Nicolas Lynch

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EL GIRO A LA IZQUIERDA Y LA

DEMOCRACIA LIBERAL EN AMÉRICA


LATINA

Nicolá s Lynch Gamero

Lima, enero de 2020

Facultad de Ciencias Sociales


Universidad Nacional Mayor de San Marcos
Lima-Perú

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Indice

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1. Introducció n

2. ¿Qué nos permite ver las cosas de otra manera?

3. La condició n dependiente

4. Lo nacional popular como la democratizació n fundamental

a. Sobre la importació n y el concepto de democracia


b. El movimiento nacional popular
c. Lo nacional popular y la democratizació n fundamental
d. Lo nacional popular como construcció n de hegemonía
e. Hegemonía, sujeto político y liderazgo
f. La construcció n hegemó nica y el pluralismo
g. La cuestió n del nombre: ¿nacional popular o populismo?

5. La grieta de las dictaduras militares

6. Las transiciones a la democracia como la huida del horror de las dictaduras

a. Las transiciones como fenó meno político


b. Las transiciones como reflexió n académica y proyecto político
c. La crítica de la teoría de las transiciones
d. Las transiciones y el fracaso de la consolidació n democrá tica
e. Las salidas: por la izquierda y por la derecha

7. El giro a la izquierda

a. ¿De qué se trata?


b. ¿Dos izquierdas o procesos nacionales?
c. La recuperació n de la política y el Estado.
d. Los caudillos y la cuestió n del liderazgo
e. La movilizació n social
f. Capitalismo nacional y extractivismo
g. Los esfuerzos de integració n regional
h. Corrupció n, patrimonialismo y autoritarismo

8. La crisis del giro a la izquierda y la contraofensiva de la derecha

Conclusiones

Bibliografía

2
Prólogo

En este texto desarrollo una reflexió n sobre la disputa por el significado de la


democracia que atraviesa América Latina. Lo hago desde un punto de partida: el
debate sobre la teoría y las prá cticas sobre este régimen político en el tiempo corto
de las ú ltimas dos décadas en la regió n. El tema ha tenido un especial auge en
nuestra América por el giro a la izquierda que sucede con la llegada al gobierno,
por la vía electoral, de un conjunto de opciones políticas progresistas. Este período,
que transcurre entre 1998 y 2016, ha sido rico tanto política como
académicamente, por lo que considero de la mayor importancia señ alar los
cambios que el mismo introduce en la visió n y la perspectiva de la democracia en
la regió n.

Sin embargo, para alcanzar la comprensió n del período reciente enmarco los
conflictos inmediatos en una contradicció n má s profunda, en un tiempo má s largo,
sobre el origen de la democracia entre nosotros, ventilando las raíces de las
distintas versiones al respecto. Esta conexió n entre el período reciente y el tiempo
largo es lo que permite mi argumento y a la vez da el espacio para que este se
informe, cual fogonazos, de los acontecimientos que enriquecen la controversia
democrá tica en cuestió n. Por ú ltimo, a partir de las dos tensiones anteriores y la
conexió n consecuente busco entender los cambios que ellas producen hacia el
futuro, es decir, en el camino de la transformació n social en América Latina.

En todos los casos el argumento es a contracorriente. En el primero de ellos señ alo


que la contradicción no es entre democracia liberal y dictadura populista,
como pretenden los neoliberales y sus medios afines, sino entre dos formas
de entender la democracia en la región, una social y mayoritaria versus otra
elitista y procedimental. En el segundo, que la democracia surge de las luchas
sociales y políticas de nuestros pueblos y es sistematizada por una tradición
de pensamiento crítico que viene de la primera mitad del siglo XX; no es, por
lo tanto, una importación del promedio occidental de convivencia política
que nos traen, supuestamente y en el mejor de los casos, las oligarquías y las
agencias de la cooperación internacional. En el tercero, que de las dos
contradicciones anteriores surge una reflexión sobre el camino que toma la
transformación social en la región, que es el camino de la movilización social
y el triunfo electoral que conduzca a una democracia de mayorías, dejando
de lado toda forma de golpe de Estado o asalto al poder que no tome en
cuenta la voluntad mayoritaria de los ciudadanos.

El texto aborda, asimismo, una renovada preocupació n sobre lo nacional popular


en América Latina y el proceso de construcció n hegemó nica que este implica,
registrando o desechando las diversas herramientas conceptuales con las que
hemos avanzado en el camino. En mi caso esto empieza con la publicació n del
artículo académico “Neopopulismo: un concepto vacío” en 1999 y ha continuado
con sucesivas publicaciones el 2009, 2013 y 2017; en todos los textos tratando de
explorar có mo este fenó meno impacta la democratizació n social y política de la
regió n y qué posibilidades de construcció n de régimen político nos brinda.

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Debo agradecer a quienes me dieron la oportunidad de desarrollar mis
argumentos. Primero, a mi grupo de investigació n “Estado nació n y democracia en
el Perú y América Latina”, en el que desarrollé los proyectos “El Perú en contraste
con América Latina” y “La crítica populista de la democracia representativa” entre
2016 y 2019. Asimismo, a mis alumnos del curso Sociología Política de América
Latina en la Maestría en Sociología entre los añ os 2016 y 2019; todo esto en la
Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos de
Lima. Asimismo, a los organizadores y alumnos del Seminario Virtual de CLACSO
“La disputa por la democracia en América Latina”, entre mayo y agosto de 2018.
Por ú ltimo al New School for Social Research que me invitó como Hans Speier
Visiting Professor del Departamento de Sociología para el semestre de otoñ o de
2018, lo que me permitió , junto con el Profesor Carlos Forment ,dar un curso sobre
“Democracia en la América Latina contemporá nea”.

Si las ideas planteadas en este texto ayudan en algo a la reflexió n sobre la


democracia en la regió n, en esta agitada época que vivimos, habré cumplido
largamente mi objetivo.

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1. Introducción

Abordar hoy, a principios de 2020, la cuestió n democrá tica en América Latina es


escribir sobre una situación de emergencia. A pesar de las transiciones
democrá ticas de los ú ltimos cuarenta añ os, del giro a la izquierda de los ú ltimos
veinte y la contraofensiva neoliberal, las amenazas y realidades de dictadura,
intervenció n militar, golpe de Estado, migraciones masivas, control de amplias
zonas de la regió n por bandas criminales; todas ellas situaciones ajenas a un
régimen mínimamente democrá tico, presentan desafíos inéditos que ponen en
peligro la precariedad actual así como el conjunto de los avances logrados en los
ú ltimos cien añ os.

Hace apenas un añ o pensaba que Venezuela era el extremo, pero luego del
convulsionado 2019 vemos que se trata de un subcontinente en movilizació n e
incluso combustió n política. La protesta callejera masiva en Chile, Ecuador,
Colombia y Bolivia, ponen sobre la mesa en un espacio corto de tiempo y con
reclamos muy similares, lo que ha sido el conflicto en los ú ltimos veinte añ os en la
regió n: el cuestionamiento de las políticas, principalmente econó micas, de cará cter
neoliberal, que está n directamente ligadas a las propuestas democrá ticas en
cuestió n. Y sí, en este concierto, Venezuela es donde la crisis democrá tica no tiene
salida a la vista, pasando por Brasil que parece oscilar a la extrema derecha luego
de haber tenido un gobierno de izquierda durante 13 añ os, entre 2003 y 2016.
Hasta países má s pequeñ os, como Ecuador donde la traició n de Lenin Moreno lo ha
llevado a un drá stico cambio de bando. Así como Honduras o Paraguay, alguna vez
con atisbos de progresismo, en los que el fraude electoral o el golpe blando a favor
de la derecha no parecen restarles legitimidad a su cará cter supuestamente
democrá tico. La interrupció n democrá tica, por golpe de Estado en Bolivia, que
terminó con las sucesivas reelecciones de Evo Morales y que ha llevado a un
gobierno interino de extrema derecha y a la convocatoria a elecciones para
mediados de añ o. Para continuar con la excepció n de México que vira al
progresismo, luego de treinta añ os seguidos de gobiernos neoliberales que
terminaron en un agudo desgobierno con cientos de miles de muertos y
desaparecidos, y Argentina, que luego de cuatro añ os de resistencia en las calles al
regreso neoliberal, vuelve a elegir a un presidente peronista.

Vivimos una tormenta y debemos explicarnos esta tormenta. Aunque la


explicació n no es una sola ni parten todas ellas de un mismo punto de vista.
Algunos creen que el desorden ocurre porque alguien quiso cambiar el curso
supuestamente apacible de los acontecimientos que venían de las transiciones a la
democracia y el Consenso de Washington. De hecho, si alguna ilusió n crearon estos
fenó menos es que habríamos llegado, treinta añ os atrá s, a un consenso
democrá tico en América Latina. Pero este no es el caso. El desorden tiene su
antecedente en el giro a la izquierda de principios del siglo XXI y este, a su vez es
una reacció n a los graves problemas causados por la economía neoliberal y las
democracias de élite producto de las transiciones que se produjeron entre las
décadas de 1970 y 1990. Se enfrentan, en el movimiento social y en la lucha
política, en los medios de comunicació n y en la academia, explicaciones
contrapuestas, que dan cuenta de la crisis de manera distinta, llevá ndonos en cada

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caso a explorar tanto las raíces histó ricas como teó ricas de la democracia en
América Latina.

Por ello me pregunto, haciendo un préstamo de Charles Tilly (1999)1, ¿de dó nde
viene la democracia en América Latina? Porque creo que para entender lo que pasa
con la política y específicamente la democracia en la regió n hay que explorar
nuestra historia y las luchas de nuestros pueblos, pero también có mo ellas afectan
y se ven afectadas por la propia teoría democrá tica en general. Tilly, en este
sentido, señ ala, corrigiendo a T.H. Marshall (1996) en su concepto de ciudadanía,
que esta se define má s como lo que se logra, en términos de derechos, en una lucha
social y política que en la gradual ilustració n de los gobernantes. Derechos,
ciudadanía y finalmente democracia, está n entonces asociados a los logros de una
lucha en un proceso histó rico determinado. Una lucha en la que, en distintos
momentos, unos ganan y otros pierden, dejando atrá s un viejo orden y tratando de
afirmar uno nuevo. El desorden actual proviene, entonces, no sólo ni
principalmente de los que pretenden el cambio, sino de una reacción de los
afectados por las reformas antineoliberales y el afán de las fuerzas
conservadoras de terminar con ellas.

Empero, respondiendo a la pregunta hecha líneas arriba, hemos sufrido también de


una pretensió n distinta sobre el origen de la democracia en la regió n. Una
pretensió n que señ ala que la democracia es un bien importado de los “países
avanzados”, importado como un lujo de excepció n por nuestras oligarquías
durante el siglo XIX y perfeccionado por los procesos posteriores y finalmente la
industria de la “ayuda democrá tica” que vino con las transiciones en los ú ltimos
cuarenta añ os. Esta disputa sobre el origen está en la raíz de la disputa siguiente
por el significado actual de la democracia en América Latina y sus desó rdenes
consecuentes.

Lo interesante, sin embargo, es que todos, o casi todos, está n de acuerdo en que
vivimos una crisis. El problema es que para unos, los que defienden el orden
establecido, se trata de una crisis de regresió n, mientras que para otros, los que
defienden la transformació n, se trata de una crisis de desarrollo. Los primeros,
hablan de que habría revivido el autoritarismo en América Latina, con los
consecuentes fantasmas que ello evoca en la regió n. Aunque, en este caso, como ya
lo hicieron en otras épocas, con el nombre de populismo, rememorando el
fantasma no de las botas sino de las masas populares y su supuesta irracionalidad.
Los segundos, que la región está intentando, con éxito desigual, desarrollar un
camino de nacionalización y democratización profunda de sus sociedades, es
decir de hacer sus países más suyos y manejarlos de acuerdo a la voluntad de
sus ciudadanos.

La explicació n “populista” cobra especial fuerza en este sentido. Hay diversas


teorías sobre el populismo y diversos usos del concepto para analizar distintas
realidades. Pero, a diferencia de la mayoría de los trabajos sobre el tema prefiero

1
Charles Tilly publicó hace 20 añ os “¿Where do rights come from?” , como el mismo señ ala en la
perspectiva de la sociología histó rico-comparativa de Barrington Moore (1966) en el libro “Los
orígenes sociales de la dictadura y la democracia”, en el que Moore sostiene que los derechos son
productos histó ricos de la lucha de clases y las revoluciones.

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poner esta explicació n de lado. Como señ alaré má s adelante, creo que es un
concepto que explica todo y, a la vez, no explica nada. A la postre encubre má s que
descubre. No creo que tiene sentido utilizar un concepto que ha impuesto, en su
definició n má s difundida, el uso universal de lo que llama una forma de hacer
política —el populismo— pero con distintos programas y objetivos en cada caso y
privilegia la primera sobre los segundos. El poner por delante el có mo sobre el por
qué en el aná lisis, sin articular ambas dimensiones, está condenada a no llegar al
fondo de las cosas.

Por ello, el camino que emprendo no es sólo explicar una forma de la política,
sino, más que eso, un curso histórico de construcción nacional y democrática
que tiene en distintos períodos diferentes agentes y enfrenta distintos
adversarios/enemigos. Todo esto dentro de la construcció n de lo popular, cuyo
objetivo es un orden propio, ajeno al saqueo, a la explotació n y a la dictadura, en
nuestros países y en nuestra regió n.

Ahora bien, esta explicació n a diferencia de otras, en especial de la democrá tico-


liberal, se enfoca en la construcció n de hegemonías no de consensos, que apuntan a
transformar la realidad social y en especial el régimen democrá tico. No se trata
entonces solo de la fuerza, que se suele privilegiar en la lucha política sino también
de una direcció n “intelectual y moral” en base a la cual se logra legitimidad frente
al conjunto de la població n. Este es el sentido que le dan al uso del concepto desde
Antonio Gramsci en sus “Cuadernos de la cá rcel” en las décadas de 1920 y 1930,
hasta Ernesto Laclau (2005) en “La razó n populista” de añ os recientes. La
construcció n hegemó nica, es decir, la visió n alternativa y el esfuerzo por hacerla
prevalecer es fundamental para quien quiere una transformació n, de allí que sea
vehementemente negada por los que se oponen a un cambio. La construcció n
hegemó nica supone dividir campos entre los que defienden un orden y aquellos
que lo desafían y quieren otro. Esta construcció n, así planteada, produce conflicto,
como elemento constitutivo de la política hegemó nica. Pero el problema, a
diferencia del enfoque liberal, no es có mo evitar o negar el conflicto, sino có mo
procesarlo, manteniendo el objetivo emancipatorio y la indispensable diversidad.

Esta distinció n puede llevar a una lucha entre adversarios que se puede convertir
en una disputa entre enemigos, con las consecuencias de sobrevivencia,
integració n y desaparició n de los actores políticas de acuerdo al resultado de la
lucha hegemó nica. Esta posibilidad de que los adversarios se conviertan en
enemigos no tiene una varita má gica de solució n ni es necesariamente negativa,
depende má s bien de las raíces histó ricas y sociales de los bloques en conflicto y de
la traducció n institucional que ellos han tenido en cada sociedad. Donde ha
dominado la desigualdad social y la exclusión política lo más probable es que
se marche a una confrontación entre enemigos, mientras que en casos
distintos donde la desigualdad se ha mantenido en niveles tolerables y ha
dominado la voluntad de inclusión política de todos los sectores, es probable
que la lucha hegemónica se dé entre adversarios. En cualquier caso el objetivo
de esta lucha hegemó nica es acortar la distancia entre gobernantes y gobernados y
producir una democracia no só lo representativa sino también participativa, para
estar en mejores condiciones de producir bienestar.

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La construcció n hegemó nica con perspectiva transformadora en América Latina ha
pasado por diferentes fases. En las épocas de la lucha contra las dictaduras
tradicionales su cará cter ha sido variado dependiendo de la situació n, en un rango
que ha ido de la democracia al autoritarismo, pasando incluso dentro de un mismo
movimiento de la lucha electoral a la lucha armada. En la época contemporá nea ha
tenido, hasta ahora, un cariz democrá tico, aunque, como vemos cotidianamente no
se da exenta de tentaciones autoritarias, tanto porque quienes se oponen a nuevas
hegemonías como por quienes insisten en modelos de transformació n social de
otras épocas. La hegemonía, así, aspira a una integració n del conjunto en un nuevo
orden, aunque en la prá ctica no lo logre plenamente nunca porque eso sería el fin
de la política. Es aspiració n, orientació n y logros parciales, pero siempre con el
norte de la política y la diversidad por delante.

Frente a la pretensió n de construcció n hegemó nica existe una versió n equivocada


y dominante de la política y la democracia en América Latina. La política para este
punto de vista es en la realidad un conflicto perpetuo entre la democracia,
entendida como democracia liberal, y la dictadura, en el continuum oligarquía,
militarismo y populismo, con las continuidades y yuxtaposiciones del caso. Este
entendimiento liberal, sin embargo, que nace como proyecto oligá rquico y se
afirma con las transiciones, se convierte en neoliberal cuando converge con las
políticas de ajuste estructural del llamado Consenso de Washington. En esta
concepción la limitación del poder del Estado y el respeto y promoción del
derecho de propiedad, hasta convertirlo en un derecho casi absoluto, son
elementos fundamentales del régimen político.

Pero la época ha cambiado en América Latina aunque parece que algunas derechas
y otras izquierdas no han tomado nota al respecto. Luego de la caída del Muro de
Berlín y el fin de la Guerra Fría se abre un espacio para la democracia en general
que da curso a las transiciones y permite el giro a la izquierda. Esta nueva situació n
es la que me lleva a hablar de disputa por la democracia en la regió n y no só lo de la
contradicció n entre democracia y dictadura. En realidad lo que existe ahora es una
disputa prá ctica y también teó rica entre una versió n neoliberal de la democracia
—que es la versió n dominante de la derecha en la regió n— y otra, social o
mayoritaria, que cobra fuerza en los ú ltimos 20 añ os con el denominado giro a la
izquierda. Alvaro García Linera (2020) pone esta como la disputa sobre el
significante de la democracia en la regió n. En este ú ltima, la soberanía del pueblo y
el respeto por los resultados electorales, tanto por los resultados numéricos como
por las promesas de campañ a; así como la extensió n de la ciudadanía con los
derechos sociales y culturales, se convierten en fundamentales.

Es curioso, sin embargo, que la idea de disputa con otro modelo de régimen que no
sea el liberal, cause particular escozor y hasta rechazo entre los partidarios de este
ú ltimo, descalificando a los que osen disputar con ellos. Disputas, parecen
decirnos, solo dentro de casa y no fuera de ella. Los que las planteen y renieguen
del consenso, que sería la solució n en el discurso liberal, só lo pueden ser
autoritarios o tener la semilla maldita dentro de ellos. Para estos liberales
entonces, calificado el rival de autoritario y aunque prediquen el consenso, só lo les
queda negarse a sí mismos y establecer el conflicto hasta terminar con aquel.

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Por ú ltimo, distinguir la raíz de la democracia en nuestra propia historia y los
conflictos consiguientes y señ alar que la contradicció n fundamental en la política
latinoamericana actual es entre dos formas de concebir la democracia, nos lleva a
una tercera cuestió n ya contenida en las anteriores. La vigencia de la necesidad de
transformació n de las estructuras de explotació n social y opresió n colonial, en sus
variantes semicolonial o neocolonial2, en la regió n y el reconocimiento de que el
cará cter de la transformació n ha cambiado en América Latina en las ú ltimas
décadas. Ya no es la idea revolucionaria, de inspiració n marxista, que encontró
terreno fértil en el período de la Guerra Fría y que se plasmó en las diversas
variantes de lucha armada y asalto al poder, sino la transformación democrática
por la vía de la movilización social y la competencia electoral que lleva en
oleadas sucesivas a avanzar en la emancipación de las diversas formas de
dominación. Este cambio en la idea de transformació n resume los dos primeros
planteamientos y señ ala un futuro a la democratizació n de la regió n.

He marcado la cancha y con este guió n trataré de dar cuenta de la democracia en


América Latina desde la crisis actual, con la voluntad de hacer una recuperació n
propia y no importada de la misma.

2. ¿Qué nos permite ver las cosas de otra manera?


2
Es difícil señ alar una diferencia clara entre los conceptos semicolonial y neocolonial y muchas
veces se usan de manera intercambiable. En ambos casos se refieren a situaciones poscoloniales
que buscan resaltar tanto la explotació n econó mica como la opresió n nacional. Sin embargo,
semicolonial es un término que suele usarse para señ alar a los países que está n en una situació n de
independencia política formal y dependencia econó mica real. Mientras que neocolonial refiere a las
nuevas formas de penetració n imperialista, tanto políticas, econó micas y culturales, en los países
dependientes posteriores a la Segunda Guerra Mundial.

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Mirar desde el sur. Romper con la visió n eurocéntrica de América Latina que la
entiende, en el mejor de los casos, como una prolongació n del mundo occidental
(Rouquié 1997) y, en el peor, como su “patio trasero” o zona de ocupació n
econó mica y eventualmente militar. Pero romper con esta visió n eurocéntrica
tiene sentido si nos permite explicar el problema central de la regió n que son la
desigualdad y la pobreza seculares. Una desigualdad y una pobreza que cuestionan
su existencia misma y aú n su identidad y a partir de las cuales suelen declararla
una tierra ignota o imposible de conocer cuyo futuro está ligado a que se acuerden
de ella (Reid 2009) y a que los latinoamericanos seamos capaces de poner en valor
sus riquezas, se supone que naturales. Esta visió n, que es necesario abandonar, no
só lo ve la regió n como tierra de otros que no son precisamente sus habitantes y
menos sus pueblos originarios, sino también deja de lado la posibilidad de que
surjan voluntades autó ctonas con una agenda para que esta América tenga un
lugar propio y no prestado o negado en el planeta.

Una América Latina que pretende tener un lugar propio en el planeta es una regió n
del mundo que se define de tres maneras complementarias. Primero, con el
mestizaje que recrea mú ltiples culturas y lenguas en una simultaneidad de
tiempos histó ricos y sobre la base de la má s antigua tradició n originaria. Segundo,
por la oposición al coloniaje, que en el continuum colonia/imperio, desde la
creació n de nuestra América como entidad diferenciada en el planeta hasta
nuestros días, ha sido ocupada y depredada por sucesivas centros hegemó nicos
con un modelo econó mico exportador de materias primas. Sin embargo, esta
opresió n colonial e imperial también se ha expresado en la colonizació n interna,
por élites de origen ajeno a nuestros territorios que han establecido su dominació n
en la separació n étnico social entre un ellos y un nosotros secular. Y tercero, en el
proyecto emancipador, que desde la independencia hasta la actualidad se define
como una comunidad de destino en el sentido de Otto Bauer (1979)3, en la que
plasma la vivencia comú n de las luchas populares. Esta comunidad de destino se
resume con el nombre de Patria Grande, que ya se usa en el siglo XIX, pero que es
popularizado por Manuel Ugarte (2010) a principios del siglo XX y que toman
como bandera de la unidad latinoamericana los gobiernos progresistas del giro a la
izquierda. Entre la oposició n a la dominació n y el destino conjunto ocurre una
historia de diversidades y confluencias que son menos o má s de acuerdo al cristal
con que se las mire. Este poliedro es el que produce un poderoso haz de luz que
aparece en momentos de renacimiento de la regió n para reclamar lo que le
pertenece y a lo que aspira a contrapelo de los que la quieren esclava por siempre.

Ahora bien, este mirar desde el sur tiene, en el tema que nos ocupa, una
connotació n para la teoría democrá tica que supone una complejidad especial. La
teoría democrá tica como parcela de la teoría política es como ningú n otro, coto
cerrado del pensamiento occidental. La idea de que democracia es sinó nimo con
democracia liberal es la viga maestra de este pensamiento, que no solo abarca
3
La idea de “destino” para referirse a la definició n de América Latina está ya en Alain Rouquié
(1997) que se refiere a “unidad de destino” supongo que tomando de Otto Bauer que dice mejor, a
principios del siglo XX y para referirse a la formació n de las naciones europeas, “comunidad de
destino”. Esta idea de Bauer, subrayando la experiencia comú n de los que forman una comunidad
en un devenir histó rico, creo que define mejor la vivencia de nuestros pueblos y la definició n del
espacio que ocupan como América Latina.

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buena parte de la academia sino también la abrumadora mayoría de los medios de
comunicació n.

José Nun (2000) nos decía hace casi veinte añ os que en América Latina sufríamos
de la aplicació n de un “parecido de familia” producido en occidente con el nombre
de democracia. Este no es otra cosa que un promedio de la democracia “realmente
existente” en los países capitalistas desarrollados y que estos buscan exportar,
como modelo empaquetado má s que como experiencia vivida, al resto del mundo.
Esta idea de un parecido de familia pasible de exportació n es contraria a un
concepto de democracia enraizado en nuestra propia experiencia histó rica. Este
contrapunto se convierte así en el partidor para “conocer” la democracia en la
regió n.

Para desarrollar otra visió n debemos situar los procesos en una perspectiva
histó rico-estructural de desarrollo, contraria a la perspectiva presentista que nos
venden cotidianamente y que, como dije en otra parte (Lynch 2017) es la
temporalidad del discurso hegemó nico. Esto significa prestar atenció n a la onda
larga de democratizació n latinoamericana de los ú ltimos cien añ os, tanto al
proceso de democratizació n social como al proceso de democratizació n política, en
cada uno de los períodos de desarrollo/involució n política de la regió n. Una onda
larga que como tiempo secular no es solo pasado sino también presente, y refiere
coyunturas y acontecimientos a los tiempos mayores de la historia del
subcontinente (Braudel 1982, Rueschemeyer, Stephens y Stephens; 1992).

Este señ alamiento, que distingue la democratizació n social y la democratizació n


política es muy importante, ya que permite entender las raíces sociales de la
democracia y el camino que el proceso de democratizació n sigue para convertirse
en régimen político. Por democratizació n social se entiende la lucha por la igualdad
en las relaciones entre los individuos y las clases sociales. La democratizació n
fundamental, la llama Carlos Vilas (1995), para referirse a los cimientos de la
democracia política. Mientras que la democratización política propiamente tal
es la lucha y el logro de un régimen de competencia libre, abierta y a través
de elecciones por el poder del Estado. Sin democratizació n social la democracia
política es débil y propensa al autoritarismo.

Esta perspectiva epistemoló gica debe, sin embargo, lidiar con la naturalización
del análisis político en dos aspectos fundamentales e interrelacionados: el
entendimiento de la política como una esfera independiente de la economía
y de la sociedad en general y su consideración como un análisis de
interacción entre actores, es decir, la idea de que la política es la interacció n de
los individuos, los ciudadanos y las personalidades que compiten en un eterno
presente, sin contexto diacró nico que los contenga. Esta naturalizació n restringe
severamente el concepto de la política, sin embargo, se ha acentuado en el mundo
simultá neo que nos ofrece el imperio de los medios de comunicació n y en especial
las redes sociales.

Esta es la preocupació n de Carlos Franco (1998) cuando nos señ ala que la llamada
teoría de las transiciones a la democracia, sistematizada por Philippe Schmiter y
Guillermo O´Donnell (1986), naturaliza en el mundo académico latinoamericano la

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independencia de la política y el aná lisis de la interacció n entre actores como la
forma de proceder a su estudio. Franco llama la atenció n señ alando que esto se
hace dejando atrá s una tradició n académica de aná lisis histó rico estructural que
tuvo, en su momento, al propio O´Donnell (1982) como protagonista. De esta
manera se asume la política como una esfera independiente de los procesos
econó micos, sociales e histó ricos, quizá s como una reacció n al excesivo
determinismo que bajo influencia del marxismo ortodoxo se practicó en la regió n,
pero cayendo en el error opuesto lo que nos impide observar el fenó meno como
una totalidad. Al respecto Franco señ ala que en lugar de proceder a la crítica del
determinismo econó mico marxista recuperando la idea de la política como una
esfera autó noma dentro de un contexto estructural, se prefiere dejar este camino
en aras de un conductismo ajeno a la tradició n latinoamericana.

Pero quizá s quienes mejor completan esta perspectiva conductista del aná lisis
político son Scott Mainwaring y Aníbal Pérez Liñ an (2013), que señ alan a los
actores políticos y no las estructuras ni a las culturas, como los que deben ser el
centro del aná lisis. Los actores y sus preferencias normativas son los que para ellos
definen la suerte de las democracias y también de las dictaduras, de allí que para
estos autores la intensidad de sus preferencias resulte central y esto los haga
desconfiar de las posiciones radicales, de derecha o izquierda, que dificulten la
capacidad de negociació n que consideran muy importante para la política
democrá tica. Son los actores entonces el objeto de estudio y son pasibles, como
ellos mismos llaman la atenció n, a la influencia de los entornos internacionales
favorables en los que se difunde el modelo democrá tico liberal, como parte,
principalmente, de la política exterior de los Estados Unidos. Se establece como
vemos la relació n entre actores influenciables, entornos favorables y difusió n del
modelo demoliberal.

El enfoque alternativo que privilegia acercamientos mixtos en los que vuelven a


aparecer la historia y las estructuras sociales, lo que má s arriba denominamos
histórico estructural, nos lo traen con distintos énfasis Rueschemeyer y Stephens
(1992) y Linz y Stepan (1996). Los primeros, desde el aná lisis de las estructuras,
recuperan la interacció n entre los actores en el juego de poder de los grandes
intereses sociales, finalmente de la lucha de clases. Mientras que los segundos,
ubican la interacció n entre los actores en las diferentes arenas econó micas,
sociales, políticas y culturales organizadas por las instituciones y a la postre por las
estructuras. Con énfasis distintos, pero reconociendo la importancia de lo histó rico
estructural ambas contribuciones buscan establecer la articulació n entre actores o
agencias y estructuras. El mismo O´Donnell (1992) en un texto posterior al de las
transiciones, “Democracia delegativa”, que ha tenido también mucha difusió n,
vuelve sobre sus pasos y señ ala que las insuficiencias del Estado en América Latina
y el tipo de caudillo, especialmente presidencial que genera, tienen que ver con la
estructuras tradicionales de nuestras sociedades que en buena medida limitan la
competencia política.

Esto se expresa en América Latina de manera diferente en los distintos momentos


de nuestra historia, remitiéndonos a lo que ya mencioné como la disputa por la
democracia en la regió n. El elitismo oligárquico, que se proyecta en el elitismo
neoliberal, ha defendido la importación del “parecido de familia” de la

12
democracia occidental del que nos habla Nun, que ha visto la política como
parte de un eterno presente en el que se movían diferentes actores, negligiendo las
estructuras econó micas y sociales. Lo contrario ha sucedido con los
planteamientos de democracia social o democracia mayoritaria, propios de la
izquierda y los movimientos nacional populares, que suelen privilegiar las raíces
sociales de la política, y el balance o desbalance de poder en la misma,
específicamente, el peso de los grandes intereses para encuadrar el aná lisis
respectivo. No es casualidad entonces que un enfoque predomine sobre el otro de
acuerdo a có mo soplan los vientos políticos, aunque esto no sea lo que mejor
beneficie al aná lisis.

Creo, por todo ello, que tener conciencia de las raíces histó ricas y sociales de la
política y por lo tanto de la democracia y asumir que no existe aná lisis ignorando
las estructuras, es fundamental para un buen estudio de la interacció n entre los
actores, má s allá de las modas académicas y de las constelaciones de poder
dominantes. Sin embargo, la consecuencia má s importante de considerar las raíces
histó ricas y sociales de la política y de la democracia no es solo epistemoló gica sino
que permite establecer la relació n entre la desigualdad y la pobreza seculares en la
regió n y el origen y desarrollo de una perspectiva democrá tica que puede servir
para superarlas. De esta manera, los tiempos cortos y largos de la historia y la
política, entendiendo como señ ala Braudel (1982) que unos se contienen en los
otros, se encuentran, para asumir que la solució n de los problemas de fondo solo
puede venir de formas de organizar el poder que hundan sus raíces en nuestro
devenir.

3. La condición dependiente

13
Carlos Franco (1998) repetía que América Latina y en especial el debate
académico en la región, habían olvidado la teoría de la dependencia cuando
esta región se había vuelto más dependiente, es decir, cuando más la
necesitábamos. Semejante paradoja, que ha continuado hasta entrado el siglo XXI,
solo se explica por la fuerza de la hegemonía ideoló gica neoliberal entre nosotros.
Tanto es así, que la mayor parte de los análisis sobre la democracia evitan
tomar en cuenta la condición dependiente y cuando ésta es mencionada la
señalan como el rezago de un pensamiento de otros tiempos.

América Latina nació como entidad diferenciada en el planeta con la conquista


españ ola y portuguesa de la regió n. Nació entonces dependiente. Con la
independencia del dominio españ ol y portugués, en promedio doscientos añ os
atrá s, esta situació n trajo cambios pero má s formales que de fondo. Pasamos de ser
colonias a semicolonias o neocolonias, con algunos, muy contados, intentos de
verdadera independencia. Es má s, buena parte de la definició n e identidad e
identidad de la regió n latinoamericana ha sido en oposició n a esta condició n
dependiente. En la “querella de las designaciones” como señ alaba José Aricó
(1980), nos hemos nombrado América Latina por oposició n a la américa sajona y
no nos hemos atrevido a tomar la sugerencia juvenil de Víctor Raú l Haya de la
Torre de llamarnos Indoamérica, porque las élites de ancestro europeo se han
caracterizado por no soportar la reivindicació n de los pueblos originarios.

Sin embargo, el régimen democrático necesita de independencia,


especialmente de independencia estatal para funcionar, pero no de cualquier
Estado sino de uno soberano, que pueda tomar sus propias decisiones. Ademá s el
Estado en ese pasaje difícil de la dependencia a la soberanía como ha sucedido
en América Latina en distintos países y en diferentes momentos, lo que hace, vía
la pugna entre diferentes intereses sociales y políticos, es nacionalizarse y
en este proceso se juega su futuro como una entidad que pueda efectivamente
alojar un régimen democrá tico.

La democracia entonces, cualquier diseñ o de régimen democrá tico, tiene una


cuestió n muy seria con la dependencia. Y este es uno de los grandes retos de la
democratizació n latinoamericana, vencer la dependencia. Es interesante có mo en
casi todos los regímenes autoritarios o que tienden al autoritarismo en la regió n,
me refiero al período de la dominació n oligá rquica, durante las dictaduras
militares y ú ltimamente en los intentos de restauració n neoliberal, aparece muy
clara la relació n entre esos gobiernos y los centros imperialistas mundiales, en
nuestros casos má s recientes con los Estados Unidos. Sin embargo, no suenan las
alarmas, con la fuerza de otras épocas, como sí ocurrió en el pasado con el
antimperialismo. Al respecto, dos peruanos: José Carlos Mariá tegui y Víctor Raú l
Haya de la Torre, con divergencias sobre el diagnó stico pero coincidiendo en la
necesidad del antimperialismo, en textos célebres como Punto de vista
antimperialista (1975) y El Antimperialismo y el APRA (1972), fueron precursores
en señ alar la importancia de combatir nuestra condició n dependiente para
emprender un desarrollo propio, cualquiera que este fuera4.
4
Debo esta llamada tanto a Osmar Gonzá lez en comunicació n personal como a Carlos Franco
(1981). Este ú ltimo señ aló las observaciones de Haya y Mariá tegui como una “primera teoría
marxista de la dependencia”.

14
Ahora bien, para situarnos cabalmente en la valoració n de la reacció n académica
má s elaborada sobre nuestra condició n dependiente, es importante como nos
señ ala José Nun (2001) situarnos en el clima de época posterior a la Segunda
Guerra Mundial, en el que se desarrolla en occidente y en especial en Estados
Unidos la teoría de la modernización. Esta teoría planteaba que los denominados
países atrasados para desarrollarse deberían pasar por estadios similares a los que
había recorrido los países má s desarrollados, por má s que como nos señ ala el
coreano Ha-Joon Chang (2004), les impidieran usar recursos, como el
proteccionismo, que estos habían usado en su momento para su desarrollo. Al
respecto, la teoría del comercio internacional del economista clá sico David
Ricardo, de las llamadas ventajas comparativas naturales, que sería
posteriormente refutada por Raú l Prebisch y puesta en vigor nuevamente por el
neoliberalismo, era una piedra angular de esta teoría de la modernizació n. El
pensamiento crítico latinoamericano produjo quizá s si la refutació n má s
importante a este intento de generalizació n de la llamada teoría de la
modernizació n.

Revisemos entonces la reflexió n sobre nuestra condició n dependiente en la época


contemporá nea. La dependencia ha sido teorizada en la segunda mitad del siglo XX
por una saga de científicos sociales, desde Raú l Prebisch y el estructuralismo de la
Comisió n Econó mica para América Latina (CEPAL) en sus varios matices, pasando
por la teoría de la dependencia, propiamente dicha, hasta las tesis de Aníbal
Quijano sobre la colonialidad del poder. No hay que olvidar, sin embargo, como nos
recuerda Carlos Ominami (2013) que cincuenta añ os atrá s el estructuralismo se
puso frecuentemente en contra de la teoría de la dependencia y viceversa, y que el
propio Quijano creo que no se consideraría parte de una saga como la que estamos
planteando. La contradicción en la época se establecía entre los que creían en
la posibilidad de reformas, los estructuralistas, y los que las negaban y
afirmaban la revolución (o la desconexión del sistema capitalista) para que
cualquier cambio fuera posible5. Pero, vistas las cosas en perspectiva, cuando la
relació n entre reforma y revolució n ha cambiado, luego de la caída del muro de
Berlín y el fin de la Guerra Fría, creo que esta saga es vá lida y los aportes desde
cada perspectiva suman má s que restan. Por lo demá s, este repaso es importante
no só lo por el significado de la reflexió n para América Latina sino, sobre todo, por
la actualidad de la misma.

La saga comienza con Prebisch y el pensamiento que se desarrolla en la CEPAL a


fines de la década de 1940 y se extenderá , por lo menos en las cinco décadas
siguientes. Tomando el resumen que hace el propio Prebisch (1987) en Cinco
etapas de mi pensamiento sobre el desarrollo, podemos señ alar la existencia de un
centro y una periferia en la economía mundial y el hecho de que la primera
subordina a la segunda, produciendo una situació n de heterogeneidad estructural
en el planeta. Ambas cuestiones, la subordinació n y la heterogeneidad, rompen con
el cuadro idílico de armonía entre las partes que difunden los ideó logos de las
economías del norte.

5
Recordemos el libro de Theotonio dos Santos Socialismo o Fascismo (1973), precisamente en este
debate, que no veía otra posibilidad que la transformació n revolucionaria inmediata o el abismo de
la dictadura fascista.

15
Continú a Prebisch con el intercambio desigual entre centro y periferia, el deterioro
de los términos de intercambio que sucede por la baja tendencial del precio de las
materias primas, en cuya producció n se especializa la periferia y la subida de los
precios de los productos manufacturados, que vienen del centro. La diferencia de
precio en el intercambio entre unos y otros, crea un déficit para la periferia y
superá vit para el centro, refutando la teoría ortodoxa del comercio internacional
que señ ala que la especializació n de cada uno en las “ventajas naturales” que
posee, les dará ganancias a todos. El intercambio desigual es el que condena a
los países dependientes al atraso y a los países capitalistas desarrollados a
sostener su bienestar con, en buena medida, el superávit que obtienen de
esta relación.

La situació n de heterogeneidad estructural se reproduce al interior de nuestras


sociedades, creando para el estructuralismo cepalino una dualidad econó mica, en
la que existe un sector exportador de materias primas y otro de subsistencia, con
una radical diferencia tecnoló gica entre ambos. Esta situació n produce un sobrante
permanente de mano de obra, que no es absorbido por el sector má s avanzado y
mantiene los salarios permanentemente bajos, a la par que no puede impedir que
las ganancias se realicen fuera de nuestros países.

Señ ala Prebisch como alternativa, la necesidad de generar valor agregado en la


producció n nacional desarrollando la industria local, la llamada industrializació n
por sustitució n de importaciones, para de esta manera promover los mercados
internos, creando empleos y redistribuyendo ingresos. La alternativa de desarrollo
de la industria local como la planteó originalmente la CEPAL ha sido muy criticada
en décadas recientes, sin embargo, ha quedado la voluntad de generar una
economía nacional, desarrollando la reproducció n del capital al interior de la
misma, que produzca mercados internos y puestos de trabajo y que tenga a la
manufactura como uno de sus ejes claves.

Sigo con la teoría de la dependencia propiamente tal, con la contribució n de


Fernando Henrique Cardoso y Enzo Falleto (1969) en su clá sico Dependencia y
desarrollo en América Latina. En este señ alan que la dependencia es “el rasgo
histó rico peculiar” del desarrollo capitalista en nuestros países. Señ alan también,
que es un fenó meno externo e interno a los países en cuestió n, pero al mismo
tiempo que no se restringe a la esfera econó mica sino que abarca también la social
y la política. Esto ú ltimo, se manifiesta en la dominació n de unos países por otros y
de unas clases sociales por otras al interior de los mismos. Es esta dominació n de
clase, en su proyecció n nacional e internacional, la que organiza la dependencia6.

Asimismo, tenemos los aportes de Ruy Mauro Marini (1973) en Dialéctica de la


dependencia, en la que señ ala como crucial el tema de la sobre explotació n del
trabajo, en la forma, por distintas razones, de trabajo no pagado, que para él es
6
Cabría, sin embargo señ alar, por la importancia del personaje, que Cardoso empieza a tomar
distancia de esta reflexió n a partir de 1974 cuando publica “Contradicciones del desarrollo
asociado”, donde comienza a manifestar simpatía por las posibilidades del desarrollo capitalista
dependiente como “desarrollo asociado”. Esto será má s claro en su posterior evolució n política, que
lo coloca en el centro derecha, tanto en Brasil como en América Latina, en sus dos presidencias
entre 1994 y 2002.

16
donde reposa la acumulació n de capital en el capitalismo dependiente. Marini
resalta que en el capitalismo dependiente la producció n, que es para el mercado
mundial, tiene poco que ver con los sectores de població n local que la producen.
Por esta razó n, las burguesías transnacionalizadas, que promueven este tipo
de producción, no están históricamente interesadas en que los salarios
cubran las necesidades de los trabajadores, porque su capital realiza sus
ganancias en otros mercados. De la misma manera en que no está n interesados
en los efectos consecuentes del desempleo, la pauperizació n y la destrucció n del
mercado interior.

A ello se agrega lo que dice Edgardo Lander (2018), comentando a Fernando


Coronil, cuando señ ala que los estados periféricos, monoexportadores de
naturaleza, tienen por diversos mecanismos (como dueñ os de la tierra, del
subsuelo o por explotació n directa) como su ingreso má s importante la renta del
suelo. Así, desarrollan una relativa autonomía de sus sociedades, en la medida
en que sus ingresos dependen también menos del trabajo y la creación de
valor en el territorio nacional, que de la realización de las exportaciones de
materias primas en el mercado mundial. Tenemos entonces que no só lo se trata
del desinterés de las burguesías transnacionalizadas sino también de los estados
de nuestros países por la suerte de la gran mayoría de los habitantes que
constituyen la fuerza de trabajo potencial para la constitució n de un mercado
interior.

La dualidad que plantean los cepalinos será posteriormente criticada por José Nun
(1969) y Aníbal Quijano (1970), que subrayará n la conexió n entre los sectores
capitalistas y no capitalistas en los países dependientes. Esto los llevará a
considerar el excedente de mano de obra de una manera distinta. No sería un
simple sobrante, sino que lo califican como una “masa marginal” o un “polo
marginal” de la economía que se mantiene como una fuerza de trabajo necesaria
pero no plenamente integrada a la reproducció n del capitalismo dependiente y sin
posibilidades, como remarca Nun, de que pudiera ser absorbida en el futuro como
podría suceder, en el planteamiento de Marx, con un ejército industrial de reserva.
Aunque con matices importantes esta crítica al estructuralismo cepalino reitera la
existencia de una fuerza de trabajo marginal que determina el tipo de capitalismo
que promueve la exportació n de materias primas sin valor agregado.

Por ú ltimo, tenemos a Aníbal Quijano (2011), que elabora en esta saga su tesis de
la colonialidad del poder. Quijano señ ala que desde la conquista hasta nuestros
días se han afianzado estructuras histó ricas, sociales y políticas de dependencia,
entre nuestra regió n del mundo y los centros de poder colonial/imperial.
Asimismo, que estas estructuras giran alrededor de la clasificació n de la població n
a partir de la idea de raza como eje fundamental del poder colonial y que la
expansió n del colonialismo/imperialismo desarrolla una perspectiva eurocéntrica
del conocimiento. Para Quijano la clasificació n racial y la sobre explotació n del
trabajo está n estructuralmente asociados. Aquí toma de José Carlos Mariá tegui y
Pablo Gonzá lez Casanova (1963, 2003) en su tesis sobre el colonialismo interno y
del propio Ruy Mauro Marini, para señ alar que la dominación racial y la
explotación de clase están imbricados por el fenómeno de la colonialidad del
poder. Por ello dice, siguiendo en este punto a Cardoso y Faletto, que la

17
colonialidad no es só lo un problema de dependencia externa sino también de
organizació n interna del poder en nuestras sociedades, donde una minoría
heredera y reproductora del poder colonial, domina a las mayorías
herederas de los pueblos originarios. Por ello los que mandan no solo explotan
clasistamente sino también desprecian racialmente a los dominados.

Es indudable que un mínimo de reflexió n sobre la realidad actual de América


Latina, sin las anteojeras del neoliberalismo, nos indica la situació n de
subordinació n de la regió n a los centros imperiales de poder, en particular a los
Estados Unidos y que esto tiene devastadoras consecuencias para nuestros países.
Igualmente que la fuente principal de acumulació n se basa en la sobre explotació n
del trabajo y la multiplicació n de la precariedad denominada entre nosotros
trabajo informal, donde el empleo, el salario y los mercados internos no interesan
porque el capital, como señ alamos, realiza sus ganancias en lo fundamental fuera
de nuestros países. Mike Davis (2018) en su reciente contribució n Old Gods New
Enigmas, nos dirá que “crecimiento sin empleo”, aunque en el hoy del 2019 luego
de un ciclo de alza es poco crecimiento, es lo que caracteriza América Latina. Así, la
situación de nuestra América es hoy mucho peor en términos de
dependencia, con la destrucción del trabajo y la producción interna, que lo
que jamás pudieron imaginarse los teóricos de la dependencia cuarenta o
cincuenta años atrás.

Esto hace, siguiendo la reflexió n de Quijano, que en América Latina seamos estados
formalmente independientes pero sociedades coloniales. En nuestros países, por
ello, nacionalizació n y democratizació n son necesariamente descolonizació n, para
formar o terminar de formar un verdadero estado nacional o plurinacional,
cualquiera que sea el caso.

Tenemos entonces un grave problema estructural para la construcción


democrática: la dependencia que perpetúa la condición colonial y el tipo de
desarrollo capitalista que ella promueve, excluyendo a la mayoría de la
población de sus beneficios. La dependencia y el capitalismo de extracció n de
materias primas, hoy renovado con el modelo neoliberal, producen una aguda
fragmentació n que impide la integració n social y dificulta la estructuració n
clasista, haciendo aú n má s difícil y compleja la representació n política, en especial
la representació n de los intereses de los sectores populares.

Es fundamental por ello superar esta dependencia y superar también el


capitalismo neoliberal, para que podamos tener verdaderas democracias.

4. Lo nacional popular como la democratización fundamental

Sobre la importación y el concepto de democracia

18
Para debatir sobre un tema eje como es el papel de la impronta nacional popular
en la democratizació n latinoamericana, hay que comenzar, tal como lo plantean
Carlos Franco (1998) y José Nun (2000), por las condiciones de la importación
de la idea de democracia en la región. Se trata, primero, del influjo de la
Constitució n de Cá diz de 1812 en las nacientes repú blicas de lo que vendría a ser
América Latina. Esta influencia brinda a las distintas constituciones un conjunto de
ideas liberales sobre derechos e instituciones políticas, tal como señ ala para el caso
peruano Cristó bal Aljovín (2018). De igual forma, el desarrollo de un
constitucionalismo regional, que agrega a la Constitució n de Cá diz el influjo de la
Constitució n de los Estados Unidos, como refiere Roberto Gargarella (2013). En
ambos casos, resaltando la reacció n conservadora que motiva la influencia liberal y
que lleva, a la postre, a un entendimiento liberal-conservador con diversos matices
por parte de la diferentes élites locales. Esta temprana importació n, sin embargo,
sufre las limitaciones de un subcontinente en buena parte controlado por caudillos
que hacían poco caso a la palabra escrita.

Esto da paso a una segunda importació n que hacen las élites oligá rquicas en la
vuelta del siglo, entre el XIX y el XX, para responder a los reclamos populares por
libertades políticas y darse una pá tina de civilizació n frente a sus opositores
internos y el mundo occidental. Es una importació n, sin embargo, que lleva a
diferentes formas de democracia restringida, lo que hace como señ ala el propio
Gino Germani (1965) que para los grupos emergentes de las zonas atrasadas la
democracia funciona como un instrumento de dominació n en beneficio de las
minorías. Sinesio Ló pez (2018) por su parte, señ ala para el caso peruano, que esta
apertura oligá rquica (1895-1968), por la exclusió n de los indígenas y las mujeres y
de los partidos populares, llamados “internacionales” como el Apra y el Partido
Comunista7, era semi competitiva y excluyente, no calificando siquiera como
democracia en el sentido liberal de la misma8. Esta importació n, que sería
continuada en otras condiciones en la época de las transiciones, se plasma en las
llamadas repú blicas oligá rquicas o aristocrá ticas, pero deja de lado los procesos
histó rico-estructurales llevados adelante en los países occidentales desarrollados.
Se refiere en má s detalle Franco a: la construcció n de los estados nacionales
independientes, el desarrollo capitalista vía la constitució n de mercados internos,
la intensificació n de las relaciones estado-sociedad que producen la esfera pú blica
y la sociedad civil, la configuració n de una comunidad nacional ciudadana y,
producto de lo anterior, el desarrollo de la identidad nacional, la legitimidad del
poder político y una cada vez menor desigualdad. Todo ello, que da curso a la
democratizació n y produce en esos países la democracia liberal con una base
nacional. FALTA LA GUERRA DE LOS TREINTA AÑ OS!!!

7
El artículo 53 de la Constitució n Peruana de 1933 señ ala explícitamente: ”El Estado no reconoce la
existencia legal de los partidos políticos de organizació n internacional. Los que pertenecen a ellos
no puedes desempeñ ar ninguna funció n pú blica”.
8
Sinesio Ló pez divide este período en dos. Uno primero entre 1895 y 1930, y otro entre 1930 y
1968. El primero es el de la llamada Repú blica Aristocrá tica y el oncenio de Augusto B. Leguía de
competencia entre partidos de la élite y exclusió n de los demá s. El segundo, el del enfrentamiento
entre el del Apra y la oligarquía a través de los militares, con la proscripció n consiguiente y breves
interregnos de libertad, hasta el añ o 1956 cuando empieza un lento deshielo reformista que
termina 1968.

19
Es muy importante señ alar que esta importació n de las élites oligá rquicas de la
democracia llevó al entendimiento de la misma como un conjunto de privilegios de
casta o grupo cerrado, en desmedro de los derechos civiles, políticos
y posteriormente sociales que definen este régimen político. Esto limitó la
ciudadanía en los comienzos de las repú blicas a los grupos sociales dominantes y
personas allegadas. Así, se prolongarían los privilegios que venían del orden
colonial reemplazando a los derechos que en el mejor de los casos quedarían en el
papel. Esta característica de la importació n democrá tica va a persistir hasta bien
entrado el siglo XX y será una de las primeras cuestiones contra las que arremete la
democratizació n social.

En términos generales podemos decir también que la nacionalización


económica, social y política, precede a la democratización en el occidente
capitalista (Bendix 1974). No se puede entonces invertir el camino europeo
occidental exportando ideas sin correlato con otros procesos, porque se debilitan
las consecuencias democratizadoras. En la importación de la idea democrática a
América Latina generalmente se obvia esta cuestión central y ello hace que
las élites pugnen porque se vea como retrógrado y autoritario casi cualquier
reclamo nacionalista por la democracia, que se da, precisamente por la
debilidad o carencia nacional estatal para construir este régimen político.

Cuestiona también Franco la idea de difusió n de la democracia, tan importante en


nuestros tiempos y que es llevada adelante por diversas ONGs y agencias
gubernamentales de distintos países capitalistas desarrollados, pero sobre todo de
los Estados Unidos. Franco sostiene, refutando a Huntington (1974), que se
difunden copias pero no un modelo político histó ricamente determinado, porque
se obvia el proceso arriba señ alado, lo que vicia el esfuerzo de difusió n. Asimismo
señ ala, también en polémica con Huntington, el carácter nacional y no universal
de la democracia liberal. Este cará cter nacional, en su proyecció n exterior de
expansió n capitalista en bú squeda de mercados, es el que lleva a una voluntad
imperial de opresió n a otros pueblos y posibles naciones. Se difunden así copias
que son pregones imperiales no de libertad política.

Esta difusió n de la democracia se ha llevado adelante con especial énfasis en los


ú ltimos treinta añ os en el mundo y particularmente en América Latina. Thomas
Carothers (1999, 2015) uno de los intelectuales y operadores má s importantes de
la “ayuda democrá tica” nos señ ala que en los 25 añ os que van de 1990 al 2015, el
presupuesto para estos fines se ha multiplicado de aproximadamente mil millones
de dó lares a alrededor de diez mil millones de dó lares. La ayuda democrá tica, sin
embargo, ha sido muy variada en su cará cter, yendo de manera gruesa desde una
ayuda amable, acompañ ando a diversos proyectos de desarrollo, hasta la
propaganda democrá tica y la imposició n de cambios constitucionales, como
ocurrió con la invasió n de Iraq por parte de los Estados Unidos, por la vía de la
ocupació n militar (Arato 2009). En todos los casos, sin embargo, la idea ha sido
la difusión del modelo democrático liberal occidental, como el paradigma
democrático a partir del cual se deben desarrollar los regímenes políticos en
el mundo. Cualquier cuestionamiento al paradigma liberal no es considerado
solo equivocado sino antioccidental e incluso antiestadounidense.

20
Otro punto oscuro en el debate democrá tico, ademá s de los problemas de
importació n, es sobre el concepto mismo de democracia que atraviesa el occidente
originario y que se reaviva en contacto con nuestra América. Se trata del conflicto
entre el que es el titular del poder: el pueblo, y los que, en teoría al menos, ejecutan
su voluntad: los políticos. Una buena síntesis nos la da Norberto Bobbio (1992) en
su conocido Liberalismo y Democracia. Este nos dirá que el concepto democrá tico
liberal se cristaliza como tal a fines del siglo XIX, donde lo democrá tico tiene que
ver con la soberanía del pueblo y lo liberal con la limitació n del poder del Estado.
Las élites del poder, tanto en el occidente capitalista como en América Latina,
tienden a preferir lo liberal a lo democrático, vaciando de soberanía popular,
como nos dice Juan Carlos Monedero (2017) al régimen político. Ello lleva, tanto en
el debate académico como en la lucha cotidiana, a considerar la importancia de la
participació n en las diferentes instancias de decisió n, buscando privilegiar el
ejercicio de la soberanía popular por encima de la limitació n del poder, para así
acercar este a los ciudadanos. Podemos observar que esta es la tensió n que
atraviesa hoy todos los espacios democrá ticos del mundo. En América Latina, con
sus particularidades, está en el origen del movimiento nacional popular.

La preferencia de lo liberal sobre lo democrá tico tiene larga data en la regió n y no


trata de la oposició n a un Estado oligá rquico que buscara intervenir para limitar
los derechos democrá ticos de la població n, tal como señ ala el razonamiento liberal
original, sino por el contrario de la oposición al Estado de las oligarquías y las
burguesías transnacionalizadas que, en distintos momentos de la historia de
América Latina, han buscado prevenir e impedir la regulació n de la economía por
algú n Estado reformista que tratara de poner limitaciones al saqueo de nuestras
riquezas y trazar algú n plan de desarrollo que tuviera como intenció n desarrollar
una economía nacional. Lo liberal, de esta manera, fá cilmente mutó en neoliberal
en la época del Consenso de Washington y trató de establecer una comunidad
política que negara explícitamente a los trabajadores como sujetos de derechos por
el hecho de ser tales. Es decir buscó achicar la comunidad política que el
reformismo de diverso signo y los movimientos y gobiernos nacional- populares
había establecido en añ os anteriores9.

El movimiento nacional popular

Me interesa lo que denomino el movimiento nacional popular porque considero


que es el gran impulsor de la democratizació n latinoamericana. Se trata de un
movimiento social y político y a veces también un régimen estatal que tiene un
programa de justicia social y reivindicació n nacional. Un movimiento con una raíz
histó rica, que sucede en un momento determinado del desarrollo de casi cada país
y de la regió n, y tiene una referencia social, generalmente multiclasista, que
constituye su base de desarrollo. En este apartado desarrollaremos las
características bá sicas del fenó meno nacional popular en un sentido histó rico,
siguiendo el curso de la democratizació n latinoamericana, el tiempo largo como ya
señ alamos, que va de la lucha antioligá rquica, pasando por las transiciones a la

9
Boaventura de Sousa Santos (2018) ya señ ala que uno de los objetivos del neoliberalismo ha sido
excluir a los trabajadores de la comunidad política, precariamente democrá tica, que pretenden,
estimulando el pago de un salario que no supera el umbral de la pobreza.

21
democracia, hasta llegar a la actual crisis del giro a la izquierda, el acontecimiento
ú ltimo desde el que procede nuestro aná lisis.

En esta secuencia de la democratizació n latinoamericana, vamos a tener un primer


momento en la lucha antioligá quica y los regímenes nacional populares de la
primera etapa, un segundo momento en las transiciones a la democracia que
suceden a las dictaduras militares y un tercer momento en el giro a la izquierda
que sucede al fracaso de las transiciones e intenta un camino democrá tico
alternativo a las mismas. En este proceso, la democratizació n social con regímenes
semi autoritarios en lo político va a ser característica del primer momento, las
reglas del Estado de Derecho y la democracia electoral limitando la vigencia de los
derechos sociales, las características del segundo momento, y la democracia
política con derechos sociales y culturales, sin que desaparezcan las tentaciones
autoritarias, la característica del tercer momento democratizador. Cuá nto se podrá
revertir de este proceso democratizador con la contraofensiva de derecha y cuá nto
quedará como marcas indelebles es la interrogante que recorre nuestra reflexió n.

América Latina, a pesar de las grandes similitudes entre sus países, que hunden
raíces en su pasado prehispá nico y colonial y su presente de dependencia, tiene
también diferencias importantes. Esto hace que los períodos de la impronta
nacional popular no sean los mismos en todos los casos, ni tampoco los objetivos
que estos movimientos puedan alcanzar sean iguales para todos. Así, el tiempo
histó rico de la primera ola nacional popular para unos es entre 1930 y 1960,
mientras que para otros ocurre entre 1960 y 1980. No sucede lo mismo con la
segunda ola, la del denominado giro a la izquierda, que sucede entre 1998 y 2016
abarcando simultá neamente a media docena de países, en algú n momento a
algunos má s, pero que ahora se encuentra en crisis con un porvenir incierto.

El momento determinado al que responde el movimiento nacional popular, por


má s que no coincidan los períodos y los países, es el de la crisis estructural de
sociedades precapitalistas o de capitalismo temprano, con rezagos de esclavismo y
servidumbre, que sin cuestionar su origen colonial, no logran convertirse en
sociedades plenamente capitalistas, lo que Gino Germani (1965) originalmente
llama, la crisis del pasaje de sociedades tradicionales a sociedades modernas, de la
acció n prescriptiva a la acció n electiva en un contexto de modernidad tardía. El
fenó meno social má s importante de esta crisis es la urbanizació n que en América
Latina suele ser sin o con muy poca industrializació n. Esto hace que pasemos en la
segunda mitad del siglo XX a ser países con sociedades de masas, pero que en la
mayor parte no son mayoritariamente masas de trabajadores asalariados sino de
desocupados o de trabajadores precarios, los que con sus características vienen a
denominarse contemporá neamente como informales. Ellos conforman, en palabras
de Germani una “masa disponible”10 para la política, constituyendo el proceso que
da base a los movimientos nacional populares.

10
El concepto masa disponible lo toma Gino Germani, segú n Samuel Amaral (2018), de Raymond
Aron (1944), que lo usa para analizar el nazi fascismo. Por lo demá s, hay reticencias en la sociología
política para su uso má s contemporá neo, por la ambigü edad de la propia idea de masa y las
dificultades para establecer diferenciaciones entre los que la conforman.

22
Sin embargo, el enfoque alternativo má s recurrente al que presentamos, denomina
al fenó meno populismo y señ ala que se trata de un fenó meno, que se da en una
esfera independiente de aná lisis como sería la política, sin raíz estructural ni
ubicació n temporal, (Weyland 2001). Este fenó meno político se basaría en la
conducta de los actores, que se plasma en una forma concreta de competir y
ejercitar el poder. En este sentido, las políticas económicas y sociales que
proclaman e implementan los líderes populistas serían instrumentos para
conseguir, mantenerse y aumentar su poder, lo que hace de ellos líderes
oportunistas que actúan de acuerdo a su conveniencia. La conducta populista
es, para este enfoque, una forma de hacer política que tiene como eje la relació n
entre el líder y sus seguidores, definida como una relació n subjetiva, intensa y, en
la mayoría de los casos, desinstitucionalizada. Esta relació n quiere aparecer
directa, casi personal, sin intermediarios, para contrarrestar la fragilidad del
control político, por la debilidad que tendría la organizació n populista.

Los que plantean el estilo como definitorio de la conducta populista (Coniff 1999)
resaltan también el carisma del líder y la constitució n de una comunidad
carismá tica —los seguidores que creen en las cualidades sobrenaturales del líder
—, creando un lazo de lealtad muy fuerte entre ambos. A lo que debemos agregar
que muchas veces la relació n carismá tica intensa puede convertir al líder en mito,
prolongando la lealtad de los seguidores má s allá de la muerte del personaje, como
es el caso paradigmá tico de Eva Peró n.

El enfoque conductista, resaltando el aná lisis de lo contingente y subrayando la


importancia de la relació n carismá tica, deja, sin embargo, de lado, lo que considero
las razones profundas de lo nacional popular, tanto por la referencia estructural
como por el propó sito programá tico, con lo que este pasa a ser un propó sito entre
muchos para conseguir objetivos personales o de grupo y no que atiendan a
intereses de conjunto, a la aspiració n de construir una nueva totalidad.

Lo nacional popular y la democratización fundamental

Los movimientos nacional populares en América Latina expresan el


surgimiento de las clases populares (Weffort 1973) en la arena política 11.
Este surgimiento tiene una suerte dispar, dependiendo de cada sociedad, tanto en
la integració n social como en la incorporació n a las instituciones de estas clases
populares; a nivel econó mico del mercado y a nivel político del régimen
democrá tico (Germani 1965). Es importante, sin embargo, diferenciar surgimiento
de integració n e incorporació n, porque surgimiento hay en muchas partes, pero
integració n e incluso incorporació n, solo en algunas. En el caso peruano, por
ejemplo, el surgimiento es temprano, con la crisis de inicios de la década de 1930,
pero la integració n social y la incorporació n institucional es parcial y tardía, varias
décadas má s tarde.

Contribuciones posteriores como las de Ruth Berins Collier y David Collier (1991)
también insisten en esta idea de incorporació n, a la que ven bá sicamente como un

11
De manera pragmá tica Francisco Weffort define clases populares como “todos los sectores
sociales —urbanos o rurales, asalariados, semi asalariados o no asalariados— cuyos niveles de
consumo está n pró ximos a los mínimos socialmente necesarios para la subsistencia”.

23
proceso de incorporació n sindical. Sin embargo, habría que limitar la importancia
de esta incorporació n sindical a los países en los que avanza má s la
industrializació n como Argentina, Brasil, Chile, Uruguay o México. En los países
andinos como centroamericanos esta incorporació n vía sindical fue mucho menor.
Asimismo, en un segundo momento, en la lucha contra el neoliberalismo, esta
incorporació n ha sido popular urbana má s que obrero-sindical, por la decadencia
de la industria y los trabajadores organizados en los países en los que alguna vez
la industrializació n fue importante (Federico Rossi y Eduardo Silva 2018). Ello nos
deja en las ú ltimas décadas a la movilización popular urbana, no
necesariamente obrera, como el gran actor que nutre a los movimientos
nacional populares.

En el caso peruano, tenemos dos soció logos que afrontan el problema desde
perspectivas al final convergentes. Se trata de Julio Cotler (1968) que señ ala la
integració n segmentada como el proceso de integració n parcial a la sociedad
organizada de franjas de la població n migrante, ciertamente minoritarias. Así como
de Sinesio Ló pez (1992), que plantea las incursiones democratizadoras en el
Estado, como el camino de los sectores populares organizados en la política y
finalmente también al Estado para conseguir derechos y por este conducto
ciudadanía. Sin embargo, estas incursiones son episó dicas, a veces muy intensas
pero localizadas, raramente alcanzando una mayoría y un tiempo nacionales.

Es difícil, por ello, conciliar la idea de integración e incorporación a un


sistema dado, con el objetivo transformador de los movimientos y gobiernos
nacional populares. Más que integración lo que estos movimientos han
buscado es brindar derechos y finalmente ciudadanía, pero en una sociedad
que busca trascender el elitismo oligárquico y darle a las clases populares,
desde las movilizaciones hasta el voto, mayor participación y finalmente
protagonismo social y político. Este protagonismo, que se expresa en
movilizació n y eventualmente en integració n e incorporació n, es el que produce
una tensió n que los movimientos y gobiernos nacional populares ni antes ni ahora
logran resolver. Es la tensió n entre los mecanismos horizontales y la decisió n
desde arriba, que para algunos será el mal endémico de lo que denominan
populismo y para otros un momento má s en el proceso de democratizació n que
desafía el futuro de la impronta nacional popular.

Pero este movimiento nacional popular representa, sin embargo, un viraje en la


política en América Latina porque es una reacció n a la crisis de un orden cerrado
como era el orden oligá rquico, un orden en el que solo unos pocos podían hacer
política. En este sentido, abre las compuertas de la participació n para que
progresivamente se expanda la ciudadanía y las clases populares puedan
movilizarse, organizarse y elegir a sus representantes. Este momento de viraje es
cuando se empieza a plantear que la cuestió n social, la lucha por la justicia social,
deje de ser una cuestió n policial y pase a ser una cuestió n política.

De similar forma, lo que hace al fenó meno distinguible es que su origen y


desarrollo está estrechamente ligado a los grandes momentos político
democrá ticos del subcontinente. Me refiero a tres: la lucha anti oligá rquica y la
formació n de movimientos y gobiernos alternativos que ocurre a mediados del

24
siglo XX, las transiciones a la democracia y la lucha contra el neoliberalismo en las
ú ltimas décadas del mismo siglo y el giro a la izquierda y las restauraciones
respectivas que suceden en el tiempo actual. En cada uno de estos tres momentos
clave la intervenció n nacional popular ha sido muy importante para impulsar la
democratizació n y eventualmente para establecer o restablecer un régimen
democrá tico.

El vehículo de este esfuerzo colectivo de los excluidos es la democracia, partiendo


de lo que Carlos Vilas (1995) denomina “La democratizació n fundamental” en
referencia a la democratizació n social, es decir la democratizació n como igualdad y
su expresió n, difícil y compleja, en la democracia política. El concepto
democratizació n fundamental lo usan Gino Germani (1965), Francisco Weffort
(1973), René Zavaleta (2013) y Carlos Vilas (1995). Zavaleta lo toma de Weber
(1979) y Germani, Weffort y Vilas de Karl Mannheim (1940); en todos los casos
para caracterizar lo que unos llaman populismo y otros proceso nacional popular.
La democratizació n social, componente esencial de nuestra reflexió n, es la
reducció n material y simbó lica de la desigualdad social, entendida como la
reducció n de las desigualdades de clase, de etnia, de género y de status. El
movimiento nacional popular tiene entonces una característica fundamental: su
efecto democratizador, si éste se encuentra ausente, el movimiento se
desnaturaliza por completo. Todo esto supone, en términos subjetivos, (De la
Torre 2017), el acceso a una dignidad, muy importante en sociedades racistas y
excluyentes.

El movimiento nacional popular impulsa la democratizació n de lo social a lo


político y lo hace a través de tres ejes: la movilizació n popular, el protagonismo de
las organizaciones sociales y la ampliació n del sufragio. La movilizació n popular en
sociedades donde esta era inexistente o muy rara constituye en si misma una
posibilidad democratizadora. Si bien hay que distinguir entre la movilizació n
independiente, generalmente de protesta, y la movilizació n como desfile para
aplaudir al caudillo de turno, en la movilizació n está el primer germen de una
política moderna en la que todos tengan derecho a participar. Es en la movilizació n
donde empieza, al involucrarse en los asuntos comunes, la política para los
ciudadanos y en ella se forman los colectivos. Las movilizaciones generan
organizaciones sociales que atienden, en primer lugar, problemas específicos, pero
poco a poco organizan los intereses del conjunto y generan las condiciones para la
autoconstitució n de sujetos sociales que van a considerarse los cimientos de la
sociedad civil y la base de su influencia política. Asimismo, el fortalecimiento del
tejido social permite plantear la ampliació n del sufragio, avanzando hacia el
sufragio universal y sus consecuencias: el pluralismo, la competencia
interpartidaria y la integració n democrá tico-representativa.

Pero la democratizació n no es automá tica, supone un agente que impulsa e incluso


lidera el proceso y que puede tener un distinto perfil y composició n en diferentes
momentos. La voluntad es por ello fundamental. La voluntad que puede ser el
movimiento, su dirigencia y finalmente su líder. Aunque también los mú ltiples
dirigentes anó nimos que encabezan las protestas, construyen las organizaciones
sociales y las proyectan políticamente. Toda esta red de voluntades es lo que
permite avanzar al movimiento nacional popular e ir de un momento democrá tico

25
a otro, retroceder para esperar un mejor momento o quizá s fracasar para que
eventualmente, en otro período las oportunidades vuelvan a construirse y/o
presentarse.

Por estos complejos problemas en los que la voluntad y las estructuras se


encuentran o desencuentran, el camino a la democracia representativa no ha sido
fá cil para los movimientos y gobiernos nacional populares. En primer lugar, por la
represió n abierta que sufrieron de parte de los gobiernos oligá rquicos, en algunos
casos exitosa como fue en el Perú entre 1930 y 1963, lo que retrasó durante
décadas el proceso de democratizació n. Pero también los gobiernos nacional
populares, especialmente de la primera etapa, tuvieron un cará cter híbrido y
contradictorio, propiciando por una parte la democratizació n social y limitando
por otro la democracia política, como fue el caso, por ejemplo, a pesar de las
grandes reformas que hicieron, de Lá zaro Cá rdenas en México (1934-1940) y Juan
Domingo Peró n en la Argentina (1945-1955). Carlos Franco (1985) caracteriza
esta situació n, cuando se refiere al gobierno de Juan Velasco Alvarado en el Perú ,
como la contradicció n entre las formas políticas autoritarias y el contenido social
democratizador que llevaría, en este caso al velasquismo, al fracaso político. Es lo
que Andrew Arato (2013) en su texto sobre la historia conceptual de la dictadura
señ ala como un momento en el que la democracia asume contenidos dictatoriales.
Pero el mismo Franco señ ala que no se trata de una situació n insalvable y, como lo
demuestran otras experiencias latinoamericanas en Brasil, Argentina, Bolivia o
México, la democratizació n social sienta las bases, aunque muchas veces no de
inmediato, para la democracia política. Esto nos permite señ alar, a pesar de los
rasgos de autoritarismo señ alados que la primera ola nacional popular, por su
impulso a la democratizació n social, es el primer gran momento democratizador
en América Latina.

El antídoto al autoritarismo de esta primera fase nacional popular ha pretendido


ser, desde la ribera opuesta, la importació n democrá tica del parecido de familia del
que habla Nun. Pero, la importació n difícilmente puede reemplazar a las raíces
sociales de un fenó meno y menos producir ella misma lo que no está en su
naturaleza. De allí las negaciones de derechos, especialmente sociales y culturales,
que veremos má s adelante en la democracias liberales de la regió n.

Lo nacional popular como construcción de hegemonía

La hegemonía como construcció n conceptual tiene larga data en el pensamiento


político. Una reciente contribució n de Perry Anderson (2017) la remonta a la
antigua Grecia y la China imperial, pasando por las reflexiones sobre política
internacional del siglo XX europeo y el pensamiento sobre la expansió n
norteamericana que se potencia luego de la segunda guerra mundial. Hegemonía
suele ser usada en estos casos en una variedad de formas, pero destaca su empleo
como predominio y liderazgo, de unas ciudades-estado sobre otras o de algunos
países sobre otros, aunque en el caso de los Estados Unidos, como remarca
Anderson, suele ser el lenguaje amable para referirse a un imperialismo de buenas
maneras. Me interesa en el caso de estudio por el papel que puede jugar como
herramienta para entender una visió n alternativa de la política que se proyecta a

26
diversas esferas y va procesando la construcció n democrá tica de la sociedad y de la
misma política.

En este ú ltimo sentido es resistido por el pensamiento liberal y má s todavía por el


neoliberal, que señ alan a la democracia el papel de productora de consensos entre
los actores que compiten entre ellos para eventualmente ponerse de acuerdo. Este
papel sería contrario al de producció n de hegemonías que en conflicto con otras
desarrollen visiones alternativas de la sociedad. La actividad hegemó nica para el
liberalismo sería, en este sentido, no una forma de construcció n democrá tica sino
má s bien una forma de construcció n autoritaria, que en su proceso restringiría las
libertades y plantaría los gérmenes de la dictadura. Lo que sucede es que la visió n
democrá tico liberal o liberal democrá tica, de acuerdo a los tiempos, suele tener,
paradó jicamente, la hegemonía asegurada en las democracias establecidas que,
como señ alamos, irradian a las que está n estableciéndose o por establecerse, por lo
que consideran cualquier competencia como un desafío a su modelo de la
democracia del cual creen tener el monopolio. En otras palabras, no aceptan que la
democracia liberal que practican y propagan se basa en una hegemonía nacional,
asociada a las élites locales e internacional, ligada a los centros imperiales de
dominació n. Toman esto como un hecho dado al que los demá s se deben plegar o
de lo contrario pueden correr el riesgo de ser excluidos del régimen político.

Vamos a privilegiar el uso que le da al concepto de hegemonía Antonio Gramsci, a


lo largo de su obra y especialmente en sus Cuadernos de la Cá rcel, así como la
proyecció n que tiene la concepció n gramsciana en la obra de Raymond Williams
(1980), Ernesto Laclau, Chantal Mouffe (1994, 2011, 2018) y el propio Anderson.
En principio, Gramsci lo toma del pensamiento revolucionario soviético parece ser
que en una visita que hace a los pocos añ os de ocurrida la revolució n de octubre.
Sin embargo, transforma el contenido original que había tenido en ese espacio, en
el que el concepto había estado má s bien ligado al dominio de una clase por otra.
Esto lo hace en línea con lo que él denomina “La revolució n contra El Capital”, la
distinció n que establece entre lo que había sido la revolució n de octubre,
ciertamente no en el guió n de Marx y lo que debería ser la revolució n en Europa
Occidental, alejada de lo que llama una guerra de movimientos y má s cercana a una
guerra de posiciones.

Sin embargo, sin abandonar este perspectiva clasista original, Gramsci sofistica la
idea y la relaciona con las posibilidades de una clase social no solo de dominar sino
también de dirigir a otras clases, mediante una labor no só lo política sino también
cultural. Pero esto se lleva adelante por actores; personalidades, colectivos,
instituciones; que toman el rol de acuerdo a cada coyuntura y período histó rico. A
él le interesa, todavía en una perspectiva ortodoxa, la labor del partido
revolucionario en la construcció n de una mayoría para la transformació n social. El
partido que como “Príncipe moderno” en la acepció n de Maquiavelo, debe
convertirse también en el condotieri de la direcció n “intelectual y moral”. Nos
ayudamos aquí con Raymond Williams (1980) que completa la idea señ alando a la
hegemonía como. “…un sistema de prá cticas, significados y valores que saturan la
conciencia a un nivel má s profundo que la ideología”.

27
En el balance del uso contemporá neo del concepto de hegemonía hay un
distanciamiento de la idea clasista, así como una apreciació n de la multiplicidad de
espacios en los que se desarrolla la política y los varios viejos y nuevos sujetos que
ella produce como resultado de la evolució n del capitalismo. Esta situació n, que
avizoran Laclau y Mouffe tres décadas atrá s, es una realidad hoy tanto en Europa
como en América Latina. Se trata de la hegemonía de un bloque, alianza o
articulació n de actores, que se construye en su formulació n y que aspira, sin
lograrlo nunca, a la totalidad. Ahora bien, como podemos concluir de Perry
Anderson, en el proceso de la hegemonía misma hay una tensió n bá sica entre la
base de fuerza que permite su inicio y desarrollo y su vocació n de consenso, de
planteamiento cultural que busca la persuasió n del conjunto. Esta tensió n la hará
siempre un concepto discutible y en disputa, pero no por ello menos ú til para
entender la diná mica de la lucha política y de la lucha democrá tica, especialmente
cuando se tiene una perspectiva transformadora.

Otro tema importante a dilucidar, sobre todo por el peso en el debate de la obra de
Ernesto Laclau y de Chantal Mouffe (1994,2011, 2018), es si la hegemonía
constituye una construcció n puramente discursiva o si tiene ademá s una base
material. Creo que hay que diferenciar una cuestió n de la otra. Es indudable que la
hegemonía como propuesta tiene una construcció n discursiva, atendiendo a
tradiciones, identidades, ideologías e influencias intelectuales de distinto tipo, que
se recrean ademá s en un debate permanente y una lucha con otros intentos
hegemó nicos o contrahegemó nicos. Sin embargo, no se puede negar que se da en el
contexto de procesos histó ricos y sociales, que producen actores con intereses en
conflicto, activo o latente, con otros actores e intereses. El que un nuevo momento
en el desarrollo capitalista a nivel regional y planetario haya desestructurado una
determinada jerarquía y clasificació n social y esté procesando otra, no quiere decir
que las jerarquías e incluso las clases no existan o que podamos ignorarlas como
referencia para los movimientos sociales y para la política.

Esta forma de hacer política, para el caso de América Latina, consiste en la


construcció n de una hegemonía, de un nuevo sentido comú n, ideoló gico y má s,
cultural y político en la regió n. Esto permite el avance en la identificació n de las
mayorías populares con un nosotros colectivo, construyendo pueblos, naciones y
estados que expresen al conjunto y a la diversidad en cada país. Por eso el término
“nacional popular”, tomando de la reflexió n gramsciana, para expresar la
construcció n desde abajo de la nació n. Una reflexió n que hicieran Juan Carlos
Portantiero y Emilio De Ipola (1982), cuando eran profesores de la FLACSO-
México, casi cuarenta añ os atrá s. Este punto es central porque por má s que este
intento de identificació n, entre pueblos naciones y estados, tiene larga data en las
ciencias sociales y en la política latinoamericana, ha sido secularmente resistido
porque quienes favorecen su antítesis: el orden colonial, semi colonial o
neocolonial12.
12
Es importante aquí el señ alamiento de Samuel Amaral (2018) que refiere el uso del concepto
“nacional popular” por Gino Germani (1965) veinte añ os antes que los autores señ alados, como una
caracterizació n política del peronismo original como fenó meno autoritario, pero distinto de la
caracterizació n fascista que hace el propio Germani en texto anterior (1956) y que recoge Seymour
Martin Lipset (1983) en su clá sico A political man. Para Germani finalmente el movimiento
nacional popular significa una experiencia de “libertad concreta”, de reconocimiento en el espacio
social, del que habían carecido antes las masas populares que se integran a la política, pero que no

28
Por ello digo que el objetivo de los movimientos nacional populares es producir
una nueva hegemonía, en la que la soberanía popular sea la base de la soberanía
nacional. El curso de esta reflexió n la remonto al pensamiento de José Carlos
Mariá tegui (1970, 1972) en la década de 1920 del siglo pasado, cuando en diversos
textos desarrolla esta identidad entre la població n indígena, componente central
del pueblo peruano y la nació n que considera en formació n, a contrapelo del
pensamiento colonial y feudal dominante en su época, así como el señ alamiento de
que la verdadera tradició n nacional es viva y mó vil, pero se remonta a nuestra má s
antigua tradició n, que hunde sus raíces en el pasado pre hispá nico. Asimismo, a la
recuperació n que hacen de Mariá tegui dos autores má s cercanos como José Aricó
(1978) y Aníbal Quijano (1981), que señ alan la vitalidad del aná lisis del pensador
peruano heterodoxo que recrea el marxismo en el aná lisis de la realidad peruana y
se traza como objetivo “peruanizar al Perú ”. Má s directamente también, esta idea
de lo nacional popular, la va a recoger René Zavaleta (1986, 2013), cuando en obra
que desafortunadamente deja trunca, se aboca a estudiar la relació n entre
democratizació n social y forma estatal, la convergencia o divergencia entre
etnicidad y clase, en la Bolivia posterior a la Guerra del Pacífico y su evolució n
hasta la Revolució n Nacional boliviana de 1952.

Portantiero y De Ípola (1982)van a ser los que juntan los términos nacional
popular con hegemonía, má s específicamente con construcció n de hegemonía. La
construcció n hegemó nica tuvo en un primer momento la prioridad nacional, la
nacionalizació n basada en la democratizació n social, de allí los regímenes híbridos,
semi autoritarios en lo político de los primeros regímenes nacional populares. Fue
un intento de nacionalizació n junto con la democratizació n, pero donde esta ú ltima
fue bá sicamente social. De allí se evoluciona a la democracia política, en la fase má s
reciente de los regímenes nacional populares. Pero es este germen de
nacionalizació n má s democratizació n social el que da cimiento al régimen, con
todas sus limitaciones, de la democracia política.

Hegemonía, sujeto político y liderazgo

Es indispensable, sin embargo, que este proceso de construcció n hegemó nica tenga
una voluntad que lo lleve adelante. Como ya lo han señ alado en varias de las obras
que hemos reseñ ado Laclau y Mouffe, lo mejor es tomar una posició n anti
esencialista al respecto. Tanto la situació n mundial de crisis capitalista, cuyo
ú ltimo episodio el añ o 2008 no ha sido resuelto, como los efectos destructivos que
ha producido en la estructura social el capitalismo neoliberal en América Latina y
en el Perú nos hace ver que ya no podemos tomar, quizá s nunca pudimos hacerlo
strictu sensu, a la clase obrera industrial como el agente del cambio revolucionario
per se en nuestras latitudes. De ello nos dan cuenta los mú ltiples movimientos
sociales ocurridos en las ú ltimas décadas y añ os, que se vienen expresando con

se traduce en un régimen político democrá tico en el sentido liberal de la misma. Señ ala así una
orientació n a los que tratarían el fenó meno en época posterior. Sin embargo, Amaral no encuentra
una relació n entre el uso del término nacional popular por Germani y la reflexió n gramsciana que
lleva el mismo nombre, no porque ambas no se refirieran a fenó menos similares, sino porque no
encuentra contacto entre ambos autores que pueda señ alar que Antonio Gramsci, anterior en el
tiempo, influenció a Germani. Una influencia, sin embargo, que es innegable en Emilio de Ípola y
Juan Carlos Portantiero, dos distinguidos gramscianos argentinos.

29
gran pero desigual fuerza desde la década de 1970. A los viejos movimientos
sociales por la redistribució n se agregan los nuevos movimientos sociales, tanto
por la redistribució n como por el reconocimiento13. Tenemos entonces un conjunto
de componentes actuales y potenciales de un nuevo sujeto/bloque que necesita ser
organizado políticamente y puesto al día de acuerdo a las circunstancias.

Un antecedente de esta posició n antiesencialista es la que desarrollan Víctor Raú l


Haya de la Torre (1972) y José Carlos Mariá tegui (1970a, 1975) en el debate que
tuvieron sobre el agente de cambio revolucionario entre 1920 y 1930. En este,
ambos se alejan de la ortodoxia marxista de la época representada por la III
Internacional, Haya para respaldar las tesis del Kuomintang chino sobre la
necesidad de un partido-frente que exprese una coalició n policlasista de intereses
nacionales y Mariá tegui afirmando la necesidad de un partido que exprese los
intereses de obreros y campesinos e indígenas y el objetivo de construcció n
nacional, pero que prefiere llamar socialista para alejarse de la ortodoxia que
pretendía imponer el nombre de comunista y el cará cter proletario del mismo. Má s
allá de estas diferencias, en ambos había un cuestionamiento a la centralidad
obrera tal como esta se entendía tanto por la socialdemocracia como por el
comunismo de la época, en palabras de Carlos Franco (1981) un cuestionamiento
al marxismo eurocéntrico, pero no para negarlo en todo sino para fundar los
cimientos de un marxismo latinoamericano14.

En este camino, aunque ya sin los estrictos referentes clasistas de antañ o, es bueno
reparar en la propuesta de Ernesto Laclau (2011) en La razón populista sobre la
construcció n hegemó nica. Laclau se refiere a lo nacional popular como una
variedad de lo que él denomina populismo y lo define como una ló gica política que
organiza una cadena de demandas de la població n que no pueden ser asumidas por
el sistema. Estas demandas son articuladas por un discurso para constituir un
pueblo que se expresa a través de un líder que lo encarna. La cadena de demandas
es una suma de particularidades que busca asumir significació n universal
planteando un orden alternativo. Este es el proceso de construcció n de hegemonía.
Este proceso supone la separació n de pueblo y poder establecido para constituir
una ló gica antagó nica de la política y desarrollar la identidad de un conjunto de
sectores populares con un discurso alternativo, constituyendo a los mismos como

13
Los movimientos sociales por la redistribució n han sido, clá sicamente, el movimiento de la clase
obrera, del campesinado y de las clases medias, principalmente las clases medias asalariadas. En el
capitalismo tardío, sin embrago, movimientos que venían de atrá s, luchando por su reconocimiento,
se potencian tremendamente. Tenemos así al movimiento feminista y a los movimientos por la
diversidad de orientació n sexual, a los movimientos por reivindicaciones étnicas y a los
ambientalistas. Si bien no está n desconectados de la crisis capitalista sino que se forjan en su
proceso, son movimientos con historias y diná micas propias, por lo que se hace indispensable
articularlos en un sujeto político que asuma la diversidad de actores y temas, en funció n de
enfrentar un adversario/enemigo comú n.
14
Franco sostiene la filiació n marxista de ambos autores, por su cercanía sobre todo a los textos
tardíos tanto de Marx como también de Engels (1979, 1980). Se refiere principalmente a los
escritos sobre Irlanda y sobre Rusia, má s específicamente sobre el movimiento nacional por la
independencia de Irlanda y a las reflexiones sobre el potencial de la comuna rural rusa; alejados de
su producció n inicial como de lo que después sería el canon ortodoxo forjado por Kaurtsky,
Plejá nov y Lenin. Estos escritos eran desconocidos para Haya y Mariá tegui, pero a pesar de ello
coinciden con Marx y Engels, lo que los lleva para Franco a sentar los cimientos de un marxismo
latinoamericano ciertamente heterodoxo frente al canon señ alado.

30
el pueblo que antagoniza. En este proceso y a diferencia de otros planteamientos
como el marxista ortodoxo con el proletariado como vanguardia y futura clase
universal, no se espera que el sujeto de cambio funde una nueva totalidad social,
por ello, nos dice Laclau, el pueblo es menos que la totalidad aunque aspira
convertirse en ella. En los procesos exitosos, termina el politó logo argentino, la
significació n universal del discurso prevalece sobre las demandas particulares y
esto permite una unificació n simbó lica en torno al líder.

Es importante el aporte de Laclau para analizar el “surgimiento del pueblo” que en


América Latina hemos visto en realidades tan distintas como la peruana con el
pueblo aprista, la argentina con el pueblo peronista o la brasileñ a con el pueblo
petista. Una realidad que nos señ ala có mo la constitució n de estos pueblos como
sujetos de los movimientos nacional populares trasciende a sus líderes originales,
me refiero a Haya de la Torre y Peró n, pero tampoco es eterna y se diluye
conforme desaparece la interpelació n transformadora de los movimientos, como
ha sido el caso del aprismo en el Perú . El punto polémico es, como ya señ alamos,
entender el surgimiento del pueblo como una construcció n exclusivamente
discursiva. Discurso y pueblo se construyen, efectivamente, pero en un proceso
histó rico y en referencia a estructuras econó micas y sociales. Liberar a esta
construcció n de referencias histó rico estructurales nos lleva al terreno de la
arbitrariedad donde el fenó meno político, en este caso el populismo que señ ala
Laclau, puede terminar sirviendo para calificar las situaciones má s disímiles.

El otro aspecto, quizá si má s polémico aú n, es la encarnació n de este pueblo en un


líder. Es indudable el papel que ha cumplido el liderazgo en los procesos nacional
populares, sobre todo para unificar la diversidad y producir identidad, elementos
indispensables en el desarrollo de una direcció n política. Sin embargo, regresando
a la crítica de Portantiero y De Ípola (1982), si caemos un una visió n organicista de
la política que pretende constituir al pueblo como sujeto y reificarlo en el Estado,
proyectá ndolo en la voluntad inapelable del líder, corremos el grave riesgo de
acceder a la tentació n autoritaria abortando el conjunto del proceso de
democratizació n. Aquí me parece central la llamada de atenció n de Chantal Mouffe
(2018) cuando señ ala que no debemos pretender que el sujeto pueblo sea una
entidad monolítica, sino má s bien plural y diversa, reflejo del devenir dialéctico de
sus componentes. Esta es la pluralidad entonces que se reflejará en la política,
tanto en el Estado como en el propio liderazgo, para evitar caer en el
autoritarismo.

Pero má s allá de estas diferencias, la construcció n hegemó nica nacional popular


produce un pueblo que está en la posibilidad de convertirse en el sujeto de la
transformació n que se pretende y proyectarse, en su diversidad, en un liderazgo
determinado.

La construcción hegemónica y el pluralismo

Sin embargo, en el planteamiento de la construcció n hegemó nica la piedra de


toque, como nos recuerda Mouffe es la necesidad del pluralismo en la propuesta
política para que la hegemonía guarde su eficacia democrá tica. Es decir, en el
proceso de reemplazo de la hegemonía política e ideoló gica anterior ligada a las

31
clases dominantes, por una nueva que exprese a los sectores populares
mayoritarios, es fundamental respaldar el pluralismo y la competencia política. De
esta forma, el pluralismo no es privativo del pensamiento liberal, en la lucha contra
sus adversarios oligarcas o izquierdistas, sino que debe ser también lo que distinga
a una propuesta de transformació n.

Empero, el pluralismo só lo se vuelve central luego de la caída del Muro de Berlín y


el final de la Guerra Fría. Ambos fenó menos ponen fin a la ofensiva totalitaria del
siglo XX, expresada en el estalinismo y el nazi fascismo, y ponen también en primer
plano a la democratizació n política. Estos hechos de importancia planetaria
cambian las condiciones de la lucha democrá tica en América Latina y le dan un
horizonte distinto. Los Estados Unidos como superpotencia, que había establecido
su hegemonía imperial en la regió n desde la primera mitad del siglo XX y la afianza
luego de la Segunda Guerra Mundial, consideraba en la época a América Latina
como su patio trasero en el cual no podía permitir ninguna injerencia externa al
continente, esto ú ltimo en relació n a su disputa por la hegemonía mundial con la
entonces también superpotencia, la Unió n Soviética. El fin de esta disputa con el
término de la Guerra Fría, le dan a Estados Unidos brevemente la ilusió n de
dominio unilateral del planeta, pero la aparició n de otros poderes, especialmente
el de la Repú blica Popular China, y su entrampamiento militar en el Medio Oriente,
lo llevan nuevamente a la disputa multilateral sin un futuro claro hasta el
momento. Esta situació n es la que permite un espacio político, inexistente antes de
estos hechos, para que las fuerzas de izquierda y nacional populares en la regió n
puedan competir democrá ticamente por la vía electoral y eventualmente ganar
elecciones. Esto no es el final de la intervenció n abierta y/o encubierta de los
Estados Unidos en la regió n, pero hace má s difícil su accionar y sus posibilidades
de éxito.

Esta situació n de Guerra Fría tiene un impacto particular en las formaciones


políticas de izquierda y centro izquierda, inspiradas por el marxismo y por la
perspectiva nacional popular. La estrategia de asalto al poder por la vía armada,
que trajera el marxismo, especialmente el marxismo-leninismo a América Latina
desde la primera mitad del siglo XX, era casi la ú nica posibilidad en la época para
aspirar a tomar el poder y realizar cambios sociales importantes. Los casos de
México, Bolivia, Cuba y Nicaragua, con todas sus diferencias y matices, está n allí
para atestiguarlo. Incluso el intento opuesto y pacífico de la Unidad Popular en
Chile, en la década de 1970, con el liderazgo de Salvador Allende, la denominada
“vía chilena al socialismo” tampoco fue permitida, sufriendo en respuesta un
cruento golpe de Estado con el apoyo masivo de los Estados Unidos.

Terminada la Guerra Fría hay un ingrediente nuevo entonces en el escenario


internacional, que junto con la crisis del modelo democrá tico que traen las
transiciones, da el espacio para el giro a la izquierda. Esto lleva a que la hegemonía
de los Estados Unidos se resienta, estructural y subjetivamente, con el ejercicio de
autonomía que representan los gobierno progresistas. Ello supuso primero una
sorpresa, como la que tuvo George W. Bush en Mar de Plata el 2005, con el rechazo
de los gobiernos de izquierda de la regió n entonces dominantes, a la propuesta de
la Alianza para el Libre Comercio de las Américas (ALCA). La sorpresa dejó paso a
una oposició n latente y má s bien puntual en los gobiernos de Barack Obama, hasta

32
el regreso desbocado de la agresió n en la administració n de Donald Trump que, sin
tomar en cuenta los cambios producidos, multiplica sus amenazas de intervenció n
armada. Sin embargo, má s allá de la insolencia imperial del momento, el mundo no
parece regresar tan fá cilmente al predominio unilateral e inconsulto con que
sueñ an los halcones que dirigen la política exterior del imperio norteamericano
con Trump a la cabeza.

Ocurre entonces un cambio en el proceso de construcció n hegemó nica nacional


popular. La preocupació n central ya no es solo la movilizació n popular y la lucha
contra la desigualdad social sino también la democracia representativa, es decir
participar, competir y ganar las elecciones para los cargos pú blico a los distintos
niveles para avanzar la construcció n hegemó nica y promover procesos de
transformació n social. Esta centralidad de la democracia representativa, sin
embargo, incluye un nuevo elemento que no estaba presente con toda claridad en
la etapa anterior: el pluralismo político. Es decir, que la democracia no solo es
movilizació n y participació n de la població n sino también competencia entre
alternativas distintas que luchan por el gobierno y finalmente el poder político.
Esta perspectiva se asienta con los triunfos electorales que dan origen al giro a la
izquierda y permite a los movimientos nacional populares competir má s
eficazmente con las propuestas liberales y neoliberales que insisten en una
democracia de élites en la regió n.

Sin embargo, no en todos los casos se valora la importancia del pluralismo político
en los países que dan el viraje a la izquierda. El caso emblemá tico en este sentido
es la Venezuela bolivariana de Hugo Chá vez y Nicolá s Maduro. Si bien el proceso
comenzó afirmando el camino democrá tico, con el llamado a una Asamblea
Constituyente y la aprobació n de una nueva constitució n que establecía
instituciones para profundizar la democracia, ademá s del desarrollo en estos
primeros añ os de instituciones alternativas a las liberales como el llamado poder
comunal, con el paso del tiempo y luego de enfrentar sucesivos intentos golpistas
de la derecha local y el imperialismo norteamericano, se priorizó el control del
poder desde arriba, estableciendo un viraje progresivo al autoritarismo. Este viraje
se profundiza con la fundació n del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV),
que busca má s ser un partido ú nico que un partido de competencia democrá tica y
tiene un punto de quiebre a mediados de 2017 cuando se estableció una
institucionalidad paralela a la señ alada en la constitució n de 1999, con la elecció n
de una Asamblea Nacional Constituyente, por encima de los demá s poderes
pú blicos, en la que el chavismo tiene el control total. Esto significa que gobierno y
oposició n no comparten espacios institucionales en los que puedan deliberar, con
lo que se rompe este principio fundamental de la democracia, má s allá de toda
construcció n hegemó nica, que es el pluralismo y la consecuente competencia
política. El debate sobre este hecho contemporá neo y má s bien reciente está
comenzando, pero ya se puede señ alar la influencia de quienes creen que el camino
de la revolució n cubana, ocurrida sesenta añ os atrá s, puede repetirse,
estableciendo un régimen político aparentemente participativo pero no
competitivo, con la persistencia de un modelo autoritario y el sistema de partido
ú nico como resultado.

33
Un ejemplo má s inmediato para el autor es có mo esta cuestió n afecta también a la
izquierda peruana en dos ejemplos a lo largo de casi un siglo, tanto en su versió n
estrictamente nacional popular, como es el caso del APRA original, como en su
versió n marxista, pero que actú a en una perspectiva nacional popular, como es el
caso de Izquierda Unida. El APRA participa desde su nacimiento como partido
nacional en 1930 en elecciones pero con un programa claramente anti oligá rquico
e inevitablemente polarizador, que confronta el orden establecido en una sociedad
semi feudal y dependiente del imperialismo norteamericano. Má s allá del
propó sito de sus dirigentes esta situació n lleva a la confrontació n armada, que
tiene su punto má s alto en la insurrecció n de Trujillo en julio de 1932 y de Lima en
octubre de 1948. Su evolució n posterior lleva al APRA a un viraje, que se plasma en
la década de 1950, apreciando y participando en la democracia, pero no en una
nueva y/o renovada democracia, sino en la importació n oligá rquica de la misma, lo
que se hace patente en las décadas siguientes. La izquierda marxista tiene también
una evolució n significativa pero que se da má s tardíamente. Su aparició n en el
escenario peruano es contemporá nea al APRA y su participació n electoral, aunque
poco significativa hasta fines del siglo XX, sucede la mayor parte de las veces en
perspectiva de una “acumulació n de fuerzas” para la toma del poder por la vía
armada. Sin embargo, la situació n cambia en la década de 1980 con la formació n de
Izquierda Unida, en la que el programa de asalto al poder pierde peso en relació n
al objetivo de democratizar la sociedad y el Estado para conseguir la
transformació n social. Aquí influyen los cambios llevados adelante por el gobierno
de Juan Velasco Alvarado en la década anterior, la propia transició n a la
democracia a fines de la década de 1970 que ocurre desde un gobierno militar, así
como la aparició n de los grupos subversivos, Sendero Luminoso y el Movimiento
Revolucionario Tú pac Amaru (MRTA) cuya acció n armada aparece arbitraria, por
desubicada en el tiempo y desconectada del movimiento social. La necesidad de
diferenciarse de estos ú ltimos y en especial de los actos terroristas llevados a cabo,
afirman la perspectiva democratizadora. A diferencia del APRA, el giro
democrá tico de esta izquierda es antineoliberal, apunta a una hegemonía que pone,
con sus muchos matices, la soberanía del pueblo por delante. Esto se comprueba
con la imposició n neoliberal por la vía del golpe de Estado en 1992, mientras el
APRA se pliega al nuevo orden siguiendo su tendencia a la derechizació n que venía
de décadas anteriores, la izquierda, si bien disminuye su peso político, mantiene su
perspectiva democratizadora y antineoliberal.

Ahora bien, concebir y llevar a la prá ctica la construcció n hegemó nica nacional
popular como un proceso de competencia democrá tica y plural no es un asunto
sencillo. Esto es así porque la construcció n hegemó nica plantea una formulació n
discursiva en la que opone un “nosotros”, que se define como el pueblo o la nació n,
a un “ellos” , las élites dominantes u oligarquía y los poderes imperiales
extranjeros, que son los que impiden su desarrollo. Ello pone en peligro que los
actores en competencia se transformen de adversarios en enemigos o que
habiendo sido siempre enemigos no cesen de jugar este papel haciendo imposible
su convivencia en un mismo régimen político.

Muchas veces se presenta este asunto como un capricho de la dirigencia o de los


líderes nacional populares para afianzarse en el poder y virar al autoritarismo.
Creo que esto no es necesariamente así. La polarizació n es muchas veces inevitable

34
cuando lo que se pretende es producir transformaciones sociales significativas, que
suponen el acceso al poder, por la vía electoral, de movimientos nacional populares
y la separació n entre las clases propietarias y los detentadores del poder político,
situació n insoportable, especialmente en América Latina, para los que han estado
acostumbrados a mandar.

Sin embargo, Chantal Mouffe (2018) asumiendo las dificultades planteadas señ ala,
al menos para el caso europeo, que cuando se trata de encarar la crisis democrá tica
y plantear transformaciones, el punto no es cambiar el régimen democrá tico
liberal sino la formació n hegemó nica, neoliberal en este caso, que conduce el
mismo, por otra formació n hegemó nica que recupere y profundice la democracia,
lo que ella remarca có mo una política agonista en oposició n a una política
antagonista15. En otras palabras, transformar el orden hegemó nico neoliberal sin
destruir las instituciones democrá ticas. Es importante en este punto, sin embargo,
señ alar que Mouffe distingue las instituciones liberales del régimen político de la
formació n hegemó nica neoliberal. Si regresamos al dilema anterior de adversarios
o enemigos es indudable que se trata de mantener a los actores en competencia
como adversarios.

En América Latina, sin embargo, el asunto es má s complicado, por el cará cter


importado, ajeno al proceso de nacionalizació n de los países, que tienen las
instituciones llamadas democrá ticas, donde el liberalismo ha estado emparentado
con la oligarquía y luego con la burguesía transnacionalizada16. Ya señ alamos la
opinió n de Germani (1965), a pesar de sus convicciones liberales, señ alando que
en América Latina las clases altas habían usado las instituciones de la democracia
liberal para defender sus propios intereses. De igual manera se expresaba Julio
Cotler, ya converso al liberalismo en un texto del añ o 2005, cuando señ ala que las
clases dominantes en el Perú habían usado la democracia para defender sus
intereses y privilegios. Se trata entonces de cautelar lo que se pueda de la
democracia liberal, pero también de recrear instituciones que encuentren relació n
con las raíces sociales de la regió n. El reto persiste: desarrollar la construcció n
hegemó nica nacional popular en una competencia plural que posibilite a la vez la
transformació n social. Má s específicamente que los actores, incluso viendo
afectados sus intereses materiales, no se conviertan necesariamente en enemigos.
Esto significa hacer posible la integració n política por la vía institucional de la
representació n democrá tica, para que esta a su vez se convierta en un mecanismo
para generar bienestar entre la població n.

15
En este punto es importante señ alar que Mouffe toma en cuenta, no só lo la actual hegemonía
neoliberal, sino los restos de una hegemonía anterior, la socialdemó crata, que aunque gravemente
deteriorada conserva algunas instituciones del Estado de Bienestar que le dan características muy
importantes a la democracia europea.
16
El interés de una burguesía local, que en otro tiempo se denominó “nacional”, por un régimen de
democracia liberal, es cada vez menor, habiendo sido absorbidos la mayor parte de estos sectores
burgueses por la hegemonía neoliberal. El debilitamiento de estas fracciones burguesas, incluso en
los países de mayor desarrollo capitalista en la regió n, llevó a las ilusiones de Cardoso con su tesis
sobre el “el desarrollo asociado” que reseñ á ramos líneas arriba, pero que no ha tenido otro fin que
la subordinació n de estas clases al capital transnacional. Esto se expresará en el debilitamiento de
las posiciones políticas de centro en décadas recientes.

35
El quid de la cuestió n es entonces la hegemonía, tanto política como ideoló gica. Si
los movimientos nacional populares no inician un proceso de construcció n de una
nueva hegemonía, que empieza desde antes de ganar elecciones pero que tiene un
hito con el triunfo electoral y má s todavía si estos triunfos se repiten, sus victorias
será n inú tiles y no dejaran huellas en el camino. La construcció n de una nueva
hegemonía supone el reemplazo de la anterior que en la regió n ha estado asociada
a la democracia liberal, producto de las transiciones. Por ello, no son suficientes las
reformas al régimen democrá tico liberal, incluso aquellas, como señ ala Enrique
Peruzzotti (2017), que incluyan en un sentido amplio el control político de los
gobernantes, sumando al control institucional el que puedan desarrollar las
propias organizaciones sociales, porque depende del contexto de construcció n
hegemó nica en que esta reformas se produzcan. El pluralismo entonces, funcionará
en el marco de la construcció n hegemó nica y no fuera de ella. Es imposible el
desarrollo de una democracia, no solo procedimental sino sustantiva, con reglas
que sabotean una y otra vez la voluntad popular.

La cuestión del nombre: ¿nacional popular o populismo?

He dejado para después de explicar lo que entiendo como el fenó meno nacional
popular la disputa por el concepto con el cual ir al abordaje de esta situació n.
Empecé a tratar el problema hace 20 añ os (Lynch 1999) con motivo del debate
sobre una noció n que en ese tiempo se puso de modo: el “neopopulismo”, para
caracterizar, entre otros, al entonces régimen que encabezaba Alberto Fujimori en
el Perú . Continué, usando el concepto de populismo y má s específicamente
populismo latinoamericano, cada vez con menor entusiasmo (2007, 2009, 2012),
aunque siempre por la misma razó n: el masivo uso mediá tico y por buena parte de
la academia de populismo para enfocar problemas centrales de la política
latinoamericana. Sin embargo, llegué a un punto de viraje el 2017, cuando señ alo
que populismo es un concepto equivocado y que es mejor usar el concepto
nacional popular, cuya definició n, trayectoria y características he explicado líneas
arriba.

Retomando mi reflexió n de 1999, creo que populismo, como señ ala Giovanni
Sartori (1970), es un caso de estiramiento conceptual. Si para definir un concepto
debemos señ alar sus atributos principales, hay que tener el cuidado de que esos
atributos no desparezcan cuando usamos el mismo para el aná lisis de una multitud
de situaciones diferentes. Si los atributos principales desaparecen estamos
vaciando el concepto de contenido y cayendo en una situació n de estiramiento
conceptual. Corremos el riesgo de que estos atributos principales desaparezcan
cuando no les damos la suficiente importancia o los señ alamos mal al definir el
concepto. Este es el caso de la apreciació n conductista del llamado populismo, que
considera la interacció n entre los actores y especialmente entre el líder y sus
seguidores, de cará cter personalista y clientelista, como las características
definitorias del fenó meno. Importa la conducta y no la consecuencia democrá tica.
Ello a contrapelo de los que señ alan el movimiento nacional popular como aquel
que tiene como objetivo una construcció n hegemó nica donde la soberanía popular
sea base de la soberanía nacional y esto produzca un efecto democratizador. Por
ello, digo que el concepto populismo al pretender explicarlo casi todo, termina por
explicar poco o nada. La propuesta de Laclau y Mouffe en diferentes textos para

36
insistir en el uso de populismo creo que avanza má s que la propuesta conductista,
en especial cuando deconstruye la formació n política misma. Sin embargo, su
insistencia en negarse a algú n tipo de sociología, de estructura social, para dar base
a sus explicaciones, lo cual ciertamente restringiría el campo de alcance de su
reflexió n, creo que limita el alcance de la generalizació n que pretenden y no
permite que se termine de dar cuenta de cada realidad específica. Por ello prefiero
el concepto de lo nacional popular y hasta donde alcanza mi reflexió n me parece
pertinente limitarlo a América Latina.

El problema, por ello, no es una discusió n sobre el populismo como germen


autoritario y su eventual opuesto la democracia liberal, sino sobre los diferentes
caminos para alcanzar la democracia, si se trata de un paquete importado o de la
construcció n de la hegemonía nacional popular que señ alamos

37
5. La grieta de las dictaduras militares

El camino de la democratizació n latinoamericana ha tenido, sin embargo, en a


historia contemporá nea de la regió n la grieta de las dictaduras militares de las
décadas de 1960,1970 y 1980. De manera similar que con otros fenó menos no se
dieron en todos los países ni fueron en todas partes del mismo signo, pero
marcaron la política latinoamericana de una manera tal que influenciarían a las
democracias posteriores y sus posibilidades a futuro.

La dictadura abierta es el régimen político que ha existido la mayor parte del


tiempo en América Latina desde la independencia hace 200 añ os. Recién, luego de
la Segunda Guerra Mundial, tenemos regímenes elegidos, muchas veces
competitivos pero que con dificultades podemos llamar democrá ticos. Esto tiene
que ver con nuestras historias nacionales pero también con el tipo de dependencia
que hemos tenido de poderes extranjeros. Luego de la formació n y centralizació n
política que dio origen a los nacientes estados latinoamericanos, liderados en la
mayor parte de los casos por caudillos que se volvieron militares para llevar
adelante su cometido, hemos tenido tres tipos de regímenes autoritarios: la
dictadura militar tradicional, el régimen burocrá tico autoritario y la dictadura
militar reformista. En los dos ú ltimos casos puedo señ alar que el origen es similar,
se trata de dictaduras que nacen alimentadas por la doctrina de la seguridad
nacional, de origen estadounidense, que promovía los gobiernos autoritarios de
cará cter contrainsurgente; sin embargo, las primeras devienen abiertamente
represivas, mientras que las segundas se inclinan hacia el reformismo social y la
defensa de la soberanía nacional. Del caudillismo militar a las dictaduras má s
organizadas de la segunda mitad del siglo XX, el autoritarismo ha dejado una
estela, no solo política sino también cultural, que se remonta a la colonia pero que
tiene un efecto hasta el presente, lo que se puede observar en buena parte de la
ciudadanía y también en sectores de la élite política, especialmente en momentos
de crisis.

La dictadura militar tradicional es un régimen personalista y en algunos casos


sultanista, versió n extrema del patrimonialismo17 segú n Juan Linz (2000), que
surgió para defender los intereses de la oligarquía nativa y su alianza con el
imperialismo, porque la primera ya era incapaz de defender directamente sus
intereses y ostentar para ello el poder político18. Las dictaduras militares
tradicionales llevaron al extremo la exclusió n oligá rquica siendo derrocadas por la
fuerza de la movilizació n popular, la guerra civil o la intervenció n extranjera. Este
17
El patrimonialismo es la ausencia de distinció n entre el bolsillo privado y el tesoro pú blico. Los
regímenes patrimonialistas en América Latina, directa herencia colonial, se han basado en este
aprovechamiento privado de los bienes pú blico que desafortunadamente continú a, como
característica de las siguientes formas de Estado, hasta el día de hoy. El sultanismo es una versió n
extrema del patrimonialismo, en la cual el gobernante aprovecha sin atenerse a ninguna norma y de
acuerdo a su arbitrio absolutamente personal, de los bienes que se supone pú blicos.
18
Sinesio Ló pez (1978) en un texto temprano “El Estado Oligá rquico en el Perú : un ensayo de
interpretació n” señ ala precisamente esto para el caso peruano, afirmando que cuando se agota,
histó ricamente, la dominació n directa de la oligarquía en la década de 1930, suceden las dictaduras
militares tradicionales para ejercer el gobierno en su representació n, debiendo esperarse hasta el
golpe militar del general Juan Velasco Alvarado en 1968, para acudir al agotamiento político de la
misma dominació n y el establecimiento de una dictadura militar reformista de cará cter
antioligá rquico.

38
tipo de dictadura se da entre fines del siglo XIX y mediados del siglo XX, cuando
sucede la primera ola de gobiernos nacional populares, llegando en el caso
centroamericano hasta la década de 1980, en proceso que termina con el final de
las guerras civiles de la época.

Los regímenes burocrá tico autoritarios, que se sucedieron entre las décadas de
1960 y 1980, fueron dictaduras militares de cará cter institucional, que se
constituyeron por decisió n de las Fuerzas Armadas en respuesta al agotamiento de
diferentes variantes de la primera ola de gobiernos nacional populares. Estos
regímenes expresaron la conjunció n de militares y tecnó cratas en la conducció n
del Estado, como expresió n de la alianza entre el capital trasnacional, las
burguesías locales y los Estados Unidos. Guillermo O´Donnell (1979, 1982), el
padre de la tipología, sostuvo en un primer momento que eran gobiernos
autoritarios que tuvieron a su base la necesidad de pasar de un primer nivel de
industrializació n, la llamada industrializació n por sustitució n de importaciones, a
uno segundo y má s complejo, que necesitaba mayor inversió n y depresió n salarial,
es decir represió n al movimiento popular y fin de los llamados “estados de
compromiso” que fue uno de los nombres que tomaron los regímenes nacional
populares en su primera etapa. Visto en el tiempo, sin embargo, podemos observar
que estas dictaduras, salvo en algú n sentido Brasil, no profundizaron la
industrializació n sino que aplicaron políticas neoliberales. Los casos de Chile con
Augusto Pinochet y Argentina con Jorge Videla, que fueron laboratorios iniciales
del despliegue neoliberal en el mundo, son muy claros al respecto(Klein 2007).

Pero má s allá de esta correcció n histó rica, el hecho central que caracteriza a este
tipo de autoritarismo es la represió n al movimiento popular, la eliminació n de
derechos políticos y sociales y la drá stica restricció n de derechos civiles. Esto se
llevó adelante a través de la masiva eliminació n de los opositores políticos, vía la
tortura, la ejecució n extrajudicial y la desaparició n masiva, que tuvieron a
Argentina, Chile, Uruguay y Brasil como sus casos emblemá ticos. El neoliberalismo
empieza en la regió n entonces en medio de una terrible masacre de dirigentes
populares, políticos de izquierda y nacional populares.

Otra variedad de autoritarismo en la época fue la dictadura militar reformista. Por


má s que los autores iniciales y el impacto mediá tico que tuvieron, pretendió
generalizar el tipo de régimen burocrá tico autoritario a toda América Latina, la
temprana intervenció n de Julio Cotler (1979) y la evolució n posterior nos permite
aclarar que el fenó meno se limita al Cono Sur y Brasil. Cotler mismo caracteriza
otro tipo de dictadura que señ ala como el “populismo militar reformista”. Este es
un régimen autoritario, también de origen institucional, aunque con fuertes rasgos
personalistas, que se da en la década de 1970 en Bolivia, Ecuador, Panamá y Perú .
Estos gobiernos militares buscan llevar adelante un “populismo tardío” de cará cter
anti-oligá rquico, es decir, un gobierno nacional popular, donde este, salvo en
Bolivia, no se había dado.

La experiencia peruana, con el general Juan Velasco Alvarado a la cabeza, es


especialmente destacable y la má s importante entre las señ aladas. Medidas como
la reforma agraria, la promoció n de la industria, la nacionalizació n de los recursos
naturales, el reconocimiento de la organizació n social, de la lengua y la cultura

39
aborígenes y la política exterior independiente; caracterizan un gobierno que
puede señ alarse como nacionalista de izquierda. Sin embargo, el intento tardío de
industrializació n por sustitució n de importaciones fracasó , alcanzando
rá pidamente la denominada “restricció n externa”19 y tampoco pudo
institucionalizar, por el corto período de siete añ os que estuvo en el poder, sus
propias reformas, llevando a un contragolpe conservador desde las propias
Fuerzas Armadas, que empezó a revertir las reformas y reprimió a los sectores
populares movilizados, organizando finalmente una transició n a la democracia en
los términos de las transiciones de la época.

El impacto de las dictaduras militares, de todas ellas, pero especialmente los


llamados regímenes burocrá tico autoritarios del Brasil y el Cono Sur, fue muy
grande en la democracia posterior, especialmente en las llamadas transiciones a la
democracia. En primer lugar por el proyecto neoliberal que las dictaduras ponen
en funciones, que alcanza por la vía de la reorganizació n econó mica, la represió n y
la restricció n de los derechos, a las democracias que les suceden. Pero también,
específicamente, por el horror que este tipo de dictadura significa. En este punto va
a ser muy importante la reflexió n de Carlos Franco (1998) al señ alar que la huida
del horror de las dictaduras va a llevar a aceptar la democracia liberal que
plantean las transiciones como el ideal democrá tico por el cual luchar. En otras
palabras se hace de la necesidad virtud, tal como veremos má s adelante.

6. Las transiciones a la democracia como huida del horror de las dictaduras

19
En economía se denomina restricció n externa cuando un país no tiene las suficientes divisas,
dó lares en este caso, para comprar lo que necesita en el mercado mundial, ya que los sectores
exportadores productores de estas divisas no alcanzan a producirlas en la cantidad necesaria. En el
caso del gobierno del general Juan Velasco Alvarado, la falta de divisas fue reemplazada con
préstamos que no se pudieron pagar, lo que llevó a una crisis y a encarar el dilema del ajuste, al que
finalmente procedería el siguiente gobierno militar encabezado por el general Francisco Morales
Bermú dez.

40
Las transiciones como fenómeno político

En 1992, publiqué el texto de mi tesis doctoral en forma de libro con el título “La
transició n conservadora”, refiriéndome al período de la transició n a la democracia
entre los gobiernos militares de la década de 1970 y el primer gobierno civil de la
década de 1980 en el Perú . Este título, sin embargo, suscitó suspicacias entre mis
colegas, quizá s por el, en ese momento, reciente golpe de Estado del cinco de abril
del mismo añ o, y también, desde luego, por la necesidad de regreso a la
democracia, acicateada por el golpe, es decir por la necesidad de una verdadera
transició n. Empero, habrían de pasar ocho añ os, hasta fines del añ o 2000, para que
Valentín Paniagua encabezara algo que podemos llamar transició n, esta vez al
régimen actual. Sin embargo, a má s de un cuarto de siglo de aquella publicació n me
reafirmo en la correcció n de su título, se trataba de una transició n, la de fines de la
década de 1970, conservadora. Hay dos razones para ello, primero el retroceso
frente a lo que había significado en términos de democratizació n social el gobierno
militar de Velasco y segundo, el regreso al “modus vivendi” anterior a 196820, que
el candidato triunfante Fernando Belaú nde esbozaba como su programa de
gobierno para el período 1980-1985 y que sería el guió n de su segundo mandato
como Presidente de la Repú blica. A la distancia puedo diferenciar el período
conservador aunque en democracia de la década de 1980, del período dictatorial y
reaccionario que se inicia en abril de 1992 y que dura hasta la huida de Fujimori
del Perú en noviembre del 2000.

Digo esto para señ alar que las transiciones son, ante todo, un fenó meno político,
que puede tener características progresivas o regresivas, de acuerdo a la época, el
contexto y los actores. Lo señ alo también para establecer una diferencia entre las
transiciones como fenó meno político y el proyecto académico y a la postre también
político que pueda existir tras ellas, que en el caso de América Latina creo que
logró hegemonizar ideoló gicamente el proceso, con las consecuencias que señ alaré
má s adelante.

Las transiciones a la democracia como fenó meno político se dan en un clima de


época en el mundo, en el que se produce un debilitamiento del autoritarismo,
desde mediados de la década de 1970, que va a culminar, en la mayor parte de los
casos, con la caída del Muro de Berlín y el colapso de la Unió n Soviética (1989-
1991). Es lo que Samuel Huntington (1991) va a denominar la “tercera ola” de la
democracia a nivel mundial. Y aquí es donde la ideología y la voluntad política
confluyen con un proceso de apertura. Huntington es un activo promotor de la
difusió n del modelo de la democracia liberal a nivel planetario, que va a ser un
antecedente central de la teoría de la transiciones a la democracia. Es importante
señ alar, sin embargo, la plena identificació n que hace Huntington entre la
democracia y el modelo democrá tico liberal, de manera tal que ese parece ser el
ú nico modelo existente. Asimismo, el papel que le da a la voluntad del gobierno de
los Estados Unidos en la difusió n de este modelo como una de las condiciones sine
qua non para que esta expansió n se produzca. Es má s, habla de la misma en clave
siempre positiva, incluso de las intervenciones armadas que ha hecho o
promovido, ignorando las tropelías que en nombre de la democracia han cometido
20
Me refiero al golpe de Estado del tres de octubre de 1968 por el que Juan Velasco depone al
primer gobierno de Fernando Belaú nde e inicia un proceso de transformaciones anti oligá rquicas.

41
los Estados Unidos en su beneficio a lo largo del siglo XX y en lo que va del XXI. De
esta manera, la tercera ola como antecedente, pasa a ser otro caso de soberbia
imperial que poco tiene que hacer con un régimen en el que el pueblo es el llamado
a decidir sobre los asuntos que le competen. Veremos así la influencia que esta
tercera ola va a tener sobre las transiciones como fenó meno político y también
sobre la teoría de las mismas.

Las transiciones a la democracia en América Latina fueron el pasaje de dictaduras


militares, burocrá tico autoritarias y nacionalistas de izquierda, a situaciones de
democracia representativa y fueron en este sentido el segundo gran momento
democratizador en la regió n. Estas transiciones fueron el resultado de las luchas
anti dictatoriales de fines de la década de 1970 y casi toda la década de 1980; así
como de un entorno internacional favorable que las propició . Las transiciones
reivindicaron la democracia liberal frente al horror de las dictaduras y significaron
la apertura política de regímenes cerrados, por la vía de las elecciones y de la
instauració n, aunque muchas veces parcial, del Estado de Derecho. Las
transiciones, sin embargo, tuvieron claroscuros, má s allá de terminar con las
dictaduras, que expondré en las siguientes pá ginas.

En algunos casos, y esto es especialmente importante en la transició n chilena, se


pensó también a las transiciones como una superació n de las utopías
revolucionarias anteriores que se consideraron agotadas. Es importante al
respecto el artículo de Norbert Lechner(1995) “De la revolució n a la democracia”,
publicado en la década de 1980 y posteriormente recogido en su libro Los patios
interiores de la democracia, de importante repercusió n en América Latina en la
época. En él Lechner, asume el miedo a las dictaduras y su legado, como un
mecanismo clave que lleva al aprecio de la democracia liberal, pero al mismo
tiempo señ ala la necesidad de poner los pactos por encima de las utopías y la
urgencia de una nueva subjetividad política que valore la vida cotidiana en
democracia por delante de otros objetivos. Está n ausentes alguna crítica a la
política econó mica neoliberal, así como mecanismos de transformació n social a
partir de la diná mica democrá tica misma. En otras palabras, como ya señ alamos
con Carlos Franco, hace de la necesidad virtud, entendiendo la democracia
representativa como el objetivo estratégico por el cual luchar.

Las transiciones como reflexión académica y proyecto político

El enfoque que se construye sobre las transiciones responde al enfoque


conductista de la Ciencia Política que privilegia actores e instituciones, en una
coyuntura determinada, sobre estructuras econó micas, políticas e histó ricas. Este
es también un tema de época, es el momento en que cesan los aná lisis de
estructuras y se pasa al dominio de los aná lisis micro de situaciones inmediatas.
Las posibilidades de las transiciones dependen de la forma en que estas suceden. Si
los militares salen producto de una guerra exterior, como fue el caso argentino con
la guerra de Las Malvinas, sus posibilidades de influir en la democracia son pocas.
En cambio, si salen por ruptura pactada, como en Chile, dejando enclaves
autoritarios en el régimen político, son mayores. Asimismo, en países con
sociedades civiles organizadas y sistemas de partidos fuertes, como en Uruguay y
también Chile, las posibilidades de estabilidad democrá tica, al menos inmediata,

42
son mejores. Por ú ltimo, en algunos casos buscan incorporar a la movilizació n de
masas, que es ú til para desplazar a los militares, pero limitá ndola sino
eliminá ndola, como en el Perú , para evitar que sea una fuerza de mayor
democratizació n política.

Pero las transiciones no solo son motivo de reflexió n académica, también son un
proyecto político de sucesivos gobiernos de los Estados Unidos en alianza con
diversas élites locales latinoamericanas, a través del cual se busca implementar la
idea de la difusió n de la democracia. Un proyecto que logra la simpatía de un
importante arco de fuerzas, desde las élites tradicionales a la derecha del espectro
político hasta dirigentes e intelectuales de izquierda que buscaban una salida al
horror que habían vivido. Esta iniciativa de convergencia académica y política se
desarrolla, entre otros lugares, en el Woodrow Wilson International Center for
Scholars, entidad ligada al Partido Demó crata de los Estados Unidos, y se plasma
en el proyecto: “Transitions from authoritarian rule: Prospects for Democracy in
Latin America and Southern Europe”, que dirige Abraham Lowenthal a principios
de la década de 1980. Los principales teó ricos de las transiciones son Guillermo O
´Donnell y Phlippe Schmitter, con su texto Transiciones desde un gobierno
autoritario. Volumen cuatro: Conclusiones tentativas sobre democracia inciertas.
(1994 /1986). Estos autores parten, de la que será una convicció n normativa
central en el debate de la época, señ alando que: “La democracia política constituye
per se un objetivo deseable”, lo que hace indispensable, dado el alto grado de
indeterminació n que señ alan para estos procesos, el aná lisis político de corto plazo
que no puede ser deducido de las estructuras.

Las transiciones para estos autores tendrían tres etapas: liberalizació n,


democratizació n y socializació n. Liberalizació n, es la apertura del régimen
autoritario, concediendo algunos derechos civiles y políticos a la població n; y
responde a agudos problemas de legitimidad de estos regímenes. Democratizació n,
es la concesió n de derechos ciudadanos que preparan el terreno para las
elecciones y la eventual realizació n de las mismas. Responde sobre todo a
presiones sociales despertadas por la liberalizació n y es considerado el momento
clave de la transició n. Una vez realizadas las elecciones y asumido el gobierno
elegido se supone que se cumple el objetivo fundamental de la transició n y se
culmina el pasaje a la democracia. Socializació n, es la profundizació n de la
participació n ciudadana y la concesió n de derechos sociales. Es mencionada
inicialmente pero luego olvidada, tanto por estos autores iniciales como por los
que prosiguen en el debate.

Asimismo, señ alan que las transiciones exitosas son las que se dan a través de
pactos, privilegiando la instauració n del régimen democrá tico y postergando la
realizació n de otros objetivos, principalmente de redistribució n y reconocimiento
econó mico y social. En este sentido plantean, en una recomendació n que estará en
el centro del debate en añ os posteriores, que hay que evitar dar jaque mate a dos
jugadores claves: los grandes propietarios y los militares. A los primeros no hay
que cuestionarles sus derechos de propiedad y a los segundos hay que respetarles
su institucionalidad castrense. Si esto ú ltimo no se cumple el proceso se puede
revertir.

43
Un punto poco mencionado en un primer momento, pero resaltado luego, es el que
señ ala que la libertad econó mica debe ser la base de la libertad política,
refiriéndose a la necesaria convergencia entre democracia liberal y economía de
mercado. En las circunstancias de la época la economía de mercado era el modelo
econó mico neoliberal sistematizado en el Consenso de Washington que data de
1990, pero que en la regió n ya había empezado con las dictaduras de Pinochet y
Videla en la década de 1970. Es lo que señ alan O´Donnell y Schmitter cuando
recomiendan que no se debe tocar a los grandes propietarios, a la postre los
beneficiarios de la aguda reconcentració n del ingreso que ha significado el
neoliberalismo en América Latina. Sin embargo, como dice Naomí Klein (2007) el
terror de las dictaduras y el ajuste econó mico que dio paso al modelo neoliberal
está n estrechamente ligados. Las terapias de shock de los ajustes econó micos que
anteceden o convergen con las transiciones se dan en un ambiente de temor al que
ciertamente las dictaduras militares con su represió n habían abierto camino.

La crítica de la teoría de las transiciones

Para Carlos Franco (1998) la teoría de las transiciones va a ser el ejemplo de la


regresió n en las ciencias sociales latinoamericanas. Va a significar el abandono del
pensamiento crítico, en especial del enfoque histó rico estructural dominante en las
teorías de la CEPAL y la teoría de la dependencia, que en mi concepto Aníbal
Quijano recupera y proyecta treinta añ os má s tarde en su propuesta sobre la
colonialidad del poder. No por ello, elude Franco la necesidad de criticar al
economicismo marxista, pero no para independizar la reflexió n política, sino para
reemplazar su determinismo por una explicació n “tendencial y probabilística”, lo
que má s arriba hemos señ alado como la autonomía de lo político en un
determinado contexto histó rico. Asimismo, señ ala la impotencia epistemoló gica de
esta teoría al plantear la incertidumbre de las transiciones, es decir, a cuyo
conocimiento no podemos acceder plenamente, así como su indeterminació n, lo
que hace igualmente difícil la capacidad de explicar o predecir las mismas. Todo
esto lo lleva a cuestionar el paquete teó rico como un ejemplo má s de importació n
del modelo democrá tico liberal, que parte presentá ndose como un modelo
universal, no exclusivamente nacional, y que por ello podría echar raíces en
contextos ajenos al mundo occidental y al capitalismo desarrollado. La
consecuencia para Franco es la organizació n, con el nombre de democracia, de lo
que él llama “regímenes representativo particularistas”, porque se basan en
brindar derechos no universales basados en una aguda desigualdad social y una
ciudadanía erosionada.

De esta manera, la visió n conservadora de la transició n le ganó la partida a las


posiciones progresistas, la idea de la transició n pactada pudo má s que la
profundizació n de la democracia y así se impuso una moderació n política incapaz
durante varios añ os de cuestionar el modelo neoliberal. Esto llevó a que en países
como Chile que habían sido uno de los centros de la tradició n revolucionaria
latinoamericana se normalizara el capitalismo salvaje como la ú nica forma posible
de manejar de la economía y finalmente la sociedad. El triunfo de la visió n
conservadora llevó a que se afianzara, a la postre, un Estado excluyente, que nos
recuerda el Estado de clase, en la versió n del marxismo ortodoxo, o como
recientemente, salvando las distancias, señ ala Francisco Durand (2011), un Estado

44
capturado por los intereses particulares de los grandes propietarios. Ese Estado, se
desarrolla a contrapelo de la democratizació n que persiguen los movimientos y
gobiernos nacional populares. Es el Estado que entrará en crisis cuando sea
incapaz de satisfacer a los excluidos del modelo neoliberal y es el que se pone en
cuestió n con el denominado giro a la izquierda.

Sin embargo, es importante ver también la otra cara de las transiciones. Estas
fueron el resultado de luchas muy duras que terminaron con dictaduras que
habían significado, sobre todo en el caso de los regímenes burocrá tico autoritarios,
un grave retroceso para el proceso de democratizació n latinoamericano. Es preciso
recordar este hecho porque las luchas anti dictatoriales no fueron reconocidas en
su momento como el origen del proceso y sus reivindicaciones má s bien
postergadas por los nuevos gobiernos democrá ticos (Lynch 1992, Collier 1999).
Las transiciones, a pesar de las limitaciones impuestas, fueron también un regreso
y, a veces, una reinauguració n del Estado de Derecho y un énfasis en las reglas del
régimen liberal representativo. Esto no es poca cosa en una regió n acostumbrada a
la arbitrariedad de diversas formas de autoritarismo y al desprecio por los
derechos humanos. Ello hace que las reglas, mayormente ausentes de la lucha anti
oligá rquica y el período de la Guerra Fría, sean el legado má s importante de las
democracias producto de las transiciones, cuya proyecció n, a la par que sus
limitaciones, vivimos hasta nuestros días.

Empero, esto no quiere decir que las sociedades latinoamericanas a partir de las
transiciones se convirtieran en un modelo de Estado de Derecho y cumplimiento
de la ley. Pero sí, que las mismas le dieran un nuevo momento al orden legal como
una herramienta central en la construcció n democrá tica, que se convertiría en las
décadas siguientes en otro terreno de disputa entre los que quieren utilizarlo a su
favor, para sus intereses particulares, conformando en el extremo lo que Franco
llama regímenes representativo particularistas, y aquellos que levantan la
universalidad de la ley, tanto en las luchas por los derechos humanos como en las
luchas anticorrupció n, pero también como un cimiento de lo que debe ser la
profundizació n democrá tica.

En este sentido, las transiciones como fenó meno político fueron una crítica, no solo
a las dictaduras a las que sucedían, sino también a la poca importancia que se había
dado a la democracia como régimen político en la historia anterior de América
Latina, me refiero tanto al pasado oligá rquico, a los movimientos y gobiernos
nacional populares y a las propuestas de transformació n que había planteado la
izquierda marxista en décadas anteriores. Una crítica transversal, de derecha a
izquierda, que muchas veces desde el campo progresista, por la falsa creencia de
que nos puede alejar del objetivo de transformació n social, no hemos sido capaces
de asumir.

Las transiciones y el fracaso de la consolidación democrática

El corolario de las transiciones debería ser la consolidació n democrá tica. Guillermo


O´Donnell (1992) la llama la “segunda transició n”, que debería ir del gobierno
democrá tico elegido a tener un régimen democrá tico que pudiera extenderse a
otras esferas de la vida social. El mismo O´Donnell, a la par que Juan Linz y Alfred

45
Stepan (1996) señ alan que las democracias se consolidan cuando el juego
democrá tico es el ú nico posible en un determinado país, es decir, cuando los
actores políticos só lo pueden alcanzar sus objetivos por medios democrá ticos. Por
ú ltimo, Adam Przeworski (1995) a la cabeza de un equipo de especialistas, señ ala
una visió n aú n má s completa de la consolidació n, cuando dice en su libro
Sustainable Democracy que la democracia política debe basarse en un Estado
fuerte y que sus instituciones deben ser capaces de velar no só lo por las libertades
civiles y los procedimientos democrá ticos para elegir gobiernos, sino también por
igualdad y justicia para sus ciudadanos.

Sin embargo, esto entra en abierta contradicció n con el modelo neoliberal que
converge; porque antecede, es paralelo o lo alcanza luego; al modelo democrá tico
que traen las transiciones. El modelo neoliberal le quita a unos: trabajadores,
profesionales, pequeñ os y medianos empresarios, organizaciones sociales,
sindicatos, partidos y políticos en general; para darle a otros: tecnó cratas, grandes
empresarios locales y extranjeros, organismos financieros internacionales y
organizaciones de seguridad. Ademá s, implementa sus políticas por terapia de
shock, los llamados “paquetazos”21 que son decretados por sorpresa para que
puedan ser aceptados má s fá cilmente y rara vez son sometidos al control legal y
constitucional de los tribunales de justicia y los parlamentos elegidos. La terapia de
shock, asimismo, tiene como objetivo borrar de las memoria colectiva el recuerdo
de los derechos sociales y los servicios pú blicos gratuitos que los trabajadores y las
clases medias habían gozado en los períodos precedentes. Tenemos entonces que
si bien esta democracia brinda derechos civiles y políticos a la població n, restringe
o elimina derechos sociales, dando con una mano lo que quita con la otra. La
ciudadanía resultante es así recortada, alcanzando el límite del proyecto planteado.
Llegamos entonces a lo que en otros trabajos he llamado la “falacia de la
consolidació n” (Lynch 2009, 2017), porque no se llega a ésta de manera
automá tica sino a través de transformaciones que la democracia producto de las
transiciones no puede llevar adelante. Quizá s en el “olvido” de la tercera fase del
modelo que diseñ an Schmitter y O´Donnell, la llamada socializació n o el esfuerzo
de unir democracia con bienestar, esté la clave para entender las limitaciones de
las transiciones.

En este contexto, la pobreza y la desigualdad que habían sido considerados en las


décadas precedentes como los problemas fundamentales de América Latina
causados por la injusticia social, pasaron de ser entendidos como problemas
estructurales que debían ser tratados con políticas pú blicas universales de
bienestar a ser consideradas enfermedades de perdedores que debían ser
atendidos con la caridad. En estas condiciones se produce un desplazamiento que
Lechner (1996) señ ala como un descentramiento de la política a favor de la
centralidad del mercado. Se pasa de una época en la que se confió en la política
21
Se han llamado paquetazos en países como el Perú al conjunto de medidas econó micos que se
han dado para implementar el modelo neoliberal y que tenían como resultado un ajuste en la
economía, con el objetivo de reducir la inflació n y estabilizar el sistema. Esto generalmente se
traduce en una reducció n de los salarios y los puestos de trabajo y, a la vez, se supone que crea
condiciones para la inversió n privada y el aumento de las ganancias empresariales, que se asume
como el verdadero motor de la economía. Sin embargo, el ajuste, en los países donde el modelo ha
continuado, se ha convertido en una política permanente, a favor de los empresarios y en contra de
los trabajadores y los excluidos.

46
como una forma de producir cambios en la vida social, a otra en la que los cambios
solo podrían ser producidos por el mercado. Esto significa desacreditar la política
como una actividad legítima, desplazar a los partidos como los vehículos de la
misma y finalmente desplazar a la política de la vida social. La ruptura del vínculo
sociedad/política/partidos, lleva a un debilitamiento de la sociedad organizada y a
una redistribució n del poder social y político en contra de los ciudadanos comunes
y corrientes y a favor de los tradicionalmente poderosos. Esto refuerza la visió n de
la democracia política como una herramienta de las élites, a la que difícilmente
pueden tener acceso los sectores populares.

Steve Ellner llama la atenció n que en este proceso de desprestigio de la política y


los partidos, se deterioran gravemente los sistemas de partido que habían
sostenido las democracias liberales en el pasado (Freeman 2019). Esto lleva a la
decadencia de partidos muy importantes como la UCR en la Argentina, COPEI y AD
en Venezuela, los partidos Liberal y Conservador en Colombia, Acció n Popular, el
PPC y el APRA en el Perú , el MNR en Bolivia, la Democracia Cristiana en Chile, etc.
Varios de estos partidos, que habían sido reformistas en décadas anteriores, se
vuelven neoliberales, algunos de ellos consiguen una nueva vida, pero la mayoría
marchan a la insignificancia política.

Las salidas: por la izquierda y la derecha

De esta manera, la confluencia de la democracia producto de las transiciones y el


neoliberalismo del Consenso de Washington, llevan al fracaso este modelo de
democracia representativa, lo que va que va dar paso al denominado giro a la
izquierda, aunque también y en menor medida a un giro a la derecha, que será
importante tomar en cuenta para analizar la posterior contraofensiva de la misma
en añ os recientes en la regió n.

El giro a la izquierda es propó sito central de este trabajo y lo trataremos en las


pá ginas siguientes. El giro contrario, en cambio, lo dejamos anotado para que su
fantasma no nos sorprenda en el futuro. Me refiero a los gobiernos de Menem y De
la Rú a en la Argentina, entre 1989 y 2001, al gobierno de Alberto Fujimori en el
Perú entre 1990 y 200022 con una proyecció n que dura hasta hoy, a los 36 añ os de
neoliberalismo que inaugura Miguel de la Madrid en México en 1982 hasta el
triunfo de Ló pez Obrador el 2018, a las victorias electorales de Alvaro Uribe en
Colombia que lo llevan en dos períodos a la presidencia entre el 2002 y el 2010 y,
por ú ltimo, al controvertido caso de Chile, que a pesar de ser la transició n
emblemá tica a la democracia a fines de la década de 1980, convierte a las
instituciones de la misma, ajustadas por la dictadura, en los mejores guardianes del
modelo neoliberal. El giro a la derecha, permanecerá en la retaguardia de la regió n
y tendrá algunas derrotas tempranas como es el caso de la Argentina, pero será la
base para la posterior contraofensiva en el momento de crisis de los denominados
gobiernos progresistas. Creo que este giro a la derecha también constituye una
salida o intentos de la misma a la crisis que causa la confluencia entre
neoliberalismo y la democracia producto de las transiciones. En los casos

22
Con la característica del golpe de abril de 1992, que lo convierte en una dictadura entre ese añ o y
la huida de su titular en noviembre de 2000.

47
persistentes y sin duda: Perú , Colombia y México23, creo que la presencia de la
violencia y el peso de la misma en la interacció n política, va a ser central para que
la salida no admita riesgos por las posibilidades que los ciudadanos podrían ver en
otras opciones.

7. El giro a la izquierda

¿De qué se trata?

El giro a la izquierda es la llegada al poder de un conjunto de gobiernos


progresistas en la regió n y el tercer gran momento democratizador de América
23
Habría la tentació n de incluir a la Argentina como uno de los países en que impacta la violencia
política, en especial por la represió n de la dictadura militar entre 1976 y 1983. Sin embargo, el
rechazo a esta violencia que recorre transversalmente esa sociedad, a partir de la salida de los
militares, a diferencia de lo ocurrido en Perú , Colombia e incluso México; hace que los reclamos de
soluciones autoritarias estén algo má s lejos en ese país.

48
Latina. Se pueden hacer diversos cortes para establecer su periodizació n pero creo
que el má s preciso es el que señ ala su inicio a fines de 1998, con la victoria
electoral de Hugo Chá vez en Venezuela, hasta mayo de 2016, con el golpe
parlamentario contra Dilma Rousseauf en el Brasil. Hay discrepancias en el
nombre porque hay dudas y también distancias sobre el contenido. Buena parte de
la academia estadounidense, por ejemplo, lo llama pink tide, marea rosa, para
señ alar que no son gobiernos radicales y quizá s ni verdaderamente de izquierda,
pero al mismo tiempo quitarles legitimidad y seriedad a sus intenciones.

Por mi parte considero que se trata de un giro a la izquierda porque ha significado


la plasmació n en políticas de gobierno de la lucha por la democracia, la justicia
social, la soberanía nacional y la integració n continental; en resumen lo que han
sido las banderas histó ricas de la izquierda en América Latina. Este giro abarca de
manera relativamente estable en el período señ alado a seis países: Brasil, Uruguay,
Argentina, Bolivia, Ecuador y Venezuela; con Paraguay, El Salvador y Honduras,
teniendo gobiernos que por períodos má s cortos de tiempo adhirieron al proyecto.
Nicaragua, por ú ltimo, que en la segunda fase del sandinismo intentó una cercanía,
pero que no fue bien recibida por varios de los países participantes24. Estos países
abarcan, en su momento, la mayor parte de la població n, el territorio y el Producto
Bruto Interno de la regió n. Este giro es expresió n, asimismo, de la disputa por la
democracia en el continente: ante la crisis de la propuesta de democracia de élites
que traen las transiciones, se da paso a una propuesta de democracia social y
mayoritaria. El volumen y la calidad de los cambios que se llevan adelante nos
permite señ alar que se trata de una etapa de avance excepcional para América
Latina. En términos de soberanía, quizá s si el paso adelante má s importante
después de la independencia, 200 añ os atrá s.

Asimismo, el giro a la izquierda es producto de una sucesió n de movimientos


sociales antineoliberales que se suceden en distintos países de América Latina y
que van a estar en el origen de los gobiernos progresistas. El giro a la izquierda no
se puede entender sin el Caracazo de 1989, en el que el pueblo venezolano
respondió en las calles al intento de ajuste econó mico del segundo gobierno de
Carlos Andrés Pérez, con un saldo de 300 muertos segú n cifras oficiales y má s de
3,000 muertos segú n cifras extraoficiales. Tampoco sin el “que se vayan todos”
argentino de fines del añ o 2001, que sacó a Fernando De la Rú a de la presidencia y
sin los movimientos de resistencia a sucesivos intentos de ajuste en Ecuador y
Bolivia entre 2003 y 2006. Todos estos movimientos van a tener un punto de
encuentro con los gobiernos progresistas en Mar de Plata, Argentina, en noviembre
del 2005; donde coinciden la III Cumbre de los Pueblos con la IV Cumbre de las
Américas. Allí los gobernantes de izquierda, no todos presentes y algunos con má s
añ os que otros en el gobierno, le dicen no al ALCA, que venía siendo la propuesta
de los Estados Unidos a América Latina desde añ os atrá s y que sufre un rotundo
rechazo en esta coyuntura. El NO al ALCA se convertiría así en el lema

24
El caso de Nicaragua con el gobierno de Daniel Ortega a partir de 2007 es altamente
controvertido. Ortega ha usado ampliamente el prestigio revolucionario del período sandinista
anterior, tratando con ello de acercarse a los países del giro a la izquierda. Pero su conducta de
represió n a la oposició n, que incluye a buena parte del antiguo sandinismo, e implementació n de
una política econó mica neoliberal, lo acerca má s al régimen familiar de los Somoza que a la
revolució n sandinista. Ello hace muy difícil asociarlo al período analizado.

49
antimperialista de la época25. Esta raíz en los movimientos sociales le da una
indudable fuerza a los gobiernos progresistas en una primera época, pero será
fuente de conflictos y elemento de su crisis má s adelante.

Esa caracterizació n de “izquierda” es disputada por quienes han identificado las


posiciones de izquierda con la definició n ideoló gica marxista, en la mayoría de los
casos marxista-leninista y con los partidos socialistas y comunistas. Sin embargo,
en los ú ltimos cien añ os de historia de América Latina en la lucha por la
democracia, la justicia social, la soberanía nacional y la integració n continental; ha
sido llevada adelante principalmente por agrupaciones de corte nacional popular.
Muchas veces con participació n de partidos de inspiració n marxista, otras veces al
margen o incluso en contra de ellos. En algunos casos siendo los movimientos
nacional populares violentamente opuestos por los partidos de izquierda
tradicional y recibiendo estos una respuesta similar, en otros rectificando los
partidos marxistas posiciones anteriores y finalmente apoyando estas
transformaciones. Se da también el caso de partidos de origen marxista que
desarrollan grandes movimientos nacional populares, como es el caso del Partido
Socialista de Chile, antes de 1973, y el Partido de los Trabajadores en Brasil,
liderado por Lula. Quizá s la excepció n al escepticismo, la oposició n o la autocrítica
posterior sea, desde un momento tan temprano como fines de la década de 1920,
los planteamientos heterodoxos que desarrollan, como ya adelantamos, José
Carlos Mariá tegui con la fundació n del Partido Socialista y Víctor Raú l Haya de la
Torre con la fundació n del Partido Aprista en el Perú . Esta heterodoxia es resaltada
por José Aricó (1978, 1980) y Carlos Franco (1981) para señ alar có mo tanto Haya
como Mariá tegui, desde sus propias visiones, subrayan la importancia de lo
nacional popular en la transformació n de nuestras sociedades. Por eso me atrevo a
decir que la impronta nacional popular abre cauce a la política de izquierda en la
regió n, para finalmente en los ú ltimos veinte añ os, en el auge del giro estudiado,
señ alarla como el camino democrá tico de transformació n de América Latina.

Otra característica central es que ganan el poder por medio de elecciones


democrá ticas. En varios casos obteniendo sucesivamente abrumadoras mayorías,
lo que llevaría a calificarlos como “democracias de mayorías” por oposició n a las
democracias de élite del período anterior. Este ganar al poder por la vía electoral y
casi simultá neamente en los países má s importantes de la regió n va a ser una
novedad de proporciones, al usar con éxito un camino que las fuerzas de izquierda
tenían vedado en el pasado. Pero, asimismo, no só lo llegan democrá ticamente sino
que hacen lo que habían dicho en campañ a. Esta ú ltima, otra novedad en América
Latina que estaba acostumbrada a la mentira de los candidatos ganadores, con
extremos memorables como los de Carlos Menem en la Argentina en 1989 y
Alberto Fujimori en el Perú en 1990, que hicieron campañ a contra el ajuste
neoliberal y luego lo implementaron a los pocos días de llegar a la presidencia. Este
cambio, en especial en la etapa inicial de este proceso, va a tener gran repercusió n
en el apoyo popular a los gobiernos progresistas.

El término democracia de mayoría, producto de los grandes triunfos electorales,


pasa sin embargo a tener detractores en el campo liberal. El lograr una mayoría
25
Hugo Chá vez quizá s fuera el má s rotundo al respecto cuando señ ala “Alca, al carajo…” en su
intervenció n en esa reunió n.

50
electoral a su favor es considerado sospechoso de autoritarismo y má s cuando esa
mayoría es la base para llevar a cabo transformaciones sociales importantes. El
argumento es que el uso reiterado de la mayoría colisiona a la postre con los
derechos de las minorías y lleva a su contrario la “dictadura de la mayoría”. El
argumento no es nuevo, hunde sus raíces en los orígenes de liberalismo, pero
podemos hallar el razonamiento contemporá neo en Robert Dahl (1956), en su
libro Preface to a democratic theory, en el que este autor hace síntesis de la
definició n elitista de la democracia, en su versió n pluralista, dominante en los
Estados Unidos en el siglo XX. Allí Dahl señ ala que lo que existe en el Occidente
capitalista es un régimen que denomina “poliarquía”, no exactamente democracia,
y que define como un régimen político de competencia entre mú ltiples minorías26.
En esta concepció n afectar a las minorías por ejercer la voluntad mayoritaria de los
ciudadanos invalida a la democracia misma.

Si bien es cierto que en el extremo la mayoría se puede convertir en dictadura, no


se puede negar el uso de la mayoría para gobernar ni menos para cumplir un
programa de gobierno. De lo contrario, la democracia estaría bajo el permanente
chantaje de las minorías y se convertiría en un régimen inú til para gobernar. Aquí
lo que colisiona son dos formas de entender la democracia, lo que, como
mostramos en el texto, es el centro de la disputa regional sobre la misma.

El dilema está en la magnitud que puede tener el cambio social que realice un
gobierno elegido. Mientras que para la izquierda habrá necesidad de realizar
reformas que pueden hacer indispensable una nueva constitució n, como ocurrió en
algunos países, para la derecha se deben respetar, má s allá de la mayoría social y
política con la que se cuente, las reglas establecidas27. Tenemos entonces que la
democracia política, en el pleno sentido de la palabra, para unos debía ser la
herramienta del cambio social y para otros su freno. Este dilema recorrerá el giro a
la izquierda de principio a fin y tendrá una distinta plasmació n en cada país, en
algunos casos se llevará n adelante asambleas constituyentes que aprobará n
nuevas constituciones, mientras que en otros se tomará n en cuenta reformas
constitucionales recientes que abrirá n el paso a los cambios. En todas, sin
embargo, permanecerá la tensió n que demuestra que el Estado de derecho no es
una arena neutral sino una herramienta que puede ser usada de acuerdo a la
correlació n de fuerzas existente.

26
Má s allá del uso comú n que señ ala el régimen político en los países capitalistas desarrollados y
en especial a los Estados Unidos como democracia, hay una larga tradició n en este país que no
caracteriza a su régimen como democracia. Comienza con los llamados “padres fundadores” que
escribieron la constitució n de ese país, en particular James Madison (2001) quien prefería el
término gobierno representativo a democracia, porque relacionaba esta ú ltima con la democracia
ateniense del siglo V a.n.e., de la que no le gustaba su cará cter participativo. Es el criterio de
Bernard Manin (1997) cuando caracteriza la democracia moderna como “gobierno representativo”
y que también plasma, sofisticando el argumento, Robert Dahl al señ alarla como poliarquía.
27
En Venezuela, Ecuador y Bolivia se llamaron asambleas constituyentes que aprobaron nuevas
constituciones, en 1999, 2006 y 2008, respectivamente, cuando ya habían empezado los gobiernos
de cambio. Mientras que en Brasil y Argentina se aprobaron, una nueva constitució n en el primer
caso, en 1988, y una reforma importante a la carta vigente en el segundo, en 1994, antes de que se
produjera el giro estudiado. En casi todos los casos, ya fueran reformas o nuevas constituciones, se
trató de cambios positivos para las transformaciones llevadas adelante.

51
Detrá s de esta disputa, como ya señ alamos antes, está el problema de la
hegemonía. La derecha defiende la hegemonía liberal o neoliberal producto de las
transiciones y la izquierda y los movimientos nacional populares la construcció n
de una nueva hegemonía que respete a las mayorías.

¿Dos izquierdas o procesos nacionales?

Desprestigiar la llegada de la izquierda por medios democrá ticos al poder ha sido


una constante en el período del giro señ alado. Ya Fernando Henrique Cardoso
(2006) decía que no había tal giro sino populismo anacró nico al que oponía a la
izquierda tradicional. En esta distinció n el populismo anacró nico era un artefacto
pasado de moda y la izquierda tradicional un proyecto inviable, con lo que el tal
giro quedaba en nada. Jorge Castañ eda, (2006) por su parte, señ alaba que habrían
dos izquierdas: una moderna, abierta y moderada, que aceptaba el Consenso de
Washington y otra nacionalista, populista y negada a la ortodoxia econó mica. En
una ubicaba a Chile, Uruguay y Brasil; mientras que en la otra habrían estado
Bolivia, Ecuador y Venezuela; poniendo en ese momento a la Argentina de los
Kirchner en el medio. En otras palabras, una aceptable para la democracia y
potencialmente incorporable al liberalismo y otra que debería ser rechazada por la
misma. Teodoro Petkoff (2005), con lente má s fino, planteaba la tesis de las dos
izquierdas en el contexto de la post Guerra Fría, señ alando que una era radical y
ligada a Cuba y al legado leninista, donde la figura central era Hugo Chá vez, y otra
era partidaria de un reformismo avanzado, donde ubica a Lula, Lagos, Kirchner y
Tabaré Vá squez. Asimismo, se ha querido también distinguir a los casos nacionales
entre refundadores, aquellos que eligieron asambleas constituyentes y aprobaron
nuevas constituciones, procediendo se supone a cambios má s radicales; y
reformistas, aquellos que bá sicamente se dedicaron a ampliar derechos. Soledad
Sotoessel (2014), sin embargo, nos hace ver que el desarrollo de los procesos
nacionales por los distintos matices existentes, no hace posible una clasificació n
binaria y má s bien se inclina, como también lo he señ alado (Lynch 2017), por
encontrar procesos mú ltiples en una ú nica gran corriente progresista.

La recuperación de la política y el Estado

El aporte central del giro a la izquierda ha sido la recuperació n de la política. Se


deja atrá s la política como conflicto armado, propio de la guerra fría, y la política
secuestrada por el mercado de la época neoliberal, para pasar a la política como
democracia. La democracia, ademá s, no só lo se entiende en el sentido liberal del
término, como pluralismo, competencia, elecciones y equilibrio de poderes, sino
también como movilizació n popular, construcció n de hegemonía y bú squeda de la
transformació n social. Esto se plasma en la recuperació n de soberanía, la
redistribució n econó mica y la extensió n de derechos, especialmente sociales y
culturales, que caracteriza a estos gobiernos progresistas.

La recuperació n o el regreso del Estado es otro componente central, como agente,


junto con la movilizació n social, de las transformaciones que se llevaron a cabo.
Esta agencia ha supuesto también una nueva vuelta de tuerca en la teoría del
Estado en América Latina. Podemos señ alar cuatro momentos en la relació n
Estado-sociedad en la regió n. Uno primero, propio del Estado Oligá rquico, en el

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que los grandes propietarios, especialmente terratenientes, manejan el Estado.
Después, con la primera ola nacional popular y el desarrollo de políticas
econó micas cepalinas por parte de varios gobiernos en la regió n, sucede un
momento de modernizació n del Estado en el sentido de una autonomizació n de los
intereses inmediatos, produciéndose una primera separació n entre los grandes
propietarios y aparato estatal. Luego vendría la ofensiva neoliberal realizá ndose el
movimiento opuesto, de captura del Estado por los grandes propietarios. Por
ú ltimo, con el giro a la izquierda la relació n Estado-sociedad, supone una
diferenciació n, nuevamente, entre los grandes propietarios y el Estado. Se revierte
la “captura del Estado”, de la que nos habla Francisco Durand (2011, 2017) la que
en la época y en los países de hegemonía neoliberal, supone un uso e incluso una
ocupació n del aparato del Estado por parte de los tecnó cratas neoliberal y a la
postre de los grandes empresarios. El establecimiento de una diferencia entre
economía y política y finalmente Estado, es crucial para el funcionamiento del
régimen democrá tico, ya que supone una separació n de roles y una divisió n del
trabajo que funciona a favor de una representació n ciudadana má s igualitaria,
disminuyendo el peso de los grandes intereses, especialmente econó micos. Esta
separació n es una cuestió n que se vuelve insoportable para los grandes
propietarios nacionales y extranjeros.

Esta agencia estatal les dio la fuerza a los gobiernos progresistas para llevar
adelante los cambios a nivel econó mico, social, político y cultural. Así, impulsan
una política econó mica que apunta a la redistribució n de la riqueza, al desarrollo
del mercado interior y, con má s dificultades, a la diversificació n productiva.
También una política social que tiene como eje el combate la desigualdad y que
privilegia políticas universales en educació n, salud, trabajo y pensiones; así como
planes de emergencia para los sectores má s desfavorecidos, como fueron Bolsa
Familia en el Brasil y la Asignació n Universal por Hijo en la Argentina; amplias
políticas a favor de la igualdad de género; una política cultural que reivindica lo
propio frente a los extranjero, especialmente a los pueblos, territorios y lenguas
originarias. Asimismo, una autonomía en política exterior, principalmente de los
Estados Unidos, y un gran impulso a la integració n regional que permita a su vez
tentar una integració n propia al proceso de globalizació n mundial.

Asimismo, hubieron esfuerzos interesantes de transformar la má quina estatal


misma que no llegaron a plasmarse plenitud. Me refiero a los gobiernos de Evo
Morales en Bolivia y Hugo Chá vez en Venezuela en los primeros añ os de sus
administraciones, para cambiar el marco institucional desde abajo. Es decir,
desarrollar estructuras de poder alternativo que vayan má s allá de los mecanismos
de control político de los gobernantes. Aunque en ningú n caso se llega a una
institucionalidad distinta con poder propio y los experimentos terminan ligados a
la ló gica del poder de turno existente. Distingo acá los intentos de poder comunal
que se desarrollan en Venezuela o de poder campesino que se desarrollan en
Bolivia, que buscaban construir poder popular desde abajo, de los mecanismos de
control de las autoridades que se dan en estos y también en otros países de
América Latina. Los primeros apuestan a una institucionalidad paralela al Estado
existente, mientras que los segundos al control del mismo en diversas instancias,
principalmente locales y regionales. Lo primero tiene gran propaganda de sus
respectivos gobiernos pero una vida efímera a pesar de las pretensiones, mientras

53
que lo segundo, con todos los problemas en su implementació n, señ ala caminos
para el desarrollo de la participació n popular (Arvitzer 2017).

Sin embargo, estos gobiernos, a la vez, heredaron estados débiles, que por
influencia de las oligarquías y las dictaduras militares no había logrado
transformarse en estados plenamente democrá ticos. A lo que se agrega la
agudizació n del proceso de desnacionalizació n y transnacionalizació n que
promueve el neoliberalismo y que termina de vaciar lo que quedaba de autoridad
estatal. Una de las características de esta debilidad ha sido el patrimonialismo, la
herencia mayor en este uso estatal, que engulló a varios líderes del giro a la
izquierda y no pudo ser superada por las reformas democratizadoras
emprendidas. No se logra así una plena separació n entre el interés pú blico y el
privado y, sobre todo, no se identifica claramente el primero con los intereses de
las mayorías populares.

Los caudillos y la cuestión del liderazgo

Asimismo, tenemos el problema del liderazgo. Los caudillos, tan denostados y


amados en América Latina, a veces a la vez. Antes como caudillos militares y
oligá rquicos, hoy como caudillos que son llamados populistas o, a falta de otras
tradiciones, neopopulistas. El caudillo nacional popular recoge en América Latina
una tradició n, a veces no muy santa, pero una tradició n. Eso hace que sea
importante para el lanzamiento y desarrollo de los movimientos políticos en
general pero también para los movimientos nacional populares, para la
identificació n del pueblo con estos ú ltimos a través de la figura del líder. Hay, sin
embargo, una diferencia central entre los caudillos militares y oligá rquicos de
antañ o y los que surgen del giro a la izquierda. Estos ú ltimos, como ya señ alamos
para los procesos en su conjunto, nacen de elecciones y gobiernan en competencia
política con oposiciones de diverso tipo. El problema está en las deformaciones del
liderazgo que se dan tanto en estos como en otros regímenes. En el caso de los
líderes nacional populares, en el fragor de la transformació n, muchas veces estos
restringen la competencia y el pluralismo, se perennizan, se creen indispensables y
no permiten la direcció n colectiva ni la rotació n del liderazgo. Esto
indudablemente afecta la continuidad democrá tica del movimiento y del gobierno,
si hubieran llegado a él. Por ello, creo que una cuestió n fundamental en el proceso
de democratizació n es mantener abierta la posibilidad de que surjan diversos
liderazgos y que el pueblo pueda, en elecciones libres, escoger entre ellos.

La experiencia muestra, sin embargo, casos distintos de presidentes considerados


caudillos en estos gobiernos del giro a la izquierda que merecen contrastarse. Voy
a tomar en cuenta las reelecciones y la legalidad de las mismas, para ver cuá nto se
acercan al tipo ideal del caudillo que se concibe como el líder predestinado. Uno
primero y muy reciente es el de Evo Morales en Bolivia, presidente entre 2006 y
2019. El añ o 2016 se convoca a un referéndum para cambiar la Constitució n
aprobada el 2009 y Morales lo pierde. Sin embargo va al Tribunal Constitucional,
que la oposició n dice estaba controlado por él, y este revierte la decisió n
autorizá ndole postular para un cuarto mandato. Postula y desata una crisis
política, acusaciones de fraude electoral mediante, que termina en un golpe de
Estado en su contra y en una persecució n política y judicial contra él y sus

54
partidarios. El siguiente es el de Rafael Correa presidente del Ecuador entre 2006 y
2017, tildado reiteradamente no só lo de caudillo sino de un comportamiento
personal autoritario. Sin embargo, luego de tres períodos presidenciales se niega a
presentarse para un cuarto y apoya a quien había sido su vicepresidente: Lenin
Moreno, quien gana la elecció n. Pero este ú ltimo se distancia progresivamente de
Correa para terminar persiguiéndolo política y judicialmente. En Argentina
Cristina Ferná ndez de Kirchner completa dos períodos entre 2007 y 2015 y uno
tercero si agregamos el que hizo su marido entre el 2003 y el 2007. El 2015 opta
por no presentarse y su partido pierde la Presidencia para recuperarla el 2019 con
otro peronista Alberto Ferná ndez a la cabeza. Cristina Ferná ndez figura como
vicepresidenta y no está demá s decir que afronta varios procesos judiciales que
denuncia como persecució n política. Luiz Ignacio “Lula” da Silva en el Brasil es
Presidente dos veces entre el 2002 y el 2010 sin violentar la Constitució n. Es
sucedido por Dilma Rousseauff para período y medio entre 2010 y 2016, siendo
destituida por un golpe parlamentario. En este proceso, Lula ha sido perseguido
judicialmente y ha estado añ o y medio en la cá rcel. Por ú ltimo, quizá s si el caso má s
agudo que es el de Hugo Chá vez en Venezuela que une su persona con el puesto de
Presidente de la Repú blica y líder de la revolució n bolivariana entre 1998 y 2013,
proceso que solo es cortado con su muerte. Lo sucede Nicolá s Maduro el mismo
2013, designado por él y ratificado electoralmente el 2013 y el 2019, en medio de
una crisis política en la que la oposició n acusa de abierta parcialidad al gobierno y
a los organismos electorales y que no se resuelve hasta el presente.

Tenemos entonces que de cinco presidentes considerados caudillos, tres han


seguido las normas constitucionales, má s allá de que hayan tenido un indudable
liderazgo carismá tico: Correa, Cristina Ferná ndez y Lula; uno, Evo Morales,
considerado el líder indígena má s importante de la historia de Bolivia, obtuvo una
controvertida sentencia del Tribunal Constitucional a su favor; y solo a Hugo
Chá vez se le puede considerar dentro del tipo pleno de caudillo plebiscitario que
confunde su persona con la posició n que ostenta, considerá ndose líder
indispensable y a la vez proyectá ndose como mito má s allá de su muerte.

Esta lejos, sin embargo, el fenó meno nacional popular de ser un fenó meno que se
restringe a los caudillos. Esta caracterizació n se quiso hacer con los procesos
nacional populares en su primera época, pero se repite con el giro a la izquierda y
atraviesa tanto las ciencias sociales, má s bien académicas, como lo vimos con
Coniff y Weyland, como la crítica cultural y social, como es el caso con Enrique
Krauze y su, en este punto, seguidor Mario Vargas Llosa. Para esta visió n los
caudillos definen el fenó meno, que ellos llaman populismo, y estos está n
determinados por sus conductas y gustos personales. Curiosamente las fuentes de
un autor como Krauze (2006, 2012) en textos como “El Mesías tropical” o “El
pueblo soy yo”, son las conductas o gustos del personaje comentado, Andrés
Manuel Ló pez Obrador en este caso, sin referencia alguna al contexto histó rico y/o
estructural. Peor en el caso de Vargas Llosa (2019), que haciendo eco de Krauze
tiene como fuentes los dichos de sus amigos e intelectuales afines. Como vemos no
es el rigor, precisamente, lo que adorna a estos comentaristas.

La movilización social

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De igual forma, la ciudadanía activa, que convierta a las personas en sujetos del
régimen democrá tico es fundamental en los movimientos y gobiernos nacional
populares. No se trata de la acció n individual solamente, tan promovida por el
liberalismo, sino de los colectivos y a la postre de los movimientos sociales, que
son llamados a tener un rol especial. Estos movimientos sociales van a ser los que
se oponen al ajuste econó mico y a la globalizació n neoliberal y van a generar el
espacio para el surgimiento de los gobiernos progresistas. Asimismo, son los que
dan apoyo a los gobiernos nacional populares en la difícil tarea de promover
transformaciones y los que desarrollan espacios de participació n, algunos nuevos y
otros que vienen de atrá s, en el camino de profundizar la democracia que reciben.
Sin embargo, encontraran dificultades para convertir la protesta de la calle en
voluntad política de gobierno. Desde los gobiernos señ alan que los movimientos
creen que hay un continuum entre la calle y el Estado, mientras que los
movimientos dicen que una vez asumido el poder se trata de subalternizarlos. Sin
embargo, tuvieron una presencia protagó nica en los veinte añ os del progresismo,
en un nivel desconocido en la regió n y es clave, por ello, reconocer el vínculo y
renovarlo para futuras experiencias.

Este ú ltimo aspecto es el que señ alan los críticos de izquierda de los gobiernos
progresistas como la cuestió n clave que los desligitima. En un primer momento
Modonessi y Svampa (2016) señ alan que los gobiernos nacional-populares no son
fieles a su origen en la movilizació n social, propician una participació n controlada
de los movimientos y carecen de conceptos horizonte en sus propuestas, lo que los
lleva a no ser una alternativa al capitalismo neoliberal al que critican. En un
segundo momento, sin embargo, señ alan, en una posició n ciertamente extrema,
que los gobiernos progresistas apuntan a un nuevo modelo de explotació n que
denominan neoextractivista/desarrollista (Svampa 2017), que llevaría a una
resubalternizació n de los movimientos sociales. Un nuevo modelo de explotació n
de los sectores populares a los que dicen representar, por el hecho de que no les ha
sido posible superar las condiciones de explotació n capitalista y má s precisamente
el modelo de exportació n de materias primas que encuentran cuando llegan al
poder. Esto, como veremos, es una seria limitació n en el proceso del giro a la
izquierda, pero ello no puede llevar a plantear que lo que quieren estos gobiernos
es exactamente lo contrario de lo que predican en los marcos reformistas en los
que se mueven las políticas econó micas y sociales que llevan adelante. Este
maximalismo tiene trayectoria en América Latina y está enraizado en la crítica
marxista ortodoxa, primero de la dominació n oligá rquica y luego de los distintos
modelos de desarrollo. Esta crítica solo ve los defectos de la alternativa nacional
popular en su relació n con los movimientos sociales, pero no asume la experiencia
en la lucha por derechos y espacios de poder que desarrollan los movimientos.
Esta lucha se produce en relació n y también en conflicto con los gobiernos
populares, pero no hubiera sido posible, en las dimensiones que alcanza sin el
concurso de los primeros. Asimismo, con su propias características, es una lucha
que se da en un tiempo largo, que va de la primera y la segunda ola nacional
popular, a los momentos de resistencia a las ofensivas oligá rquicas y neoliberales
contra los derechos y espacios adquiridos. Hoy, que ya hemos vivido un período de
crisis del progresismo, ofensiva de la derecha y resistencia popular, podemos ver
con má s claridad las lecciones aprendidas de estos procesos y dó nde está cada

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opció n política después de atreverse a cuestionar el orden de dominació n secular
en la regió n.

En esta vena de entender la movilizació n social en su plasmació n desde abajo,


Leonardo Arvitzer (2017) en una contribució n reciente señ ala diferentes
experiencias de innovació n política que se han dado en América Latina en los
ú ltimos 30 añ os. Trata casos de innovació n administrativa, principalmente reforma
judicial, e innovació n política de control de las autoridades elegidas. Sobre esta
ú ltima, que es la que me interesa, desarrolla el impacto del presupuesto
participativo y del control ciudadano en la aplicació n de políticas pú blicas, en
países como Brasil, Argentina, Bolivia y México, incursos antes y después en el giro
a la izquierda y cuya prá cticas de innovació n política coinciden en buena medida
con el período tratado. Al respecto señ ala el éxito de las prá cticas participativas en
lo que respecta a los dos temas señ alados, siempre y cuando involucre el control
ciudadano y tenga consecuencias efectivas en los temas de política pú blica
tratados. Cuando no es así y se busca cooptar por parte del Estado el esfuerzo de
participació n o recortar atribuciones a los ciudadanos, la innovació n decae, hasta
en algunos casos desaparecer. Esto ú ltimo ha sido prá ctica en gobiernos de distinta
tendencia como Brasil, México antes de Ló pez Obrador o Bolivia, que han puesto la
necesidad de control “desde arriba” por encima de la participació n. El autor, sin
embargo, considera que la experiencia ha valido la pena y, sobre todo en los casos
exitosos, ha sido ú til al proceso democrá tico. Vemos entonces que la experiencia
concreta señ ala los hechos positivos y negativos del proceso democratizador y
có mo los gobiernos promueven la participació n, incluyéndola en algunos casos en
sus textos constitucionales como en Bolivia y Venezuela y luego la limitan o buscan
controlarla, debilitando su propio respaldo. El conflicto entre la autonomía y el
control atraviesa entonces también a los gobiernos progresistas.

Capitalismo nacional y extractivismo

Asimismo, incluyen en la agenda una perspectiva de capitalismo nacional y


latinoamericano, que para algunos como Juan Carlos Monedero, va a ser
poscapitalista y para otros como Emir Sader (2008) posneoliberal, pero en ningú n
caso anticapitalista como se ha querido presentar en la propaganda mediá tica de la
derecha. El caso es que se rechaza el capitalismo neoliberal y se apunta a un orden
distinto, revalorando el trabajo, el mercado interior y la necesidad de un espacio
econó mico propio en América Latina, que permita integrarse en términos justos y
equitativos al orden capitalista global. Se recupera, en este sentido la idea del
desarrollo nacional que viene de la CEPAL y la necesidad de cumplir con las tareas
de un tiempo inacabo como señ ala Gino Germani (1965), de trá nsito de la sociedad
tradicional a la sociedad moderna. Cuando se plantea reiteradamente la necesidad
de trascender el capitalismo, como es el caso del llamado “socialismo del siglo XXI”
en la Venezuela chavista, el asunto no pasa de la retó rica y su efecto mayor quizá s
sea el susto que se lleva la burguesía venezolana y la trasnacional; pero incluso en
ese país el 80% de la propiedad se ha mantenido en manos privadas.

Sobre la transformació n econó mica, Oscar Ugarteche (2018) señ ala que las
políticas de los gobiernos progresistas hicieron cosas claves en sus países,
exactamente lo contrario de lo que había venido sucediendo en América Latina: la

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reducció n de la desigualdad social, la mejora del salario real, el aumento de la masa
salarial en el PIB y el aumento de la fuerza de trabajo contratada formalmente. Una
diferencia que, continú a Ugarteche, redunda en una mayor calidad del empleo
creado y que está en directa relació n con la naturaleza política del régimen que la
promueve. En este punto Rebeca Grynspan (2019), señ ala que en América Latina
en el período 2000-2014, 66 millones de personas son incorporadas al mercado
laboral28, en buena parte gracias a las medidas de los gobiernos progresistas y que
ello tiene un impacto muy importante en el combate a la desigualdad.

En este punto, de cambio econó mico, considero sin embargo que la transformació n
má s importante llevada adelante por el giro a la izquierda es la que señ ala Daniel
Filmus (2019), quien sostiene que en este período se crece y se distribuye
equitativamente. Filmus reflexionando sobre la base de la teoría del “casillero
vació ” del chileno Fernando Fajnzylber (1989), dice que los gobiernos progresistas
del período hicieron lo que no se había conseguido en la regió n en las décadas
perdidas de 1980 y 1990. Es decir, de acuerdo con Fajnzylber, entre fines de la
década de 1970 y principios de la década de 1990 no existen países que hayan
tenido crecimiento econó mico y lo hayan distribuido equitativamente al mismo
tiempo, al mismo tiempo que llama la atenció n sobre los casos de Argetnina y
Brasil que a pesar de no mostrar crecimiento sí distribuyen por presiones sociales
que se dan en el contexto de la vuelta a la democracia. Asimismo, Filmus
proyectando esta reflexió n señ ala que en la década de 1990, de plena
implementació n neoliberal, hay un doble casillero vacío ya que en ella tanto los
países que crecen como lo que no crecen no distribuyen equitativamente. Esta
situació n varía durante el giro a la izquierda, especialmente en la etapa de auge,
entre el 2003 y el 2013, cuando un grupo de nueve países: Bolivia, Venezuela,
Brasil, Argentina, Uruguay, Ecuador, El Salvador, Nicaragua y el Perú ; crecen y
distribuyen con cierta equidad. Los ocho primeros, aú n con los problemas
señ alados para Nicaragua, está n incursos en el giro señ alado. El caso del Perú ,
seguidor má s bien de una política neoliberal en todo el período, puede explicarse
por el nivel muy bajo del cual parte. Este fenó meno, novedosos para la regió n, de
llenar el casillero vacío, se da, como también lo sostiene Filmus en el contexto del
giro a la izquierda, justamente la condició n que permite que florezca América
Latina.

Ahora bien, la mayor contradicció n con estos intentos de capitalismo nacional ha


sido la persistencia de una economía de exportació n de materias primas, que con el
beneplá cito de los gobiernos progresistas continuó siendo la actividad econó mica
má s importante de estos países y que coincidió con el “super ciclo” de los precios
de las materias primas entre el 2003 y el 2012, aunque para el petró leo podemos
alargarlo hasta el 2014. Es cierto que hay un esfuerzo de nacionalizació n de la
actividad, como sucedió en Bolivia y de defensa de su cará cter nacional como
ocurrió en Ecuador, Venezuela y Brasil, lo que permitió usar las utilidades para el
desarrollo nacional y especialmente para las políticas sociales, ademá s del peso de
estos sectores estratégicos en manos del Estado para orientar el desarrollo del
conjunto de la economía. Esta actividad, ademá s, segú n José Antonio Ocampo
(2017), aumenta durante el período del giro a la izquierda porque es en esos añ os
que se alcanzan los mayores precios de estos productos de exportació n tradicional.
28
El dato lo toma Rebeca Grynspun de Lustig y Ló pez Calva (2016).

58
Esto, al financiar buena parte de las políticas sociales llevadas adelante, da base
material al apoyo social logrado. Sin embargo, al mismo tiempo mantiene a estos
países víctimas del intercambio desigual, característica histó rica de la exportació n
de materias primas y de la dependencia en la regió n. Por ello, cuando vienen los
precios bajos se convierten en un factor má s de la crisis de los gobiernos
progresistas. Estas continú an así como economías poco diversificadas y que
producen escaso valor agregado, siendo uno de los problemas má s á lgidos a
superar para los gobiernos de izquierda.

Aquí es importante señ alar la observació n de Ugarteche (2018) sobre el auge de


los precios de las materias primas para la segunda parte del super ciclo, entre la
crisis del 2008 y el 2014, que había sido asignado a la alta demanda China.
Contrariamente, Ugarteche dice que una comisió n del Senado de los Estados
Unidos revela el mismo 2014 la especulació n en que habían estado incursos tres
grandes bancos de Wall Street en la manipulació n de estos precios,
manteniéndolos en un nivel inusualmente alto. Esto nos hace ver el papel del
capital financiero en la volatilidad de los precios de las materias primas y el
altísimo riesgo de un proyecto de desarrollo basado en las utilidades que estos
altos precios en sus “super ciclos” de ganancias puedan brindar.

Esto no es ó bice para que el mundo capitalista desarrollado y en especial Estados


Unidos desarrollen una verdadera “guerra econó mica” contra los países que
forman parte de este giro político. Esta guerra asume diferentes modalidades y
tiempos, de acuerdo a las características de cada proceso nacional, pero deja muy
en claro que los centros de poder imperial no tienen en su agenda permitir el
desarrollo autó nomo de una determinada regió n del mundo, en especial si ha
estado bajo su control anteriormente o tiene algú n interés estratégico actual. Esto,
creo, no nos debe llevar a ser pesimistas sobre el espacio de autonomía que logran
los gobiernos progresistas, ya que si bien no procesan una ruptura estructural con
el capitalismo transnacional, tal como señ ala William I. Robinson (2020), si logran
establecer políticas econó micas alternativas con diferente grado de radicalidad
que tienen éxitos en su momento y que dejan establecidas posibilidades hacia el
futuro.

Los esfuerzos de integración regional

La integració n regional es uno de los aspectos má s promovidos por el giro a la


izquierda. Dentro de la visió n de política internacional compartida que tienen los
gobiernos progresistas, la integració n era fundamental para asentar su soberanía
nacional y desarrollar una presencia en el escenario mundial que tuviera
autonomía de los Estados Unidos. Los intentos integradores habían existido antes
en América Latina, desde las declaraciones aisladas y las reuniones episó dicas de
las primeras décadas de nuestras repú blicas, hasta los intentos, con pocos frutos
sin embargo, que se dan de la década de 1960 en adelante. Pero en el caso de los
gobiernos progresistas se trata de un propó sito central en su agenda que
consideraban de singular importancia para llevar adelante sus objetivos, razó n por
la cual privilegian el aspecto político de la misma. Para ello, se potencia
MERCOSUR, se fundan UNASUR Y CELAC, desde una perspectiva má s afín al
chavismo venezolano se constituye el ALBA, y se desarrollan una serie de

59
mecanismos en diversas á reas econó micas, comerciales, sociales, culturales,
políticas y de seguridad regional, que les permitieran cumplir sus objetivos. Entre
estos mecanismos merece atenció n especial el Banco del Sur, que buscaba ser el
centro de una arquitectura financiera propia, que no tuviera que pasar por los
Estados Unidos. Desafortunadamente no despegó por los celos entre los propios
gobiernos progresistas y por el trabajo sin descanso del imperio del norte que lo
torpedeó , a través de sus gobiernos aliados y agentes afines, en todo momento. La
urgencia de circuitos financieros propios se ha visto con mucha claridad en la
guerra econó mica que ha desarrollado los Estados Unidos y las diversas
instituciones a su servicio en las crisis argentina entre el 2011 y 2019, brasileñ a
entre el 2012 y la actualidad y ú ltimamente en la agresió n despiadada, má s allá de
los graves errores de su liderazgo, a la Venezuela bolivariana.

El tener autonomía de los Estados Unidos es fundamental porque este país ha sido
el poder imperial dominante y el principal factor de desunió n en la regió n. De
hecho, en el añ o 2009, Alan García, entonces presidente del Perú y muy cercano a
los Estados Unidos, tiene la iniciativa de lanzar la Alianza del Pacífico, conformada
por Chile, Perú , Colombia y México, como un bloque alternativo a UNASUR. La
citada alianza aparece como un bloque inú til para sus integrantes porque el
comercio entre ellos es mínimo, má s bien se trata de una expresió n política de
sumisió n a los Estados Unidos. Esta política de integració n de los gobiernos
progresistas es, sin embargo, una de las que má s irritació n causa en el imperio y su
erosió n y posterior desmembramiento se convierte en uno de los objetivos en la
regió n de la superpotencia del norte.

Corrupción, patrimonialismo y autoritarismo

Por otra parte, la corrupció n es el flanco má s débil de los gobiernos progresistas.


Tiene una raíz histó rico estructural en el patrimonialismo, como ya señ alamos
líneas arriba, pero eso de ninguna manera disculpa a los autores directos de la
misma. La corrupció n es el fenó meno que expresa mejor al rentismo o la
dependencia de la explotació n de los recursos naturales, la falta de protagonismo
de los movimientos sociales y la incapacidad de estos gobiernos para transformar
los estados que recibieron. Pero, al mismo tiempo, la pobreza ética en la conducta
de algunos gobernantes y/o de cercanos colaboradores y la desatenció n al
problema de la corrupció n en su propuesta programá tica y en la actividad
cotidiana de gobierno. El fenó meno, má s allá de la explicació n estructural, tiene
ejemplos en la historia latinoamericana, que van del sultanismo como versió n
extrema en algunos dictadores, hasta, las democracias, paradó jicamente muchas de
ellas también corruptas. Con este antecedente es una aú n mayor la responsabilidad
de que no se hayan tomado recaudos al respecto. Sin embargo, también es
importante señ alar que la derecha ha tomado la corrupció n en los gobiernos
progresistas como un argumento contra el proyecto político en su conjunto,
buscando criminalizar a diversos líderes sin tener las pruebas respectivas, sino
só lo a partir de la convicció n que se forman fiscales y jueces sobre la culpabilidad
del acusado. Esto ha llevado al fenó meno de la judicializació n de la política que
muchas veces se hace difícil de separar de la judicializació n de la corrupció n
misma, perjudicando la lucha contra esta ú ltima.

60
Pero quizá s lo que resume mejor las tensiones que atraviesan los gobiernos de
izquierda es la acusació n que les hacen de ser autoritarios. Esta es una acusació n
má s cierta en los movimientos y gobiernos nacional populares de la primera ola
que en la actualidad. Sin embargo, con la multiplicació n de gobiernos de estas
características en los ú ltimos veinte añ os y la pugna muy clara por construir una
nueva hegemonía, tanto es sus países como a nivel continental, se repite la
acusació n. La construcció n hegemó nica, como hemos argumentado, es
indispensable, si se quieren llevar adelante transformaciones. Y ello causa un
temor profundo en quienes, producto de los cambios, pueden perder poder
político y eventualmente econó mico, ademá s de estatus social y poder simbó lico.
Esta es la razó n bá sica que lleva a la calificació n de estos movimientos y gobiernos
como autoritarios. Ello, ni quita el cará cter semi autoritario de los primeros
gobiernos nacional populares ni, por supuesto, es ó bice para señ alar evidentes
virajes autoritarios, como el caso del gobierno bolivariano que encabeza Nicolá s
Maduro en Venezuela, del cual hay que sacar las lecciones respectivas. Sin
embargo, ello no nos puede llevar a descartar el proceso continental de giro a la
izquierda que comentamos, cuyo alcance es mayor que los problemas señ alados.

A la base de esta acusació n de autoritarismo está la polarizació n política que se


promueve. Cuando se pretende transformar es imposible no polarizar, porque,
como hemos señ alado, se afectan los intereses del poder establecido en cada
sociedad que en principio no está n interesados en compartir recursos ni
comunidad democrá tica. La polarizació n ademá s permite distinguir campos en la
construcció n hegemó nica para agrupar a una mayoría de la població n a favor de
esta. El asunto es canalizar la polarizació n por la vía democrá tica y no prolongar la
misma como una arma de uso permanente que busque destruir a la oposició n. Es
importante en este sentido, en el proceso de construcció n de una nueva
hegemonía, preservar el pluralismo y la competencia política, que permitan
canalizar los cambios a través de la institucionalidad democrá tica. La crítica a la
polarizació n viene de aquellos que entienden la democracia como un régimen en el
que confluyen no só lo dos sino mú ltiples intereses y señ alan que dividir la
sociedad en nada má s que dos es reprimir esta diversidad. Sin embargo, no toman
en cuenta que para transformar una sociedad hay temas claves en los cuales
incidir, cuya resolució n afecta positiva y negativamente, a mayorías y minorías y
permite la transformació n. Lo cual, como ya señ alamos, no significa que la
construcció n hegemó nica sea monolítica y /o monotemá tica, sino má s bien que
articula una diversidad de actores y temas alrededor de la necesidad de identificar
pueblo con nació n y darle así una só lida base a la democratizació n.

8. La crisis del giro a la izquierda y la contraofensiva de la derecha

Se trata de una crisis mayor, no só lo de un grupo de gobiernos y sus políticas, sino


de un ciclo de gran importancia para la regió n. Es la crisis del ciclo nacional
popular(1998-2016) que estuvo asociado al auge de los precios de las materias
primas (2003-2012) y a la fuerza de las reformas que llevó adelante. Estas
reformas, sin embargo, por sus propias limitaciones, no llegaron al punto de ser
irreversibles, lo que ha dado espacio para la contraofensiva de la derecha en
respuesta a las reformas mismas y a los alcances del ciclo político en cuestió n. El

61
péndulo latinoamericano de gobiernos progresistas, aislados y de corta o mediana
duració n, que luego daba paso a gobiernos reaccionarios e incluso autoritarios, no
ha sido roto. El ciclo nacional popular, si bien duró casi dos décadas, ha sido el má s
largo de su tipo y ha incluido a varios de los países má s grandes e importantes de
la regió n, no ha logrado establecerse como una realidad permanente.

Ahora bien, desde el campo contrario se señ ala que las “fuerzas democrá ticas”
habrían derrotado al autoritarismo populista y la regió n estaría volviendo a su
cauce normal, es decir, a la democracia liberal producto de las transiciones. En
otras palabras se estaría cerrando el “ciclo populista” y estaríamos retomando el
ciclo democrá tico inaugurado por las transiciones. ¿Fin de ciclo y retorno a la
normalidad? La idea de fin de ciclo suele expresar que se termina con un
experimento político, con un tiempo de excepció n, que siempre estuvo mal y que se
debe volver a la normalidad que en la gramá tica actual es a la democracia liberal
en el diseñ o de las transiciones. Este punto de vista quiere plantear la política
latinoamericana como un contraste entre la democracia liberal y el autoritarismo
populista, en el que, como hemos dicho, se quiere naturalizar la democracia como
la democracia liberal. Lo que habíamos tenido habría sido una “marea rosa” pero
nada má s.

Me parece que la realidad es má s compleja. Los gobiernos progresistas han sido


atrapados entre los que heredaron y lo que hicieron. Heredaron países que habían
sido devastados por el neoliberalismo. Tanto a nivel social por la fragmentació n
promovida por una ló gica centrada en el mercado, como a nivel político por la
satanizació n de los partidos y de la movilizació n en general. Esto llevó al
vaciamiento del Estado, de sus responsabilidades bá sicas en relació n al bienestar
ciudadano, a las políticas econó micas neoliberales y a las políticas de seguridad
represivas, para finalmente abdicar del resguardo a la soberanía nacional. Frente a
esta situació n los gobiernos progresistas retomaron el horizonte de la política
nacional popular que venía de mediados del siglo XX en América Latina, en
condiciones de post guerra fría, lo que les daba una ventana de oportunidad
política, pero en circunstancias econó micas también má s difíciles que en esa época,
con la globalizació n neoliberal en curso muy reticente para aceptar políticas
alternativas. Por ello el audaz programa de reformas, buscando la unidad entre
ellos y la integració n de la regió n al mundo, es muy significativo. Aunque no
lograra que la nueva hegemonía que planteaban trascendiera su ciclo en el poder,
dejando marcas en la regió n pero no una permanencia en el tiempo que nos
pusiera en otro camino, en el sentido de un régimen democrá tico distinto.

Quizá s la cuestió n má s difícil de afrontar en este momento de crisis sean las


denuncias de corrupció n existentes y sus consecuencias. En esta corrupció n,
asimismo, se mezclan dos cuestiones que son muy difíciles de discernir. Por una
parte los escá ndalos de corrupció n que atraviesan América Latina y afectan tanto a
gobiernos neoliberales como progresistas, golpeados por una herencia patrimonial
que no han sabido superar y por la falta de escrú pulos de los candidatos y los
gobernantes. Pero, por otra, la innegable judicializació n de la política, el lawfare en
inglés, un método de guerra no convencional desarrollado en los Estados Unidos
(Vollenweider y Romano, 2017) que significa el uso del sistema judicial para
discernir disputas de poder y, eventualmente dañ ar a los opositores políticos.

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Los escá ndalos de corrupció n en general remecen América Latina, ligados al
financiamiento ilegal de las campañ as políticas y a los sobornos pagados por
contratos de obra pú blica por parte de grandes empresas privadas a candidatos,
funcionarios, incluidos ministros y presidentes de la repú blica. La persecució n
judicial contra la corrupció n avanza con suerte desigual, muy poco en México y
Colombia, bastante en el Perú y Brasil, y entrampada en el Ecuador y la Argentina.
Ha tomado especial relieve cuando ha afectado a expresidentes de la repú blica,
como fue el caso de Alan García en el Perú , que cercado por las delaciones y la
evidencia material optó por suicidarse. En el caso de Dilma Rousseff, sufrió un
golpe parlamentario en base a falsas imputaciones. Pero en los casos de Lula en el
Brasil, Rafael Correa en Ecuador, Cristina Ferná ndez de Kirchner en Argentina y
ú ltimamente Evo Morales en Bolivia, encausados judicialmente, se trata de
procesos caracterizados por una ausencia de pruebas materiales que llevan a los
jueces, como ha sido el caso de Lula, a condenar “por convicció n” y no por
evidencias. En estos ú ltimos, tenemos ademá s la selecció n del tiempo político en el
que se desarrolla el proceso, cuando a los acusados se les supone má s débiles, y se
cuenta con el gran apoyo mediá tico que tienen las causas. Má s allá de la suerte que
puedan correr los líderes progresistas implicados, el desprestigio para sus
gobiernos está hecho y remontarlo supone una vasta tarea hacia el futuro, donde la
lucha ideoló gica por visiones distintas del país y la regió n estará nuevamente en
primer plano.

La contraofensiva derechista, sin embargo, tiene resultados mixtos. Si bien ha


podido llegar al poder por la vía electoral, en países como Argentina y Brasil, o con
un candidato elegido con un programa y que luego aplica otro como Lenin Moreno
en Ecuador; no descarta el golpe de Estado, ya sea en su variedad blanda, como ha
sido el caso de los golpes parlamentarios exitosos contra Dilma Rousseff y
Fernando Lugo en Paraguay, o dura como en los sucesivos intentos en la Venezuela
de Nicolá s Maduro. Esto le ha permitido a la derecha latinoamericana recuperar un
mayor papel internacional, de la mano del gobierno de los Estados Unidos, como
ha acontecido con la formació n de Prosur, que busca la extinció n de Unasur y un
mayor protagonismo en la OEA, en contra de cualquier política independiente del
imperio que surja en la regió n. Sin embargo, también existe la tendencia contraria,
de gobiernos progresistas que vuelven como es el caso del peronismo en la
Argetnina, o que empiezan como el de Morena en México con Andrés Manuel Ló pez
Obrador a la cabeza. En este punto es muy importante señ alar la extraordinaria
resistencia del pueblo movilizado en la Argentina en respuesta al ajuste neoliberal
del gobierno de Macri, que luego de cuatro añ os fracasó estrepitosamente llevando
al triunfo de Alberto Ferná ndez. De igual forma la movilizació n del pueblo
brasileñ o contra la prisió n de Lula, logrando finalmente su liberació n a fines de
2019. Esto nos hace ver que la contraofensiva de derecha no logra estabilizarse y
que la pugna entre la izquierda y el neoliberalismo continua.

En este escenario es difícil de plantear la imagen de “fin de ciclo”, como la que no


toma en cuenta lo sucedido en un período determinado, porque no es la má s
adecuada. Creo, como señ ala Carlos Ominami (2017), que estamos ante un proceso
abierto que espera definiciones, quizá s de la mano de una crisis mundial del
capitalismo que tampoco termina de resolverse. Junto con la idea de proceso

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abierto, recojo también de Alvaro García Linera (2017) cuando habla de un
proceso por oleadas, en el que las fuerzas progresistas tienen avances y retrocesos,
alcanzando poco a poco sus objetivos. Al mismo tiempo, diría, dejando marcas que
son seguidas después, a pesar de los esfuerzos por borrar la memoria, personal y
colectiva, de nuestras experiencias. Quizá s un asunto mayor en este esfuerzo por
dejar un legado del giro a la izquierda sean los avances en la constitució n de un
pueblo, que expresa una construcció n hegemó nica y que, a pesar de las derrotas,
políticas e ideoló gicas, guarda la experiencia que se terminará de activar en un
siguiente período histó rico.

Conclusión

Hace má s de treinta añ os, como señ alamos líneas arriba, Norbert Lechner tituló un
artículo suyo “De la revolució n a la democracia” resumiendo un momento del
desarrollo político de América Latina en el que para buena parte de la izquierda las
esperanzas de la revolució n social parecían canceladas y señ alando que lo que
quedaba era mejorar las cosas por el camino de la democracia liberal. Es bueno, sin
embargo, señ alar, que los puntos de partida y llegada se resignifican con el tiempo.
Por revolució n Lechner muy probablemente quería decir “asalto al poder”, la
manera como el marxismo ortodoxo había definido el término y como la mayor

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parte de la izquierda, sobre todo aquella de inspiració n marxista-leninista, lo había
definido en la regió n. Y por democracia, el resultado democrá tico liberal de las
transiciones que ya hemos explicado en este texto.

Pero el tiempo pasa y ese camino abierto y sin final aparente que parecían haber
comenzado las transiciones tuvo un final o al menos muy serios obstá culos má s
pronto de lo esperado. La convergencia de las transiciones con el neoliberalismo,
con diferentes calendarios y consecuencias en los distintos países y las respuestas
que ello produjo en una vasta movilizació n social de rechazo, llevó a la implosió n
de esta pareja dispareja y la implosió n volvió a poner a la orden del día el tema de
la transformació n social, lo que he llamado la falacia de la consolidació n. Sin
embargo, América Latina y el mundo no eran los mismos que cuarenta añ os atrá s,
la lucha por derechos humanos y sociales, por elecciones y Estado de Derecho,
había dejado su huella en la regió n, estableciendo una marca democrá tica que los
ciudadanos consideran como propia. Por tanto, cualquier lucha por superar el
capitalismo salvaje que nos ha traído el neoliberalismo, tiene que darse por cauces
democrá ticos. Tenemos entonces que volver a entender que la cuestió n social,
mejor la cuestió n de la desigualdad social —el problema clave de nuestro tiempo—
no es una cuestió n policial sino política, vuelve a poner en relació n revolució n y
democracia. Pero ya no uno como negació n del otro, sino uno, revolució n, como un
proceso que se logra por la vía de la construcció n hegemó nica y la competencia
democrá tica.

Tenemos entonces que lo que hay en la regió n son dos comprensiones de esta
relació n entre transformació n social y democracia. Por una parte, la de aquellos
que entienden que cualquier intento de transformació n por la vía democrá tica es
una subversió n de la misma y la que asume, con los tiempos, la imperiosa
necesidad de que los cambios indispensables son en democracia. Quedan, por
supuesto, los que añ oran el pasado y creen, ante las dificultades del camino de
construcció n hegemó nica, que debemos volver a prepararnos para el asalto. Son
los menos, es lo que queda del pasado y hay que tomarlos como tal.

Estas dos compresiones de la democracia son las que está n en disputa en la regió n
en la actualidad. Pero no se trata só lo de construcciones conceptuales, sino con una
profunda repercusió n en la realidad. La versió n liberal, agudizada por el
neoliberalismo, supone la democracia de élites, limitada y la condició n
dependiente. Un régimen de competencia entre mú ltiples minorías como señ ala
Robert Dahl, que está definido por las reglas que regulan la misma. Esta es la
democracia que defienden las oligarquía latinoamericanas porque ha sido su mejor
carta de presentació n en el ú ltimo siglo, aunque a veces solo hayan podido
implementar copias de la misma. Tiene sus límites, sin embargo, como hemos visto,
en la restricció n de derechos para la mayoría de la població n y el ejercicio del
gobierno solo para algunos e incluso muchas veces, también contra otros. Suele ser
un régimen, como anota Franco, particularista y como insiste Quijano, colonial;
cuyas necesidades in extremis, pueden llevarlo a la dictadura. ºLa versió n social o
mayoritaria aspira a ser una democracia de mayorías, en la que se respete la
voluntad soberana del pueblo por encima de los privilegios de unos pocos. Un
régimen con objetivos má s allá del acceso al poder de determinada opció n política
y cuya razó n es el bienestar de sus ciudadanos. Este régimen, sin embargo, no

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aspira a la totalidad aunque se mueve al filo de la misma, ya que de hacerlo
suprimiría el pluralismo y cedería a la tentació n autoritaria.

Empero, lo expuesto nos hace ver que la situació n política actual de América Latina
no se agota en caracterizarla como una disputa entre dos formas de entender la
teoría y la prá ctica de la democracia. Para tener una comprensió n cabal hay que ir
má s allá y discernir el origen del régimen democrá tico entre nosotros. ¿Qué es la
democracia en nuestra América? ¿Una importació n acrítica como nos machacan los
grandes medios de comunicació n y buena parte de la academia o un producto
propio que surge de nuestro proceso histó rico, nuestras grietas irresueltas de
clase, raza, género y los conflictos que surgen de los intereses contrapuestos que
ello genera? He tratado de explicar que es lo segundo má s que lo primero, que
tenemos hoy lo que la historia y las luchas de nuestros pueblos nos han dado, para
señ alarnos finalmente un nuevo camino de transformació n.

Nuestra regió n en el mundo ha sido especialmente rica en pensamiento crítico en


el ú ltimo siglo con aportes creativos y originales. Esta tradició n que en el pasado
silenciaron las dictaduras y que pudo recuperarse aunque fuera tibiamente cuando
regresó la democracia, fue cortada con el establecimiento de la hegemonía
neoliberal de la década de 1980 en adelante. Ya fuera por el horror que causaron
los gobiernos autoritarios o por la ofensiva en ideas y dinero de los Estados Unidos
y los organismos financieros internacionales, el caso es que se abandonó buena
parte del pensamiento creativo y original. Esta situació n empezó a cambiar con la
llegada al poder por la vía electoral de los gobiernos progresistas veinte añ os atrá s,
que dejaron o aú n sostienen marcas y pueblos movilizados. Ahora, con la
contraofensiva de la derecha el cambio podría tener un reposo, que sin embargo,
los movimientos sociales y algunos líderes políticos se encargan de desmentir,
volviendo a rebelarse contra recetarios que son los mismos que en las décadas de
1980 y 1990. En esta rebelió n y en saga con la tradició n crítica de décadas
anteriores es que se vuelve a desarrollar pensamiento alternativo que nos da
herramientas para continuar pensando el futuro.

Por ú ltimo, lo ocurrido en América Latina en los ú ltimos veinte añ os ha permitido


ver el curso de la democratizació n en la regió n. Darnos cuenta que lo sucedido en
las ú ltimas décadas no es una casualidad sino producto de un proceso histó rico, en
el cual los actores, tanto del cambio como de la reacció n, han jugado sus cartas en
cada coyuntura y han producido un acumulado histó rico. La democratizació n
social y la lucha contra la exclusió n oligá rquica, de mediados del siglo XX; las reglas
democrá ticas y el Estado de derecho de las transiciones a la democracia; y la fusió n
de la justicia social y la democracia de mayorías de los gobiernos progresistas. Los
actores han variado, porque el capitalismo como fenó meno global y regional
también ha cambiado, pero lo que ha tenido continuidad es la memoria del pueblo
que en los distintos países y con suerte desigual, persiste en la construcció n
hegemó nica nacional y popular, en este afá n por identificar pueblos con naciones
que, como dice García Linera, sigue el curso de las olas del mar y las mareas
respectivas, ganando las playas de la emancipació n de América Latina.

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