Existe Teologia Femenina
Existe Teologia Femenina
Existe Teologia Femenina
Alberto Ramírez Z.
Panel del Congreso Bíblico
realizado por la ACEC y la UPB
Septiembre de 2006
Este comentario de la señora Sadik no concuerda, claro está, con lo que generalmente se
ha conocido acerca de la posición del Papa Juan Pablo II en relación con la cuestión de la
mujer en la Sociedad y en la Iglesia. Se sabe, es cierto, que él no tenía mucha simpatía
por los movimientos feministas, sobre todo por un cierto feminismo radical que juzgaba
su visión de la mujer como excesivamente romántica y engañosa. Es evidente también
que la doctrina antropológica de sus documentos sobre esta materia, por ejemplo la Carta
Apostólica Mulieris Dignitatem, no recogía las tesis de los movimientos feministas de
nuestros días. Sin embargo, se sabe también con certeza que al referirse a la mujer, el
Papa lo hacía con sentimientos de una inmensa ternura, acorde con la actitud afectiva
que demostraba con frecuencia en relación con muchas personas, por ejemplo y sobre
Pero, basta esto último, la simpatía del Papa, para deducir de ello que la actitud de la
Iglesia frente a la mujer ha sido, a pesar de situaciones lamentables que todo el mundo
conoce, una actitud al final de cuentas positiva y justa, por lo menos en la época
reciente?
Es bien conocida la posición negativa del Magisterio de la Iglesia católica acerca de la
admisión de la mujer al ministerio sacerdotal, posición muy diferente a la de otras
Iglesias cristianas como las confesiones protestantes2. Esta actitud de la Iglesia católica ha
suscitado reacciones de malestar en muchos ambientes en los que se la considera como
una actitud injusta frente a la mujer, una actitud discriminatoria. Se han puesto en
relación estas reacciones con los reclamos generales de los movimientos feministas de
liberación sobre temas como el de la búsqueda de un reconocimiento más claro de la
significación de la mujer en la sociedad o el de la exigencia de una mayor participación
de la mujer en responsabilidades de conducción de la sociedad y, en nuestro caso, de la
Iglesia.
El proceso histórico de este interés teológico por el tema de la mujer se puede resumir
brevemente. Desde los años cincuenta del siglo XX se puede constatar un interés, sobre
todo pastoral, por integrar a la mujer en los varios espacios de la vida de la Iglesia, lo
que coincide con el movimiento general que buscaba “la participación de los seglares en
el apostolado de la Jerarquía”, como se definía a la Acción Católica. Es evidente que no
había en este propósito un interés claro por afirmar el papel de la mujer en cuanto tal en
la Iglesia, lo que sí se irá dando cada vez más en las décadas siguientes en el nivel de la
Iglesia universal, simultáneamente con el desarrollo de los movimientos feministas.
Un dato histórico reciente de mucho interés en relación con esta cuestión es lo que ha
sucedido en el nivel de la teología latinoamericana en el que es posible distinguir tres
momentos sucesivos diferentes en el tratamiento de este tema3:
* En segundo lugar, la década de los años ochenta, una época en la que aparece un interés
nuevo: el interés por rescatar lo femenino en el discurso sobre Dios. Se puede hablar en
este sentido de un intento de “feminización de la teología”. La exploración del argumento
bíblico ya no se propone solamente destacar las figuras de mujeres-paradigma de la lucha
de la liberación. De lo que se trata es sobre todo de rescatar la dimensión femenina, si así
se puede hablar, de la revelación: Dios no es solamente un padre sino una madre, el
Espíritu Santo es una realidad propiamente femenina en el contexto cultural semítico. Es
la época de los comienzos de la utilización de un lenguaje inclusivo en la Iglesia,
especialmente en la liturgia.
* Finalmente, desde la década de los años noventa se habla de una teología de género,
que no se limita a hablar de la necesidad de recuperar la identidad de la mujer sino que se
propone incluir también al varón, considerado en su identidad, dentro de un propósito de
afirmación de la plena igualdad de dignidad y de posibilidades de lo masculino y lo
3 MARTA COLORADO y otras, Mujer y feminidad en el Psicoanálisis y el feminismo (Col
Autores antioqueños), Medellín, 1988; MARÍA VELASCO CARMIÑA, El Dios que nos revelan
las mujeres, Bogotá: Ed. Paulinas, 1998.
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femenino. En este contexto hay un rechazo decidido de la teología tradicional de la que se
dice que ha realizado una reflexión exclusivamente planteada en un sentido masculino y
patriarcal. Frente a esta teología patriarcal se propone la posibilidad de realizar una labor
teológica contextual de características totalmente femeninas.
¿Qué nos aporta la revelación cristiana cuando queremos hablar de la mujer como
conviene de la mujer y cuando tratamos de definir el papel específico que a ella le
corresponde en la humanidad y en la comunidad de la Iglesia? Esta pregunta nos remite a
un tratado de la teología, el tratado de la antropología teológica, que se ocupa del hombre
a partir de la revelación y desde el punto de vista de su realización histórica al considerar
el tema del pecado y el tema de la gracia. No debemos olvidar, ya que nos ocupamos del
tema de la mujer, que el tratado tradicional de la antropología teológica se ha ocupado de
lo humano en un sentido general sin insistir en la diferenciación de lo humano en el
sentido de la identidad de lo masculino y de lo femenino.
De acuerdo con las reglas del procedimiento teológico en todos los tratados de la
teología, el discurso que se busca elaborar tiene que fundamentarse ante todo en el
argumento bíblico, que hay que mirar cómo se desarrolla a lo largo de la historia de la
Iglesia, en el proceso de la tradición. ¿Cuál es la inspiración bíblica, sobre todo la
inspiración evangélica, a la hay que recurrir para fundamentar la praxis eclesial y cuál es
el sentido en el que en el presente y hacia el futuro se debe caminar en la Iglesia en
relación con la cuestión que nos ocupa, la cuestión de la mujer?
En un tiempo tan breve no es posible hacer una presentación amplia del argumento
bíblico de la antropología teológica en relación con el tema de la mujer. Pero acabamos
de escuchar una exposición que nos ofrece elementos muy valiosos para abordar este
aspecto de la reflexión teológica. Con el fin de señalar lo que considero más importante
en la búsqueda de lo que quisiéramos saber acerca de la actitud de Jesús frente a la mujer
quiero recordar un episodio de la vida del Señor que nos encontramos en la tradición
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sinóptica de los evangelios.
En el capitulo décimo del evangelio de Marcos, Jesús se refiere a tres cuestiones que
deben ser tenidas en cuenta por los discípulos para comprender lo que implica pertenecer
al Reino de Dios y para poder vivir en su seguimiento: una de ella se refiere al
matrimonio (Mc 10,2-16). Los fariseos quieren comprometer a Jesús en una controversia
casuística acerca del divorcio. A la pregunta de los fariseos acerca de su licitud, Jesús
responde planteando otra pregunta: ¿Qué os prescribió Moisés? Los fariseos responden
haciendo referencia a una tradición conocida: la Ley de Moisés, que constituía siempre
una orientación para vivir la vida, autorizaba al varón para dar libelo de repudio a la
mujer en ciertas circunstancias. Jesús comenta que esta situación se dio en razón de la
terquedad de los hombres. Sin embargo, su respuesta no se detiene en este aspecto. De lo
que se trata, según él, no es de resolver un problema planteado en términos casuísticos.
En este sentido no toma partido ni por la práctica judía que autorizaba solamente al varón
para despedir a la mujer, ni por la práctica romana que permitía también a la mujer tomar
la iniciativa.
La respuesta de Jesús es ésta: “Al principio no fue así”. Con estas breves palabras Jesús
propone una enseñanza de mucha importancia. Hay que someterse siempre al orden
original de la creación de Dios. La ordenación original de Dios en lo referente a la
relación entre el varón y la mujer está fundamentada en el principio de la igualdad radical
de la dignidad de ambos, ya que la mujer ha sido tomada de la costilla del varón, pero
también se fundamenta en el hecho de que Dios los creó a ambos “a su imagen y
semejanza” (Gn 1,26-27). En razón de esto último, Dios los destinó a vivir en una
comunión de amor ya que Él mismo es un misterio de comunión, como hoy decimos
desde un punto de vista teológico y sacramental: es en este sentido de la comunión en el
que ellos en definitiva constituyen la imagen y la semejanza de Dios. Por lo tanto, todo lo
que en la humanidad contradiga este ideal de la comunión en el amor, trastorna
radicalmente el orden original de Dios: “Lo que Dios ha unido, no debe separarlo el
hombre”.
Tal vez es ésta la única oportunidad en el evangelio en la que Jesús se refiere, aunque sea
de manera implícita, a la mujer en cuanto tal. Lamentablemente las interpretaciones que
hemos hecho de este texto han estado condicionadas por presupuestos que no nos
permiten reconocer lo que Jesús nos quiere decir realmente acerca del varón y la mujer al
hablar así. Al señalar que “originalmente no fue así”, Jesús quiere decir que sólo por la
comunión profunda en el amor que se realiza en la plena igualdad de dignidad del varón y
la mujer, se puede dar un regreso al paraíso, es decir, al estado en el cual se realiza la
voluntad original de Dios. Por eso, al referirse a la separación entre el varón y la mujer,
Jesús afirma: “En el principio no fue así”.
Se ha intentado aclarar, a partir del evangelio y en general de toda la tradición original del
cristianismo, lo que podemos designar como la actitud de Jesús en relación con la mujer,
un tema importante que ha dado lugar a publicaciones tan conocidas como la del Código
da Vinci. Pero, a pesar de la importancia que se adivina en algunos relatos en los que se
percibe de una manera muy conmovedora la actitud afectiva de Jesús, no es posible
afirmar nada distinto a lo que se puede deducir del relato señalado, cuando nos
planteamos ciertas preguntas que hoy nos ocupan. Lo que es claro en la enseñanza y en la
actitud de Jesús es la afirmación de la dignidad plena de la mujer y la afirmación de la
posibilidad de realizarse que tiene necesariamente todo ser humano en el encuentro de la
otra persona considerada en su alteridad.
San Pablo ha señalado que en Cristo Jesús han perdido su importancia todas las
diferencias si ellas nos hacen correr el riesgo de romper las posibilidades de comunión
fraternal. En este sentido, ya no importa que seamos judíos o gentiles, esclavos o libres,
hombres o mujeres: todos somos uno solo en Cristo Jesús (Gal 3,28). No hay razón para
que existan discriminaciones en la comunidad. Se da, por otra parte, en la comunidad la
posibilidad de la coexistencia de muy variados carismas que deben contribuir a la
edificación de la misma (1 Cor 12,28s). Todavía no estamos, naturalmente, en un
momento en el que se planteen los problemas que hoy nos planteamos acerca del tema de
los ministerios y del acceso a ellos por parte de la mujer. No se puede pasar por alto
además que el contexto cultural en el cual se desarrolla el cristianismo en ese momento es
un contexto patriarcal, lo que no significa necesariamente que en él haya una
discriminación de la mujer por lo menos tolerada por el espíritu de los cristianos.
Con el correr de los tiempos, la situación cambiará y la cultura patriarcal con la que el
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cristianismo estaba ligado tan estrechamente se convierte en una cultura discriminatoria,
no solamente en razón de la exclusión de la mujer de los ministerios jerárquicos en la
Iglesia, sino sobre todo en razón de la concepción misma (antropológica) que se tiene de
la mujer.
La teología de la mujer, o:
el ministerio teológico de la mujer
Uno de estos espacios es el de la teología. Debe ser motivo de alegría para la Iglesia el
que se dé cada vez más un interés mayor de las mujeres por la teología y el que, al
realizar esta tarea, las mujeres lo hagan desde su propia identidad, con la mirada y la
capacidad de sentir que les es propia. No se puede esperar sino una gran riqueza de este
compromiso teológico de las mujeres en la Iglesia. Ya existen muchas experiencias
valiosas en este sentido: la evaluación de las mismas permitirá corregir el rumbo del
camino que hay que seguir, si hay razón para hacerlo, y para lograr que la valoración de
la mujer en la Iglesia no sea un proyecto puramente reivindicativo que sacrifique aspectos
importantes del patrimonio teológico de la Iglesia por la sola razón de haber sido
producto de la labor realizada por teólogos varones o en un sentido patriarcal.