El Marxismo en La Historiografía Británica de Posguerra (I)

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Consejo de Formación en Educación Curso de Historia de la Historiografía II

Instituto de Profesores Artigas Prof. Ma. Guadalupe López Filardo

EL MARXISMO EN LA HISTORIOGRAFÍA BRITÁNICA DE POSGUERRA (I)

En la presentación de su libro “Los historiadores marxistas británicos” Kaye (1989)


comienza diciendo: “A finales de los años cincuenta la historia que se enseñaba en las
universidades inglesas era básicamente la historia de las instituciones y de los
acontecimientos políticos. Una narrativa cronológica que convertía al núcleo de lo político-
diplomático-militar en el factor esencial del cambio social” (p. XI). No obstante ello, los
veinte años que siguieron a la Segunda Guerra Mundial vieron un descenso agudo en la
historia política y religiosa, y un giro sorprendente hacia la historia socioeconómica y hacia
la explicación histórica en términos de "fuerzas sociales" (Momigliano, 1966, pp. 108-109).

Si bien el materialismo histórico había influido en Inglaterra desde muchos años atrás, la
tendencia a la historia social y al análisis de los fenómenos revolucionarios pareció tener
buena repercusión en el intenso debate generado por la industrialización. Éste fue uno de
los motivos principales por los que el marxismo recibió una entusiasta acogida intelectual
por parte de esa historiografía. Por otra parte, desde los inicios de la historiografía
profesional en Inglaterra, hubo una conexión inmediata con el mundo de la economía.

A partir de 1895 la fundación de la London School of Economics (Escuela de Economía y


Ciencia Política) de Londres, donde trabajaron prestigiosos historiadores, muestra el peso
de la historia económica en ese país, por lo que es fácil concluir que los historiadores
británicos anteriores a la Segunda Guerra Mundial ya conocían suficientemente las bases
económicas del marxismo. Sin embargo, hasta 1945 esa tendencia nunca había logrado
concretarse en una escuela verdaderamente historiográfica. Ésa fue precisamente la
función que ejercieron, de un modo más o menos consciente, el grupo de historiadores
del Partido Comunista Británico fundado en 1946, que contó con figuras de tanta
trascendencia historiográfica como Christopher Hill, Rodney Hilton, Eric Hobsbawm,
Edward Thompson, todos ellos nacidos entre 1912 y 1924, a los que cabe añadir el
economista Maurice Dobb y el arqueólogo australiano Gordon Childe.

Buena parte de esos historiadores fueron educados durante los años 30’ y 40’ en Oxford
(Hill y Hilton) y Cambridge (Hobsbawm y Thompson), donde existía una intensa atmósfera
de discusión del socialismo aplicado a las ciencias sociales. Algunos de ellos fundaron una
de las revistas de mayor trascendencia en el panorama historiográfico del siglo XX, Past
and Present, la que jugó un papel clave en los comienzos de la corriente conocida como
New Left (Nueva Izquierda). En el primer número de dicha revista, editado en 1952 se
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señalaba que el propósito era ser un foro de debate historiográfico alejado de las
convenciones academicistas.

Las aspiraciones de este grupo de historiadores marxistas británicos, apuntaban a


plantear, en el interior de los marcos conceptuales del marxismo, una historia que no
fuera solamente económica referida al capitalismo inglés. Aun cuando valoraban la
historia económica, procuraban ir más allá de los límites de la interpretación marxista
dominante en la época, señalando la importancia y la autonomía relativa de otros niveles
de análisis (político, social y cultural) y haciendo hincapié en la relevancia de estudios
históricamente localizados, en los que dichos niveles pudieran ser observados en su
interrelación dinámica.

Lo que se propusieron entonces, fue el análisis de temas históricos de gran alcance, como
el paso de la antigüedad al feudalismo, la transición del feudalismo al capitalismo y el
desarrollo de la revolución industrial, entre otros. El impulso fundamental del grupo
procedía “de la política, de un poderoso sentido político, pedagógico de la historia y de
una identidad más general con los valores democráticos de la historia popular” (Eley,
2008, pp. 31-66).

En 1956, bajo el influjo de los dramáticos acontecimientos de la intervención soviética en


Hungría, el grupo dio un importante giro metodológico y vivencial. Algunos de estos
historiadores se desafiliaron del partido comunista, aunque no abandonaron la inspiración
marxista de su trabajo histórico. Sus obras sin embargo, se orientaron a partir de
entonces, hacia una historia más cultural e intelectual que propiamente socio-económica.

Vamos a referirnos en primer término, al australiano-británico


Vere Gordon Childe (1892-1957), reconocido como el
arqueólogo y pre-historiador más importante del siglo XX,
“considerado como el creador de una escuela arqueológica cuya
aportación fundamental consiste en el hecho de haber sabido
incorporar a los métodos asépticos y positivistas del arqueólogo
la imprescindible interpretación teórico-metodológica sobre la
realidad estudiada” (Pagés, 1983, p. 233), y cuyas hipótesis e
interpretaciones sirvieron de base a buena parte de los estudios
arqueológicos posteriores.
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Nacido en North Sidney (Australia), en el seno de una familia anglicana de clase media,
Gordon Childe realizó sus estudios y se graduó en la Universidad de su ciudad natal. Cursó
estudios de filología clásica, pero luego, debido a la influencia de sus maestros, los
arqueólogos Arthur Evans y John L. Myers, se abocó al estudio de la arqueología
prehistórica en Oxford, donde tuvo oportunidad de vincularse con miembros del partido
comunista inglés. Finalizados sus estudios regresó a Australia y comenzó a colaborar con
el partido laborista, desempeñándose como secretario del primer ministro de Nueva Gales
del Sur, John Storey.

Desencantado de la política, en 1921 resolvió viajar al centro y al este de Europa para


conocer los restos arqueológicos hallados en esos lugares. Tras este viaje se estableció en
Londres, donde ejerció como bibliotecario en el Instituto Real de Antropología, al tiempo
que continuó investigando la prehistoria europea a través de varios viajes por el
continente.

La publicación en 1925 de su investigación sobre Los orígenes de la civilización europea, le


brindó la oportunidad de que la Universidad de Edimburgo le ofreciera la cátedra recién
creada de arqueología, lo que le permitió convertirse en uno de los pocos arqueólogos
profesionales de aquel momento. Publicó diversos trabajos en los que introdujo por
primera vez en la comunidad arqueológica británica, el concepto de historicismo cultural,
ya presente en la arqueología europea continental.

Entre 1927 y 1956 se dedicó a sus clases en la Universidad y a la dirección del Instituto de
Arqueología de Londres, concentrando su actividad en los métodos de trabajo que habrían
de contribuir a la renovación de esa disciplina

A través de una abundante producción escrita Gordon Childe demostró su alto nivel de
especialización. Su visión acerca de la historia y la cultura se ve reflejada principalmente
en dos obras:

 Los orígenes de la civilización (1925), en la que discurre sobre el proceso de evolución


de las sociedades primitivas hasta llegar a la civilización, describiendo a su vez, la
naturaleza social de cada período de acuerdo con los medios con que los hombres
procuraban su subsistencia, y definiendo la prehistoria como continuación de la historia
natural, lo que le permite establecer una analogía entre la evolución biológica y el
progreso cultural y social; y
 ¿Qué sucedió en la historia? (1942), un texto situado en el contexto de una época en
que el nacionalsocialismo alemán y el fascismo italiano parecían dispuestos a destruir
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los fundamentos de la civilización europea, y amenazaban, por lo mismo, la idea de


continuidad del orden histórico, ante lo cual Childe reafirma su confianza en el
progreso de las civilizaciones.

El pensamiento de Gordon Childe puede ser abordado desde dos ópticas que deben ser
analizadas en forma conjunta: por un lado sus ideas sobre la arqueología, y por otro, su
concepción acerca de la historia y su evolución. Respecto de la arqueología, se propuso
superar la consideración en que se la tenía en aquel momento como mera ciencia auxiliar,
por entender que la información que transmiten los restos arqueológicos constituye un
valioso documento histórico, incluso superior al que pueden proporcionar los textos
escritos, lo que, sumado a la aplicación de una compleja metodología de estudio e
interpretación, hacen de ésta una ciencia independiente.
“El arqueólogo colecta, clasifica y compara los utensilios y las armas de nuestros
precursores, examina las casas que edificaron, los campos que cultivaron y los
alimentos que comieron o, más bien, que arrojaron. Tales son las herramientas e
instrumentos de producción característicos de sus sistemas económicos, que no se
encuentran descritos en ningún documento escrito. Al igual que las máquinas o
las construcciones modernas, estas reliquias y monumentos antiguos son
aplicaciones del conocimiento contemporáneo o de la ciencia existente cuando
fueron hechos.” (Los orígenes…, 1996, pp. 15-16)

Otro aspecto de singular incidencia en su pensamiento es la ideología marxista que


permea toda su obra y que se ve reflejada en las tesis defendidas en torno al proceso de
control gradual del hombre sobre la naturaleza mediante el uso de la tecnología y a la
importancia que otorga a los aspectos sociales y económicos.
“Marx insistió en la importancia primaria que tienen las condiciones económicas, las
fuerzas sociales de producción y las aplicaciones de la ciencia, como factores en el
cambio social. (…) Para el público en general, lo mismo que para los investigadores, se
viene tendiendo a convertir la historia en historia cultural…(…) Este tipo de historia
puede elaborarse, naturalmente, con lo que se llama prehistoria.” (p. 15)

Lo que Gordon Childe se propuso fue reconstruir la prehistoria ordenando


cronológicamente los conjuntos de objetos que eran exponentes de los desplazamientos o
de la influencia de unos pueblos sobre otros, a partir de la premisa de que la “cultura
arqueológica” es una unidad formal y por tanto, debe ser definida en función de sus
artefactos constituyentes.
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Dentro del campo de la arqueología se lo ha calificado como partidario de la corriente


difusionista, según la cual las “culturas” se definen a través de los restos materiales, y una
vez definidas pueden ordenarse cronológicamente, atendiendo en todo momento a
criterios empíricos a partir del registro arqueológico.
“La arqueología puede observar cambios en el sistema económico y adelantos en
los medios de producción, presentándolos en una sucesión cronológica. Las
divisiones arqueológicas del período prehistórico en edades de piedra, de bronce
y de hierro, no son del todo arbitrarias. Se basan en los materiales utilizados para
fabricar los utensilios cortantes, particularmente las hachas, ya que tales
utensilios se encuentran entre los más importantes instrumentos de producción.”
(p. 17)

Tales cambios pueden responder a modificaciones étnicas debidas a migraciones,


invasiones, o como consecuencia de la difusión de un objeto y/o una idea, pero el
progreso cultural se logra, según Childe, a través de la ruptura del aislamiento de los
grupos históricos y de la puesta en común de sus ideas a escala cada vez más amplia, en
función de las intenciones humanas. “Las modificaciones a la cultura y a la tradición
pueden ser iniciadas, controladas o retardadas por la opción consciente y deliberada de
sus autores y ejecutores humanos” (p. 28).

Desde el punto de vista de su concepción histórica, supo conciliar los descubrimientos


arqueológicos con los análisis etnográficos y con un planteamiento progresista de la
historia. Al escribir Los orígenes de la civilización, su propósito fue “señalar cómo la
historia, enfocada desde un punto de vista científico impersonal puede aún justificar la
confianza en el progreso, tanto en los días de depresión como en el apogeo de la
prosperidad del siglo pasado.” (p. 10)

Para Childe el progreso consiste en “lo que ha ocurrido realmente, es decir, en el contenido
de la historia”. Por ende, “la tarea del historiador será el poner al descubierto lo que es
esencial y significativo en la sucesión prolongada y compleja de los acontecimientos que
coteja” (p. 12).

La visión de esos elementos lo llevó a concebir la historia como una totalidad en la que
sobresale la idea de evolución social, aplicada al conjunto de la misma mediante un
proceso ordenado y racional de la evolución orgánica (caracterizada por el principio de
veracidad y diferenciación) y de la evolución social (cuyo criterio rector es la
convergencia). Gracias a la cultura se logra la unión entre ambas, dado que es en base al
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mecanismo de la herencia social y de la aportación individual que se acaba convirtiendo


en patrimonio de un conjunto social. “…para la especie humana, el progreso ha consistido
fundamentalmente en el mejoramiento y en el ajuste de la tradición social, transmitida por
medio del precepto y del ejemplo” (p.43). Resalta así la importancia del estudio de la
herencia común de la humanidad, a través de la historia de los pueblos.

La obra está estructurada en nueve capítulos. Los capítulos V, VII y VIII están referidos a la
formulación de sus tres revoluciones:

 la revolución neolítica, que muestra la transformación de la economía humana en la


que el hombre adquiere “el control sobre su propio abastecimiento de alimentos” (p.
85) a través de la aplicación de una selección inteligente que le permitió descubrir el
cultivo y la domesticación de los animales;

 la revolución urbana, generada por un excedente de producción en algunas zonas


debido a la agricultura de regadío, lo que motivó la aparición de centros urbanos bien
organizados y técnicamente desarrollados, gracias al conjunto de conocimientos
científicos y destrezas prácticas acumulados por el hombre “aplicables a la agricultura,
la mecánica, la metalurgia y la arquitectura, y de creencias mágicas que también eran
consagradas como verdades científicas” (p. 173);

 la revolución del conocimiento, mediante el saber acumulativo transmitido a través de


la escritura y la organización de las ciencias. Un elemento fundamental para Childe fue
la aparición de la escritura, cuya verdadera importancia radica –según señala – en que
“estaba destinada a revolucionar la transmisión del conocimiento humano” (p. 227).

En el prefacio de la obra Gordon Childe hace explícita la preceptiva metodológica, al


plantear que no se trata de:
“un manual de arqueología, ni menos de historia de la ciencia. Tratamos de que
resultara legible a quienes no se interesan por los problemas de detalle que los
especialistas discuten con calor. Por tanto, el libro ignora tales problemas y evita
además, los términos técnicos y los nombres raros que dan carácter científico a
los textos sobre prehistoria (…) pero lo hacen más difíciles de seguir (…) para
simplificar los temas y el vocabulario hemos tenido que sacrificar precisión (…) ha
sido imposible embrollar el texto con explicaciones minuciosas, ajenas a la tesis
principal. Sin embargo, sostenemos que los hechos han sido establecidos con
precisión suficiente a los propósitos de este libro, y que las enmiendas admisibles
no afectarían a las explicaciones en manera alguna.” (p. 7)
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Pese a que su ideología trasciende el enfoque general de la obra, en varias ocasiones se


advierte la búsqueda de objetividad y actitud científica en el tratamiento de los temas,
procurando, como él mismo expresa “… abandonar los prejuicios personales, así como la
subordinación a las preferencias y aversiones particulares. (…) La actitud científica se
muestra en el hábito de formular juicios imparciales sobre los hechos, dejando a un lado
los sentimientos personales” (p. 10).

Más allá del acierto o no de sus tesis, consiguió dotar a la arqueología de un método y un
sistema de estudios propio, planteando por primera vez una interpretación
socioeconómica de las primitivas sociedades europeas y aportando, entre otros, el
concepto de revolución neolítica, que en aquel momento fue muy novedoso.

Pasando ahora al grupo de historiadores marxistas británicos,


cabe destacar en primer término la figura del economista e
historiador económico Maurice H. Dobb (1900-1976), cuyo
principal interés estuvo centrado en comprender las
teorizaciones económicas, contextuándolas dentro de las
coordenadas témporo-espaciales, y tratar de desmitificar los
antagonismos entre la economía política y la economía
neoclásica, para concluir que ambas se ocupaban de cuestiones
diferentes.

Dobb nació en un suburbio de Londres (Inglaterra) dentro de una familia perteneciente a


la iglesia presbiteriana. Comenzó sus estudios en la escuela Charterhouse (un internado
en Surrey) y en 1918 fue admitido en Pembroke College para estudiar economía. En 1920
Keynes lo invitó a unirse al grupo de economía política y más tarde, después de su
graduación lo ayudaría a asegurar una posición en Cambridge.

En 1922 ingresó a la Escuela de Economía de Londres hasta finalizar los estudios de grado.
Luego de obtener su doctorado en 1924, volvió a Cambridge para ocupar un cargo de
profesor de Economía en dicha Universidad, donde permaneció durante más de cincuenta
años. En 1948 fue elegido miembro del Trinity College.

Desde 1920 en que se unió al partido comunista de Gran Bretaña, mantuvo una activa y
militante participación política, destinando gran parte de su tiempo a la organización y
presentación de conferencias sobre una base ideológica consistente. En 1925 junto con
Keynes visitó la Unión Soviética, lo que le inspiró la redacción de su libro El desarrollo de la
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economía de Rusia desde la Revolución (1928), el cual reescribiría veinte años más tarde
bajo el título El desarrollo de la economía soviética desde 1917 (1948).

Dobb consiguió ser simultáneamente un economista marxista y un miembro activo de la


escuela de Cambridge. A lo largo de su carrera llegó a publicar doce libros académicos,
varios folletos y numerosos artículos destinados a un público general. Escribió
principalmente sobre economía política, estableciendo la conexión entre el contexto
social, los problemas de la sociedad y la forma en que influye el intercambio del mercado.

La amplitud de su obra hace difícil trazar un panorama de sus escritos, pero es posible
agruparlos en torno a una serie de temas. A excepción de Salarios (1927), obra de carácter
monográfico, los escritos de Dobb pueden agruparse dentro de tres líneas fundamentales:
teoría económica, problemas del socialismo y desarrollo capitalista.

La publicación en 1946 de Estudios sobre el desarrollo del capitalismo, dio lugar a una
polémica en torno al modo y las etapas de la transición del feudalismo al capitalismo, en la
que participaron varios economistas e historiadores, como Sweezy, Takahashi, Hilton,
Lefebvre, Hill, e incluso el propio Dobb, entre otros. Dicha polémica, recogida bajo el título
La transición del feudalismo al capitalismo, problematizaba los factores determinantes de
la transición entre dos modos de producción distintos.

Dobb retomó este tema – que aun hoy mantiene vigencia – en una conferencia dictada
en 1962 en Bolonia, la que forma parte del primer capítulo de Ensayos sobre capitalismo,
desarrollo y planificación (1927). De acuerdo con los postulados marxistas, el historiador
sostenía que el desarrollo económico y el aumento de la productividad laboral no pueden
ser entendidos sino dentro de los límites y posibilidades apuntadas por el análisis histórico
de las relaciones sociales de producción específicas de una época determinada; de modo
que la clave para el surgimiento de nuevos modelos de evolución económica es la
aparición de nuevas relaciones de producción.

“Si bien nadie podría seriamente negar que hay rasgos comunes a diferentes tipos
de sociedad económica y que esas analogías merecen estudio y revisten su
importancia cuando se las pone en el lugar que les corresponde, parece estar bien
claro que las preguntas esenciales sobre el desarrollo económico (…) no podrán
responderse sin sobrepasar las lindes de este tipo tradicional, limitado, de análisis
económico, que tan inmisericordiosamente sacrifica el realismo en aras de la
generalidad, y sin abolir la frontera entre los que suelen denominarse ‘factores
económicos’ y ‘factores sociales’.” (La transición…, 1971, p. 48)
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Para Dobb la causa de la declinación del feudalismo estuvo generada por la


sobreexplotación del campesinado.
“…los testimonios que poseemos señalan con insistencia que fueron la ineficacia
del feudalismo como sistema de producción, ligada a las crecientes necesidades
de renta de la clase dominante, los principales responsables de su declinación,
puesto que esta necesidad de renta adicional promovió un incremento en la
presión sobre el productor hasta un punto en que ella se hizo literalmente
insoportable. (…) el resultado eventual para el sistema en general fue desastroso,
pues al cabo condujo a un agotamiento o a una efectiva desaparición de la fuerza
de trabajo que lo alimentaba. ” (Ibid., p. 61)

Quizá las obras referidas a los problemas del socialismo que poseen mayor interés, son los
artículos sobre cálculo económico en una economía socialista y sobre problemas teóricos
de la planificación. En estos escritos se reconoce el aspecto más teórico de su obra.
Economía política y capitalismo (1937) y Economía del bienestar y economía del socialismo
(1969), constituyen su principal producción como crítico e historiador de la teoría
económica, hasta la aparición, en 1973, de su libro Teorías del valor y la distribución desde
Adam Smith (probablemente su obra teórica más importante).

En 1970, al escribir sobre el problema del socialismo, mostró su veta militante en textos
como: Argumentos sobre el socialismo o el Nuevo Socialismo que cumplen una función
sobre todo propagandística. En esta última Dobb se limita a formular una crítica al
excesivo centralismo de la planificación soviética tradicional, en un marco próximo al de
las propuestas de reforma que se generalizaban en los países del Este; pero no llega a
cuestionar la institucionalidad política de estos países, pese a que la primavera de Praga
había puesto en primer plano precisamente este problema tan sólo dos años antes.

Otros dos promitentes historiadores británicos de tendencia marxista fueron:

Rodney Hilton (1916-2002) y Christopher Hill (1912-2003)


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Ambos egresaron del Balliol College de Oxford. Mientras Hilton desarrolló su carrera en
la Universidad de Birmingham, especializándose en el estudio de la Baja Edad Media y los
modos de producción feudal, con énfasis en la experiencia histórica de la clase campesina
inglesa, Hill fue profesor de Historia Moderna y luego Rector en Balliol, dedicándose a la
historia de Inglaterra en el siglo XVII, y particularmente de la Revolución Inglesa.

La producción escrita de Hilton, bajo inspiración marxista, intenta explorar algunos de los
aspectos del cambio en la estructura social medieval que dieron origen al desarrollo del
capitalismo y la revolución del siglo XVII. Su interés en éste y otros estudios referidos a la
dinámica de la lucha de clases, el reconocimiento de los campesinos como actores
sociales, sus críticas al determinismo economicista, su visión global de la sociedad, forman
parte de sus aportaciones más significativas, las cuales vincula explícitamente con
problemas contemporáneos, como los procesos de descolonización y de industrialización
en sociedades en las que la mayoría de la población continuaba siendo campesina.

Con respecto a la extensa producción de Hill, afirma Kaye (1989) que “Tanto por la
cantidad como por la calidad de su obra, Hill debe considerarse uno de los mejores
historiadores en lengua inglesa en el siglo veinte” (p. 93). A lo largo de más de cuatro
décadas escribió multitud de trabajos extraordinarios, entre los que cabe citar: Los
problemas económicos de la Iglesia (1955), Puritanismo y Revolución (1958) Los orígenes
intelectuales de la Revolución Inglesa (1965) (reeditada en 1996), El siglo de la Revolución
(1961) y El mundo trastornado (1972).

BIBLIOGRAFÍA Y FUENTES RECOMENDADAS PARA EL ESTUDIO DEL TEMA

- Dobb, M. (1971). Estudios sobre el desarrollo del capitalismo. Buenos Aires: Siglo XXI

- Gordon Childe, V. (1996). Los orígenes de la civilización. México: FCE

- Iggers, G. (2012). La historiografía del siglo XX. Desde la objetividad científica al


desafío posmoderno. Santiago de Chile: Fondo de Cultura Económica.
Cap. 7 – La ciencia histórica marxista. Desde el materialismo histórico a la
antropología crítica (pp. 129-158). [Repartido 35]

- Kaye, H. J. (1989). Los historiadores marxistas británicos. Un análisis introductorio.


Zaragoza: Universidad, Prensas Universitarias – Caps. 2, 3 y 4 (pp. 23-120)

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