Nicolas Lynch
Nicolas Lynch
Nicolas Lynch
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Indice
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1. Introducció n
3. La condició n dependiente
7. El giro a la izquierda
Conclusiones
Bibliografía
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Prólogo
Sin embargo, para alcanzar la comprensió n del período reciente enmarco los
conflictos inmediatos en una contradicció n má s profunda, en un tiempo má s largo,
sobre el origen de la democracia entre nosotros, ventilando las raíces de las
distintas versiones al respecto. Esta conexió n entre el período reciente y el tiempo
largo es lo que permite mi argumento y a la vez da el espacio para que este se
informe, cual fogonazos, de los acontecimientos que enriquecen la controversia
democrá tica en cuestió n. Por ú ltimo, a partir de las dos tensiones anteriores y la
conexió n consecuente busco entender los cambios que ellas producen hacia el
futuro, es decir, en el camino de la transformació n social en América Latina.
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Debo agradecer a quienes me dieron la oportunidad de desarrollar mis
argumentos. Primero, a mi grupo de investigació n “Estado nació n y democracia en
el Perú y América Latina”, en el que desarrollé los proyectos “El Perú en contraste
con América Latina” y “La crítica populista de la democracia representativa” entre
2016 y 2019. Asimismo, a mis alumnos del curso Sociología Política de América
Latina en la Maestría en Sociología entre los añ os 2016 y 2019; todo esto en la
Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos de
Lima. Asimismo, a los organizadores y alumnos del Seminario Virtual de CLACSO
“La disputa por la democracia en América Latina”, entre mayo y agosto de 2018.
Por ú ltimo al New School for Social Research que me invitó como Hans Speier
Visiting Professor del Departamento de Sociología para el semestre de otoñ o de
2018, lo que me permitió , junto con el Profesor Carlos Forment ,dar un curso sobre
“Democracia en la América Latina contemporá nea”.
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1. Introducción
Hace apenas un añ o pensaba que Venezuela era el extremo, pero luego del
convulsionado 2019 vemos que se trata de un subcontinente en movilizació n e
incluso combustió n política. La protesta callejera masiva en Chile, Ecuador,
Colombia y Bolivia, ponen sobre la mesa en un espacio corto de tiempo y con
reclamos muy similares, lo que ha sido el conflicto en los ú ltimos veinte añ os en la
regió n: el cuestionamiento de las políticas, principalmente econó micas, de cará cter
neoliberal, que está n directamente ligadas a las propuestas democrá ticas en
cuestió n. Y sí, en este concierto, Venezuela es donde la crisis democrá tica no tiene
salida a la vista, pasando por Brasil que parece oscilar a la extrema derecha luego
de haber tenido un gobierno de izquierda durante 13 añ os, entre 2003 y 2016.
Hasta países má s pequeñ os, como Ecuador donde la traició n de Lenin Moreno lo ha
llevado a un drá stico cambio de bando. Así como Honduras o Paraguay, alguna vez
con atisbos de progresismo, en los que el fraude electoral o el golpe blando a favor
de la derecha no parecen restarles legitimidad a su cará cter supuestamente
democrá tico. La interrupció n democrá tica, por golpe de Estado en Bolivia, que
terminó con las sucesivas reelecciones de Evo Morales y que ha llevado a un
gobierno interino de extrema derecha y a la convocatoria a elecciones para
mediados de añ o. Para continuar con la excepció n de México que vira al
progresismo, luego de treinta añ os seguidos de gobiernos neoliberales que
terminaron en un agudo desgobierno con cientos de miles de muertos y
desaparecidos, y Argentina, que luego de cuatro añ os de resistencia en las calles al
regreso neoliberal, vuelve a elegir a un presidente peronista.
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caso a explorar tanto las raíces histó ricas como teó ricas de la democracia en
América Latina.
Por ello me pregunto, haciendo un préstamo de Charles Tilly (1999)1, ¿de dó nde
viene la democracia en América Latina? Porque creo que para entender lo que pasa
con la política y específicamente la democracia en la regió n hay que explorar
nuestra historia y las luchas de nuestros pueblos, pero también có mo ellas afectan
y se ven afectadas por la propia teoría democrá tica en general. Tilly, en este
sentido, señ ala, corrigiendo a T.H. Marshall (1996) en su concepto de ciudadanía,
que esta se define má s como lo que se logra, en términos de derechos, en una lucha
social y política que en la gradual ilustració n de los gobernantes. Derechos,
ciudadanía y finalmente democracia, está n entonces asociados a los logros de una
lucha en un proceso histó rico determinado. Una lucha en la que, en distintos
momentos, unos ganan y otros pierden, dejando atrá s un viejo orden y tratando de
afirmar uno nuevo. El desorden actual proviene, entonces, no sólo ni
principalmente de los que pretenden el cambio, sino de una reacción de los
afectados por las reformas antineoliberales y el afán de las fuerzas
conservadoras de terminar con ellas.
Lo interesante, sin embargo, es que todos, o casi todos, está n de acuerdo en que
vivimos una crisis. El problema es que para unos, los que defienden el orden
establecido, se trata de una crisis de regresió n, mientras que para otros, los que
defienden la transformació n, se trata de una crisis de desarrollo. Los primeros,
hablan de que habría revivido el autoritarismo en América Latina, con los
consecuentes fantasmas que ello evoca en la regió n. Aunque, en este caso, como ya
lo hicieron en otras épocas, con el nombre de populismo, rememorando el
fantasma no de las botas sino de las masas populares y su supuesta irracionalidad.
Los segundos, que la región está intentando, con éxito desigual, desarrollar un
camino de nacionalización y democratización profunda de sus sociedades, es
decir de hacer sus países más suyos y manejarlos de acuerdo a la voluntad de
sus ciudadanos.
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Charles Tilly publicó hace 20 añ os “¿Where do rights come from?” , como el mismo señ ala en la
perspectiva de la sociología histó rico-comparativa de Barrington Moore (1966) en el libro “Los
orígenes sociales de la dictadura y la democracia”, en el que Moore sostiene que los derechos son
productos histó ricos de la lucha de clases y las revoluciones.
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poner esta explicació n de lado. Como señ alaré má s adelante, creo que es un
concepto que explica todo y, a la vez, no explica nada. A la postre encubre má s que
descubre. No creo que tiene sentido utilizar un concepto que ha impuesto, en su
definició n má s difundida, el uso universal de lo que llama una forma de hacer
política —el populismo— pero con distintos programas y objetivos en cada caso y
privilegia la primera sobre los segundos. El poner por delante el có mo sobre el por
qué en el aná lisis, sin articular ambas dimensiones, está condenada a no llegar al
fondo de las cosas.
Por ello, el camino que emprendo no es sólo explicar una forma de la política,
sino, más que eso, un curso histórico de construcción nacional y democrática
que tiene en distintos períodos diferentes agentes y enfrenta distintos
adversarios/enemigos. Todo esto dentro de la construcció n de lo popular, cuyo
objetivo es un orden propio, ajeno al saqueo, a la explotació n y a la dictadura, en
nuestros países y en nuestra regió n.
Esta distinció n puede llevar a una lucha entre adversarios que se puede convertir
en una disputa entre enemigos, con las consecuencias de sobrevivencia,
integració n y desaparició n de los actores políticas de acuerdo al resultado de la
lucha hegemó nica. Esta posibilidad de que los adversarios se conviertan en
enemigos no tiene una varita má gica de solució n ni es necesariamente negativa,
depende má s bien de las raíces histó ricas y sociales de los bloques en conflicto y de
la traducció n institucional que ellos han tenido en cada sociedad. Donde ha
dominado la desigualdad social y la exclusión política lo más probable es que
se marche a una confrontación entre enemigos, mientras que en casos
distintos donde la desigualdad se ha mantenido en niveles tolerables y ha
dominado la voluntad de inclusión política de todos los sectores, es probable
que la lucha hegemónica se dé entre adversarios. En cualquier caso el objetivo
de esta lucha hegemó nica es acortar la distancia entre gobernantes y gobernados y
producir una democracia no só lo representativa sino también participativa, para
estar en mejores condiciones de producir bienestar.
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La construcció n hegemó nica con perspectiva transformadora en América Latina ha
pasado por diferentes fases. En las épocas de la lucha contra las dictaduras
tradicionales su cará cter ha sido variado dependiendo de la situació n, en un rango
que ha ido de la democracia al autoritarismo, pasando incluso dentro de un mismo
movimiento de la lucha electoral a la lucha armada. En la época contemporá nea ha
tenido, hasta ahora, un cariz democrá tico, aunque, como vemos cotidianamente no
se da exenta de tentaciones autoritarias, tanto porque quienes se oponen a nuevas
hegemonías como por quienes insisten en modelos de transformació n social de
otras épocas. La hegemonía, así, aspira a una integració n del conjunto en un nuevo
orden, aunque en la prá ctica no lo logre plenamente nunca porque eso sería el fin
de la política. Es aspiració n, orientació n y logros parciales, pero siempre con el
norte de la política y la diversidad por delante.
Pero la época ha cambiado en América Latina aunque parece que algunas derechas
y otras izquierdas no han tomado nota al respecto. Luego de la caída del Muro de
Berlín y el fin de la Guerra Fría se abre un espacio para la democracia en general
que da curso a las transiciones y permite el giro a la izquierda. Esta nueva situació n
es la que me lleva a hablar de disputa por la democracia en la regió n y no só lo de la
contradicció n entre democracia y dictadura. En realidad lo que existe ahora es una
disputa prá ctica y también teó rica entre una versió n neoliberal de la democracia
—que es la versió n dominante de la derecha en la regió n— y otra, social o
mayoritaria, que cobra fuerza en los ú ltimos 20 añ os con el denominado giro a la
izquierda. Alvaro García Linera (2020) pone esta como la disputa sobre el
significante de la democracia en la regió n. En este ú ltima, la soberanía del pueblo y
el respeto por los resultados electorales, tanto por los resultados numéricos como
por las promesas de campañ a; así como la extensió n de la ciudadanía con los
derechos sociales y culturales, se convierten en fundamentales.
Es curioso, sin embargo, que la idea de disputa con otro modelo de régimen que no
sea el liberal, cause particular escozor y hasta rechazo entre los partidarios de este
ú ltimo, descalificando a los que osen disputar con ellos. Disputas, parecen
decirnos, solo dentro de casa y no fuera de ella. Los que las planteen y renieguen
del consenso, que sería la solució n en el discurso liberal, só lo pueden ser
autoritarios o tener la semilla maldita dentro de ellos. Para estos liberales
entonces, calificado el rival de autoritario y aunque prediquen el consenso, só lo les
queda negarse a sí mismos y establecer el conflicto hasta terminar con aquel.
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Por ú ltimo, distinguir la raíz de la democracia en nuestra propia historia y los
conflictos consiguientes y señ alar que la contradicció n fundamental en la política
latinoamericana actual es entre dos formas de concebir la democracia, nos lleva a
una tercera cuestió n ya contenida en las anteriores. La vigencia de la necesidad de
transformació n de las estructuras de explotació n social y opresió n colonial, en sus
variantes semicolonial o neocolonial2, en la regió n y el reconocimiento de que el
cará cter de la transformació n ha cambiado en América Latina en las ú ltimas
décadas. Ya no es la idea revolucionaria, de inspiració n marxista, que encontró
terreno fértil en el período de la Guerra Fría y que se plasmó en las diversas
variantes de lucha armada y asalto al poder, sino la transformación democrática
por la vía de la movilización social y la competencia electoral que lleva en
oleadas sucesivas a avanzar en la emancipación de las diversas formas de
dominación. Este cambio en la idea de transformació n resume los dos primeros
planteamientos y señ ala un futuro a la democratizació n de la regió n.
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Mirar desde el sur. Romper con la visió n eurocéntrica de América Latina que la
entiende, en el mejor de los casos, como una prolongació n del mundo occidental
(Rouquié 1997) y, en el peor, como su “patio trasero” o zona de ocupació n
econó mica y eventualmente militar. Pero romper con esta visió n eurocéntrica
tiene sentido si nos permite explicar el problema central de la regió n que son la
desigualdad y la pobreza seculares. Una desigualdad y una pobreza que cuestionan
su existencia misma y aú n su identidad y a partir de las cuales suelen declararla
una tierra ignota o imposible de conocer cuyo futuro está ligado a que se acuerden
de ella (Reid 2009) y a que los latinoamericanos seamos capaces de poner en valor
sus riquezas, se supone que naturales. Esta visió n, que es necesario abandonar, no
só lo ve la regió n como tierra de otros que no son precisamente sus habitantes y
menos sus pueblos originarios, sino también deja de lado la posibilidad de que
surjan voluntades autó ctonas con una agenda para que esta América tenga un
lugar propio y no prestado o negado en el planeta.
Una América Latina que pretende tener un lugar propio en el planeta es una regió n
del mundo que se define de tres maneras complementarias. Primero, con el
mestizaje que recrea mú ltiples culturas y lenguas en una simultaneidad de
tiempos histó ricos y sobre la base de la má s antigua tradició n originaria. Segundo,
por la oposición al coloniaje, que en el continuum colonia/imperio, desde la
creació n de nuestra América como entidad diferenciada en el planeta hasta
nuestros días, ha sido ocupada y depredada por sucesivas centros hegemó nicos
con un modelo econó mico exportador de materias primas. Sin embargo, esta
opresió n colonial e imperial también se ha expresado en la colonizació n interna,
por élites de origen ajeno a nuestros territorios que han establecido su dominació n
en la separació n étnico social entre un ellos y un nosotros secular. Y tercero, en el
proyecto emancipador, que desde la independencia hasta la actualidad se define
como una comunidad de destino en el sentido de Otto Bauer (1979)3, en la que
plasma la vivencia comú n de las luchas populares. Esta comunidad de destino se
resume con el nombre de Patria Grande, que ya se usa en el siglo XIX, pero que es
popularizado por Manuel Ugarte (2010) a principios del siglo XX y que toman
como bandera de la unidad latinoamericana los gobiernos progresistas del giro a la
izquierda. Entre la oposició n a la dominació n y el destino conjunto ocurre una
historia de diversidades y confluencias que son menos o má s de acuerdo al cristal
con que se las mire. Este poliedro es el que produce un poderoso haz de luz que
aparece en momentos de renacimiento de la regió n para reclamar lo que le
pertenece y a lo que aspira a contrapelo de los que la quieren esclava por siempre.
Ahora bien, este mirar desde el sur tiene, en el tema que nos ocupa, una
connotació n para la teoría democrá tica que supone una complejidad especial. La
teoría democrá tica como parcela de la teoría política es como ningú n otro, coto
cerrado del pensamiento occidental. La idea de que democracia es sinó nimo con
democracia liberal es la viga maestra de este pensamiento, que no solo abarca
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La idea de “destino” para referirse a la definició n de América Latina está ya en Alain Rouquié
(1997) que se refiere a “unidad de destino” supongo que tomando de Otto Bauer que dice mejor, a
principios del siglo XX y para referirse a la formació n de las naciones europeas, “comunidad de
destino”. Esta idea de Bauer, subrayando la experiencia comú n de los que forman una comunidad
en un devenir histó rico, creo que define mejor la vivencia de nuestros pueblos y la definició n del
espacio que ocupan como América Latina.
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buena parte de la academia sino también la abrumadora mayoría de los medios de
comunicació n.
José Nun (2000) nos decía hace casi veinte añ os que en América Latina sufríamos
de la aplicació n de un “parecido de familia” producido en occidente con el nombre
de democracia. Este no es otra cosa que un promedio de la democracia “realmente
existente” en los países capitalistas desarrollados y que estos buscan exportar,
como modelo empaquetado má s que como experiencia vivida, al resto del mundo.
Esta idea de un parecido de familia pasible de exportació n es contraria a un
concepto de democracia enraizado en nuestra propia experiencia histó rica. Este
contrapunto se convierte así en el partidor para “conocer” la democracia en la
regió n.
Para desarrollar otra visió n debemos situar los procesos en una perspectiva
histó rico-estructural de desarrollo, contraria a la perspectiva presentista que nos
venden cotidianamente y que, como dije en otra parte (Lynch 2017) es la
temporalidad del discurso hegemó nico. Esto significa prestar atenció n a la onda
larga de democratizació n latinoamericana de los ú ltimos cien añ os, tanto al
proceso de democratizació n social como al proceso de democratizació n política, en
cada uno de los períodos de desarrollo/involució n política de la regió n. Una onda
larga que como tiempo secular no es solo pasado sino también presente, y refiere
coyunturas y acontecimientos a los tiempos mayores de la historia del
subcontinente (Braudel 1982, Rueschemeyer, Stephens y Stephens; 1992).
Esta perspectiva epistemoló gica debe, sin embargo, lidiar con la naturalización
del análisis político en dos aspectos fundamentales e interrelacionados: el
entendimiento de la política como una esfera independiente de la economía
y de la sociedad en general y su consideración como un análisis de
interacción entre actores, es decir, la idea de que la política es la interacció n de
los individuos, los ciudadanos y las personalidades que compiten en un eterno
presente, sin contexto diacró nico que los contenga. Esta naturalizació n restringe
severamente el concepto de la política, sin embargo, se ha acentuado en el mundo
simultá neo que nos ofrece el imperio de los medios de comunicació n y en especial
las redes sociales.
Esta es la preocupació n de Carlos Franco (1998) cuando nos señ ala que la llamada
teoría de las transiciones a la democracia, sistematizada por Philippe Schmiter y
Guillermo O´Donnell (1986), naturaliza en el mundo académico latinoamericano la
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independencia de la política y el aná lisis de la interacció n entre actores como la
forma de proceder a su estudio. Franco llama la atenció n señ alando que esto se
hace dejando atrá s una tradició n académica de aná lisis histó rico estructural que
tuvo, en su momento, al propio O´Donnell (1982) como protagonista. De esta
manera se asume la política como una esfera independiente de los procesos
econó micos, sociales e histó ricos, quizá s como una reacció n al excesivo
determinismo que bajo influencia del marxismo ortodoxo se practicó en la regió n,
pero cayendo en el error opuesto lo que nos impide observar el fenó meno como
una totalidad. Al respecto Franco señ ala que en lugar de proceder a la crítica del
determinismo econó mico marxista recuperando la idea de la política como una
esfera autó noma dentro de un contexto estructural, se prefiere dejar este camino
en aras de un conductismo ajeno a la tradició n latinoamericana.
Pero quizá s quienes mejor completan esta perspectiva conductista del aná lisis
político son Scott Mainwaring y Aníbal Pérez Liñ an (2013), que señ alan a los
actores políticos y no las estructuras ni a las culturas, como los que deben ser el
centro del aná lisis. Los actores y sus preferencias normativas son los que para ellos
definen la suerte de las democracias y también de las dictaduras, de allí que para
estos autores la intensidad de sus preferencias resulte central y esto los haga
desconfiar de las posiciones radicales, de derecha o izquierda, que dificulten la
capacidad de negociació n que consideran muy importante para la política
democrá tica. Son los actores entonces el objeto de estudio y son pasibles, como
ellos mismos llaman la atenció n, a la influencia de los entornos internacionales
favorables en los que se difunde el modelo democrá tico liberal, como parte,
principalmente, de la política exterior de los Estados Unidos. Se establece como
vemos la relació n entre actores influenciables, entornos favorables y difusió n del
modelo demoliberal.
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democracia occidental del que nos habla Nun, que ha visto la política como
parte de un eterno presente en el que se movían diferentes actores, negligiendo las
estructuras econó micas y sociales. Lo contrario ha sucedido con los
planteamientos de democracia social o democracia mayoritaria, propios de la
izquierda y los movimientos nacional populares, que suelen privilegiar las raíces
sociales de la política, y el balance o desbalance de poder en la misma,
específicamente, el peso de los grandes intereses para encuadrar el aná lisis
respectivo. No es casualidad entonces que un enfoque predomine sobre el otro de
acuerdo a có mo soplan los vientos políticos, aunque esto no sea lo que mejor
beneficie al aná lisis.
Creo, por todo ello, que tener conciencia de las raíces histó ricas y sociales de la
política y por lo tanto de la democracia y asumir que no existe aná lisis ignorando
las estructuras, es fundamental para un buen estudio de la interacció n entre los
actores, má s allá de las modas académicas y de las constelaciones de poder
dominantes. Sin embargo, la consecuencia má s importante de considerar las raíces
histó ricas y sociales de la política y de la democracia no es solo epistemoló gica sino
que permite establecer la relació n entre la desigualdad y la pobreza seculares en la
regió n y el origen y desarrollo de una perspectiva democrá tica que puede servir
para superarlas. De esta manera, los tiempos cortos y largos de la historia y la
política, entendiendo como señ ala Braudel (1982) que unos se contienen en los
otros, se encuentran, para asumir que la solució n de los problemas de fondo solo
puede venir de formas de organizar el poder que hundan sus raíces en nuestro
devenir.
3. La condición dependiente
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Carlos Franco (1998) repetía que América Latina y en especial el debate
académico en la región, habían olvidado la teoría de la dependencia cuando
esta región se había vuelto más dependiente, es decir, cuando más la
necesitábamos. Semejante paradoja, que ha continuado hasta entrado el siglo XXI,
solo se explica por la fuerza de la hegemonía ideoló gica neoliberal entre nosotros.
Tanto es así, que la mayor parte de los análisis sobre la democracia evitan
tomar en cuenta la condición dependiente y cuando ésta es mencionada la
señalan como el rezago de un pensamiento de otros tiempos.
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Ahora bien, para situarnos cabalmente en la valoració n de la reacció n académica
má s elaborada sobre nuestra condició n dependiente, es importante como nos
señ ala José Nun (2001) situarnos en el clima de época posterior a la Segunda
Guerra Mundial, en el que se desarrolla en occidente y en especial en Estados
Unidos la teoría de la modernización. Esta teoría planteaba que los denominados
países atrasados para desarrollarse deberían pasar por estadios similares a los que
había recorrido los países má s desarrollados, por má s que como nos señ ala el
coreano Ha-Joon Chang (2004), les impidieran usar recursos, como el
proteccionismo, que estos habían usado en su momento para su desarrollo. Al
respecto, la teoría del comercio internacional del economista clá sico David
Ricardo, de las llamadas ventajas comparativas naturales, que sería
posteriormente refutada por Raú l Prebisch y puesta en vigor nuevamente por el
neoliberalismo, era una piedra angular de esta teoría de la modernizació n. El
pensamiento crítico latinoamericano produjo quizá s si la refutació n má s
importante a este intento de generalizació n de la llamada teoría de la
modernizació n.
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Recordemos el libro de Theotonio dos Santos Socialismo o Fascismo (1973), precisamente en este
debate, que no veía otra posibilidad que la transformació n revolucionaria inmediata o el abismo de
la dictadura fascista.
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Continú a Prebisch con el intercambio desigual entre centro y periferia, el deterioro
de los términos de intercambio que sucede por la baja tendencial del precio de las
materias primas, en cuya producció n se especializa la periferia y la subida de los
precios de los productos manufacturados, que vienen del centro. La diferencia de
precio en el intercambio entre unos y otros, crea un déficit para la periferia y
superá vit para el centro, refutando la teoría ortodoxa del comercio internacional
que señ ala que la especializació n de cada uno en las “ventajas naturales” que
posee, les dará ganancias a todos. El intercambio desigual es el que condena a
los países dependientes al atraso y a los países capitalistas desarrollados a
sostener su bienestar con, en buena medida, el superávit que obtienen de
esta relación.
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donde reposa la acumulació n de capital en el capitalismo dependiente. Marini
resalta que en el capitalismo dependiente la producció n, que es para el mercado
mundial, tiene poco que ver con los sectores de població n local que la producen.
Por esta razó n, las burguesías transnacionalizadas, que promueven este tipo
de producción, no están históricamente interesadas en que los salarios
cubran las necesidades de los trabajadores, porque su capital realiza sus
ganancias en otros mercados. De la misma manera en que no está n interesados
en los efectos consecuentes del desempleo, la pauperizació n y la destrucció n del
mercado interior.
La dualidad que plantean los cepalinos será posteriormente criticada por José Nun
(1969) y Aníbal Quijano (1970), que subrayará n la conexió n entre los sectores
capitalistas y no capitalistas en los países dependientes. Esto los llevará a
considerar el excedente de mano de obra de una manera distinta. No sería un
simple sobrante, sino que lo califican como una “masa marginal” o un “polo
marginal” de la economía que se mantiene como una fuerza de trabajo necesaria
pero no plenamente integrada a la reproducció n del capitalismo dependiente y sin
posibilidades, como remarca Nun, de que pudiera ser absorbida en el futuro como
podría suceder, en el planteamiento de Marx, con un ejército industrial de reserva.
Aunque con matices importantes esta crítica al estructuralismo cepalino reitera la
existencia de una fuerza de trabajo marginal que determina el tipo de capitalismo
que promueve la exportació n de materias primas sin valor agregado.
Por ú ltimo, tenemos a Aníbal Quijano (2011), que elabora en esta saga su tesis de
la colonialidad del poder. Quijano señ ala que desde la conquista hasta nuestros
días se han afianzado estructuras histó ricas, sociales y políticas de dependencia,
entre nuestra regió n del mundo y los centros de poder colonial/imperial.
Asimismo, que estas estructuras giran alrededor de la clasificació n de la població n
a partir de la idea de raza como eje fundamental del poder colonial y que la
expansió n del colonialismo/imperialismo desarrolla una perspectiva eurocéntrica
del conocimiento. Para Quijano la clasificació n racial y la sobre explotació n del
trabajo está n estructuralmente asociados. Aquí toma de José Carlos Mariá tegui y
Pablo Gonzá lez Casanova (1963, 2003) en su tesis sobre el colonialismo interno y
del propio Ruy Mauro Marini, para señ alar que la dominación racial y la
explotación de clase están imbricados por el fenómeno de la colonialidad del
poder. Por ello dice, siguiendo en este punto a Cardoso y Faletto, que la
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colonialidad no es só lo un problema de dependencia externa sino también de
organizació n interna del poder en nuestras sociedades, donde una minoría
heredera y reproductora del poder colonial, domina a las mayorías
herederas de los pueblos originarios. Por ello los que mandan no solo explotan
clasistamente sino también desprecian racialmente a los dominados.
Esto hace, siguiendo la reflexió n de Quijano, que en América Latina seamos estados
formalmente independientes pero sociedades coloniales. En nuestros países, por
ello, nacionalizació n y democratizació n son necesariamente descolonizació n, para
formar o terminar de formar un verdadero estado nacional o plurinacional,
cualquiera que sea el caso.
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Para debatir sobre un tema eje como es el papel de la impronta nacional popular
en la democratizació n latinoamericana, hay que comenzar, tal como lo plantean
Carlos Franco (1998) y José Nun (2000), por las condiciones de la importación
de la idea de democracia en la región. Se trata, primero, del influjo de la
Constitució n de Cá diz de 1812 en las nacientes repú blicas de lo que vendría a ser
América Latina. Esta influencia brinda a las distintas constituciones un conjunto de
ideas liberales sobre derechos e instituciones políticas, tal como señ ala para el caso
peruano Cristó bal Aljovín (2018). De igual forma, el desarrollo de un
constitucionalismo regional, que agrega a la Constitució n de Cá diz el influjo de la
Constitució n de los Estados Unidos, como refiere Roberto Gargarella (2013). En
ambos casos, resaltando la reacció n conservadora que motiva la influencia liberal y
que lleva, a la postre, a un entendimiento liberal-conservador con diversos matices
por parte de la diferentes élites locales. Esta temprana importació n, sin embargo,
sufre las limitaciones de un subcontinente en buena parte controlado por caudillos
que hacían poco caso a la palabra escrita.
Esto da paso a una segunda importació n que hacen las élites oligá rquicas en la
vuelta del siglo, entre el XIX y el XX, para responder a los reclamos populares por
libertades políticas y darse una pá tina de civilizació n frente a sus opositores
internos y el mundo occidental. Es una importació n, sin embargo, que lleva a
diferentes formas de democracia restringida, lo que hace como señ ala el propio
Gino Germani (1965) que para los grupos emergentes de las zonas atrasadas la
democracia funciona como un instrumento de dominació n en beneficio de las
minorías. Sinesio Ló pez (2018) por su parte, señ ala para el caso peruano, que esta
apertura oligá rquica (1895-1968), por la exclusió n de los indígenas y las mujeres y
de los partidos populares, llamados “internacionales” como el Apra y el Partido
Comunista7, era semi competitiva y excluyente, no calificando siquiera como
democracia en el sentido liberal de la misma8. Esta importació n, que sería
continuada en otras condiciones en la época de las transiciones, se plasma en las
llamadas repú blicas oligá rquicas o aristocrá ticas, pero deja de lado los procesos
histó rico-estructurales llevados adelante en los países occidentales desarrollados.
Se refiere en má s detalle Franco a: la construcció n de los estados nacionales
independientes, el desarrollo capitalista vía la constitució n de mercados internos,
la intensificació n de las relaciones estado-sociedad que producen la esfera pú blica
y la sociedad civil, la configuració n de una comunidad nacional ciudadana y,
producto de lo anterior, el desarrollo de la identidad nacional, la legitimidad del
poder político y una cada vez menor desigualdad. Todo ello, que da curso a la
democratizació n y produce en esos países la democracia liberal con una base
nacional. FALTA LA GUERRA DE LOS TREINTA AÑ OS!!!
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El artículo 53 de la Constitució n Peruana de 1933 señ ala explícitamente: ”El Estado no reconoce la
existencia legal de los partidos políticos de organizació n internacional. Los que pertenecen a ellos
no puedes desempeñ ar ninguna funció n pú blica”.
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Sinesio Ló pez divide este período en dos. Uno primero entre 1895 y 1930, y otro entre 1930 y
1968. El primero es el de la llamada Repú blica Aristocrá tica y el oncenio de Augusto B. Leguía de
competencia entre partidos de la élite y exclusió n de los demá s. El segundo, el del enfrentamiento
entre el del Apra y la oligarquía a través de los militares, con la proscripció n consiguiente y breves
interregnos de libertad, hasta el añ o 1956 cuando empieza un lento deshielo reformista que
termina 1968.
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Es muy importante señ alar que esta importació n de las élites oligá rquicas de la
democracia llevó al entendimiento de la misma como un conjunto de privilegios de
casta o grupo cerrado, en desmedro de los derechos civiles, políticos
y posteriormente sociales que definen este régimen político. Esto limitó la
ciudadanía en los comienzos de las repú blicas a los grupos sociales dominantes y
personas allegadas. Así, se prolongarían los privilegios que venían del orden
colonial reemplazando a los derechos que en el mejor de los casos quedarían en el
papel. Esta característica de la importació n democrá tica va a persistir hasta bien
entrado el siglo XX y será una de las primeras cuestiones contra las que arremete la
democratizació n social.
20
Otro punto oscuro en el debate democrá tico, ademá s de los problemas de
importació n, es sobre el concepto mismo de democracia que atraviesa el occidente
originario y que se reaviva en contacto con nuestra América. Se trata del conflicto
entre el que es el titular del poder: el pueblo, y los que, en teoría al menos, ejecutan
su voluntad: los políticos. Una buena síntesis nos la da Norberto Bobbio (1992) en
su conocido Liberalismo y Democracia. Este nos dirá que el concepto democrá tico
liberal se cristaliza como tal a fines del siglo XIX, donde lo democrá tico tiene que
ver con la soberanía del pueblo y lo liberal con la limitació n del poder del Estado.
Las élites del poder, tanto en el occidente capitalista como en América Latina,
tienden a preferir lo liberal a lo democrático, vaciando de soberanía popular,
como nos dice Juan Carlos Monedero (2017) al régimen político. Ello lleva, tanto en
el debate académico como en la lucha cotidiana, a considerar la importancia de la
participació n en las diferentes instancias de decisió n, buscando privilegiar el
ejercicio de la soberanía popular por encima de la limitació n del poder, para así
acercar este a los ciudadanos. Podemos observar que esta es la tensió n que
atraviesa hoy todos los espacios democrá ticos del mundo. En América Latina, con
sus particularidades, está en el origen del movimiento nacional popular.
9
Boaventura de Sousa Santos (2018) ya señ ala que uno de los objetivos del neoliberalismo ha sido
excluir a los trabajadores de la comunidad política, precariamente democrá tica, que pretenden,
estimulando el pago de un salario que no supera el umbral de la pobreza.
21
democracia, hasta llegar a la actual crisis del giro a la izquierda, el acontecimiento
ú ltimo desde el que procede nuestro aná lisis.
América Latina, a pesar de las grandes similitudes entre sus países, que hunden
raíces en su pasado prehispá nico y colonial y su presente de dependencia, tiene
también diferencias importantes. Esto hace que los períodos de la impronta
nacional popular no sean los mismos en todos los casos, ni tampoco los objetivos
que estos movimientos puedan alcanzar sean iguales para todos. Así, el tiempo
histó rico de la primera ola nacional popular para unos es entre 1930 y 1960,
mientras que para otros ocurre entre 1960 y 1980. No sucede lo mismo con la
segunda ola, la del denominado giro a la izquierda, que sucede entre 1998 y 2016
abarcando simultá neamente a media docena de países, en algú n momento a
algunos má s, pero que ahora se encuentra en crisis con un porvenir incierto.
10
El concepto masa disponible lo toma Gino Germani, segú n Samuel Amaral (2018), de Raymond
Aron (1944), que lo usa para analizar el nazi fascismo. Por lo demá s, hay reticencias en la sociología
política para su uso má s contemporá neo, por la ambigü edad de la propia idea de masa y las
dificultades para establecer diferenciaciones entre los que la conforman.
22
Sin embargo, el enfoque alternativo má s recurrente al que presentamos, denomina
al fenó meno populismo y señ ala que se trata de un fenó meno, que se da en una
esfera independiente de aná lisis como sería la política, sin raíz estructural ni
ubicació n temporal, (Weyland 2001). Este fenó meno político se basaría en la
conducta de los actores, que se plasma en una forma concreta de competir y
ejercitar el poder. En este sentido, las políticas económicas y sociales que
proclaman e implementan los líderes populistas serían instrumentos para
conseguir, mantenerse y aumentar su poder, lo que hace de ellos líderes
oportunistas que actúan de acuerdo a su conveniencia. La conducta populista
es, para este enfoque, una forma de hacer política que tiene como eje la relació n
entre el líder y sus seguidores, definida como una relació n subjetiva, intensa y, en
la mayoría de los casos, desinstitucionalizada. Esta relació n quiere aparecer
directa, casi personal, sin intermediarios, para contrarrestar la fragilidad del
control político, por la debilidad que tendría la organizació n populista.
Los que plantean el estilo como definitorio de la conducta populista (Coniff 1999)
resaltan también el carisma del líder y la constitució n de una comunidad
carismá tica —los seguidores que creen en las cualidades sobrenaturales del líder
—, creando un lazo de lealtad muy fuerte entre ambos. A lo que debemos agregar
que muchas veces la relació n carismá tica intensa puede convertir al líder en mito,
prolongando la lealtad de los seguidores má s allá de la muerte del personaje, como
es el caso paradigmá tico de Eva Peró n.
Contribuciones posteriores como las de Ruth Berins Collier y David Collier (1991)
también insisten en esta idea de incorporació n, a la que ven bá sicamente como un
11
De manera pragmá tica Francisco Weffort define clases populares como “todos los sectores
sociales —urbanos o rurales, asalariados, semi asalariados o no asalariados— cuyos niveles de
consumo está n pró ximos a los mínimos socialmente necesarios para la subsistencia”.
23
proceso de incorporació n sindical. Sin embargo, habría que limitar la importancia
de esta incorporació n sindical a los países en los que avanza má s la
industrializació n como Argentina, Brasil, Chile, Uruguay o México. En los países
andinos como centroamericanos esta incorporació n vía sindical fue mucho menor.
Asimismo, en un segundo momento, en la lucha contra el neoliberalismo, esta
incorporació n ha sido popular urbana má s que obrero-sindical, por la decadencia
de la industria y los trabajadores organizados en los países en los que alguna vez
la industrializació n fue importante (Federico Rossi y Eduardo Silva 2018). Ello nos
deja en las ú ltimas décadas a la movilización popular urbana, no
necesariamente obrera, como el gran actor que nutre a los movimientos
nacional populares.
En el caso peruano, tenemos dos soció logos que afrontan el problema desde
perspectivas al final convergentes. Se trata de Julio Cotler (1968) que señ ala la
integració n segmentada como el proceso de integració n parcial a la sociedad
organizada de franjas de la població n migrante, ciertamente minoritarias. Así como
de Sinesio Ló pez (1992), que plantea las incursiones democratizadoras en el
Estado, como el camino de los sectores populares organizados en la política y
finalmente también al Estado para conseguir derechos y por este conducto
ciudadanía. Sin embargo, estas incursiones son episó dicas, a veces muy intensas
pero localizadas, raramente alcanzando una mayoría y un tiempo nacionales.
24
siglo XX, las transiciones a la democracia y la lucha contra el neoliberalismo en las
ú ltimas décadas del mismo siglo y el giro a la izquierda y las restauraciones
respectivas que suceden en el tiempo actual. En cada uno de estos tres momentos
clave la intervenció n nacional popular ha sido muy importante para impulsar la
democratizació n y eventualmente para establecer o restablecer un régimen
democrá tico.
25
a otro, retroceder para esperar un mejor momento o quizá s fracasar para que
eventualmente, en otro período las oportunidades vuelvan a construirse y/o
presentarse.
26
diversas esferas y va procesando la construcció n democrá tica de la sociedad y de la
misma política.
Sin embargo, sin abandonar este perspectiva clasista original, Gramsci sofistica la
idea y la relaciona con las posibilidades de una clase social no solo de dominar sino
también de dirigir a otras clases, mediante una labor no só lo política sino también
cultural. Pero esto se lleva adelante por actores; personalidades, colectivos,
instituciones; que toman el rol de acuerdo a cada coyuntura y período histó rico. A
él le interesa, todavía en una perspectiva ortodoxa, la labor del partido
revolucionario en la construcció n de una mayoría para la transformació n social. El
partido que como “Príncipe moderno” en la acepció n de Maquiavelo, debe
convertirse también en el condotieri de la direcció n “intelectual y moral”. Nos
ayudamos aquí con Raymond Williams (1980) que completa la idea señ alando a la
hegemonía como. “…un sistema de prá cticas, significados y valores que saturan la
conciencia a un nivel má s profundo que la ideología”.
27
En el balance del uso contemporá neo del concepto de hegemonía hay un
distanciamiento de la idea clasista, así como una apreciació n de la multiplicidad de
espacios en los que se desarrolla la política y los varios viejos y nuevos sujetos que
ella produce como resultado de la evolució n del capitalismo. Esta situació n, que
avizoran Laclau y Mouffe tres décadas atrá s, es una realidad hoy tanto en Europa
como en América Latina. Se trata de la hegemonía de un bloque, alianza o
articulació n de actores, que se construye en su formulació n y que aspira, sin
lograrlo nunca, a la totalidad. Ahora bien, como podemos concluir de Perry
Anderson, en el proceso de la hegemonía misma hay una tensió n bá sica entre la
base de fuerza que permite su inicio y desarrollo y su vocació n de consenso, de
planteamiento cultural que busca la persuasió n del conjunto. Esta tensió n la hará
siempre un concepto discutible y en disputa, pero no por ello menos ú til para
entender la diná mica de la lucha política y de la lucha democrá tica, especialmente
cuando se tiene una perspectiva transformadora.
Otro tema importante a dilucidar, sobre todo por el peso en el debate de la obra de
Ernesto Laclau y de Chantal Mouffe (1994,2011, 2018), es si la hegemonía
constituye una construcció n puramente discursiva o si tiene ademá s una base
material. Creo que hay que diferenciar una cuestió n de la otra. Es indudable que la
hegemonía como propuesta tiene una construcció n discursiva, atendiendo a
tradiciones, identidades, ideologías e influencias intelectuales de distinto tipo, que
se recrean ademá s en un debate permanente y una lucha con otros intentos
hegemó nicos o contrahegemó nicos. Sin embargo, no se puede negar que se da en el
contexto de procesos histó ricos y sociales, que producen actores con intereses en
conflicto, activo o latente, con otros actores e intereses. El que un nuevo momento
en el desarrollo capitalista a nivel regional y planetario haya desestructurado una
determinada jerarquía y clasificació n social y esté procesando otra, no quiere decir
que las jerarquías e incluso las clases no existan o que podamos ignorarlas como
referencia para los movimientos sociales y para la política.
28
Por ello digo que el objetivo de los movimientos nacional populares es producir
una nueva hegemonía, en la que la soberanía popular sea la base de la soberanía
nacional. El curso de esta reflexió n la remonto al pensamiento de José Carlos
Mariá tegui (1970, 1972) en la década de 1920 del siglo pasado, cuando en diversos
textos desarrolla esta identidad entre la població n indígena, componente central
del pueblo peruano y la nació n que considera en formació n, a contrapelo del
pensamiento colonial y feudal dominante en su época, así como el señ alamiento de
que la verdadera tradició n nacional es viva y mó vil, pero se remonta a nuestra má s
antigua tradició n, que hunde sus raíces en el pasado pre hispá nico. Asimismo, a la
recuperació n que hacen de Mariá tegui dos autores má s cercanos como José Aricó
(1978) y Aníbal Quijano (1981), que señ alan la vitalidad del aná lisis del pensador
peruano heterodoxo que recrea el marxismo en el aná lisis de la realidad peruana y
se traza como objetivo “peruanizar al Perú ”. Má s directamente también, esta idea
de lo nacional popular, la va a recoger René Zavaleta (1986, 2013), cuando en obra
que desafortunadamente deja trunca, se aboca a estudiar la relació n entre
democratizació n social y forma estatal, la convergencia o divergencia entre
etnicidad y clase, en la Bolivia posterior a la Guerra del Pacífico y su evolució n
hasta la Revolució n Nacional boliviana de 1952.
Portantiero y De Ípola (1982)van a ser los que juntan los términos nacional
popular con hegemonía, má s específicamente con construcció n de hegemonía. La
construcció n hegemó nica tuvo en un primer momento la prioridad nacional, la
nacionalizació n basada en la democratizació n social, de allí los regímenes híbridos,
semi autoritarios en lo político de los primeros regímenes nacional populares. Fue
un intento de nacionalizació n junto con la democratizació n, pero donde esta ú ltima
fue bá sicamente social. De allí se evoluciona a la democracia política, en la fase má s
reciente de los regímenes nacional populares. Pero es este germen de
nacionalizació n má s democratizació n social el que da cimiento al régimen, con
todas sus limitaciones, de la democracia política.
Es indispensable, sin embargo, que este proceso de construcció n hegemó nica tenga
una voluntad que lo lleve adelante. Como ya lo han señ alado en varias de las obras
que hemos reseñ ado Laclau y Mouffe, lo mejor es tomar una posició n anti
esencialista al respecto. Tanto la situació n mundial de crisis capitalista, cuyo
ú ltimo episodio el añ o 2008 no ha sido resuelto, como los efectos destructivos que
ha producido en la estructura social el capitalismo neoliberal en América Latina y
en el Perú nos hace ver que ya no podemos tomar, quizá s nunca pudimos hacerlo
strictu sensu, a la clase obrera industrial como el agente del cambio revolucionario
per se en nuestras latitudes. De ello nos dan cuenta los mú ltiples movimientos
sociales ocurridos en las ú ltimas décadas y añ os, que se vienen expresando con
se traduce en un régimen político democrá tico en el sentido liberal de la misma. Señ ala así una
orientació n a los que tratarían el fenó meno en época posterior. Sin embargo, Amaral no encuentra
una relació n entre el uso del término nacional popular por Germani y la reflexió n gramsciana que
lleva el mismo nombre, no porque ambas no se refirieran a fenó menos similares, sino porque no
encuentra contacto entre ambos autores que pueda señ alar que Antonio Gramsci, anterior en el
tiempo, influenció a Germani. Una influencia, sin embargo, que es innegable en Emilio de Ípola y
Juan Carlos Portantiero, dos distinguidos gramscianos argentinos.
29
gran pero desigual fuerza desde la década de 1970. A los viejos movimientos
sociales por la redistribució n se agregan los nuevos movimientos sociales, tanto
por la redistribució n como por el reconocimiento13. Tenemos entonces un conjunto
de componentes actuales y potenciales de un nuevo sujeto/bloque que necesita ser
organizado políticamente y puesto al día de acuerdo a las circunstancias.
En este camino, aunque ya sin los estrictos referentes clasistas de antañ o, es bueno
reparar en la propuesta de Ernesto Laclau (2011) en La razón populista sobre la
construcció n hegemó nica. Laclau se refiere a lo nacional popular como una
variedad de lo que él denomina populismo y lo define como una ló gica política que
organiza una cadena de demandas de la població n que no pueden ser asumidas por
el sistema. Estas demandas son articuladas por un discurso para constituir un
pueblo que se expresa a través de un líder que lo encarna. La cadena de demandas
es una suma de particularidades que busca asumir significació n universal
planteando un orden alternativo. Este es el proceso de construcció n de hegemonía.
Este proceso supone la separació n de pueblo y poder establecido para constituir
una ló gica antagó nica de la política y desarrollar la identidad de un conjunto de
sectores populares con un discurso alternativo, constituyendo a los mismos como
13
Los movimientos sociales por la redistribució n han sido, clá sicamente, el movimiento de la clase
obrera, del campesinado y de las clases medias, principalmente las clases medias asalariadas. En el
capitalismo tardío, sin embrago, movimientos que venían de atrá s, luchando por su reconocimiento,
se potencian tremendamente. Tenemos así al movimiento feminista y a los movimientos por la
diversidad de orientació n sexual, a los movimientos por reivindicaciones étnicas y a los
ambientalistas. Si bien no está n desconectados de la crisis capitalista sino que se forjan en su
proceso, son movimientos con historias y diná micas propias, por lo que se hace indispensable
articularlos en un sujeto político que asuma la diversidad de actores y temas, en funció n de
enfrentar un adversario/enemigo comú n.
14
Franco sostiene la filiació n marxista de ambos autores, por su cercanía sobre todo a los textos
tardíos tanto de Marx como también de Engels (1979, 1980). Se refiere principalmente a los
escritos sobre Irlanda y sobre Rusia, má s específicamente sobre el movimiento nacional por la
independencia de Irlanda y a las reflexiones sobre el potencial de la comuna rural rusa; alejados de
su producció n inicial como de lo que después sería el canon ortodoxo forjado por Kaurtsky,
Plejá nov y Lenin. Estos escritos eran desconocidos para Haya y Mariá tegui, pero a pesar de ello
coinciden con Marx y Engels, lo que los lleva para Franco a sentar los cimientos de un marxismo
latinoamericano ciertamente heterodoxo frente al canon señ alado.
30
el pueblo que antagoniza. En este proceso y a diferencia de otros planteamientos
como el marxista ortodoxo con el proletariado como vanguardia y futura clase
universal, no se espera que el sujeto de cambio funde una nueva totalidad social,
por ello, nos dice Laclau, el pueblo es menos que la totalidad aunque aspira
convertirse en ella. En los procesos exitosos, termina el politó logo argentino, la
significació n universal del discurso prevalece sobre las demandas particulares y
esto permite una unificació n simbó lica en torno al líder.
31
clases dominantes, por una nueva que exprese a los sectores populares
mayoritarios, es fundamental respaldar el pluralismo y la competencia política. De
esta forma, el pluralismo no es privativo del pensamiento liberal, en la lucha contra
sus adversarios oligarcas o izquierdistas, sino que debe ser también lo que distinga
a una propuesta de transformació n.
32
el regreso desbocado de la agresió n en la administració n de Donald Trump que, sin
tomar en cuenta los cambios producidos, multiplica sus amenazas de intervenció n
armada. Sin embargo, má s allá de la insolencia imperial del momento, el mundo no
parece regresar tan fá cilmente al predominio unilateral e inconsulto con que
sueñ an los halcones que dirigen la política exterior del imperio norteamericano
con Trump a la cabeza.
Sin embargo, no en todos los casos se valora la importancia del pluralismo político
en los países que dan el viraje a la izquierda. El caso emblemá tico en este sentido
es la Venezuela bolivariana de Hugo Chá vez y Nicolá s Maduro. Si bien el proceso
comenzó afirmando el camino democrá tico, con el llamado a una Asamblea
Constituyente y la aprobació n de una nueva constitució n que establecía
instituciones para profundizar la democracia, ademá s del desarrollo en estos
primeros añ os de instituciones alternativas a las liberales como el llamado poder
comunal, con el paso del tiempo y luego de enfrentar sucesivos intentos golpistas
de la derecha local y el imperialismo norteamericano, se priorizó el control del
poder desde arriba, estableciendo un viraje progresivo al autoritarismo. Este viraje
se profundiza con la fundació n del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV),
que busca má s ser un partido ú nico que un partido de competencia democrá tica y
tiene un punto de quiebre a mediados de 2017 cuando se estableció una
institucionalidad paralela a la señ alada en la constitució n de 1999, con la elecció n
de una Asamblea Nacional Constituyente, por encima de los demá s poderes
pú blicos, en la que el chavismo tiene el control total. Esto significa que gobierno y
oposició n no comparten espacios institucionales en los que puedan deliberar, con
lo que se rompe este principio fundamental de la democracia, má s allá de toda
construcció n hegemó nica, que es el pluralismo y la consecuente competencia
política. El debate sobre este hecho contemporá neo y má s bien reciente está
comenzando, pero ya se puede señ alar la influencia de quienes creen que el camino
de la revolució n cubana, ocurrida sesenta añ os atrá s, puede repetirse,
estableciendo un régimen político aparentemente participativo pero no
competitivo, con la persistencia de un modelo autoritario y el sistema de partido
ú nico como resultado.
33
Un ejemplo má s inmediato para el autor es có mo esta cuestió n afecta también a la
izquierda peruana en dos ejemplos a lo largo de casi un siglo, tanto en su versió n
estrictamente nacional popular, como es el caso del APRA original, como en su
versió n marxista, pero que actú a en una perspectiva nacional popular, como es el
caso de Izquierda Unida. El APRA participa desde su nacimiento como partido
nacional en 1930 en elecciones pero con un programa claramente anti oligá rquico
e inevitablemente polarizador, que confronta el orden establecido en una sociedad
semi feudal y dependiente del imperialismo norteamericano. Má s allá del
propó sito de sus dirigentes esta situació n lleva a la confrontació n armada, que
tiene su punto má s alto en la insurrecció n de Trujillo en julio de 1932 y de Lima en
octubre de 1948. Su evolució n posterior lleva al APRA a un viraje, que se plasma en
la década de 1950, apreciando y participando en la democracia, pero no en una
nueva y/o renovada democracia, sino en la importació n oligá rquica de la misma, lo
que se hace patente en las décadas siguientes. La izquierda marxista tiene también
una evolució n significativa pero que se da má s tardíamente. Su aparició n en el
escenario peruano es contemporá nea al APRA y su participació n electoral, aunque
poco significativa hasta fines del siglo XX, sucede la mayor parte de las veces en
perspectiva de una “acumulació n de fuerzas” para la toma del poder por la vía
armada. Sin embargo, la situació n cambia en la década de 1980 con la formació n de
Izquierda Unida, en la que el programa de asalto al poder pierde peso en relació n
al objetivo de democratizar la sociedad y el Estado para conseguir la
transformació n social. Aquí influyen los cambios llevados adelante por el gobierno
de Juan Velasco Alvarado en la década anterior, la propia transició n a la
democracia a fines de la década de 1970 que ocurre desde un gobierno militar, así
como la aparició n de los grupos subversivos, Sendero Luminoso y el Movimiento
Revolucionario Tú pac Amaru (MRTA) cuya acció n armada aparece arbitraria, por
desubicada en el tiempo y desconectada del movimiento social. La necesidad de
diferenciarse de estos ú ltimos y en especial de los actos terroristas llevados a cabo,
afirman la perspectiva democratizadora. A diferencia del APRA, el giro
democrá tico de esta izquierda es antineoliberal, apunta a una hegemonía que pone,
con sus muchos matices, la soberanía del pueblo por delante. Esto se comprueba
con la imposició n neoliberal por la vía del golpe de Estado en 1992, mientras el
APRA se pliega al nuevo orden siguiendo su tendencia a la derechizació n que venía
de décadas anteriores, la izquierda, si bien disminuye su peso político, mantiene su
perspectiva democratizadora y antineoliberal.
Ahora bien, concebir y llevar a la prá ctica la construcció n hegemó nica nacional
popular como un proceso de competencia democrá tica y plural no es un asunto
sencillo. Esto es así porque la construcció n hegemó nica plantea una formulació n
discursiva en la que opone un “nosotros”, que se define como el pueblo o la nació n,
a un “ellos” , las élites dominantes u oligarquía y los poderes imperiales
extranjeros, que son los que impiden su desarrollo. Ello pone en peligro que los
actores en competencia se transformen de adversarios en enemigos o que
habiendo sido siempre enemigos no cesen de jugar este papel haciendo imposible
su convivencia en un mismo régimen político.
34
cuando lo que se pretende es producir transformaciones sociales significativas, que
suponen el acceso al poder, por la vía electoral, de movimientos nacional populares
y la separació n entre las clases propietarias y los detentadores del poder político,
situació n insoportable, especialmente en América Latina, para los que han estado
acostumbrados a mandar.
Sin embargo, Chantal Mouffe (2018) asumiendo las dificultades planteadas señ ala,
al menos para el caso europeo, que cuando se trata de encarar la crisis democrá tica
y plantear transformaciones, el punto no es cambiar el régimen democrá tico
liberal sino la formació n hegemó nica, neoliberal en este caso, que conduce el
mismo, por otra formació n hegemó nica que recupere y profundice la democracia,
lo que ella remarca có mo una política agonista en oposició n a una política
antagonista15. En otras palabras, transformar el orden hegemó nico neoliberal sin
destruir las instituciones democrá ticas. Es importante en este punto, sin embargo,
señ alar que Mouffe distingue las instituciones liberales del régimen político de la
formació n hegemó nica neoliberal. Si regresamos al dilema anterior de adversarios
o enemigos es indudable que se trata de mantener a los actores en competencia
como adversarios.
15
En este punto es importante señ alar que Mouffe toma en cuenta, no só lo la actual hegemonía
neoliberal, sino los restos de una hegemonía anterior, la socialdemó crata, que aunque gravemente
deteriorada conserva algunas instituciones del Estado de Bienestar que le dan características muy
importantes a la democracia europea.
16
El interés de una burguesía local, que en otro tiempo se denominó “nacional”, por un régimen de
democracia liberal, es cada vez menor, habiendo sido absorbidos la mayor parte de estos sectores
burgueses por la hegemonía neoliberal. El debilitamiento de estas fracciones burguesas, incluso en
los países de mayor desarrollo capitalista en la regió n, llevó a las ilusiones de Cardoso con su tesis
sobre el “el desarrollo asociado” que reseñ á ramos líneas arriba, pero que no ha tenido otro fin que
la subordinació n de estas clases al capital transnacional. Esto se expresará en el debilitamiento de
las posiciones políticas de centro en décadas recientes.
35
El quid de la cuestió n es entonces la hegemonía, tanto política como ideoló gica. Si
los movimientos nacional populares no inician un proceso de construcció n de una
nueva hegemonía, que empieza desde antes de ganar elecciones pero que tiene un
hito con el triunfo electoral y má s todavía si estos triunfos se repiten, sus victorias
será n inú tiles y no dejaran huellas en el camino. La construcció n de una nueva
hegemonía supone el reemplazo de la anterior que en la regió n ha estado asociada
a la democracia liberal, producto de las transiciones. Por ello, no son suficientes las
reformas al régimen democrá tico liberal, incluso aquellas, como señ ala Enrique
Peruzzotti (2017), que incluyan en un sentido amplio el control político de los
gobernantes, sumando al control institucional el que puedan desarrollar las
propias organizaciones sociales, porque depende del contexto de construcció n
hegemó nica en que esta reformas se produzcan. El pluralismo entonces, funcionará
en el marco de la construcció n hegemó nica y no fuera de ella. Es imposible el
desarrollo de una democracia, no solo procedimental sino sustantiva, con reglas
que sabotean una y otra vez la voluntad popular.
He dejado para después de explicar lo que entiendo como el fenó meno nacional
popular la disputa por el concepto con el cual ir al abordaje de esta situació n.
Empecé a tratar el problema hace 20 añ os (Lynch 1999) con motivo del debate
sobre una noció n que en ese tiempo se puso de modo: el “neopopulismo”, para
caracterizar, entre otros, al entonces régimen que encabezaba Alberto Fujimori en
el Perú . Continué, usando el concepto de populismo y má s específicamente
populismo latinoamericano, cada vez con menor entusiasmo (2007, 2009, 2012),
aunque siempre por la misma razó n: el masivo uso mediá tico y por buena parte de
la academia de populismo para enfocar problemas centrales de la política
latinoamericana. Sin embargo, llegué a un punto de viraje el 2017, cuando señ alo
que populismo es un concepto equivocado y que es mejor usar el concepto
nacional popular, cuya definició n, trayectoria y características he explicado líneas
arriba.
Retomando mi reflexió n de 1999, creo que populismo, como señ ala Giovanni
Sartori (1970), es un caso de estiramiento conceptual. Si para definir un concepto
debemos señ alar sus atributos principales, hay que tener el cuidado de que esos
atributos no desparezcan cuando usamos el mismo para el aná lisis de una multitud
de situaciones diferentes. Si los atributos principales desaparecen estamos
vaciando el concepto de contenido y cayendo en una situació n de estiramiento
conceptual. Corremos el riesgo de que estos atributos principales desaparezcan
cuando no les damos la suficiente importancia o los señ alamos mal al definir el
concepto. Este es el caso de la apreciació n conductista del llamado populismo, que
considera la interacció n entre los actores y especialmente entre el líder y sus
seguidores, de cará cter personalista y clientelista, como las características
definitorias del fenó meno. Importa la conducta y no la consecuencia democrá tica.
Ello a contrapelo de los que señ alan el movimiento nacional popular como aquel
que tiene como objetivo una construcció n hegemó nica donde la soberanía popular
sea base de la soberanía nacional y esto produzca un efecto democratizador. Por
ello, digo que el concepto populismo al pretender explicarlo casi todo, termina por
explicar poco o nada. La propuesta de Laclau y Mouffe en diferentes textos para
36
insistir en el uso de populismo creo que avanza má s que la propuesta conductista,
en especial cuando deconstruye la formació n política misma. Sin embargo, su
insistencia en negarse a algú n tipo de sociología, de estructura social, para dar base
a sus explicaciones, lo cual ciertamente restringiría el campo de alcance de su
reflexió n, creo que limita el alcance de la generalizació n que pretenden y no
permite que se termine de dar cuenta de cada realidad específica. Por ello prefiero
el concepto de lo nacional popular y hasta donde alcanza mi reflexió n me parece
pertinente limitarlo a América Latina.
37
5. La grieta de las dictaduras militares
38
tipo de dictadura se da entre fines del siglo XIX y mediados del siglo XX, cuando
sucede la primera ola de gobiernos nacional populares, llegando en el caso
centroamericano hasta la década de 1980, en proceso que termina con el final de
las guerras civiles de la época.
Los regímenes burocrá tico autoritarios, que se sucedieron entre las décadas de
1960 y 1980, fueron dictaduras militares de cará cter institucional, que se
constituyeron por decisió n de las Fuerzas Armadas en respuesta al agotamiento de
diferentes variantes de la primera ola de gobiernos nacional populares. Estos
regímenes expresaron la conjunció n de militares y tecnó cratas en la conducció n
del Estado, como expresió n de la alianza entre el capital trasnacional, las
burguesías locales y los Estados Unidos. Guillermo O´Donnell (1979, 1982), el
padre de la tipología, sostuvo en un primer momento que eran gobiernos
autoritarios que tuvieron a su base la necesidad de pasar de un primer nivel de
industrializació n, la llamada industrializació n por sustitució n de importaciones, a
uno segundo y má s complejo, que necesitaba mayor inversió n y depresió n salarial,
es decir represió n al movimiento popular y fin de los llamados “estados de
compromiso” que fue uno de los nombres que tomaron los regímenes nacional
populares en su primera etapa. Visto en el tiempo, sin embargo, podemos observar
que estas dictaduras, salvo en algú n sentido Brasil, no profundizaron la
industrializació n sino que aplicaron políticas neoliberales. Los casos de Chile con
Augusto Pinochet y Argentina con Jorge Videla, que fueron laboratorios iniciales
del despliegue neoliberal en el mundo, son muy claros al respecto(Klein 2007).
Pero má s allá de esta correcció n histó rica, el hecho central que caracteriza a este
tipo de autoritarismo es la represió n al movimiento popular, la eliminació n de
derechos políticos y sociales y la drá stica restricció n de derechos civiles. Esto se
llevó adelante a través de la masiva eliminació n de los opositores políticos, vía la
tortura, la ejecució n extrajudicial y la desaparició n masiva, que tuvieron a
Argentina, Chile, Uruguay y Brasil como sus casos emblemá ticos. El neoliberalismo
empieza en la regió n entonces en medio de una terrible masacre de dirigentes
populares, políticos de izquierda y nacional populares.
39
aborígenes y la política exterior independiente; caracterizan un gobierno que
puede señ alarse como nacionalista de izquierda. Sin embargo, el intento tardío de
industrializació n por sustitució n de importaciones fracasó , alcanzando
rá pidamente la denominada “restricció n externa”19 y tampoco pudo
institucionalizar, por el corto período de siete añ os que estuvo en el poder, sus
propias reformas, llevando a un contragolpe conservador desde las propias
Fuerzas Armadas, que empezó a revertir las reformas y reprimió a los sectores
populares movilizados, organizando finalmente una transició n a la democracia en
los términos de las transiciones de la época.
19
En economía se denomina restricció n externa cuando un país no tiene las suficientes divisas,
dó lares en este caso, para comprar lo que necesita en el mercado mundial, ya que los sectores
exportadores productores de estas divisas no alcanzan a producirlas en la cantidad necesaria. En el
caso del gobierno del general Juan Velasco Alvarado, la falta de divisas fue reemplazada con
préstamos que no se pudieron pagar, lo que llevó a una crisis y a encarar el dilema del ajuste, al que
finalmente procedería el siguiente gobierno militar encabezado por el general Francisco Morales
Bermú dez.
40
Las transiciones como fenómeno político
En 1992, publiqué el texto de mi tesis doctoral en forma de libro con el título “La
transició n conservadora”, refiriéndome al período de la transició n a la democracia
entre los gobiernos militares de la década de 1970 y el primer gobierno civil de la
década de 1980 en el Perú . Este título, sin embargo, suscitó suspicacias entre mis
colegas, quizá s por el, en ese momento, reciente golpe de Estado del cinco de abril
del mismo añ o, y también, desde luego, por la necesidad de regreso a la
democracia, acicateada por el golpe, es decir por la necesidad de una verdadera
transició n. Empero, habrían de pasar ocho añ os, hasta fines del añ o 2000, para que
Valentín Paniagua encabezara algo que podemos llamar transició n, esta vez al
régimen actual. Sin embargo, a má s de un cuarto de siglo de aquella publicació n me
reafirmo en la correcció n de su título, se trataba de una transició n, la de fines de la
década de 1970, conservadora. Hay dos razones para ello, primero el retroceso
frente a lo que había significado en términos de democratizació n social el gobierno
militar de Velasco y segundo, el regreso al “modus vivendi” anterior a 196820, que
el candidato triunfante Fernando Belaú nde esbozaba como su programa de
gobierno para el período 1980-1985 y que sería el guió n de su segundo mandato
como Presidente de la Repú blica. A la distancia puedo diferenciar el período
conservador aunque en democracia de la década de 1980, del período dictatorial y
reaccionario que se inicia en abril de 1992 y que dura hasta la huida de Fujimori
del Perú en noviembre del 2000.
Digo esto para señ alar que las transiciones son, ante todo, un fenó meno político,
que puede tener características progresivas o regresivas, de acuerdo a la época, el
contexto y los actores. Lo señ alo también para establecer una diferencia entre las
transiciones como fenó meno político y el proyecto académico y a la postre también
político que pueda existir tras ellas, que en el caso de América Latina creo que
logró hegemonizar ideoló gicamente el proceso, con las consecuencias que señ alaré
má s adelante.
41
los Estados Unidos en su beneficio a lo largo del siglo XX y en lo que va del XXI. De
esta manera, la tercera ola como antecedente, pasa a ser otro caso de soberbia
imperial que poco tiene que hacer con un régimen en el que el pueblo es el llamado
a decidir sobre los asuntos que le competen. Veremos así la influencia que esta
tercera ola va a tener sobre las transiciones como fenó meno político y también
sobre la teoría de las mismas.
42
son mejores. Por ú ltimo, en algunos casos buscan incorporar a la movilizació n de
masas, que es ú til para desplazar a los militares, pero limitá ndola sino
eliminá ndola, como en el Perú , para evitar que sea una fuerza de mayor
democratizació n política.
Pero las transiciones no solo son motivo de reflexió n académica, también son un
proyecto político de sucesivos gobiernos de los Estados Unidos en alianza con
diversas élites locales latinoamericanas, a través del cual se busca implementar la
idea de la difusió n de la democracia. Un proyecto que logra la simpatía de un
importante arco de fuerzas, desde las élites tradicionales a la derecha del espectro
político hasta dirigentes e intelectuales de izquierda que buscaban una salida al
horror que habían vivido. Esta iniciativa de convergencia académica y política se
desarrolla, entre otros lugares, en el Woodrow Wilson International Center for
Scholars, entidad ligada al Partido Demó crata de los Estados Unidos, y se plasma
en el proyecto: “Transitions from authoritarian rule: Prospects for Democracy in
Latin America and Southern Europe”, que dirige Abraham Lowenthal a principios
de la década de 1980. Los principales teó ricos de las transiciones son Guillermo O
´Donnell y Phlippe Schmitter, con su texto Transiciones desde un gobierno
autoritario. Volumen cuatro: Conclusiones tentativas sobre democracia inciertas.
(1994 /1986). Estos autores parten, de la que será una convicció n normativa
central en el debate de la época, señ alando que: “La democracia política constituye
per se un objetivo deseable”, lo que hace indispensable, dado el alto grado de
indeterminació n que señ alan para estos procesos, el aná lisis político de corto plazo
que no puede ser deducido de las estructuras.
Asimismo, señ alan que las transiciones exitosas son las que se dan a través de
pactos, privilegiando la instauració n del régimen democrá tico y postergando la
realizació n de otros objetivos, principalmente de redistribució n y reconocimiento
econó mico y social. En este sentido plantean, en una recomendació n que estará en
el centro del debate en añ os posteriores, que hay que evitar dar jaque mate a dos
jugadores claves: los grandes propietarios y los militares. A los primeros no hay
que cuestionarles sus derechos de propiedad y a los segundos hay que respetarles
su institucionalidad castrense. Si esto ú ltimo no se cumple el proceso se puede
revertir.
43
Un punto poco mencionado en un primer momento, pero resaltado luego, es el que
señ ala que la libertad econó mica debe ser la base de la libertad política,
refiriéndose a la necesaria convergencia entre democracia liberal y economía de
mercado. En las circunstancias de la época la economía de mercado era el modelo
econó mico neoliberal sistematizado en el Consenso de Washington que data de
1990, pero que en la regió n ya había empezado con las dictaduras de Pinochet y
Videla en la década de 1970. Es lo que señ alan O´Donnell y Schmitter cuando
recomiendan que no se debe tocar a los grandes propietarios, a la postre los
beneficiarios de la aguda reconcentració n del ingreso que ha significado el
neoliberalismo en América Latina. Sin embargo, como dice Naomí Klein (2007) el
terror de las dictaduras y el ajuste econó mico que dio paso al modelo neoliberal
está n estrechamente ligados. Las terapias de shock de los ajustes econó micos que
anteceden o convergen con las transiciones se dan en un ambiente de temor al que
ciertamente las dictaduras militares con su represió n habían abierto camino.
44
capturado por los intereses particulares de los grandes propietarios. Ese Estado, se
desarrolla a contrapelo de la democratizació n que persiguen los movimientos y
gobiernos nacional populares. Es el Estado que entrará en crisis cuando sea
incapaz de satisfacer a los excluidos del modelo neoliberal y es el que se pone en
cuestió n con el denominado giro a la izquierda.
Sin embargo, es importante ver también la otra cara de las transiciones. Estas
fueron el resultado de luchas muy duras que terminaron con dictaduras que
habían significado, sobre todo en el caso de los regímenes burocrá tico autoritarios,
un grave retroceso para el proceso de democratizació n latinoamericano. Es preciso
recordar este hecho porque las luchas anti dictatoriales no fueron reconocidas en
su momento como el origen del proceso y sus reivindicaciones má s bien
postergadas por los nuevos gobiernos democrá ticos (Lynch 1992, Collier 1999).
Las transiciones, a pesar de las limitaciones impuestas, fueron también un regreso
y, a veces, una reinauguració n del Estado de Derecho y un énfasis en las reglas del
régimen liberal representativo. Esto no es poca cosa en una regió n acostumbrada a
la arbitrariedad de diversas formas de autoritarismo y al desprecio por los
derechos humanos. Ello hace que las reglas, mayormente ausentes de la lucha anti
oligá rquica y el período de la Guerra Fría, sean el legado má s importante de las
democracias producto de las transiciones, cuya proyecció n, a la par que sus
limitaciones, vivimos hasta nuestros días.
Empero, esto no quiere decir que las sociedades latinoamericanas a partir de las
transiciones se convirtieran en un modelo de Estado de Derecho y cumplimiento
de la ley. Pero sí, que las mismas le dieran un nuevo momento al orden legal como
una herramienta central en la construcció n democrá tica, que se convertiría en las
décadas siguientes en otro terreno de disputa entre los que quieren utilizarlo a su
favor, para sus intereses particulares, conformando en el extremo lo que Franco
llama regímenes representativo particularistas, y aquellos que levantan la
universalidad de la ley, tanto en las luchas por los derechos humanos como en las
luchas anticorrupció n, pero también como un cimiento de lo que debe ser la
profundizació n democrá tica.
En este sentido, las transiciones como fenó meno político fueron una crítica, no solo
a las dictaduras a las que sucedían, sino también a la poca importancia que se había
dado a la democracia como régimen político en la historia anterior de América
Latina, me refiero tanto al pasado oligá rquico, a los movimientos y gobiernos
nacional populares y a las propuestas de transformació n que había planteado la
izquierda marxista en décadas anteriores. Una crítica transversal, de derecha a
izquierda, que muchas veces desde el campo progresista, por la falsa creencia de
que nos puede alejar del objetivo de transformació n social, no hemos sido capaces
de asumir.
45
Stepan (1996) señ alan que las democracias se consolidan cuando el juego
democrá tico es el ú nico posible en un determinado país, es decir, cuando los
actores políticos só lo pueden alcanzar sus objetivos por medios democrá ticos. Por
ú ltimo, Adam Przeworski (1995) a la cabeza de un equipo de especialistas, señ ala
una visió n aú n má s completa de la consolidació n, cuando dice en su libro
Sustainable Democracy que la democracia política debe basarse en un Estado
fuerte y que sus instituciones deben ser capaces de velar no só lo por las libertades
civiles y los procedimientos democrá ticos para elegir gobiernos, sino también por
igualdad y justicia para sus ciudadanos.
Sin embargo, esto entra en abierta contradicció n con el modelo neoliberal que
converge; porque antecede, es paralelo o lo alcanza luego; al modelo democrá tico
que traen las transiciones. El modelo neoliberal le quita a unos: trabajadores,
profesionales, pequeñ os y medianos empresarios, organizaciones sociales,
sindicatos, partidos y políticos en general; para darle a otros: tecnó cratas, grandes
empresarios locales y extranjeros, organismos financieros internacionales y
organizaciones de seguridad. Ademá s, implementa sus políticas por terapia de
shock, los llamados “paquetazos”21 que son decretados por sorpresa para que
puedan ser aceptados má s fá cilmente y rara vez son sometidos al control legal y
constitucional de los tribunales de justicia y los parlamentos elegidos. La terapia de
shock, asimismo, tiene como objetivo borrar de las memoria colectiva el recuerdo
de los derechos sociales y los servicios pú blicos gratuitos que los trabajadores y las
clases medias habían gozado en los períodos precedentes. Tenemos entonces que
si bien esta democracia brinda derechos civiles y políticos a la població n, restringe
o elimina derechos sociales, dando con una mano lo que quita con la otra. La
ciudadanía resultante es así recortada, alcanzando el límite del proyecto planteado.
Llegamos entonces a lo que en otros trabajos he llamado la “falacia de la
consolidació n” (Lynch 2009, 2017), porque no se llega a ésta de manera
automá tica sino a través de transformaciones que la democracia producto de las
transiciones no puede llevar adelante. Quizá s en el “olvido” de la tercera fase del
modelo que diseñ an Schmitter y O´Donnell, la llamada socializació n o el esfuerzo
de unir democracia con bienestar, esté la clave para entender las limitaciones de
las transiciones.
46
como una forma de producir cambios en la vida social, a otra en la que los cambios
solo podrían ser producidos por el mercado. Esto significa desacreditar la política
como una actividad legítima, desplazar a los partidos como los vehículos de la
misma y finalmente desplazar a la política de la vida social. La ruptura del vínculo
sociedad/política/partidos, lleva a un debilitamiento de la sociedad organizada y a
una redistribució n del poder social y político en contra de los ciudadanos comunes
y corrientes y a favor de los tradicionalmente poderosos. Esto refuerza la visió n de
la democracia política como una herramienta de las élites, a la que difícilmente
pueden tener acceso los sectores populares.
22
Con la característica del golpe de abril de 1992, que lo convierte en una dictadura entre ese añ o y
la huida de su titular en noviembre de 2000.
47
persistentes y sin duda: Perú , Colombia y México23, creo que la presencia de la
violencia y el peso de la misma en la interacció n política, va a ser central para que
la salida no admita riesgos por las posibilidades que los ciudadanos podrían ver en
otras opciones.
7. El giro a la izquierda
48
Latina. Se pueden hacer diversos cortes para establecer su periodizació n pero creo
que el má s preciso es el que señ ala su inicio a fines de 1998, con la victoria
electoral de Hugo Chá vez en Venezuela, hasta mayo de 2016, con el golpe
parlamentario contra Dilma Rousseauf en el Brasil. Hay discrepancias en el
nombre porque hay dudas y también distancias sobre el contenido. Buena parte de
la academia estadounidense, por ejemplo, lo llama pink tide, marea rosa, para
señ alar que no son gobiernos radicales y quizá s ni verdaderamente de izquierda,
pero al mismo tiempo quitarles legitimidad y seriedad a sus intenciones.
24
El caso de Nicaragua con el gobierno de Daniel Ortega a partir de 2007 es altamente
controvertido. Ortega ha usado ampliamente el prestigio revolucionario del período sandinista
anterior, tratando con ello de acercarse a los países del giro a la izquierda. Pero su conducta de
represió n a la oposició n, que incluye a buena parte del antiguo sandinismo, e implementació n de
una política econó mica neoliberal, lo acerca má s al régimen familiar de los Somoza que a la
revolució n sandinista. Ello hace muy difícil asociarlo al período analizado.
49
antimperialista de la época25. Esta raíz en los movimientos sociales le da una
indudable fuerza a los gobiernos progresistas en una primera época, pero será
fuente de conflictos y elemento de su crisis má s adelante.
50
electoral a su favor es considerado sospechoso de autoritarismo y má s cuando esa
mayoría es la base para llevar a cabo transformaciones sociales importantes. El
argumento es que el uso reiterado de la mayoría colisiona a la postre con los
derechos de las minorías y lleva a su contrario la “dictadura de la mayoría”. El
argumento no es nuevo, hunde sus raíces en los orígenes de liberalismo, pero
podemos hallar el razonamiento contemporá neo en Robert Dahl (1956), en su
libro Preface to a democratic theory, en el que este autor hace síntesis de la
definició n elitista de la democracia, en su versió n pluralista, dominante en los
Estados Unidos en el siglo XX. Allí Dahl señ ala que lo que existe en el Occidente
capitalista es un régimen que denomina “poliarquía”, no exactamente democracia,
y que define como un régimen político de competencia entre mú ltiples minorías26.
En esta concepció n afectar a las minorías por ejercer la voluntad mayoritaria de los
ciudadanos invalida a la democracia misma.
El dilema está en la magnitud que puede tener el cambio social que realice un
gobierno elegido. Mientras que para la izquierda habrá necesidad de realizar
reformas que pueden hacer indispensable una nueva constitució n, como ocurrió en
algunos países, para la derecha se deben respetar, má s allá de la mayoría social y
política con la que se cuente, las reglas establecidas27. Tenemos entonces que la
democracia política, en el pleno sentido de la palabra, para unos debía ser la
herramienta del cambio social y para otros su freno. Este dilema recorrerá el giro a
la izquierda de principio a fin y tendrá una distinta plasmació n en cada país, en
algunos casos se llevará n adelante asambleas constituyentes que aprobará n
nuevas constituciones, mientras que en otros se tomará n en cuenta reformas
constitucionales recientes que abrirá n el paso a los cambios. En todas, sin
embargo, permanecerá la tensió n que demuestra que el Estado de derecho no es
una arena neutral sino una herramienta que puede ser usada de acuerdo a la
correlació n de fuerzas existente.
26
Má s allá del uso comú n que señ ala el régimen político en los países capitalistas desarrollados y
en especial a los Estados Unidos como democracia, hay una larga tradició n en este país que no
caracteriza a su régimen como democracia. Comienza con los llamados “padres fundadores” que
escribieron la constitució n de ese país, en particular James Madison (2001) quien prefería el
término gobierno representativo a democracia, porque relacionaba esta ú ltima con la democracia
ateniense del siglo V a.n.e., de la que no le gustaba su cará cter participativo. Es el criterio de
Bernard Manin (1997) cuando caracteriza la democracia moderna como “gobierno representativo”
y que también plasma, sofisticando el argumento, Robert Dahl al señ alarla como poliarquía.
27
En Venezuela, Ecuador y Bolivia se llamaron asambleas constituyentes que aprobaron nuevas
constituciones, en 1999, 2006 y 2008, respectivamente, cuando ya habían empezado los gobiernos
de cambio. Mientras que en Brasil y Argentina se aprobaron, una nueva constitució n en el primer
caso, en 1988, y una reforma importante a la carta vigente en el segundo, en 1994, antes de que se
produjera el giro estudiado. En casi todos los casos, ya fueran reformas o nuevas constituciones, se
trató de cambios positivos para las transformaciones llevadas adelante.
51
Detrá s de esta disputa, como ya señ alamos antes, está el problema de la
hegemonía. La derecha defiende la hegemonía liberal o neoliberal producto de las
transiciones y la izquierda y los movimientos nacional populares la construcció n
de una nueva hegemonía que respete a las mayorías.
52
que los grandes propietarios, especialmente terratenientes, manejan el Estado.
Después, con la primera ola nacional popular y el desarrollo de políticas
econó micas cepalinas por parte de varios gobiernos en la regió n, sucede un
momento de modernizació n del Estado en el sentido de una autonomizació n de los
intereses inmediatos, produciéndose una primera separació n entre los grandes
propietarios y aparato estatal. Luego vendría la ofensiva neoliberal realizá ndose el
movimiento opuesto, de captura del Estado por los grandes propietarios. Por
ú ltimo, con el giro a la izquierda la relació n Estado-sociedad, supone una
diferenciació n, nuevamente, entre los grandes propietarios y el Estado. Se revierte
la “captura del Estado”, de la que nos habla Francisco Durand (2011, 2017) la que
en la época y en los países de hegemonía neoliberal, supone un uso e incluso una
ocupació n del aparato del Estado por parte de los tecnó cratas neoliberal y a la
postre de los grandes empresarios. El establecimiento de una diferencia entre
economía y política y finalmente Estado, es crucial para el funcionamiento del
régimen democrá tico, ya que supone una separació n de roles y una divisió n del
trabajo que funciona a favor de una representació n ciudadana má s igualitaria,
disminuyendo el peso de los grandes intereses, especialmente econó micos. Esta
separació n es una cuestió n que se vuelve insoportable para los grandes
propietarios nacionales y extranjeros.
Esta agencia estatal les dio la fuerza a los gobiernos progresistas para llevar
adelante los cambios a nivel econó mico, social, político y cultural. Así, impulsan
una política econó mica que apunta a la redistribució n de la riqueza, al desarrollo
del mercado interior y, con má s dificultades, a la diversificació n productiva.
También una política social que tiene como eje el combate la desigualdad y que
privilegia políticas universales en educació n, salud, trabajo y pensiones; así como
planes de emergencia para los sectores má s desfavorecidos, como fueron Bolsa
Familia en el Brasil y la Asignació n Universal por Hijo en la Argentina; amplias
políticas a favor de la igualdad de género; una política cultural que reivindica lo
propio frente a los extranjero, especialmente a los pueblos, territorios y lenguas
originarias. Asimismo, una autonomía en política exterior, principalmente de los
Estados Unidos, y un gran impulso a la integració n regional que permita a su vez
tentar una integració n propia al proceso de globalizació n mundial.
53
que lo segundo, con todos los problemas en su implementació n, señ ala caminos
para el desarrollo de la participació n popular (Arvitzer 2017).
Sin embargo, estos gobiernos, a la vez, heredaron estados débiles, que por
influencia de las oligarquías y las dictaduras militares no había logrado
transformarse en estados plenamente democrá ticos. A lo que se agrega la
agudizació n del proceso de desnacionalizació n y transnacionalizació n que
promueve el neoliberalismo y que termina de vaciar lo que quedaba de autoridad
estatal. Una de las características de esta debilidad ha sido el patrimonialismo, la
herencia mayor en este uso estatal, que engulló a varios líderes del giro a la
izquierda y no pudo ser superada por las reformas democratizadoras
emprendidas. No se logra así una plena separació n entre el interés pú blico y el
privado y, sobre todo, no se identifica claramente el primero con los intereses de
las mayorías populares.
54
partidarios. El siguiente es el de Rafael Correa presidente del Ecuador entre 2006 y
2017, tildado reiteradamente no só lo de caudillo sino de un comportamiento
personal autoritario. Sin embargo, luego de tres períodos presidenciales se niega a
presentarse para un cuarto y apoya a quien había sido su vicepresidente: Lenin
Moreno, quien gana la elecció n. Pero este ú ltimo se distancia progresivamente de
Correa para terminar persiguiéndolo política y judicialmente. En Argentina
Cristina Ferná ndez de Kirchner completa dos períodos entre 2007 y 2015 y uno
tercero si agregamos el que hizo su marido entre el 2003 y el 2007. El 2015 opta
por no presentarse y su partido pierde la Presidencia para recuperarla el 2019 con
otro peronista Alberto Ferná ndez a la cabeza. Cristina Ferná ndez figura como
vicepresidenta y no está demá s decir que afronta varios procesos judiciales que
denuncia como persecució n política. Luiz Ignacio “Lula” da Silva en el Brasil es
Presidente dos veces entre el 2002 y el 2010 sin violentar la Constitució n. Es
sucedido por Dilma Rousseauff para período y medio entre 2010 y 2016, siendo
destituida por un golpe parlamentario. En este proceso, Lula ha sido perseguido
judicialmente y ha estado añ o y medio en la cá rcel. Por ú ltimo, quizá s si el caso má s
agudo que es el de Hugo Chá vez en Venezuela que une su persona con el puesto de
Presidente de la Repú blica y líder de la revolució n bolivariana entre 1998 y 2013,
proceso que solo es cortado con su muerte. Lo sucede Nicolá s Maduro el mismo
2013, designado por él y ratificado electoralmente el 2013 y el 2019, en medio de
una crisis política en la que la oposició n acusa de abierta parcialidad al gobierno y
a los organismos electorales y que no se resuelve hasta el presente.
Esta lejos, sin embargo, el fenó meno nacional popular de ser un fenó meno que se
restringe a los caudillos. Esta caracterizació n se quiso hacer con los procesos
nacional populares en su primera época, pero se repite con el giro a la izquierda y
atraviesa tanto las ciencias sociales, má s bien académicas, como lo vimos con
Coniff y Weyland, como la crítica cultural y social, como es el caso con Enrique
Krauze y su, en este punto, seguidor Mario Vargas Llosa. Para esta visió n los
caudillos definen el fenó meno, que ellos llaman populismo, y estos está n
determinados por sus conductas y gustos personales. Curiosamente las fuentes de
un autor como Krauze (2006, 2012) en textos como “El Mesías tropical” o “El
pueblo soy yo”, son las conductas o gustos del personaje comentado, Andrés
Manuel Ló pez Obrador en este caso, sin referencia alguna al contexto histó rico y/o
estructural. Peor en el caso de Vargas Llosa (2019), que haciendo eco de Krauze
tiene como fuentes los dichos de sus amigos e intelectuales afines. Como vemos no
es el rigor, precisamente, lo que adorna a estos comentaristas.
La movilización social
55
De igual forma, la ciudadanía activa, que convierta a las personas en sujetos del
régimen democrá tico es fundamental en los movimientos y gobiernos nacional
populares. No se trata de la acció n individual solamente, tan promovida por el
liberalismo, sino de los colectivos y a la postre de los movimientos sociales, que
son llamados a tener un rol especial. Estos movimientos sociales van a ser los que
se oponen al ajuste econó mico y a la globalizació n neoliberal y van a generar el
espacio para el surgimiento de los gobiernos progresistas. Asimismo, son los que
dan apoyo a los gobiernos nacional populares en la difícil tarea de promover
transformaciones y los que desarrollan espacios de participació n, algunos nuevos y
otros que vienen de atrá s, en el camino de profundizar la democracia que reciben.
Sin embargo, encontraran dificultades para convertir la protesta de la calle en
voluntad política de gobierno. Desde los gobiernos señ alan que los movimientos
creen que hay un continuum entre la calle y el Estado, mientras que los
movimientos dicen que una vez asumido el poder se trata de subalternizarlos. Sin
embargo, tuvieron una presencia protagó nica en los veinte añ os del progresismo,
en un nivel desconocido en la regió n y es clave, por ello, reconocer el vínculo y
renovarlo para futuras experiencias.
Este ú ltimo aspecto es el que señ alan los críticos de izquierda de los gobiernos
progresistas como la cuestió n clave que los desligitima. En un primer momento
Modonessi y Svampa (2016) señ alan que los gobiernos nacional-populares no son
fieles a su origen en la movilizació n social, propician una participació n controlada
de los movimientos y carecen de conceptos horizonte en sus propuestas, lo que los
lleva a no ser una alternativa al capitalismo neoliberal al que critican. En un
segundo momento, sin embargo, señ alan, en una posició n ciertamente extrema,
que los gobiernos progresistas apuntan a un nuevo modelo de explotació n que
denominan neoextractivista/desarrollista (Svampa 2017), que llevaría a una
resubalternizació n de los movimientos sociales. Un nuevo modelo de explotació n
de los sectores populares a los que dicen representar, por el hecho de que no les ha
sido posible superar las condiciones de explotació n capitalista y má s precisamente
el modelo de exportació n de materias primas que encuentran cuando llegan al
poder. Esto, como veremos, es una seria limitació n en el proceso del giro a la
izquierda, pero ello no puede llevar a plantear que lo que quieren estos gobiernos
es exactamente lo contrario de lo que predican en los marcos reformistas en los
que se mueven las políticas econó micas y sociales que llevan adelante. Este
maximalismo tiene trayectoria en América Latina y está enraizado en la crítica
marxista ortodoxa, primero de la dominació n oligá rquica y luego de los distintos
modelos de desarrollo. Esta crítica solo ve los defectos de la alternativa nacional
popular en su relació n con los movimientos sociales, pero no asume la experiencia
en la lucha por derechos y espacios de poder que desarrollan los movimientos.
Esta lucha se produce en relació n y también en conflicto con los gobiernos
populares, pero no hubiera sido posible, en las dimensiones que alcanza sin el
concurso de los primeros. Asimismo, con su propias características, es una lucha
que se da en un tiempo largo, que va de la primera y la segunda ola nacional
popular, a los momentos de resistencia a las ofensivas oligá rquicas y neoliberales
contra los derechos y espacios adquiridos. Hoy, que ya hemos vivido un período de
crisis del progresismo, ofensiva de la derecha y resistencia popular, podemos ver
con má s claridad las lecciones aprendidas de estos procesos y dó nde está cada
56
opció n política después de atreverse a cuestionar el orden de dominació n secular
en la regió n.
Sobre la transformació n econó mica, Oscar Ugarteche (2018) señ ala que las
políticas de los gobiernos progresistas hicieron cosas claves en sus países,
exactamente lo contrario de lo que había venido sucediendo en América Latina: la
57
reducció n de la desigualdad social, la mejora del salario real, el aumento de la masa
salarial en el PIB y el aumento de la fuerza de trabajo contratada formalmente. Una
diferencia que, continú a Ugarteche, redunda en una mayor calidad del empleo
creado y que está en directa relació n con la naturaleza política del régimen que la
promueve. En este punto Rebeca Grynspan (2019), señ ala que en América Latina
en el período 2000-2014, 66 millones de personas son incorporadas al mercado
laboral28, en buena parte gracias a las medidas de los gobiernos progresistas y que
ello tiene un impacto muy importante en el combate a la desigualdad.
En este punto, de cambio econó mico, considero sin embargo que la transformació n
má s importante llevada adelante por el giro a la izquierda es la que señ ala Daniel
Filmus (2019), quien sostiene que en este período se crece y se distribuye
equitativamente. Filmus reflexionando sobre la base de la teoría del “casillero
vació ” del chileno Fernando Fajnzylber (1989), dice que los gobiernos progresistas
del período hicieron lo que no se había conseguido en la regió n en las décadas
perdidas de 1980 y 1990. Es decir, de acuerdo con Fajnzylber, entre fines de la
década de 1970 y principios de la década de 1990 no existen países que hayan
tenido crecimiento econó mico y lo hayan distribuido equitativamente al mismo
tiempo, al mismo tiempo que llama la atenció n sobre los casos de Argetnina y
Brasil que a pesar de no mostrar crecimiento sí distribuyen por presiones sociales
que se dan en el contexto de la vuelta a la democracia. Asimismo, Filmus
proyectando esta reflexió n señ ala que en la década de 1990, de plena
implementació n neoliberal, hay un doble casillero vacío ya que en ella tanto los
países que crecen como lo que no crecen no distribuyen equitativamente. Esta
situació n varía durante el giro a la izquierda, especialmente en la etapa de auge,
entre el 2003 y el 2013, cuando un grupo de nueve países: Bolivia, Venezuela,
Brasil, Argentina, Uruguay, Ecuador, El Salvador, Nicaragua y el Perú ; crecen y
distribuyen con cierta equidad. Los ocho primeros, aú n con los problemas
señ alados para Nicaragua, está n incursos en el giro señ alado. El caso del Perú ,
seguidor má s bien de una política neoliberal en todo el período, puede explicarse
por el nivel muy bajo del cual parte. Este fenó meno, novedosos para la regió n, de
llenar el casillero vacío, se da, como también lo sostiene Filmus en el contexto del
giro a la izquierda, justamente la condició n que permite que florezca América
Latina.
58
Esto, al financiar buena parte de las políticas sociales llevadas adelante, da base
material al apoyo social logrado. Sin embargo, al mismo tiempo mantiene a estos
países víctimas del intercambio desigual, característica histó rica de la exportació n
de materias primas y de la dependencia en la regió n. Por ello, cuando vienen los
precios bajos se convierten en un factor má s de la crisis de los gobiernos
progresistas. Estas continú an así como economías poco diversificadas y que
producen escaso valor agregado, siendo uno de los problemas má s á lgidos a
superar para los gobiernos de izquierda.
59
mecanismos en diversas á reas econó micas, comerciales, sociales, culturales,
políticas y de seguridad regional, que les permitieran cumplir sus objetivos. Entre
estos mecanismos merece atenció n especial el Banco del Sur, que buscaba ser el
centro de una arquitectura financiera propia, que no tuviera que pasar por los
Estados Unidos. Desafortunadamente no despegó por los celos entre los propios
gobiernos progresistas y por el trabajo sin descanso del imperio del norte que lo
torpedeó , a través de sus gobiernos aliados y agentes afines, en todo momento. La
urgencia de circuitos financieros propios se ha visto con mucha claridad en la
guerra econó mica que ha desarrollado los Estados Unidos y las diversas
instituciones a su servicio en las crisis argentina entre el 2011 y 2019, brasileñ a
entre el 2012 y la actualidad y ú ltimamente en la agresió n despiadada, má s allá de
los graves errores de su liderazgo, a la Venezuela bolivariana.
El tener autonomía de los Estados Unidos es fundamental porque este país ha sido
el poder imperial dominante y el principal factor de desunió n en la regió n. De
hecho, en el añ o 2009, Alan García, entonces presidente del Perú y muy cercano a
los Estados Unidos, tiene la iniciativa de lanzar la Alianza del Pacífico, conformada
por Chile, Perú , Colombia y México, como un bloque alternativo a UNASUR. La
citada alianza aparece como un bloque inú til para sus integrantes porque el
comercio entre ellos es mínimo, má s bien se trata de una expresió n política de
sumisió n a los Estados Unidos. Esta política de integració n de los gobiernos
progresistas es, sin embargo, una de las que má s irritació n causa en el imperio y su
erosió n y posterior desmembramiento se convierte en uno de los objetivos en la
regió n de la superpotencia del norte.
60
Pero quizá s lo que resume mejor las tensiones que atraviesan los gobiernos de
izquierda es la acusació n que les hacen de ser autoritarios. Esta es una acusació n
má s cierta en los movimientos y gobiernos nacional populares de la primera ola
que en la actualidad. Sin embargo, con la multiplicació n de gobiernos de estas
características en los ú ltimos veinte añ os y la pugna muy clara por construir una
nueva hegemonía, tanto es sus países como a nivel continental, se repite la
acusació n. La construcció n hegemó nica, como hemos argumentado, es
indispensable, si se quieren llevar adelante transformaciones. Y ello causa un
temor profundo en quienes, producto de los cambios, pueden perder poder
político y eventualmente econó mico, ademá s de estatus social y poder simbó lico.
Esta es la razó n bá sica que lleva a la calificació n de estos movimientos y gobiernos
como autoritarios. Ello, ni quita el cará cter semi autoritario de los primeros
gobiernos nacional populares ni, por supuesto, es ó bice para señ alar evidentes
virajes autoritarios, como el caso del gobierno bolivariano que encabeza Nicolá s
Maduro en Venezuela, del cual hay que sacar las lecciones respectivas. Sin
embargo, ello no nos puede llevar a descartar el proceso continental de giro a la
izquierda que comentamos, cuyo alcance es mayor que los problemas señ alados.
61
péndulo latinoamericano de gobiernos progresistas, aislados y de corta o mediana
duració n, que luego daba paso a gobiernos reaccionarios e incluso autoritarios, no
ha sido roto. El ciclo nacional popular, si bien duró casi dos décadas, ha sido el má s
largo de su tipo y ha incluido a varios de los países má s grandes e importantes de
la regió n, no ha logrado establecerse como una realidad permanente.
Ahora bien, desde el campo contrario se señ ala que las “fuerzas democrá ticas”
habrían derrotado al autoritarismo populista y la regió n estaría volviendo a su
cauce normal, es decir, a la democracia liberal producto de las transiciones. En
otras palabras se estaría cerrando el “ciclo populista” y estaríamos retomando el
ciclo democrá tico inaugurado por las transiciones. ¿Fin de ciclo y retorno a la
normalidad? La idea de fin de ciclo suele expresar que se termina con un
experimento político, con un tiempo de excepció n, que siempre estuvo mal y que se
debe volver a la normalidad que en la gramá tica actual es a la democracia liberal
en el diseñ o de las transiciones. Este punto de vista quiere plantear la política
latinoamericana como un contraste entre la democracia liberal y el autoritarismo
populista, en el que, como hemos dicho, se quiere naturalizar la democracia como
la democracia liberal. Lo que habíamos tenido habría sido una “marea rosa” pero
nada má s.
62
Los escá ndalos de corrupció n en general remecen América Latina, ligados al
financiamiento ilegal de las campañ as políticas y a los sobornos pagados por
contratos de obra pú blica por parte de grandes empresas privadas a candidatos,
funcionarios, incluidos ministros y presidentes de la repú blica. La persecució n
judicial contra la corrupció n avanza con suerte desigual, muy poco en México y
Colombia, bastante en el Perú y Brasil, y entrampada en el Ecuador y la Argentina.
Ha tomado especial relieve cuando ha afectado a expresidentes de la repú blica,
como fue el caso de Alan García en el Perú , que cercado por las delaciones y la
evidencia material optó por suicidarse. En el caso de Dilma Rousseff, sufrió un
golpe parlamentario en base a falsas imputaciones. Pero en los casos de Lula en el
Brasil, Rafael Correa en Ecuador, Cristina Ferná ndez de Kirchner en Argentina y
ú ltimamente Evo Morales en Bolivia, encausados judicialmente, se trata de
procesos caracterizados por una ausencia de pruebas materiales que llevan a los
jueces, como ha sido el caso de Lula, a condenar “por convicció n” y no por
evidencias. En estos ú ltimos, tenemos ademá s la selecció n del tiempo político en el
que se desarrolla el proceso, cuando a los acusados se les supone má s débiles, y se
cuenta con el gran apoyo mediá tico que tienen las causas. Má s allá de la suerte que
puedan correr los líderes progresistas implicados, el desprestigio para sus
gobiernos está hecho y remontarlo supone una vasta tarea hacia el futuro, donde la
lucha ideoló gica por visiones distintas del país y la regió n estará nuevamente en
primer plano.
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abierto, recojo también de Alvaro García Linera (2017) cuando habla de un
proceso por oleadas, en el que las fuerzas progresistas tienen avances y retrocesos,
alcanzando poco a poco sus objetivos. Al mismo tiempo, diría, dejando marcas que
son seguidas después, a pesar de los esfuerzos por borrar la memoria, personal y
colectiva, de nuestras experiencias. Quizá s un asunto mayor en este esfuerzo por
dejar un legado del giro a la izquierda sean los avances en la constitució n de un
pueblo, que expresa una construcció n hegemó nica y que, a pesar de las derrotas,
políticas e ideoló gicas, guarda la experiencia que se terminará de activar en un
siguiente período histó rico.
Conclusión
Hace má s de treinta añ os, como señ alamos líneas arriba, Norbert Lechner tituló un
artículo suyo “De la revolució n a la democracia” resumiendo un momento del
desarrollo político de América Latina en el que para buena parte de la izquierda las
esperanzas de la revolució n social parecían canceladas y señ alando que lo que
quedaba era mejorar las cosas por el camino de la democracia liberal. Es bueno, sin
embargo, señ alar, que los puntos de partida y llegada se resignifican con el tiempo.
Por revolució n Lechner muy probablemente quería decir “asalto al poder”, la
manera como el marxismo ortodoxo había definido el término y como la mayor
64
parte de la izquierda, sobre todo aquella de inspiració n marxista-leninista, lo había
definido en la regió n. Y por democracia, el resultado democrá tico liberal de las
transiciones que ya hemos explicado en este texto.
Pero el tiempo pasa y ese camino abierto y sin final aparente que parecían haber
comenzado las transiciones tuvo un final o al menos muy serios obstá culos má s
pronto de lo esperado. La convergencia de las transiciones con el neoliberalismo,
con diferentes calendarios y consecuencias en los distintos países y las respuestas
que ello produjo en una vasta movilizació n social de rechazo, llevó a la implosió n
de esta pareja dispareja y la implosió n volvió a poner a la orden del día el tema de
la transformació n social, lo que he llamado la falacia de la consolidació n. Sin
embargo, América Latina y el mundo no eran los mismos que cuarenta añ os atrá s,
la lucha por derechos humanos y sociales, por elecciones y Estado de Derecho,
había dejado su huella en la regió n, estableciendo una marca democrá tica que los
ciudadanos consideran como propia. Por tanto, cualquier lucha por superar el
capitalismo salvaje que nos ha traído el neoliberalismo, tiene que darse por cauces
democrá ticos. Tenemos entonces que volver a entender que la cuestió n social,
mejor la cuestió n de la desigualdad social —el problema clave de nuestro tiempo—
no es una cuestió n policial sino política, vuelve a poner en relació n revolució n y
democracia. Pero ya no uno como negació n del otro, sino uno, revolució n, como un
proceso que se logra por la vía de la construcció n hegemó nica y la competencia
democrá tica.
Tenemos entonces que lo que hay en la regió n son dos comprensiones de esta
relació n entre transformació n social y democracia. Por una parte, la de aquellos
que entienden que cualquier intento de transformació n por la vía democrá tica es
una subversió n de la misma y la que asume, con los tiempos, la imperiosa
necesidad de que los cambios indispensables son en democracia. Quedan, por
supuesto, los que añ oran el pasado y creen, ante las dificultades del camino de
construcció n hegemó nica, que debemos volver a prepararnos para el asalto. Son
los menos, es lo que queda del pasado y hay que tomarlos como tal.
Estas dos compresiones de la democracia son las que está n en disputa en la regió n
en la actualidad. Pero no se trata só lo de construcciones conceptuales, sino con una
profunda repercusió n en la realidad. La versió n liberal, agudizada por el
neoliberalismo, supone la democracia de élites, limitada y la condició n
dependiente. Un régimen de competencia entre mú ltiples minorías como señ ala
Robert Dahl, que está definido por las reglas que regulan la misma. Esta es la
democracia que defienden las oligarquía latinoamericanas porque ha sido su mejor
carta de presentació n en el ú ltimo siglo, aunque a veces solo hayan podido
implementar copias de la misma. Tiene sus límites, sin embargo, como hemos visto,
en la restricció n de derechos para la mayoría de la població n y el ejercicio del
gobierno solo para algunos e incluso muchas veces, también contra otros. Suele ser
un régimen, como anota Franco, particularista y como insiste Quijano, colonial;
cuyas necesidades in extremis, pueden llevarlo a la dictadura. ºLa versió n social o
mayoritaria aspira a ser una democracia de mayorías, en la que se respete la
voluntad soberana del pueblo por encima de los privilegios de unos pocos. Un
régimen con objetivos má s allá del acceso al poder de determinada opció n política
y cuya razó n es el bienestar de sus ciudadanos. Este régimen, sin embargo, no
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aspira a la totalidad aunque se mueve al filo de la misma, ya que de hacerlo
suprimiría el pluralismo y cedería a la tentació n autoritaria.
Empero, lo expuesto nos hace ver que la situació n política actual de América Latina
no se agota en caracterizarla como una disputa entre dos formas de entender la
teoría y la prá ctica de la democracia. Para tener una comprensió n cabal hay que ir
má s allá y discernir el origen del régimen democrá tico entre nosotros. ¿Qué es la
democracia en nuestra América? ¿Una importació n acrítica como nos machacan los
grandes medios de comunicació n y buena parte de la academia o un producto
propio que surge de nuestro proceso histó rico, nuestras grietas irresueltas de
clase, raza, género y los conflictos que surgen de los intereses contrapuestos que
ello genera? He tratado de explicar que es lo segundo má s que lo primero, que
tenemos hoy lo que la historia y las luchas de nuestros pueblos nos han dado, para
señ alarnos finalmente un nuevo camino de transformació n.
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