Fragmento 4 Venta Sancho

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La anécdota de la venta

Don Quijote y Sancho siguen recorriendo la


Mancha en busca de aventuras. Tras mucho
cabalgar, se topan con una posada que el
Quijote confunde con un castillo…

—Alégrese, señor —dijo Sancho al poco rato—, que por allí abajo se ve una venta. Alzó la vista
don Quijote y contestó:

—No es una venta, Sancho, sino un castillo.

—Le digo, señor, que es una venta.

—Te repito, Sancho, que es un castillo.

Así se les fue un buen rato, uno jurando que era una venta y el otro insistiendo en que era un
castillo. Cuando llegaron, el ventero les improvisó un par de camas […]. Don Quijote se acostó
pronto, pero no llegó a cerrar los ojos, porque le dio por pensar que en aquel castillo vivía una
princesa, y que la princesa se había enamorado de él.

«Seguro que esta noche vendrá a verme», se decía muy preocupado. «Pero yo no puedo
corresponder a su amor, porque debo mantenerme fiel a mi señora Dulcinea del Toboso».

El diablo, que nunca duerme, enredó las cosas de tal manera que la noche fue de lo más agitada.
Resultó que al lado de don Quijote dormía un arriero bruto y malcarado que se había citado para
aquella noche con una moza que trabajaba en la venta. La tal moza se llamaba Maritornes y era
una mujer menuda, que tenía un ojo tuerto y el otro no muy sano, la nariz chata y una joroba en
las espaldas que le hacía mirar al suelo más de lo que ella hubiera querido. Pensando que ya todo
el mundo dormía, la moza entró de puntillas en el cuarto del arriero y comenzó a buscar su cama
a tientas, pero de pronto don Quijote la agarró por el brazo y comenzó a decirle:

—Fermosísima señora, ya sé a lo que venís...

Tenía Maritornes el cabello más áspero que las crines de un burro y un aliento que olía a ensalada
rancia, pero a don Quijote le pareció que su cuerpo despedía aromas de rosa y jazmín y que su
pelo era más fino que la seda.

—Sé que me amáis —le dijo—, pero no puedo corresponderos porque mi corazón es de
Dulcinea...

Cuando el arriero oyó aquellas palabras, saltó de su cama muerto de celos, corrió hacia don
Quijote y le soltó tal puñetazo en la mandíbula que le dejó toda la boca bañada en sangre. Y no
contento con aquello, se subió a las costillas del hidalgo y empezó a pateárselas como si fuera un
caballo al trote.

Tras pegar semejante paliza al Quijote y despertar a toda la venta, finalmente, todos deciden irse
a dormir y descansar en sus respectivas camas…
—Sancho, ¿estás despierto? —comenzó entonces a decir don Quijote.

—¿Cómo quiere que esté, si aquí no hay quien duerma?

—¡Ay, Sancho, que este castillo está encantado! ¡No te vas a creer lo que me ha sucedido! Estaba
yo conversando tan ricamente con una princesa cuando de pronto ha aparecido un gigante y me
ha molido todos los huesos del cuerpo. […]—¡Vístete, amigo mío, que nos vamos a buscar
aventuras!

Poco le faltó al bueno de Sancho para enviar a su amo a lo más hondo del infierno, pero al fin
obedeció para no faltar a su deber y se levantó como pudo. Mientras tanto, don Quijote abandonó
el aposento, se fue al establo en busca de Rocinante y le puso la silla de montar. Y, ya a lomos del
caballo, salió al patio de la venta y le dijo al ventero con voz reposada:

—Muchas gracias, señor, por el buen trato que nos habéis dispensado en vuestro castillo.

—Antes de marcharos —contestó el ventero— tendréis que pagar el gasto que habéis hecho en
mi venta. Don Quijote se quedó de piedra.

—Entonces, ¿esto es una venta? —exclamó—. Pues en verdad os digo que pensaba que era un
castillo. Pero, si es una venta, no pienso pagar, porque a los caballeros andantes se nos ha de
alojar de balde por lo mucho que ayudamos a los necesitados.

—Poco me importa a mí si sois caballero o bandido: pagadme y dejaos de cuentos. —¡Vos sois
un mentecato y un mal ventero! —dijo don Quijote con gran indignación y, como no quería
discutir, picó espuelas a Rocinante y salió de la venta sin comprobar siquiera si su escudero le
seguía. Entonces el ventero fue en busca de Sancho, pero Sancho le soltó que si su amo no
pagaba, él tampoco.

El Quijote y Sancho Panza terminan huyendo de la posada sin pagar ni un solo centavo.
Continúan sus andanzas por otros lugares de la Mancha…

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