Rudolf Von Ihering-La Lucha Por El Derecho
Rudolf Von Ihering-La Lucha Por El Derecho
Rudolf Von Ihering-La Lucha Por El Derecho
Indice
Primera edición cibernética, septiembre del 2003
Presentación
La obra que aquí publicamos, La lucha por el derecho, corresponde al
texto de una conferencia pronunciada en la Universidad de Viena en el
año de 1872 por el, en ese entonces, destacadísimo jurista romanista
alemán, Rudolf von Ihering.
Tenemos entonces que la lucha por el derecho no es, en suma, otra cosa
que la lucha por mí derecho o por nuestro derecho, no por abstracciones.
Esperamos que quien lea esta edición virtual asimile la invitación hecha
por Ihering a la reflexión sobre el gran valor que tiene la autoestima tanto
en el desarrollo de los individuos, como en el de los grupos sociales, las
comunidades y las sociedades.
Prefacio (*)
En la primavera de 1872 di una conferencia en la Sociedad Juridica de
Viena, y en el verano del mismo año, en forma esencialmente ampliada y
con vistas a un público mayor de lectores, vió la luz bajo el titulo La lucha
por el derecho. El propósito que me guió en la elaboración y publicación
del escrito, era originariamente menos teórico que ético-práctico, dirigido
menos al conocimiento cientifico del derecho que a estimular aquella
convicción de la que éste debe tomar su última fuerza: la de la actuación
valerosa y firme del sentimiento del derecho.
En 1875:
En 1879:
En 1881:
En 1883:
En 1885:
En 1886:
En 1890:
Lo segundo que deseo es esto, que aquellos que desean seriamente tener
una concepción clara de mi teoría, hagan por su parte, el ensayo de
oponer a las fórmulas positivas del comportamiento práctico que
desarrollo, otras fórmulas positivas; se percatarán entonces pronto a
dónde llegan. ¿Qué debe hacer el que tiene el derecho cuando su derecho
es pisoteado? Me habrá derrotado el que pueda presentar una respuesta
consistente diversa de la mía, es decir compatible con la existencia del
orden juridico y con la idea de la personalidad; el que no pueda hacerlo,
sólo tiene la elección de ponerse de mi parte o contentarse con aquella
falta de carácter que constituye el signo característico de todos los
espíritus obscuros en los que sólo se llega al descontento y a la
negación, pero no a la opinión propia. En los problemas puramente
científicos se puede ser modestos, refutar simplemente el error, aun
cuando no se esté en condición de poner en su lugar la verdad positiva,
pero en los problemas prácticos, donde es evidente que es preciso obrar,
y donde sólo importa cómo se debe obrar, no basta rechazar como
inexacta la indicación positiva dada por alguien, sino que es preciso
reemplazarla por otra. Si esto ha ocurrido en relación con la dada por mí,
hasta ahora no se ha hecho el más leve comienzo para ello.
Sólo sobre un punto accesorio, que no tiene nada que ver con mi teoría
como tal, se me permitirán al final algunas palabras, pues es contradicho
por aquéllos con los que por lo demás me declaro de acuerdo. Es mi
afirmación sobre la injusticia cometida con Shylock.
Notas
(1) Kant, Metaphysische Anfangsgründd der tugendlehre, 2a. ed. Kreuznach, 1800, pág.
133.
(2) Acto III, 3. ANTONIO: El dux no puede detener el curso del derecho. Pues en el acto
IV, el dux dice: Me apena por ti. Antonio: ... porque ningún medio legal puede salvarme
de su odio. PORCIA: ... que la ley de Venecia no puede ampararte. No puede ser.
Ninguna autoridad en Venecia puede cambiar una ley válida.- El contenido y la letra de la
ley están en pleno acuerdo con la expiación reconocida como válida en el recibo.- Una
libra de esta carne de mercader es tuya. La corte lo reconoce, y el derecho lo autoriza.-
Así, pues, el principio jurídico a consecuencia del cual el recibo tiene plena validez, el
jus in thesi, no sólo es reconocido como innegable plenamente por el consenso general,
sino que la sentencia, el jus in hypothesi, ha sido dictada ya, para ser luego frustrada
por el juez mismo con perfidia ruín -el jurista diría: en la instancia de ejecución. ¡Lo
mismo podría un juez condenar al deudor al pago y en la instancia de ejecución imponer
al acreedor que saque el dinero con las manos de un alto horno, o si el deudor fuese un
tejador, que lo reciba de la punta de la torre, o si fuese un buzo, del fondo del mar, ya
que no se había convenido nada en el recibo de la deuda sobre el lugar del pago!
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1
La finalidad del derecho es la paz, el medio para ello es la lucha. En tanto
que el derecho tenga que estar preparado contra el ataque por parte de la
injusticia -y esto durará mientras exista el mundo- no le será ahorrada la
lucha. La vida del derecho es lucha, una lucha de los pueblos, del poder
del Estado, de los estamentos o clases, de los individuos .
Esta es la visión del origen del derecho con que yo mismo he dejado en
su tiempo la universidad, y bajo cuya influencia he estado todavía
muchos años. ¿Tiene visos de verdad? Hay que confesar que también el
derecho, lo mismo que el lenguaje, conoce un desarrollo orgánico, para
decirlo con, la expresión usual, desde dentro hacia fuera, no intencional e
inconsciente. A ella pertenecen aquellos principios jurídicos que se
sedimentan poco a poco en la relación desde la concertación autonómica
regular de los negocios jurídicos, así como todas aquellas abstracciones,
corolarios, reglas, que la ciencia descubre por vías analíticas desde los
derechos existentes y lleva a la conciencia. Pero el poder de esos dos
factores, la relación y la ciencia, es limitado, puede regular el movimiento
dentro de los carriles existentes, estimularlo, pero no puede hacer los
diques que se oponen a que la corriente tome una nueva dirección. Esto
sólo puede hacerlo la ley, es decir, la acción intencional, dirigida a ese
objetivo del poder del Estado y no es por eso un azar, sino una necesidad
hondamente cimentada en la esencia del derecho, que todas las reformas
profundas del procedimiento y del derecho positivo surgen de leyes.
Ahora bien, una alteración que la ley impone al derecho existente, puede
limitar su influencia posiblemente a lo último, a la esfera de lo abstracto,
sin extender sus efectos al dominio de las relaciones concretas que se
han formado en base al derecho hasta aquí -una mera alteración del
mecanismo del derecho, en el que un tornillo inservible o un rodillo es
suplantado por otro más perfecto. Pero muy a menudo están las cosas de
tal modo que la alteración se puede alcanzar sólo al precio de una
intervención extremadamente viva en los derechos e intereses privados
existentes. Se han ligado en el curso del tiempo con el derecho existente
los intereses de millares de individuos y de estamentos enteros de tal
modo que no se puede suprimir sin lesionar a los últimos de la manera
14
(Fausto).
Notas
(1) Una cita de mi Geist des romischen rechts II, I § 27 (4ª ed., pág. 70).
(2) Llevada hasta la caricatura por Stahl, en el pasaje citado de uno de sus discursos en
la Cámara, en mi Geist des Römischen rechts, II, 1 § 25, nota 14.
17
2
Vuelvo a la lucha por el derecho subjetivo o concreto. Es provocada por
su lesión o privación. Como ningún derecho, sea el de los individuos, o el
de los pueblos, está protegido contra ese peligro -pues frente al interés
de los que tienen derecho a su sostenimiento está siempre el de otros en
su violación- resulta que esa lucha se repite en todas las esferas del
derecho: en las concreciones del derecho privado tanto como en las
alturas del derecho político y del derecho de gentes. La afirmación del
derecho de gentes del derecho lesionado en forma de guerra -la
resistencia de un pueblo en forma de rebelión, de levantamiento, de
revolución contra actos arbitrarios, anticonstitucionales por parte del
poder del Estado-, la realización turbulenta del derecho privado en la
forma de la llamada ley de Lynch, el derecho del puño y de desafío de la
Edad Media y su última supervivencia en los tiempos actuales: el duelo -la
autodefensa en la forma de la defensa en caso de necesidad urgente-, y
finalmente la naturaleza regulada de su validación en forma de litigio civil-
todas son, a pesar de la diversidad del objeto de la disputa y de la
intervención personal, de las formas y dimensiones de la lucha, formas y
escenas de una y misma lucha por el derecho. Cuando de todas esas
formas extraigo la más moderada: la lucha legal por el derecho privado en
la forma de litigio, no ocurre porque es la que más me afecta como jurista,
sino porque es expuesta allí la verdadera situación, más que en otra
parte, al peligro del desconocimiento, lo mismo por parte de los juristas
que de los profanos. En todos los demás casos se manifiesta lo mismo
abiertamente y con plena claridad. Que en ellos se trata de bienes que
compensan la suprema dedicación, lo comprende también la razón más
obtusa, y nadie promoverá aquí la pregunta: ¿por qué luchar, por qué no
ceder? Pero en aquella lucha de derecho privado la cosa es
completamente distinta. La insignificancia relativa de los intereses en
torno a los cuales gira regularmente el problema de lo mío y lo tuyo, la
prosa indestructible que se aferra a ese problema, lo señala, según
parece, exclusivamente en la región del cálculo sobrio y la consideración
de la vida, y las formas en que se mueve, lo mecánico de las mismas, la
exclusión de toda manifestación libre, vigorosa de la persona es poco
adecuada para debilitar la impresión desfavorable. Ciertamente hubo
también para él una época en que la persona misma era llamada a la lid, y
en que incluso llegaba así claramente a manifestarse la verdadera
significación de la lucha. Cuando todavía decidía la espada la disputa en
torno a lo mío y lo tuyo, cuando el caballero medieval enviaba al
adversario la carta de desafío, también el no participante podía ser
llevado al presentimiento que en esa lucha no sólo se trataba del valor de
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3
La lucha por el derecho es un deber del afectado en su derecho para
consigo mismo. La afirmación de la propia existencia es la ley suprema
de toda la creación animada; se manifiesta en toda creatura en el instinto
de la autoconservación. Pero para el hombre no se trata sólo de la vida
física, sino también de una existencIa moral, y una de las condiciones de
la misma es la afirmación del derecho. En el derecho posee y defiende el
ser humano su condición moral de existencia, sin el derecho desciende al
nivel del animal (1); los romanos consideraban consecuentemente a los
esclavos, desde el punto de vista del derecho abstracto, en un nivel con
los animales. La afirmación del derecho es por tanto, un deber de la
autoconservación moral; su abandono total, hoy imposible, pero en otro
tiempo posible, es un suicidio moral. Pero el derecho es sólo la suma de
sus elementos particulares, cada uno de los cuales contiene una
condición moral o física característica de existencia (2): la propiedad tanto
como el matrimonio, el contrato tanto como el honor, una renuncia a uno
de ellos es, por tanto, tan imposible jurídicamente como una renuncia al
derecho entero. Pero es posible el ataque de alguien a una de esas
esperas, y el sujeto tiene el deber de rechazar ese ataque. Pues no basta
la mera garantía abstracta de esas condiciones de vida por parte del
derecho, sino que tienen que ser sostenidas concretamente por el sujeto;
pero la ocasión para ello lo da la arbitrariedad cuando se atreve a
atacarlas.
Notas
(1) En la novela Michel Kolhhaas de Henrich von Kleist, sobre la cual volveré más
adelante, el poeta hace decir a su héroe: ¡Es preferible ser un perro si he de ser
pisoteado, y no un hombre.
(2) La demostración la he dado en mi obra sobre El fin del derecho (Tomo 1, pág, 434 y
sigts., segunda edición pág. 433 y sigts.), y en consecuencia he definido el derecho
como garantía de las condiciones de la vida de la sociedad realizado en la forma de
coacción por el poder del Estado.
(3) El pasaje anterior habría debido protegerme contra la suposición de que predico
siempre la lucha por el derecho, sin tener en cuenta el conflicto provocado. Sólo donde
la persona misma es pisoteada en su derecho, he declarado la afirmación del derecho,
una autoafirmación de la persona y con ello una cosa de honor y un deber moral. Si se
ignora esa diferencia tan agudamente acentuada por mí y se me quiere atribuir la opinión
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absurda de que la disputa y la querella es algo hermoso, y la manía litigante una virtud,
no me queda para su explicación más que la alternativa que la admisión de una
deshonestidad, que desfigura una opinión incomóda para poderla refutar, a una
liviandad en la lectura que, cuando avanza en el libro, ha olvidado lo que leyó antes.
(4) Citado por mí ampliamente en Zweck im Recht, Vol. 2, págs. 302-30 (2a. ed. págs. 304-
306).
4
El objeto de mi última manifestación no consistía sólo en comprobar el
hecho simple que el sentimiento del derecho se manifiesta en una
sensibilidad distinta según la diversidad del estamento o de la profesión,
midiendo el carácter sensible de una lesión del derecho según el cartabón
de los intereses de la clase; sino que ese hecho mismo debía servirme
para poner en su luz verdadera una verdad de significación
incomparablemente mayor, es decir, el precepto que todo afectado en su
derecho defiende sus condiciones éticas de vida. Pues la circunstancia
que la mayor excitabilidad del sentimiento del derecho en los tres
mencionados estamentos se manifiesta justamente en los puntos en que
hemos reconocido las condiciones particulares de vida de los mismos,
nos muestra que la reacción del sentimiento jurídico no es determinado
como una emoción habitual simplemente por los factores individuales del
temperamento y del carácter, sino que en ello coopera simultáneamente
un factor social: el sentimiento de la ineludibilidad de ese elemento
jurídico determinado para el objetivo particular de vida de ese estamento.
El grado de energía con que entra en actividad el sentimiento jurídico
contra una lesión del derecho, es a mis ojos un cartabón más seguro del
grado de vigor con que un individuo, clase o pueblo siente la
significación del derecho, tanto del derecho en general como de un
elemento singular, para sí y sus objetivos especiales de vida. Este
principio tiene para mí una verdad muy general, aplicable tanto al derecho
público como al privado. La misma irritabilidad que manifiestan los
diversos estamentos en relación con una lesión de todos aquellos
componentes jurídicos que forman de modo sobresaliente el fundamento
de su existencia, se repite también en los diversos Estados en relación
con aquellas instituciones en las que parece realizado su principio
característico de existencia. El termómetro de su irritabilidad y con ello
del valor que atribuyen a esas instituciones, es el derecho penal. La
sorprendente diversidad que prevalece en las legislaciones penales en
relación con la benignidad o severidad, tiene su razón en gran parte en el
anterior punto de vista de las condiciones de existencia. Todo Estado
castiga más severamente los delitos que amenazan su principio particular
de vida, mientras que en los demás muestra no raramente una benignidad
que contrasta de modo llamativo. La teocracia hace de la blasfemia y de la
idolatría un delito castigable con la muerte, mientras que en el traslado de
límites no verá más que una simple contravención (derecho mosaico). El
Estado que practica la agricultura, en cambio, castigará lo último con
todo el furor, mientras que el blasfemo tendrá el castigo más benigno
(derecho de la antigua Roma). El Estado comercial pondrá en primer lugar
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Esta conexión del derecho con la persona confiere a todos los derechos,
de cualquier especie que sean, aquel valor inconmensurable que califico
de valor ideal en oposición al valor puramente substancial que tienen
desde el punto de vista del interés. De ahí procede aquella abnegación y
energía en la afirmación del derecho que he descrito más arriba. Esta
interpretación ideal del derecho no constituye el privilegio de naturalezas
altamente dotadas, sino que es tan accesible al más tosco como al más
ilustrado, al más rico como al más pobre, a los pueblos salvajes
primitivos como a las naciones más civilizadas, y justamente en eso se
manifiesta cómo ese idealismo está fundado en la esencia más íntima del
derecho -no es más que la salud del sentimiento del derecho. Así el
mismo derecho, que aparentemente señala a los humanos
exclusivamente la baja región del egoísmo y del cálculo, lo ensalza por su
parte nuevamente a una altura ideal, donde olvida toda sutileza y cálculo,
que aprendió allí, y la medida del provecho, según la cual suele medirlo
todo por lo general, para entregarse pura y enteramente a una idea. Prosa
en la región de lo puramente objetivo, el derecho se convierte en poesía
en la esfera de lo personal, en la lucha por el derecho para el propósito de
la afirmación de la personalidad -la lucha por el derecho es la poesía del
carácter.
Notas
(1) El experto sabe que con las observaciones anteriores he utilizado solamenta las
ideas que ha reconocido el primero y constituyen el mérito inmortal de Montesquieu, El
espíritu de las leyes.
(2) Una contribución interesante sobre ello la efrecen nuestras pequeñas ciudades
universitarias alemanas, que viven preferentemente de los estudiantes; el estado de
ánimo y las costumbres de los últimos en relación con el modo como gastan el dinero,
se comuncan involuntariamente también a la población civil.
5
Tengo que renunciar a desarrollar aquí este tema tan interesante como
fecundo de la patología del sentimiento del derecho, pero me serán
permitidas algunas reflexiones.
interés y las consecuencias de ese modo de obrar suyo van por tanto
mucho más allá de su persona. El interés general que resulta de ello, no
es sólo el ideal, que afirma la autoridad y majestad de la ley, sino que es
muy real, altamente práctico, sensible para cada uno y que comprende
todo el que no posee la menor comprensión para lo primero, es decir que
es asegurado y mantenido el orden firme de la vida de relación en la que
cada cual está por su parte interesado. Cuando el amo no se atreve ya a
reprender a los criados, el acreedor no hace embargar los bienes del
deudor, el público comprador no se interesa por el peso exacto y el
mantenimiento de los precios, no sólo es puesto en peligro de ese modo
la autoridad ideal de la ley, sino que abandonará el orden real de la vida
civil, y es difícil decir hasta dónde se pueden extender las consecuencias
perjudiciales de ello, si por ejemplo no será afectado del modo más
sensible todo el sistema del crédito, pues donde tengo que imaginar
querella y disputa para imponer mi buen derecho, si puedo encontrar de
algún modo el medio para eludir ese camino, mi capital emigra de la patria
al extranjero, mis artículos de necesidad los importo de fuera en lugar de
consumir los nativos.
¡No necesito llamar la atención sobre cómo por esa interpretación mía es
ennoblecida la función del individuo en relación con la revalidación de su
derecho. Póne en lugar de la conducta meramente receptiva frente a la
ley, puramente unilateral, enseñada por nuestra teoría hasta aquí, una
relación de reciprocidad, en la cual el afectado devuelve a la ley el
servicio que de la ley recibe. Es la colaboración en una gran tarea
nacional, para la cual le reconoce su función. Si él mismo lo interpreta así,
es del todo indiferente. Pues ésta es lo grande y lo sublime en el orden
moral mundial, que no sólo puede contar con los servicios de aquéllos
que la comprenden, sino que posee bastantes medios eficaces para atraer
a la colaboración también a aquéllos a quienes escapa la comprensión de
sus mandatos, sin ellos saberlo y quererlo. Para llevar a los seres
humanos al matrimonio, pone en movimiento en unos el más noble de
todos los instintos humanos, el amor, en el otro el crudo placer sensual,
en el tercero la comodidad, en el cuarto la codicia -pero todos estos
motivos conducen al matrimonio. Así también en la lucha por el derecho,
al uno puede llevarlo al lugar del combate el interés desnudo, al otro el
dolor por la lesión jurídica perpetrada, al tercero el sentimiento del deber
o la idea del derecho como tal -todos se extienden la mano para la obra
común, para la lucha contra la arbitrariedad.
Notas
(1) Ruego que no se olvide en esto que la conferencia de la que surgió el escrito, ha sido
pronunciada en Viena, donde era más fácil la anterior comparación del inglés con el
austriaco. Esto fue por algunos sectores visto con disgusto y mal interpretado. En lugar
de comprender que sólo el más cálido interés para el pueblo austriaco hermano, sólo el
deseo de contribuir con mi grano de arena a que se fortaleciese en él el sentimiento del
derecho, ha puesto aquellas palabras en mi pluma, se me ha atribuido una actitud
inamistosa, de la que nadie está más distante que yo, y para la que durante los cuatro
años que he vivido como profesor en la Universidad de Viena, se me ha dado tan poca
oportunidad que, al contrario, me despedi de ahi con el sentimiento de la más profunda
gratitud. Vivo la convicción de que el motivo que me ha llevado a la manifestación hecha,
y el estado de ánimo de que ha surgido, será cada vez más justamente apreciada por
parte de mis lectores austriacos.
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6
Hemos alcanzado aquí el punto culminante ideal de la lucha por el
derecho. Ascendiendo desde los bajos motivos del interés nos hemos
elevado hasta el punto de vista de la autoconservación moral de la
persona y hemos llegado finalmente a la colaboración del individuo en la
realización de la idea del derecho en interés de la comunidad. En mi
derecho es agraviado el derecho y negado, es defendido, afirmado y
restablecido. ¡Qué alto significado adquiere así la lucha del sujeto por su
derecho! ¡Qué profundamente bajo la altura de ese interés ideal, en tanto
que general, en el derecho, está la esfera de lo puramente individual, la
región de los intereses personales, objetivos, pasiones, en los que el
inexperto ve los únicos resortes de la disputa por el derecho!
Pero esta altura, puede decir alguno, es tan elevada que sólo es
perceptible para los filósofos del derecho; nadie realiza un litigio por la
idea del derecho. Para refutar esta afirmación podría remitir al derecho
romano, en el cual la efectividad de ese sentido ideal llegó a su más clara
expresión en la institución de las quejas populares (1), pero seríamos
injustos con el presente si quisiéramos rehusarle ese sentido ideal. Lo
posee todo el que a la vista de la violación del derecho por la
arbitrariedad siente indignación, cólera moral. Pues mientras se mezcla al
sentimiento que provoca la lesión sufrida por el derecho un motivo
egoísta, aquél sentimiento tiene exclusivamente su razón en el poder
moral de la idea de derecho sobre el alma humana; es la protesta de la
naturaleza moral vigorosa contra el atentado al derecho, el más hermoso
y elevado testimonio que puede ofrecer de sí mismo el sentimiento del
derecho -un proceso moral tan atractivo y fecundo para la consideración
de los psicólogos como para la imaginación del poeta. Que yo sepa no
hay ningún efecto que pueda provocar tan repentinamente una
transformación tan violenta en el ser humano, pues es sabido que
justamente las naturalezas más apacibles y conciliadoras pueden ser
puestas por él en un estado de pasión que les es completamente extraño
en otras circunstancias una prueba de que han sido alcanzados en lo más
noble de su ser, en la médula más íntima. Es el fenómeno de la tempestad
en el mundo moral: sublime, mayestática en sus formas por lo repentino,
lo inmediato, por la violencia de su explosión, por el dominio de la fuerza
moral elemental, ciclónica que lo olvida todo y lo derriba todo ante sí; y
nuevamente conciliador y ennoblecedor al mismo tiempo por sus
impulsos y sus efectos -una purificación moral del aire tanto para el
37
Ahora bien, ese sentido ideal del derecho del hombre, que siente el
ataque y el escarnio contra la idea del derecho más vivamente que la
lesión personal y defiende sin ningún interés propio el derecho oprimido
como si fuese propio -ese idealismo puede constituir el privilegio de
naturalezas de noble disposición. Pero también el frío sentimiento del
derecho, desprovisto de todo impulso ideal, que en la injusticia sólo se
siente a sí mismo, tiene plena comprensión para aquella relación
señalada por mí entre el derecho concreto y la ley, que he resumido antes
en la frase: mi derecho es el derecho, en aquél es simultáneamente
lesionado y defendido éste. Suena paradójico y sin embargo es verdad
que justamente para los juristas no es muy corriente este modo de
interpretación. Según su concepción, la ley no es afectada en la disputa
por el derecho concreto; no es la ley abstracta en tomo a la cual gira la
disputa, sino su encarnación en figura de ese derecho concreto, en cierto
modo un daguerrotipo del mismo, en el que se ha fijado, pero en el que no
es directamente alcanzada ella misma. Admito la necesidad técnico-
jurídica de esta interpretación, pero esta concesión no debe impedirnos
reconocer la justificación del modo de ver contrapuesto, que pone la ley
en una misma línea con el derecho concreto y en consecuencia ve en un
peligro para el último como un peligro para la primera. Para el sentimiento
ingenuo del derecho, la última manera de ver está incomparablemente
más cerca que la primera. La mejor prueba de ello la da la expresión que
ha conservado tanto la lengua latina como el alemán. En un proceso entre
nosotros el acusador apela a la ley, el romano llamaba a la queja legis
actio. La ley misma es puesta en litigio, hay una disputa por la ley, que
debe ser decidida en el caso singular -una interpretación que es de la más
alta importancia en especial para la comprensión del litigio romano
antiguo (2). A la luz de esta representación es, por tanto, una lucha por la
ley, se trata en la disputa no sólo del interés del sujeto, de una relación
individual en la que la ley se ha encarnado, un daguerrotipo, como lo
llamé, en el que ha sido captado un rayo de luz fugitivo de la ley y ha sido
fijado, y que se puede quebrar y destruir sin herir a la ley misma, sino que
la ley misma es despreciada, pisoteada; la ley, si no ha de ser juego vano
y mera frase, tiene que afirmarse -con el derecho del agraviado se
derrumba también la ley.
Que este modo de ver, que quiero designar brevemente como solidaridad
de la ley con el derecho concreto, capta y reproduce en su razón más
profunda la relación de ambos, la he expuesto más arriba. Pero por
decirlo así no está de ningún modo tan honda y oculta que no sea
comprensible para el egoísmo craso, inaccesible a toda interpretación
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superior; incluso tiene la vista más aguda para ella, pues corresponde a
su ventaja atraer al Estado como aliado de su disputa. Y de ese modo él
mismo, sin saberlo y sin quererlo, es elevado sobre sí mismo y sobre su
derecho a aquella altura en que el afectado se convierte en representante
de la ley. La verdad sigue siendo verdad, aun cuando el sujeto sólo la
reconozca y defienda desde el estrecho punto de vista de su interés
propio. El odio y el ansia de venganza son los que llevan a Shylock ante el
tribunal para cortar su libra de carne del cuerpo de Antonio, pero las
palabras que el poeta le hace decir, son en sus labios tan verídicas como
en los de cualquier otro. Es el lenguaje que el sentimiento del derecho
herido hablará siempre en todos los lugares y en todos los tiempos; la
fuerza, la inflexibilidad de la convicción de que el derecho tiene que ser
siempre derecho; el vuelo y la pasión de un hombre que es consciente de
que en la cosa por la cual combate no sólo se trata de su persona, sino de
la ley. La libra de carne, le hace decir Shakespeare,
Notas
(1) Para aquellos de mis lectores que no han estudiado derecho, advierto que esas
quejas (Acciones populares) daban ocasión a todo el que quería para presentarse como
defensor de la ley y perseguir al transgresor de la misma, y ello no sólo en los casos en
que se trataba de intereses del público entero, como por ejemplo la perturbación, la
puesta en peligro de un pasaje público, sino también allí donde una persona privada que
no podia defenderse a sí misma eficazmente, había sido objeto de una injusticia, como
por ejemplo la explotación de un menor en un asunto de derecho, la infidelidad del tutor
contra el pupilo, la obtención de intereses usurarios; sobre èstos y otros casos, ver mi
Geist des romischen rechts, III, Abth. 1, ed. 3, pág. 111 y sigts. Aquellas quejas contenían
pues una incitación al sentido ideal, que defiende el derecho simplemente por el derecho
sin ningún interés propio; algunas de ellas apelaban también al motivo ordinario de la
avaricia, poniendo en perspectiva al acusador la pena pecuniaria a obtener del acusado,
pero incluso por eso recae sobre ellas o mejor sobre su empleo profesional la misma
mancha que entre nosotros sobre las denuncias con el fin de obtener las
compensaciones de delatores. Si menciono que la mayor parte de la anterior categoría
segunda ya han desaparecido en el derecho romano posterior, pero que las primeras
han desaparecido en nuestro derecho actual, todos aquellos lectores míos saben qué
conclusión deben extraer: la supresión de las hipótesis del sentido egoista en que
estaban calculadas.
(2) Citada por mí en mi Geist des romischen rechts, II, 2, pág. 47.
(3) Justamente en eso descansa a mis ojos el alto interés trágico que tiene para nosotros
Shylock. En realidad ha sido engañado en su derecho. Así al menos tiene que ver la
cosa el jurista. El poeta naturalmente está libre para hacer su propia jurisprudencia, y no
queremos deplorar que Shakespeare lo haya hecho aquí o más justamente que haya
conservado inalterada la vieja fábula. Pero si el jurista quiere someterla a una crítica, no
puede decir sino lo siguiente: el titulo no tenía valor porque contenía algo inmoral; el
juez habría debido rechazarlo de antemano por este motivo. Pero si no lo hizo, si déjaba
al sabio Daniel darle validez no obstante, fue una mísera triquiñuela, un subterfugio
deplorable, rehusar al hombre, al que ya se había reconocido el derecho a cortar del
cuerpo viviente una libra de carne, que lo hiciera vertiendo la sangre necesariamente
asociada. De igual modo un juez podría reconocer el derecho de una servidumbre en una
finca ajena, pero prohibiéndole dejar en ella las huellas de sus pasos, porque esto no
42
había sido establecido en la concesión. Casi se podría creer que la historia de Shylock
se ha desarrollado ya en la antigua Roma; pues los autores de las doce tablas
consideraron necesario, en relación con el desgarramiento del deudor (in partes secare)
por parte del acreedor, advertir expresamente que debían tener la mano libre en cuanto a
la magnitud de los trozos (si plus minusve secuerint, sine fraude esto!) -Sobre los
ataques que ha experimentado la opinión sostenida en el texto, ver el prefacio.
(4) Las siguientes citas son tomadas de la edición de Tieck de los escritos completos del
poeta, Berlín, 1826, vol. 3.
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He llegado aquí al fin de mis consideraciones sobre la lucha del individuo
por su derecho. Lo hemos seguido en la escala de los motivos que la
producen, desde las más inferiores del mero cálculo de intereses
ascendiendo hasta la más ideal de la afirmación de la personalidad y sus
condiciones éticas de vida, para llegar finalmente al punto de vista de la
realización de la idea de la justicia -la más elevada cima, desde la cual un
paso en falso derriba al delincuente por causa del sentimiento lesionado
del derecho en el abismo de la ilegalidad.
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Podría terminar aquí mi escrito, pues mi tema está agotado. Pero el lector
me permitirá que llame su atención todavía sobre un problema que está
estrechamente vinculado al objeto del escrito, es esto: ¿en qué medida
nuestro derecho actual o mejor dicho el actual derecho romano común,
sobre el único que me atrevo a emitir un juicio, corresponde a las
exigencias desarrolladas en lo expuesto hasta aquí? No vacilo en negar
con toda decisión que haya relación alguna. Está muy por detrás de las
aspiraciones justificadas de un sano sentimiento del derecho, y no sólo
porque aquí y allá no hubiese encontrado lo justo, sino porque en
conjunto es dominado por un modo de ver que está en oposición
diametral a lo que constituye la esencia del sano sentimiento jurídico
según mis expresiones anteriores -me refiero con ello a aquel idealismo
que ve en la lesión del derecho no sólo un ataque contra el objeto, sino
sobre la persona misma. Nuestro derecho común no ofrece el menor
apoyo a ese idealismo; la medida con que mide todas las lesiones del
derecho, con excepción de las ofensas al honor, es simplemente la del
valor material -es el materialismo chato y desnudo el que llega en él a la
expresión más acabada. ¿Pero qué otra cosa debe garantizar el derecho
al lesionado si se trata de lo mío y lo tuyo, como el objeto de disputa o de
su monto? (1). Si esto fuese justo, se podría dejar también en libertad al
ladrón cuando ha devuelto la cosa robada. Pero el ladrón, se objeta, no
ataca solamente a la persona robada, sino a las leyes del Estado, el orden
jurídico, la ley consuetudinaria. ¿Pero no hace lo mismo el acreedor, que
niega a sabiendas el préstamo que se le hizo, o el vendedor, el
intermediario, que rompe el convenio, el mandatario que abusa de la
confianza que se le ha dado para sacar ventajas sobre mí? ¿Es una
satisfacción para mi sentimiento agraviado del derecho, si no recibo de
todas esas personas tras larga lucha más que lo que se me debía al
comienzo? Pero dejando enteramente de lado esa exigencia de
satisfacción, que no vacilo en modo alguno en reconocer por completo
justa, ¡qué ruptura del equilibrio natural entre las dos partes! El peligro
que le amenaza por el desenlace desfavorable del proceso, consiste para
el uno en que pierde lo suyo, para el otro solamente en que tiene que
devolver lo retenido de manera irregular; la ventaja que le ofrece el
desenlace favorable es para uno que no pierde nada, para el otro que se
enriquece a costa del adversario. ¿No equivale esto a provocar la mentira
más desvergonzada y a poner un premio a la comisión de deslealtades?
Pero con esto en realidad sólo he caracterizado nuestro derecho actual.
Al volverme hacia la última etapa del desarrollo del derecho romano, que
halló su culminación en la compilación de Justiniano, se me impone
involuntariamente la observación sobre la gran significación que tiene
para la vida del individuo tanto como de los pueblos el derecho de
herencia. ¡Qué sería el derecho de ese período moral y políticamente por
completo corrompido, si lo hubiese tenido que crear él mismo! Pero lo
mismo que ciertos herederos, que apenas habrían podido vegetar
penosamente mediante la propia fuerza y viven de la riqueza del testador,
así también una generación decadente, débil sobrevive por el capital
intelectual de la época vigorosa precedente. No sólo digo esto en el
sentido que disfruta sin esfuerzo propio de los frutos del trabajo ajeno,
sino principalmente en el sentido que las obras, creaciones, instituciones
del pasado, según han surgido de un determinado espíritu, continúan
durante un tiempo manteniéndose y renovándose; hay en ellas una
provisión de fuerza latente que en el contacto personal se transforma
nuevamente en fuerza viviente. En este sentido pudo el derecho privado
de la República, en el que se había objetivado el sentimiento germinal,
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vigoroso del derecho del antiguo pueblo romano, prestar al período del
imperio durante un tiempo el servicio de fuente vivificadora y refrescante;
en el gran desierto del mundo posterior fue el oasis en que manaba
todavía agua fresca. Pero en el aliento agotador del despotismo no creció
a la larga ninguna vida independiente, y el derecho privado solo no pudo
abrir el camino y afirmar un espíritu que era proscrito en todas partes
-cedió también aquí, aun cuando últimamente, al espíritu del tiempo
nuevo. ¡Tiene una firma singular ese espíritu del tiempo nuevo! Había que
esperar que entrañase los signos del despotismo; severidad, dureza,
desconsideración; pero su expresión es la opuesta: dulzura y humanidad.
Pero esa dulzura misma es despótica, roba a unos lo que obsequia a
otros -es la dulzura de la arbitrariedad y del capricho, no la del carácter-
es el humor tétrico que sigue a la violencia, que trata de reparar la
injusticia cometida con otra. No es éste el lugar de exponer todas las
pruebas que se ofrecen para esa afirmación (6), basta, en mi opinión,
cuando destaco un rasgo de carácter especialmente significativo que
entraña un rico material histórico, es la dulzura y benevolencia y la
indulgencia mostradas al deudor a costa del acreedor (7). Yo creo que se
puede hacer la siguiente observación general: es el signo de una época
débil el hecho de simpatizar con el deudor. Ella misma llama a eso
humanidad. Una época vigorosa cuida ante todo de que el acreedor
obtenga su derecho, y no vacila tampoco en la severidad con el deudor si
es necesaria, para mantener la seguridad de la circulación, la confianza y
el crédito
Notas
(4) Sobre esto trata el segundo capitulo del escrito citado, pág. 20 y sigts.
(5) Esto se halla acentuado de modo particularmente agudo en las llamadas actiones
vindictam spirantes. El punto de vista ideal de que se trata en ellas no del dinero y la
propiedad, sino de una satisfacción del sentimiento del derecho y de la personalidad
agraviada (magis vindictae, quam pecuniae habet rationen, I, 2, 4, de coll. bon. 37,6) ha
sido realizado con plena consecuencia. Por eso eran rehusados a los herederos, por eso
no podían ser cedidos y en caso de concurso no eran ofrecidos a la masa de los
acreedores, por eso se extinguían en tiempo proporcionalmente breve, por eso no tienen
lugar, cuando se ha mostrado que el lesionado no ha sentido la injusticia cometida
contra él (ad animum suum non revocavebit, I, 11, 1 de injur. 47,10).
(6) A ellas pertenece entre otras la abolición de las penas procesales más graves -la sana
severidad del tiempo viejo desagradó al carácter blando de los tiempos posteriores.
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(7) Pruebas de ello la ofrecen las disposiciones de Justiniano, por las cuales se garantiza
a los ciudadanos el beneficio de la discusión, a los codeudores el beneficio de la
división, establece para la venta de la prenda el plazo absurdo de dos años y concede
además al deudor, después de la adjudicación de la propiedad, todavía un plazo de
retracto de dos años, incluso después del término del mismo un derecho al sobreprecio
de la cosa vendida por el acreedor; la extensión desmedida del derecho de
compensación, la datio in solutum, así como el privilegio de las iglesias en el mismo, la
limitación de las quejas de intereses en la relación contractual doble, la extensión
absurda de la prohibición de la usurae sufra alterum tantum, la posición excepcional
concedida al heredero en el benef inventarii en relación con la satisfacción del acreedor.
La moratoria por resolución mayoritaria de los acreedores, que procede igualmente de
Justiniano, tenía por antecedente ya, como digno modelo, la institución de las
moratorias que aparece primeramente en Constantino, y también en la querela non
numeratae pecuniae y la llamada cautio indiscreta así como en la Lex anastasiana tiene
que ceder el mérito de la invención a sus predecesores en el Imperio, mientras que la
gloria de haber proscrito el primero el castigo personal por toda supuesta inhumanidad y
desde el punto de vista de la humanidad, le corresponde a Napoleón III. Ciertamente éste
no se escandalizaba por el funcionamiento de la guillotina seca en Cayenne, como los
ulteriores emperadores romanos tampoco se cohibían de preparar a los hijos
completamente inocentes de los traidores de lesa majestad un destino que ellos mismos
caracterizaban con las palabras ut his perpetua egestate sordentibus sit et mors
solatium et vita supplicium (1, 5 Cod. ad leg. Jul. maj. 9, 8) -¡pero no por eso resaltaba
más la humanidad con los deudores! ¡No hay ninguna manera más cómoda de ajustarse
a la humanidad que a costa ajena! También el derecho privilegiado de prenda que
concede Justiniano a la esposa, procedia de aquel rasgo humano de su corazón, sobre
el cual no dejó de felicitarse altamente en cada nueva veleidad; pero esa era la
humanidad de san Crispín, que robaba a los ricos el cuero para hacer con él zapatos a
los pobres.
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¡Y ahora volvamos finalmente a nuestro actual derecho romano! Casi
quisiera deplorar el haber hecho mención del mismo, pues me he puesto
con ello en situación de tener que expresar un juicio al respecto, sin
poder fundarlo en este lugar como quisiera. Pero al menos no quiero
ocultar mi juicio.
sentencia final sólo podía ser fijada en dinero, supo aplicar la pena
pecuniaria de una manera que no solamente recibían protección eficaz los
intereses pecuniarios, sino también los otros intereses justos. La pena
pecuniaria era el medio civilista de presión del juez, para asegurar el
cumplimiento de sus fallos; un acusado que se rehusaba a hacer lo que le
imponía el juez, no se libraba devolviendo el simple valor de la deuda en
dinero, sino que la condena pecuniaria tomaba aquí el carácter de una
pena, y también ese resultado del proceso procuraba al acusador algo
que en ciertas circunstancias le importaba infinitamente más que el
dinero, es decir, la satisfacción moral para la frívola lesión del derecho.
Este pensamiento de la satisfacción es del todo extraño a la teoría
moderna del derecho romano, que no tiene para él comprensión alguna,
no conoce más que valor en dinero de la indemnización incumplida.
Notas
(1) Citado por mí en un ensayo de mis Jahrbüchern, vol. 18, n. 1. Era el mismo modo en
que el buen tacto de los tribunales franceses aplican la pena pecuniaria, en
contraposición ventajosa con la manera completamente opuesta en que esto ocurre en
los tribunales alemanes.
(2) Recuérdese que hablo del actual derecho romano. Si acentúo esto en el pasaje
presente todavía de modo especial lo hago porque se me ha hecho por un sector el
reproche que habría olvidado en la exposición anterior en el texto el código penal
alemán, págs. 246, 266. Si quisiera someter a una crítica el actual derecho romano, el
hombre lo habría olvidado ya cinco páginas más adelante.
(4) Paulus en 1,91, 3 de V.O. (45,1) ... In quo genere plerumque sub autoritate juris
scientiae perniciose erratur, el jurista tenía aquí otro extraavío en vista.
(5) Se encuentra resumida en el escrito de K. Levita, Das recht der nothwehr, 1856 pág.
158 y sigts.
(10) Jul. Gläser, Gesanmelte kleinere schrifren über strafrecht, civil-und strafprocess.
Wien, 1868, vol. I, pág. 202 y sigts.