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Los viajes

del Penélope
Capítulo 6: Pequeña, amarga Victoria
Roberto Herrscher

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la educación Ministerio de Educación


nuestra bandera
Presidente
Alberto Fernández

Vicepresidenta
Cristina Fernández de Kirchner

Jefe de Gabinete de Ministros


Juan Luis Manzur

Ministro de Educación
Jaime Perczyk

Secretaria de Educación
Silvina Gvirtz

Jefe de Gabinete
Daniel Pico

Subsecretario de Educación Social y Cultural


Alejandro Garay

Directora de Educación para los Derechos Humanos, Género y Educación Sexual Integral
María Celeste Adamoli

Coordinadora del Programa Nacional de Educación y Memoria


Cristina Gómez Giusto

Coordinadora del Plan Nacional de Lecturas


Natalia Porta López

Diseño y diagramación: Elizabeth Sánchez


Asistentes de edición: Verónica Varela y María Aranguren
“Los viajes del Penélope” de Roberto Herrscher.
© Tusquets Editores S. A.
© Roberto Herrscher, Los viajes del Penélope

Este es un fragmento de la novela testimonial


"Los viajes del Penélope", publicada en 2007
por Editorial Tusquets.

Ministerio de Educación de la Nación


Plan nacional de lecturas
Pizzurno 935 (C1020ACA) Ciudad de Buenos Aires
plannacional.lecturas@educacion.gob.ar
República Argentina, abril de 2022
Los viajes del Penélope
Roberto Herrscher

Capítulo 6
Pequeña, amarga victoria
(Fragmento)

Las bombas seguían explotando alrededor del


bote de remo y llenando la noche de rojo. El Penélope
se había quedado solo, desamparado, a merced del
bombardeo. La playa era un hervidero de gente que
corría para todos lados. Nosotros tirábamos del ca-
ble que unía el barco a tierra con toda nuestra fuerza.
Rivero dice acordarse de que no nos habíamos
traído los remos. «En ese momento yo estaba en la
proa y me tiré para hacer pie en tierra, y me caí al
agua, y me tuvieron que rescatar ustedes, así que
estuve toda la noche durmiendo mojado.»
En tierra y más o menos a salvo, el estómago de
Rivero le recordó que todavía no había podido ir al
baño, y las ganas eran mucho mayores. «Yo le pre-
gunté a cada uno si tenía papel y Ni Coló me dijo:
“lo único que tengo es la carta de mi novia, ¡ni se

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te ocurra!”. “No”, le dije, “la carta no la voy a usar,
pero por lo menos déjame el sobre.” Es que yo tenía
ganas de ir al baño desde que empezó el bombar-
deo, pero ahí ya no podía más. Me fui a un rincón.
Estábamos en la costa con los del Buen Suceso, los
del Carcarañá, y a eso de las tres y media o cuatro
empezaron a decir que había un muerto.»
Había un muerto, nuestro primer muerto.
Las historias primero fueron confusas. Mientras
nos aplastábamos contra la arena helada de la playa,
en una hondonada que hacía de refugio improvisa-
do frente a las bombas que seguían enrojeciendo el
cielo y llenando las cabezas de ruido y de furia, vino
un colimba a contar que una columna que estaba
trayendo o llevando algo desde una posición en la
montaña se topó con el bombardeo en pleno des-
campado. Que empezaron a correr y uno murió.
Poco a poco fui entendiendo la historia. Iban
corriendo en fila india, y al parecer uno empezó
a disparar y atravesó el casco del que iba delan-
te. Tropezó, cayó y al caer se disparó en el cuello.
Recién cuando llegó un grupo más grande a insta-
larse en nuestra hondonada escuché el nombre del
muerto. Era el marinero Turano.
Me impresionó mucho la muerte de Turano. Cada
vez que me encuentro con belicistas, con los que

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estuvieron a favor de esta guerra absurda y con los
que están a favor de otras, mucho más cruentas
que siguieron y siguen, se me dibuja su cara de chi-
co alegre, incansable, lleno de nervios y de energía.
Su muerte me llenó de amargura y de rabia contra
los que nos habían mandado a matar y morir a ese
frío rincón del mundo, sin árboles y sin compasión.
Cuando dejaron de escupir bombas las fragatas
británicas, el teniente González Llanos tomó el
bote de remo y volvió al Penélope para buscar man-
tas y frazadas para todos. Aparecieron por nuestro
agujero unos soldados de Ejército y me acuerdo es-
pecialmente de un capellán militar, que no dejó de
mascullar el rosario en toda la noche. Yo tenía los
pies helados, como dos bloques de hielo que del do-
lor no me dejaban dormir, y en el oído la letanía que
para mí, en vez de arrullarme o tranquilizarme en
la fe, me llenaba más de odio y rencor contra el dios
de las batallas, el señor de los fundamentalismos
y las intolerancias. Puede repetir en esta página el
inacabable rezo que tuve que aprender a la fuerza
esa noche en bahía Fox, escuchando al cura oficial
con la pistola en el cinto y la cruz en el cuello.
«Dios te salve María llena eres de gracia el Señor
es contigo bendita Tú eres entre todas las muje-
res y bendito es el fruto de tu vientre Jesús Santa

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María Madre de Dios ruega por nosotros pecadores
ahora y en la hora de nuestra muerte Amén Dios te
salve María llena eras de gracia el Señor es contigo
bendita Tú eres entre todas las mujeres y bendito
es el fruto de tu vientre Jesús Santa María Madre
de Dios ruega por nosotros pecadores ahora y en la
hora de nuestra muerte Amén Dios te salve María
llena eres de gracia el Señor es contigo bendita Tú
eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de
tu vientre Jesús Santa María Madre de Dios ruega
por nosotros pecadores ahora y en la hora de nues-
tra muerte…» y daba vueltas y vueltas y vueltas y
en cada bolita de plástico volvía la hora de nuestra
muerte en la voz arrogante y asustada del cura y la
memoria que quiero espantar pero vuelve y me trae
el humo que salía de su boca con cada oración.
De esa noche Rivero se acuerda de otra oración,
la de un cabo que él conocía. «Había un cabo que
parece que fajaba a la mujer, y mientras seguía la
lluvia de bombas toda la noche él decía “mi amor,
nunca más te voy a pegar”.»

Al día siguiente, Peralta, Contreras y Ni Coló se


pusieron manos a la obra para hacer un refugio
como la gente, ya que la decisión del teniente era
volver a dormir en la playa. Daniel se acuerda de

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que a unos diez metros de la costa, eligieron un lu-
gar «sobre una montaña de tierra. Fuimos a buscar
herramientas y encontramos un martillo neumá-
tico que andaba con combustible. Hicimos el pozo
y lo tapamos con chapa, pero antes de que nos pu-
diéramos meter nosotros se metió todo el mundo».
Los tres cabos se quedaron afuera, «con un frío
tremendo que se metía en el huesito dulce y que no
me dejó dormir».
Antes del amanecer, Peralta vio ya levantado a
González Llanos, y los dos fueron al Penélope. «Él
seguro tampoco pudo dormir.»
Ese día Peralta y yo fuimos a buscar agua al pozo
donde siempre llenábamos los baldes, pero al lado del
pozo me sorprendió un bulto: era el cuerpo de Tura-
no, tapado con una manta verde. La manta era corta
y sobresalían las botas marrones. El día era esplén-
dido, sin nubes y casi sin viento, y el cadáver estaba
quieto como nunca había visto nada tan quieto en mi
vida. Mientras tantas otras cosas se escapaban de la
memoria como granitos de arena entre las manos,
esos segundos de caminar hasta el pozo de agua los
puedo ver en pesadillas, despierto y dormido.
Guillermo recuerda que estaba haciendo el pozo
«y fui donde estaba Contreras y me mostró el
cuerpo, que estaba en una camilla y tapado medio

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cuerpo, y bueno yo me enojé con Contreras. Yo no
quería ver esas cosas. Lo supe desde el primer día
que llegué a Malvinas. Que si no hace falta, no voy a
ir a ver cosas… no me quiero llevar recuerdos tristes
de acá. Tuve la suerte de volver a mi casa, y lo peor
de esto lo voy a evitar, y más o menos lo hice».
Hace poco estaba trabajando en mi oficina de
Barcelona y me llegó un correo de Martin Virtel, el
periodista alemán. Esto fue antes de que publicara
su artículo sobre mi aventura en el Penélope, y bus-
cando información en Internet, dio con el informe
del Comando de Operaciones del Servicio Especial
de Buques (SBS) británico sobre el ataque de la no-
che del 26 de mayo sobre bahía Fox.
«Con las tropas británicas firmemente instaladas
en East Falklands (isla Soledad), el batallón argen-
tino estacionado en bahía Fox, West Falklands (isla
Gran Malvina) podía suponerse que estaría en posi-
bilidades de atacar los flancos británicos mientras
estos se preparaban para atacar Stanley. Algo tenía
que hacerse para hostigar a las fuerzas argentinas
en el área y mantenerlas ocupadas. Intentando evi-
tar desplegar un contingente importante de tropas
para atacar bahía Fox, los planificadores decidie-
ron usar una mortífera combinación de fuego naval
y fuerzas especiales.»

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Las fuerzas especiales eran el Comando 148 de
SBS que desembarcaron en Knob Island para guiar el
fuego de la fragata Plymouth. Este fue seguramente
el desembarco que los comandos de Ejército fueron
a buscar en el Penélope a bahía Carcasa, sin éxito.
«Con las correcciones que proporcionó el Co-
mando 148, Plymouth bombardeó depósitos de
gasolina y munición de los argentinos. La artillería
naval es más exacta que la de tierra gracias al ca-
ñón estabilizado giroscópicamente y el sistema de
puntería computarizado. El principal cañón de la
nave puede también disparar repetidamente efec-
tuando muchos disparos por minuto. El efecto de
un arma tan poderosa bajo la dirección de hombres
muy entrenados estratégicamente ubicados en tie-
rra causó mucha consternación y confusión en las
posiciones argentinas.»
Seguí trabajando en la preparación de mis clases
en la universidad, pero no podía sacarme de la ca-
beza esas dos palabras, consternación y confusión,
metidas en un informe técnico y frío.
Sí, eso fue esa noche. Consternación y confusión,
y tantas cosas más de las que tal vez nunca nos re-
cuperemos.

Al día siguiente iniciamos el viaje.

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No recuerdo la despedida de Fox. Como en tantos
otros momentos de la guerra, estaba metido con
todos los sentidos en hacer las cosas bien, en so-
brevivir.
Así cuenta el inicio de esta larga travesía Jorge
Muñoz: «Finalizada la estiba decidieron intentar el
cruce del estrecho de San Carlos, que fue imposi-
bilitado por la presencia de dos fragatas británicas
que en la noche del 27 de mayo ingresaron por el ac-
ceso sur del canal para dirigirse a Fox con objeto de
cañonear nuestras posiciones. Tras otros intentos
frustrados debido a la posibilidad de ser detectados
por naves del enemigo o por su intenso patrullaje
aéreo, el Penélope cruzó a una velocidad de cuatro
nudos el canal San Carlos, que ya se había cobrado
muchas vidas con la consiguiente pérdida de varias
naves en situaciones similares. El ocultamiento en
radas y caletas casi inaccesibles a naves de mayor
porte y el amparo de la oscuridad eran las únicas
garantías con que contaban para un desplazamiento
lento y sin coberturas de ninguna especie».
Sin radar, sin sonda, sin radio y sin buenos ma-
pas, y con un par de pistolas y unos fusiles viejos y
oxidados por el agua de mar por todo armamen-
to, el Penélope emprendió la larga vuelta a la mitad
de las Malvinas, cruzando el estrecho entre las dos

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islas por el lado más ancho y después navegando
pegados a la larga costa hacia la capital, en el ex-
tremo noreste de las islas.
La primera noche el teniente decidió entrar en la
bahía Baja, frente a la pequeña isla Bugainville. En
la oscuridad y el silencio de la noche se veían los
resplandores lejanos de la batalla de Goose Green
y se oían rumores de detonaciones y metralla. Ni
Coló, Contreras y Peralta estuvieron casi toda la
noche levantados.
El día siguiente sólo se escuchaba el viento cons-
tante. El mar embravecido no permitió siquiera
que el teniente se acercara a la costa con el bote de
remo. En la narración de Guillermo, los tres cabos
lograron acercarse a la costa en la tarde, con el mar
ya calmado y González Llanos descansado en el ca-
marote. Pero cuando se despertó y los vio en tierra,
los retó por haber ido sin su autorización. Les dijo
«que él reconocía nuestra voluntad y nuestro em-
peño para realizar las tareas, pero que él estaba a
cargo de todos nosotros, y si nos sucedía algo, él
era el responsable».
Esa noche Guillermo cubrió la primera guardia
con el teniente. «Me decía que no veía la posibilidad
de pasar su cumpleaños en su casa, con su familia:
entonces le pregunté que cuándo los cumplía y me

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contestó que el 12 de junio, a lo que yo acoté que no
debía hacerse problemas porque para esa fecha ya
íbamos a estar de regreso. Yo no estaba seguro de
nada, pero le respondí así en una manifestación de
optimismo, que todos suponíamos necesaria para
que el desánimo no nos venciera. Luego se sentó en
un rincón y permaneció mucho tiempo en silencio.
Miraba para un lado y para el otro.»
Después de muchas horas sin comunicación, Ho-
racio tomó la radio y logró comunicarse con Puerto
Argentino. «¿Vio el tiempo que estuve allí sentado
sin hablar? Recé un rosario para que la radio vuelva
a funcionar y dio resultado», le dijo.
Los fragmentos del libro de Ni Coló en los que
describe con admiración a González Llanos son de
los más emotivos. Mientras yo seguía enfrascado
en la lectura de mi libro, Guillermo anotaba en su
diario lo que le llevó años después a escribir en su
libro párrafos como este: «Ya conocía un poco más
al teniente y me daba cuenta cuándo se mostraba
intranquilo, nervioso y esto indicaba que podía-
mos tener algún problema. Mientras navegábamos
esa tarde me lo volvió a demostrar. Estaba aferra-
do al timón, pero esforzándose por mirar hacia
delante por la ventana, luego por otra, como que-
riendo identificar algo. Le pregunté qué ocurría y

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me respondió que le parecía haber visto un barco a
la salida de la bahía».
Para no toparse con un navío que podía ser ene-
migo, González Llanos dirigió la goleta hacia la
pequeña isla María (Bleaker Island para los isleños)
y allí pasamos una noche tranquila, sin tormenta y
sin ruido de bombas.

Era el 28 de mayo, en Goose Green luchaban


cuerpo a cuerpo y nosotros estábamos perdidos,
solos en lo que a mí me parecía el último confín
del mundo, navegando por costas abruptas habi-
tadas por pingüinos displicentes y leones marinos
confiados. Esa noche la guerra parecía –o yo que-
ría que pareciera– tan lejana como Buenos Aires o
como el siglo XVIII. Creo que fue esa la noche en
que el teniente, que estaba de guardia en el puen-
te de mando, me pidió que le llevara un café. Cada
uno de esos días trabajábamos como burros, y sólo
dormíamos media noche, porque la otra mitad es-
tábamos de guardia. Yo me caía de sueño y en la
oscuridad de la cocina y la confusión del sueño, le
eché al café dos buenas cucharadas de sal.
Salí lentamente a la superficie por la escalerita
de proa. Hacía mucho frío y el viento me pegaba en
la cara, pero la luna y las estrellas lo iluminaban

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todo con un halo mágico. Me acerqué al puente y le
tendí la jarra. El teniente aferró el asa, me agrade-
ció y tomó un sorbo como para sacarse todo el frío
del cuerpo. Inmediatamente sacó la cabeza por la
puerta y escupió con energía. Todavía me acuerdo
del segundo que tardó en reaccionar. Su reacción
fue una carcajada, y yo volé a la cocina a hacerle
otro café, esta vez con azúcar.
¿Por qué me acuerdo tanto de esa irrelevante
anécdota del café con sal? Hay cosas que no tienen
explicación racional, y en mi caso, muchos años
después se me dio por pensar en por qué tantos de
los recuerdos más fuertes de Malvinas tienen que
ver con sabores y olores –el pan del Buen Suceso, el
guiso de cordero del tío Luna– y no con meditacio-
nes y charlas sobre la vida, la muerte, la valentía o
el patriotismo.

Ejemplar de distribución gratuita

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Roberto Herrscher
Es escritor, periodista, profesor y

editor argentino. Fue director del

Máster en Periodismo Barcelo-

na-Nueva York (Universitat de Barcelona y Columbia

University) y, actualmente, es profesor de la Univer-

sidad Alberto Hurtado (Chile). Sus textos han sido

publicados en The New York Times en español, La

Vanguardia, Clarín, Gatopardo, Etiqueta Negra,

Perfil y otros medios reconocidos. Entre sus libros se

encuentran: Los viajes del Penélope (2007), Periodismo

narrativo (2009), El arte de escuchar (Universitat de

Barcelona, 2016) y La voz de las cosas (Carena, 2021).

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A 40 años de la guerra de Malvinas, el Ministerio de Educación de


la Nación, a través del Plan Nacional de Lecturas y el Programa
Educación y Memoria, pone a disposición poemas, cuentos y
Ejemplar de distribución gratuita

relatos para reunir en las escuelas a distintas generaciones de


lectores. Las obras incluidas en esta compilación ofrecen un trabajo
en nuestra lengua destinado a preservar el recuerdo de los solda-
dos y a sostener el reclamo argentino de soberanía efectiva en las
islas Malvinas, Georgias del Sur y Sandwich del Sur. De este modo,
la experimentación con las formas y la pluralidad de voces apare-
cen como las vías literarias a recorrer para la construcción colectiva
de nuestra autonomía política y cultural.

Plan nacional Dirección de Educación


de lecturas para los DDHH, Género y ESI

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