Apenas Son Las Cuatro
Apenas Son Las Cuatro
Apenas Son Las Cuatro
TOMÁS URTUSÁSTEGUI
1992
PERSONAJES:
EULALIA
ROMUALDO.
ESCENOGRAFÍA:
Sala de departamento de clase media en un condominio de la Colonia del Valle. En la sala existe un
aparato de televisión y una videocasetera. Sobre una de las mesitas laterales hay un teléfono.
La decoración es de buen gusto aunque no rica.
Son las cuatro de la mañana en un día entre semana.
EPOCA ACTUAL.
Eulalia vestirá camisón y bata de casa. Calzará pantuflas. Es una mujer atractiva, de carácter, con
momentos sentimentales y románticos. Tiene fuerza de mando. Grita, llora y ríe con facilidad.
Romualdo será un hombre tímido aunque fuerte y bien parecido. Se deja mandar por su mujer. Es
romántico de corazón. Solamente cuando se enfurece pierde el control de sí mismo, en ese
momento es capaz de matar, aunque después se arrepienta. Trabaja en un banco como
empleado de confianza.
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EULALIA.- No he dormido.
ROMUALDO.- Ya es tarde.
EULALIA.- Apenas son las cuatro. ¿En qué habíamos quedado?
ROMUALDO.- Hace frío en la calle.
EULALIA.- (Empieza a olfatear de lejos, continúa haciéndolo mientras se acerca a Romualdo. Éste,
asustado, da un paso atrás. Eulalia coloca su cara junto a la del marido). ¡Sóplame!
ROMUALDO.- Cómo crees, debo tener mal aliento, me comí una torta con mucha cebolla y ajo.
EULALIA.- ¡Te digo que me soples! (Romualdo sopla en otra dirección. Eulalia sigue la dirección del
soplido. Olfatea. Al no oler nada toma la cara del marido con la mano derecha). ¡Só-pla-me!
(Romualdo lo hace, ella husmea). ¡Otra vez! (Eulalia vuelve a olfatear. Suelta a Romualdo.
Molesta). ¿No tomaste?
ROMUALDO.- No...bueno...sí...me tomé una coca.
EULALIA.- ¿Fue todo?
ROMUALDO.- Sí.
EULALIA.- (Irónica). ¿Fría o al tiempo?
ROMUALDO.- Al tiempo, ya sabes... (Se señala la garganta).
EULALIA.- Tu tos.
ROMUALDO.- Sí.
EULALIA.- ¿Y de lo otro?
ROMUALDO.- Bueno, yo...
EULALIA.- ¿Sí o no?
ROMUALDO.- ¿Te refieres a...eso?
EULALIA.- Tú sabes perfectamente a lo que me refiero.
ROMUALDO.- Costaba mucho, no estamos para despilfarrar, ya ves que no me quieren subir el
sueldo.
EULALIA.- De modo que ni copas ni eso.
ROMUALDO.- (Con la cabeza gacha).- No.
EULALIA.- ¿Piensas que eso está bien, que es lo correcto?
ROMUALDO.- Me iba a gastar todo lo que gano en una quincena.
EULALIA.- Para eso habíamos ahorrado.
ROMUALDO.- (Se busca entre la ropa, saca un sobre con dinero, lo muestra). Aquí está.
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EULALIA.- (Le arrebata el sobre, lo guarda en su seno o en la bolsa de su bata). ¿No gastaste nada de
nada?
ROMUALDO.- No, lo puedes contar... (Apenado). Bueno, sí, me comí la torta y me tomé un refresco.
EULALIA.- La coca.
ROMUALDO.- Sí.
EULALIA.- ¿Y?
ROMUALDO.- También pagué el taxi...a esa hora ya no hay Metro.
EULALIA.- (Conteniéndose). No, no hay.
ROMUALDO.- Deja de funcionar a la una.
EULALIA.- (Sonríe forzadamente) Gracias por la información.
ROMUALDO.- Los sábados es hasta las dos.
EULALIA.- (Camina alrededor de él examinándolo). Por lo que veo, tampoco fuiste a bailar.
ROMUALDO.- No tenía caso.
EULALIA.- ¿Ya te viste?
ROMUALDO.- (Se examina a sí mismo preocupado). ¿Qué tengo?
EULALIA.- Nada, eso, nada. (Empieza a sacudirlo bruscamente, más bien le pega). Tu traje no tiene
una sola arruga, (Le aprieta el nudo de la corbata casi hasta estrangularlo), el nudo de la
corbata se mantiene en su lugar, (Le da un pisotón), los zapatos los traes boleados.
ROMUALDO.- (Orgulloso). Yo mismo les di grasa.
EULALIA.- (Toma varias veces aire para tranquilizarse. Va por su marido, del brazo lo lleva a sentar,
lo hace bruscamente. Controlada sonríe, se sienta frente a él). Por lo visto tengo que comenzar
de nuevo.
ROMUALDO.- Ya es muy tarde, los niños...
EULALIA.- Deja en paz a los niños, ellos duermen, sólo así podemos platicar.
ROMUALDO.- Mañana, o más bien hoy, no nos vamos a despertar para hacerles el desayuno y
llevarlos a la escuela; ya sabes como tengo el sueño de pesado.
EULALIA.- Despreocúpate de eso, esta vez yo les haré el desayuno y yo misma los llevaré a la
escuela. Tú puedes dormir todo el tiempo que quieras.
ROMUALDO.- No te puedo dejar a ti todo el trabajo...
EULALIA.- Ese es mi cuento, deja que me lo platique a mí misma... ¿quieres?
ROMUALDO.- Quedé con Fidencio en ayudarle a terminar su tarea de matemáticas; nos faltaban unas
sumas y todas las multiplicaciones.
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EULALIA.- En un momento te lo traigo. (Se aprieta eróticamente el cuerpo, los senos, el pubis. Con
voz grave). Tú vienes de vivir una noche tormentosa. Déjame a mí.
ROMUALDO.- Gracias.
EULALIA.- De nada...cariño.
Eulalia sale molesta, Romualdo al fin respira a gusto, se levanta, camina, se afloja la corbata, se
desabrocha el saco, se sienta cómodamente en el sofá, se da masaje en los pies, se pone los
zapatos, se levanta, enciende la televisión donde continúan proyectando la película de Pardavé.
Al principio la ve serio, después ríe a carcajadas. Al oír ruido en la cocina, corre a apagar la
televisión, se arregla la ropa, se sienta derecho en el sofá. Entra Eulalia, sonríe a Romualdo, le
coloca la taza frente a él, lo mira a los ojos siempre sonriente. Romualdo nervioso toma un
trago del té sin ver la taza, se quema la boca, escupe.
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ROMUALDO.- Yo pienso...
EULALIA.- Qué tonta fui antes. Todo lo que hacías o decías me parecía lo correcto. ¡Qué mal nos
preparan en provincia! Deberían explicarnos lo que es un hombre, (Ve directamente a un
hombre del público, lo señala), un verdadero hombre.
ROMUALDO.- ¿Te he fallado?
EULALIA.- No, no en lo que piensas, no me has fallado sexualmente, en eso estás bien; tampoco con
tus obligaciones de trabajo, de la familia, la casa, el dinero. Hoy es el primer día en que me
fallas en todo.
ROMUALDO.- No pude.
EULALIA.- (Desesperada). ¿Por qué? Ya todo estaba decidido.
ROMUALDO.- Del dicho al hecho.
EULALIA.- No me salgas ahora con proverbios.
ROMUALDO.- A las seis de la tarde chequé mi tarjeta.
EULALIA.- A las seis en punto.
ROMUALDO.- Sí, después caminé hasta la estación del Metro, tú sabes, la costumbre; fue cuando me
acordé...
EULALIA.- Sigue...
ROMUALDO.- Entonces tomé un camión para ir a la Zona Rosa.
EULALIA.- Debiste haber tomado una copa, no el camión.
ROMUALDO.- Era muy temprano, así que...
EULALIA.- Así que qué.
ROMUALDO.- Decidí caminar un poco, ver aparadores; hay muchas tiendas nuevas, eso sí, todo caro.
EULALIA.- ¿Te fijaste en las mujeres? Ahí van muchas mujeres guapas.
ROMUALDO.- Vi algunas.
EULALIA.- ¿Ninguna te gustó, ninguna se te antojó?
ROMUALDO.- Bueno, alguna.
EULALIA.- A esa es a la que hubieras invitado a tomar la copa; ya te lo había dicho.
ROMUALDO.- Lo intenté, pero la verdad no supe cómo.
EULALIA.- No es tan difícil.
ROMUALDO.- ¿Tú crees?
EULALIA.- Claro.
ROMUALDO.- ¿Cómo?
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EULALIA.- Mira.
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ROMUALDO.- Te dije que caminé y caminé. Llegué a un lugar donde un grupo de músicos tocaba en
la calle, por cierto que lo hacían muy bien, la primera pieza fue del Perú: “La Flor de la Canela”
¿Te acuerdas?
Se pone a tararear esa canción ante la mirada enojada de su mujer. Al verla deja de tararear.
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cómo le fue. Entre todas y el policía que le dan tremenda tranquiza; se fue arrastrando. Entonces
pensé que qué tal y si también se molestaban si yo le hablaba a la jovencita.
EULALIA.- (Celosa). La de los diecisiete años.
ROMUALDO.- Si a él le pegaron tanto, a mí qué me iba a pasar.
EULALIA.- Nada, eso es un negocio como cualquier otro.
ROMUALDO.- Podían pensar que yo ya estaba viejo y que no las anduviera molestando.
EULALIA.- ¿Hablaste con ella, le dijiste que te gustaba?
ROMUALDO.- Primero le di las buenas noches, después le pregunté si no tenía frío. Ella se río. Le
ofrecí mi saco para que se lo pusiera, me dijo, gracias abuelo; abuelo me llamó, qué graciosa.
Armado de valor le pregunté si quería ir conmigo a algún lugar; ella me preguntó a su vez que si
a un hotel.
EULALIA.- Por supuesto ¿Y?
ROMUALDO.- Me puse colorado, pero le dije que sí, ella contestó que para eso estaba.
EULALIA.- Ya ves.
ROMUALDO.- Me quedé mudo, en ese momento tendría que haberle preguntado que cuánto cobraba,
pero cómo iba a hacerlo, era como ofenderla, le di las buenas noches y me fui.
EULALIA.- ¿Te fuiste?
ROMUALDO.- Caminé varias cuadras evitando los lugares peligrosos hasta que me encontré a una
mujer que estaba sola; no era tan bonita ni tan joven, era algo así como tú, creo que ya tenía más
de los treinta años.
EULALIA.- (Molesta). ¿Treinta?
ROMUALDO.- A la mejor algo más, pero eso no importaba, primero era la promesa...Me decidí, me
acerqué y le pregunté que cuánto cobraba. Me dijo la cantidad, era lo que traía, le dije que
estaba bien, ella agregó que también tenía yo que pagar el hotel, di media vuelta y me retiré.
EULALIA.- ¿La mujer no dijo nada?
ROMUALDO.- No, no dijo, lo gritó.
EULALIA.- ¿Qué?
ROMUALDO.- (Dice algo en voz baja que no se logra escuchar. Eulalia se lleva la mano al oído
tratando de oír.)
EULALIA.- No te oigo.
ROMUALDO.- (Vuelve a decir algo en voz un poco más alta pero que tampoco se escucha o se
entiende).
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ROMUALDO.- (Su sonrisa de triunfo va desapareciendo para cambiar por una de intenso
sufrimiento. Puede llorar). ¡Perdón!
EULALIA.- (Con dificultad logra enderezar el cuerpo, se ve en su rostro el dolor. Poco a poco va
poniendo cara de felicidad). ¡Acabas de hacerme la mujer más feliz del mundo! (Camina con
dificultad. Se acerca a Romualdo para abrazarlo y besarlo. Él está muy confundido). ¿Cómo
me veo?
ROMUALDO.- (Sufriendo). ¡Mal, muy mal. Perdóname otra vez, creo que me ofusqué!
EULALIA.- (Rompe un poco más su ropa, se revuelve el cabello, hace cara de dolor)
¿Y ahora?
ROMUALDO.- (Sin querer ver por el dolor que le produce). Te ves peor.
EULALIA.- (Feliz). ¿De verdad?
ROMUALDO.- (Derrotado). Sí.
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Sale de la luneta dando gritos. Romualdo atónito la ve hacer. No puede dar crédito a lo que sucede.
Cuando ella desaparece, se enfrenta al público.
Romualdo da media vuelta y sale por el foro. Se escucha música mientras se van cerrando las cortinas
lentamente.
FIN
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