Tema 13 Caín y Abel y La Torre de Babel Aportes
Tema 13 Caín y Abel y La Torre de Babel Aportes
Tema 13 Caín y Abel y La Torre de Babel Aportes
MEJOR:
MOTIVACIÓN EN GRUPOS
Procedimiento:
El encargado le dará a cada catequista palabras escritas en desorden
y el joven deberá resolver en un tiempo límite de 5 segundos la
palabra correcta, como tiene varios significados las respuestas
pueden ser variadas pero el catequista dará la consigna para
encontrar 1 sola respuesta
Indicaciones: No vale hacer trampa, no se debe hablar entre los
confirmandos, se debe respetar el tiempo límite.
Explicación del juego: En la dinámica, el joven comprenderá que
cuando nos desentendemos de Dios, olvidamos su mensaje y nos
vamos deshumanizando, vemos solo lo que queremos; nos hace falta
una consigna, un nuevo llamado, una nueva alianza para retomar el
camino.
Segundo Momento: (grupos) Grupos
Reflexión: Responder estas preguntas en sus cuadernos
- ¿Cuál era el nombre de los dos hermanos?
- ¿Por qué Dios no recibió la ofrenda de Caín?
3:30 - 3:50 - ¿Con cuál de los dos hermanos te identificas y por qué?
- ¿En qué momentos de tu vida te sientes identificado con Abel y
en cuales con Caín? Hechos concretos.
La Escritura, en el relato de la muerte de Abel a manos de su
hermano Caín (Cf. Gn 4,8-12), revela, desde los comienzos de la
historia humana, la presencia en el hombre de la ira y la codicia,
consecuencias del pecado original.
El primer crimen de la humanidad se ejecuta por no aceptar las
diferencias. Puede más el orgullo propio y la ambición ante la
realidad de que son hermanos. Es más, cuando Dios le pregunta
dónde está su hermano, la respuesta torpe y agria nos manifiesta
que no se considera hermano, no es su guardián. Ha roto la
fraternidad y ha matado a su hermano.
Es la misma realidad actual: la ambición, la diferencia de
pensamientos, la distinción entre las razas y las personas, han
desatado una escalada de violencia. Nos hemos olvidado que todos
somos hermanos y no aceptamos su cuidado y su custodia.
Nos rebelamos contra la hermandad porque somos diferentes. Pero de
ahí brota la gran riqueza: son diferentes pero tienen la misma sangre y
la misma dignidad. Al mismo tiempo este pasaje nos enseña que la
violencia no se termina con más violencia. Hay que romper la espiral de
la violencia respetando la vida y la dignidad de cada persona. Eso
significa la señal que lleva Caín para que nadie lo mate.
(https://es.catholic.net/op/articulos/64388/cat/51/historia-de-dos-
hermanos-cain-y-abel.html#modal)
Los sentimientos de Dios, Dios Padre que nos ama – y el amor es una
relación – pero es capaz de enojarse, de enfadarse. Es Jesús quien viene
y nos da el camino, con el sufrimiento del corazón, todo... Pero nuestro
Dios tiene sentimientos. Nuestro Dios nos ama con el corazón, no nos
ama con las ideas, nos ama con el corazón. Y cuando nos acaricia, nos
acaricia con su corazón y cuando nos bastonea, como un buen padre,
nos bastonea con su corazón, sufre más él que nosotros.
No creo que nuestros tiempos sean mejores que los tiempos del diluvio,
no creo: las calamidades son más o menos las mismas, las víctimas son
más o menos las mismas. Pensemos, por ejemplo, en los más débiles,
los niños. La cantidad de niños hambrientos, de niños sin educación: no
pueden crecer en paz. Sin padres porque fueron masacrados por las
guerras... Niños soldados... Sólo pensemos en esos niños.
4:35 –
4:55
Oración final: Salmo 143 GRUPO 6
INFORMACIÓN DE APOYO PARA EL CATEQUISTA:
Fuente: https://www.vatican.va/content/francesco/es/cotidie/2017/documents/papa-francesco-
cotidie_20170213_cain-abel.html
Refiriéndose después a la primera lectura, extraída del libro del Génesis (4, 1-15.25), el Papa en la homilía hizo notar que «es la primera vez
que en la Biblia se dice la palabra hermano». La de Caín y Abel, explicó, «es la historia de una hermandad que debía crecer y ser hermosa» y
sin embargo «termina destruida». Y «la historia, la hemos oído, empezó con pequeños celos: Caín, cuando vio que su sacrificio no había sido
aceptado, se irritó mucho y empezó a cocer ese sentimiento dentro». «Esa irritación —explicó Francisco— no era sólo en el alma, sino también
en el cuerpo: su rostro estaba hundido». Y he aquí que «el Señor, como Padre, le habla: “¿Por qué estás irritado y por qué está hundido tu
rostro? ¿Si actúas bien, no deberías quizás tenerlo alto? Pero si no actúas bien, el pecado está agazapado delante de tu puerta; hacia ti es tu
instinto». Al final, afirmó el Papa, «Caín prefirió el instinto, prefirió dejar cocer dentro de sí este sentimiento, agrandarlo, dejarlo crecer. Este
pecado que cometerá después, que está agazapado detrás del sentimiento, crece». Precisamente «así —prosiguió el Pontífice— crecen las
enemistades entre nosotros: comienzan con una pequeña cosa, unos celos, una envidia y luego esto crece y nosotros vemos la vida solamente
desde ese punto y esa paja se convierte para nosotros en una viga: pero la viga la tenemos nosotros, está ahí». Tanto que luego «nuestra vida
gira entorno a eso, y eso destruye el vínculo de hermandad, destruye la fraternidad». También cuando «estamos bajo este instinto agazapado,
en nuestro corazón, nos volvemos con el espíritu amarillo, como se dice: la hiel, como si no tuviéramos sangre, como si tuviéramos hiel, es
así». Hasta tal punto que «lo único que cuenta es solamente esa persona, lo que ha hecho mal». Estamos «obsesionados, perseguidos por eso,
y así crece la enemistad y termina mal, siempre”».
En definitiva, añadió Francisco, termina que «yo me separo de mi hermano: “este no es mi hermano, este es un enemigo, este debe ser
destruido, expulsado!”. Y es precisamente, así como «se destruye a la gente, así las enemistades destruyen familias, pueblos, todo». Es «ese
subirse la bilis, siempre obsesionado con ese». Precisamente «esto es lo que le ocurrió a Caín y, al final, eliminó al hermano: “no, no hay
hermano, solamente yo; no hay hermandad, ¡solo yo!”».
Lo que «ocurrió al inicio —advirtió Francisco— puede ocurrirnos a todos nosotros, es una posibilidad». Por esta razón es un «proceso» que
«debe ser detenido inmediatamente, al inicio, desde la primera amargura». Es necesario detenerlo, porque «la amargura no es cristiana: el
dolor sí, la amargura no». También «el resentimiento no es cristiano: el dolor sí, el resentimiento no». En cambio «cuántas enemistades,
cuántas fisuras» hay.
«Hoy hay nuevos párrocos» siguió diciendo el Papa refiriéndose a los sacerdotes presentes y haciendo notar: «también en nuestros
presbiterios, en nuestros colegios episcopales, ¡cuántas fisuras comienzan así!». Y quizás uno se pregunta: «¿Por qué a este le han dado esta
sede y no a mí? ¿Y por qué a este?». Así, con «pequeñas cositas, fisuras, se destruye la hermandad».
Ante esta actitud del hombre «¿qué hace el Señor?». El pasaje del Génesis sugiere que Él, como a Caín, «nos pregunta: “¿dónde está Abel, tu
hermano?”». Para el Pontífice «la respuesta de Caín es irónica: “no lo sé. ¿Soy yo acaso el guardia de mi hermano?”». Pero podemos rebatir:
«Sí, tú eres el custodio de tu hermano». Por su parte «Caín habría podido responder: “Sí, yo sé dónde está Abel, pero no sé donde está mi
hermano, porque Abel no es mi hermano: he destruido esa hermandad”». Como diciendo: «yo sé donde dónde está ese o esa o estos o
aquellos: lo sé, pero no sé dónde están mis hermanos». En efecto, «cuando se cae en este proceso que termina con la destrucción de la
hermandad —explicó el Pontífice— se puede decir esto: yo sé, sí, dónde está este o esa, pero no sé donde está mi hermano, mi hermana
porque para mí este o esta no son hermanos ni hermanas».
Sobre este punto, continúa el Génesis, «el Señor es fuerte: “La voz de la sangre de tu hermano me grita desde el suelo”». Es verdad, prosiguió
Francisco, que «cada uno de nosotros puede decir: “Padre, yo no he matado a nadie nunca, ¡nunca!”». Pero «pensemos en el Evangelio de
ayer: si tú tienes un sentimiento malvado hacia tu hermano, le has matado; si tú insultas a tu hermano, le has matado en tu corazón». Porque
«el asesinato es un proceso que comienza por lo pequeño, como aquí». Cada uno de nosotros —«al menos yo me inscribo en la lista» precisó el
Papa— «piense: cuántas veces he dado de lado a este, he tenido celos, a este le he separado de aquí, de allá». Y aún más: «cuántas veces,
por decir la verdad, dije al Señor: “yo sé dónde está este o aquel, pero no sé dónde está mi hermano”». Precisamente «esta es la palabra de
Dios para nosotros» y «no para conocer un pedazo de historia o de teología bíblica».
«También hoy —afirmó el Pontífice— la voz de Dios, no sólo a cada uno de nosotros, sino a toda la humanidad, pregunta; “¿Dónde está tu
hermano? ¿Dónde está tu hermana?». Y nuestra respuesta es: «Yo sé dónde están los que son bombardeados allá, que son expulsados de allí,
pero estos no son hermanos, he destruido el vínculo». De la misma manera, «cuántos potentes de la tierra pueden decir: “A mí me interesa
este territorio, a mí me interesa este pedazo de tierra, este otro, si la bomba cae y mata a doscientos niños no es culpa mía: es culpa de la
bomba; a mí me interesa el territorio”».
Entonces, «todo comienza por ese sentimiento que te lleva a separarte, a decir al otro: “Este es este tipo, este es así, pero no es hermano”». Y
«termina con la guerra que mata». Pero, observó el Papa, «tú has matado al inicio: este es el proceso de la sangre y hoy la sangre de mucha
gente en el mundo grita a Dios desde el suelo». Y «está todo relacionado: esa sangre ahí tiene una relación —quizás una pequeña gota de
sangre— que con mi envidia, mis celos, he hecho salir yo cuando he destruido una hermandad: no es el número que destruye la hermandad es
lo que sale del corazón de cada uno de nosotros».
«Que el Señor hoy —fue el deseo del Papa— nos ayude a repetir esta palabra suya: “¿dónde está tu hermano?”». Y «cada uno de nosotros» —
sugirió para concluir Francisco como examen de conciencia— que piense «en todos estos que hemos separado, en todos estos de los cuales
hablamos mal cuando nos encontramos, o destruimos con la lengua». Y «pensemos también en todos aquellos que por el mundo son tratados
como cosas y no como hermanos porque es más importante un pedazo de tierra que el vínculo de la hermandad».
CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA
II LAS ETAPAS DE LA REVELACIÓN
54 "Dios, creándolo todo y conservándolo por su Verbo, da a los hombres testimonio perenne de sí en las cosas
creadas, y, queriendo abrir el camino de la salvación sobrenatural, se manifestó, además, personalmente a
nuestros primeros padres ya desde el principio" (DV 3). Los invitó a una comunión íntima con él revistiéndolos de
una gracia y de una justicia resplandecientes.
55 Esta revelación no fue interrumpida por el pecado de nuestros primeros padres. Dios, en efecto, "después de
su caída alentó en ellos la esperanza de la salvación con la promesa de la redención, y tuvo incesante cuidado del
género humano, para dar la vida eterna a todos los que buscan la salvación con la perseverancia en las buenas
obras" (DV 3).
Cuando por desobediencia perdió tu amistad, no lo abandonaste al poder de la muerte...Reiteraste, además, tu alianza a los hombres (MR,
Plegaria eucarística IV, 118).
56 Una vez rota la unidad del género humano por el pecado, Dios decide desde el comienzo salvar a la humanidad
a través de una serie de etapas. La Alianza con Noé después del diluvio (Cf. Gn 9,9) expresa el principio de la
Economía divina con las "naciones", es decir con los hombres agrupados "según sus países, cada uno según su
lengua, y según sus clanes" (Gn 10,5; Cf. 10,20-31).
57 Este orden a la vez cósmico, social y religioso de la pluralidad de las naciones (Cf. Hch 17,26-27), está destinado
a limitar el orgullo de una humanidad caída que, unánime en su perversidad (Cf. Sb 10,5), quisiera hacer por sí
misma su unidad a la manera de Babel (Cf. Gn 11,4-6). Pero, a causa del pecado (Cf. Rom 1,18-25), el politeísmo
así como la idolatría de la nación y de su jefe son una amenaza constante de vuelta al paganismo para esta
economía aún no definitiva.
58 La alianza con Noé permanece en vigor mientras dura el tiempo de las naciones (Cf. Lc 21,24), hasta la
proclamación universal del evangelio. La Biblia venera algunas grandes figuras de las "naciones", como "Abel el
justo", el rey-sacerdote Melquisedec (Cf. Gn 14,18), figura de Cristo (Cf. Hb 7,3), o los justos "Noé, Daniel y Job"
(Ez 14,14). De esta manera, la Escritura expresa qué altura de santidad pueden alcanzar los que viven según la
alianza de Noé en la espera de que Cristo "reúna en uno a todos los hijos de Dios dispersos" (Jn 11,52).
SALMO 143
1 oh SENOR, escucha mi oración, Presta oído a mis suplicas, Respóndeme por Tu fidelidad, por Tu justicia;
2 y no entres en juicio con Tu siervo, Porque no es justo delante de Ti ningún ser humano.
3 pues el enemigo ha perseguido mi alma, Ha aplastado mi vida contra la tierra; Me ha hecho morar en lugares tenebrosos, como los
que hace tiempo están muertos.
4 por tanto, en mi' esta' agobiado mi espíritu; Mi corazón esta' turbado dentro de mí'.
5 me acuerdo de los días antiguos; En todas Tus obras medito, Reflexiono en la obra de Tus manos.
6 a Ti extiendo mis manos; Mi alma Te anhela como la tierra sedienta. (Selah)
7 respóndeme pronto, oh SENOR, porque mi espíritu desfallece; No escondas de mi' Tu rostro, Para que no llegue yo a ser como los
que descienden a la sepultura.
8 por la mañana hazme oír Tu misericordia, Porque en Ti confío; Enséname el camino por el que debo andar, Pues a Ti elevo mi
alma.
9 líbrame de mis enemigos, oh SENOR; En Ti me refugio.
10 enséname a hacer Tu voluntad, Porque Tu' eres mi Dios; Tu buen Espíritu me guie a tierra firme.
11 por amor a Tu nombre, SENOR, vivifícame; Por Tu justicia, saca mi alma de la angustia.
12 y por Tu misericordia, acaba con mis enemigos, Y destruye a todos los que afligen mi alma; Pues yo soy Tu siervo