Ulises y Polifemo

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ULISES Y POLIFEMO

Hace mucho mucho tiempo, tanto tiempo que ya casi nadie se acuerda, terminó la guerra de Troya
y Ulises volvía a Ítaca, su isla, donde lo esperaba la bella y paciente Penélope y su hijo Telémaco.
Ulises volvía a Ítaca por mar, con un gran barco repleto de marinos. Se les habían acabado las
provisiones así que, al ver tierra, se acercaron a ella. Dejaron el barco en medio de una bahía y
Ulises, con unos cuantos hombres de su tripulación, se acercó a la playa con una barca.
Necesitaban urgentemente comida.
No habían caminado mucho cuando descubrieron una enorme cueva con una gran entrada.
Entraron en la gruta y examinaron con atención lo que veían: había bastantes ovejas y montones
de enormes quesos, y barreños, bidones llenos de leche.
Los compañeros de Ulises le sugirieron coger todos los quesos y ovejas que pudieran transportar,
para regresar con ellos inmediatamente al barco. Pero Ulises, picado por la curiosidad, quiso saber
quién era el dueño de la gruta antes de marcharse.
De manera que comieron algo de queso porque tenían hambre, y aguardaron en el fondo de la
gruta a que volviera su propietario.
A la caída de la tarde oyeron balidos y ruido de pezuñas, lo cual indicaba que se aproximaba un
rebaño.
Entonces, una enorme sombra se proyectó sobre la entrada y apareció un enorme monstruo con
aspecto de hombre, pero mucho más grande, y tenía un solo ojo, único y espantoso, en medio de
la frente.
Al verlo, los griegos comprendieron que estaban en manos de un cíclope, hijo de Poseidón, el dios
de los mares… y lo más terrible… Sabían que los cíclopes eran antropófagos.
Una vez dentro de la cueva, el gigante descargó con gran estrépito un montón de leña, destinada a
alimentar el fuego con el que se prepararía la cena. Luego, introdujo dentro de la cueva a todas
sus ovejas y, levantando una gigantesca piedra plana, tapó la entrada de la cueva. Acto seguido,
empezó a ordeñar a las ovejas.
Durante todo este tiempo Ulises y sus compañeros, inmovilizados por el miedo, permanecieron en
lo más profundo de la cueva, escondidos, intentando que el cíclope no los viera.
Pero el cíclope encendió el fuego, y entonces vio a los marinos en el fondo de la gruta. Enfurecido,
empezó a gritar:
– ¡Humanos! ¡Humaaanos en mi cueeevaaa! ¿Quiénes sois? ¿Acaso sois ladrones que habéis
venido a robarme a mí?
Todos estaban aterrorizados, entonces Ulises, el más valiente, tomó la palabra y, humildemente,
le dijo que no eran ladrones ni piratas, que eran griegos y que volvían de la guerra de Troya. Le
pedían hospitalidad para aquella noche, tal como ordenaba Zeus, el padre de los dioses, y que
marcharían al día siguiente sin molestarle en lo más mínimo.
– ¡¡¡Yo soy Polifeeemooo, y no obedezco las órdenes de Zeus!!! Yo soy Polifeeemooo, y mi padre
es Poseidón, el dios de los mares Y lanzando una horripilante carcajada, el cíclope agarró a dos
marineros por las piernas y los estrelló contra las paredes de la cueva, con tal violencia, que los
sesos y la sangre se desparramaron por todas partes. Entonces, arrancando los brazos y las piernas
de los muertos, se los comió ¡Srrrup!
En cuanto se hubo dormido, Ulises desenvainó su espada y buscó el corazón del cíclope, y cuando
estaba a punto de hacerlo… titubeó… ¡No podía matarlo! Si el cíclope moría, él y sus hombres no
podrían salir de la cueva, ya que la pesada piedra que tapaba la entrada era imposible de mover.
Así que no tuvo más remedio que volver a sentarse entre sus compañeros, y esperar el horrible día
siguiente, en el que tal vez todos morirían.
Al día siguiente, el cíclope volvió a coger a dos marineros por las piernas, los estrelló contra las
paredes de la cueva y, desmembrándolos, se los fue comiendo trozo a trozo, mientras se chupaba
los dedos.
Posteriormente abrió la cueva, sacó al rebaño y, antes de volver a cerrarla, les dijo a los griegos
que no se movieran de ahí, que serían la cena de esa noche. –Ja, ja, ja
Los griegos se hallaban al borde de la desesperación, pero en la mente de Ulises se había fraguado
un plan. El cíclope Polifemo había dejado en la cueva un enorme tronco, para poder alimentar el
fuego durante la noche. Ulises pidió a sus compañeros que lo alisaran, que le quitaran todas las
ramitas, de modo que lo dejaron liso como el mástil de un barco. Entonces, Ulises afiló la punta, y
la fue acercando al fuego, de tal manera que la madera se fue poco a poco endureciendo, y
parecía ya la punta de una lanza.
Cuando el cíclope volvió, se repitió la escena, y murieron dos marinos más.
Pero Ulises tenía un arma secreta. En un ánfora llevaba un vino especial, un vino que le habían
dado los dioses. Era tan fuerte, tan fuerte, que unas pocas gotas de ese vino transformaban litros y
litros de agua en un vino buenísimo. Los humanos lo tenían que beber rebajado. Pero Polifemo no
era humano, era un monstruo terrible, así que armándose de valor, Ulises le ofreció un cuenco de
ese vino a Polifemo.
– ¡Srrrup! ¡Qué bueno está! Más, más…
Y Ulises, muerto de miedo, le ofreció dos cuencos más y Polifemo, borracho, le preguntó a Ulises
cómo se llamaba.
Ulises le contestó que se llamaba… “Nadie”, y entonces Polifemo dijo:
– Pues vale, Nadie. Como prueba de mi agradecimiento por haberme dado este vino tan bueno,
que sepas que tú serás el último en morir. Ja, ja, ja.
Y el gigante Polifemo se durmió profundamente, ya que estaba muy muy borracho.
Ulises y sus hombres cogieron la afilada estaca y calentaron la punta, hasta que se puso al rojo
vivo.
Entonces, poniéndola en sus hombros se dirigieron donde estaba el cíclope y la hincaron en su
único ojo.
Ulises la hizo girar, como se hace girar un tornillo que se clava en la pared. El globo ocular hervía y
se derretía por la frente del monstruo.
El espantoso Polifemo se levantó dando un alarido. Se arrancó la estaca de la frente y empezó a
gritar, pidiendo ayuda a sus hermanos cíclopes que vivían en las cuevas de los alrededores.
Al oír sus gritos acudieron en tropel y le preguntaron desde fuera que qué le pasaba.
Y Polifemo rugió: – ¡Nadie me hiere! ¡Nadie me está matando!
– Pues si nadie te está haciendo daño, ¡No sé por qué nos despiertas! Y se volvieron otra vez a sus
camas.
Sin dejar de aullar a causa del dolor, el gigante ciego buscó a tientas la entrada de la cueva y
apartó la enorme piedra, para sentir el frescor de la noche en su cuenca vacía. Se sentó en medio
de la entrada, con los brazos extendidos, para que los humanos no se pudieran escapar, ya que se
quería vengar.
Y llegó la mañana. Las ovejas tenían que salir de la cueva, ya que tenían que pastar hierba y beber
agua, así que Polifemo las dejaba salir, y las tocaba por encima, para saber que eran ovejas y no
humanos los que salían.
Pero Ulises era muy listo, así que había atado a cada uno de los marinos debajo de una oveja, de
tal modo que al salir por la entrada de la cueva, Polifemo tanteó la lana de los animales, pero no
se dio cuenta de lo que había debajo de ellos. Ulises era el último, así que se cogió fuertemente
debajo de una oveja y ¡también pudo escapar!
Ulises era un poco chulito, así que cuando ya estaban bastante lejos de Polifemo, cuando estaban
ya en la barca, en el mar, le gritó:
-¡Nos hemos escapado, ciego Polifemo, nos hemos escapado!
Entonces el cíclope, ciego y aullando de rabia, subió corriendo y tropezando a una colina que había
cerca y, enfurecido, cogió una gran roca y la tiró a donde él creía que estaba Ulises. La roca cayó
por la popa, por la parte de atrás, así que Ulises, creyendo que era casi invencible, gritó al cíclope:
– ¡¡¡Polifemo!!! Si alguien te pregunta quién te ha cegado, dile que ha sido Ulises, hijo de Laertes,
señor de Ítaca, el saqueador de ciudades.

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