La Edad de La Ira

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MÁSTER DE FORMACIÓN DE

PROFESORADO DE SECUNDARIA.
Aprendizaje y Desarrollo de la
personalidad.

LA EDAD
DE LA IRA
COMENTARIO
PEDAGÓGICO.

ESTHER JIMENEZ REDONDO


LA EDAD DE LA IRA | ESTHER JIMENEZ REDONDO

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LA EDAD DE LA IRA | ESTHER JIMENEZ REDONDO

La edad de la ira se trata de una crítica al sistema educativo (vigente en 2014)


camuflada bajo la investigación de un crimen realizada por un periodista en una
escuela de secundaria. Marcos es el personaje central de la historia, adolescente,
supuesto asesino y segundo hijo de cuatro y Santiago es el periodista que remueve el
Instituto Darío para dar explicación a un crimen que a nadie le encaja del todo.
Durante los meses de investigación Santi organiza sesiones para hablar con ciertos
alumnos, profesores y equipo directivo del instituto con el fin de encontrar una
explicación racional de lo ocurrido y, es ahí, cuando nos encontramos con un sistema
educativo que falla.

Se refleja una gran variedad de críticas al sistema que el autor saca a relucir a través
de la voz de docentes (sobre todo), orientadores, alumnos y equipo directivo. Usa
también el propio pensamiento de Santi para disparar algún que otro dardo. En la
primera página ya nos encontramos con uno de los principales problemas de la
educación (vigente actualmente) desde la voz de Marcos: el contenido impartido
durante las sesiones educativas no se organiza de forma motivadora, es un contenido
repetitivo, impartido de forma magistral, muy instructivo, pero poco educativo. La
escuela secundaria se organiza en torno a un currículo que poco ha cambiado desde
que se empezó a recoger en el BOE. Las asignaturas troncales impartidas son las
mismas (mínimos cambios en asignaturas como ética debido a las alternancias en el
gobierno), con contenidos muy conservados desde entonces y que, además, se suelen
impartir de forma poco motivadora de cara al alumnado. Esta es una sensación que
hemos vivido todos (o al menos casi todos) como estudiantes, las clases magistrales
hace mucho tiempo que debieron pasar de moda por modelos pedagógicos que
permitan al alumnado mantenerse atentos ante el contenido del currículo y que les
motive al aprendizaje. Sin embargo, todavía se cree en el modelo de “alumnos
esponja” que deben absorber todo un arroyo de conocimientos que brota durante el
transcurso de una hora de clase. Además, más adelante se refleja el problema de la
falta de inclusividad que encontramos en las aulas, ya no sólo la discriminación de
razas o culturas por parte de los alumnos (problemática también reflejada en el libro)
sino a la falta de adaptaciones curriculares para alumnos con diferentes capacidades
intelectuales. No todos los alumnos aprenden con las mismas estrategias ni al mismo
tiempo, cada alumno es un mundo y es labor de los docentes conseguir que toda una
clase, con diferentes inteligencias y necesidades, sea capaz de seguir las sesiones y
sacarles provecho. Para ello son necesarios “los institutos en los que se pelea por la
integración y se realizan toda suerte de adaptaciones curriculares”.

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En una escuela secundaria se debe instruir, pero también formar. Es necesario que
los alumnos salgan del instituto listos para incluirse en sociedad, siendo seres sociales
autosuficientes y adquiriendo competencias aplicables en su día a día. Esta temática
aparece mucho durante el desarrollo de la historia ya que ciertos docentes piensan
que los adolescentes necesitan que “les eduquen antes”. Aquí encontramos la
problemática que aun muchos se preguntan hoy en día: ¿los docentes les debemos
educar en clase o la educación la deben traer de casa? Muchas son las opiniones al
respecto. Mi punto de vista es que no debe ser una dualidad extrema en la que es o
blanco o negro, sino que ambos ambientes deben influir en la educación de cada
alumno. La familia enseñará sus valores individuales en casa y la escuela secundaria
debe formar en derechos, no en valores (esto es así porque los derechos están
impuestos por la ley, sin embargo, si educásemos en valores, podríamos entrar en
conflicto con los valores individuales de cada familia). Por ejemplo, la familia racista de
Adrián, donde aprende en casa que la discriminación Ahmed es totalmente válida y
lícita. En este caso, si se hiciesen amigos o incluso Adrián apareciese en casa con un
discurso inclusivo señalando a la escuela como fuente de información la familia podría
reaccionar pidiendo explicaciones a la escuela ya que esos no son los valores que
ellos quieren que su hijo aprenda e interiorice en su personalidad. En ese caso, se les
argumentaría que los docentes estamos obligados a enseñar derechos y que la
igualdad, la aceptación y la inclusión son derechos humanos. De hecho, ya sea por la
falta de implicación emocional, valores contrarios, o frustración (causada por muchos
años de docencia que han ido colmatando el vaso) no se puede permitir que un
alumno discrimine a otro, por la razón que sea, y hacer la vista gorda ante una
situación discriminatoria pública. En este caso se generan bandos (lxs que le ríen o
aceptan la discriminación y lxs que no), situaciones injustas y rabia. Esto puede
provocar, como ocurre en el libro, que un adolescente poco conflictivo tome sus
propias medidas ante la situación, ya que ningún adulto autoritario toma partido. Los
discursos de odio hay que cortarlos de raíz, si se ignoran o no se penalizan parecen
válidos y es necesario recordar que la libertad de expresión no está permitida cuando
se humilla o atenta contra otras personas.

Esto nos lleva a hablar de otra de las críticas reflejadas en el libro que se comenta
mucho cuando se habla de los docentes ¿es una carrera vocacional? Ni mucho
menos. Muchos de los docentes que nos encontramos en nuestro día a día (y en el
libro) tienen un motor vocacional detrás, sin embargo, son muchos otros los que entran
por falta de opciones, “ventajas del puesto” (entrecomillado que se comentará
después) y seguridad laboral. Es evidente, como ocurre en cualquier puesto laboral,

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que, si no te gusta tu trabajo, la paciencia, eficiencia, ganas, cariño y pasión con la que
desempeñas tus labores van a ser escasas y, es más, van a ir disminuyendo en
picado con el tiempo. No puede haber docentes enseñando sin ganas de enseñar (en
mi opinión tampoco debería haber docentes con mentalidades que atentan en contra
de los derechos humanos, pero eso ya es meternos en berenjenales). La falta de
ganas y vocación en las aulas afecta de manera directa al alumnado, que recoge el
mensaje y cuelga la etiqueta a los profesores como “meros instrumentos instructores”
y no como los modelos de persona que debemos ser. De hecho, la falta de vocación
muchas veces lleva a la falta de implicación emocional con lxs alumnxs. Es más que
sabido que la adolescencia conlleva cambios, dificultades familiares, etapas de
aceptación en sociedad e individual y, en definitiva, problemas de gestión emocional.
Conocer las situaciones de lxs alumnxs, ser capaces de observar cambios en los
comportamientos y deducir problemas (deducir, porque la gran mayoría de veces nos
vamos a encontrar con alumnxs con problemas que no van a venir a implicarnos en
ellos de forma directa) es clave para detectar y atajar situaciones preocupantes que no
permiten al alumnx desarrollar su potencial educativo al máximo. Sin embargo, esto
solo lo podemos notar a través de una implicación y preocupación con las emociones
de nuestrxs alumnxs, mas allá de la instrucción. Por ello, es necesario que lxs alumnxs
se sientan apoyados, que entiendan que están en un ambiente de confianza y que
pueden pedir ayuda. Esto solo es posible si no sienten la figura del docente lejana y
poco emocional.

Pero ¿cómo estas atento de los cambios de 30 alumnos? Y eso contando con que
solo des clase a un curso (algo imposible) por lo que si tienes 4 cursos por 30 alumnos
deberías estar atento de los cambios de 120 alumnos. Además, ¿qué tipo de cambio?
No olvidemos que son adolescentes, cambian cada 2 minutos de todo: gustos,
amistades, personalidad… y no todos ellos son indicios de situaciones preocupantes,
por lo que estar atento de las emociones de nuestros alumnos se complica con un
sistema educativo que permite aulas masificadas, recortes en orientación y
profesorado, y docentes poco implicados con el tema tratado (“los chicos no son
capaces de entender prácticamente nada y se encuentran con profesores poco
dispuestos a ayudarles en esa tarea”). Los recortes en la escuela pública provocan
que la atención de los profesores hacia los alumnos disminuya irremediablemente. La
atención de un docente sobre cada alumno de su clase no es la misma si tiene 15 que
si tiene 25 alumnos por clase. En el primer caso la atención puede ser más
individualizada y el análisis de sus personalidades y cambios en las mismas mas
precisa. Además, el esfuerzo que supone llevar una clase de tantos alumnos (en

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términos de poner orden y disciplina grupal, de organizar sesiones didácticas


diferentes, de mantener la atención de tantos alumnos sobre los contenidos y de
conseguir que todos entiendan por completo los contenidos) es mucho mayor y
termina quemando y frustrando a muchos docentes. Con esta premisa introducimos
las supuestas “ventajas en las condiciones de trabajo” que supone ser docente. Desde
el punto de vista de una gran parte de la población española, los docentes son
empleados vagos, con muchas vacaciones y que no trabajan en exceso. Sin embargo,
no tienen en cuenta lo que supone dar clase con el sistema educativo actual. Ya no
solo hablamos de las clases masificadas sino de claustros complicados, divididos en
departamentos (generalmente muy jerarquizados) sin cooperación entre ellos.
También podemos encontrarnos al mando de un director de mentalidad conservadora
(como el caso de Gerardo) que no permita cambios de instrumentos pedagógicos en
tus clases o que limite los temas extracurriculares a tratar en las tutorías. Por otro lado,
el cambio continuo de ley educativa entorpece las adaptaciones educativas y las
investigaciones sobre nuevas estrategias pedagógicas que suelen necesitar tiempo
para ser testadas en los centros. Ser docente, además de las implicaciones necesarias
con lxs alumnxs que ya hemos comentado, implica además tratos con las familias, que
pueden ser de toda índole. Por ello, tampoco van a ser fáciles los encuentros y
conversaciones con las familias. Estos encuentros suelen hacerse momentos no
laborales. Esto suma horas extra, que no se tienen en cuenta, sin embargo, existen las
horas de colaboración con el centro, horas de biblioteca, guardias… que son horas de
“no docencia” en el centro que suman para completar la jornada laboral “normal” que
los docentes debemos tener. Muchas de estas horas no se aprovechan realmente y
podrían ser utilizadas para otros fines, como por ejemplo, actividades en el centro con
lxs alumnxs que les motive como un periódico escolar, un huerto ecológico,
introducciones a la investigación… Actividades que, además, mezclan alumnxs por
intereses, alumnxs que, probablemente, no se hablarían en el centro pero que
coinciden en este tipo de actividades fomentando la inclusión. Por otro lado, no solo
puede darse el caso de luchar frente a familias, alumnos o los propios compañeros
sino que también se dan las restricciones ejercidas por organismos internos como el
AMPA (asociación de padres) ante nuevas propuestas educativas (como aparece en
libro con la quedada LGTBIQ+)…

En mi opinión y como conclusión a este comentario pedagógico creo que lxs docentes
somos la cara del sistema educativo y, por tanto, se nos responsabiliza de los fallos de
todo lo que ocurre en esa esfera y, además, evidentemente, suma los fallos que
podemos cometer por nuestro propio pie. Para que todo cambie, primero debe cambiar

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el sistema, permitir y fomentar la cooperación entre departamentos (y permitir y


aceptar cambios y consejos procedentes del departamento de orientación), aumentar
recursos y capital destinados a la educación pública que permita reducir la cantidad de
alumnxs por aula, aumentar y fomentar la cooperación con organizaciones externas,
mejorar los recursos de las aulas, permitir una mayor cantidad de profesionales a su
disposición (orientadorxs, docentes y especialistas) y exigir a los docentes
formaciones específicas. Por ejemplo, en técnicas de aprendizaje ya que, es necesario
evitar que “nuestrxs compañerxs se sienten y se limiten a leer el libro de texto” (esas
clases no deberían seguir existiendo); o cursos de conocimiento sobre discursos de
odio, o de actuación frente a ciertas situaciones que puedan vivir lxs alumnxs
(violencia doméstica, trastornos de alimentación…), ya que es importante saber
identificar que hay problemas y eso solo se puede hacer en primera línea con lxs
alumnxs (es decir, familias o en la escuela que es donde más tiempo pasan a esas
edades).

Sin un cambio radical en todo lo mencionado, por muchos gritos de auxilio que
nuestrxs alumnxs expresen con sus conductas no seremos capaces de abarcarlos y
podríamos pasar por alto situaciones de violencia al menor, como la de Marcos,
conductas discriminatorias, como la que vive Ahmir, acoso docente-alumno, como la
que vive Sandra y miles de situaciones en las que no podremos tomar cartas en el
asunto. Sin embargo, esto tiene que ser un cambio apoyado y cooperativo en el que
se sumen muchas fuerzas ya que una sola persona puede proponer pequeños
cambios a nivel de centro, pero eso no genera la revolución que necesita el sistema
educativo. Ser profesor es mucho más que enseñar la célula o como se han formado
los continentes, ser profesor implica conocer a lxs alumnxs que tenemos delante,
entenderlos y ayudarlos en la medida de lo posible. Ser docente exige profesionalidad
y especialidad de materia, pero también mucha comprensión, paciencia y empatía.

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