe Terreros, el dueño de la Puerta de Piedra, por más señas su compadre. Al que él,
Juvencio Nava, tuvo que matar por eso; por ser el dueño de la Puerta de Piedra y que, siendo
también su compadre, le negó el pasto para sus animales.
Pá gina 19
LECTURAS BREVES
Primero se aguantó por puro compromiso. Pero después, cuando la sequía, en que vio cómo se le
morían uno tras otro sus animales hostigados por el hambre y que su compadre don Lupe seguía
negándole la yerba de sus potreros, entonces fue cuando se puso a romper la cerca y a arrear la
bola de animales flacos hasta las paraneras para que se hartaran de comer. Y eso no le había
gustado a don Lupe, que mandó tapar otra vez la cerca para que él, Juvencio Nava, le volviera a
abrir otra vez el agujero. Así, de día se tapaba el agujero y de noche se volvía a abrir, mientras el
ganado estaba allí, siempre pegado a la cerca, siempre esperando; aquel ganado suyo que antes
nomás se vivía oliendo el pasto sin poder probarlo.
Y él y don Lupe alegaban y volvían a alegar sin llegar a ponerse de acuerdo. Hasta que una vez don
Lupe le dijo:
Y él contestó:
-Mire, don Lupe, yo no tengo la culpa de que los animales busquen su acomodo. Ellos son
inocentes. Ahí se lo haiga si me los mata.
"Esto pasó hace treinta y cinco años, por marzo, porque ya en abril andaba yo en el monte,
corriendo del exhorto. No me valieron ni las diez vacas que le di al juez, ni el embargo de mi casa
para pagarle la salida de la cárcel. Todavía después, se pagaron con lo que quedaba nomás por no
perseguirme, aunque de todos modos me perseguían. Por eso me vine a vivir junto con mi hijo a
este otro terrenito que yo tenía y que se nombra Palo de Venado. Y mi hijo creció y se casó con la
nuera Ignacia y tuvo ya ocho hijos. Así que la cosa ya va para viejo, y según eso debería estar
olvidada. Pero, según eso, no lo está.
"Yo entonces calculé que con unos cien pesos quedaba arreglado todo. El difunto don Lupe era
solo, solamente con su mujer y los dos muchachitos todavía de a gatas. Y la viuda pronto murió
también dizque de pena. Y a los muchachitos se los llevaron lejos, donde unos parientes. Así que,
por parte de ellos, no había que tener miedo.
"Pero los demás se atuvieron a que yo andaba exhortado y enjuiciado para asustarme y seguir
robándome. Cada vez que llegaba alguien al pueblo me avisaban:
"Y yo echaba pal monte, entreverándome entre los madroños y pasándome los días comiendo
verdolagas. A veces tenía que salir a la media noche, como si me fueran correteando los perros.
Eso duró toda la vida. No fue un año ni dos. Fue toda la vida."
Y ahora habían ido por él, cuando no esperaba ya a nadie, confiado en el olvido en que lo tenía la
gente; creyendo que al menos sus últimos días los pasaría tranquilos. "Al menos esto -pensó-
conseguiré con estar viejo. Me dejarán en paz".
Pá gina 20
LECTURAS BREVES
Se había dado a esta esperanza por entero. Por eso era que le costaba trabajo imaginar morir así,
de repente, a estas alturas de su vida, después de tanto pelear para librarse de la muerte; de
haberse pasado su mejor tiempo tirando de un lado para otro arrastrado por los sobresaltos y
cuando su cuerpo había acabado por ser un puro pellejo correoso curtido por los malos días en
que tuvo que andar escondiéndose de todos.
Por si acaso, ¿no había dejado hasta que se le fuera su mujer? Aquel día en que amaneció con la
nueva de que su mujer se le había ido, ni siquiera le pasó por la cabeza la intención de salir a
buscarla. Dejó que se fuera sin indagar para nada ni con quién ni para dónde, con tal de no bajar al
pueblo. Dejó que se le fuera como se le había ido todo lo demás, sin meter las manos. Ya lo único
que le quedaba para cuidar era la vida, y ésta la conservaría a como diera lugar. No podía dejar
que lo mataran. No podía. Mucho menos ahora.
Pero para eso lo habían traído de allá, de Palo de Venado. No necesitaron amarrarlo para que los
siguiera. Él anduvo solo, únicamente maniatado por el miedo. Ellos se dieron cuenta de que no
podía correr con aquel cuerpo viejo, con aquellas piernas flacas como sicuas secas, acalambradas
por el miedo de morir. Porque a eso iba. A morir. Se lo dijeron.
Desde entonces lo supo. Comenzó a sentir esa comezón en el estómago que le llegaba de pronto
siempre que veía de cerca la muerte y que le sacaba el ansia por los ojos, y que le hinchaba la boca
con aquellos buches de agua agria que tenía que tragarse sin querer. Y esa cosa que le hacía los
pies pesados mientras su cabeza se le ablandaba y el corazón le pegaba con todas sus fuerzas en
las costillas. No, no podía acostumbrarse a la idea de que lo mataran.
Tenía que haber alguna esperanza. En algún lugar podría aún quedar alguna esperanza. Tal vez
ellos se hubieran equivocado. Quizá buscaban a otro Juvencio Nava y no al Juvencio Nava que era
él.
Caminó entre aquellos hombres en silencio, con los brazos caídos. La madrugada era oscura, sin
estrellas. El viento soplaba despacio, se llevaba la tierra seca y traía más, llena de ese olor como de
orines que tiene el polvo de los caminos.
Sus ojos, que se habían apeñuscado con los años, venían viendo la tierra, aquí, debajo de sus pies,
a pesar de la oscuridad. Allí en la tierra estaba toda su vida. Sesenta años de vivir sobre de ella, de
encerrarla entre sus manos, de haberla probado como se prueba el sabor de la carne. Se vino largo
rato desmenuzándola con los ojos, saboreando cada pedazo como si fuera el último, sabiendo casi
que sería el último.
Luego, como queriendo decir algo, miraba a los hombres que iban junto a él. Iba a decirles que lo
soltaran, que lo dejaran que se fuera: "Yo no le he hecho daño a nadie, muchachos", iba a decirles,
pero se quedaba callado. "Más adelantito se los diré", pensaba. Y sólo los veía. Podía hasta
imaginar que eran sus amigos; pero no quería hacerlo. No lo eran. No sabía quiénes eran. Los veía
a su lado ladeándose y agachándose de vez en cuando para ver por dónde seguía el camino.
Los había visto por primera vez al pardear de la tarde, en esa hora desteñida en que todo parece
chamuscado. Habían atravesado los surcos pisando la milpa tierna. Y él había bajado a eso: a
decirles que allí estaba comenzando a crecer la milpa. Pero ellos no se detuvieron.
Pá gina 21
LECTURAS BREVES
Los había visto con tiempo. Siempre tuvo la suerte de ver con tiempo todo. Pudo haberse
escondido, caminar unas cuantas horas por el cerro mientras ellos se iban y después volver a
bajar. Al fin y al cabo la milpa no se lograría de ningún modo. Ya era tiempo de que hubieran
venido las aguas y las aguas no aparecían y la milpa comenzaba a marchitarse. No tardaría en estar
seca del todo.
Así que ni valía la pena de haber bajado; haberse metido entre aquellos hombres como en un
agujero, para ya no volver a salir.
Y ahora seguía junto a ellos, aguantándose las ganas de decirles que lo soltaran. No les veía la cara;
sólo veía los bultos que se repegaban o se separaban de él. De manera que cuando se puso a
hablar, no supo si lo habían oído. Dijo:
-Yo nunca le he hecho daño a nadie -eso dijo. Pero nada cambió. Ninguno de los bultos pareció
darse cuenta. Las caras no se volvieron a verlo. Siguieron igual, como si hubieran venido dormidos.
Entonces pensó que no tenía nada más que decir, que tendría que buscar la esperanza en algún
otro lado. Dejó caer otra vez los brazos y entró en las primeras casas del pueblo en medio de
aquellos cuatro hombres oscurecidos por el color negro de la noche.
Se habían detenido delante del boquete de la puerta. Él, con el sombrero en la mano, por respeto,
esperando ver salir a alguien. Pero sólo salió la voz:
-Pregúntale que si ha vivido alguna vez en Alima -volvió a decir la voz de allá adentro.
-¡Ey, tú! ¿Que si has habitado en Alima? -repitió la pregunta el sargento que estaba frente a él.
-Sí. Dile al coronel que de allá mismo soy. Y que allí he vivido hasta hace poco.
-Ya sé que murió -dijo-. Y siguió hablando como si platicara con alguien allá, al otro lado de la
pared de carrizos:
Pá gina 22
LECTURAS BREVES
-Guadalupe Terreros era mi padre. Cuando crecí y lo busqué me dijeron que estaba muerto. Es
algo difícil crecer sabiendo que la cosa de donde podemos agarrarnos para enraizar está muerta.
Con nosotros, eso pasó.
"Luego supe que lo habían matado a machetazos, clavándole después una pica de buey en el
estómago. Me contaron que duró más de dos días perdido y que, cuando lo encontraron tirado en
un arroyo, todavía estaba agonizando y pidiendo el encargo de que le cuidaran a su familia.
"Esto, con el tiempo, parece olvidarse. Uno trata de olvidarlo. Lo que no se olvida es llegar a saber
que el que hizo aquello está aún vivo, alimentando su alma podrida con la ilusión de la vida eterna.
No podría perdonar a ése, aunque no lo conozco; pero el hecho de que se haya puesto en el lugar
donde yo sé que está, me da ánimos para acabar con él. No puedo perdonarle que siga viviendo.
No debía haber nacido nunca".
Desde acá, desde fuera, se oyó bien claro cuando dijo. Después ordenó:
-¡Mírame, coronel! -pidió él-. Ya no valgo nada. No tardaré en morirme solito, derrengado de viejo.
¡No me mates...!
Estaba allí, como si lo hubieran golpeado, sacudiendo su sombrero contra la tierra. Gritando.
-Amárrenlo y denle algo de beber hasta que se emborrache para que no le duelan los tiros.
Ahora, por fin, se había apaciguado. Estaba allí arrinconado al pie del horcón. Había venido su hijo
Justino y su hijo Justino se había ido y había vuelto y ahora otra vez venía.
Lo echó encima del burro. Lo apretaló bien apretado al aparejo para que no se fuese a caer por el
camino. Le metió su cabeza dentro de un costal para que no diera mala impresión. Y luego le hizo
pelos al burro y se fueron, arrebiatados, de prisa, para llegar a Palo de Venado todavía con tiempo
para arreglar el velorio del difunto.
-Tu nuera y los nietos te extrañarán -iba diciéndole-. Te mirarán a la cara y creerán que no eres tú.
Se les afigurará que te ha comido el coyote cuando te vean con esa cara tan llena de boquetes por
tanto tiro de gracia como te dieron.
Pá gina 23
LECTURAS BREVES
EL CHISTE
LUIS PESCETTI
- Sí, claro.
- De acuerdo.
- Entiendo.
- Sí, bien. Venía alguien por una gran avenida, conduciendo en sentido opuesto…
- Un peligro.
- Curioso.
- Bien, este conductor imprudente enciende la radio de su automóvil y oye que un locutor,
sumamente exaltado…
- … Alterado.
- … exacto, alerta sobre que, precisamente en esa avenida, venía un coche a contramano,
entonces el conductor exclama: -uno no, son miles, y ahí la persona que me contó el chiste
se rió mucho hasta que vio que lo miraba con sorpresa.
- Ajá.
Pá gina 24
LECTURAS BREVES
- ¿La gracia?
- ¿Cuál era?
- ¿Podría repetirla?
- Ajá.
- Sí.
- Caramba.
- ¿No recuerda si le dijo uno no, son cuatrocientos cincuenta y nueve… o alguna otra cifra?
- Podemos confirmarlo, tengo su tarjeta. ¿Me permite que haga una llamada?
- (llama, espera, atienden)… Buenas noches, mire, soy el señor Moc, la persona a la que
esta tarde usted le contó un chiste y acá, con mi amigo el señor Poc, tenemos una duda…
Ah, entiendo… Estaba durmiendo… Mire, en realidad es una pregunta muy simple, no
necesita despertarse del todo. ¿Cuántos eran los que iban en sentido contrrario? … ¡Oh!
- ¿Qué pasó?
- O la pregunta.
Pá gina 25
LECTURAS BREVES
- ¿Le parece?
- No estaba seguro de la respuesta y eso lo puso violento, lo cual es una manera cobarde y
poco social de pretender ocultar la ignorancia.
- Sin embargo esta tarde se mostró muy seguro del final, me lo repitió varias veces.
- Entonces vuelva a llamarle y dígale que no se trata de que lo estemos examinando, sino
sólo de confirmar nuestro dato.
- (llama, espera, atienden) … Buenas noches, soy el señor Moc, quien le acaba de hablar
hace un momento… Ah, me recuerda; mire, decíamos con mi amigo que no debe sentir que
dudamos de la cifra… ¡Oh!
- ¿Nuevamente?
- (llama, espera, atienden) ¡Deténgase! ¡No tome esas pastillas! ¡Puede poner en peligro su
vida y acá mi amigo le da su palabra de que no hará ninguna denuncia… ¡Oh!
- ¡Cortó!
- Sí.
-…
Pá gina 26
LECTURAS BREVES
-…
- Llevemos herramientas por si hay que romper una puerta o una ventana.
Pá gina 27
LECTURAS BREVES
LUIS PESCETTI
Pablo, el que hacía caca en un establo, le dijo a Inés, la que hacía la caca al revés, si quería
jugar con él y con Rubén, que hacía caca en un tren. Inés estaba con Sofía, la que hacía
caca todo el día, y le contestó que no. Pablo, el de la caca para el diablo, se enojó.
Justo pasaba por ahí, la maestra Teresa que hacía caca con frambuesa, y le dijo:
Pablo, el que hace caca cuando le hablo, no le digas así a Inés, la de la caca de pez. Mejor
vete a jugar con Luis, el de la caca y el pis, o con Gustavo, el de la caca por centavo.
Pablo le contestó:
Señorita Teresa, que hace caca con destreza, lo que pasa es que ellas, las que hacen caca tan
bella, nunca quieren jugar con nosotros, que hacemos caca con otros. Las invitamos y no
quieren y a nuestra caca la hieren.
La maestra Teresa, que hacía caca en una mesa, miró con mucho cariño a Pablo, el que
hacía caca en un vocablo, y le preguntó:
¡Ay tesoro, el que hace caca de loro! ¿No será que estás enamorado de ellas, que hacen
caca con estrellas?
Justo llegaba Tomás, al que la cada das, y cuando oyó eso le dijo a la señorita, que hacia
caca tan finita:
Es verdad maestra, la que la caca le cuesta, él está muy enamorado de Sofía, la de la caca
en las vías…
Y Pablo, que no estaba enamorado sino muy enamoradísimo, se puso colorado de enojo y
les contestó:
¡No es cierto! ¡Y tú, Tomás tomalosa, que hace la caca en Formosa, tú gustas de Inés, que
hace caca cuando no la vez!
¡Mentiroso! ¡Mira, Pablo pableta, que hace caca en bicicleta, mejor te callas!
La señorita Teresa, que tenía caca en la cabeza, los miró y les dijo:
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LECTURAS BREVES
Pablo Pablito, caca de pajarito, y Tomás Tomasito, caca de perrito, ustedes son amigos y no
tienen que pelearse ni por la caca enojarse. Por ahora vayan a jugar entre ustedes, que ya va
a llegar el día en que esas niñas, con la caca en trensiñas, los buscarán para jugar.
SOPA DE CLAVO
CUENTO CHECO
Érase una vez un hombre hambriento y helado de frío que avanzaba con paso cansino por un
camino polvoriento. El aire se le colaba por los jirones del abrigo y le hacía tiritar. Hundió las
manos en los bolsillos, en busca de una moneda, pero lo único que encontró fue un gran clavo
oxidado.
Al llegar al pueblo, llamó a la puerta de la primera casa que encontró, pero nadie le abría. Volvió
a llamar, esta vez más fuerte. Por fin oyó el girar de una llave en la cerradura y el descorrer de
cerrojos. Se abrió un poco la puerta y por una rendija se asomó una anciana con cara de pocos
amigos.
“Buenas tardes, señora,” saludó el hombre, “¿no tendrá algo de comer para un pobre caminante
muerto de hambre y frío?” La vieja abrió un poco más la puerta. “Aquí no hay comida,” refunfuñó,
“pero entre un momento a calentarse si quiere.”
El hombre entró y se acomodó al calor del fuego, seguido por la anciana, que se sentó frente a él
sin decir palabra. Transcurrido un rato, el hombre sacó el gran clavo oxidado del bolsillo, lo limpió
en el abrigo y se lo fue pasando de una mano a otra. Al ver que la anciana le observaba, dijo, “Ayer
tomé la mejor sopa que he probado en mi vida, y la preparé únicamente con este viejo clavo.”
“¡Qué disparate! No se puede hacer sopa con un clavo,” cacareó la vieja. “Si quiere que se lo
demuestre,” contestó el hombre, “ponga a hervir una olla con agua.” Refunfuñado, la anciana
puso un gran puchero de agua en el hornillo. Cuando rompió a hervir, el hombre echó el clavo. Al
cabo de diez minutos, pidió una cuchara y probó el agua.
“Deliciosa,” dijo, “pero creo que le vendría bien un poco de sal y pimienta, si tiene.” Cuando la
vieja abrió la alacena, el hombre confirmó sus sospechas: los estantes estaban repletos de
provisiones. Echó al puchero la sal y la pimienta, y volvió a probar el agua. “No está mal,” dijo,
“ahora sólo falta añadirle una cebolla y quedará estupenda.”
La anciana se apresuró a traer la cebolla; la peló, la cortó y la echó al puchero. El hombre
removió el caldo y lo probó de nuevo. “No está mal,” dijo pensativo, “pero quizá le hagan falta
unas zanahorias y un poco de carne, si hay.”
La vieja volvió a salir y trajo las zanahorias y el trozo de carne. El hombre lo añadió todo al
puchero y siguió removiendo. “Eso sí,” comentó, “a esta sopa le vendrían de maravillla unas
patatas…,” y la vieja trajo las patatas, peladas y cortadas en pedacitos. El hombre las echó a la olla
y se sentó junto al fuego. “Ya casi está,” dijo. “¿A que huele bien?”
La vieja, esbozando una sonrisa, puso la mesa con un mantel y su mejor vajilla. El hombre sirvió
la sopa en dos grandes cuencos y se sentó a la mesa junto a la anciana. Cuando ya iba a meter la
cuchara en la sopa, se detuvo.
Pá gina 29
LECTURAS BREVES
“Ha sido usted tan amable, que ojalá pudiera ofrecerle un poco de vino con la sopa,” dijo. “Creo
que tengo una botella por algún lado,” replicó la anciana, y volvió al instante con el vino y dos
vasos. Mientras tomaban la sopa y bebían el vino, charlaron y charlaron sin parar. La anciana trajo
una hogaza de pan crujiente, queso, fruta y un gran pastel. Intercambiaron historias, se rieron
mucho y pasaron una velada estupenda. La anciana no recordaba haberse divertido tanto en su
vida.
Cuando habían comido hasta saciarse y les empezaba a entrar sueño, la anciana dijo, “Se está
haciendo tarde. Le prepararé la habitación de los invitados; allí estará cómodo y bien caliente.” El
hombre le dio las gracias, y cuando la mujer salió del cuarto, pescó el clavo del fondo del puchero,
lo limpió y se lo echó al bolsillo.
A la mañana siguiente, el hombre volvió a dar las gracias a la anciana. “Quién me iba a decir que
se pudiera hacer una sopa tan buena con sólo un viejo clavo,” dijo la mujer.
El hombre sonrió. “Lo importante es lo que le añade cada uno,” dijo en voz baja. A continuación,
se palpó el bolsillo para comprobar que el clavo seguía allí. “Quizá me haga falta de nuevo esta
noche,” se dijo para sí mientras se alejaba por el camino.
Pá gina 30
LECTURAS BREVES
No hace mucho tiempo paseaba por la ciudad un hombre que llevaba puesta sobre su cabeza
una gorra de color marrón. Al llegar a la estación de ferrocarril, el hombre se metió en el
vestíbulo y se detuvo a contemplar a la gente que entraba y salía cargada con sus maletas, sus
bolsas y sus carteras. En esas estaba cuando, de pronto, exclamó con voz alta:
-¡Vaya, vaya!
A continuación abandonó la estación precipitadamente y siguió paseando.
Poco después, el hombre de la gorra marrón llegó a un paso subterráneo. Observó
detenidamente la entrada del túnel y se introdujo en él caminando por una acera estrecha, que
estaba separada de la calzada por una pequeña valla. Y cuando se encontraba en medio del
túnel, se detuvo a ver cómo los coches pasaban a toda velocidad en una y otra dirección. Poco
después gritó:
-¡Vaya, vaya!
Inmediatamente el hombre continuó su camino mientras el eco de sus palabras se confundía con
el rumor de los coches.
A la salida del túnel había un edificio muy alto con grandes ventanales oscuros. Tenía todas las
ventanas cerradas y desde fuera no podía verse lo que la gente hacía en el interior puesto que los
cristales hacían el efecto de un espejo en el que se reflejaban el cielo y las nubes. El hombre de la
gorra marrón se detuvo frente al edificio y esperó a ver si alguien abría alguna de aquellas
ventanas. Pasó el tiempo y las ventanas permanecían cerradas. Entonces nuestro hombre dijo
casi gritando:
-¡Vaya, vaya!
Y volvió a esperar a que ocurriera algo.
Cuando vio que todas las ventanas continuaban cerradas a cal y canto, gritó de nuevo, y esta vez
con mucha más fuerza:
-¡Vaya, vaya!
Y tras esto, continuó satisfecho su camino. Pasado un rato, el hombre de la gorra marrón llegó a
un parque muy bonito en el que había un pequeño lago. La gente paseaba plácidamente por la
orilla y se sentaba de vez en cuando en unos bancos pintados de rojo a contemplar cómo
paseaban los demás. También había muchas madres y abuelos que empujaban sillitas de bebé,
ancianas que echaban miguitas de pan a las palomas, niños que corrían hacia ellas para asustarlas
y verlas salir volando, gente de todas las edades que corría, saltaba y hacía deporte... Y, a la
orilla del lago, había un empedrado donde se habían sentado parejas de enamorados y grupos
de jóvenes que tocaban la guitarra.
Justo en el centro de aquel parque se alzaba una escultura en la que se representaba a un joven
desnudo y frente a él un ave de rapiña. El joven señalaba con su mano derecha al ave y elevaba
la otra mano hacia el cielo.
El hombre de la gorra marrón se detuvo ante aquella estatua. Luego miró en derredor y estuvo
contemplando un buen rato a la gente. Y, de repente, volvió a gritar a pleno pulmón:
Pá gina 31
LECTURAS BREVES
-¡Vaya, vaya!
Algunas personas que paseaban por el parque se pararon curiosas y se quedaron esperando a ver
si aquel hombre decía o hacía algo más. Pero él se limitó a emprender de nuevo su camino sin
añadir ni media palabra.
Y andando, andando, el hombre de la gorra marrón llegó a un gran edificio gris que estaba
situado en una amplia avenida. Delante del edificio había muchos coches de policía aparcados. El
hombrecillo se detuvo ante la puerta y gritó en tono decidido:
-¡Vaya, vaya!
Al instante salieron precipitadamente de aquel edificio algunos policías, arrestaron al hombre de
la gorra marrón y le introdujeron en la comisaría. Allí le cachearon para ver si llevaba armas y
le interrogaron a fondo. Después de comprobar que el hombre de la gorra marrón no pretendía
nada malo, le sacaron de la comisaría y le dijeron:
-A nosotros no nos hace ninguna gracia que usted vaya gritando por todas partes "¡Vaya, vaya!".
Pero como no hay ninguna ley escrita que prohíba decir por la calle "¡Vaya, vaya!", tenemos que
dejarlo en libertad.
Y ¿sabéis lo que en aquel mismo momento respondió el hombre de la gorra marrón?
Sí, exactamente eso.
Pá gina 32
LECTURAS BREVES
Una raya rayada, cansada de sentirse raya, soñaba con ser círculo.
Se sabía tan recta, sin sorpresa, tan sin chiste, que decidió salirse de su espacio dispuesta a correr
riesgos e investigar la receta.
Por la planicie de una hoja se encontró con una escuadra.
—Hola, raya —le dijo ésta.
—Hola —respondió sorprendida. — ¿Quién eres? Te ves diferente.
—Me llamo ángulo. Me parece que somos algo así como parientes. ¿A dónde vas?
—Me gustaría aprender a ser círculo. ¿Podrías enseñarme tú?
—A ser círculo no, pero si quieres, puedes ser ángulo.
—Suena interesante. ¿Qué debo hacer?
—Es muy fácil, únicamente debes doblarte a la mitad, así.
— ¡Oye! Se siente bien ser escuadra, esto es más emocionante que ser simplemente raya.
—Y esto no es todo —dijo el ángulo entusiasmado. —Si tienes 90 grados, te llamarás ángulo recto.
Si son más, serás obtuso. Y menos de estos grados, ángulo agudo. ¿Ves qué divertido?
— ¡Oh sí! —respondió la raya cambiando de grados para formar distintos ángulos.
Un día se cansó de ser obtusa, recta, aguda y decidió que mejor retornaba a su posición inicial de
raya para continuar su camino.
El ángulo le recomendó visitar a su primo el triángulo, tal vez él sabría...
El triángulo resultó un personaje muy divertido.
La raya lo encontró produciendo música con un palito, en una orquesta.
— ¡Tú has de ser la raya que quiere ser círculo! El ángulo me echó un grito que vendrías. Si tú
quieres, yo podría enseñarte a ser triángulo, incluso a tocar en una orquesta, pero me temo que
no sé nada de círculos.
La raya lo escuchaba fascinada, moviendo sin pestañear sus rayados ojos. El triángulo vibraba de
entusiasmo y vida.
—Si aprendiste a ser ángulo, sabrás que yo tengo tres. Divide tu raya en tres secciones, la primera
y la segunda en ángulo agudo, la tercera la unimos con la primera. Puedes ser isósceles, si tus
lados son más largos que tu base; equilátero, si los tres son iguales.
La raya sudaba grados para atinar con las indicaciones.
— ¡Muy bien! —aplaudió el maestro. —Ahora ya sabemos que puedes ser un verdadero triángulo.
La raya se sintió satisfecha... por un tiempo; después de éste, decidió que ser triángulo no era
suficiente.
El triángulo le sugirió visitar al cuadrado. A este señor lo encontró muy ocupado, pero después de
leer la carta de presentación, aceptó ayudarla.
Pá gina 33
LECTURAS BREVES
—Si pudiste convertirte en triángulo, no veo por qué no puedas hacerlo en cuadrado. Ahora, en
vez de tres, te dividirás en cuatro partes iguales. La primera la doblas para arriba y la segunda la
dejas abajo; ¡eso! Ahora tienes un ángulo recto. La tercera para arriba nuevamente, en escuadra.
Ahora tienes dos, la cuarta parte la unes a la primera. Ahora tienes cuatro ángulos rectos de 90
grados.
— ¿Ves que fácil es? Si estiras el ángulo de arriba y el de abajo, te puedes convertir en rombo.
La raya dócilmente seguía todas las instrucciones de su cuadrado maestro.
Después de lograr su objetivo decidió:
—Te agradezco, cuadrado, todas tus explicaciones, pero ¿sabes?, a mí me gustaría ser círculo y no
sé que hacer.
—No es tan difícil como piensas —respondió el cuadrado.
— ¿No lo es?
—Después de haber sido ángulo, triángulo y cuadrado, eres más ágil y flexible. No creo que tengas
problema. Tal vez si tu cabeza toca tus pies... Pero ¡no! ¿Qué digo? La ciencia es algo serio -tosió.
La raya se despidió con los ojitos brillantes.
En su camino se topó con una naranja. Fue tan de repente, que la raya enmudeció por la emoción.
—Hola —dijo la naranja. — ¿Te sucede algo?
La raya parpadeó al sentirse descubierta.
—Eres tan hermosa...
(Si tu cabeza toca tus pies... recordaba).
—Gracias —respondió la naranja con un airecito de flor de azahar.
—Te he buscado tanto y ahora que te encuentro...
— ¿Puedo hacer algo por ti? —preguntó la naranja ruborizándose de anaranjado.
—No sé... no sé cómo decirlo —balbuceó la raya muerta de vergüenza.
—Anda, no tengas pena.
—Bueno —la miró de reojo. — ¿Me permites abrazarte?
— ¿Abrazarme? —preguntó sorprendida la naranja.
—Sí —respondió la raya zigzagueando por la emoción.
—Con tu abrazo yo podré tomar forma. El contacto contigo me permitirá ser lo que siempre he
anhelado: ¡círculo! Sin ti seré únicamente una raya más, sin gracia, sin chiste.
—Vaya —respondió la naranja— me alegro mucho de poderte ser útil.
La raya comenzó a alargarse hasta formar una media luna. "Si pudiera crecer un poco más", rezaba
la raya. La naranja, quietecita, le echaba porras en silencio. "Si tu cabeza toca tus pies, pondrías el
mundo al revés".
La raya, transformada por el abrazo en círculo, se despidió agradecidísima de la naranja dando
maromas. Ésta, emocionada, soltó una lágrima de jugo de naranja.
Pá gina 34
LECTURAS BREVES
Como círculo, descubrió la redondez del mundo, brincó de arriba abajo sintiéndose pelota, globo,
sol, pompa de jabón, envolvió a un huevo y se convirtió en círculo ovalado, pero fue hasta que
abrazó una estrella, cuando se dio cuenta de lo maravilloso que era ser raya.
"Yo que me pensaba tan plana, tan insignificante, tan sin chiste… tengo todas las posibilidades del
universo: si lo deseo, puedo ser triángulo y participar en una orquesta, puedo ser una caja, un sol o
una estrella, puedo incluso jugar a ser garabato ¡Se vale equivocarse! o puedo ser tan larga como
una carretera. Entre todas las formas y bellezas, he descubierto que soy la más divertida, porque
puedo convertirme en lo que yo quiera".
Hay muchas maneras de hablar de las rayas y los puntos. Fíjate que una vez unos niños y niñas
cantaban algo que decía:
Era una paloma,
punto y coma,
que dejó su nido,
punto y seguido,
para ir al parque,
punto y aparte…
Pá gina 35
LECTURAS BREVES
RESPONSABILIDAD
SAMUEL VALERO
Yo, tu amigo Ordenador, no puedo ser responsable. Soy una máquina que actúa ciegamente. Si
alguna vez te fallo, no me hagas responsable. No tengo conciencia de mis actos. Quiero decir que
ni pienso las decisiones ni soy libre para elegirlas ni para ejecutarlas.
Tú, si. Y porque eres libre e inteligente, puedes progresar en la virtud de la "responsabilidad".
¿Quieres saber por qué?
Primero quiero explicarte qué es responsabilidad.
Una persona es responsable, cuando carga con las consecuencias de sus propios actos. Cuando
responde de las decisiones que toma personalmente o de las que acepta venidas de otros.
Responsable es el que se compromete, hasta las últimas consecuencias, con las decisiones de su
libertad.
Es usar la libertad pensando de antemano lo que pueda sobrevenir. Es pensar antes de actuar y
atenerse a lo que suceda. Es responder de los propios actos.
Todo esto se puede resumir en estas palabras:
"Pensar" antes de actuar.
"Prever" las consecuencias.
"Decidir" libremente.
"Comprometerse" con lo decidido.
"Responder".
La responsabilidad modera las fluctuaciones de la libertad. La persona responsable decide
teniendo en cuenta el deber; la irresponsable, en cambio, decide a impulsos de lo que le apetece o
le disgusta. El primero usa la cabeza; el segundo los instintos.
El responsable da respuesta de sus actos. ¿Ante quién?
Ante su propia conciencia. Ante sus padres, hermanos, amigos, compañeros. Ante su profesor.
Ante las autoridades. Ante la sociedad. Ante Dios, si es creyente. Según cada caso.
Ya tienes las ideas claras; pero ¿quieres educarte en la responsabilidad?
Ejercítate frecuentemente en:
* Pensar, antes de actuar, las consecuencias.
* Consultar las decisiones a tomar con quien debes.
* Pedir consejo a las personas competentes.
* Cumplir los encargos y dar cuenta de ellos.
* No culpar a los demás de lo que tú has hecho mal.
* Ser valiente para reconocer tus fallos ante quien debes.
* Rectificar inmediatamente los actos mal hechos.
Pá gina 36
LECTURAS BREVES
Pá gina 37
LECTURAS BREVES
Pá gina 38
LECTURAS BREVES
EL MAL CORRE
(Tomado del libro: “El Emperador de la China y otros cuentos”)
MARCO DENEVI
Aparentemente sin ninguna razón (salvo la cadena al cuello durante todo el día y uno que
otro latigazo) una noche el perro dijo: -¡Se acabó!
Y se metamorfoseó en lobo.
Al ver a un animal salvaje entre sus tiernas flores, el jardín, contagiado, o quizá para
defenderse del lobo se transformó en una selva.
El lobo relamiéndose, pensaba: “Ahora verá ese déspota, ese fanfarrón, ese hombre. Lo
esperará aquí y cuánto asomé le clavaré los dientes”.
Al amanecer oyó pasos y se preparó para el ataque. Pero quién apareció fue el orangután.
TODO A SU TIEMPO
(Tomado del libro: “El Emperador de la China y otros cuentos”)
MARCO DENEVI
A las exequias del león concurrieron devotamente todos los animales. Todos, hasta los caracoles.
Pero los caracoles llegaron los últimos.
-¿Para qué tanta prisa? –decían en el camino a quienes marchaban más rápidamente que
ellos.
Cuando por fin llegaron, hicieron muchos aspavientos, se echaron a llorar, repartieron
pésames a diestra y siniestra, preguntaban a todo el mundo cómo había ocurrido aquella terrible
desgracia.
Hasta que el león, de un feroz zarpazo los hizo papilla.
-No tolero aguafiestas en la ceremonia de mi coronación – dijo el nuevo rey de la selva.
EL ENGAÑO
MARCIAL FERNÁNDEZ
La conoció en un bar y en el hotel le arrancó la blusa provocativa, la falda entallada, los zapatos de
tacón alto, las medias de seda, los ligueros, las pulseras y los collares, el corsé, el maquillaje, y al
quitarle los lentes negros se quedó completamente solo.
Pá gina 39
LECTURAS BREVES
AMISTAD
LEONARDO CASTELLANI
Pá gina 40
LECTURAS BREVES
UN CUENTO DE HADAS
MARCO DENEVI
Pá gina 41
LECTURAS BREVES
EL BURRO Y LA FLAUTA
AUGUSTO MONTERROSO
Tirada en el campo estaba desde hacía tiempo una Flauta que ya nadie tocaba, hasta que un día
un Burro que paseaba por allí resopló fuerte sobre ella haciéndole producir el sonido más dulce de
su vida, es decir, de la vida del Burro y de la Flauta.
Incapaces de comprender lo que había pasado, pues la racionalidad no era su fuerte y ambos
creían en la racionalidad, se separaron presurosos, avergonzados de lo mejor que el uno y el otro
habían hecho durante su triste existencia.
Los dos niños se escabulleron y uno de ellos agarró una piedrita azul que brillaba. Después de
flotar un rato, penetraron en la nave.
El niño acercó al oído la piedrita y escuchó el rugido de un tigre.
- ¿Oyes el mar? – preguntó el otro.
- No. El mar se derramó.
Cuando la gran nave se alejaba en el espacio, el planeta Tierra había desaparecido de su sistema
solar.
Estaba en el bolsillo de un niño oriundo del enorme planeta Agat.
Pá gina 42
LECTURAS BREVES
En estado salvaje era verde y no cantaba. Domesticado, preso en una jaula, se ha vuelto amarillo y
gorjea como una soprano.
Que alguien atribuya esos cambios a la melancolía del encierro y a la nostalgia de la libertad…
¡Mentira!
Yo sé que el muy cobarde antes era verde y mudo para que no lo descubrieran entre el follaje y
ahora es amarillo para confundirse con las paredes y los barrotes de oro de la jaula. Y canta
porque así se conquista la simpatía cómplice del patrón.
Lo sé yo, el Gato.
LOS LOBOS
MARCO DENEVI
EL GESTO DE LA MUERTE
JEAN COCTEAU
Pá gina 43
LECTURAS BREVES
PELAJES
ARTHUR GARCÍA NUÑEZ
LA MADRE
ÁLVARO YUNQUE
LA CIENCIA
ÁLVARO YUNQUE
El lobo al perro:
- Yo ladro como tú, y, sin embargo, el hombre a mí me persigue y a ti te alimenta.
El perro al lobo:
- Pero, ¿olvidas que yo, además de ladrar, sé lamer la mano?
LA PUNTA DE LA MADEJA
GUSTAVO MASSO
Cuando ella descubrió su primera cana quiso arrancarla de un tirón, pero como el odioso pelo
blanco se prolongaba, jaló y jaló, mientras su cuerpo se destejía, hasta que sólo quedó una niña,
llorando asustada.
Había una ves con zeta tres serditos con ce que bibían con ve muy serca con ce uno del hotro sin
hache. El priméro sin acento tenia con acento su caza con ese echa con hache de paga con jota. El
segúndo también sin acento la abía con hache hecho de madera falta una coma o punto seguido Y
el tersero con ce la abia le falta la hache y el acento hecho de ladriyos con elle. Adibinen con ve,
cuando bino también con ve el lobo feros con zeta: cuál falta signo de pregunta de todos se salbó
con ve? El de la casa de ladriyos con elle, porque hera sin hache la mas falta acento recistente con
Pá gina 44
LECTURAS BREVES
ese. Moralega con jota ahí pueden ir dos puntos si uno es trabagador con jota y se esfuersa con
zeta la bida con ve lo recompenzará con ese con creses con ce.
El cuervo subido a un árbol estaba, no con un queso según dice la fábula clásica, sí con un
sangriento pedazo de carne en el corvo pico. Llegó el zorro. El olor lo hizo levantar la cabeza, vio al
cuervo banqueteándose, y rompió a hablar:
-¡Oh, hermoso cuervo! ¡Qué plumaje el tuyo! ¡Qué lustre! ¿No cantas, cuervo? ¡Si tu voz es tan
bella como tu reluciente plumaje, serás el más magnífico de los pájaros! ¡Canta, hermoso cuervo!
El cuervo se apresuró a tragar la carne, y dijo al zorro:
- He leído a La Fontaine.
EL MALTRATADO
ARTHUR GARCÍA NUÑEZ
Licinio Arboleya estaba de mensual en las casas del viejo Críspulo Menchaca. Y tanto para un
fregado como para un barrido.
Diez pesos por mes y mantenido. Pero la mantención era, por semana, seis marlos 1 de choclo2 y
dos galletas. Los días de fiesta patria le daban el choclo sin usar y medio chorizo.
Y tenía que acarrear agua, ordeñar, bañar ovejas, envenenar cueros, cortar leña, matar
comadrejas, hacer las camas, darle de comer a los chanchos, carnear y otro mundo de cosas.
Un día Licinio se encontró en el callejón de los Lópeces con Estefanío Arguña y se le quejó del mal
trato que el viejo Críspulo le daba. Entonces, Estefanío le dijo: “¿Y qui' hacés que no lo plantás? Si
te trata ansí, plantálo. Yo que vos, lo plantaba...
Esa tarde, no bien estuvo de vuelta en las casas, Licinio - animado por el consejo del amigo - agarró
una pala, hizo un pozo, plantó al viejo, le puso una estaca al lado, lo ató para que quedara derecho
y lo regó.
A la mañana siguiente, cuando fue a verlo, se lo habían comido las hormigas.
1
Espiga desgranada del maíz (glosario de jergas y modismos de Argentina)
2
Mazorca tierna de maíz (glosario de jergas y modismos de Argentina)
Pá gina 45
LECTURAS BREVES
LA OVEJA NEGRA
AUGUSTO MONTERROSO
LOS MOSQUITOS
EDUARDO GALEANO
Muchos eran los muertos en el pueblo de los nookta. En cada muerto había un agujero por donde
le habían robado la sangre.
El asesino, un niño que mataba desde antes de aprender a caminar, recibió su sentencia riendo a
las carcajadas. Lo atravesaron las lanzas y él, riendo, se las desprendió del cuerpo como espinas.
- Yo les enseñaré a matarme- dijo el niño.
Indicó a sus verdugos que armaran una gran fogata y que lo arrojaran dentro.
Sus cenizas se esparcieron por los aires, ansiosas de daño, y así se echaron a volar los primeros
mosquitos.
Con hábiles y primorosos plegados hacía pajaritas de papel, y a solas, en la intimidad de su cuarto,
les enseñaba a volar. Una tarde de otoño, un fuerte viento abrió la ventana, y en la ráfaga propicia
escaparon en bandada todas las pajaritas. Desengañado y dolorido, el hombre dobló muy delgado
y largo su más fino papel, y con él se atravesó el corazón.
REENCUENTRO
LUIS FAYAD
La mujer le dejó saber con la mirada que quería decirle algo. Leoncio accedió, y cuando ella se
apeó del bus, él hizo lo mismo. La siguió a corta distancia, y luego de algunas cuadras la mujer se
volvió. Sostenía con mano firme una pistola. Leoncio reconoció entonces a la mujer ultrajada en
un sueño y descubrió en sus ojos la venganza.
- Todo fue un sueño - le dijo. - En un sueño nada tiene importancia.
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LECTURAS BREVES
LA OBRA MAESTRA
ÁLVARO YUNQUE
El mono cogió un tronco de árbol, lo subió hasta el más alto pico de una sierra, lo dejó allí, y
cuando bajó al llano, explicó a los demás animales:
- ¿Ven aquello que está allá? ¡Es una estatua, una obra maestra! La hice yo.
Y los animales, mirando aquello que veían allí en lo alto, sin distinguir bien qué fuere, comenzaron
a repetir que aquello era una obra maestra. Y todos admiraron al mono como a un gran artista.
Todos menos el cóndor, porque el cóndor era el único que podía volar hasta el pico de la sierra y
ver que aquello sólo era un viejo tronco de árbol. Dijo a muchos lo que había visto; pero ninguno
creyó al cóndor, porque es natural en el ser que camina no creer al que vuela.
PARÁBOLA
HENRY MILLER
El discípulo hace llegar al sabio que vive perdido en el bosque un pedido para ir a verlo. Y el sabio
le responde: "Claro, venga... venga a verme". Sólo que el camino es muy largo. Sin embargo, el
discípulo sale. El camino está constantemente sembrado de obstáculos y, seguramente, es el
maestro el que los coloca.
Pero el discípulo llega al final: supera todos los obstáculos y se presenta ante el maestro. Entonces,
ambos se encuentran como iguales, como pares. Porque lo que importa, en definitiva, no es el
maestro, sino el camino.
Sintió cierta voluptuosidad ante la supercomputadora. Por fin su empeño y los muchos dólares
invertidos tendrían recompensa. Antes de llegar allí había consultado a parapsicólogos y
hechiceros, gurúes y nigromantes, rabinos y espiritistas, obispos y magos... Y hasta realizado
algunas donaciones a los psicoanalistas, por las dudas.
Pero ninguna había sabido responderle. Ahora, ante el aparato, volvía a sentirse poderoso. Casi
tanto como cuando, en los años sesenta, pisaba bate en mano el campo de juego. Bastó una orden
suya y el programador hizo tragar a la máquina varias preguntas: ¨ ¿Se juega béisbol en el más
allá? ¿Se realizan campeonatos? ¿Son muchos los equipos?”. La computadora las masticó durante
algunos segundos y, perezosa, sólo vomitó tres "sí" y una línea de texto a modo de cierre: "El
preguntón debuta el domingo en Las ánimas de San Diego."
Pá gina 47
LECTURAS BREVES
EL HOGAR
RABINDRANATH TAGORE
Iba yo lentamente por el camino de los campos, cuando el sol caído guardaba en el ocaso como un
avariento, su último oro. La luz se hundía en la sombra, más honda cada vez, y la tierra viuda,
segadas ya sus mieses, yacía silenciosa.
De pronto sonó por el cielo la aguda voz de un niño que cruzaba invisible la oscuridad, dejando el
hilo de su canción suspenso en la hora callada. Su hogar lo estaría esperando al fin del llano seco,
tras los cañaverales, al amparo de los plátanos, de las finas arenas, de los cocoteros y los
verdinegros panes.
Me detuve un momento en mi solitario caminar, a la luz de las estrellas. La tierra profunda se
extendía ante mí, abrazando una infinidad de hogares con cunas y camas, con corazones de madre
y lámparas encendidas, con vidas jóvenes, alegres de esa alegría que no sabe lo que vale para el
mundo.
POLEMISTAS
LUIS M. ANTUÑANO
EL MUNDO
EDUARDO GALEANO
Un hombre del pueblo de Neguá, en la costa de Colombia, pudo subir al alto cielo.
A la vuelta contó que había contemplado, desde allá arriba, la vida humana. Y dijo que éramos un
mar de fueguitos.
- El mundo es eso - reveló. - Un montón de gente, un mar de fueguitos. Cada persona brilla con luz
propia entre todas las demás.
No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay
gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco, que llena el aire de
chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con
tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca se enciende.
Pá gina 48
LECTURAS BREVES
Pá gina 49